La vida es un combate.....Por un monje.
Si amas intensamente.....Por Dom Esteben Chevevière
Lleva tus cruces sin fanfarronería. Ni la gracia que te sostiene, ni el brío de tu correspondencia les quitarán su cariz penoso. La naturaleza seguirá gimoteando, experimentará el mismo horror por lo que la desgarra y quebranta, la misma gana de ahuyentar lo que la molesta. La Cruz no sería más la Cruz si dejase de afligir. Sola la parte espiritual de tu alma podrá regocijarse, si bien esa alegría no la encontrara en sí misma: es un don de Dios.
Tu elevación...... Por un monje
No sacrificar por nada el coloquio con Dios. Por un monje cartujo.
Si no buscas en ninguna cosa tu propia gloria...Por un monje.
Elogio de Guigo a la vida solitaria.
De aquí que, para tocar de algún modo el tema, Isaac sale a solas al campo a meditar, y es de creer que esto no fue en él algo aislado, sino de costumbre ; que Jacob, enviando todas sus cosas por delante, se queda a solas, ve a Dios cara a cara, y a la vez por la bendición y la mutación del nombre en mejor se torna dichoso ; alcanzando más en un momento solo que durante toda la vida acompañado.
También nos atestigua la Escritura cuánto amaban la soledad Moisés, Elías, y Eliseo, cuánto crecieron por ella en la comunicación de los secretos divinos ; y hasta qué punto incesantemente corrían peligro entre los hombres, y eran visitados por Dios cuando estaban solos.
Jeremías se sienta solitario, porque se halla penetrado de la cólera de Dios. Pidiendo que se dé agua a su cabeza y a sus ojos una fuente de lágrimas para llorar a los muertos de su pueblo, solicita también un lugar donde poder ejercitarse más libremente en obra tan santa, diciendo : "¿Quién me dará en la soledad un albergue de caminantes ?", como si no le fuera posible vacar a este ejercicio en la ciudad, indicando de este modo cuánto impide la compañía el don de lágrimas. Asimismo, cuando dice : "Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios", para lo cual ayuda mucho la soledad, añadiendo luego : "Bueno es para el hombre el haber llevado el yugo desde su mocedad", con lo cual nos da un motivo de gran consuelo, pues casi todos hemos abrazado este género de vida desde la juventud. Y dice también : "Se sentará solitario y callará, porque se elevará sobre sí mismo" ; significando casi todo lo mejor que hay en nuestro Instituto : quietud y soledad, silencio y deseo de los dones más elevados.
Después da a conocer qué alumnos forma esta escuela, diciendo : "Dará su mejilla a quien lo hiriere y se saciará de oprobios". En lo primero brilla una paciencia suma, y en lo segundo una perfecta humildad.
También Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer según el panegírico del Salvador, puso en evidencia cuánta seguridad y utilidad aporta la soledad. El cual, no sintiéndose seguro ni por los oráculos divinos que habían predicho que, lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, habría de ser el precursor del Señor en el espíritu y la virtud de Elías, ni por las maravillas de su nacimiento, ni por la santidad de sus padres, huyendo de la compañía de los hombres como peligrosa, eligió los apartados desiertos como más seguros, ignorando cualesquiera peligros y la muerte, por tanto tiempo cuanto habitó solo en el desierto. Cuánta virtud adquirió allí y cuánto mérito, lo demostró el bautismo de Cristo y la muerte sufrida por defender la justicia. Se hizo tal en la soledad, que sólo él fue digno de bautizar a Cristo que todo lo purifica, y de afrontar la cárcel y la muerte en defensa de la verdad.
El mismo Jesús, Dios y Señor, aunque su virtud no podía verse favorecida por el retiro ni impedida por el público, sin embargo, para instruirnos con su ejemplo, antes de comenzar su predicación y sus milagros quiso someterse a una especie de prueba de tentaciones y ayunos en la soledad. De él dice la Escritura que, dejando la compañía de sus discípulos, subía al monte a orar a solas. E inminente ya el tiempo de la Pasión, dejó a los Apóstoles para orar solitario, dándonos con esto el mejor ejemplo de cuánto aprovecha la soledad para la oración, cuando no quiere orar acompañado ni de sus mismos Apóstoles.
Aquí no pasemos en silencio un misterio que merece toda nuestra atención : que el mismo Señor y Salvador del género humano se dignó mostrarnos por sí mismo el primer modelo vivo de nuestro Instituto, al permanecer así solitario en el desierto vacando a la oración y a los ejercicios de la vida interior, macerando su cuerpo con ayunos, vigilias y otros frutos de penitencia, venciendo las tentaciones y superando a nuestro adversario con armas espirituales.
Ahora considerad vosotros mismos cuánto aprovecharon en su espíritu en la soledad los santos y venerables padres, Pablo, Antonio, Hilarión, Benito, y tantos otros innumerables, y comprobaréis que la suavidad de la salmodia, el amor por la lectura, el fervor de la oración, la profundidad de la meditación, la elevación de la contemplación y el bautismo de las lágrimas con nada se pueden favorecer tanto como con la soledad.
Pero no os contentéis con los pocos ejemplos aquí citados en elogio de nuestro modo de vida, sino vosotros mismos id recogiendo otros muchos, tomados de vuestra experiencia cotidiana o de las páginas de la Sagrada Escritura.
No recuerdes. Por un monje cartujo.
Haz, en todo momento, la voluntad de Dios.... Por un cartujo
"Unete al Dios vivo y personal..." Por un monje Cartujo
De la ignorancia de sí, causa de la falta de vida interior en el hombre. Dom Guigo.
Marta y María (Estatutos de la Orden Cartujana)
- En: http: //www.cartuja.org/estatutos/index.htm
"Espiritualidad del Desierto" Por Dom Esteban Cheveviére.
"Ama leer despacio...." Por un monje cartujo.
La Sagrada Escritura sea tu libro de cabecera. Es en ella donde serás iluminado por el Verbo. Es el alimento predilecto. Léela con corazón humilde –como comulgas- y con el mismo fin: encontrar a Dios. Paladéala; saboréala, versículo a versículo; Él se encuentra en una atmósfera de oración. Cada palabra dictada por Dios está llena de Él. Adora-Lo, bajo la letra. Gustarás la embriaguez de esta comunión con la Luz, con el Verbo que Dios ha proferido en el tiempo, con palabras de resonancias eternas. Es ahí donde adquirirás la ciencia de los santos, siendo la otra tan poca cosa.
Evitar las discusiones interiores. Por un monje.
¡Sólo con Dios solo! Él lo sabe todo. Él lo puede todo. Él te ama. Si supieses lo bueno que es tener la cabeza vacía de toda criatura para no admitir más que la imagen de Jesús-Cristo y de María, los reflejos creados más puros del Invisible. Habla con ellos: eso se hace sin ruido de palabras. Las palabras sirven de poco: ve, mira, contempla. ¿Los miembros no son el honor de la cabeza? No apartes los ojos del divino Rostro del Cuerpo Místico. Es tu papel contemplativo.
Nuestras discusiones interiores no son, frecuentemente, más que la consecuencia de los altercados del día. Créeme: no discutas jamás con nadie; no sirve para nada. Cada uno y cada una están seguros de llevar la razón y busca menos ser aclarado en sus dudas que vencer en una disputa de palabras. Se retiran disgustados, atrincherados en sus posiciones, y la disputa continúa por dentro. Se acabó el silencio y la paz.
Si no lo tienes que hacer por tu cargo, no intentes convencer. Pero si quieres permanecer tranquilo, pasa la página apenas se inicie la controversia. Acepta ser derribado al primer golpe y ruega dulcemente a Dios que haga triunfar su verdad en ti mismo y en los otros; y, a otra cosa: tu alma no es un forum, sino un santuario. Se trata para ti, no de tener razón, sino de embalsamar a tu alrededor con el perfume de tu amor. La verdad de tu vida testificará la de tu doctrina. Mira a Jesús en su proceso: “callaba” (Mt 26 63), aceptando las injurias; ahora Él es Luz para todo hombre que viene a este mundo (Cf. Jn 1, 9)
No tengas preocupaciones de ti mismo. Por un monje.
Tres cosas turban la limpidez: evítalas.
a) No critiques las dificultades de la vida
La vida es un combate: ¿no lo sabes ya? Si es necesario renunciarse, tomar la cruz, seguir a Jesús al Calvario, ¿hay de extrañarse de que haga falta luchar, sufrir, sangrar, llorar?
Tus dificultades vienen de tu entorno, de tu empleo, de tus propias miserias físicas y morales; de las tres cosas a la vez, quizás.
En cuanto a la actitud de tu alma respecto a ellas, trázate de una vez por todas una decidida línea de conducta ante Dios. Y en los momentos de encuentro con esas miserias, actúa en conformidad con la línea trazada. Los monólogos alarmistas no sirven para nada. Haz lo que puedas; abandona el resto a la misericordia de Dios. “Dios lo sabe todo. Lo puede todo, y me ama”: He aquí lo que justifica el abandono. Vive al calor de la luz del Salmo XXII: “El Señor es mi pastor; nada me falta”. Cada noche, te dormirás murmurando: “Ten confianza: ¡no te ocurrirá nada malo!”.
b) No sopeses tus penas ni tus sacrificios.
¿No has aceptado en bloque todo con tu profesión? “Recibe, Señor...” Cada mañana, en el momento de la Eucaristía, la Iglesia te ofrece como víctima pura, santa, inmaculada con Jesús, y tu consientes. Si comprendes el misterio de la cruz y el sentido de tu vida monástica, no te compadezcas de ti mismo. “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7).
Deja pues a Cristo sufrir en ti; préstale tu cuerpo y tu corazón, para que pueda “completar en su cuerpo místico lo que inauguró en el Calvario” (Cf. Col 1, 24). De lo contrario, no merece la elección que ha hecho de tu persona. Contempla su bello rostro de la Santa Faz, lacerado y doloroso, vuelto hacia ti. Ofrécele, unido y en calma, el espejo virgen de tu alma: en la tierra, esa es para ti la imagen que agrada a Dios.
c) No tengas “coquetería” de tu alma.
Haz, en todo momento, la voluntad de Dios, con las fuerzas y gracias del momento presente. No se te pide más. Acepta de corazón tus límites. ¿A qué grado de santidad quiere llevarte Dios? No lo sabrás más que en el cielo. No sondees sus misteriosos designios; no le rehúses nada deliberadamente. Intenta complacerle según tus fuerzas actuales y déjate conducir a donde Él quiera, por sus caminos, sin prisa febril.
No te aflijas por tus impotencias, ni aun, en cierto sentido, por tus miserias morales. Te querrías bello, irreprochable. Es una quimera; orgullo, quizás. Hasta el fin, permanecemos pecadores, objeto de la infinita misericordia, a la que tanto valora Dios.
No pactes jamás con el mal; permanece desligado de tu perfección moral. La santidad es ante todo algo de orden teologal, y es el Espíritu Santo quien la reparte en nuestros corazones; no somos nosotros quienes la fabricamos.
Compararse a los demás en materia de virtud, es hastiarse de la propia mediocridad, o creerse situado en la escala de la perfección; todo esto, obstaculiza y hace ruido. Hay santos de todas las tallas.
Tu elevación queda en el secreto de Dios; sin duda, Él no te dirá nada. Haz lo que esté en tu mano. Ama, ofrece a menudo a Dios la santidad inigualable de Jesús, de María y de los santos vivos y difuntos: todo eso te pertenece a ti, beneficiario de la Comunión de los Santos. Ofrécele la santidad global del Cuerpo Místico de Cristo: eso es lo que glorifica al Dios. Tú eres miembro de ese Cuerpo, el menos noble quizás, pero no sin utilidad. Di con convicción y serenidad: “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecador”. Y vive en paz bajo las alas protectoras del Dios que te ama.
El desierto: San Bruno
El Desierto. Por Un Monje
Racia de predilección es la que Dios te da con traerte al Desierto. Gratuito es el llamamiento y tu perseverancia se la deberás únicamente a la condescendencia divina. Ten siempre ante los ojos esa fineza del amor de Dios para con tu alma y la irás estimando gradualmente. Pese a tus lecturas y a lo que llamas tu experiencia, no sabes, al entrar, lo que la soledad del Desierto te reserva.
Aquí, como en todas partes, no hay dos almas que sigan exactamente la misma pista; Dios no se repite en sus creaciones. Muy pocas veces (tal vez nunca) revela por adelantado sus designios.
Entra en el Desierto, humilde y sosegado. Al Dios que te espera, la única cosa de valor que le has de presentar es tu entera disponibilidad. Cuanto más ligero sea tu equipaje humano, cuanto más pobre seas de lo que estima el mundo, mayor será tu oportunidad de éxito, ya que Dios gozará de mayor libertad para manejarte. Te llama a vivir a solas con él solo: a nada más.
La acción directa sobre los hombres, aunque sea por la pluma, para nada entra en las perspectivas intencionales del Desierto. Luego has de consentir en perderte enteramente. Si abrigas el secreto deseo de ser o hacerte "alguien", vas derecho al fracaso. El Desierto es implacable: expele infaliblemente a todo el que se busca a sí mismo.
Entra en él en santa desnudez...
El templo interior. La inmanencia de Dios. Por un Monje
Nunca leerá el Eremita sin un alborozado estremecimiento las siguientes afirmaciones de San Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El templo de Dios es sagrado, y ese templo sois vosotros" (1 Co 3,16-17). "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros y lo habéis recibido de Dios?... Glorificad, pues, a Dios en vuestros cuerpos" (ib. 6,19-20).
No busques a Dios ni en un lugar ni en el espacio. Cierra los ojos del cuerpo, ata tu imaginación y baja dentro de ti mismo: estás en el Santo de los Santos donde habita la Santísima Trinidad.
En el instante de tu Bautismo has quedado hecho templo de Dios: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". En el acto, "el amor de Dios fue derramado en tu corazón por el Espíritu Santo que te fue dado" (cf. Rm 5,5), y se realizó la promesa de Jesús: "Si alguien me ama —esto es, si tiene la caridad, si se halla en estado de gracia—, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra mansión" (Jn 14,23).
Sabes lo que significa esa presencia: algo totalmente distinto de la del Creador en su criatura. Por ella contraes una amistad divina que te introduce en la intimidad de la Trinidad. Huésped de tu alma. El Eremita ve en esa inhabitación de Dios la razón específica personal de su retirada al Desierto. Viene a vivir, con exclusión de toda otra ocupación, esa sublime verdad. Desde ese ángulo sobre todo, su vocación es escatológica: comienza en la tierra en las sombras de la fe y la luz del amor lo que hará en la eternidad, donde sólo habrá un templo: Dios mismo. ¿Acaso no está más él en Dios que Dios en él por su acceso gratuito al misterio tan secreto de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
El hombre es contemplativo por destinación y por estructura: "La vida eterna está en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3), mas con un conocimiento que participa del de Dios mismo, viéndolo cara a cara en el fervor del amor beatífico. Conocerlo es el objeto supremo de nuestra inteligencia. Amarlo es el todo de nuestra voluntad, ávida de bien. Nuestra condición terrestre interpone entre Dios y nosotros toda una gama de verdades parciales y de bienes fragmentarios que deberían ayudarnos a remontar el vuelo hasta su fuente, pero que con harta frecuencia nos apartan de ella en razón de la sobrestima que les damos.
¿No es extraño que el hombre, organizado para alcanzar su pleno desarrollo en la contemplación, que lo dilata a la medida de Dios, prefiera la acción, que lo repliega sobre sí mismo en su voluntad de vencer? Es más fácil actuar que hacer oración. En ésta la iniciativa pertenece a Dios, en aquélla a nosotros, y no nos gusta enajenar nuestra libertad aunque sea en provecho del Señor. Para la fe es una especie de enigma que la mayoría tengan aversión a la contemplación, que viene a ser para ellos como el lujo de los cristianos ociosos.
Esa incuria por la presencia de Dios en el alma es una afrenta y el pecado una suerte de sacrilegio: "Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él" (1 Co 3,16).
El Eremita lo ha dejado todo para afincarse en esa "Presencia". Cerradas todas las avenidas del lado de la tierra, se siente con ánimos de ser "conciudadano de los santos" (Ef 2,19). Su cualidad de cristiano y la vocación formal que lo llama a la soledad fundamentan su pretensión. Si comprende bien el sentido de su vocación, entonces todo él, cuerpo y alma, es un templo. La disciplina de sus sentidos y la "esclavitud de su carne" cobrarán un significado más profundo: no serán tan solo un esfuerzo laborioso por mantener el Señorío. El cuerpo, por su parte, es una piedra escogida que hay que labrar y pulir para la iglesia que se construye (Dedicación). Lejos de execrarlo, el Eremita lo rodea de respeto con miras al papel que le asigna la Liturgia. Ésta tiene para con el cuerpo un ritual minucioso que regula y ennoblece las actitudes y funciones de cada miembro en la participación que le brinda en la oración y el sacrificio.
Viénele su dignidad sobre todo del alma que lo anima, y que en gracia a su unión sustancial se lo asocia en el honor de ser morada del Altísimo. Esta teología del cuerpo rectamente entendida no autoriza ya más respecto del mismo el trato sórdido que le infligían los Eremitas primitivos. El Bautismo lo ha lavado en la lustración purificadora; el sacerdote lo ha signado con la Cruz, ungido con el Santo Crisma; la Comunión eucarística lo transforma en copón viviente. Después de la muerte, la Iglesia lo inciensa y lo lleva en triunfo. ¿No era el templo del Espíritu Santo?
Esmérate por que él también venga a ser lo que es. Gracias a él y al funcionamiento satisfactorio de sus órganos es como tu alma podrá gozar conscientemente de la presencia de Dios en ella. Guárdate de que una severidad indiscreta te incapacite para sostener un coloquio prolongado con el Huésped interior. Si María hubiera padecido jaqueca, la entrevista de Betania hubiera perdido su colorido.
No puedes, sin alegrarte, pensar en lo que pasa en el fondo de ti mismo... En el instante en que tomas alimento, recreo o sueño, el Padre, en tu alma, engendra a su divino Hijo. Su Palabra es de una actualidad incesante: "Yo, hoy, te he engendrado" (Sal 2,7).
Trata de percibir con la fe algo de esos intercambios de amor y alabanza entre las divinas Personas que son la vida de la Trinidad, su gloria que irradia en tu alma. El "Gloria Patri…" que jalona tu salmodia es sólo un eco, si bien el más fiel, de la alabanza que se tributan mutuamente "los TRES".
La gloria del Padre es su Hijo que refleja a la perfección todos sus atributos. Es su Palabra interior, su canto. Lo ensalza como la fuente de todos los bienes divinos, el "Principio".
La gloria del Hijo es el Padre que testifica, al engendrarlo perfecto como él, su trascendente hermosura.
La gloria del Espíritu Santo es el gozo mutuo del Padre y del Hijo, su beso sustancial.
Pídele una y otra vez que te haga menos insensible a ese grandioso himno al que se refieren todos los actos de religión, es decir, todos los actos de tu vida de Eremita, orientada a la glorificación de Dios.
Al repetir, en unión con la Trinidad, ese inefable "Gloria", comulgas con su beatitud. Tal es la suprema consolación del Desierto, la única que pueda legítimamente codiciar el Eremita. Por una gota de esa alegría los santos lo abandonaron todo. En tu retiro, esfuérzate por que tu corazón sintonice con el de Dios, y tu gozo se sitúe en lo que constituye la felicidad de cada una de las Personas divinas.
El gozo del Padre es su Hijo, su expresión perfecta es la palabra que lo engendra: "Filius meus es tu", "Tú eres mi Hijo" (Sal 2,7), es ese Verbo semejante en todo al Padre, imagen viva suya, hacia el que lo impele toda su ternura y que le devuelve amor por amor en igualdad perfecta.
La alegría del Hijo es su Padre, de quien recibe todo cuanto es en sí mismo, ese Padre que en un solo acto agota en favor suyo toda su fecundidad, al comunicarle la naturaleza divina con sus perfecciones: su felicidad consiste en estar "en el seno del Padre" (Jn 1,18) y en amarlo con ese matiz de infinita gratitud.
La alegría del Espíritu Santo es la alegría misma del Padre y del Hijo, fundiéndose en esta tercera Persona. Amor sustancial de las dos primeras Personas, es llamado el Corazón de Dios. Es un canto, una fiesta divina, es el eco sublime del Amor. Es en Dios el foco de la alegría y de la dicha.
No hay alegría humana que se pueda comparar con esa felicidad divina. El Eremita sabe que es un bien no ajeno a su vocación, ni menos una tesis que descifrar en los libros, un espectáculo lejano cuya inasequible esplendidez tornaría su Tebaida aún más antipática.
Es en ti, templo de la divinidad, donde palpita ese corazón de Dios, es en el centro de tu alma donde se explaya esa maravillosa vida trinitaria. Haz tuyo este dicho de un teólogo: "En este momento actual que se me va en naderías, Dios todo entero se ocupa (en mí) en dar nacimiento a su Hijo coeterno" (Régnon).
Eres hijo adoptivo y como tal habitas en el seno de la familia divina, presentado e introducido por Jesús: "Padre, quiero que los que me has dado estén también donde Yo esté" (Jn 17,24).
Y ¿dónde está Jesús? "En el seno del Padre". La fe y la caridad, participación del conocimiento que Dios tiene de sí mismo y del amor que se da a sí mismo, te sumergen en la corriente vital de la circumincesión. ¿No es ése el sentido de la oración de Jesús: "Que ellos sean uno como nosotros somos uno, Yo en ellos y Tú en mí"? (cf. Jn 17,20).
En el Eremitorio ésa será tu vida interior: asociarte con toda la continuidad posible al canto de gloria y de amor de las Tres divinas Personas, en comunión con Jesús, el cual asume tus actos personales y los eleva, valorizados al infinito, hasta Dios. Según el atractivo del momento únete al Padre para celebrar la gloria del Hijo, al Hijo para exaltar la gloria del Padre, al Espíritu Santo para saborear la alegría de la Trinidad entera.
Todo ello sólo es posible vivirlo en la fe, en la desnudez del espíritu y el silencio. Ninguna criatura, ninguna imagen te servirá, toda vez que lo creado te revela la naturaleza de Dios, pero nada te dice de su vida. Es menester, para llegar ahí, desbordar las cosas terrenas y olvidarlas. El día que del fondo de tus entrañas ascienda un deseo verdadero que te arranque el ansia del salmista: "Como suspira la cierva por las aguas vivas, así te anhela a ti mi alma, ¡oh Dios!", sabrás que Dios llama a tu puerta y quiere cenar contigo (Ap 3,20). Es el Espíritu del Hijo, que Dios ha derramado en tu corazón, el que clama: "Abba, Padre", el que con gemidos inenarrables pide por ti "lo que corresponde a las miras de Dios" (Rm 8,26-27), es, a saber, tu perfecta unión con él.
Ese es el último "porqué", el último "cómo" del desasimiento del Eremita, por qué sigue a la letra el consejo del Señor, "se retira a su celda, cierra tras de sí la puerta y ora al Padre, que está ahí en lo secreto" (Mt 6,6). Lo hace materialmente, y más aún espiritualmente con el recogimiento intensivo de la celda interior que favorece el Eremitorio.
No pases ningún escrúpulo por no dedicar sino poco tiempo a las "devociones", por no sobrecargarte de intenciones particulares; la oración oficial de la Iglesia provee a todo, y el honor que rinde a los Santos en sus Oficios, la eficacia apostólica de sus súplicas, aventajan infinito tus homenajes e intercesiones privadas. La Epístola a los Hebreos dice que Jesús, en el cielo, "está siempre vivo para interceder por nosotros" (Hb 7,25). Lo hace sin requerimientos formulados, con la sola presencia de la marca gloriosa de las cicatrices de la Pasión, memorial de su amor y obediencia. Tu ser entero, por su consagración y el fervor de tu caridad, pide por sí solo que el nombre de Dios sea santificado, que su reino venga, que su voluntad se haga.
El Eremita puede, con pleno derecho, considerarse como agregado ya a la grandiosa liturgia de la Eternidad que nos describe el Apocalipsis. Tiene su puesto entre las "miríadas de miríadas", y los "millares de millares" de Ángeles y Santos reunidos en torno al solio de Dios, y dice con potente voz: "Al que está sentado en el Trono y al Cordero la bendición, el honor, la gloria y la dominación por los siglos de los siglos" (Ap 5,11-14).
Si la liturgia monástica que celebras está simplificada hasta el límite, si se te proporcionan largas horas de soledad y de santo ocio, es para permitir que tu alma, liberada de toda traba, anticipe, en cuanto sea posible, lo que será nuestra vida eterna. No por eso confíes en que ya no sabrás de la pesadez y el hastío de las oraciones desoladas. Toda la fiesta es para la fe y el amor. La alegría es la de Dios, no la tuya, en lo que podría tener de sensible.
Por miserable que seas, la adoración, en la cual tu egoísmo no puede tener la menor cabida, será siempre para ti una salida dichosa de tu "yo" obsesivo. La felicidad de Dios será tu felicidad: ése es el supremo desinterés de la caridad verdadera.
Que en el Templo de tu alma resuenen sin cesar las bellísimas aclamaciones del Gloria: "Gloria a Dios en lo más alto de los cielos. Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos y te damos gracias por tu gloria inmensa..."
Puesto que en el Desierto ninguna voz se eleva fuera de la tuya, habrá al menos un sitio en la tierra donde Dios es adorado puramente...
Cartuja de Miarflores. Escritos Cartujanos. Eremitorio. Espiritualidad del desierto.
Las Puertas del Silencio. Por un Monje.
¿Quieres arder ante su Faz adorable como una cera muy pura?
¿Quieres, como los querubines, como los serafines, oh alma, ser irradiada por su claridad, abrasada por su amor, y no ser para Él nada más que Luz y Claridad?
Consiente en olvidar el mundo, el universo y a ti mismo.
Si vacilas en perder en Él y por Él tu vida, no sigas más. Lo que sigue no te aclarará nada.
Si el abismo te tienta, suplica al Señor que te envuelva en soledad, que te arroje en el silencio que Él habita y llena, donde Él se manifiesta. Por tu parte, esfuérzate en vivir así.
En cuanto te sea posible, con exacta obediencia y una perfecta caridad, evitarás estas cuatro cosas, los mayores obstáculos al silencio interior, y que vuelven imposible la contemplación habitual:
El ruido interior.
Las discusiones interiores.
Las obsesiones.
Las preocupaciones de ti mismo.
¡Hecho esto, habrás franqueado las puestas del silencio!
Cartuja de Miraflores. Escritos cartujanos.
Escritos espirituales
|
| Espiritualidad cartujana |
|
|
|
|
| ||
Vida de san Bruno | ||||
| ||||
El espíritu cartujano | ||||
El eremitorio | ||||
El libro de la orientación particular | ||||
Identificación con Cristo | ||||
La nube del no-saber |
Algunos textos concernientes a la vida cartujana
Estatutos de los cartujos (extractos)
Libros 1-4,5-9
Cartas de San Bruno
A Raúl le Verd
A Sus Hijos de Chartreuse
Las monjas cartujas
Monjas cartujas
Monjas de la cartuja Notre Dame (francés)
Monjas cartujas de Nonenque (francés)
Folleto de presentación de la cartuja de la Trinidad (italiano)
Las monjas cartujas de Santa María de Benifaçà (español)
Textos de San Bruno
Profesión de fe de San Bruno a la hora de su muerte (latín) (español)
Textos de cartujos
- La escala del claustro (Scala claustralium) de Guigo II; un clásico de la
espiritualidad. (español) (latín) (francés) (inglés) - La oración del corazón
- La oración teologal (continuación del anterior)
- Carta de Guigo I "A un amigo sobre la Vida Solitaria" (latín) (español)
- Pensamientos de N. P. Guigo (español)
Textos sobre los cartujos
Un cartujo habla (extracto del Paraíso blanco de Pieter van der Meer de Walcheren)
Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II con ocasión del 9° centenario de la muerte de San Bruno, 6 oct. 2001.
Liturgia cartujana
Diurnale Cartusiense (Versión en latín)
Otros textos sobre la vida monástica
Muchos textos (sobre todo en inglés) están inscritos en el sitio:
http://www.users.csbsju.edu/~eknuth/itr/monastic/index.html
Estudios Históricos sobre la Cartuja
San Bruno y los Padres del Desierto
«En medio del torbellino del mundo
la cruz permanece estable.»
Sucinta cronología
Origen de la Orden cartujana
El año del Señor 1084 Bruno, “ardiendo en amor divino” entró con seis compañeros en el desierto de Cartuja, y se instaló allí realizando su proyecto de formar juntos una comunión de solitarios viviendo en contemplación para solo Dios.
En 1090, Bruno debe partir de su querida Cartuja y trasladarse a Roma obedeciendo a la llamada del Papa Urbano II, antiguo discípulo suyo, que le pedía su colaboración en la Santa Sede. Pero unos meses más tarde, consigue convencer al Papa de su vocación contemplativa y vuelve a la soledad fundando un nuevo eremitorio en Calabria al sur de Italia. Muere el 6 de octubre de 1101 sin dejar a sus hermanos ni regla ni proyecto de Orden, únicamente algunos textos escritos, pero legándoles un espíritu y el ejemplo de su vida.
Siguiendo la senda de Bruno, sus compañeros permanecieron en el desierto de Cartuja bajo la dirección del Espíritu Santo, y, guiándose por la experiencia, fueron creando gradualmente un género de vida eremítica propio. A partir de 1115, se fundaron otros eremitorios a imitación del de Cartuja y a sus instancias apoyadas también por San Hugo, obispo de Grenoble, Guigo, quinto Prior de Cartuja, puso por escrito dicho género de vida.
En 1127 todos la acogieron decidiendo conformarse a ella en todo. En las “Costumbres” de Guigo se transparenta la atmósfera de silencio y soledad, de austeridad, paz y alegría en la que vivieron los primeros cartujos.
Los Estatutos actuales de la Orden conservan toda la “médula” espiritual y las principales observancias, en un desarrollo armonioso.
Hacia 1140, bajo el priorato de San Antelmo, tuvo lugar el primer Capítulo General en la Casa Madre: la Gran Cartuja, al cual todas las Casas prometieron obediencia para siempre. En nuestros días, el Capítulo General, que constituye la suprema autoridad de la Orden, se reúne cada dos años.
Al rededor de 1145, las monjas de Prebayón en Provence (sur de Francia) abrazaron espontáneamente el modo de vida cartujano.
Respondiendo a su petición San Antelmo, con la ayuda del Beato Juan de España, a la sazón prior de Montrieux, les dió las “Costumbres” cartujanas. Éste fue el origen de la rama femenina de la Orden Cartujana.
Monjes y monjas
Las dos ramas, masculina y femenina de la Orden, se inspiran ambas en el carisma de San Bruno, formando conjuntamente una sola familia monástica. No obstante cada una posee una organización y gobierno propios, con Capítulo General separado presidido por el Prior de la Gran Cartuja que desempeña al mismo tiempo el papel de Ministro general de la Orden.
Vida de soledad en la celda
Entre las diferentes familias religiosas consagradas a la vida contemplativa, el rasgo característico de las monjas cartujas es la vida de soledad en la celda, en cuyo marco concreto, se encuentra expresada su vida.
En un monasterio cartujo, que debe estar suficientemente alejado de toda vivienda humana, cada monja vive en una “celda” que comprende un eremitorio y un jardín. En dicho eremitorio, la ausencia de todo ruido invita a la interioridad y a la soledad en una vida de intima unión con Dios, escuchando su Palabra. La mayor parte de la vida de la monja cartuja se desliza en dicha celda, ella es el marco habitual de sus ocupaciones diarias: oración litúrgica y personal, lectio divina, trabajo, comidas, descanso.
Al compás de la oración
A media noche, las monjas se reúnen en la iglesia para celebrar el Oficio de Maitines y Laudes. Esas largas horas de oración nocturna son propicias a la contemplación, en la espera vigilante de la vuelta del Señor (cf. Lc. 12.35-40) y la súplica por la venida del Reino. Al final de la jornada las monjas se reúnen de nuevo en la iglesia para cantar las alabanzas de la tarde (Vísperas) que invitan al recogimiento y reposo espiritual.
La Misa conventual se canta cada día. El sacrificio eucarístico, es el centro y cima de la vida cartujana, viático espiritual de nuestro Éxodo, que, en el desierto de nuestra vida solitaria nos conduce por Cristo al Padre.
Los otros Oficios se celebran en la soledad de la celda. Al toque de campana, orando todas a la vez, toda la Casa se convierte en una alabanza a la gloria de Dios. Mientras celebran el Oficio divino, las monjas se transforman en la voz y el corazón de la misma Iglesia, que por medio de ellas ofrece a Dios Padre, en Cristo, culto de adoración, alabanza y súplica, y pide humildemente perdón en nombre de todo el Pueblo de Dios.
La monja tiende a ofrecer a Dios un culto incesante. En su vida, la oración litúrgica y solitaria se completan armoniosamente. La meditación asidua de la Sagrada Escritura, los tiempos de intensa oración personal y el estudio crean en ella una disposición de amorosa escucha que introducida poco a poco en lo profundo de su corazón por la gracia del Espíritu, podrá ya no sólo servir a Dios, sino también unirse y adherirse a Él.
La liturgia cartujana está marcada por la vocación eremítica. Nuestro canto gregoriano, que fomenta la interioridad y la sobriedad del espíritu, es parte tradicional y sólida del patrimonio de la Orden conservada desde su origen. Los textos y rubricas de la misma han sido revisados siguiendo la orientaciones del Concilio Vaticano II.
La bienaventurada Virgen María
“Nuestros yermos están dedicados en primer lugar a la Santísima Virgen María y a San Juan Bautista, nuestros principales patronos en el cielo... Además del Oficio divino, nuestros Padres nos transmitieron el Oficio de la bienaventurada Virgen María, cada una de cuyas Horas suele preceder a la Hora correspondiente del Oficio divino. Con esas preces se celebra la perenne novedad del misterio por el cual la bienaventurada Virgen engendra espiritualmente a Cristo en nuestros corazones” (Estatutos de la Orden Cartujana).
Además de honrar con esos Oficios a María, a la que solemos llamar Madre singular de los Cartujos, la veneramos y honramos con el rezo del Ángelus cuatro veces al día, y con el rezo de un Avemaría cada vez que entramos en la celda; cada semana, normalmente el sábado, se celebra conventualmente en todas las Casas de la Orden una Misa en su honor; en la fórmula de profesión se la nombra explícitamente... A más de tales costumbres, se estimula a todas a fomentar una profunda y filial relación amorosa con María.
“María, figura de la Iglesia, Esposa sin mancha ni arruga, que imitándote «conserve virginalmente una fe integra, una esperanza firme, una caridad sincera», sostén las personas consagradas que tienden a la beatitud única y eterna” (Vita consacrata 112).
Vida fraterna y lugares conventuales
No obstante la monja cartuja no es una eremita aislada. En ciertas ocasiones se reúne con sus hermanas. Para ello las celdas dan a un claustro que conduce a los diferentes lugares comunes: iglesia, capítulo, biblioteca, refectorio.
Los domingos y días de fiesta, nos reunimos más a menudo dando lugar a las expansiones de la vida de familia. Comemos juntas en el refectorio, después de cantar el Oficio de Sexta en la iglesia. Tercia y Nona se cantan también en la iglesia. Además nos reunimos en coloquio para un intercambio fraterno en el que participamos la Palabra de Dios (o documentos de la Orden).
Una vez a la semana damos un paseo común de varias horas por los alrededores del monasterio, teniendo la posibilidad de dialogar de dos en dos en un intercambio más personal.
Las reuniones conventuales son ocasión para manifestarnos nuestro amor, expresando con palabras y obras nuestra alegría de vivir juntas, renunciando de todo corazón a nosotros por nuestras hermanas.
Excepción hecha de dicho paseo, las monjas observan la clausura que “crea un espacio de separación, de soledad y de silencio en el cual poder buscar con más libertad a Dios y en donde vivir sólo para Él, con Él y también únicamente de Él” (Verbi Sponsa 5). Estas reuniones fraternas estrechan más el vínculo de la caridad, fomentan el amor mutuo y ayudan a vivir mejor la soledad.
La familia cartujana: armonía en la diversidad
Desde sus orígenes, nuestra Orden, como un cuerpo cuyos miembros no tienen todos la misma función, halla su unidad en diversas formas de vida complementarias entre sí. La vocación de las monjas del claustro está principalmente caracterizada por la búsqueda de Dios en el silencio y la soledad de la celda. Las monjas conversas, por su parte, asocian al silencio y la soledad de su vocación una participación más activa en los trabajos al servicio de la comunidad. Tanto unas como otras son monjas, y participan de la misma vocación contemplativa y solitaria, aunque en un marco diferente según la diversidad de la llamada divina y de las aspiraciones y aptitudes personales.
Trabajo contemplativo
Las monjas del claustro ejecutan en la celda diversos trabajos manuales (costura, encuadernación, trabajos humildes, dactilografía, pintura de iconos, tejido artesanal etc.). Las monjas conversas, proveen a las diversas ocupaciones propias a la marcha de la casa (cocina, limpiezas etc.) si bien a veces deben ayudarse mutuamente, normalmente trabajan solas. Además la monja conversa cada día pueden reservar un tiempo en la celda para ocupaciones semejantes a las que realizan las monjas del claustro.
Para todas, trabajar unida a Jesús, como él lo hizo oculto en Nazaret, es una obra contemplativa. La unión a la voluntad de Dios Padre ejecutando los trabajos señalados por la obediencia, para el bien de la comunidad, es el alimento inagotable de quien está hambrienta de Dios. Por otra parte, la participación del cuerpo facilita la oración como diálogo sencillo e incesante con el divino Huésped de nuestro corazón. Los trabajos rudos o pesados convidan a la monja a unirse íntimamente a la pasión de Cristo, nuestro Salvador.
La formación: largo camino para alcanzar la madurez
Quien aspira a permanecer en la Cartuja debe aprender a interiorizar poco a poco el espíritu y las tradiciones de la Orden. Debe asimismo aplicarse a desprender su corazón de todo lo que podría ser un obstáculo para la unión con Dios, a fin de hacer de su vida una continua oración.
La formación es larga y numerosas las etapas que preparan a la monja para la emisión de los votos definitivos o solemnes: varios meses, y si necesario un año de postulantado, dos años de noviciado, tres años de votos temporales, que son renovados por dos años más. Finalmente la monja es invitada al don total y definitivo de sí misma mediante la profesión solemne. Poco más tarde, quienes lo desean, pueden recibir la consagración virginal que la Orden ha conservado desde su origen.
Además “la formación permanente forma parte de las exigencias de la consagración religiosa... A causa de los límites humanos, la persona consagrada no puede considerar terminado el nacimiento de ese nuevo ser, que experimenta en sí, en todas las circunstancias de su vida, los mismos sentimientos de Cristo” (Vita Consecrata 69).
Hospitalidad
Dada la forma especifica de nuestro genero de vida solitaria, sólo las aspirantes a la vida cartujana pueden ser admitidas en nuestras comunidades una o dos veces al año.
Misión de las monjas cartujas
“Cuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien los ame, sólo lo conocen quienes lo han experimentado” (San Bruno). Pero la monja cartuja no ha escogido “la mejor parte” (cf. Lc. 10.42) para sólo su provecho personal y exclusivo. Al abrazar la vida oculta, no abandonamos a la familia humana, sino que, consagrándonos a solo Dios, cumplimos una misión en la Iglesia en nombre de todos y por todos. Nuestra unión con el Señor, si es auténtica, dilata el corazón y nos capacita para abarcar en Él los afanes y problemas del mundo.
Si las monjas cartujas han escogido la soledad en la que voluntariamente se imponen tales limitaciones, es con el único fin de estar más abiertas al absoluto de Dios y a la caridad de Cristo, manteniéndose vigilantes para huir de todo egoísmo y viviendo con gran sencillez. Entonces la Palabra de Dios colmará su silencio.
Mediante el desasimiento de las cosas y el trabajo, serán solidarias con todos los que sufren, dondequiera que estén, y en el corazón de la humanidad, si bien ocultas al mundo, serán el recuerdo inextinguible de su origen divino, la constante evocación del destino espiritual de todo hombre, porque vive de la misma Vida de Dios.
“En el silencio y la soledad, mediante la escucha de la Palabra de Dios, la práctica del culto divino, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, los contemplativos orienten toda su vida y actividades hacia la contemplación de Dios. De ese modo ofrecen a la comunidad eclesial una prueba única del amor de la Iglesia a su Señor y contribuyen con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del pueblo de Dios” (Vita Consecrata 8).
Signos visibles
Poco se apercibe exteriormente la “presencia en el mundo” de las monjas cartujas, su parte es permanecer ocultas en secreto ante la Faz de Dios.
Escogiendo vivir en la soledad por Dios sólo, desean orientar hacia Él los sufrimientos de todos los hombres, transmitiéndoles a su vez mediante la oración, el amor que les da vida.
Especialmente unidas a quienes anuncian el Evangelio, sufren con ellos las dificultades de un mundo que rechaza la fidelidad y los vínculos de por vida.
El carisma de nuestro fundador, tal como es descrito por un monje de su época, fue seguir una “luz del oriente, la de aquellos antiguos monjes que, caliente aún en sus corazones el recuerdo de la Sangre recién derramada por el Señor, llenaron los desiertos para dedicarse a la soledad y la pobreza de espíritu”.
Sabemos que nuestra responsabilidad en la Iglesia es seguir dicha luz aunque permanezca oculta a los ojos de nuestros contemporáneos, a ejemplo de la Virgen María, Madre de Jesús, que escogió la virginidad en una época en que dicha virtud se consideraba sin valor.
Como monjas, queremos asumir el papel que nos confía la Iglesia ya que la mujer es de manera especial apta para conservar los valores, como María que “conservaba todas las cosas en su corazón” (Lc. 5.51). Esta influencia educadora, a menudo silenciosa, ha tenido un papel importante en la historia.
La dimensión esponsal de nuestros vínculos nos invita, en íntima comunión con el amor de Cristo, a dar con Él la vida al mundo.
Proyectos
El santo Padre anima con insistencia a los institutos de vida contemplativa a establecerse en las jóvenes iglesias a través del mundo.
Nuestro profundo agradecimiento a los obispos y a las comunidades eclesiales que, apreciando el valor de la oración gratuita, crean un clima favorable a las fundaciones de vida contemplativa.
Dada nuestra vocación de solitarias, nuestra participación en la vida de la Iglesia local se presenta bajo aspectos muy reducidos, pero la exigencia de una profunda comunión con dicha Iglesia local es, con la gracia de Dios, fuerte y vigorosa.
La Vida de los Cartujos
ORDEN CONTEMPLATIVA
La Orden de la Cartuja es una institución monástica enteramente consagrada a la contemplación, ajena a todo ministerio exterior.
El Cartujo tiene por finalidad disponerse a vivir en íntima unión con Dios, lo más perfecta posible aquí en la tierra, según el grado de gracia concedido a cada uno. Mediante unas observancias descritas en sus Estatutos, atento a la oración, a la penitencia y a la alabanza divina, transfunde en las almas, en virtud de la Comunión de los Santos, el caudal divino de las gracias de las cuales Nuestro Divino Salvador es el manantial. Su función es, por consiguiente, en el Cuerpo Místico de la Iglesia, el de las arterias que transmiten sin cesar la sangre vivificante a todos los órganos. Esta misión está admirablemente sintetizada por el papa Pío XI, en su Bula Umbratilem, cuando en 1924 aprobaba los Estatutos Cartujanos: "Fácilmente se comprende que contribuyen mucho más al incremento de la Iglesia y a la salvación del género humano los que asiduamente cumplen con su oficio de orar y de mortificarse, que los que con sus sudores y fatigas cultivan el campo del Señor".
SOLEDAD Y SILENCIO
No es la Cartuja, como muchos creen, un Instituto de vida puramente solitaria, sino una mezcla de soledad y vida común. Su santo Fundador, San Bruno (alemán de nación, nacido en Colonia hacia 1030 y muerto en 1101), ha hermanado sabiamente lo mejor de una y otra vida, evitando así los inconvenientes de cada una de ellas. Por eso ni la soledad ni el silencio son absolutos. Se hallan mitigados por un paseo semanal fuera de Casa, y una o dos recreaciones semanales. |
VIDA COMUNITARIA La vida comunitaria interrumpe sabiamente la vida de soledad. Tres veces al día acuden los monjes a la iglesia: por la mañana, a la Misa Conventual; por la tarde, a Vísperas; y a medianoche, a Maitines y Laudes. Los domingos y fiestas son especialmente comunitarios, puesto que todo el Oficio se canta en el Coro y se come en el refectorio común. Los demás días, el resto del Oficio se recita en la celda. |
EL MONASTERIO
El edificio, los ocupantes, el horario, la organización entera de la vida cartujana, responde adecuadamente al fin eremítico-cenobítico, que una experiencia de nueve siglos ha ido unificando y perfeccionando. Generalmente el Monasterio está formado por un gran claustro, en cuyo centro hay un patio, y en él ordinariamente el cementerio. Alrededor del claustro se agrupan las celdas de los monjes (24 en Valldecrist, normalmente eran solo 12), presididas por la iglesia principal y rodeadas de Capillas y otros lugares conventuales (Sala capitular, refectorio, biblioteca, etc.). Cerca de la Portería está la Capilla exterior, para seglares, y el locutorio para las visitas, pocas según la Regla.
LA CELDA
En la que el Cartujo pasa la mayor parte de su vida, es una casita con varias habitaciones y un pequeño jardín. Cada celda da al gran claustro en donde, por un ventanillo, el Hermano encargado deja la comida. Siempre que el monje entra en su celda reza, como saludo, el AVE MARÍA en la habitación de entrada, presidida por una imagen de Nuestra Señora. El interior de la celda sirve de oratorio para el rezo de los Oficios, oración, etc., así como de lugar de estudio, de comedor y de alcoba para dormir. Tiene anejo un taller y los servicios higiénicos necesarios.
Los Hermanos, encargados de los trabajos materiales, viven más cerca de sus talleres y oficinas, y en celdas más reducidas, pues gran parte del día están ocupados fuera de ellas.
OCUPACIONES
En el retiro de la celda, el solitario se ocupa la mayor parte del tiempo en cosas espirituales: rezo del Oficio Canónico y Oficio de la Virgen, lectura de la Palabra de Dios y de autores espirituales, estudios teológicos, oración, etc. Ocupaciones intercaladas con trabajos manuales. El monje cuida de su celda, cultiva su huertecito, ejecuta pequeños trabajos de artesanía: carpintería, torno, encuadernación, etc., y colabora en las actividades comunitarias en el ejercicio de algún cargo o en el servicio espiritual o cultural de sus hermanos.
ESPÍRITU DE PENITENCIA
En la Cartuja, una ascética especial, sabiamente estudiada según el fin propio de la Orden, regula todas las cosas. La ausencia de distracciones (juegos, radio, televisión, etc.) que disipan la mente y debilitan la voluntad, el rigor de la soledad y el silencio, la pobreza en el vestido, el trabajo manual, los ayunos, la interrupción del sueño, etc., practicados con espíritu de penitencia, favorecen la unión con Dios y dan al cuerpo salud y longevidad. Nunca, ni aún estando enfermo, se come carne; no hay desayuno; desde setiembre hasta abril, se contenta el Cartujo, por cena, con una frugal colación; en Adviento y Cuaresma y todos los viernes del año, hay abstinencia de lacticinios; un día a la semana, si la salud lo permite, se ayuna a pan y agua. Por lo demás, la comida principal no es escasa y además cabe la dispensa, habiendo causa razonable, en todo lo antes indicado.
ETAPAS DE LA VIDA CARTUJANA
Se distinguen varias fases en la vida del candidato a Cartujo: postulantado, noviciado, profesión temporal (votos simples), y profesión solemne (votos perpetuos). Padres y Hermanos, sacerdotes y no sacerdotes, conviven, bajo forma diversa, la misma vocación.
LOS HERMANOS
Están destinados a los servicios materiales del Monasterio, bajo la dirección del Padre Procurador. Ellos se encargan de la sastrería, carpintería, lavadero, cocina, etc.
Hay dos clases de Hermanos: Donados y Conversos. Estos hacen votos temporales y solemnes, igual que los Padres. Los Donados solamente se obligan con una Promesa de fidelidad. Pueden aspirar a Conversos, pero si quieren, permanecen de por vida en la condición de Donados. Estas diferencias vocacionales no impiden que en el Monasterio todos sean UNO EN CRISTO, tengan el mismo fin y gocen de los mismos derechos y obligaciones.
CONDICIONES DE ADMISIÓN
1º) Sincero deseo de darse totalmente a Dios; inclinación a la soledad y al silencio por motivo sobrenatural; espíritu de oración y penitencia.
2º) Buena salud y equilibrio mental, apto para la vida comunitaria y para la solitaria.
3º) Capacidad mental y física para el cumplimiento de las obligaciones regulares, los estudios o los trabajos manuales.
4º) Tener la suficiente formación para poder seguir los estudios eclesiásticos, si se aspira al sacerdocio.
5º) Ausencia de todo impedimento o compromiso canónico, familiar, económico o de otra clase.
6º) Tener 19 años de edad cumplidos; y para los monjes del claustro, no pasar de los 45.
HORARIO
Los Estatutos de la Orden trazan las líneas generales. Al detallarlo, cada Casa lo acomoda a su situación concreta.
Después de Completas, acostarse sin demora.
A medianoche, Maitines y Laudes del Oficio Canónico (precedidos de Maitines de la Virgen y seguidos de Laudes del mismo Oficio). La vigilia nocturna completa dura de dos a tres horas. A continuación se tiene el segundo sueño.
Por la mañana, Oficios en la celda, meditación, Misa Conventual, seguida de las Misas rezadas.
De vuelta a la celda se consagra como una media hora a algún ejercicio espiritual; y luego trabajo manual.
Cerca del mediodía, comida, seguida de una hora de recreación en privado. Luego, hasta Vísperas, es libre emplear el tiempo en estudio, lectura, oración, trabajo manual, etc. Después de Vísperas, algo espiritual o estudios sagrados. La cena o colación antes de Completas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario