El 25 de abril de 1927 dos sacerdotes y un laico fueron martirizados en el rancho de San Joaquín, población cercana a Lagos de Moreno, Jalisco y se les conoce como los Mártires de San Joaquín.
Presbítero José Trinidad Rangel Montaño
Nació en el rancho El Durazno, Municipio de Dolores Hidalgo, Gto, el 4 de junio de 1887. Su familia era de condición muy humilde. Desde niño iba a misa y pronto manifestó su deseo de entrar al seminario, pero no pudo hacer realidad esta aspiración sino hasta la edad de 20 años. Debido a la persecución carrancista que obligó al cierre de los seminarios en numerosas diócesis de la República Mexicana, se vio obligado a terminar sus estudios en Estados Unidos, para ser ordenado presbítero el 20 de abril de 1919. Fue sucesivamente párroco de Jaripitío y vicario de Silao.
Presbítero Andrés Solá Molist
Nació en Taradell, provincia de Barcelona (España) el 7 de octubre de 1895. De humilde condición; a los catorce años entró como postulante con los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María, en la ciudad de Vich. Fue ordenado presbítero el 23 de septiembre de 1922 en Segovia. En 1923 fue enviado a México, donde consagró su labor apostólica a la Virgen de Guadalupe; en diciembre de 1924 se trasladó a la ciudad de León (también de México), donde trabajó como misionero. Cuando el Gral. Calles decretó la expulsión de los sacerdotes extranjeros, en 1926, se refugió en casa de las señoritas Alba, allí en León. A esa casa llegó también el P. José Trinidad Rangel, en febrero de 1927. El hogar se transformó en un oratorio secreto donde, con cautela, se celebraba la Eucaristía, se adoraba al Santísimo Sacramento y se confesaba a los fieles. Leonardo, que era n hombre muy fervoroso, participaba en todas estas actividades.
Leonardo Pérez Larios
Nació en Lagos de Moreno, Jalisco, el 28 de noviembre de 1889. Hijo de don Isaac Pérez y doña Tecla Larios de Pérez. Fue bautizado el 6 de diciembre del mismo año. Hizo la primera comunión en Encarnación de Díaz, ya que su familia vivía en el rancho llamado El Saucillo. Leonardo deseaba ser monje pero, no pudiendo cumplir sus anhelos, por espacio de diez años vivió en calidad de agregado en una comunidad, en donde se distinguió por su devoción al Santísimo Sacramento. Estudió en Encarnación de Díaz y su conducta fue intachable, dedicado y responsable. Se ganó la fama de bondadoso, sumiso y obediente. Después se trasladó a la ciudad de León, Gto.
En León fue empleado de un establecimiento llamado «La Primavera». Es notorio que, siendo su patrón bastante descreído, a Leonardo nunca se le vio disgustado, a pesar de las duras reprimendas de que era objeto por cualquier motivo. Cuentan que le oyeron decir a su patrón: «Si hay cielo, Leonardo lo tiene». La señorita Jovita de Alba, que lo hospedaba, le oyó decir a Leonardo: «Anhelo ser mártir de Cristo Rey». Destacó por su cariño y devoción al Santísimo Sacramento y la Santísima Virgen, a quien desde niño rendía culto, de manera especial durante el mes de mayo. Frecuentaba los sacramentos. Participaba en la Adoración Nocturna al Santísimo Sacramento y procuraba que le tocara la hora más pesada, -de doce a una-; y, cuando eran pocos adoradores, con gustoso seguía una hora más. Todo esto después de trabajar duro todo el día.
En el tiempo de la persecución religiosa, aumentó su piedad; visitaba diariamente al Santísimo Sacramento en el oratorio de la casa de las señoritas Alba (Jovita y Josefa), donde estuvieron viviendo y ejerciendo el ministerio el P. Rangel y el P. Solá. Leonardo, al salir de su trabajo, fungía como sacristán en los cultos que se realizaban en ese domicilio.
En abril de 1927 el P. Rangel recibió una comunicación del Vicario General de la diócesis, haciéndole ver la conveniencia de que pasara a administrar los sacramentos a San Francisco del Rincón, que no tenía, por entonces, sacerdote. En particular le pedía atender a unas religiosas durante la Semana Santa. Aunque el texto de la comunicación lo dejaba en libertad de ir o no, vio en los deseos de su superior la voluntad de Dios y fue. Allí radicó en casa de un comerciante de libros y desde ese lugar administraba los sacramentos. Aunque obraba con cautela, fue descubierto y detenido el 22 de abril de 1927, junto con el Lic. Dionisio Valdivia, Julio Orozco y José Quezada, que fueron liberados al día siguiente. Esto ocurrió tras un cateo, en el que el sacerdote fue descubierto como tal por pregunta expresa del oficial y la confesión del padre de ser «Ministro de Dios». Fue conducido a León, al cuartel, instalado en el edificio del Seminario.
La mañana del domingo 24, el P. Andrés Solá celebró la Santa Misa y suficientemente informado de los acontecimientos, propuso a los fieles celebrar una Hora Santa y otras rogativas, lo mismo que tramitar la liberación del P. Rangel. Varias mujeres se ofrecieron a interceder y se presentaron ante el General Sánchez para pedirle la libertad del prisionero. El General, al oír que se trataba de la liberación de un cura, las ofendió y amenazó pistola en mano. Lo único que lograron fue el permiso de llevarle una cama y algunos enseres. Las mujeres salieron y fueron a comunicar al P. Solá el resultado; un grupo de soldados y «secretas» salieron tras ellas y las dieron por presas a la entrada de la residencia de las señoritas Alba. Invadieron los departamentos, el oratorio, la sacristía y allí aprehendieron, entre insultos, blasfemias y sarcasmo, al P. Solá y a Leonardo Pérez, que suponían era también sacerdote, aunque fue desmentido tanto por el mismo Leonardo como por el P. Solá y muchos leoneses que se enteraron de lo sucedido.
Pidieron más hombres armados y un automóvil y sacaron cautivos al P. Solá, a Leonardo Pérez y a las mujeres que habían pedido la libertad del P. Rangel, lo mismo que a las señoritas Alba; todos fueron trasladados al cuartel. Algunas personas caritativas llevaron a los presos algunos alimentos y cuando los estaban comiendo entró el General Sánchez. El P. Solá, por educación, le dijo: «¿Usted gusta?»; a su amabilidad correspondió una sarta de injurias. Se acercó el perrillo del General y el P. Solá, disimulando las palabrotas, le arrojó unas migajas de pan, por lo que el General, montado en cólera, le dijo: «¡No le dé pan, usted no es digno ni de darle de comer a mi perro!».
El domingo 24, entre cinco y siete de la tarde, fueron juzgados por un tribunal improvisado, acusados falsamente de ser los asaltantes del tren de Guadalajara, descarrilado en el kilómetro 491, entre las estaciones La Mira y Las Salas, el 23 del mismo abril. En el transcurso del juicio el P. Solá dijo al juez que no podían fusilarlo, porque él era un misionero español, a lo que contestó el juez: «También para los extranjeros tenemos balas». El General Sánchez, incapaz de enfrentar a los verdaderos responsables del descarrilamiento del tren y con el afán de quedar bien con sus superiores, envió a Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina este mensaje: «Acabo de aprehender a tres cabecillas del asalto al tren...». El Gral. Amaro respondió: «Lléveselos al lugar del descarrilamiento, y fusile a los tres». Los prisioneros fueron llevados a Lagos de Moreno la noche del 24 y ahí durmieron hasta la madrugada del día 25, en que se reanudó el viaje hasta Encarnación de Díaz, donde fueron bajados y trasladados al tren militar del General Amarillas. De ahí fueron llevados hasta el kilómetros 491, entre La Mira y Las Salas. Se les ordenó a los dos sacerdotes y a Leonardo, descender del tren y fueron conducidos junto a un charco de petróleo y chapopote, se absolvieron disimuladamente, se pusieron en cruz y recibieron las descargas.
El P. Rangel y Leonardo murieron de inmediato y el P. Solá, aún con vida, se revolcaba en el charco de chapopote. Los soldados despojaron a sus víctimas de todo y volvieron al tren. Al iniciar el tren su marcha, el oficial de la escolta ordenó a una cuadrilla de trabajadores ferroviarios: «Quemen esos cuerpos». Eran las 8:52 de la mañana del lunes 25 de abril de 1927.
Al partir el tren bajaron los trabajadores Petronilo Flores, Miguel Rodríguez y otros más. Al acercarse Petronilo, oyó que el P. Solá le decía: «Oye, ¿qué vas a hacer conmigo?». «Nada, señor», le dijo; y el padre añadió: «¿Ves esos dos muertos que están a mi lado? Uno es sacerdote de Silao, de la Iglesia del Perdón; yo soy sacerdote español, de León, somos sacerdotes y morimos por Jesús... morimos por Dios, estoy muy herido, muerto por Jesús». Le dijo también que el otro -Leonardo-, no era sacerdote, y le pidió que por caridad los enterraran.
El P. Solá sobrevivió dos horas más, sin poder moverse, sumergido en aquel charco de chapopote, desangrándose, sobrecogido por la calentura y atormentado por la sed, experimentando un verdadero suplicio. Eran las doce del día cuando murió. Los ferroviarios, en lugar de quemar los cuerpos, cavaron tres sepulturas en las que depositaron los cuerpos. Días después, Manuel Pérez, hermano de Leonardo, obtuvo permiso para trasladar los cuerpos al panteón de Lagos de Moreno, que era la población más cercana; los cuerpos fueron exhumados y trasladados a Lagos de Moreno el 1º de mayo.
fuente: Conferencia del Episcopado Mexicano
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