Esta entrada es parte de la Introducción a la Historia de la Salvación
Al estar sujetas al cambio, las realidades de este mundo son esencialmente “realidades temporales”: la temporalidad, en efecto, tiene que ver con el movimiento. Pues bien, en el caso del hombre, el tiempo constituye “una historia” y no sólo una sucesión de momentos, porque hay un sujeto consciente (al menos potencialmente) y libre que permanece en los cambios, efectivamente:
«si la persona humana, en su devenir temporal, no conservase una sustancia permanente, no habría historia sino una sucesión ahistórica de momentos que no podrían atribuirse a esa persona porque no sería una» (F. OCÁRIZ, Naturaleza, Gracia y Gloria, cit., p. 55). Es precisamente, la conciencia de sí, que es propia de la persona humana, le permite llegar a poseer su pasado y proyectar el futuro, a tener una historia personal e intervenir en la historia humana:
«La historicidad del hombre es la consecuencia de su espiritualidad supra-temporal existente en el tiempo. Antropológicamente, la “situación ontológica” del hombre de ser en el tiempo y por encima del tiempo deriva de su estructura unitaria de espíritu que es alma de un cuerpo, es decir de su ser persona corpórea» (J.J. SANGUINETI, Tempo, cit.). Cfr. ID., Tempo naturale e tempo umano, en E. MARIANI (a cura di), Aspetti del tempo, Napoli 1998, p. 233-253..
El cristiano que conoce que todas las cosas han sido creadas «por Cristo y para Cristo» (Col 1,16), sabe que la historia humana tiene un sentido, es una “historia de salvación”. Dios, que «quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), ha intervenido enviando al mundo al Hijo y al Espíritu Santo, y continúa interviniendo para hacer que todo coopere al bien de los que le aman (cfr. Rm8,28): conduce la creación entera a la recapitulación de todas las cosas en Cristo (cfr. Ef 1,10). Por eso la teología afirma que los tiempos son de Dios, que es el Señor de la historia. Él la dirige soberanamente a su fin. De algún modo, el amor de Dios está detrás de cada acontecimiento, aunque de una manera a veces oculta para nosotros.
Pero esos caminos no están ya establecidos. Hay una indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar. El curso de los sucesos depende de la respuesta libre del hombre al amor divino. La historia humana no es como una corriente que arrastra al cristiano sin que pueda cambiar su rumbo. El cauce del río no está trazado de antemano. El cristiano ha de abrir camino, encauzar los acontecimientos guiándose por la luz de Cristo.
Es la fe en Cristo, muerto y resucitado, presente en todos y cada uno de los momentos de la vida, la que ilumina nuestras conciencias, incitándonos a participar con todas las fuerzas en las vicisitudes y en los problemas de la historia humana. En esa historia, que se inició con la creación del mundo y que terminará con la consumación de los siglos, el cristiano no es un apátrida. Es un ciudadano de la ciudad de los hombres, con el alma llena del deseo de Dios (…). Somos dueños de nuestros propios actos y podemos –con la gracia del Cielo–construir nuestro destino eterno (San Josemaría Escriva, Es Cristo que pasa, n. 99. Cfr. Conversaciones, n. 113).
Como acabamos de leer, la luz que ilumina los pasos del cristiano en la historia es “la fe en Cristo”. Él es la plenitud de la Revelación. Su venida al mundo al cumplirse los tiempos, permite entender que toda la historia anterior mira hacia ese momento y orienta el futuro a la consumación de la Voluntad salvífica del Padre en el último tramo que queda por recorrer hasta su segunda venida. En este tiempo –el tiempo de la Iglesia–, ha confiado a los miembros de su Cuerpo místico la misión de evangelizar a todo el mundo y no los abandona (cfr. Mt 28,20). Prolonga por medio de los suyos la misión para la que ha sido enviado por el Padre, ya que por la gracia el cristiano puede vivir en la historia la misma vida de Cristo. Para subrayar este aspecto, la gracia ha sido definida –en cuanto gratia Christi o participación en la vida sobrenatural de Cristo– como:
«la introducción, donada por Dios, del hombre (y del mundo) en el evento escatológico de salvación de Jesucristo, evento que al mismo tiempo es la radical comunicación de sí de Dios Trino. Esta introducción es como una “nueva creación” (entendida ontológicamente)» (F. MUSSNER, Lineamenti fondamentali della Teologia della grazia nel Nuovo Testamento, en J. FEINER – M. LÖHRER, Mysterium salutis, vol. 9, Brescia 1975, p. 52).
De los párrafos precedentes emergen tres cuestiones de fondo que podemos enunciarlas así:
- la “Teología de la historia”,
- la “Teología como historia de la salvación”, y
- la “Teología de la salvación de la historia”.
Fuente: ERNST BURKHART – JAVIER LÓPEZ, en Vida cotifana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Tomo I, Rialp, 2010
Bibliografía:
- Sobre la noción de tiempo a la luz de la Revelación cristiana, cfr. J.J. SANGUINETI, Tempo, en G. TANZELLA-NITTI – ALBERTO STRUMIA (dir.), Dizionario interdisciplinare di Scienza e Fede, Roma 2002, vol. 2, , pp. 1363-1373 (sobre todo el apartado IV).
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