San Basilio. (329- 379)
Perteneció a una familia de santos. Su
abuelo murió mártir en la persecución. La abuela fue Santa Macrina. La
mamá: Santa Amelia. La hermana también fue santa. Sus hermanos San Pedro
obispo de Sebaste y San Gregorio Niceno. Su mejor amigo San Gregorio
Nacianceno (el otro santo que se celebra este día).
Basilio significa: "Rey". Nació en Cesarea de Turquía el año 329. Estudió en Atenas y Constantinopla.
Al ver que su hermana Santa Macrina había fundado un monasterio de monjas y que éstas progresaban mucho en santidad, Basilio se fue a Egipto a aprender de los monjes del desierto el modo de vivir como monje, en soledad; y al volver de allá se hizo monje y redactó sus famosas "Constituciones" que son la primera Regla de vida que se escribió para los religiosos. En ellas enseña cómo vivir en oración, estudio, buenas lecturas y trabajos manuales en un monasterio y cómo hacerse santo en la vida religiosa. En esas "Constituciones" se han basado los más famosos fundadores de Comunidades para redactar los Reglamentos de sus Congregaciones.
Basilio fue elegido Arzobispo de Cesarea, y el delegado del gobierno quiso hacerle renegar de la fe. Varios habían renegado por miedo. Pero nuestro santo le respondió: ¿Qué me vas a poder quitar si no tengo casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré ni un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Que me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento… El gobernador le respondió admirado: "Jamás nadie me había contestado así". Y Basilio añadió: "Es que jamás te habías encontrado con un obispo". El gobernante no se atrevió a castigarlo porque le pareció que era un gran santo, y porque todo el pueblo lo veneraba inmensamente.
Por su oratoria maravillosa, por sus admirables escritos y por las muchísimas obras que hizo en favor del pueblo, fue llamado "Basilio el Grande". Era amado por cristianos, judíos y paganos. San Gregorio decía: "Cada vez que leo un escrito de Basilio, siento que el Espíritu Santo transforma mi alma". Sus escritos tienen lo que se llama "Unción", o sea la cualidad especial de que conmueven al que los lee.
Además de su arrebatadora elocuencia, Basilio tenía una asombrosa actividad en favor de los necesitados. Fue al primero que se le ocurrió fundar por allí un Hospital para pobres y un ancianato. Todo, todo lo que llegaba lo regalaba a los necesitados.
Estudió mucho la Biblia y sus sermones están llenos de frases de la Sagrada Escritura. Y era especializado en filosofía y en literatura y así sus escritos están redactados de una manera muy sabia y agradable.
Se conservan unas 365 cartas suyas, muy hermosas y de provechosa lectura para el alma.
Su pensamiento dominante después del amor a Dios, era ayudar y hacer que otros ayudaran a los pobres. De San Basilio son aquellas famosas palabras: "Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón".
Trabajaba y escribía sin cesar. La gente decía: "El obispo Basilio predica a todas horas: en las misas, en las reuniones, en las catequesis, y cuando no está hablando con sus labios, está predicando con las buenas obras que hace en favor de los demás".
Y eso a pesar de la salud tan débil que tenía. Sufría de hepatitis, la cual no le permitía casi alimentarse, hasta tal punto que su piel llegó a tocar sus huesos.
Murió el 01 de Enero del año 379 cuando sólo tenía 49 años y fue sepultado el 2 de enero, en medio de un gentío tan grande y unos lloros tan impresionantes como nunca se habían presenciado en aquella ciudad capital.
Todos sus escritos y sus sermones tiene por fin hacer que la gente ame más a Dios y se vuelva más santa. Por eso es considerado como el primer escritor ascético del oriente (ascética es la ciencia que enseña a dominarse a sí mismo y a ser santo).
San Gregorio Niacianceno, Arzobispo de Constantinopla, dijo en su discurso el día del entierro: "Basilio santo, nació entre los santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio, hijo de mártires sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables".
San Basilio el Grande: ¡Ruega por nosotros!
Basilio significa: "Rey". Nació en Cesarea de Turquía el año 329. Estudió en Atenas y Constantinopla.
Al ver que su hermana Santa Macrina había fundado un monasterio de monjas y que éstas progresaban mucho en santidad, Basilio se fue a Egipto a aprender de los monjes del desierto el modo de vivir como monje, en soledad; y al volver de allá se hizo monje y redactó sus famosas "Constituciones" que son la primera Regla de vida que se escribió para los religiosos. En ellas enseña cómo vivir en oración, estudio, buenas lecturas y trabajos manuales en un monasterio y cómo hacerse santo en la vida religiosa. En esas "Constituciones" se han basado los más famosos fundadores de Comunidades para redactar los Reglamentos de sus Congregaciones.
Basilio fue elegido Arzobispo de Cesarea, y el delegado del gobierno quiso hacerle renegar de la fe. Varios habían renegado por miedo. Pero nuestro santo le respondió: ¿Qué me vas a poder quitar si no tengo casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré ni un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Que me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento… El gobernador le respondió admirado: "Jamás nadie me había contestado así". Y Basilio añadió: "Es que jamás te habías encontrado con un obispo". El gobernante no se atrevió a castigarlo porque le pareció que era un gran santo, y porque todo el pueblo lo veneraba inmensamente.
Por su oratoria maravillosa, por sus admirables escritos y por las muchísimas obras que hizo en favor del pueblo, fue llamado "Basilio el Grande". Era amado por cristianos, judíos y paganos. San Gregorio decía: "Cada vez que leo un escrito de Basilio, siento que el Espíritu Santo transforma mi alma". Sus escritos tienen lo que se llama "Unción", o sea la cualidad especial de que conmueven al que los lee.
Además de su arrebatadora elocuencia, Basilio tenía una asombrosa actividad en favor de los necesitados. Fue al primero que se le ocurrió fundar por allí un Hospital para pobres y un ancianato. Todo, todo lo que llegaba lo regalaba a los necesitados.
Estudió mucho la Biblia y sus sermones están llenos de frases de la Sagrada Escritura. Y era especializado en filosofía y en literatura y así sus escritos están redactados de una manera muy sabia y agradable.
Se conservan unas 365 cartas suyas, muy hermosas y de provechosa lectura para el alma.
Su pensamiento dominante después del amor a Dios, era ayudar y hacer que otros ayudaran a los pobres. De San Basilio son aquellas famosas palabras: "Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón".
Trabajaba y escribía sin cesar. La gente decía: "El obispo Basilio predica a todas horas: en las misas, en las reuniones, en las catequesis, y cuando no está hablando con sus labios, está predicando con las buenas obras que hace en favor de los demás".
Y eso a pesar de la salud tan débil que tenía. Sufría de hepatitis, la cual no le permitía casi alimentarse, hasta tal punto que su piel llegó a tocar sus huesos.
Murió el 01 de Enero del año 379 cuando sólo tenía 49 años y fue sepultado el 2 de enero, en medio de un gentío tan grande y unos lloros tan impresionantes como nunca se habían presenciado en aquella ciudad capital.
Todos sus escritos y sus sermones tiene por fin hacer que la gente ame más a Dios y se vuelva más santa. Por eso es considerado como el primer escritor ascético del oriente (ascética es la ciencia que enseña a dominarse a sí mismo y a ser santo).
San Gregorio Niacianceno, Arzobispo de Constantinopla, dijo en su discurso el día del entierro: "Basilio santo, nació entre los santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio, hijo de mártires sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables".
San Basilio el Grande: ¡Ruega por nosotros!
San Basilio de Cesarea | |
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Icono del siglo XI de San Basilio |
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Arzobispo y Padre Griego. | |
Proclamado Doctor de la Iglesia el 20 de septiembre de 1568 por el papa San Pío V | |
Nombre | Βασίλειος |
Apodo | el Magno o Grande |
Nacimiento | 329 Cesarea, Capadocia |
Fallecimiento | 379 Cesarea, Capadocia |
Venerado en | Iglesia Católica Iglesia Ortodoxa |
Festividad | 1 de enero (Oriente), 2 de enero (Occidente) |
Atributos | Vestiduras de obispo griego |
Patronazgo | Cappadocia, administradores de Hospital, Padres Basilianos |
San Basilio es el nombre que en la tradición griega lleva Papá Noel. Es él quien se cree que visita a los niños el primero de enero (cuando tiene Basilio su festividad). Se corresponde con San Nicolás que aparece el día de Navidad, o con los Reyes Magos, que llegan el 6 de enero.
Biografía
Basilio nació alrededor del año 330 en Cesarea, Capadocia. Provenía de una familia acomodada y piadosa en la que hubo varios santos, entre ellos están su padre, también llamado Basilio, su madre Emelia, abuela Macrina la Mayor, hermana Macrina la Joven y hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Cesarea, que llegó a ser obispo de Sebaste. Algunos historiadores de la Iglesia han sugerido que Teosebia –que también es santa para la Iglesia Ortodoxa Oriental– fue su hermana menor.Cuando aún era un niño su familia se trasladó a Ponto, pero pronto volvieron a Capadocia, a vivir con familiares de su madre, y según parece estuvieron al cuidado de su abuela Macrina. Ávido de saber, se trasladó a Constantinopla. Vivió allí y en Atenas unos cuatro o cinco años. En este último lugar tuvo como compañero de estudios a Gregorio Nacianceno, y entabló amistad con el que llegaría a ser emperador Juliano el Apóstata. Ambos estuvieron profundamente influenciados por Orígenes. Entre ambos escribieron una Antología llamada Philokalia.
Fue en Atenas donde comenzó a pensar seriamente en la religión y se decidió a buscar a los más famosos santos eremitas de Siria y Arabia para aprender de ellos el modo de alcanzar un estado de ferviente piedad y de mantener su cuerpo sometido mediante el ascetismo, lo que solía denominar “una vida filosófica”.
Después de esto lo encontramos al frente de un convento cerca de Arnesi en Ponto, donde su madre Emelia, ya viuda, su hermana Macrina y otras mujeres se dedican a una piadosa vida de oración y obras de caridad. Eustacio de Sebaste ya había trabajado en Ponto a favor de una vida anacoreta, y Basilio le reverenciaba por ello, a pesar de que diferían sobre algunos aspectos dogmáticos, lo que poco a poco fue distanciándoles. Tomando partido desde el principio y en el Concilio de Constantinopla con los homoousianos, Basilio coincidió especialmente con los que superaron la aversión al homoousios oponiéndose al arrianismo, y de este modo aproximándose a Atanasio de Alejandría. Al igual que Atanasio, se opuso también a la herejía macedoniana.
Asimismo se distanció de su obispo, Dionisio de Cesarea, que únicamente había suscrito la forma de acuerdo de Nicea, y con el que se reconcilió sólo cuando éste estaba a punto de morir. Fue ordenado presbítero de la Iglesia de Cesarea en 365; su ordenación fue probablemente consecuencia de los ruegos de sus superiores eclesiásticos, que deseaban utilizar su talento contra los arrianos, ya que, en esa parte del país, eran numerosos y gozaban del favor del emperador arriano, Valente, que reinaba en esa época en Constantinopla.
En 370 muere Eusebio, obispo de Cesarea, y Basilio fue elegido para sustituirle. Fue entonces cuando se pudieron apreciar sus grandes dotes. Cesarea era una importante diócesis, y su obispo era, ex officio, exarca de la gran diócesis de Ponto. Apasionado y un tanto imperioso, Basilio también era generoso y accesible. Su celo por la ortodoxia no le impedía advertir las virtudes de sus adversarios; y por mor de la paz y la caridad renunciaba sin dificultad a utilizar la terminología ortodoxa cuando ello era posible sin sacrificar la verdad. Resistió con todo su poder al emperador Valente, que se esforzó en introducir el arrianismo en su diócesis, e impresionó tanto al emperador, que aunque estuvo tentado a eliminar al intratable obispo, terminó por dejarle tranquilo.
Para salvar a la Iglesia del arrianismo, Basilio inició contactos con Occidente, y mediante la ayuda de Atanasio, intentó superar sus recelos hacia los homoiousianos. Las dificultades habían aumentado al plantear la cuestión de la esencia del Espíritu Santo. A pesar de que Basilio había defendido con objetividad la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, se sumaba aquellos que, fieles a la tradición oriental, no admitían el predicado homoousios al tercero; esto se le había reprochado ya en 371 por los zelotes ortodoxos, que había entre los monjes, y Atanasio lo defendió. Mantuvo su relación con Eustacio a pesar de las diferencias dogmáticas, lo que provocó ciertos recelos. Por otra parte, Basilio fue gravemente ofendido por los defensores del homoousioanismo, que a él le parecían estar reviviendo la herejía sabeliana.
No vivió para ver el final de las desafortunadas controversias entre facciones, y el éxito absoluto de sus esfuerzos para mediar entre Roma y Oriente. Sufrió una enfermedad del hígado; lo que le produjo una muerte prematura. Un perdurable monumento a su dedicación episcopal hacia los pobres fue el gran instituto ante las puertas de Cesarea que fue utilizado como casa para los pobres, hospital y hospicio.
Escritos
Los principales escritos teológicos de Basilio son su De Spiritu Sancto, una lúcida y edificante reflexión sobre la Escritura y la tradición cristiana primitiva (para probar la dignidad del Espíritu Santo) y su Refutación de la apología del impío Eunomio, escrito en 363 ó 364, tres libros contra Eunomio de Cícico, el máximo exponente del arrianismo anomeo. Los tres primeros libros de la Refutación son obra suya, los libros cuarto y quinto, que suelen también incluirse, no pertenecen a Basilio o a Apolinaris de Laodicea, sino probablemente a Dídimo de Alejandría.Fue célebre predicador; se han conservado muchas de sus homilías, incluyendo una serie de sermones cuaresmales sobre el Hexameron. Algunos como el dedicado contra la usura y el referido al hambre, de 368, resultan de valor para la historia de la moral; otros muestran los honores que hay que rendir a mártires y reliquias. Sus incitaciones para que los jóvenes estudiaran literatura clásica, muestran que su propia educación tuvo una perdurable influencia sobre él, y que le enseñó a apreciar la importancia propedéutica de los clásicos.
Su inclinación hacia el ascetismo puede verse en las Moralia y Regulae, manuales de ética para utilizar respectivamente en el mundo y en el claustro. De las reglas monásticas atribuidas a Basilio, la más breve de todas es la que más probablemente es obra suya.
Es en los manuales de ética y en los sermones morales donde se ilustran los aspectos prácticos de su teología teorética. Así, por ejemplo, es en su Sermón a los lazicanos donde encontramos que es nuestra naturaleza común la que nos obliga a tratar las necesidades de nuestros vecinos (v.gr.: hambre, sed) como si fueran nuestras, a pesar de que se trate de un individuo diferenciado. Posteriormente los teólogos explican explícitamente que esto es un ejemplo de cómo los santos se convierten en imagen de la naturaleza común de las personas de la Trinidad.
Sus trescientas cartas muestran un carácter rico y observador, que a pesar de los problemas derivados de su endeble salud y de sus vicisitudes eclesiásticas, permaneció optimista, tierno e incluso juguetón. Sus principales esfuerzos como reformador se dirigieron al mejoramiento de la liturgia, y a la reforma de las órdenes monásticas orientales.
La mayor parte de las liturgias que llevan el nombre de Basilio, en la forma presente, no son obra suya, sin embargo, mantienen reminiscencias de su actividad en este campo, al establecer fórmulas para las oraciones de la liturgia y al promover el canto en la misa. Hay una liturgia que puede serle atribuida, se trata de La divina liturgia de Basilio el Grande, una liturgia que es algo más larga que la más celebrada Divina liturgia de Juan Crisóstomo; todavía es utilizada en determinadas festividades en la Iglesia Católica Ucraniana y en la Iglesia Ortodoxa Oriental, tales como el domingo de cuaresma.
Todas sus obras, así como unas pocas falsamente atribuidas, están disponibles en Patrologia Graeca, que incluye traducciones latinas de calidad variable. Aún no hay ninguna edición crítica disponible.
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Basilio el Grande.
- San Basilio en catholic.net
- San Basilio el Grande en la Enciclopedia Católica
- ¿Sabes quién era San Basilio? Obispo de Cesarea y Doctor de la Iglesia.
- Textos traducidos
- San Basilio en Iglesia.org
- Benedicto XVI presenta a san Basilio
San Basilio el Grande | |
Padres Iglesia | |
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San Basilio el grande
San
Basilio el Grande, arzobispo de Cesarea de Capadocia, recibió su
educación primaria en una familia muy piadosa. Su abuela, su hermana, su
madre y su hermano fueron canonizados. Su padre era profesor de
oratoria y abogado. Al terminar sus estudios en Cesarea, Basilio estudió
en famosas escuelas de Atenas. Al regresar a su patria fue bautizado y
asignado al clero como lector. Después, durante mucho tiempo vive con
los ermitaños en Siria, Mesopotamia, Palestina y Egipto. La vida en el
desierto le agradaba a Basilio. Él encontró un lugar donde instaló su
refugio. Con él estaba su amigo de la infancia San Gregorio (El
Teólogo). El arzobispo de Cesarea, Eusebio, hizo regresar a San Basilio
del desierto y lo ordenó presbítero. En el puesto del presbiterado,
siendo el ayudante más cercano al arzobispo en los asuntos de la
dirección de la Iglesia, San Basilio trabajaba mucho hasta el
agotamiento. Él predicaba todos los días, a veces dos veces por día. En
Cesarea y sus alrededores organizó hospitales, asilos y casas para los
peregrinos
Tras la muerte de Eusebio (año 370), San
Basilio fue ascendido a la cátedra de Cesarea. Casi todo el tiempo
durante su servicio como arzobispo tuvo una tensa y dura lucha con los
arrianos, los cuales tenían gran fuerza en los tiempos del emperador
Constancio y más todavía en los tiempos del emperador Valente (los
arrianos negaban la Divina naturaleza del Señor Jesús Cristo). En su
lucha contra los arrianos San Basilio continuaba la labor de San
Atanasio, e igual que él, era el irrompible pilar de la Ortodoxia. Le
decían al emperador Valente que si Basilio se rendía al arrianismo
triunfaría definitivamente. Entonces Valente envió a Cesarea al prefecto
llamado Modesto, famoso por su crueldad en la persecución de los
ortodoxos. Muy arrogante, Modesto llegó a Cesarea e hizo llamar a San
Basilio. Al principio trataba de convencerlo, tentándolo con las
promesas de diferentes favores del emperador si San Basilio se relaciona
con los obispos inclinados al arrianismo. Luego, viendo su firmeza
comenzó a amenazarlo con el secuestro de bienes, con destierro perpetuo y
con la muerte. Con coraje, San Basilio le contestaba: “No tengo miedo
al destierro porque toda la tierra es del Señor, es imposible quitar los
bienes al quien no tiene nada, la muerte es para mi un bien porque me
unirá con el Cristo para quien yo vivo y trabajo.” La grandeza de San
Basilio sorprendió al prefecto. “Hasta este momento nadie se animó a
hablar conmigo de esta forma” le dijo. “Tal vez tu nunca tuviste la
oportunidad de hablar con obispo” le contestó modestamente San Basilio.
En este tiempo, el mismo emperador llegó
a Cesarea. El emperador fue a la iglesia (en el día de Epifanía) donde
oficiaba San Basilio. Su piadoso santo oficio y la gran multitud de la
gente rezando enternecidamente sorprendieron al emperador. Sin embargo,
tomó todas las medidas para que San Basilio acepte algún arreglo con los
arrianos. Al encontrarse con la resuelta negativa, lo condenó al
destierro. La inesperada enfermedad de su hijo hizo que suspendiera la
sentencia y pidiera al Santo sus oraciones. Entonces los arrianos
lograron que por lo menos fuese reducida la zona del arzobispo. (Anoimo —
el obispo de la nueva zona de la ciudad de Tiana se convirtió en su
rival y enemigo).
Para preservar a su diócesis de las
intrigas de los arrianos, San Basilio organizó una diócesis especial en
la ciudad de Sasima, ubicada justo en el limite de las zonas divididas.
Para esta cátedra tan importante en la lucha con los arrianos él puso al
frente a su amigo San Gregorio, al cual hace poco tiempo había ordenado
como obispo. Pero San Gregorio no quiso ocupar este inquieto puesto
porque no respondía a su estado espiritual.
Además de abnegada defensa de la
Ortodoxia contra el arrianismo, el arzobispo Basilio había prestado
otros grandes servicios a la Iglesia. Toda su vida y especialmente los
nueve años de su servicio como arzobispo estaban llenos de una imparable
labor. Sus numerosas cartas muestran su preocupación y el dolor de su
alma relacionados con los desordenes en la Iglesia. También muestran
como se preocupaba para que hubiese paz en el ambiente episcopal. Los
refugios para los pobres, organizados por él que fueron pagados por una
parte con el dinero que había heredado de sus padres y por otra parte
con las donaciones. Estas obras eran tan grandes que parecía una ciudad.
Durante las épocas de hambre en Cesarea, lo ciudadanos encontraron en
él un generoso bienhechor. Fue fundador de alguno famosos conventos para
los monjes y también creó las reglas de vida y de comportamiento de los
monjes, las cuales siguen vigentes.
El piadoso santo oficio de San Basilio
sorprendió mucho a Valente. Pero nosotros tenemos otro testimonio por
parte del otro y más importante apreciador de la belleza espiritual :San
Efrén de Siria. Guiado por inspiración divina, San Efrén llegó a la
iglesia donde oficiaba San Basilio y quedó tan impresionado y motivado
por todo lo visto y escuchado allí que expresó sus sentimientos en voz
alta en su idioma sirio, llamando la atención de la gente. Esto sirvió
para que entre San Basilio y San Efrén se estableciera una amistosa
relación, lo que está demostrado en sus cartas. San Basilio se
preocupaba por la uniformidad y el orden de los santos oficios, por eso
explicó el orden de la Liturgia apostólica, la que se conoce como la
Liturgia de San Basilio. Esta Liturgia se realiza todos lo domingos
durante la Gran Cuaresma y en algunos otros días. También él compuso
numerosas oraciones de uso en la iglesia. Las más conocidas son las que
se leen de rodillas en el día de Pentecostés.
Para la Iglesia tienen mucha importancia
los escritos de San Basilio, especialmente “El Hexamerón” (sobre los 6
días de la creación del Mundo) en los cuales se manifiesta no solo como
un gran teólogo, sino también como el científico en el dominio de las
ciencias naturales. También llegaron a nosotros: trece homilías sobre
los Salmos, veinticinco homilías para distintas ocasiones, cinco libros
contra los arrianos y “Los Ascéticos” sobre la Divinidad del Espíritu
Santo.
La dura labor y dolores del alma agotaron sus fuerzas terminando su vida a los 50 años el 1 de enero del año 379.
San Basilio el Grande |
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Tres grandes figuras encontramos en Capadocia de
Cesarea: San Basilio el Grande, su hermano san Gregorio de Nisa y su
amigo san Gregorio Nacianceno. Son conocidos como los Padres Capadocios,
quienes trabajaron denodadamente junto con san Atanasio y otros contra
aquella expansión de arrianismo por Oriente.
San Basilio el Grande, nació de padres nobles, ricos y
piadosos, en Cesarea de Capadocia (Asia Menor) hacia el año 329. Su
madre, Enmedia, era hija de mártir y hermana de un obispo. Fuero diez
hermanos de los que tres eran obispos: san Basilio, san Gregorio Niseno,
Pedro de Sebaste y una santa, Macrina la joven (330-379), para
distinguirla de santa Macrina la Anciana, abuela de ellos, que huyó a el
Ponto donde estuvieron en el bosque para librarse de la persecución de
Diocleciano.
San
Basilio recibió de su abuela una profunda formación religiosa, y de su
padre las ciencias que posteriormente amplió con los maestros de
Cesarea, donde conoció a san Gregorio Nacianceno, con quien tuvo una
profunda amistad, pues sus itinerarios eran la escuela y la iglesia. Su
formación humanística fue anterior al bautismo que lo recibió siendo
adulto y su pensamiento helenista lo adaptó al cristianismo, cuando
regresando a Capadocia y por influencia de su hermana Macrina despertó
de su sopor científico y se entregó de pleno a Cristo.
En el año 357, realiza un largo viaje por Egipto,
Palestina, Siria y Mesopotamia, y a su regreso da sus bienes a los
pobres y se retira a Annesi, en la orilla del Iris, funda un monasterio
en el que se dedica a la oración, lectura y trabajo manual en ambiente
de completa soledad, rigor y dureza de vida. Pronto comienzan a acudir
discípulos ansiosos de seguir a Jesucristo -como en toda época en la que
surge un santo-, por lo que entre el año 358 y el siguiente redacta las
Grandes Reglas llenas de sabiduría y moderación; aunque posteriormente escribe las Pequeñas Reglas donde se ocupa de consejos y exhortaciones. Hacia el año 359 escribe para sus monjes la Filocalía o antología de Orígenes, que es su modelo para compaginar la ascética y la formación científica.
Al año siguiente, la Providencia le llamaba por otros
caminos, y muy a su pesar, tiene que dedicarse, también, a la vida
activa en defensa de la Iglesia que se ve amenazada exteriormente por
las persecuciones e interiormente por las herejías. A la muerte del
obispo Dionisio le sucede Eusebio, quien desea tener cerca a Basilio, le
hace lector y posteriormente le ordenó sacerdote. Las
envidias, le obliga a retirarse a su monasterio del Ponto; pero la
persecución cruenta de Valente a favor del arrianismo le hace volver
junto a su obispo y con la ayuda de san Gregorio Nacianceno, toma su
cargo anterior de auxiliar de Eusebio, donde permanece durante cinco
años, y sin descuidar su vida monástica, realiza un intenso ministerio
apostólico, intensifica su lucha contra los arrianos, hace reformas en
el clero y monjes, además de las catequesis y servicio al pueblo. Lo que
recibe en herencia de su madre, lo entrega nuevamente para acudir a las
necesidades del prójimo y recomendó suscripciones para aminorar
desgracias.
A la muerte del obispo Eusebio, le sucede en la sede
metropolitana, pese a las oposiciones de algunos que la ambicionaban. Su
misión era enormemente difícil por tener la responsabilidad de
cincuenta diócesis, repartidas en once provincias; era primordial elegir
obispos idóneos, convocar sínodos y resolver todo tipo de dificultades.
La mayor dificultad era la influencia del arrianismo que estaba
protegido por el emperador Valente, pues con las doctrinas de Arrio
confundía a los fieles, produciendo gran perjuicio a la Iglesia y sufrir
en su autoridad por la nefanda influencia de los obispos arrianos.
A la muerte de Valente, en el año 378, hubo un
periodo de paz en la Iglesia. Su sucesor, el emperador Graciano dio
libertad religiosa y san Basilio pudo ocuparse a la labor pastoral con
mayor intensidad. El pueblo de Constantinopla pidió tener en la sede
episcopal a san Gregorio Nacianceno.
San Basilio se encontraba muy deteriorado de salud
por una grave dolencia hepática. Fatigado por los trabajos,
preocupaciones y penitencias de su vida ascética agotó su vida a la edad
de 49 años, el 1 de enero del año 379.
En esos 20 años, aproximadamente, llenos de
dificultades, controversias, viajes..., resulta difícil comprender la
capacidad de aprovechamiento del tiempo para llevar una vida de asceta,
contemplativo, orador, escritor, dejando multitud de cartas, discursos,
tratados dogmáticos, reglas de vida... con el único objetivo de llevar
almas a Dios. Su oratoria era sencilla y valiente, pues hablaba a los
fieles para llegar a sus al almas, sin que su sabiduría ni buena
retórica perjudicara a la claridad al alcance de todos. En su
conversación era inteligente, claro y rotundo, por lo que el emperador
Valente, para amedrentarle, le envío al prefecto Modesto, quien ante las
respuestas inflexibles de san Basilio, dijo: “Nunca me habló nadie de
esta manera”, a lo que le respondió en santo: “Es que todavía no habías
chocado con un obispo”.
Tiene 24 discursos llenos de savia y energía
cristiana sobre asuntos morales muy diversos; dos series de homilías
sobre el Génesis y los Salmos. Sus cartas constatadas son unas 365, en
las que se narra la turbulenta historia de la Iglesia, la vida de los
cristianos de su época, trata de disciplinas canónicas, la vida monacal,
a sacerdotes infieles,... temas pastorales de su responsabilidad.
Escribió tres libros contra el arriano Eunomio, impugnando su doctrina.
Fue, también, reformador en la liturgia. Poseemos su liturgia en griego y
copto, pero no es su forma primitiva, sino tal como se usaba a mitad
del siglo V, llegando su uso hasta nuestros días en la Iglesia griega
oriental ortodoxa de los oficios divinos según esta liturgia en las diez
fiestas mayores del año.
Doctrinalmente, san Basilio defendió contra Sabelio,
la distinción de personas divinas; contra los arrianos, su perfecta
igualdad, y contra los indecisos semiarrianos la confesión de formulas
trinitarias claras.
Escritos eucarísticos
[1]..
Y una terrible noche se había apoderado de la vida, de suerte que todos
se desconocían mutuamente, agitados por diabólica locura. Eran
destruidas por manos impías las casas de oración, eran destrozados los
altares, y no había oblación ni se quemaba incienso; no había lugar para
ofrecer sacrificios, sino que una tristeza inmensa, como una nube, lo
tenía invadido todo, se hacia huir a los que daban culto a Dios...
[2]Que
es necesario no andar dudando de las cosas que dice el Señor; antes al
contrario persuadirse de que toda palabra de Dios es verdadera y
posible, aunque se oponga la naturaleza, porque aquí está precisamente
el combate de la fe.
C.1 .... Se peleaban, pues, entre sí los judíos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer
su carne? Les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no comiereis la
carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no. tenéis vida en vosotros (Jn. 6,53)...
[3]Que es necesaria también para la misma vida eterna la participación del cuerpo y sangre de Cristo.
C.1. En verdad, en verdad os digo: si no comiereis la carne del Hijo del hombre y beberéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna (Jn. 6,53s) etc.
Que quien se acerca a la comunión sin considerar que
se da la participación del cuerpo y de la sangre de Cristo, no saca
ninguna utilidad de ella; y el que la recibe indignamente es condenado.
C.2. En verdad, en verdad os digo: si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tenéis vida en vosotros (lbid.) Y un poco más abajo: Mas Jesús, sabiendo por sí mismo
que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza?
Pues qué, si viereis al Hijo del hombre subir adonde antes estaba? La
carne de nada sirve; el espíritu es quien da la vida, Las palabras que
yo os he dicho son espíritu y son vida (lbid. 61ss). De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere este cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Por lo tanto, examínese a sí mismo
el hombre; y de esta suerte coma del pan y beba del cáliz. Porque quien
come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación, no
haciendo el debido discernimiento del cuerpo del Señor. (1Cor. 11,27ss).
De qué modo se ha de comer el cuerpo y .beber la sangre del Señor en memoria de la obediencia del Señor hasta la muerte, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2Cor. 5,15).
C. 3. (Lc 22,19s; 1Cor. 11,23-26; 2Cor. 5,14s; 1Cor. 10,16s)4].
Que debe alabar con himnos al Señor aquel que participa de las cosas santas.
C. 4. Estando ellos comiendo, habiendo tomado Jesús el pan y habiendo dado gracias lo partió y se lo dio a los discípulos (Mt 26,26) etc. A lo que añade: Y dicho el himno salieron hacia el monte de los olivos (Ibid., 30).
[5]Con qué temor o con qué entera persuasión o con qué afecto debemos recibir el cuerpo y la sangre de Cristo.
Respuesta . El temor, ciertamente, nos lo enseña el Apóstol cuando dice: El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación (1Cor. 11,29); y la persuasión integra la engendra la fe en las palabras del Señor, que dijo: Este es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía (Lc.
22,19), y también [la fe] en .el testimonio de Juan, que ,habiendo
conmemorado primeramente la gloria del Verbo, introdujo después el modo
de la encarnación con estas palabras: El Verbo se hizo carne y
habitó en medio de nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, gloria
cual del Unigénito procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad (Jn. 1,14), y [la fe] en el Apóstol, que escribió: El cual, subsistiendo en la forma de Dios, no consideró como una presa arrebatada el ser al igual de Dios; antes se anonadó a sí mismo
tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y en su
condición exterior presentándose como hombre. Se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fip. 2,6ss). ... El que participa del pan y del cáliz debe tener tal disposición y preparación.
[6]Si
conviene que se atreva a acercarse a la comunión de las cosas santas
aquel a quien acaeciesen los fenómenos acostumbrados y según la
naturaleza.
Respuesta. Mostró el. Apóstol que el que fue
sepultado juntamente con Cristo en el bautismo es superior a la
naturaleza y a la costumbre. Pues por una parte dice en aquel pasaje
donde trata del bautismo de agua, después de otras cosas: Sabemos de
esto que nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con él, para
que sea destruido el cuerpo del pecado, y ya en adelante no sirvamos más
al pecado (Rom. 6,6). ... Pues si aquí está lo que es más que el
tiempo, a nosotros, evidentemente nos enseñará el Apóstol de modo más
temible, diciendo: El que come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación (1Cor. 1,29).
[7]Si conviene celebrar en una casa ordinaria la oblación.
Respuesta . Así como no permite la
Escritura que ningún vaso ordinario se use para las cosas santas, así
tampoco [permite] celebrar los misterios santos en una casa ordinaria,
ya que por mandato de Dios el Antiguo Testamento abiertamente prohíbe
que se haga nada de eso. Por su parte, dice el Señor: Aquí está lo que es más que el templo (Mt. 12,6), y el Apóstol: ¿Acaso no tenéis casas para comer y beber? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo; porque yo os trasmití a vosotros lo que yo recibí (1Cor.
11,22s) etc. Aquí se nos enseña que no debemos comer ni beber la cena
ordinaria en la iglesia, ni mancillar la cena del Señor en casa, fuera
del caso en que alguno, obligado por la necesidad, eligiere un sitio o
casa más dignos en tiempo conveniente.
[8] De
los dogmas y predicaciones conservados en la Iglesia, unos los tenemos
por la enseñanza escrita, otros, en cambio, los hemos recibido
transmitido a nosotros en misterio por la tradición de los apóstoles; y
ambos tienen la misma fuerza para la piedad. Y ninguno que tenga alguna
experiencia de lo que son las instituciones eclesiásticas contradiga a
ninguno de ellos. Porque si intentamos rechazar las costumbres que no
se nos han trasmitido por escrito, como si no tuvieran gran fuerza,
perjudicaremos sin darnos cuenta el evangelio en las mismas cosas
principales; más aún, reduciremos la predicación a un nombre vacío. ...
¿Quién de los santos nos dejó por escrito las palabras de la invocación
[epíclesis] en la manifestación del pan de la Eucaristía y del cáliz de
la bendición? Porque no nos contentamos con las [palabras] que recordó
el Apóstol o el evangelio, sino que antes y después decimos otras por
tener gran fuerza para el misterio, las cual se hemos recibido por
tradición no escrita...
[9]Y el comulgar cada día y participar del santo cuerpo y sangre de Cristo es bueno y muy útil; pues dice Él claramente: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (Jn.
6, 54). Porque ¿ quién pone en duda que participar continuamente de la
vida no es otra cosa que vivir de muchos modos? Nosotros ciertamente
comulgamos cuatro veces a la semana: el domingo, el miércoles [la feria
cuarta], el viernes [la parasceve] y el sábado. y otros días sí es la
conmemoración de algún santo. Y el que alguno se vea forzada en tiempo
de persecución a recibir la comunión con su propia mano, no estando
presente el sacerdote o el ministro, es superfluo el mostrar que de
ninguna manera es grave, pues lo confirma con su práctica una larga
costumbre. Porque todos los monjes que viven en los desiertos donde no
hay sacerdote, conservando la comunión en casa la reciben por sí mismos.
En Alejandría y en Egipto cada uno, aun de los seglares, por lo común
tiene comunión en su casa y comulga por sí mismo cuando quiere. Porque,
después que el sacerdote ha realizado una vez el sacrificio y lo ha
repartido, el que lo recibe todo de una vez, debe creer con razón al
participar de él después cada día, que participa y la recibe del que se
lo ha dado. Pues también el sacerdote en la iglesia distribuye una
parte, la cual retiene con todo derecho el que la recibe, y así se la
lleva a la boca con su propia mano. Pues la misma fuerza tiene si uno
recibe del sacerdote una parte o si se recibe muchas al mismo tiempo.
[10]...
Desapareció el gozo y alegría espiritual. Nuestras fíestas se
convirtieron en dolor; se cerraron las casas de oración; los altares
estaban privados de culto espiritual. Ya no hay reuniones de cristianos,
ni presidencia de doctores, ni documentos saludables, ni solemnidades,
ni cantos de himnos nocturnos, ni aquel dichoso entusiasmo de las almas
que brota en las sinaxis y comunicación de los carismas espirituales
para las almas de los que creen en Cristo. Nos está bien el decir: No hay en este tiempo príncipe, ni profeta., ni caudillo, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde presentar las primicias en la presencia del Señor, y encontrar misericordia (Dan 3,38s).
[12]21 Si
carece de peligro el que uno que no está limpio de toda mancha de
cuerpo y espíritu, coma el cuerpo y beba la sangre del Señor.
Respuesta . Ya que Dios dispuso en la ley
la última pena contra aquel que no estando limpio se atreviere a tocar
las cosas sagradas, pues está escrito típicamente para ellos, mas para
amonestación nuestra: Y habló nuevamente el Señor a Moisés, diciendo: Di a Aarón y a sus h ijos que se abstengan de las oblaciones sagradas de los hijos de Israel, que ellos me consagran a mí y no profanen mi santo nombre. Yo el
Señor. Diles a ellos: en la serie de vuestras generaciones todo hombre
de vuestra estirpe que teniendo sobre sí impureza, se acerque a las
cosas santas que han santificado los hijos de Israel al Señor, será
exterminada aquella alma de delante de Mí. Yo el Señor (Lev.
22,1ss). Si hay tales amenazas contra aquellos que temerariamente se
acercan a las cosas que han sido santificadas por los hombres, ¿qué
diremos contra aquel que no teme acercarse a un tal y tan grande
misterio? Pues cuanto aquí está lo que es más que el templo (Mt.
12,6), según la palabra del Señor, tanto es más grave y de temer el
atreverse con el alma manchada a comer la carne de Cristo que el comer
carneros o toros, ya que dice el Apóstol: De! manera que cualquiera que comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo y de la sangre del Señor (1Cor. 11,27). Y mediante una repetición declara el mismo juicio de modo más vehemente y más de temer a la vez. Dice: Y examínese a sí mismo
cada uno y de esta suerte coma del pan y beba del cáliz. Porque quien
come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación, no haciendo
discernimiento del cuerpo del Señor (Ibi., 28s).
Porque si aquel que se encuentra en sola impureza
–legal- (y por la ley sabemos típicamente la propiedad de la impureza),
está sujeto a un juicio tan terrible, ¿cuánto más grave juicio se
atraerá sobre sí el que estando en pecado sé atreve a comer el cuerpo de
Cristo? Limpiémonos, pues, de toda mancha (la diferencia que existe
entre mancha e impureza es cosa manifiesta para los prudentes y sabios),
y así acerquémonos a las cosas sagradas, para que escapemos del juicio
de aquellos que mataron al Señor, pues, cualquiera que comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor [(bid.,
27); y poseamos la vida eterna, como prometió el Señor veraz y Dios
nuestro Jesucristo, si al comer y al beber nos acordáremos de Él, que
murió por nosotros, y Observáremos la sentencia del Apóstol, que dice. Porque
la caridad de Cristo nos urge al considerar que si uno murió por todos,
luego todos murieron; y murió por todos para que los que viven no vivan
ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2Cor. 5,14s], lo cual pactamos en el bautismo (cf. Rom. 6,11).
[1]Homilía en honor del mártir Gordio. N.2 (MG 31,496 A-B).
[2]Regla 8 (MG 31,712 C-D. 713 A-B).
[3]Regla 21 (MG 31,737 C-741 A).
[4]En este capítulo transcribe el texto de la Sagrada Escritura.
[5]Cuestión 172 (MG 31,1196 A-C).
[6]Cuestión 309 (MG 31,1301 C-1304 B).
[7]Cuestión 310 (MG 31,1304 B-C).
[8]Sobre el Espíritu Santo . C.27 n.66 (MG 32,183 A-E).
[9]Cartas. Serie 2: Carta 93 ( MG 3 2,484 B- 185 B). A Cesárea, patricia, acerca de la comunión.
[10]Carta 243 n.2 (MG 32.905 B-C).
[11]Nos
dice el P. Solano. S.I. que no es segura la autenticidad de este
escrito, y que posiblemente él trazara el plan de la obra, dejando a
otro su desarrollo.
[12]L.2 cuestión 3 (MG 31,1584 B-1585 C).
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Oración de San Basilio el Grande
Por tanto, yo te ruego, oh dador de gracias y amante de la humanidad; Guárdame bajo tu protección y a la sombra de tus alas.
Y concédeme que, con pura conciencia hasta mi último aliento, participe dignamente de tus Cosas santas, para la remisión de mis pecados y para la vida eterna; pues Tú eres el pan de vida, la fuente de toda santidad, el dador de todos los bienes y a Ti te glorificamos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén
San Basilio el Grande
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Tableta de pinoTempera. Aureola dorada a la hoja de oro.Arzobispo de Cesarea en Capadocia entre 370 y 379, San Basilio el Grande figura al principio de la elaboración del dogma de la Santísima Trinidad. Es el primero de los Padres de la Iglesia que declara claramente que el Espíritu Santo es plenamente Dios, de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo. Durante su breve ministerio, construyó numerosos hospitales y escuelas, compuso una liturgia y redactó sus famosas Reglas,
fundamento
del monaquismo oriental
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HISTORIA DE SAN BASILIO EL GRANDE.
Himno de la "Liturgia de San Basilio el Grande"
Este pequeño himno data sin duda del siglo VI. La idea
repetida
de alegría que se encuentra en él tiene su origen
en el saludo
de Gabriel, que es explícitamente, en griego, un
deseo de alegría.
Mientras que en la liturgia y la piedad latinas
el Ave es sólo un
saludo, los orientales perciben en la palabra
del ángel nuestro
Gaude.
Tú eres un motivo de alegría
para toda criatura,
Templo santo. Paraíso espiritual.
Gloria virginal.
Pues de Ti es de quien Dios ha tomado
carne,
pues, de tus entrañas
El ha hecho un trono,
En eslavo, donde este himno se utiliza en la liturgia,
la palabra
traducida por trono significa igualmente altar.
San Basilio (II). Audiencia del miércoles 1 de agosto 2007.
Nacido en torno al 329 en Cesarea, capital de Capadocia
(la actual Kayseri, en Turquía). Su infancia transcurrió
en una
familia muy cristiana. Él mismo en la Carta 204, 6, dirigida
a
los ciudadanos de Neocesarea en el año 375 dice: " Hemos sido
criados por una abuela que era una santa mujer, nacida de
entre vosotros.
Quiero hablar de la famosísima Macrina,
que nos enseñó
las palabras del Santo Gregorio, todas las
que le había conservado
la tradición oral, las que ella misma
guardaba y de las que se servía
para educar y formar en las
doctrinas de la piedad al niñito que
yo era entonces".
La mencionada abuela Macrina solía, según se deduce,
La mencionada abuela Macrina solía, según se deduce,
repetir
a sus nietos las enseñanzas de San Gregorio
Taumaturgo, discípulo
de Orígenes y obispo de Neocesarea.
El padre quiso que el hijo adolescente
perfeccionara
sus estudios en las escuelas más importantes de las
capitales:
Cesarea, Bizancio y finalmente Atenas, considerada todavía
como la patria de la elocuencia, donde encontró a su mejor
amigo,
Gregorio de Nacianzo, hijo del obispo de la misma ciudad.
Allí compartieron
sus ilusiones, su amistad y sobre todo su
gran interés por el estudio.
Este amigo, Gregorio, en un
escrito titulado "In laudem Basilii" (36 515C-528),
recuerda que Basilio sobresalía por su capacidad de
aprender y por
la amplitud de su interés, y que así llegó
a la cúspide
del saber de su tiempo.
Y precisamente en Atenas, apenas cumplidos los veinte
Y precisamente en Atenas, apenas cumplidos los veinte
años y
al término de sus brillantes estudios, comenzó
a sentir gran
insatisfacción y a la vez una fuerte
atracción por una vida
entregada al evangelio.
Así lo expresa en su Carta 223, 2-3:
"He perdido casi toda mi juventud en el vano trabajo
"He perdido casi toda mi juventud en el vano trabajo
al que yo me aplicaba
para adquirir las enseñanzas
de la sabiduría que Dios proclamaba
loca. Un día,
me desperté como de un profundo sueño,
volví los
ojos hacia la admirable luz de la verdad evangélica,
y vi la inutilidad de la sabiduría de los príncipes
de este
mundo, abocados a la destrucción.
Entonces lloré mucho por
mi vida miserable,
y pedía que alguien me diese la mano para
introducirme
en las doctrinas de la piedad. Ante
todo me preocupaba de enmendar mis
costumbres
largo tiempo pervertidas por frecuenta a gente
de mala vida.
Así pues, habiendo leído el
evangelio y habiendo observado
que un modo
eficacísimo de alcanzar la perfección consistía
en vender las posesiones, en compartir su
producto con mis hermanos los
pobres, en
quedar completamente libre de los cuidados
de esta vida y en
permitir a complacencia
alguna el hacer a mi alma volverse hacia las
cosas
de aquí abajo, yo ardía en deseos de
hallar entre los hermanos
a alguien que hubiera
escogido este mismo camino de la vida, con el
fin
de franquear juntos el oleaje de esta vida.
Descubrí muchos hombres
de esta clase en
Alejandría, en Egipto... Por eso, cuando vi
que
algunos en mi patria se esforzaban
por imitar sus virtudes, creí
haber hallado
una ayuda para mi salvación".
En el año 355 dejó Atenas y volvió a Cesarea. Aquí,
En el año 355 dejó Atenas y volvió a Cesarea. Aquí,
muy probablemente ejerció la retórica por algún tiempo.
Pero ya el año siguiente volvía a ausentarse, para realizar
viajes que le permitieran conocer más de cerca de los hombres que
en las diversas regiones orientales se habían entregado a la vida
ascética. Con viva admiración, visitó a muchos ascetas
en Alejandría y en el resto de Egipto, en Palestina, en Siria, en
Celesiaria y en Mesopotamia. Esta experiencia le atrajo de tal manera que
decidió entregarse a la vida de anacoreta y poco más tarde
fundó comunidades monásticas.
En el año 358 recibió el Bautismo y se
En el año 358 recibió el Bautismo y se
retiró a
Anesis, en el Ponto, sobre el
río Iris y no lejos de los suyos.
Así le
describe este lugar a su amigo Gregorio
en una de sus cartas:
"Allí es donde Dios me ha mostrado un paraje
"Allí es donde Dios me ha mostrado un paraje
tan conforme a mi
carácter. Es una montaña
alta, cubierta de espeso bosque
y regada al norte
por límpidas y frescas aguas. A sus pies se
extiende
una llanura en suave pendiente,
continuamente empapada por las aguas que
rezuman de la montaña. Un bosque crecido
espontáneamente
a su alrededor, con una gran
variedad de especies de árboles, le
sirve de cerca...
Pero el mejor elogio que podríamos hacer de
este
paraje es que, por su capacidad natural
de producir toda clase de frutos,
gracias a su
favorable situación, produce lo que para mí
es el mejor de los frutos: la tranquilidad"
(Carta 14,1-2).
La actividad de Basilio es siempre intensa.
La actividad de Basilio es siempre intensa.
Recibe abundantes visitas,
como la de su
amigo Gregorio, a quien no logra convencer
para que se quede
en el monasterio. Es invitado
por el obispo Dianio para que le acompañe
como Lector al Concilio de Constantinopla
el año 360. Vuelve y escribe
algunas obras.
En el 374 es ordenado sacerdote, y le invitan a
quedarse
junto al nuevo obispo de Cesarea,
Eusebio. Las relaciones entre ambos no
siempre
son fáciles. Para no prolongar la incómoda
situación,
Basilio deja Cesarea y vuelve a su retiro.
Desde allí cuida de los
monasterios de la región
en los que va desarrollando el germen de
los que
más tarde fue el conjunto de reglas monásticas
en
las que se apoyó el movimiento monástico posterior.
Pero en el 370, muere el obispo Eusebio y es llamado
Pero en el 370, muere el obispo Eusebio y es llamado
a sucederle. Su
elección para obispo acaba
definitivamente su amada experiencia
de la
soledad y le lanza a una actividad intensa.
En su calidad de obispo
de Cesarea, capital de
Capadocia, la más importante región
de
Asia Menor, tenía dignidad de metropolita
sobre sedes episcopales
limítrofes, y
funciones de exarca en la organización
administrativa
imperial. Se ve abocado a
actuar a la vez en el plano pastoral, en el
teológico
y en el político, pues está en plena
efervescencia el arrianismo
y el cisma de Antioquia,
que amenazaba la unidad de la Iglesia.
Autoritario por temperamento, amante de su tierra
Autoritario por temperamento, amante de su tierra
y de sus tradiciones,
poseía una gran inteligencia y
una exquisita sensibilidad. Su delicada
salud no le
impedía desarrollar una múltiple actividad que
le
llevó a ser admirado por todos. Se dedicó de
lleno a los
cuidados que requerían las necesidades
inmediatas de su fieles,
construyendo para la
asistencia a los enfermos, de los indigentes y
de
los peregrinos, un vasto complejo, con
habitaciones anejas para los médicos,
los enfermeros y los auxiliares: una nueva ciudad,
construida principalmente
a sus expensas, llamada
"Basiliada", a la salida de Cesarea.
Fue también reformador de la liturgia y han llegado
Fue también reformador de la liturgia y han llegado
hasta nosotros
como documento incomparable
varias de sus homilías. Pero el empeño
al que se
mantuvo incesantemente ligado, con un gran sentido
de servicio
ecuménico a la Iglesia, fue la
defensa del dogma trinitario y el
arreglo
del cisma de Antioquia. Sufrió persecuciones
e incomprensiones
tanto de parte de los emperadores
como de muchos de sus hermanos obispos.
En este
clima conflictivo, Basilio compuso su tratado para
defender al
Espíritu Santo, inseparable del Padre y
del Hijo, y digno de igual
honor que el Padre y el Hijo.
Basilio moría el 1 de enero del año 379. Su personalidad
Basilio moría el 1 de enero del año 379. Su personalidad
y su multiforme actividad causaron admiración en todos.
Muy pronto
se le dio el título de "Magno".
Uno de los tres Padres Capadocios; Padre del monasticismo oriental; Arzobispo de Cesárea; Patrón de administradores de hospitales .
Nació
en Cesárea de Capadocia, de familia cristiana; hombre de gran cultura y
virtud, comenzó a llevar vida eremítica, pero el año 370 fue elevado a
la sede episcopal de su ciudad natal.
Es considerado como el primer escritor ascético del oriente.
Combatió
a los arrianos; escribió excelentes obras y sobretodo reglas
monásticas, que rigen aún hoy en muchos monasterios del Oriente.
Murió el día 1 de enero del año 379.
Tema favorito: la caridad hacia los pobres.
De sus cartas:“¿A quién he perjudicado, dices tú, conservando lo que es mío? Dime, sinceramente, ¿qué te pertenece? ¿De quién recibiste lo que tienes? Si todos se contentaran con lo necesario y dieran el resto a los pobres, no habría ni ricos ni pobres” Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: Tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con qué comprar lo que necesita. “Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón”. "Lo que nosotros enseñamos no es el resultado de nuestras reflexiones personales, sino lo que hemos aprendido de los Padres" San Gregorio: “Cada vez que leo un escrito de Basilio, siento que el Espíritu Santo transforma mi alma”. |
San Basilio Magno (Basilio el Grande)
Doctor de la Iglesia de Cesarea (329-379)
Etim: Basilio = rey
Fiesta: 2 de enero, junto a su gran amigo San Gregorio NaciancenoVer también sus escritos:Tenemos depositada en nosotros una fuerza que nos capacita para amar, Regla mayor, respuesta 2,1-4 La acción del Espíritu Santo
Mas escritos del santo >>
San Basilio Benedicto XVI, Audiencia, 4-VII-07
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy queremos recordar a uno de los grandes padres de la Iglesia, san Basilio, definido por los textos litúrgicos bizantinos como una «lumbrera de la Iglesia» Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho por los éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a la admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré sobre mi miserable vida» (Cf. Carta 223: PG 32,824a).
Atraído por Cristo, comenzó a tener ojos sólo para él y a escucharle solo a él (Cf. «Moralia» 80,1: PG 31,860bc). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y en el ejercicio de la caridad (Cf. Cartas. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
Con la predicación y los escritos desarrolló una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir al mismo tiempo el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Sirviéndose de su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,29 in laudem Basilii»: PG 36,536b). Con la palabra y los escritos, muchos de los cuales todavía hoy se conservan (Cf. «Regulae brevius tractatae», Proemio: PG 31,1080ab), les exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica, entre ellos, muy especialmente, San Benito, que considera a Basilio como su maestro (Cf «Regula» 73, 5).
En realidad, san Basilio creó un monaquismo muy particular: no estaba cerrado a la comunidad de la Iglesia local, sino abierto a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia local, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a él, el amor por él, sobre todo en las obras de caridad.
Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres y de este modo mostraron la vida cristiana de una manera completa. El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando del monaquismo, escribió: «muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica «Patres Ecclesiae» 2).
Como obispo y pastor de su extendida diócesis, Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza el mal; se comprometió con los pobres y los marginados; intervino ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los potentes para defender el derecho de profesar la verdadera fe (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,48-51 in laudem Basilii»: PG 36,557c-561c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (Cf. Basilio, Carta 94: PG 32,488bc), una especie de ciudad de la misericordia, que tomó su nombre «Basiliade» (Cf. Sozomeno, «Historia Eclesiástica». 6,34: PG 67,1397a). En ella hunden sus raíces las los modernos hospitales para la atención de los enfermos.
Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» («Sacrosanctum Concilium» 10), Basilio, si bien se preocupaba por vivir la caridad, que es la característica de la fe, fue también un sabio «reformador litúrgico» (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,34 in laudem Basilii»: PG 36,541c). Nos dejó una gran oración eucarística [o anáfora] que toma su nombre y que ha dado un orden fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él, el pueblo amó y conoció los Salmos e iba a rezarlos incluso de noche (Cf. Basilio, «In Psalmum» 1,1-2: PG 29,212a-213c). De este modo, podemos ver cómo liturgia, adoración, oración están unidas a la caridad, se condicionan recíprocamente.
Con celo y valentía, Basilio supo oponerse a los herejes, quienes negaban que Jesucristo fuera Dios como el Padre (Cf. Basilio, Carta 9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3: PG 32,392b-396a; «Adversus Eunomium» 1,20: PG 29,556c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, afirmó que también el Espíritu Santo es Dios y «tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre y el Hijo» (Cf. «De Spiritu Sancto»: SC 17bis, 348). Por este motivo, Basilio es uno de los grandes padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, dado que es Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.
En su amor por Cristo y su Evangelio, el gran capadocio se comprometió también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (Cf. Carta 70 y 243), tratando siempre de que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (Cf. «De iudicio» 4: PG 31,660b-661a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes tienen que obedecer (Cf. ibídem 1-3: PG 31,653a-656c).
Concluyendo, Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia en el multiforme servicio del ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en «apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y regla de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico piadoso, padre y nodriza, cooperador de Dios, agricultor d Dios, constructor del templo de Dios» (Cf. «Moralia» 80,11-20: PG 31,864b-868b).
Este es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra, tanto ayer como hoy, un programa que él mismo se comprometió generosamente por vivir.
En el año 379, Basilio, sin haber cumplido los cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, a través de Jesucristo, nuestro Señor» («De Bautismo» 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor por el prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.
Hoy queremos recordar a uno de los grandes padres de la Iglesia, san Basilio, definido por los textos litúrgicos bizantinos como una «lumbrera de la Iglesia» Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho por los éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a la admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré sobre mi miserable vida» (Cf. Carta 223: PG 32,824a).
Atraído por Cristo, comenzó a tener ojos sólo para él y a escucharle solo a él (Cf. «Moralia» 80,1: PG 31,860bc). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y en el ejercicio de la caridad (Cf. Cartas. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
Con la predicación y los escritos desarrolló una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir al mismo tiempo el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Sirviéndose de su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,29 in laudem Basilii»: PG 36,536b). Con la palabra y los escritos, muchos de los cuales todavía hoy se conservan (Cf. «Regulae brevius tractatae», Proemio: PG 31,1080ab), les exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica, entre ellos, muy especialmente, San Benito, que considera a Basilio como su maestro (Cf «Regula» 73, 5).
En realidad, san Basilio creó un monaquismo muy particular: no estaba cerrado a la comunidad de la Iglesia local, sino abierto a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia local, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a él, el amor por él, sobre todo en las obras de caridad.
Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres y de este modo mostraron la vida cristiana de una manera completa. El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando del monaquismo, escribió: «muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica «Patres Ecclesiae» 2).
Como obispo y pastor de su extendida diócesis, Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza el mal; se comprometió con los pobres y los marginados; intervino ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los potentes para defender el derecho de profesar la verdadera fe (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,48-51 in laudem Basilii»: PG 36,557c-561c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (Cf. Basilio, Carta 94: PG 32,488bc), una especie de ciudad de la misericordia, que tomó su nombre «Basiliade» (Cf. Sozomeno, «Historia Eclesiástica». 6,34: PG 67,1397a). En ella hunden sus raíces las los modernos hospitales para la atención de los enfermos.
Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» («Sacrosanctum Concilium» 10), Basilio, si bien se preocupaba por vivir la caridad, que es la característica de la fe, fue también un sabio «reformador litúrgico» (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,34 in laudem Basilii»: PG 36,541c). Nos dejó una gran oración eucarística [o anáfora] que toma su nombre y que ha dado un orden fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él, el pueblo amó y conoció los Salmos e iba a rezarlos incluso de noche (Cf. Basilio, «In Psalmum» 1,1-2: PG 29,212a-213c). De este modo, podemos ver cómo liturgia, adoración, oración están unidas a la caridad, se condicionan recíprocamente.
Con celo y valentía, Basilio supo oponerse a los herejes, quienes negaban que Jesucristo fuera Dios como el Padre (Cf. Basilio, Carta 9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3: PG 32,392b-396a; «Adversus Eunomium» 1,20: PG 29,556c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, afirmó que también el Espíritu Santo es Dios y «tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre y el Hijo» (Cf. «De Spiritu Sancto»: SC 17bis, 348). Por este motivo, Basilio es uno de los grandes padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, dado que es Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.
En su amor por Cristo y su Evangelio, el gran capadocio se comprometió también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (Cf. Carta 70 y 243), tratando siempre de que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (Cf. «De iudicio» 4: PG 31,660b-661a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes tienen que obedecer (Cf. ibídem 1-3: PG 31,653a-656c).
Concluyendo, Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia en el multiforme servicio del ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en «apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y regla de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico piadoso, padre y nodriza, cooperador de Dios, agricultor d Dios, constructor del templo de Dios» (Cf. «Moralia» 80,11-20: PG 31,864b-868b).
Este es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra, tanto ayer como hoy, un programa que él mismo se comprometió generosamente por vivir.
En el año 379, Basilio, sin haber cumplido los cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, a través de Jesucristo, nuestro Señor» («De Bautismo» 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor por el prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.
Vida De San Basilio
BASILIO nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por
parte de padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían
sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron San
Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su
padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían vastos
terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio
Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que
más tarde sería el emperador apóstata.
Basilio y Gregorio Nacianceno,
los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos
contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, “sólo
conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la
que nos llevaba a las escuelas”. Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea. Ahí
pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba
en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a
abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta,
luego de haber colaborado activamente en la educación y establecimiento
de sus hermanas y hermanos más pequeños, se había retirado con su
madre, ya viuda, y otras mujeres, a una de las casas de la familia, en
Annesi, sobre el río Iris, para llevar una vida comunitaria.
Fue
entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde aquel
momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza
evangélica. Comenzó por visitar
los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia,
con el propósito de observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció en un paraje
agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de Annesi por el
río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria y al
estudio. Con los discípulos, que
no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales figuraba su
hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor,
organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se
conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la
vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San
Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años
solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta
importancia como el propio San Benito.
Lucha contra la herejía arriana
Por aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase
diácono y sacerdote en Cesárea; pero inmediatamente, el arzobispo
Eusebio tuvo celos de la influencia del santo y éste, para no crear
discordias, volvió a retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la
fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos
años más tarde, San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia,
sacó a Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe
del clero y de las Iglesias. Se
llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó
en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él
quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se
diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante
una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano
de todos los bienes de todos los bienes que le había heredado su madre,
los vendió y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se
detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de
ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado
con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles
de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
Obispo de Cesárea
El
año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de
manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para
ocupar la sede arzobispal vacante. El
14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una
contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El
puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y
erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesárea, era
exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los
cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad,
hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su
confianza y su apoyo.
Antes
de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador
Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en Bitrina y Galacia
una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión
de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a
tratar algún compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero nuestro
santo le respondió:
¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento . . .
El gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un obispo”.
El
emperador Valente se decidió en favor de exilarlo y se dispuso a firmar
el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que
iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a escribir. El
emperador quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria
manifestación, confesó que, muy a su pesar, admiraba la firme
determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo
sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de
Cesárea.
Pero
apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una
nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos provincias
civiles y la consecuente reclamación de Antino, obispo de Tiana, para
ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia. La
disputa resultó desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse
visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por
haberse malquistado con su amigo San Gregorio Nacianceno, a quien
Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que
se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias. Mientras
el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su
fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el
cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta
en los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a
asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y sábados. Entre
las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que más tarde
implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia antes del
amanecer, para cantar los salmos. Para
beneficio de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los
muros de Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio
Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente
para ser reconocido como una de las maravillas del mundo. A
ese centro de beneficencia llegó a conocérsela con el nombre de
Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la muerte
de su fundador. A pesar de sus
enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares
apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de las
montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre su clero
y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no
fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y
la disciplina eclesiásticos.
No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La
muerte de San Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la
ortodoxia en el oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para
merecer ese título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y
unificar a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y
descompuestos por los cismas y la disensiones entre sí, parecían estar a
punto de extinguirse. Pero las
propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados
esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y
hasta acusaciones de ambición y de herejía. Incluso
los llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso y a los
obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del oriente y
allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta
indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las
calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin
duda a causa de mis pecados, escribía San Basilio con un profundo
desaliento, parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto
emprendo!"”
Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector absolutamente inesperado. El
9 de agosto de 378, el emperador Valente recibió heridas mortales en la
batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al trono de su sobrino
Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el oriente. Cuando
las noticias de estos cambios llegaron a oídos de San Basilio, éste se
encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le
proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió
el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado
por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una
penosa enfermedad. Toda Cesárea
quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un
protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”.
Setenta
y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió
homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la gracia
quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente que fue uno de los
más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido;
sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores.
Se conserva una extensa colección de sus cartas:
En
una de ellas nos cuenta que él pedía un cumplimiento estricto de la
disciplina, lo mismo entre clérigos que entre laicos, y que cierto
diácono, que no era malo, pero sí rebelde y un poco alocado y que solía
presentarse en medio de un grupo de muchachas que cantaban himnos y
bailaban, tuvo que vérselas con él; con igual determinación combatió la
simonía en los puestos eclesiásticos y la admisión de personas indignas
entre el clero; luchó contra la rapacidad y la opresión de los
funcionarios y llegó a excomulgar a todos los complicados en la “trata
de blancas”, una actividad muy difundida en Capadocia. Podía
reconvenir con temible severidad, pero prefería las maneras suaves y
gentiles; como un ejemplo, están sus cartas a una muchacha descarriada y
a un clérigo colocado en un puesto de gran responsabilidad, que se
estaba mezclando en política; muchos ladrones que solo aguardaban ser
entregados a los jueces para sufrir un castigo terrible, fueron
amparados por el santo y devueltos a sus casas en completa libertad,
pero con una imborrable amonestación sobre sus conciencias. Pero tampoco se quedaba callado Basilio cuando eran los acaudalados y poderosos quienes quebrantaban sus deberes. “¡Os negáis a dar con el pretexto de que no tenéis lo suficiente para vuestras necesidades!”, exclamó en uno de sus sermones. “Pero en tanto que vuestra lengua os excusa, vuestra mano os acusa: ¡Cuántos
deudores podrían ser rescatados de la prisión con uno de esos anillos!
¡Cuántas pobres gentes ateridas por el frío se cubrirían con uno solo de
vuestros guardarropas! ¡Y sin embargo, vosotros dejáis ir a los pobres
de vuestras puertas, con las manos vacías!” No era únicamente a los ricos a quienes imponía la obligación de dar. “¿Dices que tú eres pobre? Bien; pero siempre habrá otros más pobres que tú. Si
tienes lo bastante para mantenerte vivo diez días, aquel hombre no
tiene suficiente para vivir uno . . . No tengáis temor de dar lo poco
que tengáis. No coloquéis nunca vuestros propios intereses antes que la necesidad común. Dad vuestro último mendrugo de pan al mendigo que os lo pide y confiad en la misericordia de Dios”.
San Basilio el Grande: ¡rogad por nosotros!
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos.
Sálesman, P. Eliécer; Vidas de Santo #1
Sgarbosa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día
Sálesman, P. Eliécer; Vidas de Santo #1
Sgarbosa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día
Escritos del Padre San Basilio el Grande
No sería justo ver en Basilio únicamente al administrador y organizador eclesiástico.
En medio de todas las tareas que consumían su tiempo, él fue siempre
un gran teólogo. De hecho, en los libros litúrgicos de la Iglesia griega
ocupa el primer puesto entre “los grandes maestros ecuménicos.” Se le podría llamar, con ciertas reservas, “un romano entre los griegos,” porque sus mismos escritos revelan un hombre de acción y una inclinación hacia los aspectos prácticos y éticos del mensaje cristiano, mientras que los demás Padres griegos muestran una decidida preferencia por el lado metafísico del Evangelio.
Gregorio Nacianceno certifica (Orat.
43,66) que sus contemporáneos tuvieron en gran estima sus escritos
tanto por su contenido como por su forma. Los leían gente culta y gente
iletrada, cristianos y paganos. No vacila en ponderar la influencia
que ejercieron en su propio pensamiento, en su vida y aspiraciones, y
le llama “maestro de estilo” (Ep. 51). Focio (Bibl. cod. 141) es aún más entusiasta:
El gran Basilio es admirable en todos sus escritos. Sabe mejor que ningún otro cómo usar un estilo que es puro, claro, propio y completamente forense y panegírico. A nadie cede en orden y pureza de sentimientos. Le gusta el estilo persuasivo, la dulzura y brillantez; sus palabras fluyen como un arroyo que brota naturalmente de una fuente. Emplea la probabilidad en tal grado, que si uno fuera a tomar sus discursos como modelos de lenguaje forense y practicara sobre ellos, con tal de que no estuviera del todo ayuno de las reglas relacionadas con este arte, no creo que necesitaría consultar ningún otro autor, ni siquiera a Platón ni a Demóstenes, que los antiguos recomendaban estudiar a quien deseare hacerse orador forense y panegirista.
El gran Basilio es admirable en todos sus escritos. Sabe mejor que ningún otro cómo usar un estilo que es puro, claro, propio y completamente forense y panegírico. A nadie cede en orden y pureza de sentimientos. Le gusta el estilo persuasivo, la dulzura y brillantez; sus palabras fluyen como un arroyo que brota naturalmente de una fuente. Emplea la probabilidad en tal grado, que si uno fuera a tomar sus discursos como modelos de lenguaje forense y practicara sobre ellos, con tal de que no estuviera del todo ayuno de las reglas relacionadas con este arte, no creo que necesitaría consultar ningún otro autor, ni siquiera a Platón ni a Demóstenes, que los antiguos recomendaban estudiar a quien deseare hacerse orador forense y panegirista.
Escritos Dogmáticos
Todos los tratados dogmáticos que nos quedan de Basilio están dedicados a refutar el arrianismo.
1. Contra Eunomio
Su escrito dogmático más antiguo es el Adversus Eunomium, en tres libros, que compuso entre los años 363-365. Su título original, Άνατρεπτικός του Απολογητικού του δυσσεβους Ευνομιου está indicando que se trata de una refutación del pequeño tratado Apologia, que publicó, hacia el año 361, Eunomio, uno de los jefes del ala extrema del arrianismo, los anomeos. El libro primero refuta el argumento de que la esencia de Dios consiste en su inascibilidad (άγεννησία) y que, por consiguiente, el Verbo no puede ser verdadero Hijo de Dios, porque es engendrado y simple criatura. El libro segundo defiende la doctrina de Nicea de que el Verbo es consubstancial (ομοούσιος) con el Padre. El libro tercero afirma con idιntico énfasis la consubstancialidad del Espíritu Santo. Las ediciones impresas agregan dos libros más, dedicados igualmente a defender la consubstancialidad del Hijo y del Espíritu Santo; pero no fueron compuestos por Basilio, sino, al parecer, por Dídimo el Ciego (cf. supra, p.92).
Su escrito dogmático más antiguo es el Adversus Eunomium, en tres libros, que compuso entre los años 363-365. Su título original, Άνατρεπτικός του Απολογητικού του δυσσεβους Ευνομιου está indicando que se trata de una refutación del pequeño tratado Apologia, que publicó, hacia el año 361, Eunomio, uno de los jefes del ala extrema del arrianismo, los anomeos. El libro primero refuta el argumento de que la esencia de Dios consiste en su inascibilidad (άγεννησία) y que, por consiguiente, el Verbo no puede ser verdadero Hijo de Dios, porque es engendrado y simple criatura. El libro segundo defiende la doctrina de Nicea de que el Verbo es consubstancial (ομοούσιος) con el Padre. El libro tercero afirma con idιntico énfasis la consubstancialidad del Espíritu Santo. Las ediciones impresas agregan dos libros más, dedicados igualmente a defender la consubstancialidad del Hijo y del Espíritu Santo; pero no fueron compuestos por Basilio, sino, al parecer, por Dídimo el Ciego (cf. supra, p.92).
2. Sobre el Espíritu Santo
La obra Sobre el Espíritu Santo (Περί του Αγίου Πνεύματος) escrita hacia el aρo 375, trata también de la consubstancialidad de las dos divinas Personas, del Hijo y del Espíritu Santo, con el Padre. Empieza Basilio explicando que le habían criticado por haber usado en público la doxología: Gloria al Padre con el Hijo juntamente con el Espíritu Santo (μετά του Υιοΰ συν τφ Πνευματι τω Αγίω), en vez de la fσrmula corriente: Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo (δια του Υιού εν τω Αγιω Πνευματι). Se consideraba la primera como una innovación. Basilio se justifica diciendo que la primera es tan ortodoxa como la segunda e insiste en que la Iglesia usa ambas. Siendo el Hijo y el Espíritu Santo de la misma idéntica substancia del Padre, les corresponde a los dos igual honor que al Padre, como lo prueban la Escritura y la tradición. Por consiguiente, la primera fórmula, “con el Hijo juntamente con el Espíritu Santo,” es hasta más apropiada que la segunda, porque establece la distinción de las Personas divinas, pero al mismo tiempo da claro testimonio de la eterna comunión y perpetua conjunción que existe entre ellos. De esta manera sirve para refutar al sabelianismo y al arrianismo a la vez. De este tratado, que Basilio dedicó a su amigo Anfiloquio, obispo de Iconium, se sirvió seis años más tarde San Ambrosio como de fuente para su De Spiritu Sancto; por este medio las ideas de San Basilio llegaron al Occidente.
Tratados ascéticos
Se da el nombre de Ascetica
a un grupo de trece escritos atribuidos a Basilio, entre los que se
incluyen algunas obras espurias junto a otras que son ciertamente
auténticas. Gracias al estudio de J. Gribomont sobre la tradición
textual de estos Ascetica, disponemos por vez primera de una
descripción y clasificación exactas de sus manuscritos y de un examen
crítico de las antiguas traducciones armenias, georgianas, árabes y
eslava.
1. Moralia (Τα ήθικά)
Los Moralia son una colección de ocho reglas o instrucciones morales (regulae), cada una de ellas respaldada por citas del Nuevo Testamento. Aun cuando la obra está dedicada a los cristianos en general y trata primeramente de deberes de índole general, de hecho es una vigorosa exhortación en favor de la vida ascética. Es la pieza más antigua y más importante del Corpus asceticum. San Basilio la compuso durante su estancia en el Iris, en el Ponto, estando con él Gregorio Nacianceno. Es su primera obra ascética, que publicó con el prólogo 7 De iudicio Dei a modo de prefacio. El prólogo 8 De fide lo agregó más tarde él mismo. A juicio de Gribomont, sólo los Moralia merecen el título de Reglas (Όροι).
Los Moralia son una colección de ocho reglas o instrucciones morales (regulae), cada una de ellas respaldada por citas del Nuevo Testamento. Aun cuando la obra está dedicada a los cristianos en general y trata primeramente de deberes de índole general, de hecho es una vigorosa exhortación en favor de la vida ascética. Es la pieza más antigua y más importante del Corpus asceticum. San Basilio la compuso durante su estancia en el Iris, en el Ponto, estando con él Gregorio Nacianceno. Es su primera obra ascética, que publicó con el prólogo 7 De iudicio Dei a modo de prefacio. El prólogo 8 De fide lo agregó más tarde él mismo. A juicio de Gribomont, sólo los Moralia merecen el título de Reglas (Όροι).
2. Las dos Reglas monásticas
Son de origen más reciente las dos series de “reglas” que son fruto de preguntas hechas por los monjes a quienes visitaba San Basilio. En su forma actual, la primera, titulada Reglas detalladas (Regulae fusius tractalae), discute en 55 párrafos los principios de la vida monástica; la segunda, las Reglas breves (Regulae brevius tractatae), en 313 capítulos, su aplicación a la vida cotidiana de una comunidad monástica Las dos están dispuestas en forma de preguntas y respuestas, y se fundan en notas de conversaciones pastorales sostenidas por Basilio con miembros de sus monasterios, tal como las copiaron los taquígrafos. La redacción más antigua de una colección de este tipo de preguntas y respuestas ya no existe en su texto original griego, pero sí en versiones siríacas y en una traducción latina de Rufino. Este último parece que la recibió de su maestro Evagrio Póntico (cf. supra, p.177), quien se la había llevado consigo en su huida a Constantinopla y Palestina. Esta forma primitiva acusa la influencia de Eustatio de Sebaste, viejo amigo de Basilio, que propagó la vida monástica en el Asia Menor, antes de que la abrazara Basilio. Esto explica que el historiador Sozomeno (Hist. eccl. 3,14) diga lo siguiente:
Se dice que Eustatio, que gobernó la iglesia de Sebaste, en Armenia, fundó una sociedad de monjes en Armenia, Paflagonia y Ponto, e introdujo una disciplina rígida sobre las carnes que han de tomarse o evitarse, sobre loe vestidos que se han de usar y sobre las costumbres y conducta exacta que se han de observar. Tanto es así, que algunos sostienen con tesón que él es el autor de un tratado ascético que comúnmente se atribuye a Basilio de Capadocia.
En la redacción más antigua o “Pequeño Asketikon,” que remonta al año 358-359 aproximadamente, Gribomont advierte una atmósfera mesaliana en algunas preguntas y cierta deliberada reserva en las respuestas. Con el tiempo, Basilio se liberó y liberó a los monjes de la influencia de Eustatio y desarrolló sus propias ideas acerca de la vida monástica. Únicamente dependen del “Pequeño Asketikon” los 23 primeros números de las Reglas detalladas; los números 24-55 suponen un estadio más avanzado del cenobitismo basiliano.
Una segunda redacción de esta colección de preguntas y respuestas parece que proviene del monasterio basiliano de Cesarea. En ella encontramos, además, los Epitimia, normas de castigos para monjes y monjas que quebrantan el código monástico. Esta segunda forma la recogió más tarde Teodoro Estudita.
La forma literaria quedó mejorada en una tercera redacción. La combinó con los Moralia el mismo Basilio y la envío a sus discípulos del Ponto, a quienes no podía visitar personalmente. La llamó humildemente “esquema” o “boceto,” υποτυποσις πωσις ασκησεως.
Ninguna de estas redacciones tuvo, empero, una difusión tan grande como la llamada vulgata, preparada por un compilador del siglo VI, que se valió de la tercera redacción que encontró en unos manuscritos del Ponto. Empieza con el prólogo 6, que abre una colección que consta de los prólogos 7, 8, los Moralia y las preguntas. Después de las investigaciones de Gribomont, todas estas piezas las podemos considerar auténticas. Esta edición vulgata inserta los prólogos 5 y 4 entre los Moralia y las Reglas detalladas, y el prólogo 9 entre las Reglas detalladas y las breves, que se hallan aquí separada por vez primera. Siguen al final los Epitimia, precedidos de una compilación de dos cartas de Basilio, Ep. 173 y 22. Puede ser que el prólogo 5 y los Epitimia sean obra de un discípulo suyo. Los prólogos 6, 7 (De iudicio) y 8 (De fide) son de San Basilio; pero el prólogo 9 no salió de su pluma, sino que es un extracto de la homilía 25 de Pseudo-Macario.
El “Gran Asketikon” se fue ampliando en la Edad Media. Se le agregaron, por ejemplo, al final las Constitutiones asceticae, que son unas extensas directivas y exhortaciones a los monjes, y el tratado De baptismo. El origen de aquéllas no está dilucidado aún. Se advierte una influencia mesaliana en el capítulo primero. El opúsculo Sobre el bautismo, en dos libros, trata de la preparación al bautismo y a la sagrada comunión y de una vida conforme a las promesas del bautismo. Aunque en el libro segundo el autor alude a los Moralia y a las Regulae como a obras suyas, se ha puesto en tela de juicio su autenticidad; alguien lo ha atribuido a Severiano de Gábala. Las pruebas de Gribomont en favor de la paternidad de Basilio son muy convincentes.
La legislación de San Basilio ha sobrevivido en el Oriente hasta nuestros días en la Regla monástica más importante de la Iglesia griega. Los basilianos son la gran Orden del Oriente. Pero la influencia de estas constituciones fue de largo alcance aun en el Occidente. Ya las había traducido Rufino de Aquileya antes de finalizar el siglo IV, y, más tarde, los legisladores monásticos occidentales, San Casiano y San Benito, las conocieron. Las mencionó también Gregorio de Tours (Hist. Franc. 10-29), y en el siglo IX aparecen nuevamente en la gran Concordia de San Benito de Aniano (Concordia reg. 3,3).
Son de origen más reciente las dos series de “reglas” que son fruto de preguntas hechas por los monjes a quienes visitaba San Basilio. En su forma actual, la primera, titulada Reglas detalladas (Regulae fusius tractalae), discute en 55 párrafos los principios de la vida monástica; la segunda, las Reglas breves (Regulae brevius tractatae), en 313 capítulos, su aplicación a la vida cotidiana de una comunidad monástica Las dos están dispuestas en forma de preguntas y respuestas, y se fundan en notas de conversaciones pastorales sostenidas por Basilio con miembros de sus monasterios, tal como las copiaron los taquígrafos. La redacción más antigua de una colección de este tipo de preguntas y respuestas ya no existe en su texto original griego, pero sí en versiones siríacas y en una traducción latina de Rufino. Este último parece que la recibió de su maestro Evagrio Póntico (cf. supra, p.177), quien se la había llevado consigo en su huida a Constantinopla y Palestina. Esta forma primitiva acusa la influencia de Eustatio de Sebaste, viejo amigo de Basilio, que propagó la vida monástica en el Asia Menor, antes de que la abrazara Basilio. Esto explica que el historiador Sozomeno (Hist. eccl. 3,14) diga lo siguiente:
Se dice que Eustatio, que gobernó la iglesia de Sebaste, en Armenia, fundó una sociedad de monjes en Armenia, Paflagonia y Ponto, e introdujo una disciplina rígida sobre las carnes que han de tomarse o evitarse, sobre loe vestidos que se han de usar y sobre las costumbres y conducta exacta que se han de observar. Tanto es así, que algunos sostienen con tesón que él es el autor de un tratado ascético que comúnmente se atribuye a Basilio de Capadocia.
En la redacción más antigua o “Pequeño Asketikon,” que remonta al año 358-359 aproximadamente, Gribomont advierte una atmósfera mesaliana en algunas preguntas y cierta deliberada reserva en las respuestas. Con el tiempo, Basilio se liberó y liberó a los monjes de la influencia de Eustatio y desarrolló sus propias ideas acerca de la vida monástica. Únicamente dependen del “Pequeño Asketikon” los 23 primeros números de las Reglas detalladas; los números 24-55 suponen un estadio más avanzado del cenobitismo basiliano.
Una segunda redacción de esta colección de preguntas y respuestas parece que proviene del monasterio basiliano de Cesarea. En ella encontramos, además, los Epitimia, normas de castigos para monjes y monjas que quebrantan el código monástico. Esta segunda forma la recogió más tarde Teodoro Estudita.
La forma literaria quedó mejorada en una tercera redacción. La combinó con los Moralia el mismo Basilio y la envío a sus discípulos del Ponto, a quienes no podía visitar personalmente. La llamó humildemente “esquema” o “boceto,” υποτυποσις πωσις ασκησεως.
Ninguna de estas redacciones tuvo, empero, una difusión tan grande como la llamada vulgata, preparada por un compilador del siglo VI, que se valió de la tercera redacción que encontró en unos manuscritos del Ponto. Empieza con el prólogo 6, que abre una colección que consta de los prólogos 7, 8, los Moralia y las preguntas. Después de las investigaciones de Gribomont, todas estas piezas las podemos considerar auténticas. Esta edición vulgata inserta los prólogos 5 y 4 entre los Moralia y las Reglas detalladas, y el prólogo 9 entre las Reglas detalladas y las breves, que se hallan aquí separada por vez primera. Siguen al final los Epitimia, precedidos de una compilación de dos cartas de Basilio, Ep. 173 y 22. Puede ser que el prólogo 5 y los Epitimia sean obra de un discípulo suyo. Los prólogos 6, 7 (De iudicio) y 8 (De fide) son de San Basilio; pero el prólogo 9 no salió de su pluma, sino que es un extracto de la homilía 25 de Pseudo-Macario.
El “Gran Asketikon” se fue ampliando en la Edad Media. Se le agregaron, por ejemplo, al final las Constitutiones asceticae, que son unas extensas directivas y exhortaciones a los monjes, y el tratado De baptismo. El origen de aquéllas no está dilucidado aún. Se advierte una influencia mesaliana en el capítulo primero. El opúsculo Sobre el bautismo, en dos libros, trata de la preparación al bautismo y a la sagrada comunión y de una vida conforme a las promesas del bautismo. Aunque en el libro segundo el autor alude a los Moralia y a las Regulae como a obras suyas, se ha puesto en tela de juicio su autenticidad; alguien lo ha atribuido a Severiano de Gábala. Las pruebas de Gribomont en favor de la paternidad de Basilio son muy convincentes.
La legislación de San Basilio ha sobrevivido en el Oriente hasta nuestros días en la Regla monástica más importante de la Iglesia griega. Los basilianos son la gran Orden del Oriente. Pero la influencia de estas constituciones fue de largo alcance aun en el Occidente. Ya las había traducido Rufino de Aquileya antes de finalizar el siglo IV, y, más tarde, los legisladores monásticos occidentales, San Casiano y San Benito, las conocieron. Las mencionó también Gregorio de Tours (Hist. Franc. 10-29), y en el siglo IX aparecen nuevamente en la gran Concordia de San Benito de Aniano (Concordia reg. 3,3).
Tratados de Educación
1. Ad adolescentes
En su Exhortación a los jóvenes sobre la manera de aprovechar mejor los escritos de los autores paganos, San Basilio trata de un problema particular de educación: la actitud cristiana ante la literatura y el saber paganos. Aunque el opúsculo se presenta bajo la forma modesta de un consejo dado a sus sobrinos, que acudían a escuelas paganas, tiene en realidad una importancia mucho mayor, puesto que nos hace conocer la opinión de San Basilio sobre el valor de la literatura clásica. Le señala, es verdad, un lugar muy por debajo de la Sagrada Escritura, pero no prohíbe su uso a fines educacionales. El estudio de los escritores antiguos puede ser de provecho si se hace una buena selección de las obras de los poetas, historiadores y retóricos, y se excluye todo lo que pudiera ser peligroso para las almas de los estudiantes. Parece preocuparse únicamente de la vida moral de los lectores, pero no siente inquietudes por su fe. En esta clase de literatura se debería buscar la miel y evitar el veneno. De esta manera, los jóvenes cristianos de Cesarea podrían encontrar muchos ejemplos de virtud en Hornero, Hesíodo, Teognites, Solón y Eurípides; en los filósofos, sobre todo en Platón, a quien cita varias veces. La exhortación está escrita con un aprecio extraordinario de los valores permanentes del saber helenístico; su actitud abierta ha ejercido una enorme influencia en la postura de la Iglesia ante la tradición clásica. Basilio está plenamente convencido de las ventajas de una erudición que combina la verdad cristiana con la cultura tradicional: “El fruto del alma es, primordialmente, la verdad: sin embargo, el revestirla de sabiduría externa no deja de tener mérito, dando al fruto una especie de follaje y envoltura y un aspecto que no es feo en manera alguna” (175).
En su Exhortación a los jóvenes sobre la manera de aprovechar mejor los escritos de los autores paganos, San Basilio trata de un problema particular de educación: la actitud cristiana ante la literatura y el saber paganos. Aunque el opúsculo se presenta bajo la forma modesta de un consejo dado a sus sobrinos, que acudían a escuelas paganas, tiene en realidad una importancia mucho mayor, puesto que nos hace conocer la opinión de San Basilio sobre el valor de la literatura clásica. Le señala, es verdad, un lugar muy por debajo de la Sagrada Escritura, pero no prohíbe su uso a fines educacionales. El estudio de los escritores antiguos puede ser de provecho si se hace una buena selección de las obras de los poetas, historiadores y retóricos, y se excluye todo lo que pudiera ser peligroso para las almas de los estudiantes. Parece preocuparse únicamente de la vida moral de los lectores, pero no siente inquietudes por su fe. En esta clase de literatura se debería buscar la miel y evitar el veneno. De esta manera, los jóvenes cristianos de Cesarea podrían encontrar muchos ejemplos de virtud en Hornero, Hesíodo, Teognites, Solón y Eurípides; en los filósofos, sobre todo en Platón, a quien cita varias veces. La exhortación está escrita con un aprecio extraordinario de los valores permanentes del saber helenístico; su actitud abierta ha ejercido una enorme influencia en la postura de la Iglesia ante la tradición clásica. Basilio está plenamente convencido de las ventajas de una erudición que combina la verdad cristiana con la cultura tradicional: “El fruto del alma es, primordialmente, la verdad: sin embargo, el revestirla de sabiduría externa no deja de tener mérito, dando al fruto una especie de follaje y envoltura y un aspecto que no es feo en manera alguna” (175).
Admonitio S. Basilii ad filium spiritualem
Este breve tratado en latín se consideró, desde el siglo IX, ser obra de San Basilio; pero a partir del siglo XVI se creía comúnmente que era obra de un autor desconocido. Sin embargo, su más reciente editor opina que fue realmente Basilio el Grande quien lo escribió y que el texto latino representa la versión que hiciera Rufino. Hace basar su deducción en una confrontación con las Reglas de San Basilio. Prueba que San Benito de Nursia conoció y estimó grandemente la Admonitio. El uso amplio que en ella se hace de la Biblia, sobre todo de los Proverbios, es característico del monaquismo egipcio primitivo. Hay gran número de semejanzas entre la Admonitio y las obras de Evagrio Póntico (cf. supra, p.176); por ejemplo, las sentencias sobre la humilitas, sobre el ayuno combinado con el silencio, etc. Todo está apuntando hacia el monaquismo egipcio de Escete como su lugar de origen. Esto no se opondría a la paternidad de Basilio, pues éste visitó a aquellos monjes el año 350. Pero hay que reconocer que no hay en esto más que una posibilidad, y no una prueba positiva, en favor de que haya sido él quien compuso este tratado. Sin embargo, otros rasgos sugieren la fecha del 350-360 como tiempo aproximado de composición. Por ejemplo, el contenido le recuerda a uno la Vita Antonii (cf. supra, p.41) en varios pasajes especial en el uso más bien limitado que hace del título “monacus.”
Este breve tratado en latín se consideró, desde el siglo IX, ser obra de San Basilio; pero a partir del siglo XVI se creía comúnmente que era obra de un autor desconocido. Sin embargo, su más reciente editor opina que fue realmente Basilio el Grande quien lo escribió y que el texto latino representa la versión que hiciera Rufino. Hace basar su deducción en una confrontación con las Reglas de San Basilio. Prueba que San Benito de Nursia conoció y estimó grandemente la Admonitio. El uso amplio que en ella se hace de la Biblia, sobre todo de los Proverbios, es característico del monaquismo egipcio primitivo. Hay gran número de semejanzas entre la Admonitio y las obras de Evagrio Póntico (cf. supra, p.176); por ejemplo, las sentencias sobre la humilitas, sobre el ayuno combinado con el silencio, etc. Todo está apuntando hacia el monaquismo egipcio de Escete como su lugar de origen. Esto no se opondría a la paternidad de Basilio, pues éste visitó a aquellos monjes el año 350. Pero hay que reconocer que no hay en esto más que una posibilidad, y no una prueba positiva, en favor de que haya sido él quien compuso este tratado. Sin embargo, otros rasgos sugieren la fecha del 350-360 como tiempo aproximado de composición. Por ejemplo, el contenido le recuerda a uno la Vita Antonii (cf. supra, p.41) en varios pasajes especial en el uso más bien limitado que hace del título “monacus.”
Homilías y sermones
San Basilio se distingue de sus
grandes contemporáneos en que no escribió ningún comentario científico
sobre los libros de la Sagrada Escritura. Su habilidad exegética la
demuestra en sus numerosas homilías. Desplegó en ellas los artificios de
la retórica antigua. Emplea generosamente los recursos de la Segunda
Sofística, la metáfora, la comparación, la “ecphrasis,” las figuras
gorgianas y el paralelismo, como era moda en su tiempo; pero en esto es
más comedido que los dos Gregorios y nunca considera estos
refinamientos como el elemento principal de sus sermones. Es, sin duda
alguna, uno de los más brillantes oradores eclesiásticos de la
antigüedad, que sabe combinar el aparato retórico con la simplicidad de
pensamiento y la claridad de expresión. Por encima de todo, es el
médico de las almas, que no quiere agradar a sus oyentes, sino mover sus
conciencias.
Por fortuna, la tradición textual de las homilías ha sido objeto de concienzuda investigación por parte de Stig Y. Rudberg. Ha examinado 169 manuscritos, que ha reducido a 14 o 18 tipos distintos.
Por fortuna, la tradición textual de las homilías ha sido objeto de concienzuda investigación por parte de Stig Y. Rudberg. Ha examinado 169 manuscritos, que ha reducido a 14 o 18 tipos distintos.
1. In Hexaemeron
Entre sus homilías, el puesto de honor corresponde a las nueve homilías sobre el Hexámeron, la narración de los “seis días” de la creación contenida en Génesis 1,1-26. Las pronunció siendo todavía presbítero, antes del año 370, como sermones de cuaresma, dentro de una misma semana, pues algunos días predicaba dos veces, por la mañana y por la tarde. Aunque llevan señales de improvisación, fueron muy estimadas en Oriente y Occidente. No hay en la literatura griega de la tarda época ninguna obra que pueda compararse en belleza retórica con estas homilías. Ambrosio se aprovechó bastante de ellas para sus propias homilías sobre el mismo tema. Ya para el año 440 había aparecido una traducción latina hecha por el africano Eustatio.
Basilio dice claramente que no está interesado en la interpretación alegórica del Génesis:
Conozco las leyes de la alegoría, aunque no por haberlas inventado yo mismo, sino por haber tropezado con ellas en obras de otros. Los que no admiten el sentido ordinario de las Escrituras, no llaman al agua sino oirá cosa. Interpretan una planta o un pez como se les ocurre. Explican la naturaleza de los reptiles y de las fieras de forma que se ajuste a sus propias alegorías, como los intérpretes de sueños que explican los fenómenos de los sueños como les viene bien para sus propios intentos. Yo, en cambio, cuando oigo la palabra hierba, entiendo que quiere decir hierba. Planta, pez, bestia salvaje, animal doméstico — yo tomo todas estas palabras en su sentido literal, “porque no me avergüenzo del Evangelio” (Hex. 9,80).
Se propone dar una concepción cristiana del mundo en contraste con las nociones paganas antiguas y con el maniqueísmo, mostrando al Creador tras la creación. Traza un cuadro lleno de colorido de la belleza de la naturaleza y describe las maravillas del cosmos en un sorprendente alarde de ciencia natural y de filosofía, que sólo puede hacer quien esté al corriente de la investigación y de la ciencia contemporáneas. Muchas de sus explicaciones están tomadas de Aristóteles, Platón y Poseidonio. Debe también algo a Plotino, aunque nunca le menciona. Sus homilías también son, pues, importantes a causa de las fuentes que utilizan. En la última anuncia una conferencia sobre el hombre como imagen de Dios. No parece que la llegara a pronunciar nunca, pues Ambrosio sólo conoce nueve homilías, y Gregorio de Nisa compuso su De hominis opificio con el fin exclusivo de completar la obra de su hermano. No auténticos los dos sermones De hominis structura (PG 30, 9-61) ni otro sermón, De paradiso (PG 30,61-72).
Entre sus homilías, el puesto de honor corresponde a las nueve homilías sobre el Hexámeron, la narración de los “seis días” de la creación contenida en Génesis 1,1-26. Las pronunció siendo todavía presbítero, antes del año 370, como sermones de cuaresma, dentro de una misma semana, pues algunos días predicaba dos veces, por la mañana y por la tarde. Aunque llevan señales de improvisación, fueron muy estimadas en Oriente y Occidente. No hay en la literatura griega de la tarda época ninguna obra que pueda compararse en belleza retórica con estas homilías. Ambrosio se aprovechó bastante de ellas para sus propias homilías sobre el mismo tema. Ya para el año 440 había aparecido una traducción latina hecha por el africano Eustatio.
Basilio dice claramente que no está interesado en la interpretación alegórica del Génesis:
Conozco las leyes de la alegoría, aunque no por haberlas inventado yo mismo, sino por haber tropezado con ellas en obras de otros. Los que no admiten el sentido ordinario de las Escrituras, no llaman al agua sino oirá cosa. Interpretan una planta o un pez como se les ocurre. Explican la naturaleza de los reptiles y de las fieras de forma que se ajuste a sus propias alegorías, como los intérpretes de sueños que explican los fenómenos de los sueños como les viene bien para sus propios intentos. Yo, en cambio, cuando oigo la palabra hierba, entiendo que quiere decir hierba. Planta, pez, bestia salvaje, animal doméstico — yo tomo todas estas palabras en su sentido literal, “porque no me avergüenzo del Evangelio” (Hex. 9,80).
Se propone dar una concepción cristiana del mundo en contraste con las nociones paganas antiguas y con el maniqueísmo, mostrando al Creador tras la creación. Traza un cuadro lleno de colorido de la belleza de la naturaleza y describe las maravillas del cosmos en un sorprendente alarde de ciencia natural y de filosofía, que sólo puede hacer quien esté al corriente de la investigación y de la ciencia contemporáneas. Muchas de sus explicaciones están tomadas de Aristóteles, Platón y Poseidonio. Debe también algo a Plotino, aunque nunca le menciona. Sus homilías también son, pues, importantes a causa de las fuentes que utilizan. En la última anuncia una conferencia sobre el hombre como imagen de Dios. No parece que la llegara a pronunciar nunca, pues Ambrosio sólo conoce nueve homilías, y Gregorio de Nisa compuso su De hominis opificio con el fin exclusivo de completar la obra de su hermano. No auténticos los dos sermones De hominis structura (PG 30, 9-61) ni otro sermón, De paradiso (PG 30,61-72).
2. Homilías sobre los salmos
Se atribuyen a San Basilio unas 18 homilías sobre los Salmos. No parece que son auténticas más que 13. Tratan de los salmos 1.7.14.28.29.32.33.44.45.48.59.61 y 114 (según la numeración griega). Su intención es edificar y hacer aplicaciones morales, más que dar una interpretación exegética del texto, como se echa de ver por la introducción: “Los profetas enseñan una cosa; los libros históricos, otra; todavía es cosa distinta lo que se enseña en la Ley, y distinto también lo que se enseña en los libros sapienciales. El libro de los Salmos recoge lo que hay de más aprovechable en todos los demás; anuncia el futuro, recuerda el pasado, dicta las leyes de la vida, nos enseña nuestros deberes; en una palabra, es un tesoro universal de excelentes enseñanzas” (Hom. in Ps. 1 n.1). El autor se sirve a manos llenas del Comentario de los Salmos de Eusebio de Cesarea (cf. infra, p.353).
Se atribuyen a San Basilio unas 18 homilías sobre los Salmos. No parece que son auténticas más que 13. Tratan de los salmos 1.7.14.28.29.32.33.44.45.48.59.61 y 114 (según la numeración griega). Su intención es edificar y hacer aplicaciones morales, más que dar una interpretación exegética del texto, como se echa de ver por la introducción: “Los profetas enseñan una cosa; los libros históricos, otra; todavía es cosa distinta lo que se enseña en la Ley, y distinto también lo que se enseña en los libros sapienciales. El libro de los Salmos recoge lo que hay de más aprovechable en todos los demás; anuncia el futuro, recuerda el pasado, dicta las leyes de la vida, nos enseña nuestros deberes; en una palabra, es un tesoro universal de excelentes enseñanzas” (Hom. in Ps. 1 n.1). El autor se sirve a manos llenas del Comentario de los Salmos de Eusebio de Cesarea (cf. infra, p.353).
3. Comentario sobre Isaías
También el extenso comentario a Isaías 1-16 copia considerablemente del Comentario sobre los Salmos y del Comentario sobre Isaías del mismo Eusebio. Antes, todo el mundo aceptaba la opinión de Garnier: que las imperfecciones de forma e contenido excluían la posibilidad de que fuera Basilio su autor. A pesar de eso, Wittig ha defendido su autenticidad y le han secundado Jülicher y Humbertclaude. Wittig supone que este comentario representa los sermones o conferencias que dio Basilio en Neocesarea, en el invierno del 374-375, en una reunión episcopal celebrada en Dazimon. Pero la hipótesis falla por su base, porque la serie es demasiado extensa y excesivamente culta para una ocasión de esa clase. Hoy predomina la opinión de que la obra no es auténtica.
También el extenso comentario a Isaías 1-16 copia considerablemente del Comentario sobre los Salmos y del Comentario sobre Isaías del mismo Eusebio. Antes, todo el mundo aceptaba la opinión de Garnier: que las imperfecciones de forma e contenido excluían la posibilidad de que fuera Basilio su autor. A pesar de eso, Wittig ha defendido su autenticidad y le han secundado Jülicher y Humbertclaude. Wittig supone que este comentario representa los sermones o conferencias que dio Basilio en Neocesarea, en el invierno del 374-375, en una reunión episcopal celebrada en Dazimon. Pero la hipótesis falla por su base, porque la serie es demasiado extensa y excesivamente culta para una ocasión de esa clase. Hoy predomina la opinión de que la obra no es auténtica.
4. Otros sermones
Además de las homilías que hemos mencionado hasta ahora, hay unos 23 sermones que bien pueden considerarse como auténticos (PG 31,163-618.1429-1514). Son de contenido misceláneo y revelan mejor que los otros sermones el aspecto pastoral de la actividad de Basilio. Algunos son sobre fiestas del Señor o de los mártires; por ejemplo, In sanctam, Christi generationem (Epifanía), In martyrem Iulittam (5), In Barlaam martyrem (17), In Gordium martyrem (18), In sanctos quadraginta martyres (19), In sanctum martyrem Mamantem (23). La parte tratan de los deberes de los cristianos, del ayuno, del recto uso de las riquezas, del amor fraterno: n.1 y 2 De ieiunio, n.7 In divites, n.8 Homilia dicta tempore famis et siccitatis, n.20 De humilitate, n.21 Quod rebus mundanis adhaerendum non sit. En otros se pone en guardia contra los vicios, como la cólera, la avaricia, la embriaguez, la envidia: n.6 De avaritia, n.10 Adversus eos qui irascuntur, n.11 De invidia, n.14 In ebriosos. Todos ellos son una mina abundante de información para la historia de la moral y de las costumbres de la época.
Además de las homilías que hemos mencionado hasta ahora, hay unos 23 sermones que bien pueden considerarse como auténticos (PG 31,163-618.1429-1514). Son de contenido misceláneo y revelan mejor que los otros sermones el aspecto pastoral de la actividad de Basilio. Algunos son sobre fiestas del Señor o de los mártires; por ejemplo, In sanctam, Christi generationem (Epifanía), In martyrem Iulittam (5), In Barlaam martyrem (17), In Gordium martyrem (18), In sanctos quadraginta martyres (19), In sanctum martyrem Mamantem (23). La parte tratan de los deberes de los cristianos, del ayuno, del recto uso de las riquezas, del amor fraterno: n.1 y 2 De ieiunio, n.7 In divites, n.8 Homilia dicta tempore famis et siccitatis, n.20 De humilitate, n.21 Quod rebus mundanis adhaerendum non sit. En otros se pone en guardia contra los vicios, como la cólera, la avaricia, la embriaguez, la envidia: n.6 De avaritia, n.10 Adversus eos qui irascuntur, n.11 De invidia, n.14 In ebriosos. Todos ellos son una mina abundante de información para la historia de la moral y de las costumbres de la época.
La Teología de San Basilio
La doctrina de San Basilio pira en
torno a la defensa de la doctrina de Nicea contra los distintos
partidos arrianos. La amistad que le unió con Atanasio durante toda la
vida se fundaba en la causa común que defendían ambos. Se mantuvo
fielmente devoto al patriarca de Alejandría, porque reconocía en él al
campeón de la ortodoxia. Es suya esta declaración: “No podemos añadir
nada al Credo de Nicea, ni siquiera la cosa más leve, fuera de la
glorificación del Espíritu Santo, y esto porque nuestros padres
mencionaron este tema incidentalmente” (Ep. 258,2). No obstante
esta afirmación, el mérito grande de Basilio está en haber avanzado
más que Atanasio y en haber contribuido en sumo grado a aclarar la
terminología trinitaria y cristológica.
1. Doctrina trinitaria.
Respecto de la doctrina de la Trinidad, la contribución más importante de San Basilio fue el haber atraído nuevamente a la Iglesia a los semiarrianos y el haber fijado de una vez para siempre el significado de las palabras ousia e hypostasis.
Los que redactaron el Credo de Nicea, y entre ellos Atanasio, empleaban como sinónimos ousia e hypostasis.Así, por ejemplo, Atanasio, aun en uno de sus últimos escritos, Ad Afros 4, al refutar las objeciones que se hacían contra estas dos palabras por no ser de la Escritura, dice:”Hypostasis es ousia y no significa otra cosa que ser, sencillamente.” El mismo sínodo de Alejandría del año 362, que presidió Atanasio reconoció oficialmente estas dos expresiones: una hypostasis o tres hypostases en Dios. Esta decisión dio lugar a interpretaciones falsas y a controversias sin cuento. San Basilio fue el primero que insistió en la distinción, una ousia y tres hypostases en Dios, y sostuvo que la única fórmula aceptable es μία ουσία, τρεις υποστάσεις. Para él, ousia significa existencia o esencia o entidad substancial de Dios, mientras que hypostasis quiere decir la existencia en una forma particular, la manera de ser de cada una de las Personas. Ousia corresponde a substantia en latín, aquella entidad esencial que tienen en común el Padre, el Hijo y el Espíritu, mientras que San Basilio define hypostasis como το ιδίως λεγόμενον, que denota una limitación, una separación de ciertos conceptos circunscritos de la idea general, y corresponde a persona en la terminología legal de loslatinos. Dice, por ejemplo, en la Ep.214: “Ousia dice a hypostasis la misma relación que lo común a lo particular. Cada uno de nosotros tiene parte en la existencia por el término común de ousia y es tal o cuál por sus propiedades particulares. De la misma manera, en la cuestión que tratamos, el término común es ousia, como bondad o divinidad o cualquier atributo parecido, mientras que hypostasis la contemplamos en la propiedad especial de Paternidad, Filiación o el poder de santificar.” Por esta razón piensa que hypostasis es expresión más apropiada que prosopon, pues este término lo empleó Sabelio para expresar distinciones en Dios que eran meramente temporales y externas:
Es indispensable saber con claridad que, así como quien deja de confesar la comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo, así también quien no reconoce la propiedad de hypostases se deja arrastrar al judaísmo. Porque es preciso que nuestra mente se apoye, por decirlo así, sobre una substancia y que, formándose una impresión clara de sus características, llegue al conocimiento de lo que desea. Porque supongamos que no advertimos la Paternidad ni tenemos en cuenta a Aquel de quien se afirma esta propiedad, ¿cómo podremos admitir la idea de Dios Padre? Pues no basta enumerar las diferencias de Persona (πρόσωπον); hay que confesar que cada Persona (πρόσωπον) existe en una subsistencia verdadera, en una hypostasis real. Ahora bien, ni siquiera Sabelio rechazó esa ficción carente de hypostasis de personas. [Prosopon, lo mismo que persona, significa o bien máscara, disfraz de escena, o bien persona; pero en la palabra griega, a diferencia del latín, la noción de “impersonación” destaca más que la noción de “personalidad autónoma”]. Decía él que el mismo Dios, siendo uno en substancia, se mudó en la medida en que lo exigían las necesidades del momento, y unas veces se expresó como Padre, otras veces como Hijo y otras como Espíritu Santo. Los inventores de esta herejía anónima están renovando un error viejo que hace tiempo se extinguió; me refiero a los que repudian las hypostases y rechazan el nombre del Hijo de Dios. Si no cesan de proferir iniquidades contra Dios, tendrán que gemir con los que niegan a Cristo (Ep. 210,5).
De esta manera Basilio hizo avanzar la doctrina trinitaria” y en particular a su terminología, en una dirección que acabó desembocando en la definición del concilio de Calcedonia (451). Los otros dos Capadocios, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, siguieron las huellas de su maestro, dando mayor firmeza a sus posiciones teológicas y utilizándolas como base para ulteriores progresos.
Respecto de la doctrina de la Trinidad, la contribución más importante de San Basilio fue el haber atraído nuevamente a la Iglesia a los semiarrianos y el haber fijado de una vez para siempre el significado de las palabras ousia e hypostasis.
Los que redactaron el Credo de Nicea, y entre ellos Atanasio, empleaban como sinónimos ousia e hypostasis.Así, por ejemplo, Atanasio, aun en uno de sus últimos escritos, Ad Afros 4, al refutar las objeciones que se hacían contra estas dos palabras por no ser de la Escritura, dice:”Hypostasis es ousia y no significa otra cosa que ser, sencillamente.” El mismo sínodo de Alejandría del año 362, que presidió Atanasio reconoció oficialmente estas dos expresiones: una hypostasis o tres hypostases en Dios. Esta decisión dio lugar a interpretaciones falsas y a controversias sin cuento. San Basilio fue el primero que insistió en la distinción, una ousia y tres hypostases en Dios, y sostuvo que la única fórmula aceptable es μία ουσία, τρεις υποστάσεις. Para él, ousia significa existencia o esencia o entidad substancial de Dios, mientras que hypostasis quiere decir la existencia en una forma particular, la manera de ser de cada una de las Personas. Ousia corresponde a substantia en latín, aquella entidad esencial que tienen en común el Padre, el Hijo y el Espíritu, mientras que San Basilio define hypostasis como το ιδίως λεγόμενον, que denota una limitación, una separación de ciertos conceptos circunscritos de la idea general, y corresponde a persona en la terminología legal de loslatinos. Dice, por ejemplo, en la Ep.214: “Ousia dice a hypostasis la misma relación que lo común a lo particular. Cada uno de nosotros tiene parte en la existencia por el término común de ousia y es tal o cuál por sus propiedades particulares. De la misma manera, en la cuestión que tratamos, el término común es ousia, como bondad o divinidad o cualquier atributo parecido, mientras que hypostasis la contemplamos en la propiedad especial de Paternidad, Filiación o el poder de santificar.” Por esta razón piensa que hypostasis es expresión más apropiada que prosopon, pues este término lo empleó Sabelio para expresar distinciones en Dios que eran meramente temporales y externas:
Es indispensable saber con claridad que, así como quien deja de confesar la comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo, así también quien no reconoce la propiedad de hypostases se deja arrastrar al judaísmo. Porque es preciso que nuestra mente se apoye, por decirlo así, sobre una substancia y que, formándose una impresión clara de sus características, llegue al conocimiento de lo que desea. Porque supongamos que no advertimos la Paternidad ni tenemos en cuenta a Aquel de quien se afirma esta propiedad, ¿cómo podremos admitir la idea de Dios Padre? Pues no basta enumerar las diferencias de Persona (πρόσωπον); hay que confesar que cada Persona (πρόσωπον) existe en una subsistencia verdadera, en una hypostasis real. Ahora bien, ni siquiera Sabelio rechazó esa ficción carente de hypostasis de personas. [Prosopon, lo mismo que persona, significa o bien máscara, disfraz de escena, o bien persona; pero en la palabra griega, a diferencia del latín, la noción de “impersonación” destaca más que la noción de “personalidad autónoma”]. Decía él que el mismo Dios, siendo uno en substancia, se mudó en la medida en que lo exigían las necesidades del momento, y unas veces se expresó como Padre, otras veces como Hijo y otras como Espíritu Santo. Los inventores de esta herejía anónima están renovando un error viejo que hace tiempo se extinguió; me refiero a los que repudian las hypostases y rechazan el nombre del Hijo de Dios. Si no cesan de proferir iniquidades contra Dios, tendrán que gemir con los que niegan a Cristo (Ep. 210,5).
De esta manera Basilio hizo avanzar la doctrina trinitaria” y en particular a su terminología, en una dirección que acabó desembocando en la definición del concilio de Calcedonia (451). Los otros dos Capadocios, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, siguieron las huellas de su maestro, dando mayor firmeza a sus posiciones teológicas y utilizándolas como base para ulteriores progresos.
2. El homoousios
El esclarecimiento que Basilio introdujo en el uso de los dos términos, ousia e kypostasis, contribuyó sobremanera a que el homoousios niceno fuera adoptado universalmente y triunfara en el concilio de Constantinopla (381) la postura de los Capadocios. Ha sido, sin embargo, respecto de este punto, sobre el que Zahn, Loofs y particularmente Harnack han acusado a San Basilio y a sus dos compañeros capadocios de afirmar la consubstancialidad de las tres divinas Personas sólo en el sentido del homoiousios, reduciendo la unidad a una simple cuestión de semejanza. Harnack distingue entre los nicenos antiguos y los nuevos: los primeros estarían representados por los campeones del homoousios en Nicea, por el Occidente y Alejandría, sobre todo por Atanasio; los nuevos, por San Basilio y los dos Gregorios. Los Capadocios serían en realidad semiarrianos, capaces de hablar el lenguaje de Nicea forzando al primitivo homoousios a tomar el sentido de homoiousios. Lo que adoptaron en última instancia fue, según Harnack, la teología de Basilio de Ancira (cf. supra, p.210), que equivale al punto de vista homoiano, que afirma en Dios una comunidad de substancia, pero sólo en el sentido de semejanza de substancia, no en el de unidad de substancia.
Las pruebas que se han aportado en apoyo de esta acusación están muy lejos de substanciarla. San Basilio afirmó muy enfáticamente la unidad numérica de Dios. El pasaje en su carta 210,5, que hemos citado más arriba (p.240), para todo el que lo examine de cerca, prueba que Basilio estaba muy interesado en evitar tanto el peligro del politeísmo como el del sabelianismo. Escribe: “Quien deja de confesar la comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo,” y en su homilía 24,3 encontramos este lugar paralelo: “Confiesa ana sola ousia en los dos [el Padre y el Hijo] para no caer en el politeísmo.” Afirmaciones como éstas no cabe compaginarlas con el punto de vista de los homoianos, que sostenían que hay tres formas de existencia, unas y otras de naturaleza semejante, formando entre todas la Divinidad, en vez de afirmar una sola Divinidad que existe permanentemente en tres formas distintas de existencia. Está, pues, equivocado Harnack. La distinción entre “nicenos viejos” y “nicenos nuevos” solamente se justifica si admitimos que entre los dos grupos no existe diferencia real sino solamente una diferencia formal, en el sentido de que los nicenos nuevos recalcan más las tres divinas Personas que la unidad de la substancia divina.
El esclarecimiento que Basilio introdujo en el uso de los dos términos, ousia e kypostasis, contribuyó sobremanera a que el homoousios niceno fuera adoptado universalmente y triunfara en el concilio de Constantinopla (381) la postura de los Capadocios. Ha sido, sin embargo, respecto de este punto, sobre el que Zahn, Loofs y particularmente Harnack han acusado a San Basilio y a sus dos compañeros capadocios de afirmar la consubstancialidad de las tres divinas Personas sólo en el sentido del homoiousios, reduciendo la unidad a una simple cuestión de semejanza. Harnack distingue entre los nicenos antiguos y los nuevos: los primeros estarían representados por los campeones del homoousios en Nicea, por el Occidente y Alejandría, sobre todo por Atanasio; los nuevos, por San Basilio y los dos Gregorios. Los Capadocios serían en realidad semiarrianos, capaces de hablar el lenguaje de Nicea forzando al primitivo homoousios a tomar el sentido de homoiousios. Lo que adoptaron en última instancia fue, según Harnack, la teología de Basilio de Ancira (cf. supra, p.210), que equivale al punto de vista homoiano, que afirma en Dios una comunidad de substancia, pero sólo en el sentido de semejanza de substancia, no en el de unidad de substancia.
Las pruebas que se han aportado en apoyo de esta acusación están muy lejos de substanciarla. San Basilio afirmó muy enfáticamente la unidad numérica de Dios. El pasaje en su carta 210,5, que hemos citado más arriba (p.240), para todo el que lo examine de cerca, prueba que Basilio estaba muy interesado en evitar tanto el peligro del politeísmo como el del sabelianismo. Escribe: “Quien deja de confesar la comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo,” y en su homilía 24,3 encontramos este lugar paralelo: “Confiesa ana sola ousia en los dos [el Padre y el Hijo] para no caer en el politeísmo.” Afirmaciones como éstas no cabe compaginarlas con el punto de vista de los homoianos, que sostenían que hay tres formas de existencia, unas y otras de naturaleza semejante, formando entre todas la Divinidad, en vez de afirmar una sola Divinidad que existe permanentemente en tres formas distintas de existencia. Está, pues, equivocado Harnack. La distinción entre “nicenos viejos” y “nicenos nuevos” solamente se justifica si admitimos que entre los dos grupos no existe diferencia real sino solamente una diferencia formal, en el sentido de que los nicenos nuevos recalcan más las tres divinas Personas que la unidad de la substancia divina.
3. Espíritu Santo
Una de las razones que contribuyeron a despertar la sospecha de que Basilio compartía las ideas de los semiarrianos fue que él, en su tratado De Spiritu Sancto, nunca llama explícitamente “Dios” al Espíritu Santo. Fue por esta reserva suya por lo que atacaron los monjes a Basilio. Atanasio (Ep. 62 y 63) les escribió defendiéndole y les instó a considerar su intención y propósito (su oikonomia): “Se hace débil con los débiles para ganar a los débiles.” En el panegírico de Gregorio de Nacianzo (68-69) aprendemos algo más sobre esta reserva que dio pie a que varios obispos reprocharan severamente a Basilio (cf. Gregorio de Nacianzo, Ep. 58):
Sus enemigos estaban alerta sobre la mera expresión “el Espíritu es Dios,” que, aunque verdadera, ellos y el malvado jefe de la impiedad imaginaron que era impía, para desterrarle de la ciudad a él y a su poder de enseñanza teológica, adueñándose ellos de la Iglesia y convirtiéndola en base de operaciones desde donde podrían invadir, como desde una ciudadela, el resto del mundo con su doctrina malvada. En consecuencia, usando otras expresiones y testimonios inequívocos que tenían el mismo sentido y empleando argumentos que llevaban a la misma conclusión, se impuso a sus adversarios, de manera que quedaron sin réplica, envueltos en sus propias admisiones — prueba ésta, la más grande posible, de habilidad dialéctica —. Esto mismo se deduce también del tratado que [Basilio] sobre este tema escribió, como con pluma que mojara en el tintero del Espíritu. Reservó para más tarde el uso del término exacto, rogando como un favor al mismo Espíritu y a sus celosos campeones que no se incomodaran por su oihonomia [al evitar la afirmación expresa el Espíritu Santo es Dios”] ni pusieran en peligro por ambición toda la causa por aferrarse a una sola expresión, en una crisis en que estaba en peligro la religión. Les aseguró que no sufrirían daño por un leve cambio de palabras y porque enseñara la misma verdad con términos distintos. Nuestra salvación, en efecto, no es tanto cuestión de palabras como de acciones.
El reconoció más que ningún otro que el Espíritu es Dios; esto es evidente, porque lo proclamó públicamente muchas veces, siempre que se le ofrecía la ocasión, y lo confesaba con vehemencia a los que le preguntaban en privado. Pero me lo manifestó aún más claramente a mí en mis conversaciones con él; no me ocultaba nada cuando hablábamos sobre este particular. No se contentaba con afirmarlo simplemente, sino que llegó hasta imprecar sobre sí, cosa que no lo había hecho antes más que en raras ocasiones, la terrible suerte de la separación del Espíritu, si es que no adoraba al Espíritu juntamente con el Padre y con el Hijo como consubstancial e igual a ellos. Y si alguno quisiera aceptar mi testimonio como el de un colaborador suyo en esta causa, manifestaré un detalle que desconoce la mayoría. Bajo la presión de las dificultades de la época, él, por su parte, puso por obra la oikonomia, mientras que a nosotros nos autorizó a usar de la libertad de expresión, no siendo probable que nadie nos sacara de la oscuridad para llevarnos al tribunal o al destierro, a fin de que, gracias a los esfuerzos de ambos, el Evangelio quedara firmemente establecido. No menciono yo esto para defender su reputación, pues él es más fuerte que sus atacantes, si es que éstos existen; lo hago para evitar que algunos piensen que las expresiones que se encuentran en sus escritos son la única norma de piedad, con peligro de que se debilite su fe y consideren que su propio error encuentra apoyo en la teología de Basilio, que era el resultado combinado de las exigencias de la época y del Espíritu, en vez de considerar el significado de sus escritos y la intención con que fueron escritos, a fin de acercarse más a la verdad y reducir a silencio a los partidarios de la impiedad. ¡Ojalá su teología sea la mía y la de todos los que me son caros!
Esta declaración de Gregorio responde a la realidad, pues Basilio enseñó implícitamente en sus escritos la divinidad y consubstancialidad del Espíritu Santo, aun cuando no empleara nunca, hablando de la tercera Persona de la Trinidad, el ομοουσιος τω πατρί. Habla de su divinidad (θεοτης αύτου) sin lugar a equívocos en Adv. Eunomium 3,4 y 3,5 y lo prueba a lo largo de todo el tratado De Spiritu Sancto (41-47.58-64. 71-75).
En su Ep. 189,5-7 afirma con claridad y sin lugar a dudas:
¿Qué fundamento hay para aplicar al Espíritu todos los demás atributos igual que al Padre y al Hijo, y privarle solamente de la divinidad? Es de todo punto necesario o reconocerle la comunidad aquí o no concederle tampoco en todo lo demás. Si es digno de todo lo demás no es ciertamente indigno de esto. Si, como arguyean nuestros adversarios, El es demasiado insignificante para concederle comunidad con el Padre y el Hijo en el atributo de la divinidad, no es digno de compartir con ellos ni uno solo de los atributos divinos; porque, cuando se consideran cuidadosamente los términos, comparando los unos con los otros según el sentido que se contempla en cada uno de ellos, se ve que implican nada menos que el título de Dios... Pero pretenden que este atributo expresa la naturaleza; que su naturaleza el Espíritu no la tiene en común con el Padre y el Hijo, y que, por consiguiente, tampoco tiene en común con ellos el nombre. A ellos les toca, por tanto, demostrar cómo han llegado a comprobar esta diversidad de naturaleza... En la investigación de la naturaleza divina hemos de dejarnos guiar por fuerza de sus operaciones. Si vemos que las operaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se diferencian las unas de las otras, de la diversidad de las operaciones deduciremos que son diversas también las naturalezas que operan. Porque es imposible que seres que son distintos en lo que a su naturaleza se refiere, estén asociados en cuanto a la forma de sus operaciones. El fuego no enfría, el hielo no calienta. La diferencia de naturalezas implica diferencia entre ellas y entre las operaciones que de ellas proceden. Si, pues, percibimos que la operación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una única e idéntica operación, que no presenta ninguna diferencia o diversidad en nada, es fuerza que de esta identidad de operación deduzcamos la unidad de naturaleza... Por tanto, la identidad de operación en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo arguye claramente la semejanza de naturaleza. Se sigue de aquí que, aun cuando el nombre de divinidad signifique naturaleza, la comunidad de esencia prueba que este título se adapta perfectamente al Espíritu Santo.
San Basilio sostiene abiertamente, con la mayoría de los Padres griegos, que el Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. Procede del Padre, pero no por generación, como el Hijo: es el hálito de su boca (De Spiritu Sancto 46,38) pero al mismo tiempo “la bondad natural, la santidad inherente y la dignidad real que del Padre, a través del Unigénito, se extiende al Espíritu” (ibid., 47). Le llama también Espíritu del Hijo, pero con ello no quiere decir que sea el Hijo la fuente única del Espíritu, como pretendía Eunomio (Adv. Eunomium 2,34). La Sagrada Escritura le llama “Espíritu del Padre” y “Espíritu del Hijo,” porque el Hijo tiene todo en común con el Padre (De Sp. S. 18,45). Basilio da a entender, aunque no lo diga expresamente, que el Espíritu Santo es, en cierto sentido, por el Hijo y procede de El (Adv. Eunomiun 2,32).
Una de las razones que contribuyeron a despertar la sospecha de que Basilio compartía las ideas de los semiarrianos fue que él, en su tratado De Spiritu Sancto, nunca llama explícitamente “Dios” al Espíritu Santo. Fue por esta reserva suya por lo que atacaron los monjes a Basilio. Atanasio (Ep. 62 y 63) les escribió defendiéndole y les instó a considerar su intención y propósito (su oikonomia): “Se hace débil con los débiles para ganar a los débiles.” En el panegírico de Gregorio de Nacianzo (68-69) aprendemos algo más sobre esta reserva que dio pie a que varios obispos reprocharan severamente a Basilio (cf. Gregorio de Nacianzo, Ep. 58):
Sus enemigos estaban alerta sobre la mera expresión “el Espíritu es Dios,” que, aunque verdadera, ellos y el malvado jefe de la impiedad imaginaron que era impía, para desterrarle de la ciudad a él y a su poder de enseñanza teológica, adueñándose ellos de la Iglesia y convirtiéndola en base de operaciones desde donde podrían invadir, como desde una ciudadela, el resto del mundo con su doctrina malvada. En consecuencia, usando otras expresiones y testimonios inequívocos que tenían el mismo sentido y empleando argumentos que llevaban a la misma conclusión, se impuso a sus adversarios, de manera que quedaron sin réplica, envueltos en sus propias admisiones — prueba ésta, la más grande posible, de habilidad dialéctica —. Esto mismo se deduce también del tratado que [Basilio] sobre este tema escribió, como con pluma que mojara en el tintero del Espíritu. Reservó para más tarde el uso del término exacto, rogando como un favor al mismo Espíritu y a sus celosos campeones que no se incomodaran por su oihonomia [al evitar la afirmación expresa el Espíritu Santo es Dios”] ni pusieran en peligro por ambición toda la causa por aferrarse a una sola expresión, en una crisis en que estaba en peligro la religión. Les aseguró que no sufrirían daño por un leve cambio de palabras y porque enseñara la misma verdad con términos distintos. Nuestra salvación, en efecto, no es tanto cuestión de palabras como de acciones.
El reconoció más que ningún otro que el Espíritu es Dios; esto es evidente, porque lo proclamó públicamente muchas veces, siempre que se le ofrecía la ocasión, y lo confesaba con vehemencia a los que le preguntaban en privado. Pero me lo manifestó aún más claramente a mí en mis conversaciones con él; no me ocultaba nada cuando hablábamos sobre este particular. No se contentaba con afirmarlo simplemente, sino que llegó hasta imprecar sobre sí, cosa que no lo había hecho antes más que en raras ocasiones, la terrible suerte de la separación del Espíritu, si es que no adoraba al Espíritu juntamente con el Padre y con el Hijo como consubstancial e igual a ellos. Y si alguno quisiera aceptar mi testimonio como el de un colaborador suyo en esta causa, manifestaré un detalle que desconoce la mayoría. Bajo la presión de las dificultades de la época, él, por su parte, puso por obra la oikonomia, mientras que a nosotros nos autorizó a usar de la libertad de expresión, no siendo probable que nadie nos sacara de la oscuridad para llevarnos al tribunal o al destierro, a fin de que, gracias a los esfuerzos de ambos, el Evangelio quedara firmemente establecido. No menciono yo esto para defender su reputación, pues él es más fuerte que sus atacantes, si es que éstos existen; lo hago para evitar que algunos piensen que las expresiones que se encuentran en sus escritos son la única norma de piedad, con peligro de que se debilite su fe y consideren que su propio error encuentra apoyo en la teología de Basilio, que era el resultado combinado de las exigencias de la época y del Espíritu, en vez de considerar el significado de sus escritos y la intención con que fueron escritos, a fin de acercarse más a la verdad y reducir a silencio a los partidarios de la impiedad. ¡Ojalá su teología sea la mía y la de todos los que me son caros!
Esta declaración de Gregorio responde a la realidad, pues Basilio enseñó implícitamente en sus escritos la divinidad y consubstancialidad del Espíritu Santo, aun cuando no empleara nunca, hablando de la tercera Persona de la Trinidad, el ομοουσιος τω πατρί. Habla de su divinidad (θεοτης αύτου) sin lugar a equívocos en Adv. Eunomium 3,4 y 3,5 y lo prueba a lo largo de todo el tratado De Spiritu Sancto (41-47.58-64. 71-75).
En su Ep. 189,5-7 afirma con claridad y sin lugar a dudas:
¿Qué fundamento hay para aplicar al Espíritu todos los demás atributos igual que al Padre y al Hijo, y privarle solamente de la divinidad? Es de todo punto necesario o reconocerle la comunidad aquí o no concederle tampoco en todo lo demás. Si es digno de todo lo demás no es ciertamente indigno de esto. Si, como arguyean nuestros adversarios, El es demasiado insignificante para concederle comunidad con el Padre y el Hijo en el atributo de la divinidad, no es digno de compartir con ellos ni uno solo de los atributos divinos; porque, cuando se consideran cuidadosamente los términos, comparando los unos con los otros según el sentido que se contempla en cada uno de ellos, se ve que implican nada menos que el título de Dios... Pero pretenden que este atributo expresa la naturaleza; que su naturaleza el Espíritu no la tiene en común con el Padre y el Hijo, y que, por consiguiente, tampoco tiene en común con ellos el nombre. A ellos les toca, por tanto, demostrar cómo han llegado a comprobar esta diversidad de naturaleza... En la investigación de la naturaleza divina hemos de dejarnos guiar por fuerza de sus operaciones. Si vemos que las operaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se diferencian las unas de las otras, de la diversidad de las operaciones deduciremos que son diversas también las naturalezas que operan. Porque es imposible que seres que son distintos en lo que a su naturaleza se refiere, estén asociados en cuanto a la forma de sus operaciones. El fuego no enfría, el hielo no calienta. La diferencia de naturalezas implica diferencia entre ellas y entre las operaciones que de ellas proceden. Si, pues, percibimos que la operación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una única e idéntica operación, que no presenta ninguna diferencia o diversidad en nada, es fuerza que de esta identidad de operación deduzcamos la unidad de naturaleza... Por tanto, la identidad de operación en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo arguye claramente la semejanza de naturaleza. Se sigue de aquí que, aun cuando el nombre de divinidad signifique naturaleza, la comunidad de esencia prueba que este título se adapta perfectamente al Espíritu Santo.
San Basilio sostiene abiertamente, con la mayoría de los Padres griegos, que el Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. Procede del Padre, pero no por generación, como el Hijo: es el hálito de su boca (De Spiritu Sancto 46,38) pero al mismo tiempo “la bondad natural, la santidad inherente y la dignidad real que del Padre, a través del Unigénito, se extiende al Espíritu” (ibid., 47). Le llama también Espíritu del Hijo, pero con ello no quiere decir que sea el Hijo la fuente única del Espíritu, como pretendía Eunomio (Adv. Eunomium 2,34). La Sagrada Escritura le llama “Espíritu del Padre” y “Espíritu del Hijo,” porque el Hijo tiene todo en común con el Padre (De Sp. S. 18,45). Basilio da a entender, aunque no lo diga expresamente, que el Espíritu Santo es, en cierto sentido, por el Hijo y procede de El (Adv. Eunomiun 2,32).
4. Eucaristía.
Uno de los documentos más notables acerca de la Eucaristía y de la historia de la sagrada comunión es la Ep.93 de Basilio, dirigida a la matrona patricia Cesaría el año 372 Atestigua la costumbre de reservar el sacramento en las casas de las personas particulares para su uso privado, la costumbre de comulgar diariamente y la fe en la presencia del cuerpo y de la sangre del Señor:
Y el comulgar cada día y participar del santo cuerpo y sangre de Cristo es bueno y muy útil; pues dice El claramente: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Io 6,54). Porque ¿quién pone en duda que participar continuamente de la vida no es otra cosa que vivir de muchos? Nosotros ciertamente comulgamos cuatro veces a la semana: el domingo, el miércoles, el viernes y el sábado, y otros días si es conmemoración de algún santo. Y el que alguno se vea forzado en tiempo de persecución a recibir la comunión con su propia mano, no estando presente el sacerdote o el ministro, es superfluo el mostrar que de ninguna manera es grave, pues lo confirma con su práctica una larga costumbre. Porque todos los monjes que viven en los desiertos, donde no hay sacerdotes, conservando la comunión en casa, la reciben por sí mismos. En Alejandría y en Egipto, cada uno, aun de los seglares, por lo común tiene comunión en su casa y comulga por sí mismo cuando quiere. Porque después que el sacerdote ha realizado una vez el sacrificio y lo ha repartido, el que lo recibe todo de una vez debe creer con razón, al participar de él después cada día, que participa y lo recibe del que se lo ha dado. Pues también el sacerdote en la iglesia distribuye una parte, la cual retiene con todo derecho el que la recibe, y así la lleva a la boca con su propia mano. Pues la misma fuerza si uno recibe del sacerdote una parte o si se reciben muchas al mismo tiempo (Bac 88,405-6 trad. J. Solano)
Uno de los documentos más notables acerca de la Eucaristía y de la historia de la sagrada comunión es la Ep.93 de Basilio, dirigida a la matrona patricia Cesaría el año 372 Atestigua la costumbre de reservar el sacramento en las casas de las personas particulares para su uso privado, la costumbre de comulgar diariamente y la fe en la presencia del cuerpo y de la sangre del Señor:
Y el comulgar cada día y participar del santo cuerpo y sangre de Cristo es bueno y muy útil; pues dice El claramente: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Io 6,54). Porque ¿quién pone en duda que participar continuamente de la vida no es otra cosa que vivir de muchos? Nosotros ciertamente comulgamos cuatro veces a la semana: el domingo, el miércoles, el viernes y el sábado, y otros días si es conmemoración de algún santo. Y el que alguno se vea forzado en tiempo de persecución a recibir la comunión con su propia mano, no estando presente el sacerdote o el ministro, es superfluo el mostrar que de ninguna manera es grave, pues lo confirma con su práctica una larga costumbre. Porque todos los monjes que viven en los desiertos, donde no hay sacerdotes, conservando la comunión en casa, la reciben por sí mismos. En Alejandría y en Egipto, cada uno, aun de los seglares, por lo común tiene comunión en su casa y comulga por sí mismo cuando quiere. Porque después que el sacerdote ha realizado una vez el sacrificio y lo ha repartido, el que lo recibe todo de una vez debe creer con razón, al participar de él después cada día, que participa y lo recibe del que se lo ha dado. Pues también el sacerdote en la iglesia distribuye una parte, la cual retiene con todo derecho el que la recibe, y así la lleva a la boca con su propia mano. Pues la misma fuerza si uno recibe del sacerdote una parte o si se reciben muchas al mismo tiempo (Bac 88,405-6 trad. J. Solano)
5. Confesión.
K. Holl opina que fue San Basilio quien introdujo la confesión auricular en el sentido católico, como confesión regular y obligatoria de todos los pecados, aun de los más secretos (Enthusiasmus p.257; 2.a ed. 267). Su error, empero, está en identificar la confesión sacramental con la “confesión monástica,” que era simplemente un medio de disciplina y de dirección espiritual y no implicaba reconciliación ni absolución sacramental. En su Regla (Reg. fus. tract. 25.26.46), San Basilio ordena que el monje tiene que descubrir su corazón y confesar todas sus ofensas, aun sus pensamientos más íntimos, a su superior o a otros hombres probos “que gozan de la confianza de los hermanos.” En este caso, el puesto del superior puede ocuparlo alguno que haya sido elegido como representante suyo. No hay la menor indicación de que el superior o su sustituto tengan que ser sacerdotes. Se puede decir, pues, que Basilio inauguró lo que se conoce bajo el nombre de “confesión monástica,” pero no así la confesión auricular, que constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia.
De sus cartas canónicas (cf. supra, p.234) se deduce que seguía todavía en vigor la disciplina que había existido en las iglesias de Capadocia desde los tiempos de Gregorio Taumaturgo. La expiación consistía en la separación del penitente de la asamblea cristiana durante las funciones litúrgicas. En la Epistula canonica (cf. vol.1 p.419s) menciona cuatro grados: el estado de “los que lloran,” cuyo puesto estaba fuera de la iglesia (προίσκλαυσις); el estado de “los que oyen,” que estaban presentes para la lectura de la Sagrada Escritura y para el sermón (άκρόασης); el estado de “los que se postran,” que asistían de rodillas a la oración (υπόσταση); por último, el estado de quienes “estaban de pie” durante todo el oficio, pero no participaban en la comunión (σύστασις). En la tercera carta canσnica de Basilio (Ep. 217: EH 593-6), que añade valiosa información sobre la duración de los distintos periodos, encontramos las mismas cuatro clases de penitentes, como se ve por el canon 75:
Al hombre que haya pecado con su propia hermana, bien sea por parte de padre o de madre, no se le debe permitir entrar en la casa de oración hasta que no hava renunciado a su perversa e ilícita conducta. Y cuando haya caído en la cuenta de aquel terrible pecado, que llore durante tres años estando de pie a la puerta de la casa de oración, suplicando a la gente que entra a la oración que todos y cada uno ofrezcan misericordiosamente sus oraciones con ahínco a Dios en su favor. Que, después de esto, sea admitido por un período de otros tres años, pero sólo a escuchar, y, una vez que haya escuchado las Escrituras y las enseñanzas, sea expulsado y no se le admita a la oración. Después, si la pide con lágrimas y ha caído ante el Señor con contrición de corazón y fuerte humillación, concédasele la postración por otros tres años. De esta suerte, cuando haya mostrado frutos dignos de penitencia, sea admitido, en el año décimo, a la oración de los fieles sin oblación; y después que haya estado de pie con los fieles en la oración durante dos años, considéresele por fin digno de la comunión del Bien.
K. Holl opina que fue San Basilio quien introdujo la confesión auricular en el sentido católico, como confesión regular y obligatoria de todos los pecados, aun de los más secretos (Enthusiasmus p.257; 2.a ed. 267). Su error, empero, está en identificar la confesión sacramental con la “confesión monástica,” que era simplemente un medio de disciplina y de dirección espiritual y no implicaba reconciliación ni absolución sacramental. En su Regla (Reg. fus. tract. 25.26.46), San Basilio ordena que el monje tiene que descubrir su corazón y confesar todas sus ofensas, aun sus pensamientos más íntimos, a su superior o a otros hombres probos “que gozan de la confianza de los hermanos.” En este caso, el puesto del superior puede ocuparlo alguno que haya sido elegido como representante suyo. No hay la menor indicación de que el superior o su sustituto tengan que ser sacerdotes. Se puede decir, pues, que Basilio inauguró lo que se conoce bajo el nombre de “confesión monástica,” pero no así la confesión auricular, que constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia.
De sus cartas canónicas (cf. supra, p.234) se deduce que seguía todavía en vigor la disciplina que había existido en las iglesias de Capadocia desde los tiempos de Gregorio Taumaturgo. La expiación consistía en la separación del penitente de la asamblea cristiana durante las funciones litúrgicas. En la Epistula canonica (cf. vol.1 p.419s) menciona cuatro grados: el estado de “los que lloran,” cuyo puesto estaba fuera de la iglesia (προίσκλαυσις); el estado de “los que oyen,” que estaban presentes para la lectura de la Sagrada Escritura y para el sermón (άκρόασης); el estado de “los que se postran,” que asistían de rodillas a la oración (υπόσταση); por último, el estado de quienes “estaban de pie” durante todo el oficio, pero no participaban en la comunión (σύστασις). En la tercera carta canσnica de Basilio (Ep. 217: EH 593-6), que añade valiosa información sobre la duración de los distintos periodos, encontramos las mismas cuatro clases de penitentes, como se ve por el canon 75:
Al hombre que haya pecado con su propia hermana, bien sea por parte de padre o de madre, no se le debe permitir entrar en la casa de oración hasta que no hava renunciado a su perversa e ilícita conducta. Y cuando haya caído en la cuenta de aquel terrible pecado, que llore durante tres años estando de pie a la puerta de la casa de oración, suplicando a la gente que entra a la oración que todos y cada uno ofrezcan misericordiosamente sus oraciones con ahínco a Dios en su favor. Que, después de esto, sea admitido por un período de otros tres años, pero sólo a escuchar, y, una vez que haya escuchado las Escrituras y las enseñanzas, sea expulsado y no se le admita a la oración. Después, si la pide con lágrimas y ha caído ante el Señor con contrición de corazón y fuerte humillación, concédasele la postración por otros tres años. De esta suerte, cuando haya mostrado frutos dignos de penitencia, sea admitido, en el año décimo, a la oración de los fieles sin oblación; y después que haya estado de pie con los fieles en la oración durante dos años, considéresele por fin digno de la comunión del Bien.
Cartas
Las cartas de San Basilio nos
descubren, mejor aún que sus homilías, su fina educación y su gusto
literario. Cuando un tal Nicóbolo preguntó a Gregorio Nacianceno (Ep.
51) acerca de las reglas de la epistolografía, éste le remitió a
Basilio como maestro en aquel arte, y cuando el mismo Nicóbolo le pidió
enviara algunas de sus cartas, Gregorio hizo una colección y se la
mandó a Nicóbolo (Ep. 53). Los benedictinos de San Mauro, en
su edición, publicaron nada menos que 365, entre ellas algunas que no
compuso San Basilio, sino que se las escribieron a él. Esta colección
se divide en tres clases: 1a (n.1-46), cartas escritas antes de su
episcopado, en los años 357-370; 2a (n.47-291), cartas que se asignan
al período de su episcopado, del año 370 al 378, y constituyen las dos
terceras partes de toda la colección; 3a (n.292-365), cartas que se
pueden datar, porque no presentan indicio alguno que oriente acerca de
la fecha de su composición, y muchas que son dudosas o espurias. Ernst
rechazó el orden cronológico establecido por esta edición; en cambio,
Loofs y Schäfer lo defendieron como fundamentalmente correcto. La
tradición manuscrita de la correspondencia ha sido examinada por M.
Bessiérs, A. Cavallin y Stig Y. Rudberg. Este último logró agregar tres
manuscritos antiguos a la importantísima familia Aa. Así, pues, un
nuevo texto crítico vendrá a suplantar al de los benedictinos. Rudberg
nos da una idea de lo que ha de ser la nueva edición en sus magistrales
ediciones de la Ep. 2, dirigida a Gregorio Nacianceno, que se basa en 123 manuscritos de la Ep. 150, a Anfiloquio de Iconio, y de la Ep. 173, a Teodora. La nueva edición de Courtonne compone el texto a base de los seis manuscritos más antiguos de la familia Aa.
La correspondencia de San Basilio es una fuente variada de valiosísima información para la historia de la Iglesia Dental en el siglo IV, y en particular de la de Capadocia. Como no tuvo un biógrafo digno de este nombre, son sus cartas la mejor fuente de información acerca de su vida y de su tiempo, de sus muchas actividades e influencia vastísima, especialmente de su personalidad y carácter. Aunque no las escribió primariamente como literatura, son literarias en el mejor sentido de la palabra. Su gran variedad admite la clasificación por temas. No podemos mencionar aquí más que unas pocas.·
La correspondencia de San Basilio es una fuente variada de valiosísima información para la historia de la Iglesia Dental en el siglo IV, y en particular de la de Capadocia. Como no tuvo un biógrafo digno de este nombre, son sus cartas la mejor fuente de información acerca de su vida y de su tiempo, de sus muchas actividades e influencia vastísima, especialmente de su personalidad y carácter. Aunque no las escribió primariamente como literatura, son literarias en el mejor sentido de la palabra. Su gran variedad admite la clasificación por temas. No podemos mencionar aquí más que unas pocas.·
1. Cartas de amistad
Basilio sentía una gran inclinación a la amistad y a la fidelidad. Por esta razón son particularmente numerosas las cartas destinadas a amigos para un intercambio de ideas, para consolar, animar y aconsejar. Se muestra siempre ansioso de saber noticias de sus amigos y con frecuencia les pide que escriban Cf. Ep. 1.3.4.7.12 4.17.19 21.27.56 8.63.64.95.118.123.124.132 5.145.9.152.8.162 5.168.172 6.181.184 6.192 3.198.200.201.208 210.232.241. 252.254.255. 259.267.268.271. 278.282.284. 285.320.332 4.
Basilio sentía una gran inclinación a la amistad y a la fidelidad. Por esta razón son particularmente numerosas las cartas destinadas a amigos para un intercambio de ideas, para consolar, animar y aconsejar. Se muestra siempre ansioso de saber noticias de sus amigos y con frecuencia les pide que escriban Cf. Ep. 1.3.4.7.12 4.17.19 21.27.56 8.63.64.95.118.123.124.132 5.145.9.152.8.162 5.168.172 6.181.184 6.192 3.198.200.201.208 210.232.241. 252.254.255. 259.267.268.271. 278.282.284. 285.320.332 4.
2. Cartas de recomendación
Dispuesto siempre a ayudar, Basilio dirigió gran número de cartas a las autoridades y a personas ricas para recomendar a los pobres y afligidos, para interceder en favor de ciudades y aldeas, en favor de parientes y amigos; por ejemplo, en Ep. 3.15.31-7.72-8.83-8.96.104.108-112.137.142-4.177.180.271.273-6.279-281.303-319.
A este mismo grupo de cartas pertenece la correspondencia que sostuvo con Libanios de Antioquía, que comprende 25 piezas: Ep. 335-359. Su autenticidad ha sido objeto de muchas discusiones. Algunas son espurias, o al menos dudosas; otras, como Ep. 335-346 y 358, tienen que ser auténticas por el lugar que ocupan en la tradición manuscrita y por la información histórica que encierran. Las misivas de Basilio a Libanios son cartas de introducción de jóvenes de Capadocia al distinguido sofista y retórico griego; las cartas de Libanios a Basilio son tarjetas de agradecimiento. Aquí Basilio hace más uso que en ninguna otra parte de su epistolario de los resortes retóricos, de suerte que Libanios, en una de sus contestaciones (Ep. 338), le dice: “He sido derrotado en belleza de estilo epistolar y ha sido Basilio quien ha reportado la victoria.” Esta correspondencia, toda ella, es interesante para la historia de las personalidades que se escriben; lo es también por el hecho de que fuera posible en absoluto un intercambio así entre un sacerdote y un pagano declarado. Tenemos aquí dos grandes representantes del mundo cristiano y del mundo helenístico que se entienden perfectamente.
Dispuesto siempre a ayudar, Basilio dirigió gran número de cartas a las autoridades y a personas ricas para recomendar a los pobres y afligidos, para interceder en favor de ciudades y aldeas, en favor de parientes y amigos; por ejemplo, en Ep. 3.15.31-7.72-8.83-8.96.104.108-112.137.142-4.177.180.271.273-6.279-281.303-319.
A este mismo grupo de cartas pertenece la correspondencia que sostuvo con Libanios de Antioquía, que comprende 25 piezas: Ep. 335-359. Su autenticidad ha sido objeto de muchas discusiones. Algunas son espurias, o al menos dudosas; otras, como Ep. 335-346 y 358, tienen que ser auténticas por el lugar que ocupan en la tradición manuscrita y por la información histórica que encierran. Las misivas de Basilio a Libanios son cartas de introducción de jóvenes de Capadocia al distinguido sofista y retórico griego; las cartas de Libanios a Basilio son tarjetas de agradecimiento. Aquí Basilio hace más uso que en ninguna otra parte de su epistolario de los resortes retóricos, de suerte que Libanios, en una de sus contestaciones (Ep. 338), le dice: “He sido derrotado en belleza de estilo epistolar y ha sido Basilio quien ha reportado la victoria.” Esta correspondencia, toda ella, es interesante para la historia de las personalidades que se escriben; lo es también por el hecho de que fuera posible en absoluto un intercambio así entre un sacerdote y un pagano declarado. Tenemos aquí dos grandes representantes del mundo cristiano y del mundo helenístico que se entienden perfectamente.
3. Cartas de consuelo
Las cartas n.5.6.28.29.62.101.107.139.140.206.227.238.247 256.257.269.300-302 son expresiones de condolencia dirigidas a padres o esposos que sufrían por la pérdida de algún ser querido; a obispos, sacerdotes y monjes que vivían deprimidos; a iglesias privadas de sus pastores; a sacerdotes y fieles atacados por los herejes.
Las cartas n.5.6.28.29.62.101.107.139.140.206.227.238.247 256.257.269.300-302 son expresiones de condolencia dirigidas a padres o esposos que sufrían por la pérdida de algún ser querido; a obispos, sacerdotes y monjes que vivían deprimidos; a iglesias privadas de sus pastores; a sacerdotes y fieles atacados por los herejes.
4. Cartas canónicas
Basilio escribió muchas cartas con el único fin de restablecer el orden dondequiera que hubiera habido desórdenes o que el derecho canónico hubiera caído en desuso. De esta clase son las Ep. 53 y 54, dirigidas “a los Chorepiskopoi” al comienzo de su episcopado, hacia el año 370. Son famosas las tres que se conocen bajo el nombre de Cartas canónicas, la 188, la 199 y la 217, enviadas a Anfiloquio de Iconium. Contienen normas eclesiásticas detalladas sobre disciplina penitencial y son importantísimas para la historia de esta institución. Algunos negaron equivocadamente su autenticidad. Fueron muy pronto recibidas en todo el Oriente y pasaron a ser ley en la Iglesia griega.
Basilio escribió muchas cartas con el único fin de restablecer el orden dondequiera que hubiera habido desórdenes o que el derecho canónico hubiera caído en desuso. De esta clase son las Ep. 53 y 54, dirigidas “a los Chorepiskopoi” al comienzo de su episcopado, hacia el año 370. Son famosas las tres que se conocen bajo el nombre de Cartas canónicas, la 188, la 199 y la 217, enviadas a Anfiloquio de Iconium. Contienen normas eclesiásticas detalladas sobre disciplina penitencial y son importantísimas para la historia de esta institución. Algunos negaron equivocadamente su autenticidad. Fueron muy pronto recibidas en todo el Oriente y pasaron a ser ley en la Iglesia griega.
5. Cartas ascético-morales
Muchas de las cartas dirigidas al clero, a los seglares y a los religiosos se proponen promover la moral y la vida ascética. Basilio invita a los que han caído a volver a la grey y a una nueva vida; exhorta a obispos y sacerdotes a cumplir sus deberes concienzudamente; muestra distintos medios y caminos para alcanzar la perfección y ensalza la vida monástica con gran entusiasmo. A este grupo pertenecen las n.2.10 11.14.18.22 6.49.65.83.85.97.106. 112.115.116. 161.173. 174. 182.183.197.219.220 222.240.246.249.251.259.277.283.291-9.366.
Muchas de las cartas dirigidas al clero, a los seglares y a los religiosos se proponen promover la moral y la vida ascética. Basilio invita a los que han caído a volver a la grey y a una nueva vida; exhorta a obispos y sacerdotes a cumplir sus deberes concienzudamente; muestra distintos medios y caminos para alcanzar la perfección y ensalza la vida monástica con gran entusiasmo. A este grupo pertenecen las n.2.10 11.14.18.22 6.49.65.83.85.97.106. 112.115.116. 161.173. 174. 182.183.197.219.220 222.240.246.249.251.259.277.283.291-9.366.
6. Cartas dogmáticas
Algunas cartas dogmáticas son tan extensas, que equivalen a verdaderos tratados. La mayoría trata directamente de aspectos diversos de la doctrina trinitaria, del Credo niceno y de la defensa de la consubstancialidad del Hijo y del Espíritu Santo, en contra de los arrianos, eunomianos, sabelianos y apolinaristas. Las que hacen los números 233-6, dirigidas al obispo Anfiloquio de Iconio, forman un conjunto coherente; en ellas se investigan las relaciones entre la fe y la razón, entre la naturaleza y la revelación, como fuentes de nuestro conocimiento de Dios. Otras cartas del mismo estilo son las n.9.52. 105.113.114. 125.129.131. 159.175.210.214. 226.251.258. 261.262.
En cambio, la extensa carta n.38, dirigida a su hermano Gregorio de Nisa Sobre la diferencia entre substancia y persona, es auténtica. La n.8, titulada Una apología a los de Cesarea por su huida y sobre la fe, que ha sido el centro de muchas discusiones en torno a la teología de San Basilio, hay que devolverla a Evagrio Póntico, como lo demostraron, independientemente el uno del otro, Bousset y Melcher. La Ep.16 Adversus Eunomium haerelicum ni es una carta ni es de San Basilio, sino que es un fragmento del Contra Eunomium. c.10, de Gregorio Niseno.
Las cartas de Basilio a Apolinar de Laodicea y las respuestas de éste, n.361-364, eran generalmente consideradas como espurias, hasta que, en 1892, J. Dräseke intentó probar su autenticidad. Sus argumentos, empero, convencieron sólo a unos pocos. Tampoco tuvo mayor éxito Bonwetsch. Recientemente, G. L. Pestige, en una obra suya póstuma, ha presentado una nueva defensa de su autenticidad, que convence y persuade. Compara su estilo y vocabulario con los de los escritos auténticos de Basilio. Por otra parte, prueba que Basilio nunca negó este intercambio, sino que en realidad admitió haber escrito al menos una carta. Lo que Basilio repudió el año 375 fue el llamado Documento eustatiano, que no pertenece a este grupo y parece que fue redactado por Apolinar. Prestige ha preparado una nueva traducción inglesa de esta correspondencia. El documento lo da en su texto griego y en traducción inglesa.
La Ep.189 A Eustatio sobre la Santa Trinidad, de la cual Publicó G. Mercati (ST 11 [1903] 57ss) una nueva edición crítica, es considerada hoy por casi todos como una carta de Gregorio de Nisa escrita contra los pneumatómacos.
Algunas cartas dogmáticas son tan extensas, que equivalen a verdaderos tratados. La mayoría trata directamente de aspectos diversos de la doctrina trinitaria, del Credo niceno y de la defensa de la consubstancialidad del Hijo y del Espíritu Santo, en contra de los arrianos, eunomianos, sabelianos y apolinaristas. Las que hacen los números 233-6, dirigidas al obispo Anfiloquio de Iconio, forman un conjunto coherente; en ellas se investigan las relaciones entre la fe y la razón, entre la naturaleza y la revelación, como fuentes de nuestro conocimiento de Dios. Otras cartas del mismo estilo son las n.9.52. 105.113.114. 125.129.131. 159.175.210.214. 226.251.258. 261.262.
En cambio, la extensa carta n.38, dirigida a su hermano Gregorio de Nisa Sobre la diferencia entre substancia y persona, es auténtica. La n.8, titulada Una apología a los de Cesarea por su huida y sobre la fe, que ha sido el centro de muchas discusiones en torno a la teología de San Basilio, hay que devolverla a Evagrio Póntico, como lo demostraron, independientemente el uno del otro, Bousset y Melcher. La Ep.16 Adversus Eunomium haerelicum ni es una carta ni es de San Basilio, sino que es un fragmento del Contra Eunomium. c.10, de Gregorio Niseno.
Las cartas de Basilio a Apolinar de Laodicea y las respuestas de éste, n.361-364, eran generalmente consideradas como espurias, hasta que, en 1892, J. Dräseke intentó probar su autenticidad. Sus argumentos, empero, convencieron sólo a unos pocos. Tampoco tuvo mayor éxito Bonwetsch. Recientemente, G. L. Pestige, en una obra suya póstuma, ha presentado una nueva defensa de su autenticidad, que convence y persuade. Compara su estilo y vocabulario con los de los escritos auténticos de Basilio. Por otra parte, prueba que Basilio nunca negó este intercambio, sino que en realidad admitió haber escrito al menos una carta. Lo que Basilio repudió el año 375 fue el llamado Documento eustatiano, que no pertenece a este grupo y parece que fue redactado por Apolinar. Prestige ha preparado una nueva traducción inglesa de esta correspondencia. El documento lo da en su texto griego y en traducción inglesa.
La Ep.189 A Eustatio sobre la Santa Trinidad, de la cual Publicó G. Mercati (ST 11 [1903] 57ss) una nueva edición crítica, es considerada hoy por casi todos como una carta de Gregorio de Nisa escrita contra los pneumatómacos.
7. Cartas litúrgicas
Algunas cartas de Basilio son importantes para la historia de la liturgia. Así, por ejemplo, la Ep.207, dirigida al clero de Neocesarea y escrita a finales del verano del 375, nos da una excelente descripción del oficio vigiliar. La Ep.93 recomienda la comunión diaria.
Algunas cartas de Basilio son importantes para la historia de la liturgia. Así, por ejemplo, la Ep.207, dirigida al clero de Neocesarea y escrita a finales del verano del 375, nos da una excelente descripción del oficio vigiliar. La Ep.93 recomienda la comunión diaria.
8. Cartas históricas
El campo que abarcaba San Basilio en sus cartas era enorme. En su carta n.204 escribe así: “Haz que pregunten en Pisidia, en Licaonia, en Isauria, en las dos Frigias, en toda la parte de Armenia que esté a tu alcance, en Macedonia, en Acaya, en Iliria, en las Galias, en España, en toda Italia, en Sicilia, en África, en la parte sana de Egipto, en todo lo que queda de Siria, que pregunten a todos los que me escriben cartas y reciben mis contestaciones.” Con contactos tan vastos, las cartas de Basilio constituyen una fuente de primer orden para la historia del Imperio y para las condiciones de la Iglesia y del Estado, para las relaciones entre el Oriente y el Occidente, para las controversias entre la ortodoxia y la herejía.
La correspondencia entre el Santo y el emperador Juliano, que comprende las cartas n.39.40.41 y 60, es espuria y fue reconocida como tal ya en época bizantina.
Según Wittig, las cartas 50 y 81, dirigidas “Innocentio episcopo,” fueron redactadas por San Juan Crisóstomo y remitidas al papa Inocencio I.
El campo que abarcaba San Basilio en sus cartas era enorme. En su carta n.204 escribe así: “Haz que pregunten en Pisidia, en Licaonia, en Isauria, en las dos Frigias, en toda la parte de Armenia que esté a tu alcance, en Macedonia, en Acaya, en Iliria, en las Galias, en España, en toda Italia, en Sicilia, en África, en la parte sana de Egipto, en todo lo que queda de Siria, que pregunten a todos los que me escriben cartas y reciben mis contestaciones.” Con contactos tan vastos, las cartas de Basilio constituyen una fuente de primer orden para la historia del Imperio y para las condiciones de la Iglesia y del Estado, para las relaciones entre el Oriente y el Occidente, para las controversias entre la ortodoxia y la herejía.
La correspondencia entre el Santo y el emperador Juliano, que comprende las cartas n.39.40.41 y 60, es espuria y fue reconocida como tal ya en época bizantina.
Según Wittig, las cartas 50 y 81, dirigidas “Innocentio episcopo,” fueron redactadas por San Juan Crisóstomo y remitidas al papa Inocencio I.
San Basilio
Por Benedicto XVI
Catequesis del 4 de Julio del 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy queremos recordar a
uno de los grandes Padres de la Iglesia, san Basilio, a quien los
textos litúrgicos bizantinos definen como una «lumbrera de la Iglesia».
Fue un gran obispo del siglo IV, al que mira con admiración tanto la
Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la
excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de sus dotes
especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida» (cf. Ep. 223: PG 32, 824 a).
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida» (cf. Ep. 223: PG 32, 824 a).
Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a él (cf. Moralia 80, 1: PG 31,
860 b c). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la
oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos
de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad (cf.Ep. 2
y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la
cual ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y,
por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en
la actual Turquía.
Con su predicación y
sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y
literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la
entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su
experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o
comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con
frecuencia (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 29 in laudem Basilii: PG 36, 536 b). Con su palabra y sus escritos, muchos de los cuales se conservan todavía hoy (cf. Regulae brevius tractatae, Proemio: PG 31,
1080 a b), los exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos
escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica
antigua, entre ellos san Benito, que consideraba a san Basilio como su
maestro (cf. Regula 73, 5).
En realidad, san
Basilio creó una vida monástica muy particular: no cerrada a la
comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella. Sus monjes formaban
parte de la Iglesia particular, eran su núcleo animador que, precediendo
a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe,
mostraba su firme adhesión a Cristo —el amor a él—, sobre todo con obras
de caridad. Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al
servicio de los pobres; así mostraron la integridad de la vida
cristiana.
El siervo de Dios Juan
Pablo II, hablando de la vida monástica, escribió: «Muchos opinan que
esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida
monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por
san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado
tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 13).
Como obispo y pastor de
su vasta diócesis, san Basilio se preocupó constantemente por las
difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció
con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y
marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los
sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló
por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los poderosos para
defender el derecho de profesar la verdadera fe (cf. san Gregorio
Nacianceno, Oratio 43, 48-51 in laudem Basilii: PG 36,
557 c-561 c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la
construcción de varios hospicios para necesitados (cf. san Basilio, Ep. 94: PG 32, 488 b c), una especie de ciudad de la misericordia, que por él tomó el nombre de «Basiliades» (cf. Sozomeno, Historia Eccl. 6, 34: PG 67, 1397 a). En ella hunden sus raíces los modernos hospitales para la atención y curación de los enfermos.
Consciente de que «la
liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al
mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium,
10), san Basilio, aunque siempre se preocupaba por vivir la caridad,
que es la señal de reconocimiento de la fe, también fue un sabio
«reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in laudem Basilii: PG 36,
541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su
nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la
salmodia: gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía a
rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2: PG 29,
212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con
la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.
Con celo y valentía,
san Basilio supo oponerse a los herejes, que negaban que Jesucristo era
Dios como el Padre (cf. san Basilio, Ep. 9, 3: PG 32, 272 a; Ep. 52, 1-3: PG 32, 392 b-396 a; Adv. Eunomium 1, 20: PG 29,
556 c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del
Espíritu Santo, defendió que también el Espíritu Santo es Dios y «debe
ser considerado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo» (cf. De Spiritu Sancto: SC 17
bis, 348). Por eso, san Basilio es uno de los grandes Padres que
formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, precisamente
por ser Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más
profunda que existe, la unidad divina.
En su amor a Cristo y a
su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las
divisiones dentro de la Iglesia (cf. Ep. 70 y 243), procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (cf. De iudicio 4: PG 31, 660 b-661 a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes deben obedecer (cf. ib. 1-3: PG 31, 653 a-656 c).
En conclusión, san
Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia y al
multiforme ejercicio del ministerio episcopal. Según el programa que él
mismo trazó, se convirtió en "apóstol y ministro de Cristo, dispensador
de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y norma de piedad,
ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico
compasivo, padre nutricio, cooperador de Dios, agricultor de Dios,
constructor del templo de Dios" (cf. Moralia 80, 11-20: PG 31, 864 b-868 b).
Este es el programa que
el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra —tanto ayer como
hoy—, un programa que él mismo se esforzó generosamente por poner en
práctica. En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años,
agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza
de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor» (De Baptismo 1,
2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en
Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la
alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.
Catequesis del 1 de Agosto del 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Después de estas tres semanas de pausa, reanudamos
nuestros habituales encuentros del miércoles. Hoy quiero continuar el
tema que tratamos en la última catequesis: la vida y los escritos de san
Basilio, obispo en la actual Turquía, en Asia menor, durante el siglo
IV. La vida de este gran santo y sus obras están llenas de puntos de
reflexión y de enseñanzas que valen también para nosotros hoy.
San Basilio habla, ante todo, del misterio de Dios, que
sigue siendo el punto de referencia más significativo y vital para el
hombre. El Padre es "el principio de todo y la causa del ser de lo que
existe, la raíz de los seres vivos" (Hom. 15, 2 de fide: PG 31, 465c) y sobre todo es "el Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Anaphora sancti Basilii). Remontándonos a Dios a través de las criaturas, "tomamos conciencia de su bondad y de su sabiduría" (Contra Eunomium 1, 14: PG29, 544b). El Hijo es la "imagen de la bondad del Padre y el sello de forma igual a él" (cf.Anaphora sancti Basilii). Con su obediencia y su pasión, el Verbo encarnado realizó la misión de Redentor del hombre (cf. In Psalmum 48, 8: PG 29, 452ab; De Baptismo 1, 2: SC 357, 158).
Por último, habla extensamente del Espíritu Santo, al
que dedicó un libro entero. Nos explica que el Espíritu Santo anima a
la Iglesia, la colma de sus dones y la hace santa. La luz espléndida del
misterio divino se refleja en el hombre, imagen de Dios, y exalta su
dignidad. Contemplando a Cristo, se comprende plenamente la dignidad del
hombre. San Basilio exclama: "(Hombre), date cuenta de tu grandeza
considerando el precio pagado por ti: mira el precio de tu rescate y
comprende tu dignidad" (In Psalmum 48, 8: PG 29, 452b).
En particular el cristiano, viviendo de acuerdo con
el Evangelio, reconoce que todos los hombres son hermanos entre sí; que
la vida es una administración de los bienes recibidos de Dios, por lo
cual cada uno es responsable ante los demás, y el que es rico debe ser
como un "ejecutor de las órdenes de Dios bienhechor" (Hom. 6 de avaritia: PG 32, 1181-1196). Todos debemos ayudarnos y cooperar como miembros de un solo cuerpo (Ep. 203, 3).
San Basilio, en sus homilías usó también palabras
valientes, fuertes, a este respecto. En efecto, quien quiere amar al
prójimo como a sí mismo, cumpliendo el mandamiento de Dios, "no debe
poseer nada más de lo que posee su prójimo" (Hom. in divites: PG 31, 281b).
En tiempo de carestía y calamidad, con palabras
apasionadas, el santo obispo exhortaba a los fieles a "no mostrarse más
crueles que las bestias..., apropiándose de lo que es común y poseyendo
ellos solos lo que es de todos" (Hom. tempore famis: PG 31,
325a). El pensamiento profundo de san Basilio se pone claramente de
manifiesto en esta sugestiva frase: "Todos los necesitados miran
nuestras manos, como nosotros miramos las de Dios cuando tenemos
necesidad".
Así pues, es bien merecido el elogio que hizo de él
san Gregorio Nacianceno, el cual, después de la muerte de san Basilio,
dijo: "Basilio nos persuadió de que, al ser hombres, no debemos
despreciar a los hombres ni ultrajar a Cristo, cabeza común de todos,
con nuestra inhumanidad respecto de los hombres; más bien, en las
desgracias ajenas debemos obtener beneficio y prestar a Dios nuestra
misericordia, porque necesitamos misericordia" (Oratio 43, 63: PG 36, 580b). Son palabras muy actuales. Realmente, san Basilio es uno de los Padres de la doctrina social de la Iglesia.
San Basilio nos recuerda, además, que para mantener vivo en nosotros el amor a Dios y a los hombres, es necesaria la Eucaristía, alimento adecuado para los bautizados, capaz de robustecer las nuevas energías derivadas del Bautismo (cf. De Baptismo 1, 3: SC 357, 192). Es motivo de inmensa alegría poder participar en la Eucaristía (Moralia 21, 3: PG 31, 741a), instituida "para conservar incesantemente el recuerdo de Aquel que murió y resucitó por nosotros" (Moralia 80, 22: PG 31, 869b).
La Eucaristía, don inmenso de Dios, protege en cada
uno de nosotros el recuerdo del sello bautismal y permite vivir en
plenitud y con fidelidad la gracia del Bautismo. Por eso, el santo
obispo recomienda la Comunión frecuente, incluso diaria: "Comulgar
también cada día recibiendo el santo cuerpo y la sangre de Cristo es
algo bueno y útil, dado que él mismo dice claramente: "Quien come mi
cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6, 54). Por tanto, ¿quién dudará de que comulgar continuamente la vida es vivir en plenitud?" (Ep. 93: PG 32, 484b). En otras palabras, la Eucaristía nos es necesaria para acoger en nosotros la verdadera vida, la vida eterna (cf. Moralia 21, 1: PG31, 737c).
Por último, san Basilio también se interesó, naturalmente, por esa porción elegida del pueblo de Dios que son los jóvenes, el futuro de la sociedad. A ellos les dirigió un Discurso sobre
el modo de sacar provecho de la cultura pagana de su tiempo. Con gran
equilibrio y apertura, reconoce que en la literatura clásica, griega y
latina, se encuentran ejemplos de virtud. Estos ejemplos de vida recta
pueden ser útiles para el joven cristiano en la búsqueda de la verdad,
del modo recto de vivir (cf. Ad adolescentes 3).
Por tanto, hay que tomar de los textos de los autores
clásicos lo que es conveniente y conforme a la verdad; así, con una
actitud crítica y abierta —en realidad, se trata de un auténtico
"discernimiento"— los jóvenes crecen en la libertad. Con la célebre
imagen de las abejas, que toman de las flores sólo lo que sirve para la
miel, san Basilio recomienda: "Como las abejas saben sacar de las flores
la miel, a diferencia de los demás animales, que se limitan a gozar del
perfume y del color de las flores, así también de estos escritos... se
puede sacar provecho para el espíritu. Debemos utilizar esos libros
siguiendo en todo el ejemplo de las abejas, las cuales no van
indistintamente a todas las flores, y tampoco tratan de sacar todo lo
que tienen las flores donde se posan, sino que sólo sacan lo que les
sirve para la elaboración de la miel, y dejan lo demás. Así también
nosotros, si somos sabios, tomaremos de esos escritos lo que se adapta a
nosotros y es conforme a la verdad, y dejaremos el resto" (Ad adolescentes 4).
San Basilio recomienda a los jóvenes, sobre todo, que crezcan en la
virtud, en el recto modo de vivir: "Mientras que los demás bienes...
pasan de uno a otro, como en el juego de los dados, sólo la virtud es un
bien inalienable, y permanece durante la vida y después de la muerte" (ib., 5).
Queridos hermanos y hermanas, podemos decir que este
santo Padre de un tiempo tan lejano nos habla también a nosotros y nos
dice cosas importantes. Ante todo, esta participación atenta, crítica y
creativa en la cultura de hoy. Luego, la responsabilidad social: en
nuestro tiempo, en un mundo globalizado, también los pueblos
geográficamente lejanos son realmente nuestro prójimo. A continuación,
la amistad con Cristo, el Dios de rostro humano. Y, por último, el
conocimiento y la acción de gracias a Dios, Creador y Padre de todos
nosotros: sólo abiertos a este Dios, Padre común, podemos construir un
mundo justo y fraterno.
Peregrino en la tierra
Maestro
insigne de la vida anacorética-cenobítica bajo autoridad y en obras
eficientes de caridad (= ágape = amor de preferencia comprometido
racional) gracias al trabajo, para quien el monje no es sino un
cristiano sincero, que sólo quiere acomodar su vida al Evangelio, vivir
la fe que profesa y que obliga a todos, en una vida en el Despojo y
la Koinonía y el Amor (= caridad de servicio universal) propios de los
consejos evangélicos, pero ya vividos firmemente en monacato bajo una
regla sencilla y práctica, explicación y aplicación del Evangelio, y un
Superior más explícitamente jerárquico, para conseguir
la Unión con Dios.
Nota biográfica:
San
Basilio el Grande fue el definitivo organizador de la vida cenobítica.
Nació en Cesarea de Capadocia, hacia el año 330, en una familia rica y
profundamente cristiana. Su madre, Emelia, gozó de fama de santidad, lo
mismo que su hermano menor, San Gregorio Niseno, y su hermana Macrina,
que transformó en monasterio su propiedad de Annesio. Dos de sus
hermanos llegaron a obispos, como él: Gregorio, en Nisa, y Pedro, en
Sebaste.
Muy
joven aún, Basilio sintió una inclinación decidida hacia la vida
ascética de renuncia al mundo y retiro a la soledad. Recorrió Egipto,
Siria y Mesopotamia, en donde practicó algún tiempo la vida anacorética
y observó la manera de vivir de los monjes. Admiró, según escribe en
una de sus cartas, “su abstinencia en la comida, su coraje en el
trabajo, su constancia en la oración nocturna, su alta e indomable
disposición de alma que les hacía despreciar el hambre, la sed, el frío,
como si fueran extraños a su cuerpo, verdaderos peregrinos en la tierra
y ya ciudadanos del cielo”.
Vuelto
a su patria, distribuyó entre los pobres todos sus bienes y se dirigió a
una soledad cerca de Neocesarea de Capadocia, y allí vivió como monje
hasta su elevación al episcopado, el año 370. Tenía una sola túnica y
un pequeño manto por todo abrigo, una tabla o una estera extendida en el
suelo por lecho, pan, sal y algunas hierbas por alimento y agua clara
de la montaña por bebida.
Pronto
se esparció su fama en torno suyo, por lo que acudieron numerosos
anacoretas a ponerse bajo su dirección. Les agrupó siguiendo el régimen
cenobítico de San Pacomio, pero formando conventos mucho menos
numerosos. Organizo sabiamente su vida, dándoles una fuerte dirección
moral y ascética, a base de sus dos Reglas. Estos dos escritos
obtuvieron gran éxito y le han valido a San Basilio el título de
legislador del monaquismo oriental. Al trabajo manual y la oración
juntaban el estudio. En su Regla se concedía capital importancia a la
obediencia y no se estimaba tanto la mortificación del cuerpo como la
sujeción del espíritu. Ya en el noviciado se insistía en someter el
propio juicio al de los demás, sobre todo al del superior. De este modo,
la Regla de San Basilio, con alguna mayor suavidad en las austeridades
corporales, pero con una unión más íntima entre sus miembros y mayor
dependencia de sus superiores, tuvo un éxito extraordinario. Su Regla se
convirtió en el Código monástico oriental por antonomasia.
El
año 370 fue nombrado Obispo de Cesarea. Como Obispo su solicitud se
extendía a todos. Invitaba a todos a vivir la caridad: “Dime, ¿qué es lo
que es tuyo? ¿De quién lo has recibido? El que despoja a un hombre
desnudo se llama ladrón. El que no viste a un hombre desnudo cuando
puede hacerlo, ¿merece otro nombre? El pan que guardas pertenece al
pobre, el calzado que dejas pudrirse es del que va descalzo, el dinero
que acumulas es de los necesitados, y tú cometes tantas injusticias
como hombres hay a los que podrías socorren”. Empeñó, además, gran
parte de su actividad episcopal en mejorar la situación del clero. Se
convirtió en el más decidido defensor de la fe nicena, cuando el
arrianismo se imponía en todo el imperio. San Basilio se desvivió por el
bien de las Iglesias y de la doctrina ortodoxa. Tras la muerte del
emperador Valente y la llegada de Teodosio al trono, se abrían mejores
perspectivas para toda
la Iglesia. Pero al fin, su cuerpo debilitado no pudo resistir más y murió el 1 de enero del 379, a los cincuenta años.
Su
amigo entrañable, San Gregorio de Nacianzo, decía así de los libros del
Obispo y Doctor de la Iglesia: “Cuando leo sus obras, mi alma y mi
cuerpo se purifican, me convierto en templo digno de Dios y en dócil
instrumento del Espíritu Santo. Su aliento pone en mí un ritmo de
armonía”.
BREVE
RESEÑA DE LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN BASILIO
Obispo
de Cesarea en Capadocia
Familiares
de San Basilio
Nació
Basilio el año 329, de una noble y rica familia del Ponto, ilustre no menos por
la erudición, que por los cargos, obtenidos en la administración pública y,
por la constancia en la fe cristiana.
Su
abuelo había dado una prueba eximia de fe, en la persecución de Diocleciano,
que le valió la confiscación de los bienes, y una vida errante en las
desmesuradas montañas de su provincia.
El
padre de nuestro Basilio, llamado también él Basilio, ejercía la profesión
de abogado en Cesarea de Capadocia, capital de la vasta provincia del Ponto. Al
mismo tiempo tenía a su cargo una escuela de retórica. Al referir esta
circunstancia, San Gregorio Nazianzeno, no deja de reprender a aquellos que
entre los cristianos despreciaban la literatura.
Más
tarde Basilio abandonó Cesarea y se trasladó a Neocesarea del Ponto con el fin
de estar más cerca de las vastas posesiones de su familia y poder atender con
mayor comodidad y dedicación a la educación de sus hijos. El primero de
éstos, Basilio, había nacido en el año 329, cuando aún estaban en Cesarea.
Basilio
aprendió gramática en la escuela de su padre. Las conversaciones con la
abuela, S. Macrina, hicieron germinar en su alma de niño la piedad, la fe y la
admiración por los campeones de Cristo, que sellaban su fe con la propia
sangre. A no pocos de éstos, Macrina los había conocido personalmente.
Para
estudiar retórica y filosofía, fue primeramente a Cesarea de Capadocia. Pasó
luego a Constantinopla y de allí a Atenas, donde se detuvo cuatro o cinco
años, perfeccionándose en la retórica griega y en la filosofía, de la que
aún florecían en aquella ciudad, varias escuelas. Allí, en compañía de unos
pocos amigos igualmente enamorados de la virtud, de la religión y del saber,
llevó una vida muy retirada, no conociendo otro camino sino el que conducía a
la iglesia y el que llevaba a la escuela.
Al
terminar sus cursos y después de visitar a sus padres, Basilio se trasladó a
Cesarea, donde enseñó Retórica con grandes aplausos, del que no se mostró
insensible.
El
monje fundador
Las
amonestaciones de Macrina, su hermana, que heredó el nombre de su abuela, le
hicieron reflexionar sobre las vanidades del mundo. De ahí que concibió el
designio de seguir los consejos evangélicos. Recibió ante todo el bautismo.
Visitó después los monasterios de Egipto, de Palestina, de Celesiria y de
Mesopotamia, para estudiar las prácticas de la vida monástica. Instruido de
esta manera, se retiró a un pequeño valle que formaba parte de los bienes
paternos, no lejos del lugar, donde hacía ya un tiempo se habían retirado su
hermana y su madre con muchas mujeres de servicio, llegando a ser las esclavas,
compañeras y hermanas.
Pronto
creció la comunidad de Basilio y el amigo Gregorio, después Obispo de Nazianzo,
no tardó en condividir con él la soledad, el estudio sagrado y el trabajo de
la tierra.
Haciendo
tesoro de lo que durante los viajes había observado, aprendido y sentido, y de
su propia experiencia, dictó sus reglas, de las que hizo dos ediciones, una
más resumida (Regulae brevius
tractatae) y otra más extensa (Regulae fusius tractatae).
Basilio
prefirió la vida cenobítica a la anacorética, pero quiso también que los
monasterios no fuesen demasiado numerosos, a fin de que el superior pueda
consagrarse mejor a sus súbditos.
La
ocupación del monje, es la divina alabanza, la lectura espiritual y
el trabajo manual, de tal manera, sin embargo,
que no ocasione disturbio a la vida en comunidad y a las normas de
las reglas.
Ya
desde el comienzo admitía Basilio en sus monasterios a
jovencitos confiados por sus padres para
que fuesen educados e instruidos en las disciplinas profanas y sagradas,
inaugurando así un ramo proficuo de la acción de las órdenes religiosas: el
colegio.
El
fustigador de la herejía y el consejero del
Obispo
Cuál
fuese la estima de que ya desde entonces gozaba Basilio, nos la demuestra el
hecho de Dianeo, Obispo de Cesarea. Este, más por debilidad de carácter que
por malignidad, a las tantas rendiciones llevadas a cabo por los arrianos,
había añadido también la de suscribir la fórmula de fe compuesta por los
arrianos en Nice (Tracia) y sancionada en Rimini (359). Entonces Basilio, si
bien era sólo lector en la jerarquía eclesiástica, se separó de la comunión
eclesiástica del primado del Ponto. El Obispo, habiendo caído enfermo y
presintiendo la muerte, llamó a Basilio y le confesó a él mismo su debilidad,
profesando no haber tenido jamás intención de apartarse de la fe de Nicea. De
ahí que no es de maravillar que el sucesor de Dianeo, Eusebio, lo admitiese a
formar parte entre los sacerdotes de su ciudad. Sin embargo, la fama popular de
que gozaba Basilio, turbó la buena armonía entre él y el Obispo. Por esta
razón, el Santo, para precaver y cortar una situación escabrosa, volvió a su
amada soledad. Pero muy pronto, las insistencias del Obispo, y más aún las de
Gregorio, Obispo de Nazianzo, padre del amigo de Basilio, lo indujeron a volver
a Cesarea, que había llegado a ser lugar de combate. Valente, Emperador de
Oriente, estaba del todo entregado a las manos de los arrianos extremistas,
llamados anomeos. Su secta debía triunfar, y con este fin envió a disposición
de ellos toda la fuerza de su Gobierno. Basilio fue entonces el fiel consejero
del Obispo; se debió a su vigilancia, a su doctrina, a su prudencia el haberse
evitado hechos inconsiderados y el haber logrado que la misma presencia de
Valente no pudiese apartar a la población de la adhesión a la verdadera fe.
Al
mismo tiempo, secundando la autoridad del Obispo, reformó la liturgia, sea
abreviándola, sea introduciendo en ella nuevos elementos tomados de la liturgia
antioquena. En una palabra, el verdadero Obispo de Cesarea era Basilio.
El
sucesor en el Episcopado
Muerto,
pues, Eusebio (370), no podía caber duda sobre quién le debía suceder. No
faltaba, sin embargo, una fuerte oposición, especialmente de parte de los
Obispos de la Capadocia, que temían un primado del temple de Basilio.
Tampoco
los magistrados civiles no disimulaban su aversión para aquel que había sido
el alma de la defensa de la fe ortodoxa contra el Emperador.
Nuevamente
el Obispo de Nazianzo fue quien, no obstante la vejez agravada por la
enfermedad, se hizo llevar a Cesarea y obtuvo que se elegiese a Basilio, a quien
él mismo confirió la consagración episcopal.
Celo
y virtudes del Obispo
En
el nuevo cargo, tocaba a Basilio la
ardua tarea de resistir a la prepotencia del Emperador Valente que en todo
el imperio Oriental pretendía hacer triunfar el arrianismo.
En
ocasión del viaje de este Emperador a través de la Capadocia, tanto el
Prefecto del Pretorio, Domicio Modesto, como el mismo príncipe, experimentaron
la constancia adamantina del Santo, quien logró tanta estima con la doctrina y
la firmeza, que en Capadocia el Emperador, avisado también de la muerte de su
hijo, ahorraba a los católicos las persecuciones con que había vejado la
Tracia y que seguidamente debía infligir a la Siria y a la Mesopotamia.
Con
cuánto empeño vigilase Basilio sobre la disciplina del Clero y del pueblo, no
sólo en su propia diócesis, sino en toda la vasta provincia eclesiástica a
él confiada, aún hoy día lo vemos por su epistolario.
Mas
no se preocupaba menos de las varias necesidades temporales de ciudades enteras
o clases de personas o también de algunos particulares. Debemos mencionar sobre
todo los institutos de caridad surgidos por obra suya en varios puntos de la
diócesis, y aquel gran complejo de obras
piadosas erigido por él fuera de la ciudad de Cesarea en medio del cual quiso
también estuviese la residencia del Obispo. Tal complejo de instituciones en
las que Basilio puso de manifiesto su saber práctico y su talento de
organizador, formaba como una ciudad y el pueblo la llamaba Basiliade. La ciudad
que hoy día se llama Kaisarí, se encuentra situada no en el lugar de la
antigua Cesarea, sino más bien en el lugar de Basiliade.
Su
inquebrantable adhesión a la Sede de Pedro
No
debemos olvidar su inquebrantable adhesión a la Sede de S. Pedro y, en general,
a toda la Iglesia de Occidente, de la que esperaba y pedía su estimable ayuda
para la extinción de la herejía de Oriente, mientras que los arrianos eran
precisamente los primeros que habían manifestado aversión contra los
occidentales en general. Sobre todo hubiera querido que los occidentales
indujesen al Emperador Valentiniano I a tutelar ante su hermano a los católicos
de Oriente. Pero las cosas fueron lentamente y la repentina muerte de
Valentiniano (375) impidió que su rescripto en favor de los católicos de
Oriente fuese puesto en vigor. Más aún, entonces recrudeció por el contrario
la persecución, transportada también a Capadocia. Pero Basilio tuvo también
el consuelo de ver el fin definitivo de la persecución arriana, que cesó con
la muerte de Valente (378).
Poco
después, en enero del año 379, expiró a la edad de 49 años.
Sus
escritos
Los
escritos de Basilio son, o de índole dogmático-polémica (Adversus
Eúñómium. De Spiritu Santo, Adversus Maniqueos), o son homilías entre las
que comprendemos también sus trabajos exegéticos (In Hexaémeron, in
Psalmos, etc.), de las demás homilías las primeras 24
están reconocidas como pertenecientes al Santo, mientras las otras están
sujetas a duda. De la regla de San Basilio ya hemos hablado. De las 365 cartas
que se conservan y que constituyen una preciosa fuente para la Historia
Eclesiástica de la época, las tres que se denominan canónicas, escritas a
Anfiloquio, Obispo de Iconio, tuvieron en la Iglesia griega autoridad de ley
general.
Con
sus homilías San Basilio inaugura dignamente la ilustre corona de los oradores
sagrados de la Iglesia Oriental.
El
despertar de la vida intelectual y literaria verificado bajo Constantino fue
para provecho del cristianismo mismo.
En
las homilías de San Basilio encontramos reunidas, verdad de la sustancia y
belleza de la forma, requisitos de toda producción artística. Además la
belleza de la forma, no se sobrepone exteriormente a la sustancia, sino que es
como un esplendor que emana naturalmente de la verdad. No hay en ellas nada de
rebuscado.
Por
otra parte, sin embargo y esto debe decirse un poco de todos los oradores
sagrados del cuarto y quinto siglo, sus discursos, destinados para un público
compuesto de personas pertenecientes a la
clase media y a la inferior, suponen en éste un grado de cultura, o al menos de
intereses intelectuales no comunes. Esto se explica. Toda cultura, cuando ha
supuesto el apogeo de profundidad busca ganar en extensión y descender a las
masas. El mismo cristianismo había contribuido de la manera más poderosa a
estimular aun la inteligencia de los humildes y sin letras a fin de que también
ellos se ocupasen de los problemas más sublimes de la inteligencia humana.
Finalmente,
las controversias suscitadas por el arrianismo, y que tanto apasionaban los
ánimos, habían creado una atmósfera de reflexión, que permitía aún a
aquellos que no habían hecho estudios profundos, seguir con interés y con
inteligencia un raciocinio especulativo, siempre que procediese con claridad y
orden. Y estas son las dotes de Basilio. En sus homilías, además, insiste
Basilio principalmente sobre los deberes de la vida cristiana. Más aún, la
mayor parte de éstas, tiene un móvil concreto que la provocaron y
esta circunstancia da a las mismas un precio del
todo especial. Nos revelan al Pastor solícito por el bien de sus ovejas en las
contingencias reales de la vida.
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