martes, 1 de abril de 2014

Levántate, toma tu camilla y camina
Juan 5, 1-3.5-16. Cuaresma. La presencia de Cristo en nosotros bastará para aceptar los pequeños sacrificios de nuestra vida diaria.
 
Levántate, toma tu camilla y camina
Del santo Evangelio según san Juan 5, 1-3. 5-16


Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice:«¿Quieres curarte?» Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?» Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

Oración introductoria

Señor, en este día, quiero aprovechar al máximo este momento de contacto que tengo contigo. Hazme sentir tu presencia amorosa, no con los sentimientos, sino con un verdadero espíritu de fe. Señor, Tú estás aquí conmigo, guía mis pasos y sáname de mis flaquezas. Dame unos ojos nuevos que perciban tu amor en todos los momentos de mi existencia.

Petición

Señor, que me dé cuenta de lo pequeño que soy y de lo necesitado que estoy de tu misericordia y de tu amor.

Meditación del Papa Francisco

Una fe vivida de forma seria suscita comportamientos de caridad auténtica. Tenemos muchos testimonios sencillos de personas que se convierten en apóstoles de caridad en la familia, la escuelas, las parroquias, en lugares de trabajo y de encuentro social, en las calles, en cualquier lugar... ¡Se han tomado en serio el Evangelio!
El verdadero discípulo del Señor se compromete personalmente en un ministerio de la caridad, que tiene como dimensión la variedad y la pobreza inagotable del hombre. No es un ministerio excepcional u ocasional, sino fundamental, en el que la Iglesia se identifica, ejercitándolo cotidianamente. Asimismo, cada día, todos estamos llamados a convertirnos en "caricia de Dios" para que aquellos que quizá hayan olvidado las primeras caricias o que quizá nunca en su vida han sentido una caricia.
Les exhorto a continuar siendo signo visible de la caridad de Cristo tanto hacia los que se encuentran en necesidad material o espiritual. (Cf. S.S. Francisco, 31 de octubre de 2013, homilía en la capilla de Santa Marta). )

Reflexión 

El milagro del paralítico de la piscina es conmovedor. Cristo se acerca a aquel hombre y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo decide curarle.

Aquel enfermo era ciertamente un hombre de gran corazón. De ésos que no se desaniman a pesar de los problemas. No sabemos, pero tal vez no era de Jerusalén, y se había hecho traer hasta la ciudad en busca de curación.

Quizá muchas veces habría querido que todo terminase pronto para él. Quizá pensó que su vida ya no tenía sentido; que vivía sólo para sufrir, aceptando las burlas y las muecas de la gente que acertaba a pasar por ahí. Cuántos amaneceres y atardeceres habrían pasado por encima de aquel pobre hombre, y él no perdía la esperanza de que el buen Dios de Israel le auxiliaría.

Confiaba, y así pasó mucho tiempo hasta que Cristo se acercó. Y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo de sufrimiento, se acercó para restablecerle la salud.

El Señor había previsto el encuentro para aquel momento preciso. No porque no hubiese querido ahorrarle el sufrimiento de tantos años, sino porque quiso regalarle un don mayor: la fe y poco más tarde el perdón de sus pecados.

Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida yendo en contra de las costumbres frívolas del mundo en que vivimos. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia. (Bajo la condición de que respetemos sus mandamientos.)

Entonces, el recuerdo de Cristo y su presencia en nosotros bastarán para aceptarnos y aceptar los pequeños sacrificios de nuestra vida diaria.

Todos somos como este paralitico. Todos los días constatamos nuestra pequeñez y nos sentimos frágiles, sin fuerzas. Y en realidad lo somos, pues cojeamos siempre en nuestros mismos defectos. Y este paralítico del evangelio de hoy nos da la solución: Exponer nuestros problemas a Jesús con confianza y Él va a obrar maravillas en nosotros. Somos esos hombres que continuamente tropiezan, somos cojos, necesitamos de alguien que nos sostenga.

Ese alguien es Cristo, el Hijo de Dios. Él quiere ser nuestra fortaleza, nuestra seguridad. A su lado todo lo podemos. Debemos confiar ciegamente en Él, pues Él es el amigo fiel que nunca nos abandona.

¡Qué alegría debemos sentir al sabernos amados por Dios! Para Dios somos muy importantes. Con Él a nuestro lado, todo lo podemos. Jesús es nuestra fortaleza.

Propósito

Hoy haré una visita a Jesús Eucaristía, exponiéndole mis problemas con plena confianza.

Diálogo con Cristo

Señor, gracias por tu amor y tu presencia que verdaderamente hace que nos sintamos como hijos tuyos. Sé que hoy me has escuchado y te pido la gracia de ser paciente para esperar que Tú obres en mí. Hazme ver tu mano amorosa que me sostiene y me hace ver qué grande es tu amor hacia mí.

Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración. 
(Padre Pío)

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Vive la Cuaresma consultando este Especial de Cuaresma
 


martes 01 Abril 2014

Martes de la cuarta semana de Cuaresma

San Hugo Francia

Leer el comentario del Evangelio por
San Máximo de Turín : “¿Quieres curarte? La Cuaresma conduce al bautismo."

Ezequiel 40,1-3.47,1-9.12.
El año vigesimoquinto de nuestro exilio, al comienzo del año, el décimo día del mes, es decir, catorce años después de la destrucción de la ciudad, ese mismo día, la mano del Señor descendió sobre mí, y él me llevó allá.
En una visión divina, me llevó a la tierra de Israel y me posó sobre una montaña muy alta, sobre la que había algo así como las construcciones de una ciudad, al sur.
El me llevó hasta allí, y yo vi a un hombre que por su aspecto parecía de bronce, con una cuerda de lino y una vara de medir en la mano. Estaba de pie en el pórtico.
El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos.
Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura.
Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.
El hombre me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?", y me hizo volver a la orilla del torrente.
Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.
Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio". 

Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9.
El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar.

Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor,
él hace cosas admirables en la tierra.


Juan 5,1-3a.5-16.
Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?".
El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla".
El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'".
Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'".
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía".
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado. 


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Máximo de Turín (¿- c.420), obispo
Sermón de Cuaresma, CC Sermón 50, p. 202; PL 57, 585

“¿Quieres curarte? La Cuaresma conduce al bautismo."

En el Antiguo Testamento leemos que en tiempo de Noé todo el género humano estaba perdido en el pecado, las cataratas del cielo se abrieron y durante cuarenta días las aguas de la lluvia se precipitaron sobre la tierra. Simbólicamente, durante cuarenta días la tierra fue empapada de agua. No se trata aquí tanto de un diluvio como de un bautismo. Fue un bautismo que quitó la iniquidad de los pecadores y liberó la justicia de Noé. Así, pues, el Señor, hoy como entonces, nos ha dado también a nosotros en la Cuaresma un tiempo para que durante el mismo número de días se abrieran los cielos para inundarnos de la misericordia divina. Una vez lavados en las aguas salvíficas del bautismo, nos ilumina el sacramento. Como entonces, las aguas se llevan la iniquidad de nuestras faltas y reafirman la justicia de nuestras virtudes.


La situación de hoy es la misma que en los días de Noé. El bautismo es un diluvio para el pecador y una consagración para los fieles. En el bautismo, el Señor salva la justicia y destruye la injusticia. Lo vemos en un hombre concreto: Pablo. Antes de ser purificado por los preceptos espirituales era un perseguidor de la Iglesia y un blasfemo. Una vez bañado por la lluvia celestial del bautismo, el blasfemo murió, murió el perseguidor, murió Saulo y llegó a la vida el apóstol, el justo, Pablo... Cualquiera que vive religiosamente la Cuaresma y observa las prescripciones del Señor experimenta dentro de sí la muerte al pecado y la vida a la gracia. Sucediendo a sí mismo, de alguna manera, muere como pecador y vive como justo.

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