San Medardo es un gran santo milagrero. Es uno de los
primeros santos que produjo la Francia recién convertida por San
Remigio, quien hizo bautizar al rey Clodoveo en Reims mientras le decía:
"Inclina la frente, fiero sicambo, y de ahora en adelante quema lo que
has adorado y adora lo que has quemado".
Cuando muere Clodeveo el 511, estaba mediando en su
plena madurez. Había nacido en Salency en la segunda mitad del siglo V.
Sus padres Néstor y Protagia, también ellos cristianos, educaron lo
mejor que pudieron a su hijo. Este estaba llamado por la Divina
Providencia para algo muy grande. Eran muchos los prodigios que desde
muy pequeñín se realizaban sobre él para poder presagiar de este modo.
E1 famoso pintor galo, Gallot, ha inmortalizado la
escena. Era todavía muy niño Medardo cuando un día paseaba por el campo y
se levantó una terrible tormenta. Granizaba con fuerza y llovía
torrencialmente. El niño ni se mojó ni recibió golpe alguno del granizo.
Un águila muy grande extendió sus alas sobre la cabeza del niño Medardo
y le hacía de maravilloso paraguas.
La vida de Medardo de ahora en adelante irá toda ella
rodeada de toda clase de prodigios y de gracias sobrenaturales hasta el
punto de llegar a ser uno de los Santos que han gozado y gozan de más
fama de "milagreros".
Sus padres lo encomendaron a los monjes para que le
dieran una digna educación. En las letras y en las artes progresó
maravillosamente siendo la admiración de sus mismos maestros hasta tal
punto que ya no sabían qué enseñarle porque sabía más que ellos.
Pero más aún que en las ciencias se le veía progresar
en la santidad. Se le veía absorto en la oración. Pasaba largas horas en
la Iglesia y entregado a obras de caridad. Más de una vez su padre hubo
de reñirle porque había entregado a los pobres hasta su misma
cabalgadura. Su padre intentó encaminarlo por la carrera militar, pero
pronto se dio cuenta que la suya era la de clérigo. Estudió teología y
en poco tiempo los superiores le vieron preparado para ser ordenado
sacerdote.
Queremos redactar el hecho, quizás único en la historia
de los Santos, que Medardo tuvo otro hermano que se llamó Gildardo y
que fue idéntico a Medardo que parece eran como una sola persona. La
divina Providencia los unió desde la cuna al sepulcro: Nacieron el mismo
día; se ordenaron sacerdotes el mismo día: fueron ungidos obispos el
mismo día; y el mismo día y a la misma hora, volaron al cielo a recibir
el premio de sus muchas virtudes. Los dos son Santos, pero San Gildardo,
no es tan conocido y por ello hoy se celebra sólo San Medardo. Quizá
porque éste es al que más "milagros" le atribuye el pueblo.
La vida de Medardo está cuajada de sabrosas anécdotas
que demuestran su gran caridad y cómo sabía siempre sacar bien del mal. A
los ladroncillos que abundaban por aquellos parajes solía cogerlos in
fraganti y en vez de llevarlos a la cárcel les hacía reconocer sus
pecados y que se corrigieran de ellos.
Instituyó la famosa "Fiesta de la Rosa" que consistía
en coronar de flores a la joven que a lo largo del año se había
distinguido por su bondad y caridad... y le daban ricos regalos. ¡Este
sí que era un buen concurso de belleza! El año 530 es elegido Obispo. Se
entregó de lleno como padre al cuidado de su clero y los fieles. Por
ellos estaba dispuesto a morir. Lleno de trabajos y milagros volaba al
cielo el 545, el 8 de junio.
(†
560)
San
Medardo es un santo merovingio. Un santo de aquella Francia recién
convertida al catolicismo por obra del obispo San Remigio, que hizo
bautizar en Reims a Clodoveo, bárbaro sicambro.
San
Remigio conocía bien a su regio catecúmeno, y, después de prepararle
concienzudamente cuanto daba de si la rudeza del belicoso monarca, organizó
toda una fiesta en la catedral de Reims. La oportunidad lo demandaba.
Tapices, colgaduras, cruces gemadas, lámparas en los intercolumnios,
reflejos dorados de los mosaicos, melodías de clérigos y chantres,
aclamaciones de los fieles.
Clodoveo
se sintió conmovido, transportado. Hombre de guerras y torneos, no conocía
las bellezas del culto cristiano.
—Padre
—exclamó al penetrar en la basílica deslumbrante—, ¿es esto el
cielo de que me tenéis hablado?
—No,
hijo —respondió el obispo—, esto es solamente la antesala del cielo.
Esta
anécdota nos sirve muy bien para introducirnos en la vida de un santo
merovingio. Con aquellos pueblos francos, regidos por Meroveo, que habían
estado al servicio de la Roma imperial, a la cual prestaron buena ayuda en
la derrota de Atila el año 451, había que proceder así, con suavidad y
energía, como con niños grandes, deslumbrándoles con algo que ellos no
poseían: tradición y cultura.
Al
desaparecer el Imperio de Occidente el rey Childerico comienza a construir
el reino franco, aunque el verdadero creador de aquella nacionalidad es
Clodoveo, que da a su pueblo la unidad de territorio y de religión.
Por
la batalla de Tolbiac (496) vence a los francos ripuarios y a los
alamanos, y posteriormente abraza la religión católica por influencia de
su esposa, la princesa borgoñona Clotilde, y del obispo San Remigio.
Por
otra batalla, la de Vouillé (507), se apodera de los dominios visigóticos,
eficazmente apoyado por el clero, que veía con agrado la expulsión de
los arrianos de las Galias. Posteriormente, y aplicando toda clase de
procedimientos, logró adueñarse de todos los dominios de los demás
pueblos francos del Rhin y Cambray.
Clodoveo
era un gran político y un gran militar, que recurría a todos los medios
para consolidar su poder. La frase que San Remigio pronunciara, al tiempo
de administrarle el bautismo: "Adora, sicambro, lo que has quemado, y
quema lo que hasta ahora has adorado", la entendió siempre a medias,
o, mejor, según le convenía. Su talento político iba por encima de su
conciencia, y por eso su reinado, abundante en aciertos de primer orden,
lo es también en violencias y desmanes.
Pues
en este clima crece San Medardo. Sería ya un adolescente cuando ocurrió
la muerte de Clodoveo el año 511, en que su reino fue dividido entre sus
cuatro hijos: Tbierry, Clodomiro, Childeberto y Clotario, reino que no
volvería a reunirse hasta muchos años después, en 558, en manos de
Clotario, cuando a San Medardo sólo le restaban dos años de vida.
Los
reyes francos tenían, como los restantes monarcas bárbaros, psicología
de ricos nuevos. Todo les venía ancho, en especial el derecho y el
respeto hacia los otros. Aquella mesura de los romanos, que con las
legiones llevaban las formas jurídicas y la ordenación social, no la
poseían los bárbaros pueblos de la selva, gentes en estado tribal.
Fueron los monjes y los obispos quienes penosamente hubieron de educarlos
en la moderación y el uso ponderado de la fuerza. Y —¡oh maravilla!—
el caballero, el hombre que pone su espada al servicio de las más nobles
empresas teniendo por norma el honor, es un producto del feudalismo
cristianizado. La Edad Media sería el equilibrio entre religión y poder.
San
Medardo nació en Salency. Su padre, Néctor, pertenecía a una gran
familia franca, y su madre, Protagia, era galorromana. Buena fusión para
un santo que habría de influir poderosamente en su pueblo.
De
su padre heredaría la fortaleza, la decisión e incluso el prestigio para
que nadie le tornara por sospechoso. De su madre mamaría la delicadeza,
las finas maneras, el gusto depurado.
Naturalmente,
con una madre así había que pensar en una educación esmerada para el
hijo; pero seguramente que también el padre apoyaría. Los padres quieren
vengarse de su ignorancia dando carrera a sus hijos, sobre todo si ellos
prosperaron simplemente por audacia y fortuna.
San
Medardo estudió en Augusta Veromanduorum. Esta población del norte de
Francia, cerca ya de la actual Bélgica, corresponde hoy a una ciudad que
tiene para los españoles recuerdos imperiales y nos valió El Escorial:
Saint Quentin.
Allí
estudiaría en la escuela episcopal y adelantaría en los estudios; pero más
en la virtud.
Tratándose
de un santo, y de un santo merovingio, esto es de todo punto
imprescindible. No es que estuviera predestinado a la santidad; el joven
escolar pondría grandes esfuerzos, derrocharía todo su empeño en los
estudios, pero no menos en superarse en el bien.
Desde
luego, está probado por los biógrafos primitivos el sentido limosnero
del joven Medardo. Compartía con los estudiantes más pobres su comida,
socorría largamente a los menesterosos, y en una ocasión dio un caballo
a un pobre peregrino a quien los ladrones habían dejado a pie, robándole
su cabalgadura. Cuando su padre notó la falta en la caballeriza, se
admiraría ante el suceso y presentiría que su hijo, si algún día
alcanzaba fama, no sería como guerrero, sino como clérigo.
Efectivamente,
el obispo de su diócesis le promovió a las órdenes sagradas, y
ascendiendo por los grados de la jerarquía llegó al sacerdocio.
Por
entonces debió volver a Salency para hacerse administrador de las
propiedades paternas en beneficio de los pobres, aunque no de los
ladrones.
Una
de las cosas que debían aprender los francos, acostumbrados a la ley de
la selva, era el respeto a la propiedad.
Parece
que San Medardo tuvo en parte esta misión. Pero el Santo no necesitaba
llevar a los rateros a los tribunales civiles. Resolvía él mismo, con
milagros y caridad, los casos.
Tres
anécdotas, como de Flos sanctorum,
han llegado hasta nosotros, y ungidas, además, con su propia moraleja,
como los apólogos orientales.
El
Santo tenía una viña junto a su casa. Eran los comienzos del otoño
cuando un sol en declive va dando toques de oro a los racimos de las
cepas. Una noche los ladrones asaltaron la heredad. Llenaron sus capachos
y pretendieron huir con el objeto de su depredación. Todo fue inútil; no
encontraban la salida de la finca. A la mañana siguiente la aurora y San
Medardo, que salía al predio para cantar Ios salmos de su oficio,
encontraron a los rateros. El Santo no tuvo reproche alguno para los
infelices. Tal vez, con un dejo de ironía, pudo decirles:
—¿Veis?
El pecado ciega. ¡Con lo fácil que era dar con la puerta! Podéis
marchar, y que os aproveche vuestra vendimia.
Otro
día fue un ladrón goloso que asaltó las colmenas de la casa parroquial.
Pero tan apurado se vio de las abejas que le picaban implacables, que tuvo
que solicitar socorro del Santo.
—Mira,
lo mismo ocurre con el pecado. Sus comienzos son dulces, pero las
consecuencias tienen veneno y picor de abejas.
Por
último, el caso más gracioso y educativo fue el de la vaca.
San
Medardo tenía una vaquita. Debía de ser preciosa, como cuidada por un
Santo. Y daba mucha leche.
El
Santo soltaba su vaquita al prado, y para saber si se alejaba, para
conocer sus correrías, San Medardo puso una esquila a su vaca.
La
becerra pacía aquí y allí, bajaba hasta la ribera del río, se metía
entre los juncos y espadañas de la orilla. El Santo oía la cencerra,
escuchaba su sonido, y sabía las andanzas de su vaca. Si alguna vez el
animalito se extraviaba demasiado, San Medardo lanzaba un silbido profundo
y la vaca volvía a la querencia del establo. El Santo la ordeñaba, la
apiensaba, y hasta el día siguiente.
Pero
un día la vaca se alejó. Al principio San Medardo oía el cencerro de su
vaca. Después sólo muy lejanamente, por último, nada, ni un eco.
San
Medardo silbó a su vaca, esperando hallar la respuesta de su esquilita;
pero la vaca no contestaba, porque un ladrón la había robado.
San
Medardo se acostó triste aquella noche, sin tomarse su cuenco habitual de
leche espumante.
Pero
a la mañana siguiente se presentó el ladrón solo, por su voluntad, sin
que nadie le obligara.
Mejor
dicho, venía obligado por la esquila de la vaca.
Cuando
la robó, para que no sonara, le quitó el cencerro, y lo escondió en sus
alforjas; pero el cencerro sonaba, sonaba y sonaba.
Después
lo enterró en el suelo, y el cencerro seguía sonando.
Por
fin en su casa lo atascó con paja y lo escondió entre el heno. Mas el
cencerro no dejaba de sonar. Aquella noche el hombre no pudo pegar el ojo,
oyendo incesantemente la esquila de la vaca de San Medardo.
Cuando
a la mañana siguiente le explicó al Santo lo ocurrido, le respondió éste:
—Hijo,
eso es la esquila de tu conciencia. El remordimiento no te ha dejado
dormir. Es la consecuencia de todo pecado.
Estos
hechos y aún otros más portentosos debieron hacer subir el crédito de
santidad de Medardo. Y nada puede extrañar que fuera elegido obispo a la
muerte de Alomer, que regía la sede de Vermandois. Parece ser que fue
consagrado por el propio San Remigio, y para poder seguir atendiendo a sus
posesiones familiares, y para enseñar costumbres cívicas a sus
cristianos, recién salidos de la idolatría, o, como quieren otros biógrafos
más dudosos, porque Noyon ofreciera mejores condiciones de defensa en
aquellos tiempos calamitosos de invasiones y guerra, trasladó a esta
ciudad la sede episcopal.
Aquí
comenzaría su lucha enérgica y suave centra los restos de paganismo que
se resistía a cristianizarse, contra las supersticiones, contra las duras
costumbres, contra la ignorancia, contra la rapiña y la haraganería,
contra la intriga y el asesinato.
Oscura
tarea que llevaron a cabo aquellos obispos galos del siglo VI, que
lograron cambiar la mentalidad de los francos recién convertidos.
El
prestigio de San Medardo aparece en todo su esplendor cuando vemos a la
reina Radegunda postrada a sus pies pidiendo con humildad y energía el hábito
de diaconisa.
Radegunda
era esposa de Clotario, que la había conseguido como botín el año 531,
cuando las luchas intestinas de Turingia permitieron a los reyes francos
apoderarse de aquel reino. Los hijos de Bertario, hijo del rey derrotado,
Hermanfrido, cayeron prisioneros, y entre ellos venía Radegunda, princesa
que había recibido una educación refinada en la corte de su tío.
Clotario consiguió finalmente casarse con ella, dentro de la legalidad,
aunque venciendo la repugnancia natural de la derrotada.
Mucho
debió de sufrir ésta al lado de su regio consorte, quien no sabía
percibir del cristianismo nada más que el temor del infierno, y las
noticias que la historia nos ha dejado de él nos lo presentan como príncipe
violento y lujurioso, aunque capaz de arrepentirse de alguna mala decisión
si se interponía el gesto enérgico de algún prelado. Así, después de
haber decidido apoderarse del tercio de las rentas de las iglesias,
renunció a su proyecto ante una simple protesta del obispo de Tours.
Radegunda
supo conducir la corte de Clotario dentro de una alta vida religiosa, sin
descuidar un momento sus deberes de soberana.
Mas,
como dijimos, tenia ella un hermano que había sido hecho prisionero en
531, cuando la destrucción de la Turingia. En 555 esta región se sublevó
contra Clotario, y éste hizo asesinar brutalmente al hermano de la reina.
Radegunda
pidió y obtuvo permiso de abandonar la corte, y con su ascendiente moral
obliga a San Medardo a que le diera el velo de consagrada.
El
Santo duda, no por miedo a la cólera del rey o de los presentes que le
advierten:
—Obispo,
cuida mucho de no arrebatar al rey su legitima esposa, la cual él desposó
solemnemente.
Más
bien temía ir contra los sagrados cánones, que prohiben la separación
de marido y mujer.
Mas,
como Radegunda ya había obtenido la autorización del rey, venció los últimos
escrúpulos del santo prelado cuando se presentó ante él revestida de
los hábitos religiosos y le dijo:
—Si
dudas de consagrarme, si tienes miedo de un hombre más que de Dios, sabe,
pastor, que él te pedirá cuenta del alma de tus ovejas.
Estas
palabras decidieron al buen pastor, que impuso las manos a Radegunda,
consagrándola diaconisa. Y no parece que Clotario tomara a mal la
conducta del Santo, a pesar de lamentar el haberse quedado sin tan santa
esposa. Esta marchó a Poitiers y fundó un monasterio, que puso bajo la
regla de San Cesáreo de Arlés, y donde Venancio Fortunato hacía como de
capellán y consejero del regio cenobio.
San
Medardo murió poco después, avanzado de edad y cargado de méritos,
probablemente el año 560. Al siguiente moría también Clotario, y otra
vez la dinastía franca se hacía reino cuatripartito en sus hijos.
El
cuerpo de San Medardo fue llevado muy pronto a Soissons, donde se levantó
un célebre monasterio, comenzado por el propio Clotario.
La
fama taumatúrgica del Santo creció tan rápidamente que al año podía
escribir San Niceto de Tréveris que era parangonable con la de San Martín
de Tours, San Hilario de Poitiers y San Remigio.
Los
prisioneros liberados por su intercesión acudían a su templo a dejar sus
cadenas como exvotos. Al principio del siglo X los monjes de Soissons,
huyendo de los normandos, llevaron sus reliquias de Dijon.
San
Medardo es uno de los santos más populares de la Francia de la Edad
Media. No es raro que alrededor del mismo hayan proliferado las leyendas.
Dom Leclercq, en el Diccionario de
Arqueología y Liturgia, tiene un denso artículo sobre las
“vidas" de este Santo. La que más fe hace es la escrita el año
600 por un monje merovingio, y que se atribuyó durante muchos siglos a
Venancio Fortunato, pero que indudablemente no es suya.
Otra
cosa curiosísima es la leyenda que hace hermanos gemelos a San Medardo y
San Gildardo, los cuales habrían sido bautizados el mismo día, ordenados
sacerdotes y consagrados obispos el mismo día y habrían entrado
igualmente en el cielo el mismo día. Un dístico medieval lo dice en latín
litúrgico:
Una
dies natos utero viditque sacratos,
albis indutos et ab ista carric solutos.
Pero
esta leyenda absurda y sin fundamento la refutó el mismo Mabillon en
1668, en carta al prior de San Medardo, demostrando la imposibilidad de
coincidencias cronológicas entre el obispo de Noyon y San Gildardo, que
es anterior a San Medardo.
San
Gregorio de Tours nos dice que ya en su tiempo se representaba a San
Medardo con la boca entreabierta y enseñando la dentadura, para
significar de esta manera ingenua que era patrón contra los dolores de
muelas. Este gesto del Santo ha pasado a la paremiología francesa, en que
se dice: Ris qui est de saint Médard
—le coeur n'y prend pas grand part (En la risa de San Medardo el
corazón no toma mucha parte).
La
abadía de San Medardo de Soissons llegó a ser famosa y poseer pingües
riquezas, jugando un papel importantísimo bajo los reyes merovingios y
carolingios.
Hoy, 8 de junio, conmemoramos a San MEDARDO, Obispo.
SAN
MEDARDO (¿475?-560) nació en Salency, cerca de Noyon, Francia, en la
época en que empezaban a surgir los países europeos como los conocemos
ahora, luego del colapso del Imperio Romano.
El padre de San
Medardo, de acuerdo con la tradición, fue uno de los caudillos francos
bárbaros que conquistaron la Galia romana. Su madre era hija de nobles
galo-romanos. San Medardo crece entonces dentro de la nobleza del pueblo
“conquistado”, y se puede decir que pertenece a la primera generación
de “franceses”, con ese mestizaje de barbarie con romanidad.
La
leyenda cuenta que cuando era niño estando en el bosque comenzó a caer
una tormenta; entonces se apareció un águila gigante que extendió sus
alas para protegerlo de la lluvia. Por esta razón la iconografía suele
presentarlo acompañado de esta ave.
San Medardo estudió en
Viromandensium, la actual Saint-Quentin, donde se ordenó sacerdote hacia
505. Siempre se destacó por su desprendimiento y su buena disposición
en todo momento hacia el prójimo, ofreciendo siempre una sonrisa.
En
530 fue nombrado obispo de Vermand, aunque él desplazó la sede hasta
Noyon. En 532 fue también obispo de Tournais, sucediendo a San
Eleuterio. Los cronistas le atribuyen ya entonces diversos milagros.
A
Radegunda de Turingia, esposa del pendenciero rey Clotario, la apoyó
cuando ella quiso ingresar a un convento, acaso cansada de los desmanes
de su marido. Radegunda funda más tarde un hospital y un monasterio en
Poitiers.
A la muerte de San Medardo, el rey Clotario ordena que
su cadáver sea trasladado a Soissons, y que sobre su tumba se construya
una iglesia, que sería la de la abadía de San Medardo.
El culto
de San Medardo se extendió rápidamente por Flandes y la Franconia.
Actualmente se le sigue invocando en la Francia campesina como protector
contra el exceso de lluvias.
SAN MEDARDO nos enseña el valor de la bondad.
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Medardo, Santo |
Obispo
Los datos históricos sobre su persona y obra están en
la penumbra, hay penuria de historia fiable y, por el
contrario, contamos con abundancia de fábula.
Una antigua leyenda cuenta
que siendo niño Medardo fue protegido de la lluvia por
un aguila gigante, hecho que es usado frecuentemente en su
iconografía. Por ello es que los franceses de la
Edad Media recurrieran a él para pedir lluvia y verse
libres de pedrisco, y posteriormente toda Francia le invocara contra
el dolor de muelas por tomarle como protector contra este
mal; de hecho, se le representa con una amplia sonrisa
que deja ver sus hermosos dientes, y quedó para la
cultura popular el dicho:
«ris qui est de saint Médard -
le coeur n’y prend pas grand part» (En la risa
de san Medardo - el corazón no toma mucha parte).
Nació
en Salency de padre franco y madre galorromana cuyos nombres
aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen
que estudió en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que
sitúan cerca de la actual Bélgica, en donde hay recuerdos
históricos para los hispanos por la victoria de Felipe II
en san Quintín -Saint Quentin- que nos valió el Escorial.
Ya como estudiante se distinguió -según las crónicas- por su
caridad limosnera dando a algún compañero famélico su comida y
a un peregrino caminante un caballo de la casa paterna.
Con
estos antecedentes se ve natural que se decida por la
Iglesia y no por las armas. Se ordena sacerdote y
de nuevo la fábula lo adorna con corona de actos
ejemplares, aleccionadores y moralizantes para adoctrinar a los amigos de
lo ajeno sobre el respeto a la propiedad: unos desaprensivos
que robaron uvas y no supieron luego descubrir la salida
de la viña sirven para demostrar que el pecado ciega;
de los ladrones de miel en las colmenas propiedad de
otros y que fueron atacados por el enjambre saca la
conclusión que el pecado es dulce al principio, pero después
castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se llevó la
vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar
día y noche hasta su devolución dirá que es el
peso de la conciencia acusadora ante el mal.
Y es que
el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas
del lejano mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha
prestado un buen servicio a Roma peleando y venciendo a
Atila (541), Childerico ha comenzado a poner las bases de
un reino al que Clodoveo dará unidad política y religiosa
cuando se convierta al catolicismo por ayuda de su esposa
Clotilde y del obispo Remigio, después de las batallas de
Tolbías (496) en la que venció a los francos ripuarios
y alamanes y de Vouille (507) apoderándose de los territorios
visigóticos con la expulsión de los arrianos. Ni la conversión
de Clodoveo -que siempre apreció los dictámenes de su talento
político más que los de su conciencia- ni la de
sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida
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Medardo, Santo |
cristiana; hizo falta más bien la labor callada y paciente
de muchos para mejorar a los reyes, al ejército y
a los paisanos.
A Medardo lo hacen obispo a la muerte
de Alomer; con probabilidad lo consagra Remigio. Y se encuentra
inmerso en el difícil y cruel mundo de restos de
paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la
superstición de sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres,
la haraganería, rapiña y asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador
se presenta Medardo con las armas de la bondad y
de la comprensión más que con el báculo, el anatema
o el látigo. Por ello la fuente popular que describe
graciosamente su persona y obra la adorna, agradecida, con el
aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo con
la bien ganada fama de bondad. Detrás de la narración
ampulosa que hacen los relatos se descubren, entre el follaje
literario, los enormes esfuerzos evangelizadores de los -sin organización aún,
ni derecho- primitivos francos.
Murió en torno al año 560 y
sus restos se trasladaron a la abadía de Soissons donde
le veneraron durante toda la Edad Media los ya más
y mejores creyentes francos.
SAN MEDARDO
Obispo y Confesor
n. alrededor del año 456 en Picardía, Francia; † 8 de junio del año 545 en Noyón, Francia
Patrono
de los cautivos; prisioneros; enfermos mentales; campesinos; viñedos.
Se lo invoca para pedir por buenas cosechas; buen tiempo; lluvias.
Protector contra el mal tiempo; encarcelamiento; esterilidad; dolores de
muela.
No queráis engañaros: Dios no puede ser burlado;
lo que el hombre sembrare eso cosechará
(Gálatas, 6, 7-8).
San
Medardo mostró, desde su infancia, una tierna compasión para con los
pobres. Un día dio su traje a un pobre ciego; a menudo privábase de su
comida para distribuirla a los necesitados. Fue obispo de Noyon en el
año 530. No se limitó su celo a su diócesis: arrancó una parte de la
diócesis de Tournay de la superstición e inmoralidad del paganismo.
Suavizó las costumbres de los habitantes de Flandes, inspirándoles el
amor de las máximas evangélicas. Llevando el rey Clotario su cuerpo, en
sus hombros, para enterrarlo, vióse que el cielo se entreabría para
recibir el alma de San Medardo y para honrar la piedad del rey.
MEDITACIÓN
NO HAY QUE BURLARSE DE DIOS
I.
Es burlarse de Dios no cumplir las promesas que le has hecho; es
inferirle una afrenta que no osarías inferior a un hombre honrado; es
despreciar su justicia y abusar de su bondad. Has prometido, en tu
bautismo, renunciar a las pompas del demonio: ¿cómo cumples tus
promesas? ¿Se podría, por tu conducta, reconocerte en un grupo de
infieles? No sólo la fe, también las costumbres deben distinguir a un cristiano de un pagano. (San Jerónimo).
II.
Es burlarse de Dios no creer en su palabra; es dudar de su verdad, de
su poder y de su bondad. Él ha dicho que es difícil para un rico entrar
en el cielo; que los pobres son dichosos; que te dará el céntuplo de lo
que hayas dado a los pobres. ¿Crees en todas estas verdades? Si
estuvieras bien convencido de ellas, vivirías de muy distinta manera; y
si crees en ellas sin practicarlas, es también burlarse de Dios, pero de
manera mucho más injuriosa.
III.
Es burlarse de Dios no querer darle sino el fin de tu vida, es decir,
las sobras del mundo, del demonio y de los placeres. ¡Hermoso presente a
Dios destinas cuando le dices: Me daré a Ti cuando esté ya cansado de
los placeres o cuando la edad no me permita ya gozar de ellos! Te burlas
de las recompensas eternas que Dios te prepara, puesto que no quieres
emplear, para adquirirlas, sino los tristes días de la vejez: Ahora es,
oh Dios mío, cuando quiero convertirme. ¿Hasta cuándo diré: Mañana, mañana, por qué no hoy? ¿Por qué no poner término desde ahora a mi vergüenza? (San Agustín).
La observancia de nuestros buenos propósitos Orad por el clero.
ORACIÓN
Haced,
oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad de San Medardo, vuestro
confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de, piedad y el
deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén
San Medardo de Noyon, obispo
fecha: 8 de junio n.: c. 475 - †: 560 - país: Francia otras formas del nombre: de Vermandois canonización: pre-congregación
En
Soissons, de nuevo en la Galia, san Medardo, obispo de Vermandois (San
Quintín), que trasladó su sede de esta ciudad a la de Noyon, desde la
cual trabajó por convertir al pueblo del paganismo a la verdadera
doctrina de Cristo.
patronazgo: patrono
de agricultores, bodegueros, cerveceros y fabricantes de paraguas; por
una buena cosecha, y para pedir la liberación de militantes
encarcelados, por la lluvia, el dolor de muelas, la fiebre y la
enfermedad mental.
Medardo es el santo favorito entre los campesinos del norte de
Francia, y su culto se remonta a la época de su muerte, en el siglo VI.
Ese culto recibió aliento por las leyendas que se fabricaron en torno al
nombre del santo, así como por la veneración que siempre se le ha
tributado como benefactor y protector de los sembradores y los
viñateros.
Medardo nació en Salency, localidad de Picardía, alrededor del año
470; su padre era un noble franco, y su madre una galo-romana. El chico
fue enviado a recibir su educación a un lugar que ahora se conoce con el
nombre de Saint Quentin, donde permaneció algún tiempo en el estado
laico; pero a la edad de treinta y tres años fue ordenado sacerdote. Los
poderes de Medardo como predicador y misionero fueron tan
extraordinarios, que se le eligió como sucesor del obispo Alomer, a la
muerte de éste. Se afirma, aunque sin el respaldo de alguna autoridad,
que san Medardo fue consagrado por san Remigio de Reims, cuando éste era
ya un anciano. También san Medardo debe haber sido un hombre entrado en
años, pero su energía era la de un muchacho joven, puesto que, a pesar
de que su diócesis era muy extensa, la recorrió siempre que se le
presentó la oportunidad de aumentar la gloria de Dios y combatir la
idolatría.
Muy probablemente, el resto de la historia del santo no sea más que
pura invención. Se dice que, a raíz de una incursión de los hunos y los
vándalos, trasladó su sede de Saint Quentin a Noyon y que,
eventualmente, se hizo cargo de la diócesis de Tournai. A partir de
entonces, y durante quinientos años, Noyon y Tournai estuvieron unidas
bajo el mismo obispo. De entre los datos legendarios, se puede extraer
uno que es histórico: fue san Medardo quien impuso el velo a la reina santa Radegunda
y la bendijo como diaconesa, en circunstancias que se detallan más
adelante en esta obra, bajo la fecha del 13 de agosto. La muerte de san
Medardo, ocurrida en una fecha completamente incierta, enlutó a toda su
provincia, donde era considerado como un verdadero padre en Dios.
Por noticias de Fortunato y de san Gregorio de Tours sabemos que la
fiesta de san Medardo se celebraba en aquellos días con gran solemnidad.
Las tradiciones populares en Salency, ciudad natal del santo, le
atribuyen la institución de una antiquísima costumbre que aún se
practica, conocida como el «Rosiére». Cada año, el día de la fiesta de
san Medardo, la doncella que haya observado la conducta más ejemplar en
todo el distrito, marcha escoltada por doce muchachos y doce jovencitas
hasta la iglesia, donde se la corona con rosas y se le ofrece un regalo.
A veces se presenta a san Medardo con un águila que extiende las alas
por encima de su cabeza, como una alusión a la leyenda de que, cierta
vez, cuando el santo era muy joven, un águila lo protegió de esta manera
contra la lluvia. Tal vez por aquel acontecimiento se relaciona a san
Medardo con las variaciones del clima. Los campesinos tienen la firme
creencia de que si llueve el día de san Medardo, habrá lluvia en los
cuarenta días siguientes; pero en cambio, si el 8 de junio es un día
sereno y despejado, habrá cuarenta días consecutivos de buen tiempo. En
ocasiones se representa al santo en compañía de san Guardo, a quien,
erróneamente se señalaba como su hermano gemelo y que, como a tal
conmemoraba el Martirologio Romano anterior en la misma fecha. Por
alguna razón desconocida, en la Edad Media, las imágenes de san Medardo
aparecían con la boca muy abierta, como si estuviese riendo a carcajadas
(«le rire de Sain Médard»), y también por entonces se le invocaba para
aliviar el dolor de muelas. Resulta imposible saber con certeza si la
actitud riente de las imágenes tiene algo que ver con los padecimientos
dentales.
A juzgar por el número de las notas
inscritas en el BHL., del No. 5863 al 5874, se podría pensar que el
material para la biografía de san Medardo era abundante. Sin embargo, la
mayoría de esas fuentes de información son poco dignas de confianza. A
pesar de que el poeta Venancio Fortunato era amigo de santa Radegunda y
más o menos contemporáneo del santo, es poquísimo lo que dice en su
poema sobre la historia, aunque se extiende en demasía sobre una serie
de hechos triviales y de milagros improbables. La antigua biografía en
prosa (c. 600) que también se atribuye a Fortunato, no es suya, pero
parece mucho más digna de confianza. El mejor de los textos es el que
editó Bruno Krusch en MGH., Auctores Antiquissimi, vol. IV, parte II,
pp. 67-73. La biografía que escribió Radbod alrededor del 1080, está
colmada de informaciones, pero todas son muy sospechosas. El propio
Radbod era un obispo en la doble diócesis de Noyon y Tournai; y hay
razones para pensar que, en su tiempo, se enfrentó con algún partido
poderoso que se oponía a la unión de las diócesis y creía afirmar su
posición al demostrar que la unidad de las dos sedes databa de varios
siglos atrás y se fundaba en un precedente establecido por el muy
venerable san Medardo. Parece increíble que, si en realidad San Medardo
llegó a ser obispo de Tournai, hayan dejado de mencionar el hecho
Gregorio de Tours, Venancio y muchos otros cronistas antiguos. Ni
siquiera se sabe con certeza si la transferencia de la sede a Noyon haya
tenido lugar en los tiempos de san Medardo.
Nota de ETF: he
dejado sin modificar la expresión «impuso el velo a la reina santa
Radegunda y la bendijo como diaconesa», malsonante en la actualidad. En
realidad el P. Guinea, traductor de la obra, no hace ninguna aclaración
al respecto, que bien lo hubiera merecido. En todo el Butler, 4 gruesos
volúmenes, se utiliza tres veces la expresión: dos referida a santa
Radegunda, y una referida a santa Olimpia, santa de inicios del siglo V:
«Santa Olimpia se ofreció a san Nectario, obispo de Constantinopla,
para recibir el diaconado, y se estableció en una espaciosa casa con
cierto número de vírgenes que querían consagrarse a Dios.» (Butler, vol
4, pág. 583). He buscado información al respecto y, al menos
superficialmente, no encuentro ninguna aclaración, pero da la impresión
de que en los dos (tres) casos, el autor se ha limitado a reproducir una
expresión vigente en la época, donde la palabra «diácono» seguramente
aun fluctúa entre su sentido técnico de «primer grado del sacerdocio
ordenado» y su sentido etimológico de «servidor» (de la comunidad,
especialmente de los pobres). Como sea, en los casos de Radegunda y
Olimpia da la impresión de que el nombre de «diaconesa» sirve para
identificar que serán religiosas de lo que hoy llamaríamos vida activa o
semicontemplativa, o bien que son consagradas como religiosas pero no
son vírgenes (Radegunda es casada y Olimpia viuda), lo cual fue
impedimento para la consagración en muchas épocas (de hecho, Radegunda
tiene que amenazar a Medardo con la venganza divina para que la
consagre, pero puede haber allí otro problema, político más que
canónico, ya que el marido de Radegunda, Clodoveo, era temible, y
Medardo posiblemente no quería enfadarlo.
Ver video pinchando la foto del santo:
OBISPO
Los datos históricos sobre su persona y obra están en la penumbra, hay
penuria de historia fiable y, por el contrario, contamos con abundancia
de fábula.
Una antigua leyenda cuenta que siendo niño Medardo fue protegido de la
lluvia por un águila gigante, hecho que es usado frecuentemente en su
iconografía. Por ello es que los franceses de la Edad Media recurrieran a
él para pedir lluvia y verse libres de pedrisco, y posteriormente toda
Francia le invocara contra el dolor de muelas por tomarle como protector
contra este mal; de hecho, se le representa con una amplia sonrisa que
deja ver sus hermosos dientes, y quedó para la cultura popular el dicho:
«ris qui est de saint Médard - le coeur n’y prend pas grand part» (En la risa de san Medardo - el corazón no toma mucha parte).
Nació en Salency de padre franco y madre galorromana cuyos nombres
aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen que
estudió en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que sitúan cerca
de la actual Bélgica, en donde hay recuerdos históricos para los
hispanos por la victoria de Felipe II en san Quintín -Saint Quentin- que
nos valió el Escorial. Ya como estudiante se distinguió -según las
crónicas- por su caridad limosnera dando a algún compañero famélico su
comida y a un peregrino caminante un caballo de la casa paterna.
Con estos antecedentes se ve natural que se decida por la Iglesia y no
por las armas. Se ordena sacerdote y de nuevo la fábula lo adorna con
corona de actos ejemplares, aleccionadores y moralizantes para
adoctrinar a los amigos de lo ajeno sobre el respeto a la propiedad:
unos desaprensivos que robaron uvas y no supieron luego descubrir la
salida de la viña sirven para demostrar que el pecado ciega; de los
ladrones de miel en las colmenas propiedad de otros y que fueron
atacados por el enjambre saca la conclusión que el pecado es dulce al
principio, pero después castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se
llevó la vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar día y noche
hasta su devolución dirá que es el peso de la conciencia acusadora ante
el mal.
Y es que el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas del lejano
mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha prestado un buen
servicio a Roma peleando y venciendo a Atila (541), Childerico ha
comenzado a poner las bases de un reino al que Clodoveo dará unidad
política y religiosa cuando se convierta al catolicismo por ayuda de su
esposa Clotilde y del obispo Remigio, después de las batallas de Tolbías
(496) en la que venció a los francos ripuarios y alamanes y de Vouille
(507) apoderándose de los territorios visigóticos con la expulsión de
los arrianos. Ni la conversión de Clodoveo -que siempre apreció los
dictámenes de su talento político más que los de su conciencia- ni la de
sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida cristiana;
hizo falta más bien la labor callada y paciente de muchos para mejorar a
los reyes, al ejército y a los paisanos.
A Medardo lo hacen obispo a la muerte de Alomer; con probabilidad lo
consagra Remigio. Y se encuentra inmerso en el difícil y cruel mundo de
restos de paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la
superstición de sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres,
la haraganería, rapiña y asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador
se presenta Medardo con las armas de la bondad y de la comprensión más
que con el báculo, el anatema o el látigo. Por ello la fuente popular
que describe graciosamente su persona y obra la adorna, agradecida, con
el aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo con la bien
ganada fama de bondad. Detrás de la narración ampulosa que hacen los
relatos se descubren, entre el follaje literario, los enormes esfuerzos
evangelizadores de los -sin organización aún, ni derecho- primitivos
francos.
Murió en torno al año 560 y sus restos se trasladaron a la abadía de
Soissons donde le veneraron durante toda la Edad Media los ya más y
mejores creyentes francos.
San Medardo es un gran santo milagrero. Es uno de los
primeros santos que produjo la Francia recién convertida por San
Remigio, quien hizo bautizar al rey Clodoveo en Reims mientras le
decía: "Inclina la frente, fiero sicambo, y de ahora en adelante quema
lo que has adorado y adora lo que has quemado".
Cuando muere Clodeveo el 511, estaba mediando en su
plena madurez. Había nacido en Salency en la segunda mitad del siglo V.
Sus padres Néstor y Protagia, también ellos cristianos, educaron lo
mejor que pudieron a su hijo. Este estaba llamado por la Divina
Providencia para algo muy grande. Eran muchos los prodigios que desde
muy pequeñín se realizaban sobre él para poder presagiar de este modo.
E1 famoso pintor galo, Gallot, ha inmortalizado la
escena. Era todavía muy niño Medardo cuando un día paseaba por el campo
y se levantó una terrible tormenta. Granizaba con fuerza y llovía
torrencialmente. El niño ni se mojó ni recibió golpe alguno del
granizo. Un águila muy grande extendió sus alas sobre la cabeza del
niño Medardo y le hacía de maravilloso paraguas.
La vida de Medardo de ahora en adelante irá toda ella
rodeada de toda clase de prodigios y de gracias sobrenaturales hasta el
punto de llegar a ser uno de los Santos que han gozado y gozan de más
fama de "milagreros".
Sus padres lo encomendaron a los monjes para que le
dieran una digna educación. En las letras y en las artes progresó
maravillosamente siendo la admiración de sus mismos maestros hasta tal
punto que ya no sabían qué enseñarle porque sabía más que ellos.
Pero más aún que en las ciencias se le veía progresar
en la santidad. Se le veía absorto en la oración. Pasaba largas horas
en la Iglesia y entregado a obras de caridad. Más de una vez su padre
hubo de reñirle porque había entregado a los pobres hasta su misma
cabalgadura. Su padre intentó encaminarlo por la carrera militar, pero
pronto se dio cuenta que la suya era la de clérigo. Estudió teología y
en poco tiempo los superiores le vieron preparado para ser ordenado
sacerdote.
Queremos redactar el hecho, quizás único en la
historia de los Santos, que Medardo tuvo otro hermano que se llamó
Gildardo y que fue idéntico a Medardo que parece eran como una sola
persona. La divina Providencia los unió desde la cuna al sepulcro:
Nacieron el mismo día; se ordenaron sacerdotes el mismo día: fueron
ungidos obispos el mismo día; y el mismo día y a la misma hora, volaron
al cielo a recibir el premio de sus muchas virtudes. Los dos son
Santos, pero San Gildardo, no es tan conocido y por ello hoy se celebra
sólo San Medardo. Quizá porque éste es al que más "milagros" le
atribuye el pueblo.
La vida de Medardo está cuajada de sabrosas anécdotas
que demuestran su gran caridad y cómo sabía siempre sacar bien del mal.
A los ladroncillos que abundaban por aquellos parajes solía cogerlos in
fraganti y en vez de llevarlos a la cárcel les hacía reconocer sus
pecados y que se corrigieran de ellos.
Instituyó la famosa "Fiesta de la Rosa" que consistía
en coronar de flores a la joven que a lo largo del año se había
distinguido por su bondad y caridad... y le daban ricos regalos. ¡Este
sí que era un buen concurso de belleza! El año 530 es elegido Obispo.
Se entregó de lleno como padre al cuidado de su clero y los fieles. Por
ellos estaba dispuesto a morir. Lleno de trabajos y milagros volaba al
cielo el 545, el 8 de junio.
SAN MEDARDO (†560)
«Dilexit Ecclesiam» amó a la Iglesia Católica.
San
Medardo es un santo merovingio. Un santo de aquella Francia recién
convertida al catolicismo por obra del obispo San Remigio, que hizo
bautizar en Reims a Clodoveo, bárbaro sicambro.
San
Remigio conocía bien a su regio catecúmeno, y, después de prepararle
concienzudamente cuanto daba de si la rudeza del belicoso monarca,
organizó toda una fiesta en la catedral de Reims. La oportunidad lo
demandaba. Tapices, colgaduras, cruces gemadas, lámparas en los
intercolumnios, reflejos dorados de los mosaicos, melodías de clérigos y
chantres, aclamaciones de los fieles.
Clodoveo se sintió conmovido, transportado. Hombre de guerras y torneos, no conocía las bellezas del culto cristiano.
—Padre —exclamó al penetrar en la basílica deslumbrante—, ¿es esto el cielo de que me tenéis hablado?
—No, hijo —respondió el obispo—, esto es solamente la antesala del cielo.
Esta
anécdota nos sirve muy bien para introducirnos en la vida de un santo
merovingio. Con aquellos pueblos francos, regidos por Meroveo, que
habían estado al servicio de la Roma imperial, a la cual prestaron buena
ayuda en la derrota de Atila el año 451, había que proceder así, con
suavidad y energía, como con niños grandes, deslumbrándoles con algo que
ellos no poseían: tradición y cultura.
Al
desaparecer el Imperio de Occidente el rey Childerico comienza a
construir el reino franco, aunque el verdadero creador de aquella
nacionalidad es Clodoveo, que da a su pueblo la unidad de territorio y
de religión.
Por
la batalla de Tolbiac (496) vence a los francos ripuarios y a los
alamanos, y posteriormente abraza la religión católica por influencia de
su esposa, la princesa borgoñona Clotilde, y del obispo San Remigio.
Por
otra batalla, la de Vouillé (507), se apodera de los dominios
visigóticos, eficazmente apoyado por el clero, que veía con agrado la
expulsión de los arrianos de las Galias. Posteriormente, y aplicando
toda clase de procedimientos, logró adueñarse de todos los dominios de
los demás pueblos francos del Rhin y Cambray.
Clodoveo
era un gran político y un gran militar, que recurría a todos los medios
para consolidar su poder. La frase que San Remigio pronunciara, al
tiempo de administrarle el bautismo: "Adora, sicambro, lo que has
quemado, y quema lo que hasta ahora has adorado", la entendió siempre a
medias, o, mejor, según le convenía. Su talento político iba por encima
de su conciencia, y por eso su reinado, abundante en aciertos de primer
orden, lo es también en violencias y desmanes.
Pues
en este clima crece San Medardo. Sería ya un adolescente cuando ocurrió
la muerte de Clodoveo el año 511, en que su reino fue dividido entre
sus cuatro hijos: Tbierry, Clodomiro, Childeberto y Clotario, reino que
no volvería a reunirse hasta muchos años después, en 558, en manos de
Clotario, cuando a San Medardo sólo le restaban dos años de vida.
Los
reyes francos tenían, como los restantes monarcas bárbaros, psicología
de ricos nuevos. Todo les venía ancho, en especial el derecho y el
respeto hacia los otros. Aquella mesura de los romanos, que con las
legiones llevaban las formas jurídicas y la ordenación social, no la
poseían los bárbaros pueblos de la selva, gentes en estado tribal.
Fueron los monjes y los obispos quienes penosamente hubieron de
educarlos en la moderación y el uso ponderado de la fuerza. Y —¡oh
maravilla!— el caballero, el hombre que pone su espada al servicio de
las más nobles empresas teniendo por norma el honor, es un producto del
feudalismo cristianizado. La Edad Media sería el equilibrio entre
religión y poder.
San
Medardo nació en Salency. Su padre, Néctor, pertenecía a una gran
familia franca, y su madre, Protagia, era galorromana. Buena fusión para
un santo que habría de influir poderosamente en su pueblo.
De
su padre heredaría la fortaleza, la decisión e incluso el prestigio
para que nadie le tornara por sospechoso. De su madre mamaría la
delicadeza, las finas maneras, el gusto depurado.
Naturalmente,
con una madre así había que pensar en una educación esmerada para el
hijo; pero seguramente que también el padre apoyaría. Los padres quieren
vengarse de su ignorancia dando carrera a sus hijos, sobre todo si
ellos prosperaron simplemente por audacia y fortuna.
San
Medardo estudió en Augusta Veromanduorum. Esta población del norte de
Francia, cerca ya de la actual Bélgica, corresponde hoy a una ciudad que
tiene para los españoles recuerdos imperiales y nos valió El Escorial:
Saint Quentin.
Allí estudiaría en la escuela episcopal y adelantaría en los estudios; pero más en la virtud.
Tratándose
de un santo, y de un santo merovingio, esto es de todo punto
imprescindible. No es que estuviera predestinado a la santidad; el joven
escolar pondría grandes esfuerzos, derrocharía todo su empeño en los
estudios, pero no menos en superarse en el bien.
Desde
luego, está probado por los biógrafos primitivos el sentido limosnero
del joven Medardo. Compartía con los estudiantes más pobres su comida,
socorría largamente a los menesterosos, y en una ocasión dio un caballo a
un pobre peregrino a quien los ladrones habían dejado a pie, robándole
su cabalgadura. Cuando su padre notó la falta en la caballeriza, se
admiraría ante el suceso y presentiría que su hijo, si algún día
alcanzaba fama, no sería como guerrero, sino como clérigo.
Efectivamente,
el obispo de su diócesis le promovió a las órdenes sagradas, y
ascendiendo por los grados de la jerarquía llegó al sacerdocio.
Por
entonces debió volver a Salency para hacerse administrador de las
propiedades paternas en beneficio de los pobres, aunque no de los
ladrones.
Una de las cosas que debían aprender los francos, acostumbrados a la ley de la selva, era el respeto a la propiedad.
Parece
que San Medardo tuvo en parte esta misión. Pero el Santo no necesitaba
llevar a los rateros a los tribunales civiles. Resolvía él mismo, con
milagros y caridad, los casos.
Tres anécdotas, como de Flos sanctorum, han llegado hasta nosotros, y ungidas, además, con su propia moraleja, como los apólogos orientales.
El
Santo tenía una viña junto a su casa. Eran los comienzos del otoño
cuando un sol en declive va dando toques de oro a los racimos de las
cepas. Una noche los ladrones asaltaron la heredad. Llenaron sus
capachos y pretendieron huir con el objeto de su depredación. Todo fue
inútil; no encontraban la salida de la finca. A la mañana siguiente la
aurora y San Medardo, que salía al predio para cantar Ios salmos de su
oficio, encontraron a los rateros. El Santo no tuvo reproche alguno para
los infelices. Tal vez, con un dejo de ironía, pudo decirles:
—¿Veis? El pecado ciega. ¡Con lo fácil que era dar con la puerta! Podéis marchar, y que os aproveche vuestra vendimia.
Otro
día fue un ladrón goloso que asaltó las colmenas de la casa parroquial.
Pero tan apurado se vio de las abejas que le picaban implacables, que
tuvo que solicitar socorro del Santo.
—Mira, lo mismo ocurre con el pecado. Sus comienzos son dulces, pero las consecuencias tienen veneno y picor de abejas.
Por último, el caso más gracioso y educativo fue el de la vaca.
San Medardo tenía una vaquita. Debía de ser preciosa, como cuidada por un Santo. Y daba mucha leche.
El
Santo soltaba su vaquita al prado, y para saber si se alejaba, para
conocer sus correrías, San Medardo puso una esquila a su vaca.
La
becerra pacía aquí y allí, bajaba hasta la ribera del río, se metía
entre los juncos y espadañas de la orilla. El Santo oía la cencerra,
escuchaba su sonido, y sabía las andanzas de su vaca. Si alguna vez el
animalito se extraviaba demasiado, San Medardo lanzaba un silbido
profundo y la vaca volvía a la querencia del establo. El Santo la
ordeñaba, la apiensaba, y hasta el día siguiente.
Pero
un día la vaca se alejó. Al principio San Medardo oía el cencerro de su
vaca. Después sólo muy lejanamente, por último, nada, ni un eco.
San
Medardo silbó a su vaca, esperando hallar la respuesta de su esquilita;
pero la vaca no contestaba, porque un ladrón la había robado.
San Medardo se acostó triste aquella noche, sin tomarse su cuenco habitual de leche espumante.
Pero a la mañana siguiente se presentó el ladrón solo, por su voluntad, sin que nadie le obligara.
Mejor dicho, venía obligado por la esquila de la vaca.
Cuando
la robó, para que no sonara, le quitó el cencerro, y lo escondió en sus
alforjas; pero el cencerro sonaba, sonaba y sonaba.
Después lo enterró en el suelo, y el cencerro seguía sonando.
Por
fin en su casa lo atascó con paja y lo escondió entre el heno. Mas el
cencerro no dejaba de sonar. Aquella noche el hombre no pudo pegar el
ojo, oyendo incesantemente la esquila de la vaca de San Medardo.
Cuando a la mañana siguiente le explicó al Santo lo ocurrido, le respondió éste:
—Hijo, eso es la esquila de tu conciencia. El remordimiento no te ha dejado dormir. Es la consecuencia de todo pecado.
Estos
hechos y aún otros más portentosos debieron hacer subir el crédito de
santidad de Medardo. Y nada puede extrañar que fuera elegido obispo a la
muerte de Alomer, que regía la sede de Vermandois. Parece ser que fue
consagrado por el propio San Remigio, y para poder seguir atendiendo a
sus posesiones familiares, y para enseñar costumbres cívicas a sus
cristianos, recién salidos de la idolatría, o, como quieren otros
biógrafos más dudosos, porque Noyon ofreciera mejores condiciones de
defensa en aquellos tiempos calamitosos de invasiones y guerra, trasladó
a esta ciudad la sede episcopal.
Aquí
comenzaría su lucha enérgica y suave centra los restos de paganismo que
se resistía a cristianizarse, contra las supersticiones, contra las
duras costumbres, contra la ignorancia, contra la rapiña y la
haraganería, contra la intriga y el asesinato.
Oscura
tarea que llevaron a cabo aquellos obispos galos del siglo VI, que
lograron cambiar la mentalidad de los francos recién convertidos.
El
prestigio de San Medardo aparece en todo su esplendor cuando vemos a la
reina Radegunda postrada a sus pies pidiendo con humildad y energía el
hábito de diaconisa.
Radegunda
era esposa de Clotario, que la había conseguido como botín el año 531,
cuando las luchas intestinas de Turingia permitieron a los reyes francos
apoderarse de aquel reino. Los hijos de Bertario, hijo del rey
derrotado, Hermanfrido, cayeron prisioneros, y entre ellos venía
Radegunda, princesa que había recibido una educación refinada en la
corte de su tío. Clotario consiguió finalmente casarse con ella, dentro
de la legalidad, aunque venciendo la repugnancia natural de la
derrotada.
Mucho
debió de sufrir ésta al lado de su regio consorte, quien no sabía
percibir del cristianismo nada más que el temor del infierno, y las
noticias que la historia nos ha dejado de él nos lo presentan como
príncipe violento y lujurioso, aunque capaz de arrepentirse de alguna
mala decisión si se interponía el gesto enérgico de algún prelado. Así,
después de haber decidido apoderarse del tercio de las rentas de las
iglesias, renunció a su proyecto ante una simple protesta del obispo de
Tours.
Radegunda
supo conducir la corte de Clotario dentro de una alta vida religiosa,
sin descuidar un momento sus deberes de soberana.
Mas,
como dijimos, tenia ella un hermano que había sido hecho prisionero en
531, cuando la destrucción de la Turingia. En 555 esta región se sublevó
contra Clotario, y éste hizo asesinar brutalmente al hermano de la
reina.
Radegunda
pidió y obtuvo permiso de abandonar la corte, y con su ascendiente
moral obliga a San Medardo a que le diera el velo de consagrada.
El Santo duda, no por miedo a la cólera del rey o de los presentes que le advierten:
—Obispo, cuida mucho de no arrebatar al rey su legitima esposa, la cual él desposó solemnemente.
Más bien temía ir contra los sagrados cánones, que prohiben la separación de marido y mujer.
Mas,
como Radegunda ya había obtenido la autorización del rey, venció los
últimos escrúpulos del santo prelado cuando se presentó ante él
revestida de los hábitos religiosos y le dijo:
—Si
dudas de consagrarme, si tienes miedo de un hombre más que de Dios,
sabe, pastor, que él te pedirá cuenta del alma de tus ovejas.
Estas
palabras decidieron al buen pastor, que impuso las manos a Radegunda,
consagrándola diaconisa. Y no parece que Clotario tomara a mal la
conducta del Santo, a pesar de lamentar el haberse quedado sin tan santa
esposa. Esta marchó a Poitiers y fundó un monasterio, que puso bajo la
regla de San Cesáreo de Arlés, y donde Venancio Fortunato hacía como de
capellán y consejero del regio cenobio.
San
Medardo murió poco después, avanzado de edad y cargado de méritos,
probablemente el año 560. Al siguiente moría también Clotario, y otra
vez la dinastía franca se hacía reino cuatripartito en sus hijos.
El
cuerpo de San Medardo fue llevado muy pronto a Soissons, donde se
levantó un célebre monasterio, comenzado por el propio Clotario.
La
fama taumatúrgica del Santo creció tan rápidamente que al año podía
escribir San Niceto de Tréveris que era parangonable con la de San
Martín de Tours, San Hilario de Poitiers y San Remigio.
Los
prisioneros liberados por su intercesión acudían a su templo a dejar
sus cadenas como exvotos. Al principio del siglo X los monjes de
Soissons, huyendo de los normandos, llevaron sus reliquias de Dijon.
San
Medardo es uno de los santos más populares de la Francia de la Edad
Media. No es raro que alrededor del mismo hayan proliferado las
leyendas. Dom Leclercq, en el Diccionario de Arqueología y Liturgia,
tiene un denso artículo sobre las “vidas" de este Santo. La que más fe
hace es la escrita el año 600 por un monje merovingio, y que se atribuyó
durante muchos siglos a Venancio Fortunato, pero que indudablemente no
es suya.
Otra
cosa curiosísima es la leyenda que hace hermanos gemelos a San Medardo y
San Gildardo, los cuales habrían sido bautizados el mismo día,
ordenados sacerdotes y consagrados obispos el mismo día y habrían
entrado igualmente en el cielo el mismo día. Un dístico medieval lo dice
en latín litúrgico:
Una dies natos utero viditque sacratos, albis indutos et ab ista carric solutos.
Pero
esta leyenda absurda y sin fundamento la refutó el mismo Mabillon en
1668, en carta al prior de San Medardo, demostrando la imposibilidad de
coincidencias cronológicas entre el obispo de Noyon y San Gildardo, que
es anterior a San Medardo.
San
Gregorio de Tours nos dice que ya en su tiempo se representaba a San
Medardo con la boca entreabierta y enseñando la dentadura, para
significar de esta manera ingenua que era patrón contra los dolores de
muelas. Este gesto del Santo ha pasado a la paremiología francesa, en
que se dice: Ris qui est de saint Médard —le coeur n´y prend pas grand part (En la risa de San Medardo el corazón no toma mucha parte).
La
abadía de San Medardo de Soissons llegó a ser famosa y poseer pingües
riquezas, jugando un papel importantísimo bajo los reyes merovingios y
carolingios.
|
CRIPTA DE SAN MEDARDO DE SOISSONS --- CRIPTA DE SAINT`PIERRE DE FLAVIGNY
|
En
la cripta de San Medardo de Soissons, cada una de las galerías conduce a
su propia “confessio”, es decir, a la cámara donde se encuentra la
correspondiente reliquia.
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