jueves, 28 de noviembre de 2013

El Padre Pío y las Apariciones de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal





La GRACIA de la VISITACIÓN de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal.


Aquí, a continuación, reproducimos la carta del Padre Pío a las niñas de Garabandal:







"Queridas Niñas.



A las nueve de esta mañana la Santa Virgen Maria me ha hablado de vosotras queridas niñas, de vuestras visiones y me ha dicho de deciros.



"Benditas niñas de San Sebastián de Garabandal yo os prometo que estaré con vosotras hasta el fin de vuestra vida y vosotras estareis conmigo hasta el fin del mundo y luego unidas a mi en el gozo del paraiso".

Con la presente os remito una copia del S. Rosario de fatima que la Santisima Virgen me ha ordenado de enviaros. Este Rosario ha sido dictado por la Santisima Virgen y quiere que sea propagado para la salvacion de los pecadores y para la preservación de la humanidad de los peores castigos que el buen Dios esta amenazando.

Una sola es la recomendación:

Rezad y haced rezar, porque el mundo está en el camino de la perdición. No creen en vosotras ni en vuestros coloquios con la Blanca Señora pero creerán cuando sea demasiado tarde.

3 de Marzo de 1962."



    Deberíamos aprender de los santos y en vez de coger ejemplo de las actuaciones del mundo - actuaciones todas tendientes a lo material, analítico, racional, cerebral e impersonal - tendríamos que ser empáticos a las actuaciones del ESPÍRITU, es decir, DEL AMOR: JESÚS. 

   San Francisco le daba más crédito, porque tenía conocimiento de las cosas celestiales, al AMOR recibido como Gracia en la oración vivida en Asís, que a la recogida de la viña en los campos de Rivotorto. 

    El Padre Pio, igual. 

    Cerrad los ojos, elevad la mente a Dios y pedirle la asistencia para conocer las cosas de Dios y lo que Dios quiere para nosotros. Y podemos preguntarnos, ¿Qué quiere Dios para nosotros y de nosotros? Quiere para nosotros, lo mejor y, para ello, nos envía a la Santísima Virgen, que es la Mejor Madre y la Mejor Pedagoga.




El encuentro de Conchita con el padre Pío



Al respecto, cuenta la vidente:



Conchita: " ... recuerdo un poco. Sí recuerdo que el sacerdote que había estado tomando fotos pidió permiso para ello al Padre Pío, quien le respondió: «Has estado tomándolas desde que llegaste».
Recuerdo que tenía el crucifijo besado por Nuestra Señora, y que dije al Padre Pío: «Esta es la Cruz besada por la Santísima Virgen. ¿Quisiera besarla?» Padre Pío tomó entonces el Cristo y lo colocó en la palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Tomó entonces mi mano, que colocó sobre el crucifijo, cerrando los dedos de esa mano sobre mi mano; con su mano derecha bendijo mi mano y la cruz. Lo mismo hizo con mi madre cuando ella le dijo que por favor bendijera su rosario, también besado por la Virgen. Yo estuve de rodillas durante todo el tiempo que estuve ante él. Me tomó de la mano, con la cruz, mientras que me hablaba."


PADRE PÍO Y EL MILAGRO 

La forma como el Padre Pío se involucró en los eventos de Garabandal fue en parte la causa de que le hubiese sido concedido un privilegio que tan sólo a otra persona [*En la noche del 8 de agosto de 1961, Fr. Luis Andreu S.J. tuvo una visión del Milagro mientras observaba a las videntes en éxtasis en los pinos sobre una colina cerca del pueblo de Garabandal. El Padre Andreu murió a la mañana siguiente durante su regreso a casa.] le había sido. Vio el gran Milagro antes de morir.

Una de las profecías de Nuestra Señora en Garabandal en relación con el Milagro fue que el Santo Padre lo verá desde cualquier sitio donde esté, y que el Padre Pío lo vería también. Al morir el Padre Pío en 1968, Conchita quedó perpleja, preguntándose por qué la profecía aparentemente no se había cumplido. Un mes más tarde fue tranquilizada, recibiendo además un regalo precioso.

En octubre 16 de 1968, Conchita recibió un telegrama de Lourdes, proveniente de una mujer de Roma a quien Conchita conocía. El telegrama pedía a Conchita ir a Lourdes a recibir una carta del Padre Pío dirigida a ella. El Padre Alfred Combe y Bernard L'Huillier de Francia estaban en ese momento en el pueblo y accedieron a llevar a Conchita y a su madre a Lourdes. Partieron esa misma noche. Con el afán, Conchita olvidó su pasaporte. Al llegar a la frontera fueron detenidos durante seis horas, y sólo gracias a un pasaporte especial, firmado por el Governador Militar de Irun, pudieron pasar la frontera hacia Francia.

En Lourdes se entrevistaron con los emisarios del Padre Pío de Italia, entre los cuales estaba el Padre Bernardino Cennamo, O.F.M. El Padre Cennamo no era realmente de San Giovanni Rotondo, sino que pertenecía a otro monasterio. Era, sin embargo, bien conocido por el Padre Pío y por el Padre Pellegrino; éste último fue quien cuidó al Padre Pío durante sus últimos años y quien transcribió la nota para Conchita dictada por el Padre Pío.

El Padre Cennamo dijo a Conchita que no había creído en las apariciones de Garabandal hasta que el Padre Pío le pidió darle el velo que cubriría su cara después de su muerte. El velo y la carta fueron entregados a Conchita, quien preguntó al Padre Cennamo: «¿Por qué la Virgen me dijo que el Padre Pío iba a ver el Milagro y él ha muerto?» El Padre le respondió: «El vio el Milagro antes de morir, me lo dijo él mismo.»

Al regresar a casa Conchita decidió escribir sobre el incidente a un amigo en Madrid. De nuevo nos referimos a lo dicho por Conchita en la entrevista de NEEDLES de 1975:

Tenia el velo ante mis ojos mientras escribía cuando, de repente, toda la habitación se llenó con una fragancia. Había oído sobre las fragancias del Padre Pío, pero nunca les había dado mayor importancia. El cuarto entero olía con un perfume tan fuerte que comencé a llorar. Era la primera vez que experimentaba esto. Ocurrió después de su muerte."




Padre Pío y Joey Lomangino
En 1947 Joey Lomangino perdió la vista y el olfato en un absurdo accidente que le cortó el nervio óptico y el olfativo. Luego de un prolongado y penoso período de reajuste, salió triunfante convertido en un prestante hombre de negocios, pero muy cansado por el esfuerzo y el exceso de trabajo. Su médico le sugirió que tomara unas vacaciones en Europa, así que salió de su casa en Lindenhurst, Nueva York, con algunos familiares a visitar a su tío en el sur de Italia.

 


Joey no era practicante en aquellos tiempos, y fue sólo para complacer a su tío que accedió a un largo viaje en auto, el cual concluyó en San Giovanni Rotondo donde vivía el Padre Pío. Joey no sabía nada del Padre Pío en aquel entonces, y ciertamente no esperaba tener un encuentro personal con él. Al terminar la Misa se encontró en un cuarto con otros hombres que esperaban recibir la bendición del Padre Pío cuando éste pasara por allí. Joey recuerda los hechos:

    Cuando el Padre Pío entró en la habitación todos nos arrodillamos para recibir la bendición. Entró por el costado izquierdo del cuarto y lo atravesó por el frente. Oí movimiento de rodillas, sin saber qué pasaba. De repente, el Padre Pío puso sus brazos sobre mí. Me besó en la frente y me dijo: «¡Joey, me alegro tanto de verte!» Fue mi tío quien me dijo que era el Padre Pío quien me abrazaba; yo no sabía qué decir, pues había sido casi el último en entrar, y nadie sabía que yo iba a ir, ni yo mismo.
    Joey quedó profundamente impresionado. No pudo regresar en 1962, pero lo hizo en 1963. En esta ocasión decidió ir a confesarse con el Padre Pío.
    Fuí a ver al Padre Pío al confesionario, arrodillándome en el reclinatorio. El Padre Pío estaba sentado frente a mí. Me tomó de la mano, cosa que me impactó por su contraste con el confesionario americano, con páneles entre el sacerdote y el penitente. Me dijo entonces: «Joey, confiésate». Para ser muy franco, encontré esto muy embarazoso pues no estaba llevando una vida correcta. Estaba confundido y no sabía qué decir. Entonces el Padre Pío me dijo en italiano: «Confiésate». Pero de nuevo no encontraba palabras qué decirle.
    Entonces, en perfecto inglés, me dijo: «Joey, ¿recuerdas cuando estuviste en un bar con una mujer de nombre Bárbara? ¿Recuerdas los pecados que cometiste?» Y, en perfecto inglés, me recordó los sitios donde había estado, las personas con las que había estado, y los pecados que había cometido. Sudando de angustia, tuve la gracia de reconocer que valía la pena soportar todo eso si ello significaba volver a ser feliz.
    Realmente creía que el Padre Pío podría ayudarme. Cuando llegó al fondo de lodos mis pecados, después de lo que me pareció como un millar de años, me dijo en italiano: «¿Estás arrepentido?» Y yo contesté: «Si, lo estoy, Padre Pío».
    Al darme la absolución, los ojos comenzaron a rodarme en la cabeza. Me restregué los ojos con las manos, mientras la cabeza me daba vueltas y más vueltas. De repente, mi mente se aclaró total y completamente. Entonces puso su mano estigmatizada sobre mis labios y yo besé los estigmas. Me dio entonces un ligero golpe en la cara y me dijo en italiano: «Joey, un poco de paciencia y coraje y vas a estar bien».
    Tenía 33 años y me sentía de 16. Tenía el firme propósito de enmendar mi vida. Estaba arrepentido de todos los pecados que había cometido durante mi vida. Me sentía tan bien, tan limpio, que no quería siquiera involucrarme con nadie por miedo a perder la gracia recibida por sólo hablar con alguien.
    Pero había aún otra gracia más preparada para Joey mientras se arrodillaba con otros hombres para recibir la bendición del Padre Pío.
    Cuando sufrí el accidente en 1947, perdí no sólo la vista sino el sentido del olfato. Al arrodillarme para recibir la bendición, quedó atónito al percibir la fragancia de rosas que venía de la sangre en sus manos. Me eché hacia atrás contra la pared y levanté los brazos para protegerme, pues no sabía qué pasaba. El Padre Pío bajó mis brazos y me dijo en italiano: «Joey, no tengas miedo», y me tocó en el puente de la nariz, devolviéndome el sentido del olfato después de estar sin él desde el día del accidente, en junio de 1947, hacía 16 años.
    Joey estaba sobrecogido de paz y alegría y no quería abandonar San Giovanni Rotondo. Sin embargo, su compañero de viaje, Mario Corvais, le recordó su compromiso de pasar parte de sus vacaciones en un sitio llamado Garabandal.
    Cuando Mario me recordó que teníamos que irnos para Garabandal le dije: «Mario, ¿cómo sabemos que es verdad? Tal vez no es una aparición verdadera; tal vez es un truco del demonio para hacerme perder las gracias que acabo de recibir. Vamos a preguntarle al Padre Pio».
    Siempre fuimos objeto de una muy calurosa bienvenida por parte de los sacerdotes donde el Padre Pío. Fuimos donde ellos y les dije: «Me gustaría hablar con el Padre Pío, ¿está bien?» Y el sacerdote me contestó: «Ah, bueno, Joey». Así que hizo los arreglos necesarios y volvimos de nuevo más tarde para reunimos con él en el claustro.
    Al arrodillarme frente a él, dije »Padre Pío, ¿es cierto que la Virgen se está apareciendo a cuatro niñas en Garabandal?».. Y él dijo: «Sí.» Entonces le dije: «Padre Pío, ¿debo ir allá?» Y el respondió; «Sí. ¿Por qué no?» Y así es como pasó. Fue debido a que el Padre Pío me aseguró que la Virgen se estaba apareciendo aliá, y me permitió ir, que no luvr más miedo y fuí.
    Después de esa primera visita a Garabandal en 1963, Joey Lomangino hizo muchas más. Se hizo amigo de Conchita y de las demás videntes, y al regresar a los Estados Unidos comenzó a difundir la historia del Padre Pío y de las apariciones de Garabandal. En 1968 fundó la organización de los Trabajadores de Nuestra Señora del Monte Carmelo (The Workers of Our Lady of Mount Carmel), la organización que publica este folleto.



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