Introducción al Nuevo Testamento | |
Colección de los 27 libros inspirados, escritos después de la resurrección de Jesús. | |
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Nuevo Testamento
La palabra testamento viene de testamentum, palabra con la cual los escritores eclesiásticos latinos traducían el griego diatheke. Con los autores profanos este último término siempre significa, excepto quizás un pasaje de Aristófanes, la disposición legal de sus bienes que hace una persona para después de su muerte. Sin embargo, en tiempos primitivos, los traductores alejandrinos de la Escritura, conocidos como los Setenta, empleaban la palabra como equivalente del hebreo berith, la cual significa un pacto, una alianza, más específicamente la alianza de Yahveh con Israel. En San PabloCor. 11,25) Jesucristo usa las palabras “nuevo testamento” con el significado de alianza establecida por Él mismo entre Dios y el mundo, y ésta es llamada “nueva” como opuesta a aquella en que Moisés era el mediador. Más tarde, el nombre de testamento se le dio a la colección de textos sagrados que contenían la historia y la doctrina de las dos alianzas, aquí de nuevo y por la misma razón nos hallamos con la distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con este significado la expresión Antiguo Testamento (he palaia diatheke) se halla por primera vez en San Melitón de Sardes, hacia el año 170. Hay razones para pensar que en esa fecha la correspondiente palabra “testamentum” ya se usaba entre los latinos. De cualquier modo era común en tiempos de Tertuliano. (1
Descripción
El Nuevo Testamento, según lo aceptan las Iglesias cristianas, se compone de veintisiete libros diferentes atribuidos a ocho autores diferentes, seis de los cuales se cuentan entre los apóstoles (Mateo, Juan, Pablo, Santiago, Pedro, Judas) y dos entre sus discípulos inmediatos (Marcos, Lucas). Si consideramos sólo el contenido y forma literaria de estos escritos, pueden ser divididos en libros históricos (Evangelios y Hechos), libros didácticos (epístolas) y libro profético (Apocalipsis). Antes que se comenzara a usar el nombre del Nuevo Testamento, los escritores de la segunda parte del siglo II decían “Evangelio y escritos apostólicos” o simplemente “el Evangelio y el apóstol”, queriendo decir, el apóstol San Pablo. Los Evangelios se subdividen en dos grupos: aquéllos comúnmente llamados sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), porque sus narrativas son paralelas, y el cuarto Evangelio (el de San Juan), el cual hasta cierto punto completa a los primeros tres. Todos se relacionan con la vida y enseñanzas personales de Jesucristo.
Los Hechos de los Apóstoles, como indica suficientemente su título, trata sobre las predicaciones y obras de los apóstoles. Narra la fundación de las Iglesias de Palestina y Siria solamente; en él se menciona a Pedro, Juan, Santiago, Pablo y Bernabé; luego, el autor dedica dieciséis capítulos de veintiocho a las misiones de San Pablo a los greco-romanos. Hay trece epístolas de San Pablo, y quizás catorce, si, con el Concilio de Trento, lo consideramos autor de la Epístola a los Hebreos. Con la excepción de esta última, ellas son dirigidas a iglesias particulares (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses) o a individuos (1 y 2 Timoteo; Tito; Filemón). Las siete epístolas siguientes (Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan; Judas) son llamadas “católicas” porque la mayoría de ellas son dirigidas a los fieles en general. El Apocalipsis, dirigido a las siete Iglesias de Asia Menor (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) parece de algún modo una carta colectiva. Contiene la visión que Juan tuvo en Patmos respecto al estado interior de las antedichas comunidades, la lucha de la Iglesia con la Roma pagana, y el destino final de la nueva Jerusalén.
Origen
El Nuevo Testamento no fue escrito todo de una vez. Los libros que lo componen aparecieron uno tras otro en un período de cincuenta años, es decir, en la segunda mitad del siglo I. Escritos en países distantes y diferentes y dirigidos a Iglesias particulares, se tomaron algún tiempo en difundirse a través de toda la cristiandad, y mucho más tiempo para ser aceptados. La unificación del canon se logró con mucha controversia (vea Canon de las Sagradas Escrituras). Aun así se puede decir que desde el siglo III, o quizás antes, ya se conocía en todas partes la existencia de todos los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, aunque todos no eran universalmente aceptados, por lo menos como ciertamente canónicos. Sin embargo, en Occidente existía uniformidad desde el siglo IV. Oriente tuvo que esperar al siglo VII para ver un fin a todas las dudas sobre el asunto. En los primeros tiempos los asuntos de canonicidad y autenticidad no se discutían separada e independientemente una de otra, siendo la última aducida como razón para la primera; pero en el siglo IV, se sostuvo la canonicidad, especialmente San Jerónimo, debido a la prescripción eclesiástica y, por el hecho, la autenticidad de los libros disputados se volvió de menor importancia. Tenemos que llegar al siglo XVI para oír repetirse el asunto de si la Epístola a los Hebreos fue escrita por San Pablo, o si las epístolas llamadas “católicas” fueron en realidad compuestas por los apóstoles cuyos nombres llevan. Algunos humanistasErasmo y el cardenal Cayetano, revisaron las objeciones mencionadas por San Jerónimo, y las cuales están basadas en el estilo de dichos escritos. Martín Lutero como añadió a esto la inadmisibilidad de la doctrina en cuanto a la Epístola de Santiago. Sin embargo, fueron prácticamente los luteranos quienes trataron de disminuir el Canon tradicional, el cual el Concilio de Trento definiría en 1546.
Estuvo reservado a tiempos modernos, especialmente en el siglo XIX, disputar y negar la verdad de la opinión recibida desde antiguo respecto al origen de los libros del Nuevo Testamento. Esta duda y la negación respecto a los autores tuvieron su causa primaria en la incredulidad religiosa del siglo XVIII. Estos testigos de la verdad de una religión ya no creída eran inconvenientes, si era cierto que habían visto y oído lo que narraban. Al analizarlos, se necesitó poco tiempo para hallar indicaciones de un origen posterior. Las conclusiones de la escuela Tübingen, que trajo al siglo II las composiciones de todo el Nuevo Testamento excepto cuatro Epístolas de San Pablo (Romanos, Gálatas y 1 y 2 Corintios), fueron muy comunes en el siglo XIX en los círculos críticos (vea Dict. Apolog. de la foi catholique, I, 771-6). Cuando la crisis de la incredulidad hubo pasado, el problema del Nuevo Testamento comenzó a examinarse con más calma, y especialmente, más metódicamente.
De los estudios críticos de los pasados dos siglos se puede concluir lo siguiente, que es ahora en sus perfiles generales aceptado por todos: fue un error atribuir el origen de la literatura cristiana a una fecha posterior; estos textos, en conjunto, se remontan a la segunda mitad del siglo I, en consecuencia son obra de una generación que contó con un buen número de testigos directos de la vida de Jesucristo. De etapa en etapa, de Strauss a Renán, de Renán a Reuss, Weizsäcker, Holtzmann, Jülicher, Weiss, y de éstos a Zahn, Harnack, el criticismo sólo ha vuelto sobre sus pasos por la distancia que había recorrido tan irreflexivamente bajo la guía de Christian Baur. Hoy día se acepta que los primeros Evangelios fueron escritos alrededor del año 70. Apenas se puede decir que los Hechos sean posteriores; incluso Harnack piensa que fueron compuestos cerca del año 60 en lugar del 70. Las epístolas de San Pablo quedan fuera de toda disputa, excepto la de los Efesios y la de los Hebreos, y las epístolas pastorales, sobre las cuales todavía existe duda. Del mismo modo hay muchos que impugnan las Epístolas Católicas; pero incluso si la Segunda Epístola de Pedro se retrasa hasta cerca del año 120 ó 130, muchos sitúan la Epístola de Santiago en el mismo comienzo de la literatura cristiana, entre los años 40 y 50, las primeras epístolas de San Pablo alrededor del 52 hasta el 58.
Al presente el embate de la lucha se centra alrededor de los escritos de San Juan (el cuarto Evangelio, las tres epístolas de Juan y el Apocalipsis). ¿Fueron estos textos escritos por el apóstol Juan, hijo de Zebedeo, o por Juan el presbítero de Éfeso que menciona San Papías? No hay nada que nos obligue a endosar las conclusiones de los críticos radicales sobre este asunto. Por el contrario, el testimonio sólido de la tradición le atribuye estos escritos al apóstol San Juan, ni se debilita del todo por criterios internos, siempre que no perdamos de vista el carácter del cuarto Evangelio---llamado por Clemente de Alejandría “un evangelio espiritual”, al compararlo con los otros tres, a los que llamó “corporales”. Teológicamente debemos tomar en cuenta algunos documentos eclesiásticos modernos (Decreto “Lamentabili”, prop. 17, 18 y la respuesta de la Comisión Romana para Asuntos Bíblicos, 29 de mayo de 1907). Estas decisiones apoyan el origen juanino y apostólico del cuarto Evangelio. Sean cuales fueren los puntos de estas controversias, un católico debe estar, y eso en virtud de sus principios, en circunstancias excepcionalmente favorables por aceptar las justas exigencias del criticismo. Si se estableciese que 2 Pedro pertenece a una clase de literatura común en ese entonces, a saber, el pseudo epígrafe, su canonicidad no se comprometerá debido a eso. La inspiración y la autenticidad son distintas e incluso separables, cuando no hay una cuestión dogmática envuelta en su unión.
El asunto del origen del Nuevo Testamento envuelve todavía otro problema literario, especialmente respecto a los Evangelios. ¿Son estos escritos independientes unos de otros? Si uno de los evangelistas utilizó la obra de sus predecesores, ¿cómo supondremos que sucedió? ¿Fue Mateo que usó el de Marcos o viceversa? Luego de treinta años de estudio constante, la pregunta ha sido contestada sólo por conjeturas. Entre éstas se debe incluir la teoría documental misma, incluso en la forma en que se admite actualmente, la de las “dos fuentes”. El punto de partida de esta teoría, es decir la prioridad de Marcos y el uso que Mateo y Lucas hicieron de él, aunque se ha convertido en un dogma en el criticismo, para muchos se puede decir que no es más que una hipótesis. Por muy desconcertante que sea, no es menos cierto. Ninguna de las soluciones propuestas ha sido aprobada por todos los estudiosos que son realmente competentes en la materia, porque todas estas soluciones, mientras que resuelven algunas de las dificultades, dejan casi otras tantas irresolutas. Si nos damos por satisfechos con hipótesis, por lo menos debemos preferir la más satisfactoria. El análisis del texto parece concordar bastante bien con la hipótesis de las dos fuentes---Marcos y Q (es decir, Quelle, el documento no de Marcos); pero un crítico conservador lo adoptará sólo hasta donde no sea incompatible con la información de la tradición respecto al origen de los Evangelios como ciertos o dignos de respeto.
Esta información puede ser resumida como sigue:
- Los Evangelios son realmente obra de aquéllos a quienes se les ha atribuido siempre, aunque esta adscripción pueda quizás ser explicada por una autoría más o menos mediata. Así, el apóstol San Mateo, al escribir en arameo, no tradujo al griego él mismo el Evangelio canónico que nos ha llegado bajo su nombre. Sin embargo, el hecho de que se le considere el autor de este Evangelio necesariamente supone que entre el texto original arameo y el texto griego hay, por lo menos, una conformidad substancial. El texto original de San Mateo ciertamente es anterior a la ruina de Jerusalén, incluso hay razones para datarlo antes que las epístolas de San Pablo y por consiguiente cerca del año 50. No sabemos nada definido sobre la fecha en que fue traducido al griego.
- Todo parece indicar que la fecha de composición de San Marcos fue cerca de la muerte de San Pedro, o sea, entre 60 y 70.
- San Lucas nos dice claramente que antes que él “muchos intentaron narrar ordenadamente” el Evangelio. ¿Cuál fue entonces la fecha de su propia obra? Cerca del año 70. Se debe recordar que no debemos esperar de los antepasados la precisión de nuestra cronología moderna.
- Los escritos de Juan pertenecen al final del siglo I, desde el año 90 al 100 (aproximadamente); excepto quizás el Apocalipsis, que algunos críticos modernos sitúan alrededor del final del reinado de Nerón, 68 d.C. (Vea Evangelios).
Transmisión del Texto
Ningún libro de los tiempos antiguos nos ha llegado exactamente como salió de las manos de su autor---todos han sido alterados de una u otra forma. Las condiciones materiales bajo las cuales se difundió un libro antes de la invención de la imprenta (1440), el poco cuidado de los copistas, correctores y glosadores para el texto, tan diferente al deseo de precisión actual, explica bastante las divergencias que encontramos entre los varios manuscritos de la misma obra. A estas causas se debe añadir, respecto a las Escrituras, las dificultades exegéticas y las controversias dogmáticas. Para eximir a los escritos sagrados de las condiciones ordinarias habría sido necesaria una providencia muy especial, y no ha sido la voluntad de Dios ejercer dicha providencia. En los testimonios más antiguos se han hallado más de 150,000 diferentes variantes al texto del Nuevo Testamento---el cual es en sí mismo una pruebanecesidad moral de anunciar con certeza de que las Escrituras no son el único, ni el principal, medio de revelación. En el orden concreto de la presente economía Dios sólo tuvo que prevenir las alteraciones de los textos sagrados que pondrían a la Iglesia en la como palabra de Dios lo que en realidad era una declaración humana. Sin embargo, digamos desde el principio, que el contenido substancial del texto sagrado no ha sido alterado, a pesar de la incertidumbre que se cierne sobre algunos pasajes dogmáticos o históricos más o menos largos o importantes. Además---y esto es muy importante---estas alteraciones no son irremediables; por lo menos a menudo podemos, al estudiar las variantes en los textos, eliminar las interpretaciones defectuosas y así reestablecer el texto primitivo. Este es el objeto del criticismo textual.
Breve Historia del Criticismo Textual
Los escritores antiguos estaban conscientes de las variantes en el texto y en las versiones del Nuevo Testamento; Orígenes, San Jerónimo y San Agustín particularmente insistían en este estado de cosas. En todas las épocas y en diferentes lugares se hicieron esfuerzos para remediar el mal; en África en tiempos de San Cipriano de Cartago (250); en Oriente, por medio de las obras de Orígenes (200-54); luego por las de San Luciano de Antioquía y Hesiquio de Alejandría, a principios del siglo IV. Luego (383) San Jerónimo revisó la versión latina con la ayuda de lo que consideró las mejores copias del texto griego. Entre 400-450 Rábulas de Edesa hizo lo mismo con la versión siríaca. En el siglo XIII las universidades, los dominicos y los franciscanos emprendieron la corrección del texto latino. En el siglo XV la imprenta aminoró, aunque no suprimió completamente, la diversidad de interpretaciones, porque publicó el mismo tipo de texto, es decir, el que los helenistas del RenacimientoItalia, Alemania y Francia después de la captura de Constantinopla. Después que Erasmo, Robert Estienne y Teodoro de Beze revisaron dicho texto, finalmente, en 1633, surgió la edición elzeviriana, que llevaría el nombre de “texto recibido”. Permaneció como el texto ne varietur del Nuevo Testamento para los protestantes hasta el siglo XIX. La Sociedad Bíblica Inglesa y Extranjera continuó publicándola hasta 1904. Todas las versiones protestantes oficiales dependían de este texto de origen bizantino hasta la revisión de la Versión Autorizada de la Iglesia Anglicana, la cual se efectuó en 1881. obtuvo de los eruditos bizantinos, que vinieron en números de
Los católicos por su parte siguieron la edición oficial de la Vulgata Latina (que es en substancia la versión revisada de San Jerónimo), publicada en 1592 por orden del Papa Clemente VIII, y debido a esto se llamó la Biblia Clementina. Así se puede decir que durante por lo menos dos siglos en Occidente el Nuevo Testamento se leyó en dos formas diferentes. ¿Cuál de las dos era la más exacta? Según se descubrían y editaban los antiguos manuscritos del texto, los críticos señalaban y registraban las diferencias presentadas en estos manuscritos, y también las divergencias entre ellos y el texto griego comúnmente admitido, así como la Vulgata Latina. Había comenzado el trabajo de comparación y criticismo más urgente, y por casi dos siglos muchos eruditos lo han realizado con diligencia y método. Entre éstos merecen mención especial: Mill (1707), Bentley (1720), Bengel (1734), Wetstein (1751), Semler (1765), Griesbach (1774), HugScholz (1830), ambos católicos, Lachmann (1842), Tregelles (1857), Tischendorf (1869), Westcott y Hort, Abbé Martin (1883), y en el siglo XX B. Weiss, H. Von Soden, R.C. Gregory. (1809),
Recursos del Criticismo Textual
Nunca fue tan fácil como al presente el ver, consultar y controlar los más antiguos documentos del Nuevo Testamento. Reunidos de todas partes, se hallan en las bibliotecas de nuestras grandes ciudades (Roma, París, Londres, San Petersburgo, Cambridge, etc.) donde pueden ser vistos y consultados por todos. Estos documentos son los manuscritos del texto griego, las versiones antiguas y las obras de eclesiásticoscódices del texto y versiones han sido clasificados y denominados por medio de letras de los alfabetos hebreo, griego y latino. Von Soden introdujo otra notación, que consiste esencialmente en la distribución de todos los manuscritos en tres grupos designados respectivamente con las tres letras griegas d (es decir, diatheke, los manuscritos que contienen los Evangelios y algo más), e (es decir, euaggelia, los manuscritos que contienen los Evangelios solamente), y a (es decir, apostolos, los manuscritos que contienen los Hechos y las Epístolas. En cada serie los manuscritos se numeran según su edad. y otros escritores que han citado el Nuevo Testamento. Esta colección de documentos, que aumenta en número diariamente, ha sido llamada el apparatus criticus. Para facilitar el uso de los
(1) Manuscritos del Texto: Ya se han catalogado y estudiado parcialmente más de 4,000, de los cuales sólo pocos contienen el Nuevo Testamento. Veinte de estos textos son anteriores al siglo VIII, doce son del siglo VI, cinco del V y dos del IV. Debido a la cantidad y antigüedad de estos documentos el texto del Nuevo Testamento se establece mejor que el de nuestros clásicos griegos y latinos, excepto Virgilio, el cual, desde un punto de vista crítico, está casi en las mismas condiciones. Los más famosos de esos manuscritos son:
- B: Códice Vaticano d 1, Roma, siglo IV;
- Códice Sinaítico d 2, San Petersburgo, siglo IV;
- C: Códice Efrén Rescripto, d 3, París, siglo V;
- A Códice Alejandrino, d 4, Londres, siglo V;
- D Cantabrigiense (o Códice Bezae) d 5, Cambridge, siglo VI;
- D 2, Claromontano, a 1026, París, siglo VI;
- Laurensis, d 6, Monte Athos, siglos VIII-IX;
- E Basilcense, e 55, Bâle, siglo VIII.
A estas copias del texto en pergaminos se debe añadir una docena de fragmentos en papiro encontrados en Egipto, muchos de los cuales datan del siglo IV, e incluso del III.
(2) Versiones Antiguas: Muchas se derivan de los textos originales previos a los manuscritos griegos más antiguos. Estas versiones son, siguiendo el orden de edad, latina, siríaca, egipcia, Armenia, etíope y georgiana. Las primeras tres, especialmente las latina y siríaca, son de la mayor importancia.
(a) Versión Latina: Hasta cerca de fines del siglo IV, estaba difundida en Occidente (África Proconsular, Roma, norte de Italia, y especialmente en Milán, en Galia y en España) en formas levemente diferentes. La más conocida de éstas es la de San Agustín llamada la “Itala”, cuyas fuentes se remontan tan lejos como el siglo II. En 383 San Jerónimo revisó el tipo itálico con los manuscritos griegos, los mejores de los cuales no diferían mucho del texto representado por el Vaticano y el Sinaítico. Fue esta revisión, alterada aquí y allá por variantes de la versión latina primitiva y otras variantes más recientes, que prevaleció en Occidente desde el siglo VI bajo el nombre de Vulgata.
(b) Versión Siríaca: El Diatessaron de Tatiano (s. II) representa tres tipos primitivos: el palimpset de Sinaí, llamado el códice Lewis por el nombre de la dama que lo halló (siglo III, quizás de fines del II) y el Códice de Cureton (siglo III). La versión siríaca de esta época primitiva que todavía sobrevive contiene sólo los Evangelios. Más tarde, en el siglo V, fue revisada con el texto griego. La más difundida de estas revisiones, la cual se convirtió en la versión oficial, es la llamada “Pesittâ” (Peshitto, simple, Vulgata); las otras son llamadas filoxenas (siglo VI), heracleanas (siglo VII) y siro-palestina (siglo VI).
(c) Versión Egipcia: El tipo mejor conocido es el llamado Boharico (usado en el Delta desde Alejandría a Menfis) y también cóptico por el nombre genérico copto, el cual es una corrupción del griego aiguptos egipcio. Es la versión del Bajo Egipto y data del siglo V. Un mayor interés se le aplica a la versión del Alto Egipto, llamada la Sahidica, o tebana, la cual es una obra del siglo III, quizás incluso del II. Desafortunadamente lo que se conoce hasta ahora está incompleto.
Estas versiones antiguas son consideradas testigos firmes y precisos del texto griego de los tres primeros siglos sólo cuando tenemos ediciones críticas de ellas; pues ellas mismas están representadas por copias que difieren entre sí. El trabajo ya se comenzó y está bastante adelantado. La versión latina primitiva ya había sido reconstruida por el benedictino D. Sabatier (“Bibliorum Sacorum latinæ versiones antiquæ seu Vetus Italica”, Reims, 1743, 3 vols.); el trabajo fue emprendido nuevamente y completado en la colección en inglés “Textos Bíblicos Latinos Antiguos” (1883-1911). La edición crítica de la Vulgata Latina publicada en Oxford por los anglicanos Wordsworth y White, desde 1889 a 1905, da los Evangelios y los Hechos. En 1907 los benedictinos recibieron del Papa San Pío X la comisión de preparar una edición crítica de la Biblia Latina de San Jerónimo (Antiguo y Nuevo Testamento). Conocemos el “Diatessaron” de Tatiano por la versión arábiga editada en 1888 por Mgr. Ciasea, y por la versión armenia del comentario de San Efrén (que se halla en el siríaco de Tatiano) traducido al latín en 1876 por los mequitaristas Auchar y Moesinger. Las publicaciones de H. Von Soden han contribuido a dar a conocer mejor la obra de Tatiano. La señora A. S. Lewis ha publicado una edición comparativa del “palimpset” siríaco de Sinaí (1910); F. C. Burkitt ya había hecho esto para el códice Cureton en 1904. También existe una edición crítica del Peshitto por G. H. Gwilliam (1901). En cuanto a las versiones egipcias de los Evangelios, la edición de G. Horner (1901-1922, 5 vols.) las ha puesto a la disposición de todos los que leen el cóptico y el sahídico. La traducción al inglés que los acompaña está destinada a un círculo de lectores más amplio.
(3) Citas de Autores Eclesiásticos: El texto completo del Nuevo Testamento puede ser constituido poniendo juntas todas las citas de los Padres. Sería particularmente fácil para los Evangelios y las importantes epístolas de San Pablo. Desde un punto de vista puramente crítico, el texto de los Padres de los tres primeros siglos es particularmente importante, esepcialmente San Ireneo, San Justino, Orígenes, Clemente de Alejandría, Tertuliano, San Cipriano de Cartago y especialmente sobre Efrén, San Cirilo de Alejandría, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo y San Agustín de Hipona. Aquí de nuevo el crítico debe tomar un paso preliminar. Antes de pronunciar que un Padre leyó y citó el Nuevo Testamento en éste u otro modo, debemos primero estar seguros de que el texto como está en su forma presente no había sido armonizado con la variante comúnmente aceptada en el tiempo y país donde fueron editadas (en imprenta o manuscrito) las obras de dicho Padre. Las ediciones de Berlín para los Padres griegos y la de Viena para los Padres Latinos, y especialmente las monografías sobre las citas del Nuevo Testamento en los Padres Apostólicos (Sociedad de Oxford para la Teología Histórica, 1905), en San Justino (Bousset, 1891), en Tertuliano (Ronsch, 1871), en Clemente de Alejandría (Barnard, 1899), en San Cipriano (von Sodon, 1909), en Orígenes (Hautsch, 1909), en San Efrén (Burkett, 1901), in Marción (Zahn, 1890), son una ayuda valiosa en este trabajo.
Método Utilizado
(1) Primero se anotaron las diferentes interpretaciones que atestiguaban por la misma palabra, luego fueron clasificadas según sus causas: variantes involuntarias, lapsus, homoioteleuton, itacismus, scriptio continua, variantes voluntarias, armonización de los textos, exegesis, controversias dogmáticas, adaptaciones litúrgicas. Esto sin embargo fue una acumulación de materia para discusiones críticas.
(2) Al principio, el proceso empleado fue el llamado examen individual. Este consiste en examinar cada caso en sí mismo, y casi siempre tuvo como resultado que la interpretación hallada en la mayoría de los documentos era considerada la correcta. En unos pocos casos, sólo la gran antigüedad de ciertas variantes prevaleció sobre la superioridad numérica. Aun así un testigo puede estar más correcto que cientos otros, quienes a menudo dependen de fuentes comunes. Aun el texto más antiguo que tenemos, si no es el original, puede estar corrupto, o derivarse de una reproducción infiel. Para evitar estas ocasiones de error hasta donde fuera posible, los críticos daban preferencia a la calidad en vez de al número de documentos. Las garantías de fidelidad de una copia se conocen por la historia de los intermediarios que la conectan con el original, esto es, por su genealogía. El proceso genealógico fue puesto en boga especialmente por dos grandes eruditos de Cambridge, Westcott y Hort. Al dividir los textos, versiones y citas patrísticas por familias, llegaron a las siguientes conclusiones:
(a) Los documentos del Nuevo Testamento se agrupan en tres familias que pueden ser llamadas alejandrina, siríaca y occidental. Ninguna de éstas está libre de alteraciones.
- El texto llamado occidental, mejor representado por D, es el más alterado aunque se había propagado ampliamente en los siglos II y III, no sólo en Occidente (versión latina primitiva, San Ireneo, San Hipólito, Tertuliano, San Cipriano de Cartago) sino también en Oriente (versión siríaca primitiva, Tatiano, e incluso Clemente de Alejandría). Sin embargo, hallamos en él cierto número de interpretaciones originales que se han preservado sólo en él.
- El texto alejandrino es el mejor, éste era el texto admitido en Egipto y, hasta cierto grado, en Palestina. Se halla en C, aunque adulterado (por lo menos en cuanto a los Evangelios). Es más puro en la versión “bohaïric” y en San Cirilo de Alejandría. El texto alejandrino actual, sin embargo, no es primitivo. Parece ser un sub-tipo derivado de un texto más antiguo y mejor preservado que aparece casi puro en B y N. Es el texto que Westcott y Hort llaman neutral, porque se ha conservado, no absolutamente, pero mucho más que los otros, libre de influencias deformantes que han creado sistemáticamente los diferentes tipos de texto. Orígenes da testimonio del texto neutral que es superior a todos los otros, aunque no perfecto. Antes de él no tenemos testimonio positivo, sino analogías históricas y especialmente la información del criticismo interno muestra que debe ser primitivo.
- Entre el texto occidental y el alejandrino está el siríaco, que fue el usado en Antioquia de Capadocia y en Constantinopla en tiempos de San Juan Crisóstomo. Es el resultado de una “confluencia” metódica del texto occidental con el admitido en Egipto y Palestina hacia mediados del siglo III. El texto siríaco debió haber sido editado entre los años 250 y 350. Este tipo no tiene valor para la reconstrucción del texto original, pues todas las interpretaciones que le son peculiares son simplemente alteraciones. En cuanto a los Evangelios, el texto siríaco se halla en A y E, F, G, H, K, y también en la mayoría de los manuscritos Peschitto, versión Armenia y especialmente en San Juan Crisóstomo. El “texto admitido” es el descendiente moderno de este texto siríaco.
(b) La Vulgata Latina no puede ser clasificada en ninguno de estos grupos. Evidentemente depende de un texto ecléctico. San Jerónimo revisó un texto occidental con un texto neutral y otro no determinado todavía. Fue contaminado completo, antes o después de él, por el texto siríaco. Lo que sí es cierto es que su revisión trajo a la versión latina perceptiblemente más cerca de un texto neutral, que es decir a lo mejor. En cuanto al texto admitido que fue compilado sin ningún método realmente científico, debe ser puesto aparte completamente. Difiere en cerca de 8,000 lugares del texto encontrado en el Códice Vaticano, que es el mejor texto conocido.
(c) No debemos confundir un texto admitido con el texto tradicional. Un texto admitido es un tipo determinado de texto usado en algún lugar en particular, pero nunca aceptado generalmente en toda la Iglesia. El texto tradicional es el que tiene a su favor el testimonio constante de la tradición cristiana completa. Considerando la substancia del texto, se puede decir que toda Iglesia tiene el texto tradicional, pues ninguna Iglesia fue alguna vez privada de la substancia de la Escritura (hasta donde haya preservado la integridad del Canon); pero, en cuanto al criticismo textual cuyo objeto es recuperar la ipsissima verba del original, no hay ningún texto existente que pueda ser llamado correctamente “tradicional”. El texto original está todavía por ser establecido, y eso es lo que las ediciones llamadas críticas han estado tratando de efectuar por los pasados siglos.
(d) Después de más de dos siglos de trabajo, ¿hay todavía interpretaciones dudosas? Según Westcott y Hort siete octavos del texto, esto es 7,000 de 8,000 versículos, se pueden considerar definitivamente establecidos. Aun más, las discusiones críticas incluso ahora pueden resolver la mayoría de los casos disputados, de modo que no existan dudas excepto respecto a cerca de un sexto del contenido del Nuevo Testamento. Quizás incluso no excede de doce el número de pasajes cuya autenticidadSan Marcos (16,9-20) y el episodio de la mujer adúltera no ha tenido una demostración crítica suficiente, por lo menos en cuanto a alteraciones substanciales. Sin embargo, no debemos olvidar que los críticos de Cambridge no incluyen en estos cálculos ciertos pasajes más largos considerados por ellos como no auténticos, es decir, el final de ([[Evangelio de Juan|Juan 8,1-11).
(3) Estas conclusiones de los editores del texto de Cambridge han sido generalmente aceptadas por la mayoría de los estudiosos. Los que escribieron desde ellos, en el siglo XIX, B. Weiss, H. Von Soden, R. C. Gregory, ciertamente han propuesto diferentes clasificaciones; pero en realidad apenas difieren en sus conclusiones; sólo en dos puntos difieren de Westcott y Hort. Según ellos, estos dos últimos han dado demasiada importancia al texto del Códice Vaticano y no suficiente al llamado Occidental. En cuanto a este último, descubrimientos modernos lo han dado a conocer mejor y muestran que no debe ser menospreciado.
Contenido del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento es la principal y casi única fuente de la historia primitiva del cristianismo en el siglo I. Todas las “Vidas de Jesucristo” han sido compuestas a partir de los Evangelios. La historia de los apóstoles, según narrada por Renan, Farrar, Fouard, Weizsäcker y Le Camus, está basada en los Hechos de los Apóstoles y las epístolas. Las “Teologías del Nuevo Testamento”, de las cuales se han escrito tantas, son [prueba]] de que con textos canónicos podemos construir un sistema doctrinalalto criticismo. compacto y bastante completo. ¿Pero cuál es el valor de estas síntesis y narraciones? ¿Hasta qué punto nos ponen en contacto con los hechos reales? Es el asunto del valor histórico del Nuevo Testamento lo que todavía preocupa al
Historia
Todos concuerdan que los primeros tres Evangelios (Sinópticos) reflejan las creenciasSan Pablo entramos en contacto inmediato con la mente del más influyente propagador del cristianismo, y a un cuarto de siglo desde la Ascensión. La fe de los apóstoles representa la forma de pensamiento cristiano más victoriosa y más difundida en el mundo greco-romano. Los escritos de San Juan nos introducen a los problemas de la Iglesia después de la caída de la sinagoga y del primer encuentro del cristianismo con la violencia de la Roma pagana; su Evangelio expresa, por decir lo menos, la actitud cristiana hacia Cristo en esa época. Los Hechos nos informan, de todos modos, lo que se pensaba en Siria y Palestina hacia el año 65 de la fundación de la Iglesia; presentan ante nuestros ojos el diario de un viajero que nos permite seguir a San Pablo día a día durante los diez años de sus misiones. comunes respecto a Jesucristo y su obra durante el último cuarto del siglo I, es decir, a una distancia de cuarenta o cincuenta años de los eventos. Pocos de los primeros historiadores estaban en tan favorables condiciones. Las biografías de los césares (Suetonio y Tácito) no estaban en mejor posición de obtener información exacta. Además, todos están forzados a admitir que en las epístolas de
¿Debe nuestro conocimiento terminar aquí? ¿Pertenecen los primeros monumentos de la literatura cristiana a la clase de escritos llamados “memorias”, y revelan sólo las impresiones y juicios de sus autores? Ni un solo crítico (los que son estimados como tales) se han atrevido a menospreciar el valor histórico del Nuevo Testamento tomado en su totalidad. Los antiguos ni siquiera esbozaban la pregunta, tan evidente les resultaba que estos textos narraban fielmente la historia del cristianismo primitivo. Lo que hizo surgir la desconfianza de los críticos modernos fue el caprichoso descubrimiento de que estos escritos aunque sinceros eran muy parcializados. Compuestos, como se decía, por creyentes y para creyentes o, de todos modos, a favor de la fe, ellos se inclinan mucho más a hacer creíble la vida y enseñanzas de Jesús en lugar de un simple relato de lo que Él hizo o predicó. Y entonces ellos dicen que estos textos contienen contradicciones irreconciliables que atestiguan de la incertidumbre y variedad en la tradición expuesta por ellos en diferentes etapas de su desarrollo.
(1) Todos están de acuerdo que los autores del Nuevo Testamento eran sinceros. ¿Fueron ellos engañados? Si es así los escritos de la historia verdadera deberían aparentemente ser abandonados por completo. Ellos estuvieron cerca de los eventos: todos testigos presenciales o que dependían inmediatamente de testigos presenciales. En su opinión la primera condición a ser concedida para “atestiguar” sobre la historia del Evangelio es haber visto al Señor, especialmente al Señor resucitado (Hechos 1,21-22; 1 Cor. 9,11; 11,23; 1 Juan 1,1-4; Lc. 1-1-4). Estos testigos garantizan asuntos fáciles de observar y al mismo tiempo de suprema importancia para sus lectores. Los últimos deben haber controlado afirmaciones que reclaman imponer una obligación de fe y atendidos con consecuencias prácticas considerables; tanto más puesto que este control era fácil, puesto que los asuntos eran en asuntos que se habían realizado en público y no “en los rincones”, como dice San Pablo (Hch. 26,26; cf. 2,22; 3,13-14). Además, ¿qué esperanza razonable había para obtener libros aceptados que contenían una forma alterada de la tradición familiar desde la enseñanza de las Iglesias por más de treinta años, y queridos con el mismo afecto que se le tenía a Jesucristo en persona? Es en este sentimiento que debemos buscar la razón final para la tenacidad de las tradiciones eclesiásticas. Finalmente, estos textos se controlan entre sí. Escritos en diferentes circunstancias, con preocupaciones variadas, ¿por qué la concordancia en substancia? Porque la historia sólo conoce a un Cristo y un Evangelio; y esta historia está basada en el Nuevo Testamento, la realidad objetiva sola explica este acuerdo.
Es cierto que estos mismos textos presentan un sinnúmero de diferencias en detalles, pero la variedad y vaguedad a las cuales puede dar origen no debilita la estabilidad del todo desde un punto de vista histórico. Además, esto es compatible con la inspiración e inerrancia de la Sagrada Escritura, vea Inspiración de la Biblia. Las causas de estas aparentes contradicciones han sido señaladas desde hace mucho tiempo; es decir, narraciones fragmentadas de los mismos eventos abruptamente puestas lado a lado, diferentes perspectivas del mismo objeto según uno tome una posición de frente o de lado; diferentes expresiones que significan lo mismo; adaptación, no alteración, del asunto-materia según las circunstancias que un rasgo trajo al relieve; documentos o tradiciones que no concuerdan en todos los puntos, y los que sin embargo el autor sagrado ha relatado, sin reclamar garantizarlos en todo o decidir el asunto de su divergencia. Estos no son artificios o subterfugios inventados para excusar tanto como sea posible a nuestros Evangelistas. Observaciones similares se le pueden hacer a los autores profanos si se ganase algo con eso; por ejemplo tratar de armonizar a Tácito consigo mismo en “Historiæ”, V, IV, Y V, IX. Pero Herodoto, Polibio, Tácito, Livy no narraron la historia de un Dios que vino a la tierra a hacer que los hombres sometan toda su vida a su Palabra. Es bajo la influencia del prejuicio naturalista que alguna gente fácilmente, y como si fuese a priori, se oponen al testimonio de los autores bíblicos. ¿Acaso no han demostrado los descubrimientos recientes que San Lucas es un historiador más preciso que Flavio Josefo? Es cierto que los autores del Nuevo Testamento eran todos cristianos, pero para ser sinceros, ¿debemos ser indiferentes hacia los hechos que relatamos? El amor no necesariamente nos hace ciegos o mentirosos, por el contrario, nos puede permitir penetrar más hondamente en el conocimiento de nuestros temas. En cualquier caso, el odio expone al historiador a un peligro mayor de parcialidad; ¿y es posible estar sin amor u odio hacia el cristianismo?
(2) Siendo estas las condiciones, si el Nuevo Testamento nos ha traído una historia falsificada, la falsificación debe haber venido desde una fecha más temprana, y no debe ser asignada ni a la insinceridad ni a la incompetencia de sus autores. Es de la tradición cristiana primitiva de la que depende de la que se sospecha en sus fuentes vitales, como si hubiese sido formada bajo la influencia de instintos religiosos, que la condenaron irremediablemente a ser mística, legendaria o, de nuevo, idealista, como los simbolistas la colocan. Lo que nos trasmitió no fue tanto las figuras históricas de Cristo (en la aceptación moderna del término), sino su imagen profética. El Jesús del Nuevo Testamento se había convertido en el que pudo o debió ser imaginado por alguien que veía en Él al Mesías. Es, sin duda, por el dicho de Isaías, “He aquí que una doncella dará a luz”, que surge la creencia en la concepción sobrenatural de Jesús---una creencia que es formulada definitivamente en las narraciones de San Mateo y San Lucas. Tal es la explicación corriente entre los no creyentes de hoy día, y entre el cada día creciente número de protestantes liberales, notoriamente la de Harnack.
Reconocidamente o no, este modo de explicar la formación de la tradición evangélica ha sido expuesto principalmente para explicar el elemento sobrenatural con el cual se permea el Nuevo Testamento: a la objetividad de este elemento se le niega reconocimiento por razones de orden filosófico, anteriores a cualquier criticismo del texto. El punto de partida de esta explicación es meramente un prejuicio especulativo. A la objeción de que las posiciones de Strauss eran insostenibles el día en que los críticos comenzaron a admitir que el Nuevo Testamento era obra del siglo I, y por lo tanto, un testigo que seguía cercanamente los eventos, Harnack contesta que veinte años e incluso menos son suficientes para la formación de leyendas. En cuanto a la posibilidad abstracta de que la formación de una leyenda que pueda ser, pero todavía queda por ser probado que es posible que una leyenda se forme, aun más, que gane aceptación, en las mismas condiciones concretas que la narrativa evangélica. ¿Cómo es que los apócrifos no lograron abrirse paso en la poderosa corriente que llevó a los escritos canónicos a todas las Iglesias, y lograron ser aceptados? ¿Por qué los más antiguos no fueron conocidos por nosotros no compuestos hasta por lo menos un siglo después de los eventos?
Además, si la narrativa evangélica es realmente una creación exegética basada en las profecías del Antiguo Testamento ¿cómo vamos a explicar que sea lo que es? No hay referencia en él a los textos de los cuales la naturaleza mesiánica es patente y aceptada por las escuelas judías. Es extraño que la “leyenda” de los Reyes Magos que vinieron de Oriente a adorar al Niño Jesús llamados por una estrella haya dejado completamente fuera la estrella de Jacob (Nm. 24,17) y el famoso pasaje de Isaías (60,6-8). Por otro lado, se apela a textos en el que el mesianismo no es obvio, y que no parecen haber sido interpretados comúnmente (por lo menos entonces) por los judíos del mismo modo que por los cristianos. Ese es exactamente el caso con San Mateo (2,15-23 y quizás 1,23). Los evangelistas representan a Jesús como el predicador popular, par excellence, el orador de la multitud en pueblo y campo; nos lo muestran con el látigo en la mano, y ponen en su boca palabras aun más punzantes dirigidas a los fariseos. Según San Juan (7,28.37; 12,44), Él “gritó” incluso en el Templo de JerusalénTemplo. ¿Puede ese rasgo de su fisonomía ser fácilmente explicado por Isaías 42,2, que había predicho del siervo de Yahveh: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz”? De nuevo, “Serán vecinos el lobo y el cordero… y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.” (Is. 11,6-8) habría aportado material para un idilio encantador, pero los evangelistas han dejado ese realismo a los apócrifos y a los milenaristas. ¿Cuál pasaje de los profetas o incluso del apocalipsis judío inspiró a la primera generación de cristianos con la doctrina fundamental del carácter transitorio de la Ley; y sobre todo, con la predicción de la destrucción de Jerusalén y su Templo? Una vez se admite el paso inicial en esta teoría, uno es guiado lógicamente a no dejar nada establecido en la narrativa evangélica, ni siquiera la crucifixión de Jesús, ni su existencia misma. Salomón Reinach realmente pretende que la historia de la Pasión es meramente un comentario sobre el salmo 22(21), mientras que Arthur Drews niega la misma existencia de Jesucristo.
Otro factor que contribuyó a la alegada distorsión de la historia evangélica fue la necesidad impuesta sobre el cristianismo primitivo de alterar, si iba a durar, la concepción del Reino de Dios predicado por Jesús en persona. En sus labios, se dice, el Evangelio era meramente un grito de “Sauve qui peut” dirigido al mundo, el cual Él creía que estaba pronto a finalizar. Tal era también la persuasión de la primera generación cristiana. Pero pronto se percibió que ellos tendrían que bregar con un mundo perecedero, y la enseñanza del Maestro tenía que ser adaptada a la nueva condición de las cosas. Esta adaptación no se logró sin mucha violencia, hecha, inconscientemente, es cierto, a la realidad histórica, pues se sintió la necesidad de derivar del Evangelio todas las instituciones eclesiásticas de fecha reciente. Tal es la explicación escatológica propagada particularmente por J. Weiss, Schweitzer, Loisy; y recibida favorablemente por los pragmáticos.
Es cierto que sólo fue más tarde que los discípulos entendieron el significado de ciertas palabras y hechos de su Maestro. Pero tratar y explicar toda la historia evangélica con la retrospección de la segunda generación cristiana es como tratar de balancear una pirámide sobre su ápice. Realmente la hipótesis, en su aplicación general, implica un estado de la mente difícil de reconciliar con la calma y serenidad que es fácilmente admitida en los evangelistas y San Pablo. En cuanto al punto de partida de la teoría, es decir, que Cristo fue víctima de una ilusión sobre la inminente destrucción del mundo, no tiene base en el texto, incluso para los que consideran a Cristo un simple hombre, excepto al distinguir dos clases de discursos (y eso sobre la fuerza de la teoría misma), los que se remontan a Jesús mismo y los que se le han atribuido luego a Jesús; esto es lo que se llama un círculo vicioso. Finalmente, es falso que la segunda generación cristiana estaba imbuida de la idea de remontar todo, per fas et nefas---instituciones y doctrinas---a Jesús en persona. La primera generación decidió por sí misma más de una vez asuntos de la mayor importancia al referirse no a Jesús sino al Espíritu Santo y a la autoridad de los apóstoles. Este fue especialmente el caso con la conferencia apostólica en Jerusalén (Hch. 15), en la cual se decidiría en cuáles observancias concretas el Evangelio reemplazaría a la Ley. San Pablo distingue claramente las doctrinas o las instituciones que él promulga en virtud de su autoridad apostólica, desde las enseñanzas que la tradición remontaba a Cristo (1 Cor. 7,10.12.25).
Además se debe presumir que si la tradición cristiana había sido formada bajo la alegada influencia, y eso, con tal libertad histórica, hubiera quedado menos contradicciones aparentes. Son bien conocidos los esfuerzos hechos por los apologistasHijo de Dios” señala una nueva actitud de la conciencia cristiana hacia Jesucristo, ¿por qué la misma simplemente no ha sustituido la de “Hijo del Hombre”? La supervivencia de esta última expresión en los Evangelios, muy cercana en los mismos textos a su equivalente (que sola mostraba claramente la fe real de la Iglesia) sólo podía ser un estorbo; no más, quedó como una indicación indiscreta del cambio que vino (después). Se puede decir quizás que la evolución de las creencias populares, que vinieron instintivamente y poco a poco, no tiene nada que ver con las exigencias de una lógica racional, y por lo tanto, no tiene coherencia. Concedido en su totalidad, pero no se debe olvidar que, la literatura del Nuevo Testamento es una obra reflexiva, razonada e incluso apologética. Nuestros adversarios pueden todo lo menos negar su carácter, que, según ellos, los autores del Nuevo Testamento son “tendenciosos”, es decir, inclinados más de lo debido a dar un sesgo a las cosas para hacerlas aceptables. para armonizar los textos del Nuevo Testamento. Si el apelativo “
Doctrinas
Éstas son (1) específicamente no cristianas; o (2) específicamente cristianas.
(1) Doctrinas específicamente no cristianas: Al ser el cristianismo la continuación normal del judaísmo, el Nuevo Testamento necesita heredar del Antiguo cierto número de doctrinas religiosas respecto a Dios, su culto, los destinos originales del mundo, y especialmente del hombre, la ley moral, espíritus, etc. Aunque esas creencias no son específicamente cristianas, el Nuevo Testamento las desarrolla y perfecciona.
- Se insiste más plenamente en los atributos de Dios, particularmente su espiritualidad, su inmensidad, su bondad, y sobre todo su paternidad.
- Se restablece la ley moral a su perfección primitiva en lo que respecta a la unidad y perpetuidad del matrimonio, respeto al nombre de Dios, perdón de las injurias y en general los deberes hacia el prójimo; se establece claramente la culpabilidad por el simple deseo de una cosa prohibida por la Ley; las obras externas (oración, donación de limosnas, ayuno, sacrificio) realmente derivan su valor de las disposiciones del corazón que las acompañan.
- Se purifica la esperanza mesiánica de los elementos temporales y materiales en que se había envuelto.
- Se especifica más claramente las retribuciones del mundo venidero y de la resurrección del cuerpo.
(2) Doctrinas Específicamente Cristianas: Otras doctrinas, específicamente cristianas, no se añaden al judaísmo para desarrollarlas, sino más bien para reemplazarlas. En realidad, entre el Nuevo y el Antiguo Testamento hay una sucesión directa pero no revolucionaria como estaría inclinado a creer un observador superficial; igual que en los seres vivos, el estado imperfecto de ayer debe dar paso a la perfección de hoy aunque uno haya preparado a la otra. Si el misterio de la Santísima Trinidad y el carácter espiritual del Reino Mesiánico están clasificados entre los dogmas cristianos peculiares es porque el Antiguo Testamento era en sí mismo insuficiente para establecer la doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema; y aun más porque, en la época de Jesús, las opiniones corrientes entre los judíos iban decididamente en dirección contraria.
- La vida divina común de las Tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la Unidad de una y la misma naturaleza es el misterio de la Trinidad, oscuramente tipificado o esbozado en el Antiguo Testamento.
- El Mesías prometido por los profetas ha venido en la persona de Jesús de Nazaret, que fue no sólo un hombre poderoso en palabras y obras, sino el verdadero Dios mismo, el Verbo hecho hombre, nacido de una virgen, crucificado bajo el gobierno de Poncio Pilatos, pero resucitado de entre los muertos y ahora exaltado a la derecha de su Padre.
- Fue con una muerte ignominiosa sobre la Cruz, y no por poder y Gloria, que Jesucristo redimió al mundo del pecado, muerte y de la ira de Dios; Él es el Redentor de toda la humanidad (tanto gentiles como judíos) y los unió a todos a sí mismo sin distinción.
- La legislación mosaica (ritos y teocracia política) fue dada sólo a los judíos, y con el tiempo debe desaparecer, como la figura antes de la realidad. Cristo sustituye estas prácticas ineficaces en sí mismas con ritos realmente santificantes, especialmente el bautismo, la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia. Sin embargo, la nueva economía es a tal grado una religión en espíritu y en verdad, que, absolutamente hablando, el hombre se puede salvar, en ausencia de todos los medios exteriores, al someterse a sí mismo completamente a Dios por la fe y el amor del Redentor.
- Antes de la venida de Cristo, Dios había tratado a los hombres como esclavos o niños pequeños, pero con el Evangelio comienza una nueva ley de amor y libertad escrita primero en el corazón; esta ley no consiste meramente en la letra que prohíbe, ordena o condena; es también, y principalmente, una gracia interior que dispone el corazón a hacer la voluntad de Dios.
- El Reino de Dios predicado y establecido por Jesucristo, aunque existe ya visiblemente en la Iglesia, no será perfeccionado hasta el fin del mundo (del cual nadie sabe el día ni la hora), cuando Él venga en poder y majestad a pagar a cada uno según sus obras. Mientras tanto, la Iglesia asistida por el Espíritu Santo, gobernada por los apóstoles y sus sucesores bajo la autoridad de Pedro, enseña y propaga el Evangelio hasta los confines de la tierra.
- El amor al prójimo se eleva a la altura del amor a Dios, porque el Evangelio nos hace ver a Dios y a Cristo en todos los hombres pues ellos son, o deben ser, sus miembros místicos. Cuando es necesario, el amor debe ser llevado hasta el sacrificio de uno mismo, tal es el mandamiento de Cristo.
- La moralidad natural en el Evangelio se eleva a una esfera más alta por los consejos de perfección (pobreza y castidad), que pueden ser resumidos como la renuncia positiva a los bienes materiales de esta vida, hasta donde impiden nuestra entrega total al servicio de Dios.
- La vida eternal, la cual no se realizará completamente hasta la resurrección del cuerpo, consiste en la posesión de Dios, visto cara a cara, y de Jesucristo.
Tales son los puntos fundamentales del dogma cristiano, según enseñados claramente en el Nuevo Testamento. No se hallan reunidos juntos en ninguno de los libros canónicos, sino que fueron escritos a través de un período que se extendió desde mediados del siglo I hasta comienzos del II; y en consecuencia, se puede reconstruir la historia del modo como fueron expresados. Estos textos nunca pudieron, y nunca fueron destinados, a prescindir de la tradición oral que los precedió. Sin este comentario perpetuo, ellos nunca hubiesen sido entendidos y hubiesen sido mal interpretados a menudo.
El Canon del Nuevo Testamento
El Nuevo testamento Católico, definido en el Concilio de Trento, no difiere, respecto a los libros que contiene, del de todos los grupos cristianos actuales. Como el Antiguo Testamento, el Nuevo tiene sus libros deutoercanónicos y partes de libros cuya canonicidad ha sido tema de controversia en la Iglesia. Completos: Epístola a los Hebreos, la de Santiago, la Segunda de Pedro, la Segunda y Tercera de Juan, Judas y el Apocalipsis. En total, siete libros completos controvertidos del Nuevo Testamento controvertidos. Los pasajes discutidos son tres: la sección que cierra el Evangelio de Marco xvi, 9-20, sobre la aparición de Cristo tras la Resurrección; los versos de Lucas sobre el sudor de sangre de Jesús, xxii, 43, 44; la Perícopa de la Adúltera (Pericope Adulterae), o narración de la mujer sorprendida en adulterio: S. Juan, vii, 53 a viii, 11. Desde el Concilio de Trento no se permite a los católicos cuestionar la inspiración de estos pasajes.
1. El testigo del Nuevo Testamento para si mismo: las primeras colecciones.
2. El principio de Canonicidad
Los oponentes a esta teoría alegan que los Evangelios de Marcos, Lucas y Los Hechos no son obra de los Apóstoles (sin embargo la tradición conecta el segundo Evangelio con la predicación de S. Pedro y el de S. Lucas con la de S. Pablo ); que libros que corrían bajo el nombre de los Apóstoles, como la Epístola de Bernabé y el Apocalipsis de S. Pedro, fueron sin embargo excluidos del rango de los canónicos, mientras por otra parte Orígenes y S. Dionisio de Alejandría, en el Apocalipsis, S. Jerónimo en el caso de II y III Juan, aún cuestionando la autoría apostólica de estos libros, las reciben sin vacilaciones como Sagrada Escritura.
Según Mons. Batiffol, los Evangelios, (i.e. las palabras y mandamientos de Jesucristo) llevaban en sí su propia sacraliza autoridad desde el principio. Este Evangelio fue anunciado a lo ancho del mundo por los Apóstoles y los discípulos apostólicos de Cristo, y ese mensaje, hablado o escrito, ya en forma narrativa de evangelio o de epístola, era santo y supremo por el hecho de contener la palabra del Señor. En consecuencia para la primitiva iglesia, el carácter evangélico era la prueba de la sacralidad de la Escritura. Pero para garantizar este carácter era necesario que un libro fuera reconocido como apostólico por los testigos oficiales y órganos del Evangelio, de ahí la necesidad de certificar la autoría apostólica, o al menos su sanción, en un libro que afirmaba contener el Evangelio de Cristo. En opinión de Batiffol la noción judía de inspiración no entró al principio en la selección de las Escrituras Cristianas. De hecho, para los primeros cristianos, el Evangelio de Cristo, en el sentido amplio anotado arriba, no debía ser clasificado con el Antiguo testamento, puesto que lo transcendía. No fue hasta mediada la segunda centuria que los escritos del Nuevo Testamento se asimilaron al Antiguo bajo la rúbrica Escritura. La autoridad del Nuevo Testamento como la Palabra precedía y producía su autoridad como una Nueva Escritura (Revue Biblique, 1903, 226 sqq.). la hipótesis de Monseñor Batiffol tiene eso en común con las posturas de otros estudiosos recientes del Canon del Nuevo Testamento, que la idea de un nuevo cuerpo de escritos sagrados era más clara en la primitiva iglesia a medida que los fieles avanzaban en el conocimiento de la fe. Pero debe recordarse que el carácter inspirado del Nuevo Testamento es un dogma católico y debe de alguna manera haber sido revelado a los Apóstoles y enseñado por ellos. Asumiendo que la autoría apostólica es un criterio positivo de inspiración, dos epístolas inspiradas de S Pablo se han perdidos como parece por I Cor, v. 9, sgs.; II Cor., ii, 4,5. 3. La formación del Tetramorfo o Evangelio Cuádruple
· S. Ignacio, Obispo de Antioquía, y S, Policarpo de Esmirna, habían sido discípulos de los Apóstoles y escribieron sus epístolas en la primera década del segundo siglo (100-110). Emplean a Mateo, Lucas y Juan. En S, Ignacio encontramos la primera instancia del término ritual “está escrito” aplicado a un Evangelio (Ad Philad., viii, 2). Estos dos Padres muestran no sólo un conocimiento personal con “el Evangelio” y las trece Epístolas Paulinas sino que suponen que sus lectores están tan familiarizados con ellos que sería superfluo nombrarlos. Papías, obispo de Hierópolis Frigia, según Ireneo, discípulo de S. Juan, escribió hacia el año 125. Describiendo el Evangelio de S. Marcos habla de Logia hebreos (aramáicos) o Dichos de Cristo compuestos por S. Marco, que es razonable creer que formaban la base del evangelio canónico de ese nombre, aunque la mayor parte de los escritores católicos los identifican con el Evangelio. Puesto que sólo tenemos unos pocos fragmentos de Papías, preservado por Eusebio, no se puede alegar que permanece silencioso sobre otras partes del Nuevo Testamento. · La llamada Epístola de Bernabé, de origen incierto, pero muy antigua cita un pasaje del primer Evangelio con la fórmula “está escrito”. La Didajé, o Enseñanza de los Apóstoles, una obra no canónica que data de alrededor del año 110, implica que el “evangelios” era ya una colección bien conocida y definida.
Así pues, los testimonios patrísticos nos han levado paso a paso al divino, inviolable Evangelio Tetramorfo que existía al final de la era apostólica. Pero cómo se soldó en una unidad y fue entregado a la Iglesia, es una cuestión de conjetura. Sin embargo, como observa Zahn, hay buenas razones para creer que la tradición proveniente de Papías, de que el Evangelio de S. Marcos fue aprobado por S. Juan el Evangelista, revela que él mismo o un grupo de sus discípulos añadieron el Cuarto Evangelio a los Sinópticos para formar así el compacto e inalterable Evangelio, uno en cuatro, cuya existencia y autoridad dejó su clara impronta sobre toda la literatura eclesial posterior, y que encontró su formulación consciente en el lenguaje de Ireneo. 4. Las Epístolas Paulinas
5. Los libros restantes
6. La idea de un Nuevo Testamento.
B. EL PERIODO DE DISCUSION ( 220 – 367 dC.c) En este momento del desarrollo histórico del Canon del nuevo Testamente, encontramos por primera vez una consciencia, que se refleja en ciertos escritores eclesiásticos, de las diferencias que hay entre las colecciones sagradas en diversos lugares del cristianismo. Estas variaciones son atestiguadas y la discusión se estimula en dos de los más sabios de la antigüedad cristiana, Orígenes y Eusebio de Cesarea, el historiador eclesiástico. Un vistazo al Canon como se muestra en las autoridades de la iglesia africana o cartaginesa, completarán nuestro breve recorrido por este período de diversidad y discusión.
Zahn lo atribuye a la influencia de Luciano de Samosata, uno de los fundadores de la escuela de exégesis de Antioquía y con cuyos discípulos había estado a asociado Eusebio El mismo Luciano había recibido su educación en Edesa, la metrópolis de Siria oriental, que tenía, como ya se ha dicho, un Canon singularmente abreviado. Se sabe que Luciano editó las Escrituras en Antioquía y se supone que introdujo allí el Nuevo Testamento más corto que más tarde S., Juan Crisóstomo y sus seguidores emplearon – en el que no estaban ni el Apocalipsis, II Pedro , II y III Juan y Judas.
Sean cuales fueren las influencias que determinaron el canon personal de Eusebio, el caso es que éste eligió el texto de Luciano para las 50 copias de la Biblia que proporcionó a la Iglesia de Constantinopla por orden de Constantino, su protector imperial. Y él incorporó todas la Epístolas Católicas, pero excluyó el Apocalipsis, que permaneció fuera de las colecciones sagradas tan corrientes como las de Antioquía y Constantinopla, por más de un siglo.
3. La Iglesia Africana
C. El PERIODO DE FIJACION (367-405 dC)
2. La Iglesia Romana , el Sínodo y S. Jerónimo
Así pues a finales de la primera década del siglo quinto toda la iglesia occidental estaba en posesión del canon completo del Antiguo Testamento. En oriente donde, con la excepción de la iglesia siria de Edesa, se había obtenido un canon completo aproximado hacia tiempo sin la ayuda de una declaración formal, las opiniones estaban aún algo divididas sobre el Apocalipsis. Pero para la iglesia Católica como un todo, el contenido del Nuevo Testamento estaba definitivamente fijado y la discusión cerrada.
D. HISTORIA SUBSECUENTE DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO.
Para más información respecto a la acción de Trento sobre el Canon, se invita al lector a la sección respectiva del artículo: II. El Canon del Antiguo testamento en la Iglesia Católica.
Con respecto al Protestantismo, los Anglicanos y los Calvinistas siempre conservaron el Nuevo testamento. Pero durante un siglo los seguidores de Lutero excluyeron Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis y aún fueron más lejos que su maestro rechazando las tres deuterocanónicas que quedaban, II Pedro, II y III Juan. La tendencia de los teólogos luteranos del siglo diecisiete era clasificar todos estos escritos como de autoridad dudosa o al menos inferior. Pero gradualmente los protestantes alemanes se fueron familiarizando con la idea de que la diferencia entre los libros del Nuevo Testamento contestados y el resto era solamente de grado de certeza respecto al origen más que de carácter intrínseco. El reconocimiento completo de estos libros por los Calvinistas y los Anglicanos puso más difícil a los Luteranos excluir a los deúteros del Nuevo testamento que los del Antiguo. Uno de sus escritores del siglo diecisiete permitió solamente una diferencia teorética entre las dos clases y en 1700, Bossuet pudo decir que todos los Católicos y Protestantes estaban de acuerdo en el Canon del Nuevo testamento. La única huella de oposición que permanece ahora en las Biblias protestantes alemanas está en el orden: Hebreos va al final con Santiago, Judas y el Apocalipsis; el primero no está incluido en los escritos paulinos, mientras Santiago y Judas no están en el mismo rango que las Epístolas católicas 4. El criterio de inspiración (menos correctamente conocido como criterio de canonicidad).
EL NUEVO TESTAMENTO "De los Hechos al Apocalipsis"
INTRODUCCION
LA SOCIEDAD EVC en su empeño de poner al alcance de todos los Católicos literatura religiosas sencilla y comprensible, ha editado una introducción al Antiguo Testamento Folleto 460: LA BIBLIA; a los Evangelios Folleto 461:¿QUE SON LOS EVANGELIOS? y en el presente Folleto 462 aborda el resto del Nuevo Testamento, Hechos de los Apóstoles, Cartas y Apocalipsis, haciendo de los tres una colección sumamente útil para acercarnos a la Palabra de Dios. La Biblia es un libro difícil de interpretar, porque aunque su mensaje resultaba fácil y sencillo para sus primeros destinatarios, actualmente vivimos en otras culturas y a siglos de distancia. Siendo el Libro de los Libros, es muy complejo y necesitamos de la mano de la Iglesia Católica, Madre y Maestra, para no caer en el error como ha sucedido con los protestantes, que por el principio luterano de la libre interpretación de la Biblia, cada quien ha querido leer en ella lo que le conviene. Por algo ya San Pedro nos advierte que: La Biblia "no es de interpretación privada" (2 Pe-1,20). Al leer y estudiar la Biblia guiados por la Iglesia Católica, tenemos la garantía de encontrar la verdad. Nadie como ella (tiene veinte siglos de experiencia) nos puede aclarar qué nos dice Dios en este maravilloso libro. El Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene los Hechos de los Apóstoles, las cartas de San Pedro, San Pablo, San Juan, Santiago, San Judas Tadeo, la carta a los Hebreos y el Apocalipsis, 27 en total. Como en el Folleto 460, nuestra inspiración principal es la BIBLIA LATINOAMERICANA que por estar editada especialmente para los fieles de habla hispana de nuestro continente, no solamente adopta un lenguaje sencillo sino que tiene al alcance de sus páginas, notas explicativas tan útiles, como comprensibles.
HECHOS DE LOS APOSTOLES Al mismo tiempo que Jesucristo predicó en Palestina la Buena Nueva, durante tres años instruyó a los Apóstoles que El eligió para continuar su obra, ordenándoles antes de ascender al Cielo, evangelizar a todas las naciones. ¿Cómo empezó la evangelización? ¿Qué hicieron los Apóstoles para cumplir su vocación? ¿Cómo nació la Iglesia? El relato de los principios de la Iglesia Católica es apasionante y es necesario conocerlo, como debemos también conocer su historia hasta nuestros días. No importa en realidad la mediocridad de la mayoría de los cristianos sino conocer las experiencias y hazañas de los verdaderos creyentes, apóstoles y mártires.(Ver los folletos EVC 647:"Nace la Iglesia, de Cristo a Constantino" y el 649: "La verdadera Historia de la Iglesia") El autor de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas, no fue discípulo de Jesucristo, al que tal vez no conoció ya que era pagano y vivía fuera de Palestina, en Antioquía; pero cuando se convirtió, por su formación greco-latina, se interesó no tan solo en investigar los acontecimientos "desde el principio" sino en consignarlos por escrito. San Lucas es una bendición para la Iglesia: con una mentalidad más cercana a la nuestra, es el cronista privilegiado que nos transmite, sólo él, por ejemplo, la infancia de Nuestro Señor, que oyó seguramente de los labios de su Madre: la Santísima Virgen María. San Lucas en los Hechos de los Apóstoles lleva una perfecta continuidad de su Evangelio y nos relata los primeros pasos de la Iglesia en Jerusalén, después de la Ascensión de Jesús. A San Lucas debemos la noticia de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y presenta la figura de San Pedro como el jefe indiscutible, el primer Papa de la historia. Tuvo la suerte San Lucas de haber conocido a San Pablo y a partir del año 50 acompañarlo en sus correrías apostólicas habiendo terminado su libro en el año 62. Hubiéramos querido que un cronista como San Lucas hubiera sido el acompañante de San Pedro y de cada uno de los demás Apóstoles. De algunos de ellos no sabemos prácticamente nada, ni de sus trabajos evangelizadores ni de su martirio. Pero Dios tiene sus planes y debemos agradecerle el haber suscitado la vocación de San Lucas. Termina el libro cuando San Pablo está en Roma en una casa alquilada, en arresto domiciliario, esperando dos años enteros el juicio del César al cual ha apelado y "recibiendo sin trabas a todos los que lo venían a ver. Proclamaba el Reino de Dios con mucha seguridad y enseñaba lo referente a Jesús" (Hech.28,30-31).
CARTA A LOS ROMANOS. Si tenemos la suerte de que San Lucas haya escrito su Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, también debemos alegrarnos de que San Pablo haya tenido la idea de escribir hermosísimas cartas a las diversas Iglesias fundadas por él durante sus correrías Apostólicas. Sin embargo, la más extensa y tal vez la más importante, la Carta a los Romanos está dirigida a una Iglesia que él no fundó. En tiempos de Jesús, los judíos eran numerosos en Roma y se les daba el nombre de "libertos" porque procedían en su mayor parte de los prisioneros de guerra llevados a Roma por Pompeyo. El día de Pentecostés, San Lucas nos lo menciona, había libertos en Jerusalén y los que se convirtieron y fueron bautizados, al regresar a Roma difundieron la Fe en Jesucristo. Además es admitido que San Pedro se encaminó a Roma en el año 44. En todo caso, cuando San Pablo en el año 57 escribe esta carta desde Corinto, (Grecia), tenía en Roma muchos conocidos entre los convertidos tanto del judaísmo como de la gentilidad y juzga necesario instruirlos cuidadosamente en su doctrina. Como escribe a una iglesia con la que no tenía relaciones, la epístola a los Romanos es menos familiar, menos cordial y más doctrinal que las otras. Tiene claramente dos partes principales: la dogmática de los primeros once capítulos y la moral del capítulo 12 al 15. Termina con un largo epílogo de dos capítulos. Temas importantísimos son por ejemplo: que la justificación no nos viene sino por la Fe; que estamos liberados del pecado, que somos hijos de Dios y otros. En el aspecto moral, expone nuestros deberes para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos.
PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. Como vemos en esta Carta, no todas las comunidades cristianas eran un modelo de virtudes. En la ciudad muy activa y corrompida de Corinto, judíos y paganos convertidos al cristianismo formaban una iglesia dinámica pero poco ordenada. Los responsables de la comunidad no son capaces de hacer frente a diversos problemas: divisiones internas, dudas de fe, escándalos. Entonces recurren a San Pablo, que desde Efeso les envía instrucciones sobre el celibato y el matrimonio, la convivencia con los paganos, la manera de realizar sus asambleas, la celebración de la Eucaristía, el uso de los dones espirituales y la resurrección de los muertos.
SEGUNDA CARTA A LOS CORINTIOS. Tenía San Pablo la intención de ir a Corinto personalmente, pero no pudo hacerlo y aquella comunidad, siempre conflictiva, mótiva esta segunda carta, que tal vez no fue escrita de corrido ya que revela diversos estados de ánimo del autor. Han surgido enemigos de San Pablo como los "judaizantes", empeñados en mermar la autoridad del Apóstol. Por eso fue escrita "entre lágrimas" y San Pablo debe defenderse apasionadamente haciendo un auto-elogio del cual también se excusa. En su autodefensa, este hombre lleno de Cristo, nos deja bellísimas páginas de lo que significa la evangelización y el hecho de ser Apóstol de Jesucristo.
CARTA A LOS GALATAS. Galacia estaba ubicada en el centro del Asia Menor y los gálatas habían sido evangelizados por San Pablo y San Bernabé en una misión apostólica detalladamente narrada por San Lucas (Hech.1-14.) Pero judíos mal convertidos, predicaban que los gentiles, para salvarse, primero habían de someterse a la circuncisión, poniendo más énfasis en ello que en la fe en Jesucristo como único Salvador. Por eso San Pablo escribe dolido a los gálatas, que se han alejado de la pureza del Evangelio. Este tema fue la causa del Concilio de Jerusalén en donde San Pablo defendió con éxito total su posición. San Pablo escribió esta carta tal vez desde Antioquía o Macedonia y seguramente antes del citado Concilio entre 56 y 57, ya que no hace mención del decreto conciliar. El tema de la carta es la suficiencia de la sola fe en Jesucristo y la inutilidad de la Ley Judaica y de la circuncisión para alcanzar la salvación.
EFESIOS El hombre siempre se ha cuestionado acerca del origen y sentido del mundo, del hombre mismo y también del destino final de la humanidad. San Pablo, preso en Roma ha escuchado las doctrinas venidas de todas partes del mundo y tanto en esta carta como en la escrita a los Colosenses contesta a dichas interrogantes. El cosmos ha sido creado para nosotros, para que "seamos santos e inmaculados por el amor en su presencia" y la meta es la realización del Hombre Nuevo, el Cristo Total, donde nos reuniremos, cada cual en el lugar que nos corresponda, en la unidad con Cristo capaz de abrazarnos a todos en su amor desbordante. Al mismo tiempo que San Pablo es capaz de revelarnos los más altos misterios del plan de Dios, sabe descender a los asuntos de la vida cotidiana como el matrimonio, las virtudes cristianas y la santidad de vida.
FILIPENSES Filipos era una ciudad de Macedonia (Balcanes), en donde San Pablo había fundado una comunidad que le era muy querida. Por eso el tono de esta carta es tan distinto de las anteriores: familiar, tierno. En contra de su costumbre de no aceptar ayuda para no provocar maledicencias, de los filipenses sí la acepta, demostrando la gran confianza que les tenía. El capítulo 2 contiene la hermosa página: "Tengan ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús". Escribió esta carta estando preso, no sabemos si en Efeso en 56 o en Roma en 62.
COLOSENSES Cuando San Pablo predicó en Efeso, uno de los que oyeron el Evangelio con más fruto, fue Epafras, natural de Colosas, que al volver a su ciudad les comunicó la Fe, fundando una iglesia muy adicta a San Pablo. Pero con el tiempo los colosenses ya no se sentían tan seguros de Jesucristo y agregaban prácticas del Antiguo Testamento y rendían culto a fuerzas ocultas que llamaban "ángeles" que según ellos determinaban el destino de los hombres. Se parecían a los que actualmente confían más en devociones como las ánimas o creen en astrología y consultan horóscopos. En la presente carta, San Pablo aclara la supremacía absoluta de Jesucristo. Problemas actuales como la violencia, la guerra o las drogas, nos deben llevar a profundizar el mensaje de Cristo.
TESALONICENSES 1 Y 11 En el año 50 San Pablo llegó a Tesalónica y como era su costumbre, predicó el Evangelio en la sinagoga, convirtiendo a no pocos, pero despertando la enemistad de la mayoría. Por eso tuvo que huir de ahí hacia Berea. También llegaron sus enemigos y partió para Atenas. Preocupado por la Iglesia de Tesalónica, desde Corinto les manda con Timoteo una primera carta y al saber buenas noticias, les escribe una segunda. Estos escritos son los primeros del Nuevo Testamento, datando del año 51 d.C.. Una preocupación de San Pablo es orientar a los tesalonicenses acerca de la segunda venida de Jesucristo, que ellos creían tan inminente que algunos habían dejado de trabajar, viviendo a costa de los demás.
TIMOTEO 1 Era Timoteo natural de Listra, hijo de padre griego y madre judía. Cuando San Pablo pasó por Listra, toda la familia abrazó la fe que San Pablo predicaba y éste lo tomó consigo y fue su fiel servidor en el apostolado. Cuando San Pablo, libre de su primer proceso se dirigió a Oriente, lo dejó al frente del gobierno de la Iglesia de Efeso y le dirige desde Macedonia esta primera carta. Preocupa a San Pablo la aparición de falsas doctrinas que corrompen la verdad del Evangelio y advierte de ello a Timoteo. Vemos como desde los inicios de la Iglesia Católica, aparece la organización jerárquica consistente en Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Termina la carta exhortándolo a "cuidar el Depósito de la fe" (6,20), que viene siendo uno de los principales cometidos de los Obispos.
TIMOTEO II La segunda carta a Timoteo fue escrita ya en la prisión en Roma, cuando San Pablo presiente que su fin está cerca y lo han abandonado todos excepto San Lucas y la familia de Onesíforo. Le pide que venga con San Marcos trayéndole su capa, libros y pergaminos que dejó en Tróade. Aún próximo a morir ("Mi libación está derramada y el tiempo de mi partida se acerca" 4-6) San Pablo predica, organiza, da órdenes, recuerda a sus fieles amigos y está lleno de confianza en Dios a pesar de las traiciones sufridas.
TITO Sabemos que Tito era pagano de origen y aparece por primera vez en la historia de la Iglesia durante el Concilio de Jerusalén cuando los partidarios de la Ley intentaban obligarle a que se circuncidara. Acompañó a San Pablo en Efeso y fue enviado por dos veces a Corinto. Fue Obispo de las Iglesias de Creta y estuvo también en Dalmacia. La presente carta fue redactada desde Nicópolis, dándole instrucciones de cómo gobernar su iglesia.
FILEMON Onésimo era esclavo de Filemón y huye hacia Roma para refugiarse con San Pablo. La solución que éste da al problema es sensacional: una vez convertido y bautizado Onésimo, ya no es esclavo de nadie sino hermano en Cristo de todos los cristianos, incluido su antiguo amo, Filemón y se lo devuelve en calidad de tal. No es el cambio de estructuras sociales lo que dará justicia al mundo, sino la conversión de los corazones. En Cristo el Señor somos libres, iguales ante el Padre Celestial y hermanos en Cristo el Señor. Mientras no comprendamos y vivamos esta sublime verdad, no cesarán ni las guerras ni las injusticias.
CARTA A LOS HEBREOS Desde el primer momento el lector puede darse cuenta de que el redactor de la presente carta no es San Pablo, aunque la doctrina sustentada sí lo es: ningún saludo, ninguna amonestación personal, un final distinto. Desde los primeros siglos del cristianismo los estudiosos se preguntaban acerca de su procedencia y de si era digna de ser considerada canónica o no. Al final se puede decir que el autor es San Pablo, pero el redactor fue alguno de sus discípulos, por ejemplo Apolo, Timoteo o Erasto. El tema abordado es sumamente importante para el pueblo judío en especial para la clase sacerdotal cuya vida no tenía otro sentido que el servicio del Templo de Jerusalén, con suntuosas ceremonias y numerosos sacrificios. Desprenderse de una tradición milenaria no era tan fácil. San Pablo tiene que argumentar denodadamente demostrando cómo Moisés, la Ley, los sacrificios, el Templo, etc. No eran sino figura del único sacerdocio, del único sacrificio, de la única víctima que es Cristo. Seguramente la carta fue redactada por el año 67 d.C., antes de que el Templo fuera destruido en 7O y el culto de la Antigua Alianza desapareciera prácticamente.
CARTA DE SANTIAGO. En el Evangelio de San Marcos se menciona a un Santiago "hermano del Señor" (Me-6,3) según la acepción amplia del término "hermano" en los escritos bíblicos, que quiere decir en realidad pariente aún lejano. En todo caso aparece después de Pentecostés como el jefe de la iglesia de Jerusalén y reconocido como responsable de las comunidades cristianas de Siria y Cilicia. El autor, a diferencia de San Pablo es muy apegado y respetuoso de las tradiciones judías sin perjuicio de la fe en Jesucristo, lo que no impidió al pontífice judío Anano prenderlo y mandarlo matar en el año 62 d.C. La carta en sí, contiene normas morales inspiradas en los Libros Sapienciales pero desarrolladas en la espiritualidad propia del Sermón de la Montaña . CARTAS DE SAN PEDRO, I Y II. Realmente, por desgracia, no sabemos casi nada de la actividad del Apóstol San Pedro desde el Concilio de Jerusalén. Como mencionamos arriba, hizo falta un cronista como San Lucas para saber más de lo que hizo el primer Papa de la Iglesia Católica. En todo caso, sabemos que estuvo en Antioquía (Turquía) y que muy sabiamente, como jefe de toda la Iglesia, se dirigió a Roma, centro del Imperio Romano, donde coincidió con San Pablo, aunque por motivos muy diferentes. Una muy antigua tradición asegura que fue martirizado en la persecución de Nerón en el año 67 y que fue sepultado en la loma Vaticana. Investigaciones recientes llevadas a cabo permitieron descubrir una tumba y huesos señalados corno los de San Pedro, exactamente bajo la inmensa cúpula de la Basílica que lleva su nombre. Poco antes de su muerte, escribió dos cartas con palabras sencillas a los cristianos de Asia, donde empezaban ya las persecuciones. No son un tratado teológico como las cartas de San Pablo, sino más bien una exhortación dando ánimo a los que sufren, presentándoles el ejemplo de Jesucristo y explicándoles las consecuencias del Bautismo. Encargó su redacción a Silvano, que había sido también discípulo de San Pablo y de ahí puede provenir que en varios lugares se encuentren los mismos temas de las cartas de San Pablo.
CARTAS DE SAN JUAN. El Apóstol San Juan, adolescente cuando conoció a Cristo, vivió hasta fines del siglo primero a pesar de que según una tradición fue martirizado en un caldero de aceite hirviendo del cual salió rejuvenecido. Le debemos no tan sólo su Evangelio sino tres cartas y el Apocalipsis. Y también por supuesto, el haber cuidado de la Santísima Virgen María hasta su muerte y asunción a los cielos. La primera carta tiene gran parecido a su Evangelio. Al tener al Hijo de Dios, andamos en la verdad, en el amor verdadero y estamos en comunión con Dios mismo. Pero también precisa los criterios y las condiciones para vivir en la luz y en el amor. La segunda carta, va dirigida a una dama llamada Electa y a sus hijos, que tal vez simbolizan a una iglesia, para alabar su fe y prevenirla contra los falsos doctores. La tercera la dirige a Gayo, al cual aprecia mucho a la vez que censura a un cierto Diotrefes por su falta de respeto para el Apóstol.
SAN JUDAS TADEO. Tadeo era hermano de Santiago el menor y tanto en los Evangelios como en los otros escritos pasa sin ser notado. Solo lo conocemos por las listas de los Apóstoles. El historiador Hegesipo, judío convertido del siglo II, nos cuenta que algunos nietos de Tadeo fueron denunciados al emperador Domiciano como "peligrosos", pero al verlos pobres y con las manos encallecidas por el trabajo los dejó libres. Esta breve carta debió ser escrita para aquellos entre quienes su hermano era conocido, para judíos convertidos. Denuncia a los falsos doctores con acentos parecidos a los de San Pedro. Curiosamente cita a dos libros apócrifos, la Asunción de Moisés y el de Henoc, pero no por considerarlos canónicos sino como obras conocidas en su tiempo. No sabemos de sus destinatarios ni del tiempo en que fue escrita. APOCALIPSIS. Terminaba el siglo primero, por los años 96 al 98 d.C. cuando San Juan Evangelista, ya casi también centenario, se encontraba desterrado por Domiciano en la isla de Patmos cuando recibió la inspiración divina de escribir a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia. Lo hizo en el estilo "apocalíptico" ya empleado por algunos profetas del Antiguo Testamento y por el mismo Jesús cuando los Apóstoles le preguntaron acerca del fin del templo y del fin del mundo. Este género profético es distinto del género común en el Antiguo Testamento: quiere desligarse del presente para trasladarse a edades futuras, al fin de las cosas. Es algo artificioso ya que al mismo tiempo desea escribir para el tiempo presente en el cual quiere ejercer su influencia. Es un estilo alegórico, con visiones imaginarias, describiendo escenas teatrales, con elementos de la naturaleza en acción y los ángeles como directores del movimiento escénico. con apariencias de precisión cronológica, usa cifras aritméticas y comparaciones constantes ("como zafiro", "parecido a piedra de jaspe", "semejante a una esmeralda", etc.) que no son sino simples aproximaciones como si quisiera decir que las realidades superan toda comparación. Se repite constantemente, el número siete: 7 iglesias, 7 sellos, 7 trompetas, 7 copas, etc. y el número 144 mil, evidentemente simbólico, que no puede tomarse en sentido literal so pena de no entender nada del mensaje profundo del Apóstol. En esta forma literaria hay que distinguir por tanto, dos cosas: la doctrina y el estilo. Con un estilo muy rebuscado lo importante es la revelación de Jesucristo y su Resurrección; de los peligros, esperanzas y triunfos de los cristianos. Conviene que el lector no olvide esto para que no se deje llevar por la ilusión de muchos visionarios, como los Testigos de Jehová, que pretenden sacar del Apocalipsis cosas y fechas que ni el mismo Jesús quiso decirnos. Podemos distinguir en este libro cuatro tiempos: el pasado, que abarca la historia antigua del pueblo de Israel; el presente, o sea la aparición del Mesías; el milenio, o sea la paz después de las luchas que amenazan; el fin lejano con la victoria final de Cristo sobre el dragón y la restauración de todas las cosas en Dios. Si San Juan quiso exponer su comprensión profética de la historia en forma de Apocalipsis, entenderemos su mensaje con tal de no tomar todo al pie de la letra; más bien debemos interpretar sus visiones, cifras, símbolos, según las reglas propias de la literatura apocalíptica. Entonces veremos que el Apocalipsis de Jesucristo, no es ni difícil ni terrorífico, sino lleno de esperanza. Cristo resucitado es el centro de la historia; el mundo es el escenario de la lucha entre la Iglesia Católica, encabezada por Cristo y las fuerzas del demonio; los cristianos son llamados a dar valientemente su testimonio hasta la victoria final. Por eso la Iglesia exclama confiada: "¡Maran atha!", ¡Ven Señor Jesús! "No hay más que una Iglesía de Jesucristo, la cual es como un gran árbol en el que estamos injertados. Se trata de una Unidad profunda, vital, que es don de Dios. No es solamente ni sobre todo unidad exterior, es un misterio y un don" Juan Pablo II
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