"Felicidades, porque con este frío, estáis aquí en la plaza". Así ha comenzado hoy el papa su catequesis del miércoles. El viento y frío intensos que estos días han llegado a Roma, no ha impedido que los fieles, con el entusiasmo que les caracteriza, hayan mostrado su cercanía una semana más el santo padre acudiendo a la plaza de San Pedro para escuchar su catequesis.
Pasadas las 9.30 de la mañana, Francisco ha llegado la plaza y, protegido de las bajas temperaturas con abrigo blanco y bufanda, ha dedicado el mismo tiempo que cualquier otro miércoles para recorrer la plaza montado en el jeep, para hacerse sentir cercano y bendecir a los presentes. Y como es habitual, varios han sido los niños que alzados en brazos de los hombres de seguridad, han recibido una caricia y una bendición del santo padre.
Clausurado ya el Año de la Fe, hoy el santo padre ha finalizado con la serie de catequesis sobre el Credo, que a lo largo de estos meses, han hecho reflexionar a los fieles, frase a frase y concepto a concepto, la fe que procesada al recitar el Credo. Hoy Francisco ha hablado de la 'resurrección de la carne'. Ha subrayado de forma especial una frase 'quien practica la misericordia no teme a la muerte', por ello, ha invitado a los presentes a repetirlo con voz alta y con fuerza.
Como novedad esta mañana, ha habido un saludo especial dedicado a los peregrinos de lengua ucraniana, a los que Francisco se ha dirigido diciendo "saludo a los peregrinos ucranianos, guiados por el arzobispo mayor su beatitud Sviatoslav Shevchuk, los obispos con los fieles de la Iglesia greco-católica, venidos a las tumbas de los apóstoles para la conclusión del Año de la Fe y por el quincuagésimo aniversario de la traslación del cuerpo de san Giosafat en la Basílica Vaticana". El ejemplo de este santo - ha afirmado el papa - que ha dado la propia vida por el Señor Jesús y por la unidad de la Iglesia, es para todos una invitación a comprometerse cada día con la comunión entre los hermanos.
En el resumen en lengua española, el santo padre ha dicho:
Queridos hermanos y hermanas:
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo.
Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, dentro de nosotros hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo.
Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, dentro de nosotros hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española diciendo: "Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos".
Después de los saludos en todas las lenguas y antes de finalizar, el pontífice ha dirigido un pensamiento afectuosos a los jóvenes, a los enfermos y recién casado. "Queridos jóvenes - ha dicho - preparad vuestros corazones para acoger a Jesús Salvador; queridos enfermos, ofreced vuestro sufrimiento para que todos reconozcan en la Navidad el encuentro del Cristo con la frágil naturaleza humana; y vosotros recién casado, vivid vuestro matrimonio como el reflejo del amor de Dios en vuestra historia personal".
Tras la bendición final, Francisco ha comenzado con los saludos habituales. Primero arzobispos y obispos que se encuentran en el Sagrado, después desciende hacia la plaza para saludar a algunas personalidades y después, dedicarle tiempo a los enfermos de las primeras filas. Con un de ellos, el santo padre ha intercambiado la bufanda, la suya blanca por una gris y negra. Con gran termura, el papa Francisco ha abrazado y charlado con niños, adultos y ancianos.
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