Desde la infancia a la muerte, la vida de humana esta rodeada de su custodia. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida". Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios. CIC 336
La vida humana comienza en el momento de la concepción. Es en ese momento que Dios crea nuestra alma y se deduce que es entonces cuando se nos asigna el ángel custodio. Los ángeles custodios están encargados de velar por cada uno de nosotros, protegiéndonos de los peligros y alentando nuestra vida en Cristo. Deberíamos ser agradecidos con nuestro ángel e invocar su protección y guía.
Fundamentos Bíblicos:
Exodo 23, 20-23a: Así habla el Señor: «Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado. Respétalo y escucha su voz. No te rebeles contra él, porque no les perdonará las transgresiones, ya que mi Nombre está en él. Si tú escuchas realmente su voz y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y adversario de tus adversarios. Entonces mi ángel irá delante de ti.»Mateo 18,10: Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.
San Basilio: "Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida" (cf. San Basilio, Adv, Eunomium, III, 1; véase también Santo Tomás, S. Th., I, q. 11, a. 3).
La Iglesia recomienda el recurso a su protección.
La Iglesia celebra la fiesta de los ángeles custodios desde el Siglo XVII. Fue instituida por el Papa Clemente X.Muchos santos han dado testimonio de una bella relación con sus ángeles custodios:
Sta. Francisca Romana veía a su ángel custodioOración
Angel santo de la guarda,
compañero de mi vida,
tú que nunca me abandonas,
ni de noche ni de día.
Aunque espíritu invisible,
sé que te hallas a mi lado,
escuchas mis oraciones
y cuentas todos mis pasos.
En las sombras de la noche,
me defiendes del demonio,
tendiendo sobre mi pecho
tus alas de nácar y oro.
Angel de Dios, que yo escuche
tu mensaje y que lo siga,
que vaya siempre contigo
hacia Dios, que me lo envía.
Testigo de lo invisible,
presencia del cielo amiga,
gracias por tu fiel custodia,
gracias por tu compañía.
En presencia de los ángeles,
suba al cielo nuestro canto:
gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo. Amén.
Himno de la Liturgia de las Horas
El Catecismo de la Iglesia Católica
Los ángeles #328-336:
La existencia de los ángeles, una verdad de fe.
328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 San Agustín dice respecto a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel"). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello. Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal protegen a Lot, salvan a Agar y a su hijo, detienen la mano de Abraham, la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7, 53), conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los profetas, por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús.
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: `adórenle todos los ángeles de Dios'" (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios... (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía, cuando El habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor.
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles.
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia (así en el "Supplices te rogamus..." ["Te pedimos humildemente..."] del Canon romano o el "In Paradisum deducant te angeli..." ["Al Paraíso te lleven los ángeles..."] de la liturgia de difuntos, o también en el "Himno querúbico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida". Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.
Los Nueve Coros de ángeles. Jerarquía
Desde el Seudo Dionisio (siglo VI), Padre de la Iglesia, suelen enumerarse tres jerarquías con tres coros cada una, sumando un total de nueve Coros u Ordenes Angélicos.
Primera Jerarquía (Estos ángeles de la mas alta jerarquía se dedican exclusivamente a glorificar, amar y alabar a Dios en su presencia).
Serafines, Querubines y Tronos.
Segunda Jerarquía
Dominaciones, Virtudes y Potestades (gobiernan el espacio y las estrellas. Son los responsables del universo entero).
Tercera Jerarquía
Principados, Arcángeles y Ángeles. Son los que intervienen en todas nuestras necesidades; esto lo vemos también en la Biblia, cuando se nos presenta la intervención de los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael, vemos que directamente intervienen en la vida de los hombres, cada uno con su propia misión dada por el mismo Dios. También se les ha dado la misión de proteger naciones, ciudades e Iglesias. La visión del profeta Daniel es la que confirma esta misión. (Dn 7 y 8) El cuidado de la Iglesias se confirma con el pasaje de Ap. 1:20 cuando se refiere a los Ángeles de las siete Iglesias.
Algunos autores y Místicos, dividen a los ángeles entre asistentes al Trono Divino, y Mensajeros de Dios para cumplir diversas misiones por encargo suyo. Así por ejemplo, el Libro de Tobías tiene como personaje central al Arcángel Rafael, el cual desempeña un oficio protector admirable y nos muestra el Amor de Dios manifestado en el ministerio de los Ángeles: "Yo soy Rafael, uno de los siete Santos Ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tiene entrada ante la majestad del Santo" (To. 12,15).
Ángeles - Catequesis-2º
Conversación de Príncipes
La Iglesia siempre ha venerado con particular afecto a los Santos Angeles, implorando piadosamente la ayuda de su intercesión (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, n. 50)
Si fuésemos humildes siervos en la edad de oro de los poderes regios y topásemos con un príncipe sabio, magnífico y magnánimo, de poder invencible, dispuesto a ser nuestro protector y amigo, aliado en las batallas y servidor en nuestros varios menesteres, nos hallaríamos ante una sombra de nuestro Ángel Custodio. Asombro, admiración y gratitud no conocerían límites en nuestro ánimo y atenderíamos a sus más leves gestos.
La Iglesia entera proclama gozosa la existencia de esos Príncipes del Cielo que están junto a nosotros en la tierra; y lo celebra especialmente cada 2 de octubre. Un 2 de octubre - el de 1928 - fue cuando Josemaría Escrivá de Balaguer – san Josemaría, desde el 6 de octubre de 2002-, por inspiración divina - en términos de la Constitución Apostólica Ut sit -, fundó el Opus Dei (1). A la vuelta de más de cuarenta años, decía en Argentina, ante una muchedumbre de hombres y mujeres de toda edad y condición: El Ángel Custodio es un Príncipe del Cielo que el Señor ha puesto a nuestro lado para que nos vigile y ayude, para que nos anime en nuestras angustias, para que nos sonría en nuestras penas, para que nos empuje si vamos a caer, y nos sostenga (2).Era un modo de expresar en síntesis lo que la Doctrina Católica ha enseñado de continuo: La Providencia de Dios ha dado a los Ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre; y no han sido enviados solamente en algún caso particular, sino designados desde nuestro nacimiento para nuestro cuidado, y constituidos para defensa de la salvación de cada uno de los hombres(3).
Mirad -decía el Señor a sus discípulos- que no despreciéis a algunos de estos pequeñuelos, porque os hago saber que sus Ángeles en los Cielos están siempre viendo el rostro de mi Padre celestial (4). Y los santos se asombran: Grande es la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un Ángel destinado para su custodia (5). ¡Amorosa providencia de nuestro Padre Dios!, gran bondad la suya, que otorga a sus criaturas parte de su poder, para que unos y otros seamos también difusores de bondad.
No imploramos bastante a los Ángeles, dice Bernanos. Inspiran cierto temor a los teólogos (a algunos, claro es), que los relacionan con aquellas antiguas herejías de las iglesias de Oriente; un temor nervioso, ¡vamos! El mundo está lleno de Ángeles (6).
Lo cierto es que nos acompañan a sol y sombra, por cumplir puntual y amorosamente, la misión que la Trinidad les ha confiado: que te custodien en todas tus andanzas (7). No parece sensato rehusar un auxilio tan precioso.
En Getsemaní –aquella altísima cumbre del dolor- se hallaba el Dios humanado en agonía, en lucha singular frente al pavor y hastío, con tristeza de muerte. Los apóstoles -incluso Pedro, Santiago y Juan- heridos por el sopor, dormitaban después de tensa jornada. Jesús, solo, se adentra en el insondable drama de la Redención de la humanidad caída. Gruesas gotas de sangre emanan de su piel y empapan la tierra (8), muestra elocuente de la magnitud de la angustia.
En esto se le apareció un Ángel del Cielo que le confortaba (9). ¿Qué Ángel sería aquél que recibió estremecido la misión de prestar vigor a la Fortaleza y consolar al Creador? ¡Qué humildad! ¡que temblor! ¡qué fortaleza!
A veces, también nosotros, pequeños, débiles, medrosos, hemos de dar consuelo y energía a los más fuertes. Es tremendo, pero hay que hacerlo. Y si Cristo Jesús acude a un Ángel en busca de auxilio, ¿será tanta mi soberbia o mi ignorancia, que yo prescinda de semejante ayuda? Los Ángeles y demás Santos son como una escala de preciosas piedras que, como por ensalmo, nos elevan al trono de la gloria.
HACER AMISTAD CON EL ÁNGEL CUSTODIO
Sin duda he de tratar mucho más a mi Ángel. Es imponente su personalidad. Sin embargo, aunque muy superiores a nosotros por naturaleza, las criaturas angélicas son, por gracia, como nosotros, hijos del mismo Padre celestial: nos unen entrañables lazos de fraternidad. Cariño recíproco y personal, confidencia y común quehacer son hacederos con el ángel. Su amistad es en verdad factible. En espíritu están los ángeles pegados al hombre. Y van marchando con el tiempo histórico al compás de nuestra persona. El ángel se halla pronto a escuchar porque su guardia no la rinde el sueño ni el cansancio. Es vigilia sin relevo. Con él se puede departir en lenguaje franco de labios, aquél que se oye sin el servicio de la lengua, el verbo que ahorra fatigas y tiempo (10).
Es maravilloso que en este andar por la tierra, nos acompañen los Ángeles del Cielo. Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe san Gregorio Magno, nosotros habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza... Pero desde el momento en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido como conciudadanos.
Y como el Rey de los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles ya no se alejan de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la suya esta naturaleza que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la persona del Rey del cielo; y no tienen ya inconveniente en considerar al hombre como un compañero (11).
Consecuencia lógica: Ten confianza con tu Ángel Custodio. -Trátalo como un entrañable amigo -lo es- y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día (12). Y te pasmarás con sus servicios patentes. Y no debieras pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti (13).
Su presencia se hace sentir en lo íntimo del alma. Tratando con él de los propios asuntos, se iluminan de súbito con luz divina. Y no es de maravillar, pues es verdadero lo que dicen aquellas letras grandes, inmensas, grabadas en un muro blanco de La Mancha, que transcribe Azorín: los ángeles poseen luces muy superiores a las nuestras; pueden contribuir mucho, por tanto, a que las ideas de los hombres sean más elevadas y más justas de lo que de otro modo lo serían, dada la condición del espíritu humano (14).
Precisamente, la misión de custodiar se ordena a la ilustración doctrinal como a su último y principal efecto (15). Los Ángeles Custodios nutren nuestra alma con sus suaves inspiraciones y con la comunicación divina; con sus secretas inspiraciones, proporcionan al alma un conocimiento más alto de Dios. Encienden así en ella una llama de amor más viva (16). No sólo llevan a Dios nuestros recaudos, sino también traen los de Dios a nuestras almas, apacentándolas, como buenos pastores, de dulces comunicaciones e inspiraciones de Dios, por cuyo medio Dios también las hace (17).
ALIADO EN LAS BATALLAS
Cada día tiene su afán, y Satanás -el Adversario- anda siempre en torno nuestro, como león rugiente, buscando presa que devorar (18). El también ha sido Ángel, magnífico, poderosísimo. Solos estaríamos perdidos. Pero los Ángeles fieles, con el poder de Dios, como buenos pastores que son, nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios (19). También Nuestro Señor Jesucristo, cuando permitió -para nuestro consuelo y ejemplo- que el demonio le tentase en la soledad del desierto, en momentos de humana flaqueza, quiso la cercanía de los ángeles. La historia se repite en sus miembros: después de la lucha entre el amor de Dios en la libertad del hombre con el odio satánico, viene la victoria. Y los ángeles celebran el triunfo -nuestro y suyo- vertiendo a manos llenas en el corazón del buen soldado de Cristo la gracia divina, merecida y ganada no con las solas fuerzas humanas, sino más bien con las divinas, puestas por Dios en los brazos misteriosos de los Santos Ángeles, nuestros Príncipes del Cielo. Estando con ellos, estamos con Dios, y si Deus nobiscum, quis contra nos? (20), si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?.
Contando asiduamente con los Custodios, seremos más señores de nosotros mismos y del mundo. Porque es de saber que los Ángeles gobiernan realmente el mundo material: dominan los vientos, la tierra, el mar, los árboles... (21). Con sabiduría divina la Escritura reduce las fuerzas naturales, sus manifestaciones y efectos, a su más alta causalidad, como más tarde lo haría San Agustín en la frase: «toda cosa visible está sujeta al poder de un angel» (22).
LOS ÁNGELES, JUNTO AL SAGRARIO
El mundo está lleno de Ángeles. El Cielo está muy cerca; el Reino de Dios se halla en medio de nosotros. Basta abrir los ojos de la fe para verlo. Y el pequeño mundo, los millares de pequeños mundos que entornan los Sagrarios, están llenos de Ángeles: Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor»(23).
Los Sagrarios nunca están solos. Demasiadas veces están solos de corazones humanos, pero nunca de espíritus angélicos, que adoran y desagravian por la indiferencia e incluso el odio de los hombres. Al entrar en el templo donde se halla reservada la Eucaristía, no debemos dejar de ver y saludar a los Príncipes del Cielo que hacen la corte a nuestro Rey, Dios y Hombre verdadero. Para agradecerles su custodia y rogarles que suplan nuestras deficiencias en el amor.
Y al celebrarse la Santa Misa, la tierra y el cielo se unen para entonar con los Angeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplauso y ensalzo con los Angeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa misa. Están adorando a la Trinidad (24). Con ellos, qué fácil resulta meterse en el misterio. Estamos ya en el Cielo, participando de la liturgia celestial, en el centro del tiempo, en su plenitud, metidos ya en la eternidad, gozando indeciblemente.
LOS CUSTODIOS DE LOS DEMÁS
Pero ¿y los Custodios de los demás, no existen? ¡Claro que sí! También debemos contar con su presencia cierta: saludarles con veneración y cariño; pedirles cosas buenas para cuantos nos rodean o se cruzan en nuestro camino: en el lugar de trabajo, en la calle, en el autobús, en el tren, en el supermercado, por la escalera... Así, las relaciones humanas, se hacen más humanas, además de más divinas: Si tuvieras presentes a tu Ángel y a los Custodios de tus prójimos evitarías muchas tonterías que se deslizan en la conversación (25). Las nuestras serían entonces conversaciones de príncipes, con la digna llaneza de los hijos de Dios, gente noble, bien nacida, sin hiel en el alma ni veneno en la lengua, con calor en el corazón. Nuestra palabra sería siempre -ha de ser- sosegada y pacífica, afable, sedante, consoladora, estimulante, unitiva, educada (que todo lo humano genuino precisa de educación cuidadosa). Habría siempre -ha de haber- en la conversación, más o menos perceptible, un tono cristiano, sobrenatural, es decir, iluminado por la fe, movido por la esperanza e informado por la caridad teologal.
De este modo, también las gentes que nos tratan, descubrirán que el Cielo está muy cerca; que es hora de despertar del sueño, que ha pasado el tiempo de sestear como Pedro, Santiago y Juan en Getsemaní; que somos algo más que ilustres simios; que no somos ángeles, pero gozamos de alma espiritual e inmortal, y somos -como los Ángeles- hijos de Dios. Es hora de aliarse con todas las fuerzas del Bien, del Cielo y de la tierra, para ahogar el mal en su abundancia.
La Virgen Santa, Reina de los Ángeles, nos enseñará a conocer y a tratar a nuestro Ángel Custodio; sonreirá cuando nos vea conversar con él entrañablemente, porque nos verá en un camino bueno, en la escala que sube al trono de Dios. Pido al Señor que, durante nuestra permanencia en este suelo de aquí, no nos apartemos nunca del caminante divino. Para esto, aumentemos también nuestra amistad con los Santos Ángeles Custodios. Todos necesitamos mucha compañía: compañía del Cielo y de la tierra. Sed devotos de los Santos Ángeles! Es muy humana la amistad, pero también es muy divina; como la vida nuestra, que es divina y humana (26).
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1.JUAN PABLO II, Const. Apost. Ut sit, 28-XI-1982, proemio.
2.BEATO JOSEMARIA ESCRIVA, en Buenos Aires (Argentina), 16-VI-1974.
3 Cat. Con. Trento, parte IV, cap. IX, nn. 4 y 6.
4 Mt 18, 10
5 SAN JERONIMO
6 BERNANOS, Diario de un cura rural.
7 Sal 90, 11
8 Lc 22, 39-44
9 Lc 22, 43.
10 ANDRES VAZQUEZ DE PRADA, La amistad, Madrid 1956, pp. 241-242
11 JOSEMARIA ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 187
12 JOSEMARIA ESCRIVA, Camino, n. 562
13 Ibid., n. 565
14 AZORIN, La Mancha
15 Cfr. STO.TOMAS DE AQUINO, S. Th.,I, q. 113, a. 5.
16 SAN JUAN DE LA CRUZ, Avisos y máximas, n. 220.
17 ID., Canciones entre el alma y el Esposo, 2, 3.
18 1 Ped 5, 8.
19 SAN JUAN DE LA CRUZ, l.c.
20 Rom 8, 31
21 Cfr. Apc 7, 1
22 PINSK, Hacia el centro, Ed. Rialp, Madrid 1957, p. 161.
23 Camino, n. 569.
24 Es Cristo..., n. 89.
25 Camino, 564
26 JOSEMARIA ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 315
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Publicado en ESCRITOS ARVO, nº 148, Salamanca.
copyright del autor.
copyright de la edición digital Arvo Net 2002 en línea.
Fuente: www.arvo.net 2004-10-05.
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San Gregorio Magno nació en Roma, alrededor del año 540, en el seno de una familia patricia, de donde salieron varios Papas y numerosos santos. En el 572 fue nombrado prefecto de la Urbe. Dos años después abandonó la carrera política para abrazar el estado religioso. Ordenado diácono por el Papa Pelagio II en el 579, fue enviado a Constantinopla como Nuncio. De vuelta a Roma, San Gregorio ejerció las funciones de consejero y secretario del Romano Pontífice. En el 590 la Ciudad Eterna sufrió el azote de la peste. Una de las primeras víctimas fue el Papa Pelagio II. El clero, senado y pueblo romano reunidos eligieron unánimemente al antiguo prefecto para que ocupara la cátedra de San Pedro.
San Gregorio Magno es considerado uno de los grandes maestros de la espiritualidad clásica occidental. Hombre de inteligencia privilegiada y de amplia cultura, ha dejado una profunda huella como Papa y como Padre de la Iglesia. Su celo apostólico tuvo una amplia proyección en la labor de evangelización realizada durante su pontificado, que tuvo como fruto la conversión de los longobardos y de los anglosajones. Además, con su actuación contribuyó a la reafirmación de la unidad de la Iglesia y del Primado del Romano Pontífice.
Además de varios libros de carácter exegético, histórico y moral (es famoso su Comentario al libro de Job, conocido con el nombre de Moralia, y la Regla pastoral, un clásico en la historia de la Iglesia sobre el modo de comportarse los pastores), se conservan cuarenta Homilías sobre los Evangelios. Las veinte primeras fueron leídas al pueblo por un notario de la Iglesia romana en presencia de San Gregorio, que no podía predicar a causa de una enfermedad. Las otras veinte las predicó personalmente, no sin esfuerzo, al pueblo romano, reunido en las basílicas para
celebrar las festividades litúrgicas del año 591. San Gregorio se manifiesta en todas ellas como un predicador popular habilísimo. Habla al pueblo de forma sencilla y paternal. No toma como materia problemas teológicos profundos ni abusa de la interpretación alegórica. Expone los pasajes escogidos con claridad y los aplica con feliz intuición a los casos prácticos de la vida.
San Gregorio Magno fue, por su formación y su genio, el último de los grandes espíritus romanos de la antigüedad. Falleció en el año 604.
LOARTE
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Los santos ángeles, por San Gregorio MAGNO
(Homilías sobre los Evangelios 34, 7-10)ANGELES
/9-COROS ANGELES - /GREGORIO-MAGNO
Son nueve los coros de los ángeles. Por testimonio de la Escritura sabemos que hay ciertamente ángeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos, querubines y serafines.
La existencia de ángeles y arcángeles está atestiguada en casi todas las páginas de la Sagrada Escritura. De los querubines y serafines hablan con frecuencia los libros de los Profetas. Y San Pablo menciona otros cuatro coros cuando, escribiendo a los de Éfeso, dice: sobre todos los principados, y potestades, y virtudes, y dominaciones (Ef I, 21). Y otra vez, escribiendo a los Colosenses, afirma: ora sean tronos, dominaciones principados o potestades (Col 1, 16) (...). Así pues, juntos los tronos a aquellos otros cuatro de que habló a los Efesios—esto es, a los principados, potestades, virtudes y dominaciones—, son cinco los coros de que el Apóstol hace particular mención. Si a éstos se añaden los ángeles, arcángeles, querubines y serafines, se comprueba que son nueve los coros de los ángeles (...).
La voz ángel es nombre del oficio, no de la naturaleza, pues, aunque los santos espíritus de la patria celeste sean todos espirituales, sin embargo no a todos se les puede llamar ángeles. Solamente son ángeles (que significa mensajero) cuando por ellos se anuncian algunas cosas. De ahí que afirme el salmista: hace ángeles suyos a los espíritus (Sal 103, 4); como si claramente dijera que Dios, cuando quiere, hace también ángeles, mensajeros, a los espíritus celestiales que siempre tiene consigo.
Los que anuncian cosas de menor monta se llaman simplemente ángeles, y los que manifiestan las más importantes, arcángeles. De ahí que a María no se le manda un ángel cualquiera, sino el arcángel San Gabriel pues era justo que para esto viniese un ángel de los más encumbrados, a anunciar la mejor de las nuevas. Por esta razón, los arcángeles gozan de nombres particulares, a fin de que—por medio de los hombres—se dé a conocer su gran poderío (...).
Miguel significa ¿quién como Dios?; Gabriel, la fortaleza de Dios; y Rafael, la medicina de Dios. Cuantas veces se realiza algo que exige un poder maravilloso, es enviado San Miguel, para que por la obra y por el nombre se muestre que nadie puede hacer lo que hace Dios. Por eso, a aquel antiguo enemigo que aspiró, en su soberbia, a ser semejante a Dios, diciendo: escalaré el cielo; sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; me sentaré sobre el monte del testamento, al lado del septentrión; sobrepujaré la altura de las nubes y seré semejante al Altísimo (Is 14, 13-14); al fin
del mundo, para que perezca en el definitivo suplicio, será dejado en su propio poder y habrá de pelear con el Arcángel San Miguel, como afirma San Juan: se trabó una batalla con el arcángel San Miguel (Ap 12, 7). De este modo, aquél que se erigió, soberbio, e intentó ser semejante a Dios, aprenderá—derrotado por San Miguel—que nadie debe alzarse altaneramente con la pretensión de asemejarse a Dios.
A María es enviado San Gabriel, que se llama la fortaleza de Dios, porque venía a anunciar a Aquél que se dignó aparecer humilde para pelear contra las potestades
infernales. De Él dice el salmista: levantad, ¡oh príncipes!, vuestras puertas, y elevaos vosotras, ¡oh puertas de la eternidad!, y entrará el Rey de la gloria... (Sal 23, 7). Y también: el Señor de los ejércitos, ése es el Rey de la gloria (ibid. 10). Luego el Señor de los ejércitos y fuerte en las batallas, que venía a guerrear contra los poderes espirituales, debía ser anunciado por la fortaleza de Dios.
Asimismo Rafael significa, como hemos dicho, la medicina de Dios; porque cuando, haciendo oficio de médico, tocó los ojos de Tobías, hizo desaparecer las tinieblas de su ceguera. Luego es justo que se llamara medicina de Dios.
Y ya que nos hemos entretenido interpretando los nombres de los ángeles, resta que expongamos brevemente el significado de los ministerios angélicos.
Llámanse virtudes aquellos espíritus por medio de quienes se obran más frecuentemente los prodigios y milagros, y potestades los que, entre los de su orden, han recibido mayor poder para tener sometidos los poderes adversos [los demonios], a quienes reprimen para que no tienten cuanto pueden a las almas de los hombres. Reciben el nombre de principados los que dirigen a los demás espíritus buenos,
ordenándoles cuanto deben hacer; éstos son los que presiden en el cumplimiento de las divinas disposiciones.
Se llaman dominaciones los que superan en poder incluso a los principados, porque presidir es estar al frente, pero dominar es tener sujetos a los demás. De manera que las milicias angélicas que sobresalen por su extraordinario poder, en cuanto tienen sujetos a su obediencia a los demás, se llaman dominaciones.
Se denominan tronos aquellos ángeles en los que Dios omnipotente preside el cumplimiento de sus decretos. Como en nuestra lengua llamamos tronos a los asientos, reciben el nombre de tronos de Dios los que están tan llenos de la gracia divina, que en ellos se asienta Dios y por medio de ellos decreta sus disposiciones.
Los querubines son llamados también plenitud de ciencia; y estos excelsos ejércitos de ángeles son denominados querubines porque, cuanto más de cerca contemplan la claridad de Dios, tanto más repletos están de una ciencia más perfecta; y así, en cuanto es posible a unas criaturas, saben más perfectamente todas las cosas en cuanto que, por su dignidad, ven de modo más claro al Creador.
En fin, se denominan serafines aquellos ejércitos de ángeles que, por su particular proximidad al Creador, arden en un amor incomparable. Serafines son los ardientes e inflamados, quienes—estando tan cerca de Dios, que entre ellos y Dios no hay ningún otro espíritu—arden tanto más cuanto más próximo le ven. Ciertamente su amor es llama, pues cuanto más sutilmente ven la claridad de Dios, tanto más se inflaman en su amor.
* * * * *
En la Resurrección del Señor – 572
(Homilías sobre los Evangelios, 26)
La primera cuestión que viene a nuestro pensamiento durante la lectura del Evangelio de este día es: ¿cómo era real y verdadero el cuerpo de Jesucristo después de su resurrección, que pudo penetrar en el lugar donde estaban sus discípulos con las puertas cerradas?
Debemos tener presente que las operaciones divinas, si llegan a ser comprensibles por la razón, dejan de ser maravillosas; tampoco tiene mérito la fe cuando la razón humana la comprueba con la experiencia. Estas mismas obras de nuestro Redentor, que de suyo no pueden comprenderse deben ser medidas con alguna otra obra suya, para que los hechos más admirables confirmen a los que lo son menos. Así, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno virginal de María, entró en aquella habitación cerrada donde se encontraban los discípulos. ¿Qué tiene, pues, de extraño, que el que había de vivir para siempre, el que al venir a morir salió del seno de la Virgen, penetrase en ese lugar con las puertas cerradas?
Enseguida, como vacilaba la fe de los que veían aquel cuerpo visible, les enseña las manos y el costado, y dio a tocar la misma carne que introdujo en aquella estancia cerrada. Con este gesto, al mostrar su cuerpo palpable e incorruptible a la vez, manifestó dos hechos maravillosos que, según la razón humana, son totalmente opuestos entre sí, pues es de necesidad que se corrompa lo palpable y que lo incorruptible no pueda tocarse. No obstante, de modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de la resurrección, manifestó su cuerpo incorruptible para invitarnos al premio, y palpable, para confirmarnos en la fe.
Nos lo mostró así para manifestar que su cuerpo resucitado era de la misma naturaleza que antes, pero con distinta gloria.
Y les dijo: la paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío Yo (Jn 20, 21); esto es: así como mi Padre, Dios, me envió a mí, Yo también, Dios-Hombre, os envío a vosotros, hombres. El Padre envió al Hijo cuando, por determinación suya, debía encarnarse para la redención del género humano. Dios quiso que su Hijo viniera a este mundo a padecer, pero no dejó por eso de amarle en todo momento. El Señor también envió a los Apóstoles que había elegido, no para que gozasen de este mundo, sino para padecer. Del mismo modo que el Hijo fue amado del Padre, y no obstante lo envía al Calvario, así también el Señor amó a los discípulos, y sin embargo los envía a padecer: así como me envió el Padre, también os envío a vosotros, es decir: cuando Yo os mando ir entre las asechanzas de los
perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al hacerme venir a sufrir tormentos (...).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo (/Jn/20/22-29/Cesareo). Debemos preguntarnos qué significa el que Nuestro Señor enviara una sola vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra cuando ya reinaba en el Cielo, pues en ningún otro lugar se dice claramente que fue dado el Espíritu Santo sino ahora, y después, cuando desde lo alto descendió sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego. ¿Por qué motivo lo hizo, sino porque es doble el precepto de la caridad: el amor a Dios y al prójimo?
Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu Santo es uno y se da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda, desde el Cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar al amor de Dios. De ahí que diga el mismo San Juan: el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20). Cierto que ya estaba el mismo Espíritu Santo en las almas de los discípulos por la fe, pero hasta después de la Resurrección del Señor no les fue dado de una manera manifiesta (...).
Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús (Jn 20, 24). Sólo este discípulo no se hallaba presente, y cuando vino oyó lo que había sucedido y no quiso creer lo que oía. Volvió de nuevo el Señor y descubrió al discípulo incrédulo su costado para que lo tocase y le mostró las manos, y presentándole las cicatrices de sus llagas curó las de su incredulidad.
¿Qué pensáis de todo esto, hermanos carísimos? ¿Acaso creéis que fue una casualidad todo lo que sucedió en aquella ocasión: que no se hallase presente aquel discípulo elegido y que, cuando vino, oyera, y oyendo dudara, y dudando palpara, y palpando creyera? No, no sucedió esto
casualmente, sino por disposición de la divina Providencia.
La divina Misericordia obró de una manera tan maravillosa para que, al tocar aquel discípulo las heridas de su Maestro, sanase en nosotros las llagas de nuestra incredulidad. De manera que la duda de Tomás fue más provechosa para nuestra fe, que la de los discípulos creyentes, pues, decidiéndose él a palpar para creer, nuestra alma se afirma en la fe, desechando toda duda (...).
Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: porque me has visto has creído (Ibid. 28-29). Dice el Apóstol San Pablo: la fe es certeza en las cosas que se esperan; y prueba de las que no se ven (Heb 11, 1 ). Resulta claro que la fe es la prueba decisiva de las cosas que no se ven, pues las que se ven, ya no son objeto de la fe, sino del
conocimiento. Ahora bien, ¿por qué, cuando Tomás vio y palpó, el Señor le dice: porque me has visto has creado?
Porque él vio una cosa y creyó otra: el hombre mortal no puede ver la divinidad; por tanto, Tomás vio al hombre y confesó a Dios, diciendo: ¡Señor mío y Dios mío!: viendo al que conocía como verdadero hombre, creyó y aclamó a Dios, aunque como tal no podía verle.
Causa mucha alegría lo que sigue a continuación: bienaventurados los que sin haber visto han creído (Jn 20, 29). En esta sentencia estamos especialmente comprendidos nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella se nos designa a nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen a nuestra fe, pues quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el que cree de verdad. Por el contrario, de aquéllos que sólo creen con palabras, dice San Pablo: hacen profesión de conocer a Dios, pero lo niegan con sus obras (1 Tim 1, 16). Y, por eso,
dice Santiago: la fe sin obras está muerta (Sant 2, 26). (...).
Estamos celebrando la solemnidad de la Pascua; pero debemos vivir de modo que merezcamos llegar a las fiestas de la eternidad. Todas las festividades que se celebran en el tiempo pasan; procurad, cuantos asistís a esta solemnidad no ser excluidos de la eterna (...). Meditad, hermanos, en vuestro interior las promesas que son perdurables, y tened en menos las que pasan con el tiempo como si ya hubieran pasado. Apresuraos a poner toda vuestra voluntad en llegar a la gloria de la resurrección, que en sí ha puesto de manifiesto la Verdad. Huid de los deseos terrenales que apartan del Creador, pues tanto más alto llegaréis en la presencia de Dios Omnipotente, cuanto más os distingáis en el amor al Mediador entre Dios y los hombres, el cual vive y reina con el Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El coro de los ángeles
(Exposición sobre la fe ortodoxa, 11, 3)
ANGELES / DAMASCENO-650 AÑO
El ángel es un ser inteligente, dotado de libre arbitrio, en continua actividad incorpórea al servicio de Dios; enriquecido con la inmortalidad gracias al don del Altísimo, aunque sólo el Creador sabe en qué consiste su sustancia y puede definirla (...).
El ángel es una naturaleza racional, inteligente, libre, sujeto a razonamiento y determinado en la voluntad, pues todo lo que ha sido creado debe estar sujeto a cambio: sólo lo increado está fuera de la esfera de la mutabilidad. También lo que es racional está dotado de libertad y, por eso, el ángel, al tener razón y ser inteligente, goza de libre arbitrio; es una naturaleza creada y mutable, pues libremente puede adherirse al bien y progresar en él, o plegarse al mal (...). Tiene la inmortalidad, pero sólo por gracia y don divinos, no por naturaleza, pues todo lo que tiene principio ha de tener un fin. Sólo Dios existe desde siempre. Quien ha creado el tiempo y se encuentra por encima de él, no está sujeto al tiempo.
Los ángeles son luces espirituales que reciben su esplendor de esa primera Luz, que no tiene principio. No necesitan lengua, ni oídos, pues se comunican las experiencias e ideas sin auxilio de voz. Han sido creados por medio del Verbo y recibieron su perfección a través del Espíritu Santo, para que cada uno reciba, según su dignidad y orden, la gracia y la gloria.
Están circunscritos o limitados en el sentido de que, mientras se encuentran en el Cielo, no están en la tierra, o si son enviados por Dios al mundo, no permanecen en el Paraíso. Pero no están sujetos a un lugar fijado por muros, puertas, vallas o cerraduras; ni son reducidos a unos confines precisos.
Tampoco están vinculados a figura alguna; aparecen a los que Dios quiere pero no como son, sino en la forma adecuada a la vista de quienes los ven. Por otro lado, sólo lo que es increado rechaza por naturaleza cualquier límite; las criaturas, por el contrario, están limitadas por los términos fijados por el Creador.
De otra parte, los ángeles reciben la santidad no de su propia naturaleza, sino de otra fuente, que es el Espíritu Santo. Gracias a la iluminación de Dios pueden predecir el futuro y no tienen necesidad de connubio porque son inmortales (...).
Los ángeles son poderosos y prontos a cumplir la voluntad de Dios; dotados de tal agilidad que se encuentran al instante allí donde Dios quiere. Cada uno tiene en custodia una parte de la tierra, preside a una nación o a un pueblo, según las disposiciones del Creador: dirigen nuestros asuntos y nos ayudan en cuanto, por voluntad divina, están por encima del hombre y se encuentran siempre en torno a Dios (...).
Contemplan al Altísimo en el grado en que el Señor se lo permite a cada uno y de este manjar se alimentan. Superiores a nosotros porque son incorpóreos e inmunes a las pasiones corporales, aunque no de cualquier pasión, porque esto sólo compete a Dios. Se transforman en todo lo que la divinidad quiere, y, de este modo, se hacen visibles a los hombres, descubriéndoles los misterios divinos. Se encuentran en el Cielo y tienen la misión de alabar a Dios y cumplir su voluntad.
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LOS ÁNGELES EN NUESTRA VIDA
1. La Epístola segunda de San Pedro (2, 4) da testimonio del pecado de una parte de los ángeles. En ella se dice de los falsos profetas que llegará el día en que han de ser castigados. En vano esperarán ser perdonados, pues Dios no perdonó tampoco a los ángeles rebeldes; antes bien, los arrojó a los más profundos abismos del infierno. También la Epístola de San Judas (6) habla de los ángeles caídos como ejemplo de la justicia punitiva divina: "... y como a ángeles que no guardaron su dignidad y abandonaron su propia morada, los tiene reservados en perpetua prisión, en el orco, para el juicio del gran día." Según estos dos testimonios, los ángeles fueron castigados inmediatamente después de cometer el pecado y de nuevo serán condenados definitivamente el día del juicio universal.
También San Juan (lo. 8, 44) atestigua el pecado de los ángeles castigados. El diablo no ha vivido en la verdad, es decir, no se ha sometido al orden de las cosas impuesto por Dios. Lo decisivo en estos pasajes es que en ellos se dice que el diablo es un ángel caído. Su pecado no destruye la dignidad que le corresponde como criatura que es de Dios. Aún San Miguel mismo, el arcángel, el que arrojó a Satanás del cielo (Apoc. 12, 7 y siguiente), no se atreve a maldecirle (Judith 8-10).
El pecado de una parte de los ángeles presupone que éstos eran capaces de pecar. Según la doctrina de los Padres de la Iglesia y de los teólogos medievales, los ángeles podían pecar. Es verdad que por esencia estaban orientados hacia la visión de Dios, pero habían de poseerla sólo después de haberse decidido voluntariamente en pro de la posesión sobrenatural de Dios. Su libre voluntad era capaz de adoptar una decisión falsa, pues podía buscar la perfección en sí misma o en Dios, en cuanto que es creador del orden sobrenatural. Mediante la gracia, especialmente mediante la visión beatífica, los ángeles obtuvieron la impecabilidad. Según la doctrina de los teólogos modernos, sobre todo de los tomistas, que siguen las huellas del dominico Báñez, los ángeles, por esencia. no podían pecar, puesto que, según su esencia, estaban orientados hacia una perfección natural en Dios, poseyéndola esencialmente y tendiendo necesariamente hacia ella. Sólo al ser elevados a un orden sobrenatural obtuvieron la capacidad de pecar. En este nuevo orden, su voluntad ya no tendía necesariamente hacia la meta señalada, tuvo que decidirse en pro o en contra de una meta que sobrepasaba las necesidades de su esencia, y pudo, por consiguiente, adoptar una decisión falsa.
Cualquiera que sea la opinión que se siga, es cierto, en todo caso, que los ángeles fueron sometidos a una prueba. No sabemos en qué consistió y cuánto duró esa prueba. Acerca del pecado de los ángeles, la Revelación se limita a hacer algunas indicaciones. Si todo pecado comienza por la soberbia (Ecle. 10, 12 y sig.), también el pecado de los ángeles habrá tenido que comenzar por la soberbia. Del "hijo de la perdición" se dice que se alza contra Dios y todo lo santo (2 Thess. 2, 4). En concreto, puede decirse sobre el pecado de Satanás que éste, deslumbrado por su propia gloria, olvidó que dependía de Dios y negó esa dependencia, que se opuso a ser mera criatura o que rechazó el don de la perfección sobrenatural que Dios le ofrecía porque no quería deber nada al amor. Su lucha encarnizada con Cristo y contra la obra de la Redención nos permite colegir que Satanás se resistió a reconocer la supremacía de Cristo, a reconocer que Cristo, el Hijo de Dios encarnado, es el coraz6n y la cabeza de la Creación.
Consecuencia del pecado de los ángeles es el hecho terrible de que hay seres creados absolutamente malos, perversos, que sólo buscan y quieren el mal. En muchos pasajes, el AT atestigua la existencia de enemigos personales de todo lo bueno: Job 1, 6 y sigs., Zach. 3, 1 y sigs., Sap. 2, 24 y, probablemente, también Lev. 16, 7 y sig.
(·SCHMAUS-2.Pág. 260) ........................................................................
2. LOS ÁNGELES EN NUESTRA VIDA - ANGELES/DEVOCION
En el espacio de unos pocos días celebramos una doble memoria de los ángeles en nuestra liturgia: el 29 de septiembre, la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, y el 2 de octubre, la memoria de los Santos Ángeles Custodios. Aunque esta segunda, por coincidir con un domingo, no se celebra este año, ofrecemos aquí unas sencillas reflexiones que pueden ayudar a la predicación y la vivencia espiritual de estos días y en general de la presencia de los santos ángeles en nuestra vida.
Parece evidente que ha disminuido estos últimos años el aprecio y el culto a los ángeles, al menos en occidente. Tal vez por las mismas razones por las que en un primer momento disminuyó el de los santos, o incluso el de la Virgen María, por la centralidad de Cristo Jesús y de sus fiestas y del domingo en la espiritualidad cristiana.
Pero así como se puede afirmar que el culto a los santos y a la Virgen se han recuperado del "eclipse" de hace unos años, el de los ángeles no parece tener mucho lugar ni en la teología ni en la predicación ni en la catequesis que los mismos pastores y catequistas ofrecen al pueblo cristiano. Algunos parece que "eso de los ángeles" lo destierran, con una sonrisa benigna e indulgente, al mundo de los mitos, a la literatura de los niños o a la ciencia ficción de los extraterrestres. No nos extraña que para los jóvenes ya no signifiquen nada. Casi se podría afirmar que como el ángel expulsó a los primeros padres del paraíso, ahora somos nosotros los que expulsamos a los ángeles de nuestro paraíso o del mundo de nuestras convicciones.
Cómo actúan los ángeles según la Palabra revelada
Pero lo cierto es que tanto la Biblia como la liturgia de la Iglesia hablan mucho de los ángeles, y les atribuyen un papel importante en nuestra vida de fe. No es tanto nuestra iniciativa o nuestro interés, sino la revelación bíblica la que nos habla de ellos, como de unos seres que están en torno a Dios, alabándole, y que son enviados para ayudar a los hombres. Por mucho que haya que aplicar claves de interpretación y de géneros literarios para los diversos pasajes, queda en pie la insistencia de su protagonismo, tanto en el AT como en el NT.
Desde el Génesis (3,24: los querubines a la puerta del paraíso) hasta el Apocalipsis (5,11: los ángeles que cantan sus alabanzas al Vencedor y a Dios), pasando por los ángeles que anuncian la resurrección de Cristo, la Historia de la Salvación nos manifiesta la presencia continuada de estos seres misteriosos, espíritus puros, que no sabemos definir. La Biblia no se preocupa de revelarnos su esencia, sino que los presenta en su actuación: los ángeles adoran a Dios, actúan de mensajeros de su voluntad, ayudan y protegen a los hombres, caminan delante del pueblo elegido y le protegen.
Ellos son los que anuncian a María, a José y a los pastores el nacimiento del Hijo de Dios, los que asisten a Cristo después de las tentaciones del desierto o en la agonía del huerto, los que dan testimonio del sepulcro vacío y orientan a los discípulos después de la Ascensión... Jesús afirma que los ángeles de los "pequeños" están continuamente en la presencia del Padre (Mt 18,10). En la parábola del rico Epulón se nos dice que "cuando murió el pobre Lázaro, fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán" (Lc 16,22). Un ángel libera a Pedro de la cárcel rompiendo sus cadenas y le conduce hasta la comunidad (Hch 12, 7). En la visión del Apocalipsis, junto a los seres vivientes y los ancianos y la multitud de los salvados, los ángeles aparecen en una actitud guerrera de lucha contra el maligno, a las órdenes de san Miguel (Ap 12, 7ss; cf. Dn lO,13) y a la vez de alabanza victoriosa al Cordero y al Dios sentado en el trono: "oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del trono: su número era miríadas de miríadas, y decían con fuerte voz: Digno es el Cordero..." (Ap 5,11-12). Al final de la historia, "cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria", estará "acompañado de todos sus ángeles" (Mt 25,31).
Nuestro recuerdo en la liturgia
No es nada extraño que, si la Biblia nos habla con tanta insistencia de los ángeles, también en nuestra celebración litúrgica les tengamos presentes:
- en la Plegaria Eucarística, se nos invita a la aclamación del "Sanctus" en unión con los ángeles y arcángeles, imitando su canto de alabanza a Dios según Is 6,3, porque "innumerables ángeles en tu presencia, contemplando la gloria de tu rostro, te sirven siempre y te glorifican sin cesar", como dice la Plegaria cuarta;
- la Plegaria primera -el canon romano- pide a Dios que la ofrenda de la Iglesia "sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel";
- es lógico que en el ciclo de la Navidad, siguiendo las indicaciones de las lecturas bíblicas, nos acordemos de los ángeles en nuestra oración: ellos anunciaron a Zacarías el plan sobre su hijo Juan, ellos cantaron "Gloria a Dios en el cielo" en la noche bendita de Belén, y guiaron con sus mensajes a María y a José en su entrañable misión;
- lo mismo hay que decir del ciclo de Pascua, por la presencia ya recordada de los ángeles en las tentaciones, la agonía del huerto y la Resurrección y Ascensión de Cristo; con razón en la noche de Pascua se empieza el pregón convocándoles también a ellos a la alegría universal: "Exulten por fin los coros de los ángeles";
- cuando en la Misa o en las celebraciones de Penitencia rezamos el "Yo confieso", además de pedir la ayuda a todos los hermanos de la comunidad, decimos: "Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles y a los santos, y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor"; también los ángeles tienen parte en la dinámica de nuestra conversión a Dios;
- cuando en Completas rezamos el salmo 9O ("tú que habitas al amparo del Altísimo..."), mostramos nuestra confianza ante la noche, "porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos";
- en las letanías de los Santos, la invocación de los santos ángeles y arcángeles viene inmediatamente después de la de la Virgen María;
- en las exequias cristianas se apela a los ángeles para que, junto con la Virgen y los santos, salgan al encuentro del difunto y le acompañen a la gloria: "in paradisum deducant te angeli: que los ángeles te conduzcan al paraíso"; del mismo modo se pide en otras ocasiones "vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía", "que su continua protección nos libre de los peligros presentes y nos lleven a la vida eterna";
- el 29 de septiembre recordamos ahora en conjunto a los tres ángeles principales, san Miguel (que significa "¿quién como Dios?", recordando la lucha del Apocalipsis), san Rafael ("medicina de Dios", el que curó y guió a Tobías) y san Gabriel ("fortaleza de Dios", el mensajero del nacimiento de Jesús); ya desde el siglo V sabemos que en Roma había una basílica dedicada a san Miguel, y que su fiesta se celebraba, según el sacramentario Veronense, el 29 de septiembre;
- y el 2 de octubre hacemos memoria de los santos Angeles Custodios, celebración mucho más reciente que la anterior (a partir del siglo XV).
Qué significan los ángeles en nuestra vida
Los textos de estas fiestas expresan bien lo que los ángeles representan en nuestra vida. Damos gracias a Dios "por la creación de los ángeles y los arcángeles, objeto de tu complacencia". Le pedimos "que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo», "para que caminemos seguros por la senda de la salvación bajo la fiel custodia de tus ángeles". Reconocemos la centralidad de Dios, pero a la vez creemos en la existencia de los ángeles y les veneramos, convencidos de que "el honor que les tributamos manifiesta tu gloria, y la veneración que merecen es signo de tu inmensidad y excelencia sobre todas tus criaturas".
Creer en los ángeles es creer en la cercanía de Dios y en las mil formas que tiene de ayudarnos en nuestro camino. Claro que Dios se nos ha manifestado sobre todo en Cristo Jesús: ahora, como Señor Resucitado, él es nuestro verdadero Pastor y Guía y Guardián. Ahora no haría mucha falta que Pablo se pusiera a defender la superioridad de Cristo sobre los ángeles, como en Col 2, o como lo tuvo que hacer el autor de la carta a los Hebreos.
Pero como al lado de Cristo estuvieron los ángeles, desde su nacimiento hasta su Pascua, en sus momentos de crisis y de victoria, la revelación y la liturgia nos quieren convencer de que también están en torno nuestro, misteriosamente, podríamos decir que como "los amigos del Novio", ayudándonos y guiándonos de parte de Dios. Y tanto a lo largo de nuestra vida como sobre todo en el momento de nuestra muerte, el recuerdo de la presencia de los ángeles puede ser una válida ayuda para nuestro camino de fe. (JOSÉ ·ALDAZABAL-J._MI-DO/94/13) ........................................................................
3. Acerca de los ángeles
I Dificultad de hablar sobre los ángeles.
A. Un contraste.
a) Dios es inmensamente superior a los ángeles; pero, si queremos entender algo acerca de Dios, tenemos a mano tres libros para estudiarle: el mundo, en donde reflejó algunas de sus bellezas; las Sagradas Escrituras, que inspiró; y nuestro mismo corazón, en donde, mediante la gracia, se nos comunica y hace sentir.
b) En cambio, acerca de los ángeles, la naturaleza no nos dice nada. Nuestras comunicaciones con ellos son, salvo casos milagrosos, nulas; y las Escrituras apenas si nos hablan más que vagamente de su número, de su hermosura y de su oficio, que es servir a Dios.
B. Y un punto de referencia.
a) Sólo tenemos un punto de referencia para conocer a los ángeles: compararlos con nuestra alma.
1. Nuestra alma, a la que los Santos Padres han llamado décima jerarquía angélica, la décima dracma que se dedicó a buscar el Señor dejando las otras nueve de las jerarquías en el cielo, esa alma nos acerca a los ángeles (Lc/15/08-10).
2. «Lo ha hecho (al hombre) poco menos que un ángel (Ps. 8,6)
b) Al estudiar la escala de los seres, a cada uno de los géneros inferiores le añadimos una nueva unidad de perfección, y encontrarnos el superior.
1. Añadimos la vida al mineral, y encontramos el reino vegetal.
2. Añadimos a éste los sentidos, y hallamos la vida animal. 3. Añadimos al bruto la inteligencia, y conocemos al hombre
4. Pero, cuando llegamos al alma no encontramos una nueva unidad de perfección que añadir para subir hasta el ángel, porque éste consta de las mismas potencias que aquélla. Sigamos, pues, este camino.
Il. Entendimiento y voluntad angélicos.
A. El ángel tiene, como nosotros, entendimiento y voluntad, pero muy superiores.
B. Nuestro entendimiento, en la situación actual del "homo viator", es casi un mendigo de los sentidos, y todo cuanto alcanza lo conoce a través de ellos.
a) Conoce una verdad apoyándose en otra, y para llegar a la,conclusión ha de subir por no pocos escalones.
b) El entendimiento humano vive condicionado por el sentido.
c) De esta su condición ineludible se deduce el esfuerzo penoso de su trabajo y la facilidad del error. Lo comprobarnos a diario.
C. El ángel, por el contrario, de un solo golpe intuitivo, ve la verdad y todas las conclusiones que de ésta se derivan, entendiendo todo cuanto su naturaleza angélica le permite entender. Y, una vez visto, queda todo grabado en su memoria de una manera indeleble.
D. ¡Cuánta inconstancia en nuestra voluntad! ¿Qué hay en el mundo que se haya mantenido invariable en nuestra afición? ¿Cuántos propósitos hemos formado y hemos visto desvanecerse después? La voluntad del ángel, en cambio, una vez que ha elegido, es fija y no puede tornarse. Los demonios escogieron el mal y son perversos para siempre. Los ángeles escogieron a Dios y son felices con El eternamente.
E. Suponed un alma que de una sola ojeada contempla todas las verdades que el hombre puede conocer a fuerza de siglos de trabajo. Suponed una voluntad tan fuerte, que con un solo acto quede firme en su determinación para siempre, y os habréis acercado a lo que es un ángel. Liberad a ese entendimiento y esa voluntad de las trabas del cuerpo, y estaréis más próximos al ángel.
III. Cualidades de los ángeles.
A. La Sagrada Escritura, para explicarnos las cualidades del ángel, se vale de imágenes sensibles, y escoge entre éstas las que podían llamar más la atención en la circunstancia histórica de sus lectores. En este sentido, la Escritura es brillante. " Los compara con "las estrellas", con "un ejército de caballos de fuego" (2 Reg. 6,7). Son como un Lucifer "vestido de piedras preciosas" (Ez. 28,13).
B. Mucho más conocidas nos son sus obras y, por tanto, la fuerza de su poder.
e) Un solo ángel incendia Sodoma y Gomorra.
b) Otro mata a todos los primogénitos de Egipto.
c) Otro extermina los ochenta mil hombres del ejército de Senaquerib.
d) Son ellos los que manejan las pestes.
e) ¿Para qué seguir, si con un mandato de sus trompetas resucitarán los muertos y los convocarán al juicio universal?
C. Para imaginarnos su belleza, contemplemos la del mundo.
a) Si Dios pudo formarlo de una materia inerte, ¿qué no habrá hecho con los espiritus que eligió para decoro de su cielo?
1. Las mujeres quedan atónitas cuando los ven junto al sepulcro.
2. San Juan, el que subió tan alto que pudo escribir aquellas palabras de "en el principio era el Verbo", cuando vio un ángel, le hubiera adorado, de no impedírselo éste, que se llamó a si mismo mero servidor, como Juan, de Jesús (Apoc. 19,10).
b) Dios ha desplegado en la tierra su misericordia, en el infierno su justicia y en El cielo su hermosura. Los ángeles pertenecen a este. ¿Cómo serán, si tan admirables son las obras de su misericordia y tan terribles las de su justicia?
IV. Los ángeles, a nuestro servicio
A. Lo que más nos puede maravillar es que criaturas tan privilegiadas, creadas por Dios para servirle y ser instrumentos suyos, hayan sido puestas también a nuestro servicio.
B. Es fe de la Iglesia que cada uno de nosotros tiene su ángel de la guarda (cf. SAN BERNARDO PATRISTICA).
C. Son nuestros mejores amigos.
a) Mientras el demonio no procura sino nuestro Mal, los ángeles sólo intentan nuestro bien.
b) Incluso las almas que se condenan han tenido sus ángeles de la guarda, quienes, a pesar de conjeturar o quizá conocer su futura condenación, se desvelan por ellas. ¿Qué no harán, pues, por las que son amigas de su Señor?
c) La historia de Israel es un relato continuado de la protección angélica sobre aquel pueblo. Todo aquello no era sino un símbolo de lo que los ángeles llevan a cabo con nosotros. ¡Cuánta tentación evitada, cuánto pensamiento santo infundido!...
D. Y ¿por qué nos aman de tal modo? Por tres motivos (cf. SAN BERNARDO, "Serm. 1 sobre San Miguel": BAC, "Obras selectas de San Bernardo" p.635 ss).
a) Por Dios. Por cumplir con celo la orden del que los constituyó en «enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salud" (Hebr. 1, 14). Ven en nosotros aquellos a quienes Dios vino a servir, los templos del Espiritu Santo, la sangre del Señor derramada por nosotros.
b) Por ellos mismos. Contemplan la ruina de tantos compañeros caídos en el infierno, y sus puestos vacíos, y quieren contribuir a reparar el daño, preparando sustitutos dignos.
c) Por nosotros. Cuando más noble es una voluntad, tanto más compasiva. Los ángeles nos ven en medio de tanto peligro, tentación y trabajo, y se encienden en deseos de ayudarnos.
d) Agradecer. Orar. Acompañar
PALABRA DE CRISTO, 3 Págs. 179 ss.
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Los endemoniados
Por Pbro. Dr. Enrique Cases
La presencia de los ángeles es muy frecuente en los evangelios. Basta recordar la Anunciación, las revelaciones a José, el anuncio a los pastores en Belén para ver su gran papel en la Redención. Los ángeles acompañan y consuelan a Jesús en las tentaciones del desierto y en el huerto de los olivos, son los anunciadores de la resurrección, y su presencia en los comienzos de la acción apóstolica es muy notable. El propio Jesucristo habla a sus discípulos de los ángeles, en concreto de los custodios de los niños los cuales han recibido la gracia de ver cara a cara a Dios Padre. También será importante su presencia en el Juicio Final.
Esa presencia abundante de los ángeles es como un contrapunto a las muchas posesiones diabólicas presentes en los evangelios. Parece que los casos de posesión diabólica fueron frecuentes en Galilea durante el ministerio público de Nuestro Señor, más que en cualquier otro país y época. Ballester opina que esta frecuencia demuestra que la posesión no era ni un fenómeno natural ni una enfermedad vulgar, sino un hecho que se manifestaba especialmente en presencia de Nuestro Señor. El demonio, abusando de la libertad que se le había concedido, proclamaba su poder ante aquel que venía a quitarle su poder de príncipe de este mundo. Da la impresión de una rabia y una rebeldía estériles, pero reales, en aquellos momentos de salvación.
Los evangelios narran tres expulsiones de demonios. Una en Cafarnaúm quizá en los comienzos de su predicación; otra en Gerasa fuera del territorio de Israel; la tercera en un hombre atormentado por un demonio mudo; aunque no dejan de señalar que Jesús sanó a muchos otros endemoniados y confirió este poder a los mismos Apóstoles. Ellos al volver de la primera predicación decían: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. El les dijo:Veía a Satanás caer como un rayo del cielo. Os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga y nada os hará daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan: regocijaos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo[336].
La advertencia es clara: lo más importante no es ese poder, sino estar en gracia de Dios y alcanzar la vida eterna. Judas no lo entendió, se dejó tentar, y Jesús dice de él que llega a ser como un demonio.
Al contemplar las dos primeras curaciones, llama la atención la reacción de los diablos ante Jesús: gritan y se quejan. El demonio de Cafarnaúm dice gritando ¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres tú, el Santo de Dios[337]. Los de Gerasa, postrando al endemoniado, dicen también a gritos: ¿qué tenemos que ver yo y tú, Jesús, Hijo de Dios Altísimo?(...) ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?[338].
Pero lo más sorprendente es la actitud de Jesús: no dialoga con ellos; les manda con imperio que abandonen a los endemoniados. Jesús es el único que sabe la malicia del pecado diabólico y le repugna todo diálogo que siempre estará plagado de mentira y orgullo. Los diablos obedecen a su palabra, el de Cafarnaúm inmediatamente, los de Gerasa se resisten -quizá por ser muchos y llevar mucho tiempo atormentando a aquel hombre- hasta que les permite apoderarse de una piara de unos dos mil cerdos y arrojarse al mar en un espectáculo escalofriante.
Ante estos hechos podemos preguntarnos ¿por qué permite Dios que los demonios tengan una cierta libertad para tentar y atormentar a los hombres?. La respuesta total se encierra en el misterio de la sabiduría divina, pero conviene no olvidar que Dios permite los males para conseguir bienes mayores. El Señor permite la tentación -incluso las diabólicas- para que los hombres puedan demostrar el amor y la fidelidad también en los momentos difíciles.
Cuando el pecado se nos presenta con apariencia de bondad se convierte en tentación, en una invitación a pecar, a alejarse de Dios, a no cumplir la voluntad de Dios. Si viesemos su fea cara real no pecaríamos nunca, por eso usa disfraces hoorables. Pero la tentación -como hemos dicho- es también una formidable ocasión de demostrar la calidad del propio amor. De ahí que Jesús nos enseñara a pedirle en el Padrenuestro no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal[339].
Dios no tienta a nadie[340], pero permite las pruebas. El texto original del Padrenuestro en Mateo, dice propiamente líbranos del Maligno o del Malo, es decir, de la tentación del diablo. Existen distintas tentaciones: unas provienen de la tendencia desordenada originada por las heridas del pecado original; otras vienen de las provocaciones producidas por otros pecadores, son los escándalos; otras, en fin, tienen su origen en esa criatura condenada que es el demonio. Ante cada una convendrá reaccionar con una técnica distinta, pero siempre se debe recurrir a la gracia de Dios sin la cual todo esfuerzo resulta insuficiente.
La actitud de Jesús ante los endemoniados nos enseña cómo reaccionar ante la tentación diabólica: no dialogar y cortar con decisión. Eva conversa con el tentador y el diablo la engaña con palabras de doble sentido, usa verdades a medias que son mentiras o engaños, pone a Dios en estado de sospecha; como si su prohibición fuese un obstáculo a la felicidad completa de nuestros primeros padres. Si Eva hubiese evitado ese diálogo engañoso las cosas hubiesen sido distintas. Pero cedió a la curiosidad y, con una confianza presuntuosa en sus propias fuerzas, cae; desprecia y desconoce el poder del demonio. Ahí está el problema en toda tentación: sobrevalorarse y despreciar la valía del maligno.
Jesús no actúa así en las expulsiones de demonios. No acepta su testimonio, ni consiente un diálogo con ellos. Simplemente les manda salir y lo hacen. Ya en las tentaciones del desierto nos dio una lección magistral de cómo superar las sugerencias engañosas del tentador. Ciertamente ahí las fuerzas eran muy desiguales. De una parte estaba Jesús, que no puede pecar pues además de Hombre es Dios, de otro estaba el diablo definitivamente condenado. El resultado de esas tentaciones, contadas por Jesús a los discípulos, era claro: Jesús nos quiere dejar ejemplo sobre el modo de vencer las peores tentaciones. Durante la Pasión el diablo desatará toda su furia contra Él, y volverá a ser vencido por la obediencia hasta la muerte del Hijo al Padre.
Centrándonos en las tentaciones diabólicas, se puede decir que el diablo utiliza la astucia. Aprovechará la táctica más adecuada para cada persona. No puede intervenir directamente en la inteligencia y la voluntad de nadie, pero puede buscar el punto flaco de cada uno y situar las pruebas más intensas, con insistencia, por ese lugar, como un general concentra sus tropas en un determinado punto. Unas veces serán aprovechando los defectos interiores, otras escándalos exteriores. Sabe bien que cuando la tentación viene revestida de normalidad puede hacer más daño; si es demasiado visible la huída del tentado puede ser pronta, pues el diablo y el pecado tienen una cara muy fea y asusta o asquea, por eso se ponen caretas.
El demonio actúa con preferencia en la imaginación; en ella hace el demonio sus saltos y engaños dice Santa Teresa[341]; San Juan de la Cruz decía que con sus insidias quiere que, como él es ciego, también el alma lo sea"[342].
Este modo de tentar es llamado por San Pablo asechanzas del diablo[343]. También se le suele llamar insidias. Es como la actuación de un estratega que no tiene nada que perder -está definitivamente condenado-, y busca destruir por destruir, por puro odio. Su problema es que cuando fracasa es mayor el triunfo de Dios en el alma. El hombre sale muy fortalecido a causa de la tentación vencida, es más virtuoso.
San Pedro avisa: vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. resistidle firmes en la fe[344]. A pesar de esa furia no hay que tenerle miedo pues, como decía San Agustín, puede ladrar, puede solicitar, pero no puede morder sino al que quiera ser mordido. Es bueno imaginarse un perro furioso encadenado, asusta, pero no demasiado, pues fuera del círculo de su cadena no puede hacer nada, por mucho que ladre y se agite.
Pablo VI enseñaba algunas de las tentaciones diabólicas cuando escribía que es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana...Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, mucho más nocivas porque en apariencia son conformes a nuestra apariencias físicas o psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones. Y añadía: Podemos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa contra la verdad evidente, donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde...; donde el espíritu del evangelio es mixtificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como la última palabra [345].
Ante este enemigo número uno señalado por el Papa, los milagros de Jesús con los endemoniados llenan de confianza. Aquel hombre de Cafarnaúm quedó sano, pues el demonio salió de él sin hacerle ningún daño. El de Gerasa, que durante tantos años padeció la posesión diabólica, estaba sentado, vestido y cuerdo, y movido por el entusiasmo le pedía estar con El, y, al no consentirlo Jesús, comenzó a publicar por la Decápolis todo lo que Jesús le había hecho, y todos se admiraban. El comportamiento de aquellas personas después de la liberación llena de alegría y de confianza en Dios.
Los liberados de los lazos de los demonios constituyen un buen grupo de personajes secundarios del evangelio. Se encontraron con Jesús pero el lazo que les ataba era tan fuerte que sólo la acción divina puede liberarlos. Los evangelistas dicen escuetamente que muchos fueron curados de este grave mal. Nosotros los vemos con la alegría de los que se dan cuenta del enorme bien recibido, pues su cadena era más dura que la de la enfermedad física. No olvidemos que hoy sigue actuando satanás de muchos modos a veces disimulados, a veces descarados, pero con Jesús no hay temor; aunque las advertencias muy actuales del Romano Pontífice nos invitan a no ser ingenuos pensando que son cosas del pasado y vigilar para vencer las posibles tentaciones diabólicas.
Vale la pena recoger la oración a San Miguel atribuida a León XIII para rezar especialmente después de la Santa Misa:
Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha
sé nuestro amparo
contra la maldad y las asechanzas del demonio,
Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio
y tú, Príncipe de la milicia celestial,
arroja al infierno, con el poder divino,
a Satanás y a los otros espíritus malvados,
que andan por el mundo tratando de perder a las almas. Amén
[336] Lc 10,17-20
[337] Lc 4,34; Mc 1,24
[338] Mc 5,7; Mt 8,29
[339] Mt 6,13
[340] Sant 1,13
[341] Santa Teresa de Jesús. Las moradas. 5,3-10
[342] San Juan de la Cruz Llama de amor viva. 3,3,23
[343] Ef 6,11-13
[344] 1 Pe 5,8
[345] Pablo VI. Nov 1972
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Madre de la gloria
(Homilía 2 en la dormición de la Virgen Marta, 2 y 14)
ASUNCION/ DAMASCENO
Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen, la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
Hoy el arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, templo no edificado por manos humanas. Danza David, abuelo suyo y antepasado de Dios, y con él forman coro los ángeles, aplauden los Arcángeles, celebran las Virtudes, exultan los Principados, las
Dominaciones se deleitan, se alegran las Potestades, hacen fiesta los Tronos, los Querubines cantan laudes y pregonan su gloria los Serafines. Y no un honor de poca monta, pues glorifican a la Madre de la gloria.
Hoy la sacratísima paloma, el alma sencilla e inocente consagrada al Espíritu Santo, salió volando del arca, es decir, del cuerpo que había engendrado a Dios y le había dado la vida, para hallar descanso a sus pies; y habiendo llegado al mundo inteligible, fijó su sede en la tierra de la suprema herencia, aquella tierra que no está sujeta a ninguna suciedad.
Hoy el Cielo da entrada al Paraíso espiritual del nuevo Adán, en el que se nos libra de la condena, es plantado el árbol de la vida y cubierta nuestra desnudez. Ya no estamos carentes de vestidos, ni privados del resplandor de la imagen divina, ni despojados de la copiosa gracia del Espíritu. Ya no nos lamentamos de la antigua
desnudez, diciendo: me han quitado mi túnica, ¿cómo podré ponérmela? (Cant 5, 3). En el primer Paraíso estuvo abierta la entrada a la serpiente, mientras que nosotros, por haber ambicionado la falsa divinidad que nos prometía, fuimos comparados con los jumentos (cfr. Sal 48, 13). Pero el mismo Hijo Unigénito de Dios, que es Dios consustancial al Padre, se hizo
hombre tomando origen de esta tierra purísima que es la Virgen. De este modo, siendo yo un puro hombre, he recibido la divinidad; siendo mortal, fui revestido de inmortalidad y me despojé de la túnica de piel. Rechazando la corrupción me he revestido de incorrupción, gracias a la divinización que he recibido.
Hoy la Virgen inmaculada, que no ha conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los pensamientos celestiales, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo viviente, se encuentra en los tabernáculos celestiales. En efecto, ¿quién faltaría a la verdad llamándola cielo?; al menos se puede decir, comprendiendo bien lo que se quiere significar, que es superior a los cielos por sus incomparables privilegios. Pues quien fabricó y conserva los cielos, el Artífice de todas las cosas creadas —tanto de las terrenas como de las celestiales, caigan o no bajo nuestra
mirada—, Aquél que en ningún lugar es contenido, se encarnó y se hizo niño en Ella sin obra de varón, y la transformó en hermosísimo tabernáculo de esa única divinidad que abarca todas las cosas, totalmente recogido en María sin sufrir pasión alguna, y permaneciendo al mismo tiempo totalmente fuera, pues no puede ser comprehendido.
Hoy la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia—no sé de qué modo expresarlo con mis labios audaces y temblorosos—nos es escondida por una muerte vivificante. Ella, que ha engendrado al destructor de la muerte, la ve acercarse sin temor, si es que está permitido llamar muerte a esta partida luminosa, llena de vida y santidad. Pues la que ha dado la verdadera Vida al mundo, ¿cómo puede someterse a la muerte?
Pero Ella ha obedecido la ley impuesta por el Señor1 y, como hija de Adán, sufre la sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma Vida, no la ha rehusado, y por tanto es justo que suceda lo mismo a la Madre del Dios vivo. Mas habiendo dicho Dios, refiriéndose al primer hombre: no sea que extienda ahora su mano al árbol de la vida y, comiendo de él, viva para siempre (Gn 3, 22), ¿cómo no habrá de vivir eternamente la que engendró al que es la Vida sempiterna e inacabable, aquella Vida que no tuvo inicio ni tendrá fin?
(...) Si el cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona, ha resucitado del sepulcro al tercer día, es justo que también su Madre fuese tomada del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Es justo que así como Él había descendido hacia Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más alto y más precioso, al mismo cielo.
Convenía que la que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada en las divinas moradas de su Hijo; y así como el Señor dijo que El quería estar en compañía de los que pertenecían a su Padre, convenía que la Madre habitase en el palacio de su Hijo, en la morada del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. Pues si allí está la habitación de todos los que viven en la alegría, ¿en donde habría de encontrarse quien es Causa de nuestra alegría?
Convenía que el cuerpo de la que había guardado una virginidad sin mancha en el alumbramiento, fuera también conservado poco después de la muerte.
Convenía que la que había llevado en su regazo al Creador hecho niño habitase en los tabernáculos divinos.
Convenía que la Esposa elegido por el Padre, viviese en la morada del Cielo.
Convenía que la que contempló a su Hijo en la Cruz, y tuvo su corazón traspasado por el puñal del dolor que no la había herido en el parto, le contemplase, a El mismo, sentado a la derecha del Padre.
Convenía, en fin, que la Madre de Dios poseyese todo lo que poseía el Hijo, y fuese honrada por todas las criaturas.
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1. Es de fe la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo; sobre si Nuestra Señora sufrió o no la muerte corporal, el Magisterio de la Iglesia no se ha pronunciado.
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Miguel, Gabriel y Rafael, Arcángeles
Autor: Catholic.net - Arcángeles
Son los nombres con que se presentan en la Sagrada Escritura estos tres príncipes de la corte celestial.
Miguel aparece en defensa de los intereses divinos ante la rebelión de los ángeles malos; Gabriel, enviado por el Señor a diferentes misiones, anunció a la Virgen Maria el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su maternidad divina; Rafael acompañó al joven Tobías cuando cumplia un difícil encargo y se ocupó de solucionar difíciles asuntos de su esposa.
Actualmente, se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden "angelitos" de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres.
Hay que tener cuidado, pues se puede caer en dar a los ángeles atribuciones que no les corresponden y elevarlos a un lugar de semidioses, convertirlos en "amuletos" que hacen caer en la idolatría, o crear confusiones entre lo que son las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.
Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses.
A pesar de que están de moda, por otro lado, es muy fácil que nos olvidemos de su existencia, por el ajetreo de la vida y principalmente, porque no los vemos.
Este olvido puede hacernos desaprovechar muchas gracias que Dios ha destinado para nosotros a través de los ángeles.
Por esta razón, la Iglesia ha fijado dos festividades para que, al menos dos días del año, nos acordemos de los ángeles y los arcángeles, nos alegremos y agradezcamos a Dios el que nos haya asignado un ángel custodio y aprovechemos estos días para pedir su ayuda.
Misión de los ángeles
Los ángeles son seres espirituales creados por Dios por una libre decisión de su Voluntad divina. Son seres inmortales, dotados de inteligencia y voluntad.
Debido a su naturaleza espiritual, los ángeles no pueden ser vistos ni captados por los sentidos.
En algunas ocasiones muy especiales, con la intervención de Dios, se han visto y oído materialmente. La reacción de las personas al verlos u oírlos ha sido de asombro y de respeto. Por ejemplo, los profetas Daniel y Zacarías.
En el siglo IV, el arte religioso representó a los ángeles con forma de figura humana. En el siglo V, se le añadieron las alas, como símbolo de su prontitud en realizar la Voluntad divina y en trasladarse de un lugar a otro sin la menor dificultad.
En la Biblia encontramos algunos motivos para que los ángeles sean representados como seres brillantes, de aspecto humano y alados. Por ejemplo, el profeta Daniel escribe que un "ser que parecía varón" -se refería al arcángel Gabriel- volando rápidamente, vino a él (Daniel 8, 15-16; 9,21). Y, en el libro del Apocalipsis, son frecuente las apariciones de ángeles que claman, tocan las trompetas, llevan mensajes o son portadores de copas e incensarios; otros que suben, bajan o vuelan; otros que están de pie en cada uno de los cuatro puntos cardinales de la tierra o junto al trono del Cordero, Cristo.
La misión de los ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser mensajeros y cuidar y ayudar a los hombres. Ellos están constantemente en la presencia de Dios, atentos a sus órdenes, orando, adorando, vigilando, cantando y alabando a Dios y pregonando sus perfecciones. Se puede decir que son mediadores, custodios, guardianes, protectores y ministros de la justicia divina.
La presencia y la acción de los ángeles aparece a lo largo del Antiguo Testamento, en muchos de sus libros sagrados. Aparece frecuentemente, también, en la vida y enseñanzas de Nuestro Señor, Jesucristo, en la Carta de san Pablo, en los Hechos de los Apóstoles y, principalmente, en el Apocalipsis.
Con la lectura de estos textos, podemos descubrir algo más acerca de los ángeles:
nos protegen, nos defienden físicamente y nos fortalecen al combatir las fuerzas del mal luchan con todo su poder por y con nosotros.
Como ejemplo, está la milagrosa liberación de San Pedro que pudo huir de la prisión ayudado por un ángel (Hechos 12, 7 y siguientes). También, aparece un ángel deteniendo el brazo de Abraham, para que no sacrificara a su hijo, Isaac.
Los ángeles nos comunican mensajes importantes del Señor en determinadas circunstancias de la vida. En momentos de dificultad, se les puede pedir luz para tomar una decisión, para solucionar un problema, actuar acertadamente y para descubrir la verdad.
Por ejemplo, tenemos las apariciones a la Virgen María, a San José y a Zacarías. Todos ellos recibieron mensajes de los ángeles.
Los ángeles cumplen, también, las sentencias de castigo del Señor, como el castigo a Herodes Agripa (Hechos de los Apóstoles) y la muerte de los primogénitos egipcios (Exódo 12, 29).
Los ángeles presentan nuestras oraciones al Señor y nos conducen a Él. Nos acompañan a lo largo de nuestra vida y nos conducirán, con toda bondad, después de nuestra muerte, hasta el trono de Dios para nuestro encuentro definitivo con Él. Este será el último servicio que nos presten pero el más importante. El arcángel Rafael dice a Tobías: "Cuando ustedes oraban, yo presentaba sus oraciones al Señor", (Tob 12, 12 - 16).
Ellos nos animan a ser buenos pues ven continuamente el rostro de Dios y también ven el nuestro. Debemos tener presentes las inspiraciones de los ángeles para saber obrar correctamente en todas las circunstancias de la vida. "Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente", (Lucas 15, 10).
Jerarquía de los ángeles
Se suelen enumerar nueve coros u órdenes angélicos. Esta jerarquía se basa en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. Dentro de esta jerarquía, los superiores hacen participar a los inferiores de sus conocimientos.
Cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquía y todos ellos forman la corte celestial.
Jerarquía Suprema:
serafines
querubines
tronos
Jerarquía Media:
dominaciones
virtudes
potestades
Jerarquía Inferior:
principados
ángeles
arcángeles
Serafines: Son los "alabadores" de Dios. Serafín significa "amor ardiente". Los serafines alaban constantemente al Señor y proclaman su santidad.
(Isaías 6, 17)
Querubines: Son los "guardianes" de las cosas de Dios. Aparecen como encargados de guardar el arca de la alianza y el camino que lleva al árbol de la vida. Entre dos querubines comunica Yahvé sus revelaciones. "Se sienta sobre querubines".
(Génesis, Éxodo, en la visión de Ezequiel, 1, 4 y Carta a los Hebreos, 9,5).
Potestades, Virtudes, Tronos, Principados y Dominaciones:
En la Biblia encontramos estos diversos nombres cuando se habla del mundo angélico. Hay quien interpreta los nombres de los ángeles como correspondientes a su grado de perfección. Para San Gregorio, los nombres de los ángeles se refieren a su ministerio:
los principados son los encargados de la repartición de los bienes espirituales
las virtudes son los encargados de hacer los milagros
las potestades son los que luchan contra las fuerzas adversas
las dominaciones son los que participarán en el gobierno de las sociedades
los tronos son los que están atentos a las razones del obrar divino.
Existe, también, una jerarquía basada en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. A los arcángeles les podríamos llamar los "asistentes de Dios". Son ángeles que están al servicio directo del Señor para cumplir misiones especiales.
Arcángel San Miguel: es el que arrojó del Cielo a Lucifer y a los ángeles que le seguían y quien mantiene la batalla contra Satanás y demás demonios para destruir su poder y ayudar a la Iglesia militante a obtener la victoria final. El nombre de Miguel significa "quien como Dios". Su conducta y fidelidad nos debe invitar a reconocer siempre el señoría e Jesús y buscar en todo momento la gloria de Dios.
Arcángel San Gabriel: en hebreo significa "Dios es fuerte", "Fortaleza de Dios". Aparece siempre como el mensajero de Yahvé para cumplir misiones especiales y como portador de buenas noticias. Anunció a Zacarías el nacimiento de Juan, el Bautista y a la Virgen María, la Encarnación del Hijo de Dios.
Arcángel San Rafael: su nombre quiere decir "medicina de Dios". Tiene un papel muy importante en la vida del profeta Tobías, al mostrarle el camino a seguir y lo que tenía que hacer. Tobías obedeció en todo al arcángel San Rafael, sin saber que era un mensajero de Dios. Él se encargó de presentar sus oraciones y obras buenas a Dios, dejándole como mensaje bendecir y alabar al Señor, hacer siempre el bien y no dejar de orar. Se le considera patrono de los viajeros por haber guiado a Tobías en sus viajes. Es patrono, también, de los médicos (de cuerpo y alma) por las curaciones que realizó en Tobit y Sara, el padre y la esposa de Tobías.
Los ángeles custodios
Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma sobre este tema San Jerónimo: "Grande es la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia".
En el Antiguo Testamento se puede observar como Dios se sirve de sus mensajeros para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando a Elías lo alimentó un ángel, (1 Reyes, 19, 5).
En el Nuevo Testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que aparecen estos seres: el mensaje a San José para que huyera a Egipto y los ángeles que sirvieron a Jesús, después de las Tentaciones en el desierto, entre otros ejemplos.
Se puede decir que los ángeles custodios son compañeros de viaje, que siempre estarán al lado de cada uno de nosotros, en las buenas y en las malas, sin separarse ni un solo momento. Está a nuestro lado mientras trabajamos, descansamos, cuando nos divertimos y cuando rezamos, cuando le pedimos ayuda y cuando le olvidamos. Y, lo más importante, es que no se aparta de nosotros ni siquiera cuando perdemos la gracia de Dios por el pecado. Nos presta auxilio para enfrentar de mejor ánimo las dificultades y tentaciones de la vida diaria.
Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como si fuera algo infantil. Pero, si pensamos que al crecer la persona se enfrentará a una vida con mayores tentaciones y dificultades, el ángel custodio será de gran ayuda.
Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro.
Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está muy cerca de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos.
Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos ni deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios sabe lo que hay dentro de nuestro corazón. Ellos, en cambio, sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.
También podemos pedirle favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinados peligros o las guíen en situaciones difíciles.
¿Qué nos enseñan los ángeles?
Nos enseñan a:
glorificar al Señor, proclamar su santidad y rendirle sus homenajes de adoración, de amor y de ininterrumpida alabanza.
cumplir con exactitud y prontamente todas las órdenes que recibimos del señor y a cumplir su Voluntad sin discutir sus mandatos ni aplazando el cumplimiento de éstas.
servir al prójimo, pues ellos están preocupados por nosotros y quieren ayudarnos en las diversas circunstancias que se nos presentan en la vida. Esto nos anima a compartir con nuestros hermanos penas y alegrías.
¿Quiénes son los ángeles caídos?
Dios creó a los ángeles como espíritus puros, todos se encontraban en estado de gracia. Pero algunos, encabezados por Luzbel, el más bello de los ángeles, por su malicia y soberbia se negaron a adorar a Jesucristo, Dios hecho hombre, por sentirse seres superiores. Así, rechazaron eternamente a Dios con un acto inteligente y libre de su parte.
A Luzbel -también denominado Lucifer, Diablo o Satán- junto con los ángeles rebeldes que le siguieron -convertidos en demonios- fueron arrojados del Cielo al infierno. Quedaron confinados a un estado eterno de tormento en donde nunca más podrán ver a Dios.
No cambiaron su naturaleza, siguen siendo seres espirituales y reales.
Lucifer es el enemigo de Dios. Jesús le llama “el engañador”, “el padre de la mentira”. Su constante actividad en el mundo busca apartar a los hombres de Dios mediante engaños e invitaciones al mal. Quiere evitar que lo conozcan, que lo amen y que alcancen la felicidad eterna. Es un enemigo con el que se tiene que luchar para poder llegar al Cielo.
Los demonios se encuentran organizados en jerarquías, tal y como fueron creados en un principio, subordinados los inferiores a los superiores.
Satanás y sus demonios comenzaron sus maléficas acciones con Adán y Eva y no se dan por vencidos en su labor. Aprovechan la inclinación del hombre hacia el mal por su naturaleza que quedó dañada después del pecado original. Son muy astutos, disfrazan el mal de bien. Su acción ordinaria en el hombre es la tentación. Por ello rezamos en el Padrenuestro: “...no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.”
¿Por qué creer en los ángeles?
Toda la Sagrada Escritura está llena de versículos y capítulos completos que hablan de los ángeles. Si creemos en la Sagrada Escritura, no podemos negar la existencia y la acción de los ángeles.
Además del testimonio de la Revelación, tenemos el de los Santos Padres de la Iglesia quienes nos dejaron bellas y sugestivas descripciones de los ángeles que fueron retomadas por Santo Tomás no sólo en el aspecto teológico sino en un dinamismo cristiano. La Iglesia ha definido dogma de fe la existencia de los ángeles.
El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona -España- con fecha de 1494.
El Concilio IV de Letrán, en 1215, se señaló que Dios es creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, de las criaturas espirituales y las corporales. Se señaló que a unas y a otras, las creó de la nada.
En 1870, debido al materialismo y racionalismo que imperante en esa época, el Concilio Vaticano I afirmó de nuevo la existencia de los ángeles.
Pablo VI volvió a poner de manifiesto la existencia de los ángeles en 1968, al formular el Credo.
En la reforma litúrgica de la Iglesia de 1969, quedó establecido el día 29 de septiembre para dar culto a los arcángeles San Miguel, San Rafael y San Gabriel y el día 2 de Octubre, para rendir culto a los ángeles custodios.
Oración a San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
Ayúdanos a luchar contra el mal.
Que Dios oiga tu voz y tú, como jefe del ejército del Cielo,
combate y vence a Satanás
y a todos los espíritus malos que andan por el mundo
deseando la ruina de las almas.
Amén.
Oración al Ángel de la Guarda
Ángel del Señor, que eres mi custodio,
Puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
Ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname
en este día.
Amén.
Ángel de la Guarda, dulce compañía
No me desampares, ni de noche ni de día,
hasta que me encuentre en los brazos de Jesús y de María.
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Ángeles
Etimológicamente viene del Latín ángelus; del griego aggelos; de la palabra hebrea "uno que va" o "enviado", mensajero; y es usada en hebreo para designar tanto a un mensajero divino como a uno humano. La Septuaginta lo traduce por aggelos, palabra que también tiene ambos significados. La versión latina, sin embargo, distingue al mensajero espiritual o divino del humano, traduciendo el primero como angelus y el segundo como legatus o también nuntius. En algunos pasajes la versión latina usa la palabra angelus en vez de nuntius, cuando esta última expresaba mejor el sentido, por ejemplo en Isaías 18,2; 33,3, 6.
Aquí vamos a tratar sobre los espíritus-mensajeros y vamos a tocar los siguientes puntos:
el significado del término en la Biblia,
los deberes de los ángeles,
los nombres asignados a los ángeles,
la distinción entre buenos espíritus y malos,
las divisiones de los coros angélicos,
las apariciones de los ángeles, y
el desarrollo de los escritos sobre los ángeles.
Los ángeles, a lo largo de toda la Biblia, aparecen representados como un cuerpo de seres espirituales que son intermediarios entre Dios y los hombres: "Lo creaste (al hombre) poco inferior a los ángeles" (Salmo 8,6). Ellos, al igual que los hombres, son seres creados; "Alabadle, ángeles suyos todos, todas sus huestes, alabadle! Alaben el nombre de Yahveh… pues él lo ordenó y fueron creados" (Salmo 148, 2, 5: Colosenses 1, 16-17). El hecho de que los ángeles fueron creados, fue confirmado en el Cuarto Concilio de Letrán (1215). El decreto llamado "Firmiter", contra los albigenses, habla del hecho de que ellos fueron creados, y que los hombres fueron creados después de ellos. Este decreto fue repetido por el Concilio Vaticano Primero, en su decreto "Dei Filius". Hacemos mención aquí de él, porque las palabras: "El que vive eternamente lo creó todo por igual" (Eclesiástico 18,1) se usan para demostrar la creación simultánea de todas las cosas; pero generalmente se considera que "juntos" (simul) puede aquí significar "igualmente", en el sentido de que todas las cosas fueron "igualmente" creadas. Son espíritus; el autor de la Epístola a los Hebreos dice: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Heb 1, 14).
Presentes en el trono de Dios
Es con la misión de ser mensajeros que la Biblia los menciona más a menudo, pero, como San Agustín y luego San Gregorio lo expresan: angelus est nomen officii ("ángel es el nombre de su oficio") y no expresa ni su naturaleza ni su función esencial, es decir: el de estar presentes en el trono de Dios en aquella corte de cielo de la que Daniel nos ha dejado un cuadro bastante vivido:
"Mientras yo contemplaba: Se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él. El tribunal se sentó, y se abrieron los libros. (Daniel 7,9-10; cf. Salmo 96, 7; Salmo 102, 20; Isaías 6, etc.).Esta función de las huestes angélicas es expresada por la palabra "presentarse" (Job 1, 6; 2, 1), es decir, estar presentes ante Dios, y el Señor declara que esa es su función perpetua (Mt 18, 10). En más de una ocasión se dice que hay siete ángeles cuya principal función es la de "estar siempre presentes ante la gloria de Dios" (Tob, 12, 15; Ap 8, 2-5). Esta misma idea puede querer significar "el ángel de Su presencia" (Is 63,9) una expresión también dada en el pseudo-epigráfico "Testamento de los Doce Patriarcas".
Mensajeros de Dios para la humanidad
Pero estos vistazos de la vida que está más allá de lo conocido, son sólo ocasionales. Los ángeles que aparecen en la Biblia, generalmente tienen la misión de ser mensajeros de Dios para la humanidad. Ellos son los instrumentos que utiliza para comunicar Su plan a los hombres, y en la visión de Jacob, ellos son descritos ascendiendo y descendiendo una escalera que va desde la tierra al cielo, mientras que el Padre Eterno contempla al vagabundo de abajo. Fue un ángel quien encontró a Agar en el desierto (Gén, 16); unos ángeles sacaron a Lot de Sodoma; fue un ángel quien le anunció a Gedeón que debía salvar a su pueblo; un ángel anuncia el nacimiento de Sansón (Jueces, 13), y el ángel Gabriel instruyó a Daniel (Dan 8,16), aunque aquí no se le llama ángel, sino "el hombre Gabriel" (9,21). Este mismo espíritu celestial anunció el nacimiento de San Juan Bautista y la Encarnación del Redentor, la tradición le atribuye también el mensaje a los pastores (Lucas, 2, 9), y la misión más gloriosa de todas, la de fortalecer al Rey de los Ángeles en Su Agonía (Lucas 22,43). La naturaleza espiritual de los ángeles es manifestada de manera muy clara en el relato que Zacarías hace de las revelaciones que recibió por medio de un ángel. El profeta dice que el ángel estaba hablando "en él". Esto parece implicar que él era consciente de una voz interior que no era la de Dios sino la de Su mensajero. El texto Masorético, la Septuaginta, y la Vulgata describen de esta misma manera el mensaje que el ángel dio al profeta. Es una pena que " haya, en clara oposición a los textos antedichos, oscurecido este rasgo traduciéndolo: "el ángel que hablaba conmigo": en vez de "dentro de mí" (cf. Zac 1, 9, 13-14; 2, 3; 4, 5; 5, 10).
Estas apariciones de ángeles generalmente duran sólo el tiempo que dura el mensaje, pero frecuentemente su misión se prolonga, y son también representados como los guardianes de las naciones en momentos en que se da algún problema específico, por ejemplo durante el Éxodo (Éxodo 14, 19; Baruc, 6, 6). Los Padres interpretan por igual que cuando se dice "el príncipe del Reino de Persia" (Dan 10, 13; 10, 21) debemos entender el ángel a quien se le confió el cuidado espiritual de ese reino, y quizá podemos ver en el "hombre de Macedonia" que se le apareció a San Pablo en Tróada, al ángel guardián de ese país (Hechos 16, 9). La Septuaginta (Dt 32, 8) ha conservado un fragmento con esta idea, aunque es difícil calibrar su significado exacto: "Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando esparció a los hijos de Adán, estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios". Cuán grande era el papel que el ministerio de los ángeles representaba no sólo en la teología hebrea, sino también en las ideas religiosas de otras naciones, lo podemos ver en la expresión "como un ángel de Dios". Es usada en tres ocasiones para David (2Sam 14, 17, 20; 14, 27) y una vez por Akis de Gat (1Sam 29,9). Incluso Ester lo usa para designar a Asuero (Ester 15, 16), y se dice que la cara de San Esteban parecía "como la de un ángel" cuando estaba de pie ante el Sanedrín (Hechos 6, 15).
Guardianes personales
En toda la Biblia encontramos repetidamente que cada alma tiene su ángel guardián. Abraham, al enviar a su siervo ha buscarle una esposa a Isaac, le dice: "Él enviará su Ángel delante de ti" (Génesis 24, 7). Las palabras del Salmo noventa que el diablo le citó al Señor Jesús (Mt.4, 6) es bien conocido, y Judit relata su hecho heroico diciendo: "Vive el Señor, cuyo ángel ha sido mi guardián" (13, 20). Estos pasajes y muchos parecidos (Gén, 16, 6-32; Oseas, 12, 4; 1Re 19, 5; Actos 12, 7; Sal 33, 8), si bien por sí mismos no son una prueba acerca de que cada persona tiene su ángel guardián designado, se complementan con las palabras del Señor Jesús: "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), palabras que ilustran el comentario de San Agustín: "Lo que está escondido en el Antiguo Testamento, es hecho manifiesto en el Nuevo". De hecho parece que el libro de Tobías, más que cualquier otro, está dirigido a enseñarnos esta verdad, y San Jerónimo en su comentario sobre las palabras anteriormente mencionadas del Señor Jesús dice: "La dignidad de una alma es tan grande, que cada uno tiene un ángel guardián desde su nacimiento". La doctrina acerca de que los ángeles son designados nuestros guardianes es considerada una verdad de fe, pero que cada miembro de la humanidad tiene su propio ángel guardián no es de fe (de fide); sin embargo esta idea tiene tal apoyo por parte de los Doctores de la Iglesia que sería temerario negarlo (cf. San Jerónimo, supra). Pedro Lombardo (Sentencias, lib. II, dist. XI) se inclinó por la idea de que cada ángel estaba encargado de varios seres humanos. Las hermosas homilías de San Bernardo (11-14) sobre el Salmo noventa, respiran el espíritu de la Iglesia pero sin resolver la cuestión. La Biblia no sólo representa a los ángeles como nuestros guardianes, sino también como nuestros intercesores. El ángel Rafael (Tob 12, 12) dice: "Ofrecí oraciones al Señor por ti" (cf. Job, 5, 1 (Septuaginta), y 33,23 (Vulgata); Apocalipsis 8,4). El culto católico a los ángeles tiene, por ello, fundamento escriturístico. Quizás la declaración explícita más temprana sobre esto lo tenemos en las palabras de San Ambrosio: "Debemos rezarle a los ángeles que nos son dados como guardianes" (De Viduis, IX); (cf. San Agustín, Contra Faustum, XX, 21). El culto indebido a los ángeles es reprobado por San Pablo (Col, 2, 18), y que esta tendencia se siguió dando por mucho tiempo en este mismo lugar lo atestigua el Canon 35 del Sínodo de Laodicea.
Como agentes divinos que gobiernan el mundo
Los pasajes anteriores, especialmente aquellos relacionados con ángeles que tenían encargos diversos, nos permite entender la idea casi unánime de los Padres de que son los ángeles quienes pusieron por obra la ley de Dios con respecto al mundo físico. La creencia semítica en el genii y en espíritus que causan el bien o el mal es bastante conocido, y rastros de ello serán hallados en la Biblia. Por ello, la peste que devastó a Israel por culpa del pecado de David por censar al pueblo de Israel, le es atribuida a un ángel el cual se dice que David vio (2Sam 24, 15-17, y de manera más explícita en 1Cro 21, 14-18). Incluso el viento que susurra en la copa de los árboles era considerado como un ángel (2Sam 5, 23-24; 1Cro 14, 14-15). Esto es declarado de forma más explícita en el pasaje de la piscina Probática (Juan 5, 1-4), aunque existen algunas dudas sobre este texto; en este pasaje se dice que el movimiento de las aguas era realizado por las visitas periódicas de un ángel. Los semitas estaban convencidos de que toda la armonía del universo, así como las interrupciones de esta armonía, era debido a Dios como creador, pero llevadas a cabo por Sus ministros. Esta idea está fuertemente marcada en el "Libro de los Júbilos" en él las hordas celestiales de ángeles buenos y malos están siempre actuando en el universo material. Maimónides (Directorium Perplexorum, IV y VI) citado por Santo Tomás de Aquino (Summa Theol., I:1:3) dice que la Biblia frecuentemente delinea los poderes de los ángeles de la naturaleza, ya que ellos manifiestan la omnipotencia de Dios (cf. San Jerónimo, En Mich., VI, 1, 2; P. L., IV, col. 1206).
Organización jerárquica
Si bien los ángeles que aparecen mencionados en los libros más tempranos del Antiguo Testamento son impersonales y quedan ensombrecidos por la importancia del mensaje que llevan o por la obra que realizan, no nos dan ninguna información acerca de la existencia de una cierta jerarquía en el ejército celestial.
Después de la expulsión de Adán del Paraíso, este es defendido de nuestros Primeros Padres por querubines que son ministros de Dios, aunque nada se menciona acerca de su naturaleza. Sólo una vez más aparece la figura de un querubín en la Biblia, en la maravillosa visión que tuvo Ezequiel en la que los describe con muchos detalles (Ezeq 1), y que en Ezequiel 10 los llama querubines. El Arca era defendida por dos querubines, pero sólo tenemos conjeturas acerca de cómo eran. Se ha sugerido, con gran probabilidad, que estos pueden ser comparados con los toros y leones alados que cuidan los palacios asirios, y también con los extraños hombres alados con cabeza de halcones pintados en las paredes de algunas de sus construcciones. Los serafines sólo aparecen en la visión de Isaías, 6, 6.
Ya hemos mencionado a los siete místicos que están de pie ante Dios, y parece que en ellos tenemos una indicación de un cordón interno que rodea el trono. El término arcángel sólo aparece en San Judas y 1Tes., 4, 15; pero San Pablo nos da otras dos listas de nombres de las cohortes celestiales. Nos dice (Ef 1, 21) que Cristo está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación"; y, escribiendo a los Colosenses (1, 16), dice: "porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades". Hay que señalar que San Pablo usa dos de estos nombres para señalar los poderes de la oscuridad cuando (2, 15) dice que una que Cristo haya "despojado los Principados y las Potestades… incorporándolos a su cortejo triunfal". Y no es de menos importancia que sólo dos versículos después advierta a sus lectores a no dejarse seducir por "el culto de los ángeles". Aparentemente pone su sello en una cierta angelología permitida, y al mismo tiempo advierte en contra de las supersticiones sobre este asunto. Tenemos una insinuación de algunos excesos en el Libro de Enoc, en el que, como ya dijimos, los ángeles tienen un papel bastante desproporcionado. Al igual, Josefo nos dice (Be. Jud., II, VIII, 7) que los esenios realizaban un voto para preservar los nombres de los ángeles.
Ya hemos visto como (Daniel 10, 12-21) varios ángeles están designados a varios lugares, y que se les llama sus príncipes, y este mismo rasgo reaparece de manera más notable en el Apocalipsis "los ángeles de las siete Iglesias", aunque es imposible decir el significado preciso de este término. Generalmente estos siete Ángeles de las Iglesias son considerados los Obispos que ocupan éstas sedes. San Gregorio Nacianceno en su carta a los Obispos en Constantinopla en dos ocasiones les dice "Ángeles", según el idioma del Apocalipsis.
El tratado "De Coelesti Hierarchia" atribuido a San Dionisio Areopagita, y que ejerció una gran influencia entre los escolásticos, trata con muchos detalles las jerarquías y órdenes de los ángeles. Generalmente se considera que este trabajo no pertenece a San Dionisio, y que fue escrito algunos siglos después. Si bien su doctrina acerca de los coros de ángeles ha sido aceptada en la Iglesia con gran unanimidad, ninguna proposición referente a las jerarquías angélicas es dogma de fe. El siguiente pasaje de San Gregorio Magno (Hom. 34, en Evang.) nos dan una idea clara del punto de vista de los doctores de la Iglesia acerca de este punto:
Sabemos por la autoridad de la Escritura que existen nueve órdenes de ángeles: Ángeles, Arcángeles, Virtudes, Potestades, Principados, Dominaciones, Tronos, Querubines y Serafines. Que existen Ángeles y Arcángeles casi todas las páginas de la Biblia nos lo dice, y los libros de los Profetas hablan de Querubines y Serafines. San Pablo, también, escribiendo a los Efesios enumera cuatro órdenes cuando dice: ´sobre todo Principado, Potestad, Virtud, y Dominación´; y en otra ocasión, escribiendo a los Colosenses dice: ´ni Tronos, Dominaciones, Principados, o Potestades´. Si unimos estas dos listas, tenemos cinco Órdenes, y agregando los Ángeles y Arcángeles, Querubines y Serafines, tenemos nueve Órdenes de Ángeles.
Santo Tomás (Summa Theologica I:108), siguiendo a San Dionisio (De Coelesti Hierarchia, VI, VII), divide a los ángeles en tres jerarquías cada una de las cuales contienen tres órdenes. Su proximidad al Ser Supremo sirve como base para esta división. En la primera jerarquía pone a los Serafines, Querubines, y Tronos; en la segunda, a las Dominaciones, Virtudes, y Potestades; en la tercera, a los Principados, Arcángeles, y Ángeles. Los únicos nombres que nos dan la Escritura de ángeles en particular son los de Rafael, Miguel, y Gabriel, nombres que significan sus atributos. Los libros judíos apócrifos, como el Libro de Enoc, nos dan el de Uriel y Jeremiel, mientras que otras fuentes apócrifas nos dan muchos más, como por ejemplo Milton en su "Paraíso Perdido". (Para conocer sobre el uso supersticioso de estos nombres, véase más arriba).
El número de ángeles
Frecuentemente se dice que el número de los ángeles es prodigioso (Daniel 7,10; Apocalipsis 5,11; Salmo 67,18; Mateo 26,53). Del uso de la palabra huestes (sabaoth) como sinónimo del ejército celestial es difícil no darse la idea de que el término "Señor de las Huestes" se refiere al mando Supremo de Dios sobre la multitud angélica (cf. Deuteronomio 33,2; 32,43; Septuaginta). Los Padres ven una referencia al número referente de hombres y ángeles en la parábola de las cien ovejas (Lucas 15,1-3), aunque esto puede parecer algo imaginativo. Los escolásticos, nuevamente siguiendo el tratado "De Coelesti Hierarchia" de San Dionisio, consideran la preponderancia del número como una perfección necesaria de las huestes angélicas (cf. Santo Tomás, Summa Theol., I:1:3).
Los ángeles malos
La distinción entre ángeles buenos y ángeles malos aparece constantemente en la Biblia, pero es importante señalar que no existe señal alguna de dualismo o conflicto entre dos principios iguales, uno bueno y otro malo. El conflicto descrito es más bien realizado en la tierra entre el Reino de Dios y el Reino del Maligno, pero siempre con la inferioridad del último. La existencia, pues, de este espíritu inferior, y por consiguiente creado, debe de ser explicado.
El desarrollo gradual de la conciencia hebrea sobre este tema está claramente presente en la Sagrada Escritura. El relato de la caída de nuestros Primeros Padres (Gén, 3) es expresado en tales términos que es imposible ver en ellos otra cosa diferente que la existencia de un agente del mal quien está envidioso de la raza humana. La declaración (Gén, 6, 1) de que los "hijos de Dios" se casaban con las hijas de los hombres es explicado por la caída de los ángeles, en Enoc, 6-11, y en los códices, D, E, F, y A de la Septuaginta dice frecuentemente, por "hijos de Dios", oi aggeloi tou theou. Desgraciadamente, los códices B y C son diferentes que el Génesis 6, pero probablemente es porque ellos, también, leyeron oi aggeloi en este pasaje, pues constantemente ponen la expresión "los hijos de Dios"; cf. Job, 1, 6; 2, 1; 38, 7; pero por otro lado, véase Sal 2, 1; 88, & (Septuaginta). Filón, haciendo un comentario sobre este pasaje en su tratado "Quod Deus sit immutabilis", I, sigue a la Septuaginta. Para conocer la doctrina de Filón sobre los Ángeles, cf. "De Vita Mosis", III, 2, "De Somniis", VI: "De Incorrupta Manna", I; "De Sacrifciis", II; "De Lege Allegorica", I, 12; III, 73; y para el punto de vista del Génesis 6, 1, cf. San Justino, Apol., II, 5. Debe además señalarse que la palabra hebrea nephilim que es traducida por gigantes, en 6,4, pueden significar "los caídos". Los Padres generalmente se lo refieren a los hijos de Set, el linaje escogido. En I K., XIX, 9, se lee que un espíritu malo posee a Saúl, aunque es probablemente una expresión metafórica; más explícito es el III B., XXII, 19-23, en donde se describe a un espíritu en medio del ejército celestial y que por invitación del Señor, aparece como un espíritu mentiroso en la boca de los falsos profetas de Ajab. Podemos, siguiendo a los escolásticos, explicar esto como un malum poenae el cual es realizado por Dios a causa de las faltas de los hombres. Una más exacta exégesis insistiría en el tono totalmente imaginativo de todo este episodio; no es tanto la manera en el que el mensaje es dado sino su sentido real lo que queremos desarrollar aquí.
El cuadro que nos da Job 1 y 2, es igualmente imaginativo; pero Satanás, quizás la individualización más temprana del Ángel caído, se presenta como un intruso que envidia a Job. Él es, evidentemente, un ser inferior a la Deidad y puede sólo tocar a Job con permiso de Dios. La manera en la que el pensamiento teológico avanzó a medida en que la cantidad de la revelación aumentó, lo podemos ver en una comparación entre 2Sam, 24, 1, y 1Cro 21, 1. Mientras que en el primer pasaje se dice que el pecado de David fue debido a "la ira del Señor" que "incitó a David", en el último leemos que "Satanás incitó a David para hacer el censo del pueblo de Israel". En Job 4, 18, nos parece encontrar una declaración clara sobre la caída: "Y aún a sus ángeles achaca desvarío". La Septuaginta de Job contiene algunos interesantes pasajes con respecto a ángeles vengadores en quienes quizá podemos ver a los espíritus caídos, así en 33, 23: "Si hay mil ángeles mediadores de la muerte en su contra, ninguno de ellos le hará daño"; y en 36, 14: "Incluso si sus almas mueren en plena juventud, serán heridos por los ángeles"; y en 21, 15: "Las riquezas injustamente aumentadas serán vomitadas, un ángel lo sacará de su casa"; cf. Prov 17, 11; Sal 34, 5, 6; 77, 49, y especialmente, Eclesiástico 39, 33, un texto que, hasta donde puede ser deducido por el estado actual del manuscrito, estaba en el original hebreo. En algunos de estos pasajes, es verdad, los ángeles pueden ser considerados como los vengadores de la justicia de Dios, sin ser, por consiguiente, los espíritus malos. En Zac 3, 1-3, Satanás se le llama al adversario que suplica ante el Señor contra el Sumo Sacerdote Josué. Isaías 14, y Ezequiel 28, son para los Padres el loci classici con respecto a la caída de Satanás (cf. Tertul., adv. Marc., II, X); y el mismo Señor Jesús ha dado color a esta idea usando las imágenes de este último pasaje al decir a Sus Apóstoles: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lucas 10, 18). En tiempos del Nuevo Testamento la idea de los dos reinos espirituales se ve con claridad. El diablo es un ángel caído que con su caída arrastró consigo multitudes de la hueste celestial. El Señor Jesús se refiere a él como "el Príncipe de este mundo" (Juan 14, 30); el tentador de la raza humana que intenta involucrarlos en su caída (Mateo 25, 41; 2Pedro, 2, 4: Ef 6, 12: 2Cor 11, 14; 12, 7). La representación cristiana del diablo bajo la forma de un dragón deriva especialmente del Apocalipsis (9, 11-15; 12, 7-9), en donde se le menciona como el "ángel del hoyo sin fondo", "el dragón", "la serpiente antigua", etc., y se le representa como si realmente hubiese estado combatiendo con el Arcángel Miguel. La similitud entre estas escenas y los antiguos relatos babilónicos sobre la lucha entre Merodak y el dragón Tiamat son muy parecidos. Si vinculamos su origen a las vagas reminiscencias de los increíbles saurios que antiguamente poblaron la tierra es una cuestión discutible, pero el lector curioso puede consultar a Bousett, "The Anti-Christ Legend" (tr. al inglés por Keane, Londres, 1896). El traductor ha prefijado un interesante discurso sobre el origen del mito babilónico del Dragón.
El término "Ángel" en la septuaginta
Hemos tenido ocasión de mencionar la versión Septuaginta en más de una ocasión, y no puede ser tomado a mal mostrar unos pasajes en el que es nuestra única fuente de información con respecto a los ángeles. El pasaje más conocido es Is 9, 6, en que la Septuaginta da al Mesías el nombre de "Ángel del gran Consejo". Nosotros ya hemos hablado de Job 20, 15, donde la Septuaginta dice "Ángel" en lugar de "Dios", y en 36, 14, donde parece trata de ángeles malos. En 9, 7, la Septuaginta (B) dice: "Él es el hebreo" (5, 19) dice de "Behemot": "Él es el inicio de los caminos de Dios, el que lo creó hará su espada para acercarse":, la Septuaginta dice: "Él es el principio de la creación de Dios, creado para que Sus Ángeles se mofen", y el mismo comentario es hecho sobre "Leviatán", 41, 24. Ya hemos visto que la Septuaginta generalmente da el término "los hijos de Dios" por "ángeles", pero en Dt 32, 43, la Septuaginta menciona ambas condiciones: "Exultad en Él todos los cielos, y adórenle todos los ángeles de Dios; exultad las naciones con su pueblo, y glorifíquenle todos los Hijos de Dios". Ni siquiera la Septuaginta nos da aquí una referencia adicional a los ángeles; la cual en ocasiones nos permite corregir pasajes difíciles sobre ellos en la Vulgata y en los textos Masoréticos. Por ejemplo, el difícil Elim del texto Masorético en Job 41, 17, la Vulgata traduce como "ángeles", y la Septuaginta "bestias salvajes". Las ideas en la antigüedad sobre la personalidad de las diferentes apariencias angélicas son, como hemos visto, notablemente vagas. Al principio los ángeles eran considerados en una forma bastante impersonal (Gén 16, 7). Son mensajeros de Dios y a menudo se les identifica con el Autor de su mensaje (Gén 48, 15-16). Pero mientras que en el pasaje del encuentro entre Jacob leemos los "Ángeles de Dios" (Gén 32, 1), en otros leemos de uno que es llamado "el Ángel de Dios" par excellence, por ejemplo Gén 31, 11. Es verdad que, debido al modismo hebreo, esto puede significar sólo "un ángel de Dios", y la Septuaginta lo traduce con o sin el artículo, a voluntad; parece que los tres visitantes en Mambré eran de diferente rango, aunque San Pablo (Heb., 13, 2) los consideró a todos igualmente ángeles; en el relato de Gén 13, el que habla es siempre "el Señor". En el relato del Ángel del Señor que visitó a Gedeón (Jueces, 6), al visitante se le llama tanto "el Ángel del Señor" como "el Señor". De igual manera, en Jueces 13, el Ángel del Señor se aparece, y tanto Manóaj como su esposa exclaman: "Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios". Esta búsqueda de claridad se puede ver especialmente clara en los varios relatos que el Éxodo da de Ángeles. En Jueces 6, mencionado recientemente, la Septuaginta tiene mucho cuidado en usar el hebreo "Señor" en vez de "el Ángel del Señor"; pero en la historia del Éxodo es el Señor que va delante de ellos como una columna de nube (Ex 13, 21), y la Septuaginta no realiza ninguna modificación (cf. también Num 14, 14, y Ne 9, 7-20). Pero, en Ex 14, 19, el que los guía es llamado "el Ángel de Dios". Cuando leemos Ex 33, en donde Dios está enfadado con Su gente por adorar al becerro de oro, es difícil no ver al mismo Dios como guía del pueblo, pero que ahora se niega a acompañarlos. Dios les ofrece a un ángel a cambio, pero por pedido de Moisés, dice (14) "Mi rostro irá contigo", la Septuaginta lo traduce por autos pero el versículo siguiente muestras que esa traducción no es posible, pues Moisés responde: "Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí". Pero, ¿qué quiere decir Dios con "mi rostro?" ¿Es posible que algún ángel de rango especialmente alto, haga las veces de, como en Is 63, 9? (cf. Tobías 13, 15). ¿Esto no será lo que significa "el ángel de Dios?" (cf. Núm 20, 16).
Que un proceso de evolución en el pensamiento teológico acompañó la gradual revelación de Dios casi no es necesario decirlo, y este se ve de una manera especial en los diferentes puntos de vista con respecto al Dador de la Ley. El texto Masorético así como la Vulgata en el pasaje del Éxodo en los capítulos 3 y 19-20 nos dicen con claridad que es el Ser Supremo quien se le aparece a Moisés en la zarza y en la Monte del Sinaí; pero la versión de la Septuaginta, si bien está de acuerdo que era el mismo Dios quien le entregó la Ley, dice que fue el "ángel del Señor" quien se apareció en la zarza. Durante la época del Nuevo Testamento el punto de vista de la Septuaginta prevalecía, y en esta se considera que no sólo el ángel del Señor fue quien se apareció en la zarza, y no Dios mismo, sino que el ángel también es el Dador de la Ley (cf. Gál 3, 19; Heb 2, 2; Hch 7, 30). La persona del "ángel del Señor" encuentra su complemento en la personificación de la Sabiduría en los libros Sapienciales y en por lo menos un pasaje (Zac 3, 1) parece ser "el Hijo de Hombre" que Daniel (7, 13) vio era llevado ante "el Anciano". Zacarías dice: "Me hizo ver después al sumo sacerdote Josué, que estaba ante el ángel de Yahveh; a su derecha estaba el Satán para acusarle". Tertuliano considera muchos de estos pasajes como preludios de la Encarnación; como la Palabra de Dios prefigurando el carácter sublime con el que Él un día se revelará a los hombres (cf. adv, Prax., XVI, adv. Marc., II, 27; III, 9: I, 10, 21, 22). Es posible que, en estos diferentes puntos de vista podamos encontrar, un poco a tientas, ciertas verdades dogmáticas sobre la Trinidad, reminiscencias quizás de la revelación de la cual el Protevangelio del Gén 3 es sólo una pista. Los primeros Padres de la Iglesia, ciñéndose a la letra del texto, decían que era el mismo Dios quien se aparecía. Quien se aparecía era llamado Dios y actuaba como Dios. Por ello, no era raro que Tertuliano, como ya hemos visto, considere tales manifestaciones como un preludio de la Encarnación, y la mayoría de los Padres Orientales siguió esa misma línea de pensamiento. Ha sido sostenido incluso en 1851 por Vandenbroeck, "Dissertatio Theologica de Theophaniis sub Veteri Testamento" (Lovaina).
Pero los grandes Padres Latinos, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno, sostuvieron la idea contraria, y los escolásticos como una unidad los siguió. San Agustín (Sermo VII, de Scripturis, P. G. V) al tratar sobre la zarza ardiente (Ex 3) dice que: "Considerar que la misma persona que le habló a Moisés sea el mismo Señor y un ángel del Señor, es muy difícil de entender. Es una pregunta que no da lugar a rápidas aseveraciones, sino que demanda una cuidadosa investigación… Algunos declaran que es llamado tanto el Señor y el ángel del Señor porque era Cristo, de hecho el profeta (Is 9, 6, Ver. Septuaginta) con claridad prefigura a Cristo como el Ángel del gran Consejo". El santo luego muestra que semejantes interpretaciones son sostenibles, pero que debemos tener cuidado de no caer en el arrianismo. Señala, sin embargo, que si decimos que era un ángel el que se apareció, debemos explicar el por qué se le llamó "el Señor", y luego procede a demostrar cómo esto pudo ser: "En otro lugar de la Biblia, cuando un profeta habla, se dice que es el Señor el que habla, no porque el profeta sea el Señor, sino porque el Señor está en el profeta; y de esa misma manera, cuando el Señor se digna hablar a través de la boca de un profeta o de un ángel, es igual que cuando Él habla por medio de un profeta o apóstol, y el termino ángel está correctamente usado si lo consideramos en sí mismo, pero es igualmente correcto si le ´llama el Señor´ porque Dios mora en él". Concluye diciendo que: "Es el nombre del que mora en el templo, y no el del templo". Y un poco más adelante dice: "Me parece que deberíamos decir que nuestros antepasados reconocieron al Señor en el ángel", y aduce a la autoridad de los escritores del Nuevo Testamento que lo entendieron así y que incluso ellos, a veces, cometían la misma confusión de términos (cf. Heb 2, 2, y Hechos 7, 31-33). El santo habla con más detalle sobre esta misma cuestión en su obra "In Heptateuchum", lib. VII, 54, P. G. III, 558. Como un ejemplo de lo convencido que estaban algunos de los Padres defendiendo la interpretación contraria, podemos citar las palabras de Teodoreto (In Exod.): "El pasaje entero (Ex 3) muestra que era Dios quien se le aparecía a Moisés. ¿Pero (Moisés) lo llamó un ángel para darnos a entender que no era Dios Padre a quien vio —¿pues qué ángel pudo el Padre ser?— sino al Hijo Unigénito, el Ángel del gran Consejo" (cf. Eusebio, Hist. Eccles., I, II, 7; San Ireneo, Haer., III, 6). La interpretación dada por los Padres latinos fue la que perduró en la Iglesia, y el escolasticismo lo convirtió en un sistema (cf. Santo Tomás, Quaest., Disp., De Potentia, VI, 8, ad. 3am); y para una exposición más amplia sobre ambas interpretaciones, cf. "Revue biblique" 1894, 232-247.
Los ángeles en la literatura babilónica
La Biblia nos ha mostrado que la creencia en los ángeles, o en espíritus mediadores entre Dios y los hombres, es una característica de los semitas. Es por consiguiente interesante rastrear esta creencia hasta los semitas de Babilonia. Según Sayce (The Religions of Ancient Egypt and Babylonia, Gifford Lectures, 1901), la mezcla de creencias semíticas en la primitiva religión Sumeria de Babilonia está marcada por la idea de los ángeles o sukallin en su teosofía. Por ello, encontramos un interesante paralelo en "los ángeles del Señor" en Nebo, "el ministro de Merodach" (ibid., 355). Él también es llamado el "ángel" o intérprete de la voluntad de Merodach (ibid., 456), y Sayce acepta la teoría de Hommel de que se puede demostrar por las inscripciones Minoicas que la religión semítica primitiva consistió en el culto a la luna y a las estrellas, el dios-luna Attar y un dios "ángel" que está de pie a la cabeza del panteón (ibid., 315). El conflicto bíblico entre los reinos buenos y malos tienen su paralelo en "los espíritus de cielo" o Igigi —quienes constituían la "hueste" de la que Ninip era el campeón (y de quien recibió el título de "jefe de los ángeles") y los "los espíritus de la tierra", o Annuna-Ki que vivían en el Averno (ibid. 355). Los sukalli babilónicos corresponden a los espíritus-mensajeros de la Biblia; ellos mostraban la voluntad de su Señor y ejecutaban sus ordenes (ibid., 361). Algunos de ellos parece ser que eran más que mensajeros; eran los intérpretes y representantes de la deidad suprema, por ello, Nebo es "el profeta de Borsippa". Estos ángeles son llamados "hijos" de la deidad cuyo representante son; por ello Ninip, en una ocasión mensajero de En-lil, se transforma en su hijo así como también Merodach se convierte en hijo de Ea (ibid., 496). Los relatos babilónicos de la Creación y del Diluvio no contrastan de una manera muy favorable con los relatos bíblicos, y esto mismo debe decirse de las caóticas jerarquías de los dioses y ángeles que la investigación moderna ha descubierto. Quizás queda justificado el hecho de ver todas las formas religiosas de vestigios de un primitivo culto natural que ha hecho que en ocasiones se rebaje la más pura revelación, y que, si esa revelación primitiva no ha recibido incrementos sucesivos, como entre los hebreos, trae como resultado una abundante cosecha de hierba mala.
La Biblia menciona la idea de algunos ángeles que tienen a su cargo pueblos específicos (cf. Dan 10, y este mismo trabajo). Esta creencia persiste pero con menos fuerza en la noción árabe de los Genii, o Jinni, quienes aparecen en algunos lugares particulares. Una referencia sobre lo podemos quizá encontrar en Gén 32, 1-2: "Jacob se fue por su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Al verlos, dijo Jacob: ´Este es el campamento de Dios´; y llamó a aquel lugar Majanáyim, es decir, ´Campamento´". Exploraciones recientes en territorio árabe cerca de Petra, han revelado algunas áreas señaladas con piedras, como un lugar al que los ángeles constantemente iban, y las tribus nómades frecuentan este lugar para rezar y hacer sacrificios. Estos lugares llevan un nombre que corresponde exactamente con el de "Majanáyim" mencionado en el pasaje anterior del Génesis (cf. Lagrange, Religions Semitques, 184, y Robertson Smith, Religion of the Semites, 445). La visión de Jacob en Betel (Gén 28, 12) puede quizá ser considerada de la misma categoría. Basta con decir que no todo lo que está en la Biblia es revelación, y que el objeto de los escritos inspiradas no es sólo darnos nuevas verdades, sino también hacer más claras ciertas verdades enseñadas por la naturaleza. La idea moderna que tiende a considerar todo lo babilónico como completamente primitivo y que parece pensar que porque los críticos fijan una fecha tardía a las escrituras Bíblicas, la religión contenida en ella debe ser retrasada, puede verse en Haag, "Theologie Biblique" (339). Este escritor ve en los ángeles Bíblicos sólo deidades primitivas rebajadas a semi-dioses por el victorioso progreso del monoteísmo.
Los ángeles en el Zend-Avesta
También se han hecho esfuerzos por rastrear una conexión entre los ángeles de la Biblia y los "grandes arcángeles" o "Amesha-Spentas" del Zend-Avesta. Que la dominación persa y la cautividad babilónica ejercieron una gran influencia en la concepción hebrea de los ángeles se puede ver en el Talmud de Jerusalén, Rosch Haschanna, 56, donde se dice que se introdujeron los nombres de los ángeles de Babilonia. Pero, no es para nada evidente, que los seres angélicos que aparecen tantas veces en las páginas del Avesta, tengan conexión con el antiguo neo-zoroastrismo persa de los sasánidas. Si éste fuera el caso, como lo sostiene Darmesteter, debemos darle la vuelta a la postura y atribuirle a los ángeles del zoroastrismo la influencia de la Biblia y de Filón. Se ha hecho hincapié entre la similitud entre los "siete que están de pie ante Dios" Bíblicos, y los siete Amesha-Spentas del Zend-Avesta. Pero debe señalarse que estos último realmente son seis, el número siete sólo se obtiene contando al "padre, Ahura-Mazda", entre ellos como su jefe. Es más, estos arcángeles del zoroastrismo son más abstractos que concretos; ellos no son individuos que reciben importantes misiones como en la Biblia.
Los ángeles en el Nuevo Testamento
Hasta aquí hemos hablado casi exclusivamente sobre los ángeles del Antiguo Testamento cuyas visitas y mensajes no eran algo extraño; pero en el Nuevo Testamento sus nombres aparecen en cada una de sus páginas y el número de referencias sobre ellos iguala aquellas dadas en la Antigua Dispensación. Fue su privilegio el anunciar a Zacarías y a María el albor de la Redención, y a los pastores su cumplimiento. El Señor Jesús en Sus discursos habla de ellos con la autoridad de alguien que los ha visto, y que mientras "habla con los hombres", está siendo adorado inadvertida y silenciosamente por la hueste celestial. Él describe sus vidas en el cielo (Mt 22, 30; Lucas 20, 36); nos dice como se forman a su alrededor para protegerlo y que con sólo una palabra suya atacarían a Sus enemigos (Mt 26, 53); uno de ellos tuvo el privilegio de atenderlo en el momento de Su Agonía y que sudó sangre. Más de una vez, habla de ellos como de auxiliares y testigos del Juicio Final (Mt 16, 27), el cual ellos prepararán (ibid., 13, 39-49); y por último, ellos dan un alegre testimonio de Su triunfante Resurrección (ibid., 28, 2). Es fácil para las mentes escépticas ver en esta hueste angélica la obra de la imaginación hebrea y de la superstición, pero, ¿los relatos sobre ángeles que figuran en la Biblia no nos proporcionan una progresión bastante natural y armoniosa? En la página de apertura de la historia sagrada de la nación judía, esta es escogida como depositaria de las promesas de Dios; como el pueblo en el que nacería el Redentor. Los ángeles aparecen en el curso de la historia de este pueblo escogido, como mensajeros de Dios, como guías; como quienes anuncian la ley de Dios, en otra ocasión prefiguran al Redentor cuya misión divina ayudan a madurar. Conversan con los profetas, con David y Elías, con Daniel y Zacarías; acaban con las huestes acampadas para atacar a Israel, sirven como guías a los siervos de Dios, y el último profeta, Malaquias, lleva un nombre de importancia especial; "el Ángel de Jehová". Parece resumir en su mismo nombre el anterior "ministerio realizado por las manos de los ángeles", como si Dios con ello recordara las antiguas glorias del Éxodo y del Sinaí. La Septuaginta, de hecho, parece no dar su nombre como para un profeta individual, y el versículo de apertura de su profecía es peculiarmente solemne: "La carga de la Palabra del Señor de Israel por la mano de Su ángel; colóquenla en sus corazones". Todo este ministerio amoroso realizado por los ángeles ex sólo por la causa del Salvador, Cuyo rostro ellos desean contemplar. Por ello, cuando la plenitud de los tiempos llegó, fueron ellos quienes lo proclamaron alegremente cantando "Gloria in excelsis Deo". Ellos guiaron al recién nacido Rey de los Ángeles en Su huida a Egipto, y lo atendieron en el desierto. Su segunda venida y los temibles eventos que le precederán, han sido revelados a su siervo predilecto en la isla de Patmos. Nuevamente se trata de una revelación, y por ello, sus antiguos ministros y mensajeros aparecen nuevamente en la historia sagrada, y el relato final del amor de Dios acaba casi como lo había empezado: "Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias" (Ap 22, 16). Es fácil para los estudiosos ver la influencia de las naciones circundantes y de otras religiones en los relatos Bíblicos sobre los ángeles. De hecho es necesario e instructivo hacerlo, pero estaría mal que cerremos los ojos a la línea más elevada del desarrollo que hemos mostrado y que muestra de una manera notable la gran unidad y armonía de toda la historia divina de la Biblia. (Véase también LOS ÁNGELES EN EL ANTIGUO ARTE CRISTIANO)
Además de los trabajos antes mencionados, véase Santo Tomás, Summa Theol., I, QQ. 50-54 y 106-114; Suarez De Angelis, lib. I-IV.
HUGH POPE - Transcrita por Jim Holden
Traducido por Bartolomé Santos
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La Creación de los ángeles
¿Se debe creer en la existencia de los ángeles? ¿Son un invento del cristianismo? Conoce la enseñanza de la fe católica al respecto.
Por Ricardo Sada Fernández
En el lenguaje común decimos que tal pintura es una gran creación artística, o que la modista famosa presentará sus “creaciones” del verano. Emplear aquí tal concepto es hacerlo de modo impropio, pues “crear” es, estrictamente “hacer algo de la nada”, sin tener antes ninguna clase de elemento previo.
Esta definición de creación puede prestarse a equívocos. La “nada” no es “algo” de lo que se sacan las cosas. La creación consiste en producir un efecto con independencia de cualquier sujeto pre-existente, es decir, en producir todo el ser de una cosa. Y para ello se requiere un poder infinito: sólo Dios es capaz de crear.
Que para crear se requiere poder infinito puede verse en el siguiente ejemplo. Un mal cocinero (quizá el que esto lee) necesitará de muchos ingredientes para hacer una comida aceptable. Una cocinera con saber culinario -por ejemplo, una madre experimentada- quizá prepare ricos platillos con muy pocos medios. Pero nadie podrá jamás hacer algo comestible si no cuenta con nada para hacerlo. El más famoso Chef no podrá complacernos en el desierto del Sahara. De ahí que para sacar algo de la nada -y eso es crear- es preciso el poder infinito de Dios.
Por otra parte Dios, al crear, no sólo llama las cosas a la existencia y acto seguido las abandona a su suerte. No. Si eso aconteciera, aunque fuera por un segundo, todo desaparecería, volvería a la nada de donde salió. Dios conserva a todo lo creado en la existencia, lo mantiene en el ser. A esta acción de Dios los teólogos la llaman, y con razón, creación continuada. Dios está al lado, y del modo más íntimo que nos podamos imaginar, de todas y cada una de sus criaturas.
Los ángeles
Lo primero que Dios creó fue lo más perfecto y parecido a Él: los ángeles. Un ángel es un espíritu como lo es Dios, es decir, un ser con inteligencia y voluntad, pero sin cuerpo, sin dependencia alguna de la materia.
El hombre moderno no afirma la existencia de los ángeles. Tampoco la niega. Simplemente la ignora. No se atreve a hablar de su existencia por miedo a que los demás lo consideren como niño que cree en la cigûeña o en Santa Claus. En el fondo piensa que los demás pueden sospechar que, si afirma creer en los ángeles, no se comporta como adulto, no es del todo razonable y serio.
Sin embargo, por extraño que pueda parecer, sólo recientemente ha ocurrido esto. Los descubrimientos antropológicos muestran que la existencia de los ángeles se daba por supuesta desde la más remota prehistoria, en los albores de la vida humana en la Tierra. La creencia en seres espirituales superiores al hombre e inferiores a Dios era entonces universal. A veces, esos espíritus eran buenos y otros malos, y se les unía a distintas cosas que ellos vivificaban -los ríos, los bosques, los animales, las montañas...-, pero sus características eran constantes: inmaterialidad, poder, mediación entre el hombre y la divinidad...
Cuando el hombre comenzó a escribir la historia en ese libro todavía inacabado, lo llenó de seres que tenían esas mismas características, fueran ángeles, espíritus o semidioses. Las mitologías griega y romana, por ejemplo, muestran que el pueblo creía en su existencia. Pero no era sólo el pueblo ignorante el que creía en ellos; los filósofos no eran ajenos a esa creencia universal. Tales de Mileto y Pitágoras los colocaban en los umbrales del ámbito divino, Sócrates conversaba familiarmente con uno de ellos y Platón y sus discípulos llenaron el mundo con inteligencias puras o dioses secundarios. Aristóteles, por su parte, creía que eran quienes movían los cuerpos celestes. Otro tanto podemos decir de las civilizaciones y literaturas nórdica, eslava, maya u oriental. Todo lo anterior indica que los ángeles no constituyen un invento del cristianismo.
Prescindiendo de los relatos populares, de la mitología y de la filosofía, y volviendo a la Historia, nos encontramos con que el libro de la antigüedad cuya autenticidad ha sido más ampliamente corroborada, la Biblia, habla de los ángeles en casi todas sus páginas. Ángeles fueron los que detuvieron la mano de Abraham cuando iba a sacrificar a su hijo, los que mataron a los primogénitos de los egipcios, los que condujeron a la victoria a los Macabeos... Y en el Nuevo Testamento, un ángel fue quien se apareció a Zacarías, y a una doncella de Nazareth en Galilea, y a su esposo en sueños... Jesús mismo, el Hijo de Dios, fue servido por los ángeles en el desierto y confortado por uno de ellos en el Huerto de los Olivos, durante su agonía. Y luego, a lo largo de los siglos, los ángeles aparecen innumerables veces en la vida de los santos, incluso hasta nuestros días.
Una creencia tan duradera y universal merece algo más que desprecio. Es algo muy importante como para tratar de quitárselo de encima como un engorroso abrigo. Lo menos que se puede hacer es tratar de explicarlo.
Desde el punto de vista de la fe católica, la explicación está en la revelación divina, la cual encuentra su confirmación en datos de razón que nos sería muy largo examinar. Baste decir que la revelación es, desde luego, la mejor manera de saber algo de los ángeles, ya que es la misma palabra de Dios, El cual no puede engañarse ni engañarnos y que es, además, la primera causa de todo.
Así pues, existen esas sustancias espirituales superiores que llamamos ángeles. Ahora bien, ¿como son? ¿Qué forma tienen?... Lo único que puede hacer la razón, en este caso, es proceder por eliminación. Está claro que no son seres gigantescos cuya fortaleza haría que los hombres parecieran alfeñiques; no, no hay tamaño en los ángeles, porque no tienen nada material. Tampoco tienen una forma determinada, porque la forma está definida por la materia.
Por ello nos resulta difícil concebirlos --y más aún imaginarlos--, ya que nuestra mente está íntimamente unida a lo material. Si decimos que son sustancias espirituales o formas subsistentes, enseguida nos imaginamos un fantasma, un vago perfume o una brisa suave. Pero no, no son "imaginables". Entonces, ¿por qué aparecen con cuerpos en la Sagrada Escritura? Uno estuvo a las puertas del Paraíso espada en mano, otros fueron huéspedes de Abraham, el arcángel Rafael apareció como compañero de viaje de Tobías. Tenían, pues, cuerpos. ¿Cómo se hicieron con ellos?... Evidentemente no eran suyos, y por tanto tuvieron que tomarlos, asumirlos de alguna manera, como un hombre que alquila un smoking para asistir a una fiesta. Ahora bien, en cuanto a cómo lo obtuvieron es un misterio. Lo único que se puede apuntar es que tal vez fueran una mera apariencia, no cuerpos auténticos, pues, dado su poder, no necesitaban robarlos ni pedirlos prestados. Santo Tomás insinúa que tal vez utilizaran como material aire comprimido, pero es posible cualquier otra explicación.
La belleza de las criaturas es una imagen imperfecta de la belleza de Dios quien, al crearlas, quiso que la renegaran de alguna manera. Cuanto más perfectas sean esas criaturas, mejor reflejarán la belleza divina; y tos ángeles, los seres creados más perfectos que existen, la reflejan mejor que nadie. Por ello, quien se dedica a la búsqueda de la bondad y belleza de Dios, nunca dejará de considerar y de amar a estas criaturas que, como ninguna otra, son los más perfectos espejos de esa belleza y de esa bondad.
Conjunto de espíritus angélicos que constituyen una orden. § Los coros angélicos son nueve:
Querubines
Serafines
Tronos
Dominaciones
Virtudes
Potestades
Principados
Arcángeles
Ángeles
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«La verdadera sabiduría, entonces consiste en obras, no en grandes talentos que el mundo admira; pues los sabios en la estima del mundo… son necedad que hacen nada de la voluntad de Dios, y no saben como controlar sus pasiones» Sta. Brígida.
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«La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». JUAN PABLO MAGNO. 2004.
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Decía con razón el filósofo Xavier Zubiri que Europa se construye sobre la base de cuatro fundamentos: la filosofía griega, el Derecho romano, la religión cristiana y la ciencia moderna.
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Periandro de Corinto, (hijo de) Cípselo, dijo:
1. La tenacidad (lo es) todo. 2. Bella (es) la tranquilidad. 3. Insegura (es) la precipitación. 4. La ganancia (es) vergonzosa. 5. La democracia (es) mejor que la tiranía. 6. Los placeres (son) mortales, pero las virtudes inmortales. 7. Habiendo obtenido fortuna sé comedido, pero habiendo fracasado, sensato. 8. Mejor morir no teniendo medios que, viviendo, pasar necesidad. 9. Hazte a ti mismo tan digno como tus padres. 10. Mientras viva sé alabado, pero al morir sé tenido por feliz. 11. Sé el mismo con los amigos afortunados y con los infortunados. 12. Lo que reconozcas de buen grado, manténlo, pues (es) pesado transgredirlo. 13. No practiques la revelación de palabras secretas. 14. Insulta en la idea de que serás pronto amigo. 15. Sírvete de las leyes antiguas, pero de los alimentos frescos. 15. No castigues sólo a los que se equivocan, sino impídeselo también a los que tienen la intención.16. Oculta que eres desgraciado, para que no alegres a tus rivales.
EL AMOR
El amor, para que sea auténtico, debe costarnos.
Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal.
Para hacer que una lámpara esté siempre encendida, no debemos de dejar de ponerle aceite.
Hay una cosa muy bonita: compartir la alegría de amar. Amarnos los unos a los otros. Amar hasta el dolor.
EL AMOR AL PRÓJIMO
Preferiría cometer errores con gentileza y compasión antes que obrar milagros con descortesía y dureza.
Darle a alguien todo tu amor nunca es seguro de que te amarán de regreso, pero no esperes que te amen de regreso; solo espera que el amor crezca en el corazón de la otra persona, pero si no crece, sé feliz porque creció en el tuyo. Hay cosas que te encantaría oír, que nunca escucharás de la persona que te gustaría que te las dijera, pero no seas tan sordo para no oírlas de aquel que las dice desde su corazón.
EL SILENCIO
Resulta muy difícil predicar cuando no se sabe cómo hacerlo, pero debemos animarnos a predicar. Para ello, el primer medio que debemos emplear es el silencio.
El silencio de la boca nos enseñará muchísimas cosas: a hablar con Cristo; a estar alegres en los momentos de desolación; a descubrir muchas cosas prácticas para decir.
Guardemos, entonces, el silencio de los ojos, el cual nos ayudará siempre a ver a Dios. Los ojos son como dos ventanas a través de las cuales Cristo y el mundo penetran en nuestro corazón.
El silencio de la mente y del corazón: la Virgen María “conserva cuidadosamente todas las cosas en su corazón “. Este silencio la aproximó tanto al Señor que nunca tuvo que arrepentirse de nada.
El silencio nos proporciona una visión nueva de todas las cosas.
Las palabras que no procuran la luz de Cristo no hacen mas que aumentar en nosotros la confusión.
LA ORACIÓN
La oración ensancha el corazón, hasta hacerlo capaz de contener el don de Dios. Sin Él, no podemos nada.
Orar a Cristo es amarlo y amarlo significa cumplir sus palabras. La oración significa para mí la posibilidad de unirme a Cristo las 24 horas del día para vivir con Él, en Él y para Él. Si oramos, creemos. Si creemos, amaremos. Si amamos, serviremos.
Es imposible comprometerse en un apostolado directo, si no es desde una auténtica oración. Debemos tratar de ser uno con el Padre. Nuestra actividad no será verdaderamente apostólica si no le permitimos obrar en nosotros, a través de nosotros, gracias a su poder, a sus planes y a su amor.
Para que la oración sea realmente fructuosa, ha de brotar del corazón y debe ser capaz de tocar el corazón de Dios.
Yo estoy perfectamente convencida de que cuantas veces decimos Padre nuestro, Dios mira sus manos, que nos han plasmado... “Te he esculpido en la palma de mi mano”... mira Sus manos y nos ve en ellas. ¡Qué maravillosos son la ternura y el amor de Dios omnipotente!
Orad sencillamente, como los niños, movidos por un fuerte deseo de amar mucho y de convertir en objeto de propio amor a aquellos que no son amados.
Debemos ser conscientes de nuestra unión y de convertir con Cristo, así como El tenía clara conciencia de su unión con el Padre.
La plegaria perfecta no consiste en una palabrería, sino en el fervor del deseo que eleva los corazones hasta Jesús.
Nuestras acciones sólo pueden producir frutos, cuando son expresión verdadera de una plegaria sincera.
Frecuentemente nuestra oración no produce efecto por no haber fijado nuestra mente y nuestro corazón en Jesús, por medio de quien únicamente nuestra oración puede ir directamente a Dios.
“Yo lo miro y El me mira” constituye la perfecta oración.
Nunca debiéramos ceder a la costumbre de aplazar nuestra oración, sino hacerla con la comunidad.
El fracaso o la perdida de la vocación proviene también de la desidia en la oración.
La oración ensancha el corazón delicado hasta el punto de estar en condiciones de acoger el don del propio Dios.
Dios se compadece de la debilidad pero no quiere el desánimo.
“En El vivimos, nos movemos y existimos”.
No basta orar generosamente, hemos de orar con fervor y devoción.
El conocimiento que comunicamos debe ser el de Jesús crucificado y, como dice san Agustín: “Antes de dejar de hablar a la boca, el apóstol ha de elevar su propia alma sedienta a Dios para luego poder entregar cuanto ha bebido, vertiendo en los demás aquello de lo cual estamos colmados”, o como nos enseña santo Tomás: “Aquellos que son llamados a la labor de una vida activa, cometen una grave equivocación si piensan que su compromiso les dispensa de la vida contemplativa. Tal obligación se añade a aquélla y no la hace menos indispensable”.
La oración que brota de nuestra mente y de nuestro corazón y que recitamos sin necesidad de leer en ningún libro se llama oración mental.
Sólo por medio de la oración mental y la lectura espiritual, podemos cultivar el don de la oración. La oración mental es una gran aliada de la pureza de alma.
Los mejores medios para alcanzar un franco progreso espiritual son la oración y la lectura espiritual.
Si a ustedes les resulta difícil orar, rueguen insistentemente: “¡Jesús ven a mi corazón, ora dentro de mí y conmigo, hazme aprender de Ti cómo orar”.
La Misa es el alimento espiritual que me sustenta y sin el cual no podría vivir un solo día o una sola hora de mi vida.
La cosa más importante no es lo que decimos nosotros, sino lo que Dios nos dice a nosotros. Jesús está siempre allí, esperándonos. En el silencio nosotros escuchamos su voz.
Debemos amar la oración. La oración dilata el corazón hasta el punto de hacerlo capaz de contener el don que Dios nos hace de Sí mismo.
LA ORACIÓN Y EL SILENCIO
El silencio es lo más importante para orar. Las almas de oración son almas de profundo silencio. Y lo necesitamos para poder ponernos verdaderamente en presencia de Dios y escuchar lo que nos quiere decir.
Este silencio debe ser tanto exterior como interior, dejando de lado nuestras preocupaciones. Debemos acostumbrarnos al silencio del corazón, de los ojos y de la lengua.
El silencio de la lengua nos ayuda a hablarle a Dios. El de los ojos, a ver a Dios. Y el silencio del corazón, como el de la Virgen, a conservar todo en nuestro corazón.
Dios es amigo del silencio, que nos da una visión nueva de las cosas. No es esencial lo que nosotros decimos, sino lo que Dios nos dice y dice a través de nosotros.
El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.
LA CONFESIÓN
La confesión fortalece el alma, pues una confesión realmente bien hecha –la confesión de un hijo que reconoce su pecado y retorna al Padre- produce siempre humildad y la humildad es fuerza.
Ustedes pongan en primer lugar la confesión y sólo después pidan una dirección espiritual, cuando lo crean necesario.
Para muchos de nosotros existe el peligro cierto de olvidar que somos pecadores y que como tales hemos de recurrir al confesionario. Hemos de sentir necesidad de hacer que la sangre de Cristo lave nuestros pecados.
Cuando, entre Cristo y yo, se produce un vacío, cuando mi amor está dividido, nada puede llenar tal vacío.
En la noche, al momento de acostarse, pregúntense: “¿Qué he hecho yo hoy a Jesús? ¿Qué he hecho yo hoy a Jesús? ¿Qué he hecho hoy con Jesús?”. Les bastará simplemente mirar sus manos. Este es el mejor examen de conciencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica
Los ángeles #328-336:
La existencia de los ángeles, una verdad de fe.
328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 San Agustín dice respecto a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel"). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello. Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal protegen a Lot, salvan a Agar y a su hijo, detienen la mano de Abraham, la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7, 53), conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los profetas, por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús.
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: `adórenle todos los ángeles de Dios'" (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios... (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía, cuando El habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor.
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles.
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia (así en el "Supplices te rogamus..." ["Te pedimos humildemente..."] del Canon romano o el "In Paradisum deducant te angeli..." ["Al Paraíso te lleven los ángeles..."] de la liturgia de difuntos, o también en el "Himno querúbico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida". Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.
Los Nueve Coros de ángeles. Jerarquía
Desde el Seudo Dionisio (siglo VI), Padre de la Iglesia, suelen enumerarse tres jerarquías con tres coros cada una, sumando un total de nueve Coros u Ordenes Angélicos.
Primera Jerarquía (Estos ángeles de la mas alta jerarquía se dedican exclusivamente a glorificar, amar y alabar a Dios en su presencia).
Serafines, Querubines y Tronos.
Segunda Jerarquía
Dominaciones, Virtudes y Potestades (gobiernan el espacio y las estrellas. Son los responsables del universo entero).
Tercera Jerarquía
Principados, Arcángeles y Ángeles. Son los que intervienen en todas nuestras necesidades; esto lo vemos también en la Biblia, cuando se nos presenta la intervención de los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael, vemos que directamente intervienen en la vida de los hombres, cada uno con su propia misión dada por el mismo Dios. También se les ha dado la misión de proteger naciones, ciudades e Iglesias. La visión del profeta Daniel es la que confirma esta misión. (Dn 7 y 8) El cuidado de la Iglesias se confirma con el pasaje de Ap. 1:20 cuando se refiere a los Ángeles de las siete Iglesias.
Algunos autores y Místicos, dividen a los ángeles entre asistentes al Trono Divino, y Mensajeros de Dios para cumplir diversas misiones por encargo suyo. Así por ejemplo, el Libro de Tobías tiene como personaje central al Arcángel Rafael, el cual desempeña un oficio protector admirable y nos muestra el Amor de Dios manifestado en el ministerio de los Ángeles: "Yo soy Rafael, uno de los siete Santos Ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tiene entrada ante la majestad del Santo" (To. 12,15).
Miguel, Gabriel y Rafael, Arcángeles | |||
Arcángeles, los únicos cuyos nombres constan en la Biblia.
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