viernes, 29 de noviembre de 2013

Señales de la venida del Reino

Lucas 21, 29-33. Tiempo Ordinario. Es nuestra responsabilidad no perder el tiempo porque es un regalo de Dios de valor incalculable.
 
Señales de la venida del Reino
Del santo Evangelio según san Lucas 21, 29-33


Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Oración introductoria

Espíritu Santo, te pido el don de ciencia para valorar las cosas humanas en relación a mi último fin y para saber discernir lo que debo hacer en cada momento. En este momento de oración, ayúdame a guardar el silencio necesario para agradarte y escuchar lo que hoy me quieres decir.

Petición

Señor, dame fortaleza, para buscar con constancia la santidad.

Meditación del Papa Francisco

¿Cuál es la finalidad de este pueblo? El fin es el Reino de Dios, iniciado en la tierra por Dios mismo y que debe ser ampliado hasta su realización, cuando venga Cristo, nuestra vida. El fin, entonces, es la comunión plena con el Señor, la familiaridad con el Señor, entrar en su misma vida divina, donde viviremos la alegría de su amor sin medida, un gozo pleno. Queridos hermanos y hermanas, ser Iglesia, ser pueblo de Dios, según el gran designio de amor del Padre, quiere decir ser el fermento de Dios en esta humanidad nuestra, quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios a este mundo nuestro, que a menudo está desorientado, necesitado de tener respuestas que alienten, que donen esperanza y nuevo vigor en el camino. Que la Iglesia sea espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, donde cada uno se sienta acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. Y para hacer sentir al otro acogido, amado, perdonado y alentado, la Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos puedan entrar. Y nosotros debemos salir por esas puertas y anunciar el Evangelio. (S.S. Francisco, 12 de junio de 2013)

Reflexión

La parábola de la higuera se sitúa prácticamente al final del discurso de Jesús sobre las señales del fin universal. Hace aproximadamente dos mil años que Cristo pronunció estas palabras, y no pueden ser más actuales. No hace falta detenerse demasiado en dicho discurso para encontrar rápidamente el paralelismo entre lo que Cristo nos describe y lo que nosotros vivimos en la actualidad. Ante tanta adversidad el mensaje de Cristo es, como siempre, esperanzador: "el Reino de Dios está cerca". Somos pues, hijos todos de la misma generación, descendientes de Adán y Eva, los expulsados del paraíso. Pero hijos principalmente de Dios, que nos dignifica a través de su Hijo Jesucristo y que nos muestra ya la higuera que retoña, es decir, el Reino naciente en cada corazón que le ama.

El tiempo ha demostrado la autenticidad de las palabras de Nuestro Señor: "El cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". Esta sorprendente expresión de Jesús está cargada de un profundo significado: nada perdura en el tiempo, sólo Él es eterno, sólo Él puede decir "siempre".

Por eso, nos equivocamos si centramos nuestra vida en lo estrictamente pasajero, material y efímero. Debemos anclarnos en Cristo, con Él no damos pasos en falso.

Desde luego, y estamos avisados, la senda es estrecha y espinada, y cuesta transitarla, pero vamos acompañados y guiados por el Maestro. Este pasaje nos llama a volver a la frescura del Evangelio, a buscar la autenticidad del mensaje cristiano, seguros de que no pasa, jamás se desfasa, ni es atemporal. A veces, nuestros prejuicios nos empujan a quedarnos en lo más superficial de lo que conforma nuestra fe; nos ocupamos con demasiada frecuencia de lo externo; estamos estancados en nuestra dimensión más horizontal, olvidándonos de que es la vertical la que nos conduce a las alturas.

Propósito

El Señor nos advierte: "mis palabras no pasarán", es nuestra responsabilidad no perder más el tiempo, el tiempo es un regalo de Dios de valor incalculable. Utilizarlo de cara a Él, obedeciendo su santa voluntad. He ahí la tarea del cristiano y lo único que puede darnos la felicidad.

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Especial de Navidad

viernes 29 Noviembre 2013

Viernes de la trigésima cuarta semana del tiempo ordinario

San Saturnino de Tolosa, Beato Bernardo Francisco Hoyos

 Leer el comentario del Evangelio por
Beato John Henry Newman : “Mirad la higuera"

Daniel 7,2-14.
Daniel tomó la palabra y dijo: Yo miraba en mis visiones nocturnas, y vi los cuatro vientos del cielo que agitaban el gran mar.
Y cuatro animales enormes, diferentes entre sí, emergieron del mar.
El primero era como un león y tenía alas de águila. Yo estuve mirando hasta que fueron arrancadas sus alas; él fue levantado de la tierra y puesto de pie sobre dos patas como un hombre, y le fue dado un corazón de hombre.
Luego vi otro animal, el segundo, semejante a un oso; él estaba medio erguido y tenía tres costillas en su boca, entre sus dientes. Y le hablaban así: "¡Levántate, devora carne en abundancia!".
Después de esto, yo estaba mirando y vi otro animal como un leopardo; tenía cuatro alas de pájaro sobre el dorso y también cuatro cabezas, y le fue dado el dominio.
Después de esto, yo estaba mirando en las visiones nocturnas y vi un cuarto animal, terrible, espantoso y extremadamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro, comía, trituraba y el resto lo pisoteaba con las patas. Era diferente de todos los animales que lo habían precedido, y tenía diez cuernos.
Yo observaba los cuernos, y vi otro cuerno, pequeño, que se elevaba entre ellos. Tres de los cuernos anteriores fueron arrancados delante de él, y sobre este cuerno había unos ojos como de hombre y una boca que hablaba con insolencia.
Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente.
Un río de fuego brotaba y corría delante de él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros
Yo miraba a causa de las insolencias que decía el cuerno: estuve mirando hasta que el animal fue muerto, y su cuerpo destrozado y entregado al ardor del fuego.
También a los otros animales les fue retirado el dominio, pero se les permitió seguir viviendo por un momento y un tiempo.
Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él.
Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.

Daniel 3,75.76.77.78.79.80.81.
Montes y colinas,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.
Todo lo que germina en la tierra,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.

Fuentes, bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.
Mares y ríos,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.

Cetáceos y todo lo que se mueve en las aguas,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.
Aves todas del cielo,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.

Fieras y ganados,
bendecid al Señor,
alabadlo y ensalzadlo eternamente.


Lucas 21,29-33.
Y Jesús les hizo esta comparación: "Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
“El mundo invisible” PPS, t. 4, n° 13

“Mirad la higuera"

La tierra que contemplamos no nos satisface. No es más que un comienzo; no es más que una promesa del más allá; incluso en su mayor alegría, cuando la tierra se abre a todas las flores y muestra todos sus tesoros escondidos de la forma más atractiva, incluso entonces, no nos es suficiente. Sabemos que la tierra encierra en si muchas mas cosas de las que podemos ver. Un mundo de santos y de ángeles, un mundo glorioso, palacio para Dios, la montaña del Señor de los Ejércitos, la Jerusalén celestial, el trono de Dios y de su Cristo, todas las maravillas eternas, preciosas, misteriosas e incomprensibles se esconden detrás de lo que vemos nosotros. Lo que vemos no es más que la corteza de un reino eterno; y sobre ese reino fijamos la mirada de nuestra fe.



Muéstrate, Señor, como en el tiempo de Navidad, cuando te visitaron los pastores; que tu gloria se extienda como las flores y las ramas de los árboles. Todo el esplendor del sol, todo el cielo, las nubes, todo el verdor de los campos, la dulzura del canto de los pájaros no pueden contener el todo. No podremos nunca apropiarnos del todo. Todas estas cosas proceden de un centro de amor y de bondad que es Dios mismo; pero todas estas cosas no son su plenitud, hablan del cielo, pero no son el cielo; no son más que algunos rayos perdidos de su gloria, una débil réplica de su imagen; no son más que las migajas que caen de la mesa.
 

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