Consoladora homilía de Francisco en la misa diaria
ROMA, 29 de abril de 2013 (Zenit.org) - El confesionario no es ni una "lavandería" que elimina las manchas de los pecados, ni una "sesión de tortura", donde se infligen golpes. La confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella "bendita vergüenza", la "virtud del humilde" que nos hace reconocer como pecadores.
Así se ha expresado el papa Francisco sobre la reconciliación, en la homilía pronunciada durante la misa celebrada este lunes 29 de abril, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, según informa hoy el diario vaticano L'Osservatore Romano.
Entre los concelebrantes estaban el cardenal Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), con el secretario, monseñor Luigi Mistò; el arzobispo Francesco Gioia, presidente de la Opera Peregrinatio ad Petri Sedem, el arzobispo de Owerri, monseñor Anthony Obinna, y el procurador general de los Verbitas, padre Giancarlo Girardi. También concelebraron monseñor Eduardo Horacio García, obispo auxiliar y provicario general de Buenos Aires. Entre los presentes, las hermanas Pías Discípulas del Divino Maestro, que sirven en el Vaticano y un grupo de empleados de APSA.
El papa inició su homilía con una reflexión sobre la primera carta de San Juan (1, 5-2, 2), en la que el apóstol «se dirige a los primeros cristianos, y lo hace con sencillez: "Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna". Pero "si decimos que estamos en comunión con Él", amigos del Señor, "y andamos en tinieblas, somos mentirosos y no practicamos la verdad". Y a Dios se le debe adorar en espíritu y en verdad».
"¿Qué quiere decir --preguntó el papa--, caminar en la oscuridad? Porque todos tenemos oscuridad en nuestras vidas, incluso momentos en los que todo, incluso en la propia conciencia, es oscuro, ¿no? Caminar en la oscuridad significa estar satisfecho consigo mismo. Estar convencidos de no necesitar salvación. ¡Esas son las tinieblas!".
Y, continuó, "cuando uno avanza en este camino de la oscuridad, no es fácil volver atrás. Por lo tanto, Juan continúa, tal vez esta manera de pensar lo ha hecho reflexionar: "Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros". Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el punto de partida".
"Si confesamos nuestros pecados --dijo el papa--, Él es fiel, es justo tanto para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Y se presenta a nosotros, ¿no es así?, este Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona. Cuando el Señor nos perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque Él ha venido a salvar, y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo. «Soy tu salvador» y nos acoge".
Lo hace en el espíritu del Salmo 102: "Como un padre es tierno con sus hijos, así es el Señor, y tierno con los que le temen", con los que vienen a Él. La ternura del Señor. Siempre nos entiende, pero no nos deja hablar: Él lo sabe todo. «No te preocupes, vete en paz», la paz que sólo Él da".
Esto es lo que "sucede en el sacramento de la reconciliación. Tantas veces --dijo el papa--, pensamos que ir a la confesión es como ir a la lavandería. Pero Jesús en el confesionario no es una lavandería".
La confesión «es un encuentro con Jesús que nos espera como somos. "Pero, Señor, mira, yo soy así". Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana, e incluso humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a los que no pueden avergonzarse le dicen "sinvergüenza". Este es uno sin "vergüenza", porque no tiene la capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es una virtud del humilde».
Seguido a esto, el papa Francisco retomó la carta de san Juan. Estas palabras, dijo, que nos invitan a confiar: "El Paráclito está de nuestro lado y nos sostiene ante el Padre. Él sostiene nuestra vida débil, nuestro pecado. Nos perdona. Él es nuestra defensa, porque nos sostiene. Ahora, ¿cómo debemos ir hasta el Señor, así, con nuestra realidad de pecadores? Con confianza, incluso con alegría, sin maquillaje. ¡Nunca debemos maquillarnos delante de Dios! Con la verdad. ¿Con vergüenza? Bendita vergüenza, esta es una virtud".
«Jesús nos espera a cada uno de nosotros, reiteró citando el evangelio de Mateo (11, 25-30): "Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados", incluso del pecado, "y yo les daré descanso. Lleven sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón". Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre».
"La humildad y la mansedumbre --prosiguió el papa--, son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano siempre va así, en la humildad y en la mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. ¿Puedo hacerles una pregunta?: ¿ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas... Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre".
El papa invitó a confiar en las palabras del apóstol Juan: "Si alguno ha pecado, tenemos un Paráclito ante el Padre".
Y concluyó: "Esto nos da aliento. Es bello, ¿no? ¿Y si tenemos vergüenza? Bendita vergüenza porque eso es una virtud. Que el Señor nos dé esta gracia, este valor de ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es la luz. Y no con la oscuridad de las verdades a medias o de las mentiras delante de Dios”.
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