Doctora de la Iglesia, Abril 29 | |||||||||||||||||||||||||||
Como no sabía leer ni escribir, comenzó a decir a varios amanuenses sus cartas, afligidas y sabias, dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Su valiente compromiso social y político suscitó no pocas perplejidades entre sus mismos superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta. En Siena, en el recogimiento de su celda, dictó el “Diálogo sobre la Divina Providencia” para tributar a Dios su último canto de amor. En los comienzos del gran cisma aceptó el llamamiento de Urbano VI para que fuera a Roma. Aquí se enfermó y murió rodeada de sus muchos discípulos a quienes recomendó que se amaran unos a otros. Era el 29 de abril de 1380: hacía un mes que había cumplido 33 años. Fue canonizada el 29 de abril de 1461. En 1939 fue declarada patrona de Italia junto con San Francisco de Asís, y el 4 de octubre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia, y el 1 de Octubre de 1999 S.S. Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa. Además Santa Catalina tiene los siguientes patronatos: ° contra los incendios; ° contra los males corporales; ° contra la enfermedad; ° contra los abortos involuntarios; ° contra las tentaciones; ° Allentown, Pennsylvania; ° para la prevención de incendios; ° de los bomberos; ° de las enfermeras; ° de las personas ridiculizadas por su piedad; ° de los enfermos. Catalina de Siena
Considerada una de las grandes místicas de su siglo, destacó asimismo su faceta de predicadora y escritora, así como su decisiva contribución al regreso del papado a Roma tras el exilio de Aviñón. Es una santa muy venerada y popular en fundaciones, iglesias y santuarios de la Orden dominicana. InfanciaHija número 24 de un total de 25 (su hermana gemela Giovanna, la vigésimocuarta, vivió unos pocos meses) de Jacobo Benincasa, tintorero, y de Lapa Piagenti (o Piacenti), hija de un poeta local.Bautizada como Catalina Benincasa, pertenecía a una familia de la clase media-baja de la sociedad, compuesta básicamente por fontaneros y notarios, conocida como "la fiesta de los 12", quienes entre una revolución y otra, gobernaron en la república de Siena1355 a 1368. Sus hermanos la apodaron como Eufrosina. Catalina no tuvo una educación formal; desde temprana edad mostró su gusto por la soledad y la oración, y siendo niña todavía, a la edad de siete años, se consagró a la mortificación e hizo voto de castidad. A los doce años sus inadvertidos padres comenzaron a hacer planes de matrimonio para Catalina, pero ella reaccionó cortándose todo su cabello y encerrándose, con un velo sobre su cabeza. Con objeto de persuadirla, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida. Sólo un evento inusual, una paloma que se posó en la cabeza de Catalina mientras oraba, convenció a Jacobo de la sincera vocación de su hija. A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, sólo alimentada por la Eucaristía. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario. JuventudSeguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un "Matrimonio Místico" con Jesús, en la basílica de santo Domingo de Siena, teniendo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública.[1] Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con la principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, emplazándolo a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios. Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada, y aún, si hubiera de creer a los historiadores de su época, podría decirse que operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.[2] En junio de 1376 Catalina fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia, con el fin de lograr la paz de dicha república con los Estados Pontificios y el Papa mismo.[3] La impresión que causó Catalina en el Papa significó el retorno de éste a Roma el 17 de enero de 1377. Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede. Respondió a las cuestiones capciosas de algunos sabios y de varios obispos, de un modo que los confundió. Tras grandes trabajos e inmensas dificultades, reconcilió a los florentinos con el papa Urbano VI, sucesor de Gregorio XI, colgando el 18 de julio de 1378 una rama de olivo en el Palacio en señal de paz.[4] MuerteSe retiró luego a la más profunda soledad; pero de allí hubo de sacarla el Cisma de Occidente. Apoyó al papa romano Urbano VI, quien la convocó a Roma, donde vivió hasta su muerte el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años. Fue sepultada en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma; su cráneo fue llevado a la iglesia de Santo Domingo de Siena en 1384 y un pie se encuentra en Venecia.Entre los principales seguidores de Catalina, se encontraban su confesor y biógrafo, posteriormente general de los dominicos, fray Raimundo de las Viñas, de Capua (fallecido en 1399) y Estefano de Corrado Maconi (fallecido en 1424), quien fue uno de sus secretarios, y se convirtió luego en Prior General de los Cartujos. El libro de Raimundo sobre la vida de Catalina, la "Leyenda", fue terminado en 1395. Una segunda versión de la vida de Catalina, el "Suplemento", fue escrito unos años después por otro de sus seguidores, fray Tomás Caffarini (muerto en 1434), quien posteriormente escribió también la "Leyenda Menor", libro que fue traducido al italiano por Estefano Maconi. CanonizaciónPío II la declaró santa en 1461. Inicialmente, se la conmemoraba el mismo día de su muerte, el 29 de abril. En 1628 Urbano VIII la movió al día siguiente, para no superponer la fiesta con la de san Pedro de Verona, hasta que en 1969 volvió a su fecha primitiva.En 1939 Pío XII la declaró patrona principal de Italia, junto a San Francisco de Asís. En 1970 Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia, siendo la segunda mujer en obtener tal distinción (después de santa Teresa de Jesús y antes de Santa Teresita del Niño Jesús). En 1999, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se convirtió en una de las Santas Patronas de Europa.[5] Obra escritaSanta Catalina dejó el Diálogo de la Divina Providencia, llamado simplemente Diálogo, escrito durante cinco días de éxtasis religioso, del nueve al catorce de octubre de 1378; 26 Oraciones; y 381 cartas, grandes trabajos de la literatura toscana vernácula.Referencias
Bibliografía
Enlaces externos
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SANTA CATALINA DE SIENA
Virgen y Doctora de la Iglesia1347-1380
Fiesta: 29 de abril
Virgen y Doctora de la Iglesia1347-1380
Fiesta: 29 de abril
Una temprana vida de virtud
Santa Catalina nació en 1347 en Siena, hija de padres virtuosos y piadosos. Ella fue favorecida por Dios con gracias extraordinarias desde una corta edad, y tenía un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de Dios. A los siete años, consagró su virginidad a Dios a través de un voto privado. A los doce años, la madre y la hermana de Santa Catalina intentaron persuadirla para llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a prestar más atención a su apariencia. Para complacerlos, ella se vestía de gala y se engalanaba con joyas que se estilaban en esa época. Al poco tiempo, Santa Catalina se arrepintió de esta vanidad. Su familia consideró la soledad inapropiada para la vida matrimonial, y así comenzaron a frustrar sus devociones, privándola de su pequeña cámara o celda en la cual pasaba gran parte de su tiempo en soledad y oración. Ellos le dieron varios trabajos duros para distraerla. Santa Catalina sobrellevó todo esto con dulzura y paciencia. El Señor le enseñó a lograr otro tipo de soledad en su corazón, donde, entre todas sus ocupaciones, se consideraba siempre a solas con Dios, y donde no podía entrar ninguna tribulación.
Más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad, asistía generosamente a los pobres, servía a los enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros. Ella prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón.
Intimidad y Celebraciones Esponsales con Jesús
Como una consagración más formal a Dios, a los diez y ocho años, Santa Catalina recibió el largo hábito blanco y negro deseado de la tercera orden de Santo Domingo. El hecho de pertenecer a una tercera orden significaba que la persona viviría la espiritualidad Dominica, pero en el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en ser admitida. A partir de ese momento su celda llego a ser su paraíso, y se ofrecía a si misma en oración y mortificación. Durante tres años vivió como en una ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie excepto Dios y su confesor. Durante este período, había momentos en que formas repugnantes y figuras tentadoras se presentarían en su imaginación, y las tentaciones más degradantes la asediaban. Posteriormente, el diablo extendió en su alma como una nube y una oscuridad tan grande que fue la prueba más severa jamás imaginable. Santa Catalina continuó con un espíritu de oración ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de dichas pruebas que solo habían servido para purificar su corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo, ella le pregunto: "¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?" Ella escuchó una voz que le decía, "Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia." En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un ‘matrimonio místico’ con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció una visión de Cristo, acompañado por Su madre y un cortejo celestial. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó Consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.
Su servicio al prójimo
Luego de tres años de vida solitaria en su hogar, Santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto, comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos. Dios recompensó su caridad con los pobres a través de varios milagros, a menudo multiplicando víveres en sus manos, y haciendo que ella pudiera llevar todo lo necesario a los pobres, lo cual no hubiera podido lograrlo de otro modo a través de su fortaleza natural. En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a los enfermos. "Nunca se la vio tan admirable como en ese momento”, escribió un sacerdote que la había conocido desde su infancia. "Siempre estaba con los que padecían por causa de la peste; los preparaba para la muerte y los enterraba con sus propias manos. Yo mismo fui testigo del gozo con que los atendía y de la maravillosa eficacia de sus palabras, que dieron lugar a muchas conversiones."
Todos sus discursos, acciones y su silencio inducían a los hombres al amor a la virtud, de tal modo a que nadie, de acuerdo al Papa Pío II, que se acercara alguna vez a ella regresaba sin ser una mejor persona. Santa Catalina era capaz de reconciliar a los peores enemigos, más a través de sus oraciones que de sus palabras. Por ejemplo, un hombre a quien ella estaba tratando de persuadir para que llevara una vida virtuosa, cuando Santa Catalina vio que sus palabras no estaban teniendo efecto, ella hizo una pausa repentina en su discurso para ofrecer oraciones por el. Sus oraciones fueron escuchadas en ese mismo instante, y un cambio radical se produjo en el hombre. Luego se reconcilió con sus enemigos y adoptó una vida penitencial. Los pecadores más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a escucharla o solo a verla, y fueron ganados por sus palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.
Se reunieron alrededor de la santa un grupo de fervientes seguidores. Por ejemplo, un ermitaño de edad avanzada abandonó su soledad para estar cerca de ella porque decía que encontraba más paz de mente y progreso en la virtud siguiéndola que lo que jamás hubiera hallado en su celda. Otro descubrió que cuando ella hablaba, el amor divino se inflamaba en todo su ser, y su desprecio por lo mundano aumentaba. Un cálido afecto la vinculaba a aquellos a quienes ella llamaba su familia espiritual – hijos suyos dados por Dios a quienes podía ayudar a lo largo del camino hacia la perfección. Ellos eran testigos de su espíritu de profecía, su conocimiento de las conciencias de los demás y su extraordinaria luz en las cuestiones espirituales. Ella leía sus pensamientos y frecuentemente tenía conocimiento de sus tentaciones cuando se alejaban de ella. En ese momento la opinión pública acerca de Catalina estaba dividida; varios la reverenciaban como a una santa, mientras que otros la consideraban una fanática o la denunciaban como hipócrita. Su confesor de ese tiempo, el Padre Raimundo, sería posteriormente el biógrafo de la santa.
Una conciliadora para la IglesiaUno de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su desplazamiento a Francia. Asimismo, se la llego a reconocer como conciliadora – ella comenzó ayudando a resolver varios conflictos familiares, y luego su trabajo se amplió para incluir el establecimiento de la paz en las ciudades estados italianas. Por ejemplo, en 1375, Santa Catalina tuvo noticias a través de Fray Raimundo de que la gente de Florencia se había adherido a una liga que estaba en contra de la Santa Sede. El Papa Gregorio XI, que residía en Avignon, escribió a la ciudad de Florencia, pero sin éxito. Ocurrieron divisiones internas y asesinatos entre los florentinos, y pronto se demando su reconciliación. Santa Catalina fue enviada por los magistrados de la ciudad como mediadora. Antes de llegar a Florencia, se reunió con los jefes de los magistrados, y la ciudad encomendó toda la situación a su criterio, con la promesa de que debía ser seguida a Avignon por sus Embajadores, quienes debían firmar y ratificar las condiciones de reconciliación y confirmar cada cosa que había hecho. Su Santidad, luego de haber tenido una conferencia con ella, en admiración de su prudencia y santidad, le manifestó: "No deseo nada más que la paz. Dejo esta cuestión totalmente en sus manos; solo le recomiendo el honor de la Iglesia." Sin embargo, los florentinos no fueron sinceros en su búsqueda de la paz, y continuaron sus intrigas secretas para apartar a toda Italia de su obediencia a la Santa Sede.
La santa tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. Gregorio XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, el mismo consulto a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió: "Cumpla con su promesa hecha a Dios." El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo. La Santa pronto partió de Avignon. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma, en donde finalmente falleció en 1376.
Posteriormente, Santa Catalina escribió al Papa Gregorio XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por todos los medios posibles a la paz general de Italia. Su Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún dividida y obstinada en su desobediencia. Ella vivió un tiempo allí en medio de varios peligros incluso contra su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI, sino del Papa Urbano VI. Esta reconciliación ocurrió en 1378, luego de lo cual Santa Catalina regresó a Siena.
Conclusión de la Vida de la SantaSanta Catalina regreso de esta manera a Siena, donde prosiguió su vida de oración. Ella obtuvo la unión perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera obligada a conversar con diferentes personas sobre varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y absorta en Dios. En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cual de las dos se complacería. Ella respondió: "Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite." Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza.
En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se retiraron de Italia y residieron en Avignon. Santa Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se encontraba, y a aplacar el temperamento que le había llevado a tener tantos enemigos. A través del Padre Raimundo de Capua, su confesor y posteriormente su biógrafo, el Papa pidió a Santa Catalina regresar a Roma. El la escuchó y siguió sus instrucciones. Ella también escribió a los reyes de Francia y de Hungría para exhortarlos a renunciar al cisma.
Mientras trabajaba afanosamente para extender la obediencia al verdadero Papa, la salud de Santa Catalina comenzó a deteriorarse. Ella falleció de un ataque súbito a los 33 años en Roma. Los habitantes de Siena deseaban conservar su cabeza. Hubo un milagro que se comentó en el cual tuvieron un éxito parcial. Sabiendo que ellos no podían llevar a escondidas todo su cuerpo fuera de Roma, decidieron llevar solo su cabeza, la cual colocaron en un bolso. Cuando fueron detenidos por los guardias romanos, oraron para que Santa Catalina los ayudara. Cuando los guardias abrieron el bolso, parecía que ya no contenía su cabeza sino que todo el bolso estaba lleno de pétalos de rosa. Una vez que regresaron a Siena, volvieron a abrir el bolso y su cabeza estaba visible nuevamente. Debido a este relato, Sana Catalina a menudo es observada sosteniendo una rosa. La cabeza incorruptible y el dedo pulgar fueron sepultados en la Basílica de Santo Domingo, donde se conservan en la actualidad. El cuerpo de Santa Catalina esta enterrado en la Basílica de Santa María sopra Minerva en Roma, que se encuentra cerca del Panteón.
Las cartas de Santa Catalina son consideradas como una de las grandes obras de principios de la literatura Toscana. Ella escribió 364, y más de 300 de ellas se conservan en la actualidad. En sus cartas dirigidas al Papa, a menudo se refería al mismo con afecto como “Papa” o “Papi” (“Babbo” en italiano). Aproximadamente un tercio de sus cartas estaban dirigidas a mujeres. Otros destinatarios incluyen a sus diversos confesores, entre ellos Raimundo de Capua, los reyes de Francia y Hungría, la Reina de Nápoles y numerosas figuras religiosas. Su otra obra magistral es el “Diálogo de la Divina Providencia,” un diálogo entre el alma y Dios. Registrado entre Registrado entre 1377 y 1378 por los miembros de su círculo. A menudo considerada como una analfabeta, Santa Catalina es reconocida por Raimundo en su biografía como capaz de leer latín e italiano, y otro hagiógrafo, Tommaso Caffarini, manifestó que la santa podía escribir. El Papa Pío II canonizó a Catalina en 1461, y el Papa Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia in 1970, haciéndola una de las primeras mujeres en recibir este honor. Su Fiesta es el 29 de abril.
En la Confesión se realiza la misericordia de DiosSanta Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia: Los Diálogo 75.
"También recibe el alma de otra manera este bautismo, hablando de un modo figurado, por especial providencia de mi divina caridad. Yo conocía la debilidad y fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme. No que se vea forzado por ella ni por ninguna otra cosa a cometer la culpa, si él no quiere, sino que, como frágil, cae en culpa de pecado mortal, por la que pierde la gracia que recibió en el santo bautismo en virtud de la Sangre. Por esto fue necesario que la divina Caridad proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre. Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la llave de la Sangre. Esta Sangre es la que la absolución del sacerdote hace deslizar por el semblante del alma.
Si la confesión es imposible, basta la contrición de! corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os da el fruto de esta preciosa sangre. Mas, pudiendo confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto que en el último momento, si el alma la desea y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le diga: "Tú no te acordaste de mí en vida, mientras tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora de la muerte". Que nadie, pues, se fíe, y si alguien, por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta última hora el recibir este bautismo de la esperanza en la Sangre. Puedes ver, pues, cómo este bautismo es continuo, en el que el alma debe ser bautizada hasta el final de su vida.
En este bautismo conoce que mi operación (es decir, el tormento de la cruz) fue finita, pero el fruto del tormento que por mí habéis recibido es infinito en virtud de la naturaleza divina, que es infinita, unida con la naturaleza humana, finita, que fue la que sufrió en mí. Verbo, vestido de vuestra humanidad. Mas porque una naturaleza está unida y amasada con la otra, la Deidad eterna trajo de sí e hizo suya la pena que yo sufrí con tanto fuego de amor. Por esto puede llamarse infinita esta operación, no porque lo sea el sufrimiento actual del cuerpo y el sufrimiento que me proporcionaba el deseo de cumplir vuestra redención (ya que ambas terminaron en la cruz cuando el alma se separó del cuerpo), pero el fruto, que proviene del sufrimiento y del deseo de vuestra salvación, sí es infinito. Por esto lo recibís infinitamente. Si no hubiese sido infinito, no habría sido restaurado todo el género humano: pasados, presentes y venideros. Ni el hombre cuando peca podría levantarse después de su pecado, si no fuera infinito este bautismo de la Sangre que se os ha dado, es decir, si no fuera infinito su fruto.
Esto os manifesté en la apertura de mi costado, donde halláis los secretos del corazón, demostrándoos que os amo mucho más de lo que puedo manifestar con un tormento finito. ¿En qué te he revelado que es infinito? En el bautismo de la Sangre, unido con el fuego de mi caridad, derramada por amor, con el bautismo general, dado a los cristianos y a quienes quieran recibirlo, del agua, unido con la Sangre y con el fuego, en que el alma se amasa con mi Sangre. Para dároslo a entender, quise que del costado saliese sangre y agua. Con esto he querido responder a lo que tú me preguntabas."
Oración: Señor Dios, tú has mostrado a santa Catalina el amor infinito hacia todos los hombres, hechura de tus manos, que arde en tu corazón . Ella compartió generosamente esta revelación y la vivió en todas sus consecuencias hasta el heroísmo. Concédenos que podamos seguir su ejemplo, confiando en tus promesas y aumentando nuestra fe en tu presencia en cada sacramento, especialmente en el sacramento de tu perdón. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
De Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"
"También recibe el alma de otra manera este bautismo, hablando de un modo figurado, por especial providencia de mi divina caridad. Yo conocía la debilidad y fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme. No que se vea forzado por ella ni por ninguna otra cosa a cometer la culpa, si él no quiere, sino que, como frágil, cae en culpa de pecado mortal, por la que pierde la gracia que recibió en el santo bautismo en virtud de la Sangre. Por esto fue necesario que la divina Caridad proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre. Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la llave de la Sangre. Esta Sangre es la que la absolución del sacerdote hace deslizar por el semblante del alma.
Si la confesión es imposible, basta la contrición de! corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os da el fruto de esta preciosa sangre. Mas, pudiendo confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto que en el último momento, si el alma la desea y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida, porque no está seguro de que, por su obstinación, yo en mi divina justicia, no le diga: "Tú no te acordaste de mí en vida, mientras tuviste tiempo, tampoco yo me acuerdo de ti en la hora de la muerte". Que nadie, pues, se fíe, y si alguien, por su culpa, lo hizo hasta ahora, no dilate hasta última hora el recibir este bautismo de la esperanza en la Sangre. Puedes ver, pues, cómo este bautismo es continuo, en el que el alma debe ser bautizada hasta el final de su vida.
En este bautismo conoce que mi operación (es decir, el tormento de la cruz) fue finita, pero el fruto del tormento que por mí habéis recibido es infinito en virtud de la naturaleza divina, que es infinita, unida con la naturaleza humana, finita, que fue la que sufrió en mí. Verbo, vestido de vuestra humanidad. Mas porque una naturaleza está unida y amasada con la otra, la Deidad eterna trajo de sí e hizo suya la pena que yo sufrí con tanto fuego de amor. Por esto puede llamarse infinita esta operación, no porque lo sea el sufrimiento actual del cuerpo y el sufrimiento que me proporcionaba el deseo de cumplir vuestra redención (ya que ambas terminaron en la cruz cuando el alma se separó del cuerpo), pero el fruto, que proviene del sufrimiento y del deseo de vuestra salvación, sí es infinito. Por esto lo recibís infinitamente. Si no hubiese sido infinito, no habría sido restaurado todo el género humano: pasados, presentes y venideros. Ni el hombre cuando peca podría levantarse después de su pecado, si no fuera infinito este bautismo de la Sangre que se os ha dado, es decir, si no fuera infinito su fruto.
Esto os manifesté en la apertura de mi costado, donde halláis los secretos del corazón, demostrándoos que os amo mucho más de lo que puedo manifestar con un tormento finito. ¿En qué te he revelado que es infinito? En el bautismo de la Sangre, unido con el fuego de mi caridad, derramada por amor, con el bautismo general, dado a los cristianos y a quienes quieran recibirlo, del agua, unido con la Sangre y con el fuego, en que el alma se amasa con mi Sangre. Para dároslo a entender, quise que del costado saliese sangre y agua. Con esto he querido responder a lo que tú me preguntabas."
Oración: Señor Dios, tú has mostrado a santa Catalina el amor infinito hacia todos los hombres, hechura de tus manos, que arde en tu corazón . Ella compartió generosamente esta revelación y la vivió en todas sus consecuencias hasta el heroísmo. Concédenos que podamos seguir su ejemplo, confiando en tus promesas y aumentando nuestra fe en tu presencia en cada sacramento, especialmente en el sacramento de tu perdón. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
De Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"
Basílca de Santo Domingo>>>
Proclamación de Santa Catalina de Siena como Doctora de la Iglesia Universal>>>
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Santa Catalina de SienaVirgen y doctora de la Iglesia
Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa "Pura") era la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.
Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.
A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.
Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.
Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del pontificado.
El papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia.
Ella, Santa Teresa de Avila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este título.
Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Santos: Paulino, Severo, obispos;
Agapio, Secundino, Tíquico, Torpetes, Emiliano, mártires; Pedro de Verona;
Roberto (Bob, Boby), monje; Tértula, Antonia, vírgenes; Hugo, abad.
Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia
fecha: 29 de abril
fecha en el calendario anterior: 30 de abril
n.: 1347 - †: 1380 - país: Italia
canonización: C: Pío II 29 jun 1461
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 30 de abril
n.: 1347 - †: 1380 - país: Italia
canonización: C: Pío II 29 jun 1461
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Fiesta de santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, que, habiendo ingresado en las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, deseosa de conocer a Dios en sí misma y a sí misma en Dios, se esforzó en asemejarse a Cristo crucificado. Trabajó también enérgica e incansablemente por la paz, por el retorno del Romano Pontífice a la Urbe y por la unidad de la Iglesia, y dejó espléndidos documentos llenos de doctrina espiritual.
patronazgo: patrona de Europa, Italia, Roma y Siena, de las enfermeras, lavanderas y secretarias parroquiales, de los moribundos, protectora contra los incendios, el dolor de cabeza y la peste.
oración:
Señor Dios, que hiciste a santa Catalina de Siena arder de amor divino en la contemplación de la pasión de tu Hijo y en su entrega al servicio de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, vivir asociados al misterio de Cristo para que podamos llenarnos de alegría con la manifestación de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica)
Santa Catalina nació en Siena el día de la fiesta de la Anunciación de 1347. Junto con su hermana gemela, quien murió poco después de nacida, era la más joven de los veinticinco hijos de Giacomo Benincasa, un pintor acomodado. Lapa, la madre de la santa, era hija de un poeta que ha caído en el olvido. Toda la familia vivía en la espaciosa casa, que la piedad de los habitantes de Siena ha conservado intacta hasta el día de hoy. Cuando niña, Catalina era muy alegre. En ciertas ocasiones, al subir por la escalera, se arrodillaba en cada escalón para decir una Avemaría. A los seis años tuvo una extraordinaria experiencia mística, que definió prácticamente su vocación: volvía con su hermano Esteban de la casa de su hermana Buenaventura, que estaba casada, cuando se detuvo de pronto, como si estuviese clavada en el suelo y fijó los ojos en el cielo; su hermano, que se había adelantado algunos pasos, regresó y la llamó a gritos, pero la niña no le oía; Catalina no volvió en sí hasta que su hermano la tomó por la mano: «¡Oh! -exclamó-, si hubieses visto lo que yo veía no me habríais despertado»; y empezó a llorar porque había desaparecido la visión en la que el Salvador se le apareció en su trono de gloria, acompañado por san Pedro, san Pablo y san Juan; Cristo había sonreído y bendecido a Catalina. A partir de ese instante, la muchacha se entregó enteramente a Cristo. En vano se esforzó su madre, que no creía en la visión, por despertar en ella los intereses de los niños de su edad; lo único que interesaba a Catalina eran la oración y la soledad y sólo se reunía con los otros niños para hacerles participar en sus devociones.
A los doce años de edad, sus padres trataron de que empezase a preocuparse un poco más de su apariencia exterior. Por dar gusto a su madre y a Buenaventura, Catalina arregló sus cabellos y se vistió a la moda durante algún tiempo, pero pronto se arrepintió de esa concesión. Hizo a un lado toda consideración humana y declaró abiertamente que no pensaba casarse nunca. Como sus padres insistieron en buscarle un partido, la santa se cortó los cabellos, que con su color de oro mate constituían el principal adorno de su belleza. La familia se indignó y trató de vencer la resistencia de Catalina por medio de una verdadera persecución. Todos se burlaban de ella, de la mañana a la noche, le confiaban los trabajos más desagradables y, como sabían que amaba la soledad, no la dejaban sola un momento, y le quitaron su antiguo cuartito. La santa soportó todo con invencible paciencia. Muchos años más tarde, en su tratado sobre la Divina Providencia, más conocido con el nombre de «El Diálogo», dijo que Dios le había enseñado a construirse en el alma un santuario, al que ninguna tempestad ni tribulación podía entrar. Finalmente, el padre de Catalina comprendió que era inútil toda oposición y le permitió llevar la vida a la que se sentía llamada. La joven dispuso nuevamente de su antiguo cuartito, no mayor que una celda, en el que se enclaustraba con las ventanas entreabiertas para orar y ayunar, tomar disciplinas y dormir sobre tablas. Con cierta dificultad, logró el permiso que había deseado tanto tiempo, de hacerse terciara en la Orden de Santo Domingo. Después de su admisión, aumentó todavía las mortificaciones para estar a la altura del espíritu, entonces tan riguroso, de la regla.
Aunque tuvo consolaciones y visiones celestiales, no le faltaron pruebas muy duras. El demonio producía en su imaginación formas horrendas o figuras muy atractivas y la tentaba de la manera más vil. La santa atravesó por largos períodos de desolación, en los que Dios parecía haberla abandonado. Un día en que el Señor se le apareció al cabo de uno de aquellos períodos, Catalina exclamó: «Señor, ¿dónde estabas cuando me veía yo sujeta a tan horribles tentaciones?» Cristo le contestó: «Hija mía, yo estaba en tu corazón, para sostenerte con mi gracia». A continuación le dijo que, en adelante, permanecería con ella de un modo más sensible, porque el tiempo de la prueba se acercaba a su fin. El martes de carnaval de 1366, mientras la ciudad se entregaba a la celebración de la fiesta, el Señor se apareció de nuevo a Catalina, que estaba orando en su cuarto. En esta ocasión acompañaban a Cristo, su Madre Santísima y un coro celestial. La Virgen tomó por la mano a la joven y la condujo hacia el Señor, quien puso en su dedo un anillo de esponsales y la alentó al anunciarle que ahora estaba ya armada con una fe capaz de vencer todos los ataques del enemigo. La santa veía siempre el anillo, que nadie más podía ver. Esos esponsales místicos marcaron el fin de los años de soledad y preparación. Poco después, Catalina recibió aviso del cielo de que debía salir a trabajar por la salvación del prójimo y la santa empezó, poco a poco, a hacerse de amigos y conocidos. Como las otras terciarias, fue a asistir a los enfermos en los hospitales, pero escogía de preferencia los casos más repugnantes. Entre las enfermas que atendió, se contaban una leprosa llamada Teca y otra mujer que sufría de un cáncer particularmente repulsivo. Ambas correspondieron ingratamente a sus cuidados, la insultaban y esparcían calumnias sobre ella cuando se hallaba ausente. Pero la bondad de la santa acabó por conquistarlas.
Nuestro Señor había dicho a Catalina: «Deseo unirme más contigo por la caridad hacia el prójimo». De hecho, la vida de apostolado de la santa no interfería su unión con Dios. El beato Raimundo de Cápua dice que la única diferencia era que «Dios no se le aparecía únicamente cuando estaba sola, como antes, sino también cuando estaba acompañada». Catalina era arrebatada en éxtasis, lo mismo mientras conversaba con sus parientes, que cuando acababa de recibir la comunión en la iglesia. Muchas gentes la vieron elevarse del suelo mientras hacía oración. Poco a poco, la santa reunió a un grupo de amigos y discípulos que formaban como una gran familia y la llamaban «Mamá». Los más notables de entre ellos, eran sus confesores de la Orden de Santo Domingo, Tomás della Fonte y Bartolomé Domenici; el agustino Tantucci, el rector del hospital de la Misericordia, Mateo Cenni; Mateo Vanni, el artista a quien la posteridad debe los más hermosos retratos de la santa, el joven aristócrata y poeta, Neri de Landoccio dei Pagliaresi, Lisa Colombini, cuñada de Catalina, la noble viuda Alessia Saracini, el inglés Guillermo Flete, ermitaño de San Agustín, y el P. Santi, un anacoreta al que el pueblo llamaba «El Santo», que frecuentemente iba a visitar a Catalina porque, según decía, al charlar con ella alcanzaba mayor paz del alma y valor para perseverar en la virtud de los que había conseguido en toda su vida de anacoreta. Catalina amaba tiernamente a su familia espiritual y consideraba a cada uno de sus miembros como a un hijo que Dios le había dado para que le condujese a la perfección. La santa no sólo leía el pensamiento de sus hijos, sino que, con frecuencia, conocía las tentaciones de los que se hallaban ausentes. El motivo de sus primeras cartas fue el de mantenerse en contacto con ellos.
Como era de esperar, la opinión de la ciudad estaba muy dividida a propósito de Catalina. Mientras unos la aclamaban como santa, otros -entre los que se contaban algunos miembros de su propia orden- la trataban de fanática e hipócrita. Probablemente a raíz de alguna acusación que se había levantado contra ella, Catalina compareció, en Florencia, ante el capítulo general de los dominicos. Si la acusación existió en verdad, la santa probó claramente su inocencia. Poco después, el beato Raimundo de Cápua fue nombrado confesor de Catalina. La elección fue una gracia para los dos. El sabio dominico fue, a la vez, director y discípulo de la santa, y ésta consiguió, por medio suyo, el apoyo de su orden. El beato Raimundo fue, más tarde, superior general de los dominicos y biógrafo de su dirigida.
El retorno de Catalina a Siena, coincidió con una terrible epidemia de peste, en la que se consagró, con toda su «familia», a asistir a los enfermos. «Nunca fue más admirable que entonces», escribió Tomás Caffarini, quien la había conocido desde niña. «Pasaba todo el tiempo con los enfermos; los preparaba a bien morir y les enterraba personalmente». El beato Raimundo, Mateo Cenni, el P. Santi y el P. Bartolomé, que habían contraído la enfermedad al atender a las víctimas, debieron su curación a la santa. Pero ésta no limitaba su caridad al cuidado de los enfermos: visitaba también, regularmente, a los condenados a muerte, para ayudarlos a encontrar a Dios. El mejor ejemplo en este sentido fue el de un joven caballero de Perugia, Nicolás de Toldo, que había sido condenado a muerte por hablar con ligereza sobre el gobierno de Siena. La santa describe los pormenores de su conversión, en forma muy vívida, en la más famosa de sus cartas. Movido por las palabras de Catalina, Nicolás se confesó, asistió a la misa y recibió la comunión. La noche anterior a la ejecución, el joven se reclinó sobre el pecho de Catalina y escuchó sus palabras de consuelo y aliento. Catalina estaba junto al cadalso a la mañana siguiente. Al verla orar por él, Nicolás sonrió lleno de gozo y murió decapitado, al tiempo que pronunciaba los nombres de Jesús y de Catalina. «Entonces vi al Dios hecho Hombre, resplandeciente como el sol, que recibía a esa alma en el fuego de su amor divino», afirma ésta.
Estos sucesos y la fama de santidad y milagros de Catalina le habían ganado ya un sitio único en el corazón de sus conciudadanos. Muchos de ellos la llamaban «la beata popolana» y acudían a ella en todas sus dificultades. La santa recibía tantas consultas sobre casos de conciencia, que había tres dominicos encargados especialmente de confesar a las almas que Catalina convertía. Además, como poseía una gracia especial para arreglar las disensiones, las gentes la llamaban constantemente para que fuese el árbitro en todas sus diferencias. Sin duda que Catalina quiso encauzar mejor las energías que los cristianos perdían en luchas fratricidas, cuando respondió enérgicamente al llamamiento del papa Gregorio XI para emprender la Cruzada que tenía por fin rescatar el Santo Sepulcro de manos de los turcos. Sus esfuerzos en ese sentido le hicieron entrar en contacto con el papa.
En febrero de 1375, Catalina fue a Pisa, donde la recibieron con enorme entusiasmo y, su presencia produjo una verdadera reforma religiosa. Pocos días después de su llegada a dicha ciudad, tuvo otra de las grandes experiencias místicas que preludiaron las nuevas etapas de su carrera. Después de comulgar en la iglesita de Santa Cristina, se puso en oración, con los ojos fijos en el crucifijo; súbitamente se desprendieron de él cinco rayos de color rojo, que atravesaron las manos, los pies y el corazón de la santa y le causaron un dolor agudísimo. Las heridas quedaron grabadas sobre su carne como estigmas de la pasión, invisibles para todos, excepto para la propia Catalina, hasta el día de su muerte.
Se hallaba todavía en Pisa, cuando supo que Florencia y Perugia habían formado una Liga contra la Santa Sede y los delegados pontificios franceses. Bolonia, Viterbo, Ancona y otras ciudades se aliaron pronto con los rebeldes, debido en parte, a los abusos de los empleados de la Santa Sede. Catalina consiguió que Lucca, Pisa y Siena, se abstuviesen durante algún tiempo, de participar en la contienda. La santa fue, en persona, a Lucca y escribió numerosas cartas a las autoridades de las tres ciudades. El papa apeló, en vano, desde Aviñón, a los florentinos; después despachó a su legado el cardenal Roberto de Ginebra, al frente de un ejército y lanzó el interdicto contra Florencia. Esta medida produjo efectos tan desastrosos en la ciudad, que las autoridades pidieron a Catalina, quien se hallaba entonces en Siena, que ejerciese el oficio de mediadora entre Florencia y la Santa Sede. Catalina, siempre dispuesta a trabajar por la paz, partió inmediatamente a Florencia. Los magistrados le prometieron que los embajadores de la ciudad la seguirían, en breve, a Aviñón; pero de hecho, éstos no partieron sino después de largas dilaciones. Catalina llegó a Aviñón el 18 de junio de 1376 y, muy pronto, tuvo una entrevista con Gregorio XI, a quien ya había escrito varias cartas «en un tono dictatorial intolerable, dulcificado apenas por las expresiones de deferencia cristiana». Pero los florentinos se mostraron falsos; sus embajadores no apoyaron a Catalina, y las condiciones que puso el papa eran tan severas, que resultaban inaceptables. Aunque el principal objeto del viaje de Catalina a Aviñón había fracasado, la santa obtuvo éxito en otros aspectos. Muchas de las dificultades religiosas, sociales y políticas en que se debatía Europa, se debían al hecho de que los Papas habían estado ausentes de Roma durante setenta y cuatro años y a que la Curia de Aviñón estaba formada, casi exclusivamente, por franceses. Todos los cristianos no franceses, deploraban esa situación, y los más grandes hombres de la época habían clamado en vano contra ella. El mismo Gregorio XI había tratado de partir a Roma, pero la oposición de los cardenales franceses se lo había impedido. Como Catalina había tocado el tema en varias de sus cartas, nada tiene de extraño que el papa haya tratado el asunto con ella, cuando se encontraron frente a frente. «Cumplid vuestra promesa», le respondió la santa, aludiendo a un voto secreto del papa, del que éste no había hablado a nadie. Gregorio decidió cumplir su voto sin pérdida de tiempo. El 13 de septiembre de 1376, partió de Aviñón para hacer, por mar, la travesía a Roma, en tanto que Catalina y sus amigos salían, por tierra, rumbo a Siena. Las dos comitivas se encontraron de nuevo, casi incidentalmente, en Génova, donde Catalina había tenido que detenerse debido a la enfermedad de dos de sus secretarios, Neri di Landoccio y Esteban Maconi. Este último era un noble sienés, a quien la santa había convertido y quería tal vez más que a ningún otro de sus hijos, excepto Alessia. Un mes después, Catalina llegó a Siena, desde donde escribió al papa para exhortarle a hacer todo lo que estaba en su mano por la paz de Italia. Por deseo especial de Gregorio XI, Catalina fue nuevamente a Florencia, que seguía estragada por las facciones y obstinada en su desobediencia. Allí permaneció algún tiempo, a riesgo de perder su vida en los diarios asesinatos y tumultos; pero siempre se mostró valiente y se mantuvo serena cuando la espada se levantó contra ella. Finalmente, consiguió hacer la paz con la Santa Sede, bajo el sucesor de Gregorio XI, Urbano VI.
Después de esa memorable reconciliación, Catalina volvió a Siena, donde, según escribe Raimundo de Cápua, «trabajó activamente en componer un libro, que dictó bajo la inspiración del Espíritu Santo». Se trataba de su famosísima obra mística, dividida en cuatro tratados, conocida con el nombre de «Diálogo de Santa Catalina». Pero ya desde antes, la ciencia infusa que poseía se manifestó en varias ocasiones, tanto en Siena como en Aviñón y en Génova, para responder a las abrumadoras cuestiones de los teólogos, con tal sabiduría, que los había dejado desconcertados. La salud de Catalina empeoraba por momentos y tenía que soportar grandes sufrimientos, pero en su pálida faz se reflejaba una perpetua sonrisa y, con su encanto personal ganaba amigos en todas partes. Dos años después del fin del «cautiverio» de los papas en Aviñón, estalló el escándalo del gran cisma. A la muerte de Gregorio XI, en 1378, Urbano VI fue elegido en Roma, en tanto que un grupo de cardenales entronizaba, en Aviñón, a un papa rival. Urbano declaró ilegal la elección del pontífice de Aviñón, y la cristiandad se dividió en dos campos. Catalina empleó todas sus fuerzas para conseguir que la cristiandad reconociese al legítimo papa, Urbano. Escribió carta tras carta a los príncipes y autoridades de los diferentes países de Europa. También envió epístolas a Urbano, unas veces para alentarle en la prueba y, otras, para exhortarle a evitar una actitud demasiado dura que le restaba partidarios. Lejos de ofenderse por ello, el papa la llamó a Roma para disfrutar de su consejo y ayuda. Por obediencia al Vicario de Cristo, Catalina se estableció en la Ciudad Eterna, donde luchó infatigablemente, con oraciones, exhortaciones y cartas, para ganar nuevos partidarios al papa legítimo. Pero la vida de la santa tocaba a su fin. En 1380, en una extraña visión se contempló aplastada contra las rocas por la nave de la Iglesia; al recuperar el sentido, se ofreció como víctima por Ella. Nunca más se rehizo. El 21 de abril del mismo año, un ataque de apoplejía la dejó paralítica de la cintura para arriba. Ocho días después, murió en brazos de Alessia Saracini, a los treinta y tres años de edad.
Además del «Diálogo» arriba mencionado, se conservan unas cuatrocientas cartas de la santa. Muchas de ellas son muy interesantes, desde el punto de vista histórico, y todas son notables por la belleza del estilo. Los destinatarios eran papas, príncipes, sacerdotes, soldados, hombres y mujeres piadosos y constituyen, por su variedad, «la mejor prueba de la personalidad múltiple de la santa». Las cartas a Gregorio XI, en particular, muestran una extraordinaria combinación de profundo respeto, franqueza y familiaridad. Se ha llamado a Catalina «la mujer más grande de la cristiandad». Cierto que su influencia espiritual fue inmensa, pero, tal vez, su influencia política y social fue menor de lo que se ha afirmado algunas veces. Como escribió el P. de Gaiffier, «la grandeza de Catalina consiste en su devoción a la causa de la Iglesia de Cristo». Fue canonizada en 1461 y el 4 de noviembre de 1970 fue declarada Doctora de la Iglesia por Pablo VI. En 1999 Juan Pablo II la declaró, junto a santa Brígida y a Edith Stein, copatrona de Europa.
Los principales materiales de la vida de Catalina, provienen de la «Legenda Major», escrita por su confesor, el beato Raimundo de Cápua; del Supplementum de Tomás Caffarini, que es también el autor de la «Legenda Minor»; del «Processus Contestationum super sanctitatem et doctrinam Catharinae de Senis» y de los «Miracoli». Naturalmente, otra de las fuentes son las cartas de la santa, sobre cuyas fechas y texto original exacto, se discute mucho. Hay, en fin, muchos otros documentos de menor importancia. La crítica drástica que el historiador Robert Fawtier hizo de las fuentes, despertó cierta inquietud. La mayor parte de sus críticas, aparecieron en forma de artículos o contribuciones a las revistas de sociedades históricas, y el mismo autor se encargó de reeditar algunos de los textos menos conocidos, como la Legenda Minor. Pero Fawtier reunió sus principales críticas en dos volúmenes, titulados Sainte Catherine de Sienne: Essai de Critique des Sources. El primero de esos volúmenes está consagrado a las Sources hagiographiques (1921) y el segundo, a Les oeuvres de Ste Catherine (1930). En el apéndice de la obra de Atice Curtayne, Saint Catherine of Siena (1929), puede verse una crítica de los comentarios de Fawtier; en ese excelente libro se encontrará también una reimpresión del original italiano de un estudio de Taurisano. Cf. igualmente Analecta Bollandiana, vol. XLIX (1930), pp. 448-451. Otras obras útiles son las de J. Jiiergenses, Sainte Catherine de Sienne; E. de Santis Rosmini, Santa Caterina da Siena (1930) ; y F. Valli, L'infanzia e la puerizia di S. Caterina (1931). Hay que mencionar N. M. Denis-Boulet, La corriere politique de Ste Catherine de Sienne (1939) ; M. de la Bedoyére, Catherine, Saint of Siena (1946) ; y una biografía italiana muy completa escrita por el P. Taurisano (1948). La double expérience de Catherine Benincasa (1948), de R. Fautier y L. Canet, es una obra muy completa desde otro punto de vista. La obra de J. Leclecq, Ste Catherine de Sienne (1922), conserva todavía su valor. Fawtier puso en duda la fecha del nacimiento de santa Catalina y, por consiguiente, la edad que tenía al morir, sobre este punto, ver Analecta Bollandiana, vol. XI (1922) , pp. 365-411. En el sitio del Vaticano puede leerse (en italiano) la homilía de SS Pablo VI del 3 de octubre de 1970 en la que declara a la santa Doctora de la Iglesia.
Lecturas: Tres días de la Liturgia de las Horas incluyen, como segunda lectura del Oficio, escritos tomados de los Diálogos de santa Catalina de Siena:
-XIX Domingo del Tiempo Ordinario: Con lazos de amor.
-Sábado de la XXX semana del Tiempo Ordinario: Cuán bueno y cuán suave es, Señor, tu Espíritu para con todos nosotros.
-El día de la santa: Gusté y vi.
El papa Benedicto XVI dedica la catequesis del 24 de noviembre del 2010 a la figura de la santa.
Cuadro: Fra Bartolomeo: «Los desposorios místicos de Catalina», 1511, Museo del Louvre, París.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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