El sacramento del orden lo reciben aquellos que se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.
La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato, recomendado por el Señor. La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica .
La Iglesia quiere que los candidatos al sacerdocio abracen libremente el celibato por amor de Dios y servicio de los hombres .
La Iglesia quiere a sus sacerdotes célibes para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limitaciones, en tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia.
El sacerdote debe estar libre para dedicarse, cien por cien, al cuidado de las almas.
Aunque es verdad que en algún caso una esposa podría ayudarle, también es verdad que en otros muchos, una esposa podría absorberle su tiempo por estar enferma física o psíquicamente, o por exigir de él mayor atención, etc.
Y por supuesto, los hijos exigirían de él, no sólo tiempo, sino destinos en los que la educación de ellos fuera más fácil, o evitar atender a enfermos contagiosos, etc.
Es decir, el sacerdote sin familia está más libre para el apostolado; y la Iglesia, en dos mil años de experiencia, así lo ha advertido, y por eso exige el celibato a sus sacerdotes.
Pero, sobre todo, el celibato sacerdotal tiene un fundamento teológico: Cristo fue célibe, y el sacerdote es "alter Christus", es decir, otro Cristo .
El amor de Jesucristo es universal, igual para todos; sin los exclusivismos propios del amor matrimonial. Así debe ser el amor del sacerdote.
La vocación no consiste en recibir una llamada telefónica de Dios. Si un muchacho tiene buena salud (no es necesario ser un superman ), es capaz de hacer estudios (no es necesario ser un genio), puede vivir habitualmente en gracia, con la ayuda de Dios (no hace falta ser ya un santo), tiene buena intención (no se trata de buscar el modo de ganarse la vida ) es decir, busca su propia perfección y la salvación de las almas, debe preguntarse si Dios le llama al sacerdocio.
No se trata de preguntar me gustaría ser sacerdote? sino, me querrá Dios sacerdote? . En caso de duda preguntar a persona imparcial y formada.
Hay que pedirle a Dios que haya muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues hacen falta muchos párrocos, muchos misioneros, predicadores, confesores, maestros, etc., y también muchas Hermanitas de los Pobres, de la Caridad, en los hospitales, en los asilos, religiosas en las escuelas, colegios etc.; y otras en los conventos de clausura que alaben a Dios y pidan por los pecadores.
Por eso es un gran apostolado ayudar económicamente a la formación de futuros apóstoles, y a los conventos de clausura.
Todos debemos pedir a Dios que sean muchos los jóvenes que sigan la voz de Dios, pues hacen falta muchos y buenos sacerdotes y religiosos.
Los padres tienen obligación grave de dejar en libertad a sus hijos que quieran consagrarse a Dios . Pero también sería pecado -y gravísimo- el inducir a sus hijos, por motivos humanos, a abrazar, sin vocación, el estado eclesiástico.
Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos en la elección de una profesión y estado de vida .
Escritores clásicos sobre el sacerdocio:
El sacerdocio es una vocación que choca con la mentalidad del mundo porque requiere renunciar a si mismo por el Reino. Sacerdote y Eucaristía
“El presbítero tiene que ser antes de todo adorador y contemplativo de la Eucaristía, desde el momento en el que es él quien la celebra. Sabemos bien que la validez del sacramento no depende de la santidad del celebrante, pero su eficacia, para él y para los otros, será mayor cuanto más lo viva con fe profunda, amor ardiente y fervoroso espíritu de plegaria” -Benedicto XVI, 18 Sept, 2005 Sacerdote: obediente servidor
Nuestra obediencia es creer con la Iglesia, pensar y hablar con la Iglesia, servir con ella». Esto implica lo que Jesús predijo a Pedro: «Te llevarán adonde no quieras». «Este dejarse guiar hacia donde no queremos es una dimensión esencial de nuestro servir, y es justamente así que nos hace libres. Si nos dejamos llevar, aunque pueda ser contrario a nuestras ideas y nuestros proyectos, experimentamos lo nuevo, la riqueza del amor de Dios».
"El sacerdote es el amor del corazón de Jesús" «Esprit du Curé d’Ars, M. Vianney dans ses catéchismes, ses homélies et sa conversation», édition de Téqui, Paris 1935, p. 117 Testigos de sufrimientos y luces Los sacerdotes somos testigos cada día de tantos sufrimientos que nos confían, pero también de tantos caminos luminosos; encontramos en esta compasión y en esta maravilla la fuente misma de nuestra oración. -Cardenal Marty | El "Sacramento del Orden"
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Cardenal
DOCUMENTOS ECLESIALES
Año Sacerdotal 2009
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- La imposición de las manos en la ordenación (Hechos 13, 2-2).
- Los primeros diáconos ordenados por los Apóstoles (Hechos 6, 1-6.)
- San Pablo manda a ordenar presbíteros. S. Pablo dice a Tito: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1, 5).
- El episcopado "si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función" (1 Tm 3, 1)
- Timoteo es pastor por imposición de las manos. 2 Tm 1, 6: San Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos"
- El sacerdocio es un sacramento de la Nueva Alianza, instituido por Cristo en la Ultima Cena, que confiere a un hombre el poder de consagrar y ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa y de remitir y retener los pecados en el sacramento de reconciliación.
- La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal.
"La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad". Catecismo Iglesia Católica 1591. - El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles. "El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi)." (CIC 1592)
- Tres grados del sacerdocio.
Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados: el de los obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Normalmente el sacerdocio se refiere a los presbíteros. - El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden
Lo incorpora a la jerarquía la cual forma un Colegio episcopal y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. Los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles y miembros del Colegio, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de san Pedro. (CIC 1594). - Los presbíteros (llamados también: sacerdotes)
Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a su obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada. (CIC 1595). - Los diáconos
Son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su obispo. (CIC 1596) - Como se confiere el sacramento
El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración de consagración solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble. (CIC 1597) - Los ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diáconos no se puede hablar de Iglesia.(CIC 1593)
- Candidatos al sacramento del Orden
La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viri) bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación. En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres. (CIC 1598- 1599) - Quien confiere el sacramento del Orden: Corresponde a los obispos conferir el sacramento del Orden en los tres grados. (CIC 1600).
Sobre el Sacerdote y Su Misión:
Su Santidad, Juan Pablo II,
El sacerdote debe presentarse, ante todo, como un <,,hombre de fe>,, porque él, en virtud de su misión, debe comunicarla a través del anuncio de la Palabra. No podrá predicar el Evangelio de forma convincente si él mismo no ha asimilado profundamente su mensaje. El da testimonio de la fe con su forma de actuar y con toda su vida. Hombre de fe, el sacerdote es también «hombre de lo sagrado», testigo del Invisible, portavoz de Dios revelado en Jesucristo. El sacerdote debe ser reconocido como un hombre de Dios, un hombre de oración, al que se ve rezar, al que se oye rezar. El sacerdote, por tanto, debe alimentar en sí mismo una vida espiritual de calidad, inspirada en el don del propio sacerdocio ministerial. Su oración, su forma de compartir, sus esfuerzos en la vida, están inspirados por su actividad apostólica que se alimenta de toda una vida vivida con Dios. Hombre de fe, hombre de lo sagrado, el sacerdote es también un «hombre de comunión,>. Es él quien reúne al Pueblo de Dios y refuerza la unión que hay entre sus miembros por medio de la Eucaristía; él es el animador de la caridad fraterna entre todos. Actúa con sus hermanos en el sacerdocio. Colabora con su propio obispo. Se esfuerza en acrecentar los lazos de unión entre los miembros del presbiterio. Sobre esta base de relaciones tan ricas y tan profundas, el celibato adquiere un significado nuevo: no es ya una condición del sacerdocio, sino el camino de una verdadera fecundidad, de una auténtica paternidad espiritual, porque el sacerdote entrega su vida para que los frutos del Espíritu maduren en el Pueblo de Dios. «Ven y sígueme», sé mi testigo, da todo tu amor a Dios y a tus hermanos, y estarás al servicio del Pueblo de Dios.
Los hombres desean contemplar en el sacerdote el rostro de Cristo, encontrar en él a la persona que, «puesta en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Hebreos 5, 1), pueda decir con san Agustín: «Nuestra ciencia es Cristo y nuestra esperanza también es Cristo. Es él quien infunde en nosotros la fe con respecto a las realidades temporales y es él quien nos revela esas verdades que se refieren a las realidades eternas» (san Agustín, «De Trinitate», 13, 19, 24). -Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, 6-2004.
Como centinelas de la Casa de Dios que es la Iglesia, velemos para que en toda la vida eclesial de nuestras parroquias se reviva el encuentro con Cristo crucificado y resucitado. Evitemos los escollos del activismo en los que han naufragado en ocasiones los mejores programas apostólicos y pastorales, y por los que se han hecho áridas muchas vidas comprometidas en un servicio que no ha sido adecuadamente regado por la Palabra de Dios y por su presencia en la Eucaristía. -Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, 6-2004.
La crítica a los sacerdotes y la actitud de San Francisco
En el tiempo de San Francisco, la valdenses también querían renovar la Iglesia pero a base de criticar públicamente al clero. En una ocasión, un valdense observó la gran reverencia que San Francisco tenía por los sacerdotes y le dijo que el párroco de aquel lugar vivía en pecado. "¿Tenemos que creer en sus enseñanzas y respetar los sacramentos que celebra?", le preguntó. San Francisco fue al sacerdote, se arrodilló ante el y tomó sus manos diciendo, "Yo no se si estas manos están manchadas como dicen. Pero si se que aunque lo estuvieran, en ningún modo se pierde el poder y la efectividad de los sacramentos de Dios... Por eso beso estas manos, por respeto a lo que hacen y respeto por Aquel que les dio Su autoridad".
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