¿Por qué Jesús se fue?
Si Jesús nos ama tanto a los hombres, ¿por qué se fue al
Cielo y no se quedó con nosotros visiblemente?
Para responder a esto hay que pensar siempre que todo lo que
el Señor hizo y hace, es por amor a nosotros, y si lo ha hecho así es porque nos
ama.
Efectivamente, el Señor ha ascendido al Cielo porque nos
convenía a nosotros que tuviéramos fe, puesto que la vida del hombre sobre la
tierra es un tiempo de prueba, de modo que si viéramos a Jesús con nuestros
propios ojos, entonces ya no tendríamos ningún mérito.
En cambio al no ver a Jesús con los ojos del cuerpo, nos
ganamos una bienaventuranza si creemos firmemente sin verlo, como el mismo Jesús
le dijo a Tomás: “Ahora crees porque me has visto. ¡Felices los que creen sin
haber visto!”.
Así que es un grandísimo bien para nosotros que Jesús ya no
se muestre visiblemente en la tierra, puesto que ello nos permite hacer mérito
con nuestra fe en Él, y tener así un premio muchísimo mayor en el
Cielo.
Uno a veces se pregunta por qué Dios no se muestra a todos
los hombres y no deja lugar a ninguna duda de que existe. Es que entonces
terminaría la prueba, y el hombre no sería libre de creer o rechazar a Dios, y
por lo tanto no habría méritos.
Demos gracias a Dios que es bueno con nosotros y que, para
quien quiere creer y tiene buena voluntad, el Señor se le manifiesta de forma
que le hace luminosa la fe y más fácil de practicar.
Tratemos de aumentar nuestra fe, que es un asentimiento de
la inteligencia a lo que Dios ha revelado por su Hijo y por los Santos, que no
pueden mentir.
Tengamos cuidado porque en el mundo de hoy se nos quiere
robar la fe. Y sin fe es desesperante la vida, y por eso uno cae en el vacío, en
la tristeza y en el abismo del mal.
Si bien la fe es un regalo de Dios, es una virtud teologal,
que viene de Dios, también es un asentimiento propio y voluntario a lo que Dios
dice. Así que aunque no sintamos ningún gusto sensible en la fe, basta que la
inteligencia acepte la revelación de Dios, y eso podemos hacerlo
todos.
No esperemos a “entender” para creer, porque si lo hacemos
entonces no creeremos nunca, puesto que con nuestra pobre cabeza entendemos muy
pocas cosas, incluso de las más elementales del mundo natural; así que mucho
menos podremos comprender las verdades que son trascendentes, que son verdaderos
misterios que sólo Dios puede conocer plenamente.
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