Abad, 29 de abril | ||||||||||||||||||
Hugo de Cluny
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Fundada por Fernando I de Castilla, el abad Hugo construyó la tercera abadía en Cluny, la más grande estructura en Europa por muchos siglos. Hugo fue la fuerza conductora de la reforma cluniacense durante el último cuarto del Siglo XI, donde tuvo prioridad en el sur de Francia y el norte de España. Las relaciones de Hugo con Fernando I y Alfonso VI de Leon y Castilla, como también su influencia sobre el papa Urbano II, quien tuvo prioridad con Cluny bajo Hugo, hizo de él una de las más poderosas e influyentes figuras de finales del siglo XI. Como padrino de Enrique IV de Alemania, tuvo también un papel destacado en el conflicto entre éste y el Papa Gregorio VII. Su día de fiesta en la Iglesia Católica Romana es el 29 de abril.
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San Hugo de Cluny, abad
fecha: 29 de abril
n.: 1024 - †: 1109 - país: Francia otras formas del nombre: Hugo el grande canonización: C: Calixto II 1120 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Cluny, en Borgoña, san Hugo, abad, que gobernó santamente su cenobio durante sesenta y un años. Se mostró entregado a las limosnas y a la oración, mantuvo y promovió la disciplina monástica, estuvo atento a las necesidades de la Iglesia y fue un eximio propagador de la misma.
patronazgo: protector contra la fiebre.
refieren a este santo: San Anastasio de Cluny, San Gregorio VII, Beata Ida de Boulogne, San Morando, Beato Urbano II
Honrado como consejero por nueve papas, consultado y venerado por todos los soberanos de Europa occidental, director de más de doscientos monasterios, san Hugo alcanzó un prestigio inaudito durante los sesenta años en que fue abad de Cluny. Había nacido en 1204. Era el primogénito del conde de Semur. Desde niño fue tan clara su vocación a la vida religiosa, que san Odilón le recibió en la abadía de Cluny a los catorce años de edad. A los veinte recibió la ordenación sacerdotal y, antes de alcanzar la mayoría de edad, fue elevado al cargo de prior. Cinco años después, a la muerte de san Odilón, sus hermanos le eligieron abad, por unanimidad. Algo más tarde, Hugo tomó parte en el Concilio de Reims, que presidió el papa san León IX. El joven superior de Cluny que era en el Concilio el segundo entre los abades, apoyó las reformas propuestas por el Sumo Pontífice y atacó, en términos tan elocuentes, la simonía y la relajación del celibato sacerdotal, que se ganó el aplauso de la asamblea (muchos de cuyos miembros habían comprado sus beneficios). Hugo acompañó al papa a Roma y allí tomó parte en el sínodo que condenó los errores de Berengario de Tours. En 1057, fue padrino de bautismo, en Colonia, del hijo del emperador, el futuro Enrique IV. Poco después fue a Hungría, como legado pontificio, a negociar la paz entre el rey Andrés y el emperador. En 1058, el papa Esteban X, que se hallaba moribundo, le llamó a Florencia. Al subir al trono pontificio san Gregorio VII, quien había sido monje en Cluny, se estrecharon aún más los lazos de san Hugo con el pontificado. Ambos siervos de Dios trabajaron juntos para remediar los abusos y libertar a la Iglesia de la opresión del Estado. Durante la áspera contienda entre Gregorio y Enrique IV, el santo abad hizo cuanto pudo por reconciliarles, aprovechando el cariño y la confianza que ambos le tenían. Enrique IV, muy decepcionado, escribía a Hugo poco antes de morir: «¡Qué no daríamos por contemplar una vez más, con nuestros ojos mortales, vuestro rostro angelical, por arrodillamos ante vos a fin de reposar un instante nuestra cabeza, la misma que vos sostuvisteis en la pila baustimal, sobre vuestro pecho y cofesaros nuestros pecados y contaron nuestras penas!» A pesar de haberse visto obligado a ausentarse con tanta frecuencia de Cluny, san Hugo elevó el nivel de vida en la abadía a un alto grado de perfección y así lo sostuvo durante toda su vida. En uno de sus viajes a Francia, el asceta san Pedro Damián dio a entender que san Hugo debía gobernar más severamente. El santo abad respondió simplemente: «Venid a pasar una semana en la abadía». San Pedro Damián aceptó la invitación, pero no repitió su exhortación al terminar su estancia allí. En 1068, san Hugo redactó las reglas de toda la congregación cluniacense. Las abadías se multiplicaron en Francia, Suiza, Alemania, España e Italia, y muchas antiguas fundaciones se afiliaron a Cluny para reformarse y gozar de los mismos privilegios. Por entonces, se construyó en Lewes el primer monasterio cluniacense de Inglaterra. El mismo Hugo fundó un convento de religiosas de estricta clausura en Marcigny, del que la hermana de san Hugo fue la primera superiora. Las religiosas observaron tan fielmente la regla, que se negaron a abandonar el convento cuando un incendio destruyó un ala del edificio. El santo fundó también un hospital para leprosos, a los que iba a curar con sus propias manos, siempre que podía. Pocas figuras de la historia han sido tan estimadas como san Hugo. El sínodo de Roma de 1081 y el Concilio de Clermont de 1095, le dieron públicamente las gracias por los servicios que había prestado a la Iglesia. Dos años más tarde, san Anselmo de Canterbury acudió instintivamente a él en sus dificultades. La posteridad ha confirmado el veredicto de sus contemporáneos. Heriberto, que fue discípulo de san Hugo, le describe así en un hermoso párrafo: «Era insaciable en la lectura e infatigable en la oración; no perdía un sólo instante para perfeccionarse o para ayudar al prójimo. Es difícil decir si su prudencia aventajaba a su sencillez o su sencillez a su prudencia. Jamás pronunciaba una palabra inútil y todas sus acciones eran irreprochables. Sólo era capaz de encolerizarse contra el pecado. En sus consejos a las personas, tenía siempre en cuenta a la comunidad. Era más padre que juez, y su clemencia era mayor que su severidad. Era alto y de porte impresionante, pero sus dotes espirituales eran todavía más grandes que su atractivo físico. Cuando no hablaba, sostenía una conversación con Dios y, al hablar lo hacía de Dios y en Dios. Jamás fracasaba en una empresa, porque se entregaba a ella en cuerpo y alma. Su amor tenía la jerarquía perfecta: Dios estaba por encima de todo, el prójimo exactamente a su altura y el mundo, bajo sus pies». Como verdadero benedictino, san Hugo promovió ardientemente la perfección litúrgica. Él fue quien introdujo la práctica actual de la Iglesia de Occidente de cantar el «Veni Creator», en Tercia, durante el tiempo de Pentecostés [actualente sólo en el rezo latino]. San Hugo gobernó su orden hasta los ochenta y cinco años. Sus facultades mentales estaban intactas, a pesar de que sus fuerzas habían ido disminuyendo progresivamente. Cuando comprendió que se acercaba su última hora, recibió el Viático, se despidió de sus hijos y pidió que le transportasen a la iglesia. Allí murió, tendido sobre un saco, cubierto de ceniza, el 29 de abril de 1109. Fue canonizado en 1120. Aun fuera de las crónicas se encuentran abundantes datos sobre la vida de san Hugo. Existe un esbozo biográfico escrito por Gilo (Pertz, Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. XV, pp. 937-940) ; además de una biografía más extensa escrita por Rainaldo, abad de Vézelay, y otra que se debe a la pluma de Hildeberto de Le Mans (las dos pueden leerse en Acta Sanctorum, abril, vol. III). Los documentos de menor importancia son innumerables. Ver Biblioteca Hagigráfica Latina, nn. 4007- 4015; y L'HuiIlier, Vie de St Hugues (1888); Sackur, Die Cluniacenser, vol. I. En la imagen, de un códice de pocos años después de la muerte del abad, aparece el emperador Enrique IV a los pies de san Hugo y santa Matilde de Toscana.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
1 de Abril
San Hugo,Obispo
(año 1132)
Hugo significa "el inteligente".
Hay 16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir. A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. El se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo. En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios. Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia. Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total. Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien. Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo. Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad. Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento. En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad. Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro. Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud". Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones. Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas. Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre. Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas. Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado?- ". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo". Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padresnuestros… Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte. San Hugo: te encomendamos nuestros obispos. Pídele a Dios que tengamos muchos obispos santos que nos lleven a todos a la santidad. |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
sábado, 27 de abril de 2013
Hugo de Cluny, Santo
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