Del santo Evangelio según san Marcos 12, 35 - 37
En aquel tiempo mientras enseñaba en el templo, Jesús
preguntó: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David
mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor
a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus
enemigos debajo de tus pies. El mismo David le llama Señor; ¿cómo
entonces puede ser hijo suyo? La muchedumbre le oía con
agrado.
Oración introductoria
Jesucristo, creo que eres el Hijo de Dios, que te hiciste
hombre para redimir al mundo del pecado. Creo que también hoy me llamas a
tener este encuentro contigo en la oración. Creo y
confío que me enseñarás a meditar, a reconocer lo bueno y lo
verdadero. Ayúdame a hacer todo motivado por el amor, porque ahí está
lo esencial.
Petición
Señor Jesús, ayúdame a creer, aunque me cueste o implique cambiar mis ideas.
Meditación
En las palabras que resuenan en el Cielo, hay un anticipo
del misterio pascual, de la cruz y de la resurrección. La voz divina le
define como: "Mi Hijo, el amado", recordando a Isaac, el
amadísimo hijo que el padre Abraham estaba dispuesto a
sacrificar, según la orden de Dios. Jesús no es solo el Hijo de David,
descendiente mesiánico real, o el Siervo en el que Dios se
complace, sino que es el Hijo unigénito, el amado, igual que
Isaac, que Dios Padre entrega para la salvación del mundo. En el
momento en que, a través de la oración, Jesús vive en
profundidad su filiación y la experiencia de la Paternidad
de Dios, desciende el Espíritu Santo, que lo guía en su misión y que Él
difundirá después de haber sido levantado en la cruz,
para que ilumine la obra de la Iglesia. En la oración, Jesús
vive un ininterrumpido contacto con el Padre para realizar hasta el
final el proyecto de amor para los hombres. Benedicto
XVI, 30 de noviembre de 2011.
Reflexión
Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de
la luz. Tanto es así, que hasta pretenden valerse de las Escrituras para
afirmar que el Cristo es hijo de un profeta y no es el
Hijo de Dios.
Afortunadamente, Jesús conocía los textos sagrados tan bien
como ellos y por eso les recuerda que David se dirigió a Dios como su
Señor y no como su padre. Los escribas ya comenzaban a
intuir que Jesús era el Mesías y por lo mismo buscaban desde
un inicio borrar dicha imagen, pues ¿cómo era posible que un hombre
como Él fuese Cristo? Lo mismo puede ocurrir en nuestro
cristianismo. Tal vez no negamos que Cristo es Hijo de Dios
pero, ¿qué tal a la hora de perdonar a quien nos ofendió o la hora de
ayudar desinteresadamente a quien lo necesita? ¿podríamos
afirmar con nuestro ejemplo que Jesús es el Mesías y
nosotros seguidores de sus enseñanzas?
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 202, nos
dice que "Jesús confirma que Dios es el único Señor y por ello es
preciso amarle con todo el corazón, alma, espíritu y fuerzas.
Pero al mismo tiempo nos da a entender que Él mismo es el
Señor". De la misma forma nosotros atestigüemos con el testimonio de
nuestra vida en el trabajo, en el hogar, en la universidad
que Jesús es el Señor y nosotros sus apóstoles.
Propósito
Procurar un día lleno de la presencia de Dios... sólo basta
mirar las maravillas de su creación y hacer una oración de alabanza y
gratitud.
Diálogo con Cristo
Señor, escucharte es garantía de experimentar algo agradable
y bueno, así fue durante tu vida terrena y así continua siendo hoy. Tú
estás vivo y me buscas para tener un encuentro conmigo
en la oración, para recordarme que Tú eres el mesías, el
Hijo de Dios, que tu Palabra es la verdad y que necesito dejarme amar
por Ti para poder, así, amar a los demás.
María en San Mateo, el orígen del Mesías |
Mateo enriquece la figura de
María manifestando dos rasgos de la Madre del Mesías: Virgen y esposa de
José, hijo de David. |
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1. De Marcos a Mateo
Marcos, cuya imagen de María ya
hemos contemplado, escribió su evangelio para la comunidad cristiana de
Roma; y lo hizo atendiendo especialmente a explicar un hecho
del que sin duda pedían explicación los judíos de la
diáspora romana a los misioneros cristianos: ¿cómo es posible que,
siendo Jesús el Hijo de Dios y Mesías, no fuera
reconocido, sino rechazado y condenado a muerte por los jefes
de la nación palestina?
Todo el evangelio de Marcos muestra, por
un lado, la revelación de Jesús como Mesías, como Cristo
o como Ungido –estos tres términos significan exactamente lo mismo–;
y por otro lado, muestra el progresivo descreimiento de muchos,
la incomprensión, incluso por parte de sus fieles, respecto del
carácter sufriente de su mesianidad. La escueta presentación que Marcos
nos hace de María –ya lo vimos– es un engranaje
en esta perspectiva marcana. Muestra una de las formas que
asumió el rechazo y la oposición de los dirigentes palestinos
hacia Jesús y cómo involucraron en su campaña de difamación
y hostigamiento la condición humilde y el origen galileo de
su parentela.
Ante este ataque, Jesús responde –sin arredrarse– a quienes
le pedían un signo genealógico, confrontándolo con la necesidad de
creer sin pedir signos, y dando un testimonio –velado para
los incrédulos, pero elocuente para quienes creían en Él– a
favor de su Madre y sus discípulos.
Mateo, de cuya imagen
de María nos ocuparemos ahora, no ignora la visión de
Marcos, sino que la retoma en el cuerpo de su
evangelio (Mt 12, 46-50; 13, 53-57), como también lo hará
San Lucas en el suyo (Lc 8, 19-21; 4, 22).
No hay necesidad de volver aquí sobre esos pasajes, que
son copia casi textual de Marcos o de una fuente
preexistente y en los que Mateo introduce sólo algún ligero
retoque. Vamos a ocuparnos más bien de los que Mateo
agrega a la figura de María como rasgos de su
cosecha. Ellos son un desarrollo de lo que estaba implícito
en Marcos.
2. María, Virgen y esposa de José
Mateo enriquece la
figura de María respecto de la imagen de Marcos manifestando
dos rasgos de la Madre del Mesías:
1) María es
Virgen.
2) María es esposa de José, hijo de David.
Ambos rasgos
los explicita Mateo no por satisfacer curiosidades, sino por lo
que ellos significan en el marco de su presentación teológica
del misterioso origen del Mesías.
Que María es Virgen es un
rasgo mariano que está en íntima conexión con la filiación
y origen divino del Mesías. Este nace de María sin
mediación del hombre y por obra del Espíritu Santo, nos
dice Mateo.
Que María sea esposa de José, hijo de David,
es un rasgo mariano que está a su vez en
íntima conexión con la filiación davídica y el carácter humano
del Mesías.
Jesús, el Mesías, es, por tanto, Hijo de Dios
por el misterio de la virginidad de su Madre, e
Hijo de David por el no menos misterioso matrimonio con
José, hijo de David.
3. El origen humano-divino del Mesías, Hijo
de David, hecho hijo de mujer
Es inmensa la galería de
pintores cristianos que nos presenta a la Madre con el
Niño. De esa larga galería, nos parece Mateo el precursor
y pionero. Y sin embargo, el texto más antiguo que
poseemos de Jesús y su Madre es muy probablemente de
San Pablo.
La concisa parquedad mariológica de Pablo merece aquí, aunque
sea lateralmente y de paso, el homenaje de nuestra atención.
Hacia el año 51 de nuestra era, o sea unos
veinte años antes de la fecha probable de composición del
evangelio de Mateo, escribe Pablo a los Gálatas:
«Pero al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su
Hijo, hecho hijo de mujer, puesto bajo la ley para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley y
para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gál 4, 4-5).
Y
entre diez y doce años más tarde, entre el 61-63
de nuestra era, escribe el mismo Pablo desde su primera
cautividad a los fieles de Roma:
«Pablo, siervo de Cristo Jesús,
apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, quien
había ya prometido por medio de sus profetas en las
Sagradas Escrituras a su Hijo, nacido del linaje de David
según la carne, constituido Hijo de Dios con poder» (Rom
1, 1-3).
Estos dos textos de Pablo nos muestran la presencia,
en el estado más primitivo de la tradición, de tres
elementos esenciales que vamos a encontrar en los pasajes marianos
de Mateo.
El primero consiste en que lo que se dice
de Jesucristo se presenta como sucedido según las Escrituras, como
cumpliendo las Escrituras, como la realización de lo predicho por
los profetas, que hablaron en nombre de Dios e ilustrados
por el Espíritu.
El segundo elemento es la doble fijación de
Jesús, Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo de
David. Pablo ve en Jesús dos filiaciones: una filiación espiritual,
por la cual es Hijo de Dios por obra del
Espíritu que nos permite clamar ¡Abba!, Padre; y una filiación
según la carne, por la cual es hijo de David.
Y notemos –tercer elemento a tener en cuenta– que no
especifica el cómo de dicha descendencia davídica diciéndonos: «engendrado por
José» o «nacido de varón», sino diciéndonos: «hecho hijo de
mujer».
He aquí los elementos constitutivos de uno de los
problemas al que va a responder Mateo en su evangelio.
Es
el mismo problema del origen del Mesías que se trata
en los textos de Marcos, que ya vimos. Pero no
ya planteado en términos de objeción en boca de los
enemigos, sino en términos de respuesta a la objeción. Respuesta
que se inspira, sin duda, en la que el mismo
Jesús había dado en los tiempos de su carne mortal
y que los tres sinópticos nos narran en sus evangelios
(Mt 22, 41ss. y paralelos).
«Estando reunidos los fariseos le propuso
Jesús esta cuestión: “¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién
es Hijo?”
«Dícenle: “De David”.
«Replicó: “Pues ¿cómo David, movido por el
Espíritu le llama Señor, cuando dice: `Dijo el Señor a
mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a
tus enemigos debajo de tus pies?´ (Sal 110, 1). Si,
pues David le llama Señor, cómo puede ser Hijo suyo?”.
«Nadie
es capaz de contestarle nada; desde ese día ninguno se
atrevió a preguntarle más».
Ya Jesús había alertado, por lo tanto,
a sus oyentes contra el peligro de juzgarlo exclusivamente según
la carne. No es que rechazara el origen davídico del
Mesías, pero señalaba que ese origen davídico encerraba un misterio,
y que el misterio de la personalidad del Mesías no
se explicaba exclusivamente por su ascendencia davídica, sino por una
raíz que lo hacía superior a su antepasado según la
carne y que abría espacio, en el misterio de su
origen, a la intervención divina, pues, «Señor» era título reservado
a Dios.
Y precisamente en esta filiación doble y compleja del
Mesías, en la convergencia de estos dos títulos –Hijo de
Dios e hijo de David–, es donde Mateo ve enclavado
el misterio de María.
4. La revelación de la virginidad de
María
Al finalizar su genealogía de Jesús, Mateo nos dice: y
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la
que nació Jesús, llamado Cristo. La fórmula es ya intrigante.
A lo largo de toda la genealogía con la que
comienza su evangelio, Mateo ha hablado empleando el verbo engendrar:
Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob. Y cuando,
contra lo usual en las genealogías hebreas, nombra a una
madre, dice: Judá engendró de Tamar a Fares; David engendró
de la que fue mujer de Urías a Salomón… Jacob
engendró a José, el esposo de María.
José es el último
de los «engendrados». De Jesús ya no se dice que
haya sido engendrado por José de María, sino que José
es el esposo de María de la cual nació Jesús.
Se
abre, pues, para cualquier lector judío avezado en el estilo
genealógico, un interrogante al que Mateo va a dar respuesta
versículos más abajo:
«El nacimiento de Jesucristo fue de esta
manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes
de empezar a convivir ellos, se encontró encinta por obra
del Espíritu Santo».
He aquí la revelación de la virginidad de
María. Nos asombra la sobriedad, casi frialdad de Mateo al
referirse a este portento. No hay ningún énfasis, ninguna consideración
encomiosa ni apologética, ninguna apreciación que exceda el mero anunciado
del hecho. Mateo está más preocupado por su significación teológica
que por su rareza, más preocupado por el problema de
interpretación que plantea al justo José que el que puede
plantear a todas las generaciones humanas después de él.
¿Qué significa
–teológicamente hablando– la maternidad virginal de María?
A Mateo no le
interesa dar aquí argumentos que la hagan creíble o aceptable.
Y no pensemos que sus contemporáneos fueran más crédulos que
los nuestros ni más proclives a aceptar sin más este
misterio de la madre virgen. Hemos visto las dificultades que
levantaban contra un Jesús reputado hijo carnal de José y
María. Imaginemos las que podían levantar contra alguien que se
presentara –o fuera presentado– con la pretensión de ser Hijo
de Madre Virgen, de haber sido engendrado sin participación de
varón y por obra directa de Dios en el seno
de su madre.
5. La genealogía
Entenderemos mejor por dónde va el
interés de Mateo en la concepción virginal de Jesús y
su adopción por José tomando a María por esposa; nos
explicaremos mejor por qué Mateo engarza esta gema en el
contexto –tan poco elocuente para nosotros– de una genealogía, si
nos detenemos un poco a considerar qué función cumplía este
género literario genealógico en el contexto vital del pueblo judío
en tiempos de Jesús.
En tiempos de Jesús, la genealogía de
una persona y una familia tenía suma importancia jurídica e
implicaba consecuencias en la vida social y religiosa. No era,
como hoy entre nosotros, un asunto de curiosidad histórica o
de elegancia, o de mera satisfacción de la vanidad.
Una genealogía
se custodiaba como un título familiar. Posición social, origen racial
y religioso dependían de ella.
Sólo formaban parte del verdadero Israel
las familias que conservaban la pureza de origen del pueblo
elegido tal como lo había establecido, después del exilio, la
reforma religiosa de Esdras.
Todas las dignidades, todos los puestos de
confianza, los cargos públicos importantes, estaban reservados a los israelitas
puros. La pureza había que demostrarla y el Sanedrín contaba
con un tribunal encargado de validar las genealogías e investigar
los orígenes de los aspirantes a los cargos.
El principal de
todos los privilegios que reportaba una genealogía pura se situaba
en el domino estrictamente religioso. Gracias a la pureza de
origen, el israelita participaba de los méritos de sus antepasados.
En primer lugar, todo israelita participaba en virtud de ser
hijo de Abraham, de los méritos del Patriarca y de
las promesas que Dios le hiciera a Abraham. Todos los
israelitas –por ejemplo– tenían derecho a ser oídos en su
oración, protegidos en los peligros, asistidos en la guerra, perdonados
de sus pecados, salvados de la Gehena y admitidos a
participar del Reino de Dios. Literalmente: el Reino de Dios
se adquiría por herencia. Jesús impugna enérgicamente esta creencia:
«Dios puede
suscitar de las piedras hijos de Abraham» (Lc 3, 8).
«Los
publicanos y prostitutas los precederán en el Reino de los
Cielos» (Mt 21, 31).
Porque, según Jesús, el título que da
derecho al Reino no es la pureza genealógica de la
raza ni la sangre, sino la fe (Jn 3, 3ss.;
8, 3ss.).
6. Hijo de David
Pero además, y en segundo lugar,
la pureza de una línea genealógica daba al descendiente participación
en los méritos particulares de sus antepasados propios.
Un descendiente
de David, por ejemplo, participaba de los méritos de David
y era especialmente acreedor a las promesas divinas hechas a
David.
Por eso, cuando Mateo comienza su evangelio ocupándose del
origen genealógico del Mesías comienza por un punto candente para
todo judío de su época: el origen davídico del Mesías.
Según
la convicción común y corriente de los contemporáneos de Jesús,
fundada con razón en la Escritura, el Mesías sería un
descendiente de David. En la Palestina de los tiempos de
Jesús había, además de los hijos de Leví, otros grupos
familiares o clanes que llevaban nombres de los ilustres antepasados
de los que descendían. Existía un clan de descendientes de
David –uno de los cuales era José–, que debía de
ser muy numeroso no solo en Belén, ciudad de origen
de David, sino también en Jerusalén y en toda Palestina.
No
es exagerado estimar el número de los hijos de David,
como cifra baja, en unos mil o dos mil. Ser
hijo de David era, pues, llevar un apellido corriente que
no necesariamente daba al portador demasiado brillo ni gloria. Y
si comparamos el título Hijo de David con uno de
nuestros apellidos, equivaldría a la frecuencia de nuestros Pérez, González
o Rodríguez.
Los parientes cercanos de Jesús aparecen en el evangelio
como un grupo numeroso, y seguramente fue importante en la
comunidad primitiva de Jerusalén, quizás cerca de un centenar.
Entre los
hijos de David había, sin duda, familias pobres y familias
acomodadas. Habría, sin duda también, miembros de la aristocracia de
Jerusalén. Y la pretensión y lustre mesiánico de Jesús, su
éxito y el fervor popular que despertaba su persona, habría
levantado ronchas y envidias entre los hijos de David más
acomodados e ilustrados, puesto que vendría a frustrar las expectativas
de elección divina de más de alguna madre davídica orgullosa
de sus hijos, dotados de más títulos, relaciones y letras
que el pariente galileo.
La afirmación de Mateo del origen davídico
merece toda fe. Que no sea una invención tardía del
Nuevo Testamento para fundamentar el origen mesiánico de Jesús, haciéndolo
descendiente de David, nos lo muestra el testimonio unánime de
todo el Nuevo Testamento y el de otras fuentes históricas.
Eusebio registra en su Historia Eclesiástica el testimonio de Hegesipo,
que escribe hacia el 180 de nuestra era, recogiendo una
tradición palestina, según la cual los nietos de Judas, hermano
del Señor, fueron denunciados a Domiciano como descendientes de David
y reconocieron en el transcurso del interrogatorio dicho origen davídico.
Igualmente
Simón, primo del Señor y sucesor de Santiago en el
gobierno de la comunidad de Jerusalén, fue denunciado como hijo
de David y de sangre mesiánica, y por eso crucificado.
Julio el Africano confirma que los parientes de Jesús se
gloriaban de su origen davídico, a todo lo cual se
suma que ni los más encarnizados adversarios de Jesús ponen
en duda su origen davídico, lo que hubiera sido un
poderoso argumento contra él de haberlo podido alegar ante el
pueblo.
Para Mateo, todo hubiera sido a primera vista más sencillo
si hubiera podido presentar a Jesús como engendrado por José,
a semejanza de todos sus antepasados. En realidad, el origen
virginal de Jesús le complica las cosas. No sólo introduce
un elemento inverosímil en su relato, una verdadera piedra de
escándalo para muchos, sino que complica la evidencia del origen
davídico de Jesús al transponerlo del plano físico al de
los vínculos legales de la adopción.
¿Qué significado teológico encerraba el
título Hijo de David –de suyo tan vulgar– aplicado al
Mesías? ¿Y cómo lo entiende Mateo como título aplicable a
Jesús?
El evangelio de Mateo se abre con las palabras: Libro
de la Historia de Jesús el Ungido, Hijo de David,
Hijo de Abrahám.
Mateo parte de los títulos mesiánicos más comunes
y recibidos para mostrar en qué medida son falsos y
en qué medida son verdaderos; para mostrar que no son
ellos los que nos ilustran acerca de la identidad del
Mesías, sino que son el Mesías –Jesús– y su vida
los que nos enseñan su verdadero sentido.
Como Hijo de David,
Jesús es portador de las promesas hechas a David para
Israel. Como Hijo de Abrahám, trae la promesa a todos
los pueblos. Como Hijo de David es rey, pero un
rey rechazado por su pueblo y perseguido a muerte desde
su cuna, pues ya Herodes siente amenazado su poder por
su mera existencia y ordena para matarlo la Degollación de
los Inocentes. No son los sabios de su pueblo, sino
los de los paganos, venidos de Oriente, los que preguntan
por el rey de los judíos y le traen presentes
y regalos. Como Hijo de David, también le corresponde nacer
en Belén, pero su origen es ignorado, pues luego es
conocido como galileo nazareno.
El sentido que tiene este reconocimiento inicial
de los dos títulos –Hijo de David, Hijo de Abrahám–
lo explicita ya el final de la genealogía: Hijo de
María –por obra del Espíritu Santo–, esposa de José.
María y
José, al culminar la lista genealógica arrojan sobre ella una
luz que la transfigura. Esta genealogía misma encierra en su
humildad carnal el testimonio perpetuo de la libre iniciativa divina,
que ha de brillar deslumbrante al término de ella. Porque
Abrahám es su comienzo absoluto, puesto por una elección gratuita
de Dios. Porque este hombre se perpetúa en una mujer
estéril. Porque la primogenitura no la tiene Ismael, sino Isaac,
y más tarde no es Esaú, sino Jacob, quien la
hereda, contra lo que hubiera correspondido según la carne; y
lo mismo pasa con Judá que hereda en lugar del
primogénito, y con David, que es el menor de los
hermanos. En la larga lista se cobijan justos, pero también
grandes pecadores.
A quienes se enorgullecían de la pureza de
su origen davídico, o pensaran el origen davídico del Mesías
en orgullosos términos de pureza racial, no podía dejarles de
llamar la atención que Mateo introdujera en la genealogía, contra
lo habitual, el nombre de cuatro mujeres, todas ellas extranjeras
y ajenas no sólo a la estirpe sino a la
nación judía:
Tamar, cananea, que disfrazándose de prostituta arranca a
su suegro la descendencia que correspondía a su marido muerto,
según la ley del levirato, y que sus parientes le
negaban. Rajab, otra cananea, gracias a la cual los judíos
pueden entrar en Jericó en tiempos de Josué, y que,
según las tradiciones rabínicas extra bíblicas, fue madre de Booz,
que a su vez, de Rut –extranjera también y, más
aún, de la odiada región moabita– engendró a Obed, abuelo
de David. BatSeba, por fin, la adúltera presumiblemente hitita como
su marido Urías, general de David, a quien éste pecaminosamente
hace morir en combate para arrebatarle a su mujer, la
cual fue luego nada menos que madre de Salomón, hijo
de la promesa.
¿Dónde queda lugar para el orgullo racial, para
gloriarse en la pureza de la sangre o en los
méritos de los antepasados? No están escritas en el linaje
del Mesías, en cuanto provienen de David, ni la impoluta
pureza de la sangre ni la justicia sin mancha. Más
bien, por el contrario, si el Mesías se debe a
sus antepasados, se debe también a los extranjeros y a
los pecadores, y también los extranjeros y pecadores tienen títulos
de parentesco que alegar sobre el Mesías.
Mateo se complace en
señalar así la verdadera lógica genealógica inscrita en la historia
del linaje davídico del Mesías y en contradecir con ella
el orgullo carnal y el culto al linaje.
Aquellas mujeres extranjeras,
a las cuales se debió la perpetuación del linaje de
David, son prefiguración de María: ajena también al linaje de
David según la carne, despreciable por los que se gloriaban
en sus genealogías. María, aunque eternamente extranjera al linaje de
mujeres que conciben por obra de varón, es la madre
del nuevo linaje de hombres que nace de Dios por
la fe.
7. Hijo de David e Hijo de Dios
María Virgen
y María esposa de José no son rasgos que se
yuxtaponen, sino que se articulan y dan lugar a una
explicación teológica: iluminan cómo debe entenderse el título mesiánico Hijo
de David. La pertenencia del Mesías al linaje de David
no se anuda a través de un vínculo de sangre,
pues José, hijo de David, no tiene parte física en
su concepción. La pertenencia del Mesías a la casa de
David se anuda a través de una Alianza. Una alianza
matrimonial, que no se explica tampoco por mera decisión o
elección humana, sino por dos consentimientos de fe a la
voluntad divina y que, por tanto, a la vez que
alianza matrimonial entre dos criaturas, es alianza de fe entre
dos criaturas y Dios.
El Mesías no es Hijo de David
por voluntad ni por obra de varón ni por genealogía,
sino que entra en la genealogía en virtud de un
asentimiento de fe que da José, hijo de David, a
lo que se le revela como operado por Dios en
María.
El Mesías no es Hijo de Dios por voluntad ni
obra de varón, sino en virtud de un asentimiento de
fe que da María a la obra del Espíritu en
ella.
Para que el Mesías, Hijo de Dios e Hijo de
David, viniera al mundo y entrara en la descendencia davídica,
se necesitaron, pues, dos asentimientos de fe: el de María
y el de José. Ambos fundan el verdadero Israel, la
verdadera descendencia de Abraham, que nace, se propaga y perpetúa
no por los medios de la generación humana, sino por
la fe.
Mateo subraya que la filiación davídica de JesúsMesías no
es signo genealógico que pueda ser leído, rectamente comprendido ni
interpretado al margen de la fe. No es un signo
que Dios haya dado en el campo de la generación
humana, accediendo a la carnalidad de los judíos que pedían
signos para creer.
Parece más bien antisigno, porque, en realidad, el
Mesías existió anterior e independientemente a su incorporación en el
linaje de David a través del matrimonio de su Madre
con un varón de ese linaje.
Los hechos, que Mateo no
elude, más bien contradicen los modos concretos de la expectación
mesiánica judía.
Mateo da muestras de un coraje y una honestidad
intelectual muy grandes cuando acomete la tarea de exponer estos
hechos –aunque increíbles– sin endulzarlos ni camuflarlos, en la confianza
de que ellos manifiestan una coherencia tal con el Antiguo
Testamento que no podrán menos de mover a reconocerlos –si
se perfora la costra superficial de su apariencia– como signos
de credibilidad.
De ahí su recurso al Antiguo Testamento, en paralelo
continuo con los hechos, mostrando cómo no son las profecías
las que condenan al Jesús Mesías, sino que es la
vida real y concreta del JesúsMesías la que arroja luz
sobre el contenido profético del Antiguo Testamento y la que
amplía la extensión de su sentido profético a regiones insospechadas
para los carriles vulgares de la teología judía de su
tiempo.
Tanto para justificar la traducción «hecho hijo de mujer», en
vez de «nacido de mujer», como para comprender el sentido
mesiánico de la alusión a la madre, véase el artículo
de José M. Bover, SJ, Un texto de San Pablo
(Gál 4, 45) interpretado por San Ireneo («Estudios Eclesiásticos» 17,
1943, pp. 145-181). De él hemos tomado la traducción del
pasaje de Gálatas.
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María en el
Nuevo Testamento:
Introducción: María en el Nuevo Testamento |
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Hablar de la figura de María
en el Nuevo Testamento, es hablar de María a través de Mateo, Marcos,
Lucas y Juan, o sea a través de los evangelistas. |
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Introducción: María en el Nuevo Testamento |
Un hecho que llama la atención cuando buscamos lo que
se dice en el Nuevo Testamento acerca de la Santísima
Virgen María es que, de los veintisiete escritos que forman
el canon del Nuevo Testamento, sólo en cuatro se la
nombra por su nombre: María. Y son éstos los evangelios
de Mateo, Marcos y Lucas y el libro de los
Hechos de los Apóstoles. Otro libro más, el evangelio según
San Juan, nos habla de ella sin nombrarla jamás, y
haciendo siempre referencia a ella como la madre de Jesús,
o su madre. Fuera de estos cinco libros, ninguno de
los veintidós restantes nos habla directamente de María. Sólo los
ojos de la fe han sabido atribuirle la parte que
tiene en aquellos pasajes en que –por ejemplo– se habla
de que Jesús es el Hijo de David, o de
que somos Hijos de la Promesa, o de la Jerusalén
de arriba, o que el Padre nos envió a su
Hijo, hecho hijo de mujer; o han sabido reconocerla en
la misteriosa Mujer coronada de astros del Apocalipsis.
Explícitamente nombrada en
sólo cinco libros de los veintisiete, María parece haber sido
reconocida –si nos atenemos a una primera impresión– por sólo
la mitad de los hagiógrafos (escritores inspirados) que escribieron el
Nuevo Testamento. De ocho que son, sólo cuatro nos hablan
de ella: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No nos hablan
de ella ni Santiago, ni Pedro, ni Judas. Pablo sólo
alude indirectamente a ella en Gálatas 4, 4-5.
Por tanto, hablar
de la figura de María en el Nuevo Testamento, es
hablar de María a través de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan, o sea a través de los evangelistas.
Nótese que no
decimos a través de los evangelios, sino a través de
los evangelistas. Porque casi podría decirse a través de los
evangelios, si no fuera por una referencia que el evangelista
Lucas hace fuera de su evangelio, en el libro de
los Hechos de los Apóstoles (1,14) y por lo que
puede interpretarse que de ella dice Juan en el Apocalipsis,
identificada ya con la Iglesia.
María en el Nuevo Testamento es
prácticamente, por lo menos principalmente, María en los evangelios. Porque
fuera de ellos casi no se nos dice nada más,
o mucho más, acerca de María.
Para contemplar la figura de
María a través de los evangelios podríamos seguir dos caminos,
que vamos a llamar camino sintético y camino analítico. El
camino sintético consistiría en sintetizar los datos dispersos de los
cuatro evangelios en un solo retrato de María. Consistiría en
trazar un solo retrato a partir de la convergencia de
cuatro descripciones distintas.
El otro camino, el analítico –que es el
que hemos elegido–, consiste en considerar por separado las cuatro
imágenes o semblanzas de María.
El primer camino, sintético, se hubiera
llamado propiamente: la figura de María en los Evangelios. Este
segundo camino que queremos seguir es en cambio el de
la figura, o más propiamente, las figuras, los retratos de
María a través de los evangelistas.
Por supuesto, bien lo sabemos,
hay un solo Evangelio: el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero el mismo Dios que dispuso que hubiera un solo
mensaje de salvación, dispuso también que se nos conservaran cuatro
presentaciones del mismo.
El único Evangelio es, pues, un evangelio cuadriforme,
como bien observa ya San Ireneo, refutando los errores de
los herejes que esgrimían los dichos de un evangelista en
contra de los dichos de otro (Adv. Hæreses III,11).
Esta presentación
cuadriforme de un único Evangelio es la que nos da
la profundidad, la perspectiva, el relieve de las miradas convergentes.
Una sola visión estereofónica o estereofotográfica de Jesús. Un solo
Jesús y una sola obra salvadora, pero cuatro perspectivas y
cuatro modos de presentarlo –a Él y a su obra–.
Cada uno de los evangelistas tiene su manera propia de
dibujar la figura de Jesucristo. Y todo lo que dice
cada uno de ellos está al servicio de esa pintura
que nos hace de Jesús.
¿Hay que extrañarse de que, consecuentemente,
seleccione los rasgos históricos, narre los acontecimientos, altere a veces
el orden cronológico o prescinda de él, para seguir el
orden de su propia lógica teológica, y subordine el modo
de presentación de los hechos y personas al fin de
mostrar de manera eficaz a Jesús y su mensaje, según
su inspiración divina y las circunstancias de oyentes, tiempo y
lugar?
¿Y nos habríamos de extrañar de que las diversas perspectivas
con que los cuatro evangelistas nos narran los mismos hechos
y nos presentan a Jesús dieran lugar a cuatro presentaciones
distintas de María?
Dado que el misterio de María es un
aspecto del misterio de Cristo, todo lícito cambio de enfoque
del misterio de Cristo –que como misterio divino es susceptible
de un número inagotable de enfoques diversos, aunque jamás puedan
ser divergentes–, comporta sus cambios de armónicos y de enfoque
en el misterio de María.
Hay pues un solo Jesucristo en
cuadri forme presentación, y hay también un solo misterio de
María en presentación cuadriforme. Y hay, además, una coherencia muy
especial y significativa, entre el modo cómo cada evangelista nos
muestra a Jesús y el modo cómo nos muestra a
María, al servicio de su presentación propia de Jesús.
Dejémonos guiar
sucesivamente de la mano de los cuatro evangelistas. Y a
través de su manera de presentarnos la figura de María,
tratemos de penetrar más profundamente en su comprensión del Señor.
La máxima A Jesús por María no es una invención
moderna; hunde sus raíces en la bimilenaria tradición de nuestra
Santa Iglesia. Arraiga en los evangelios; y, en cuanto podemos
rastrearlo valiéndonos de ellos, incluso en una tradición oral anterior
a los evangelios, y de la cual ellos son las
primeras plasmaciones escritas.
Dejemos, pues, que los evangelistas nos lleven
a través de María a un mayor conocimiento del Señor
que viene y que esperamos.
1. María en San
Marcos, la imagen más antigua
2. María en San
Mateo, el origen del Mesías
3. María en San
Lucas, testigo de Jesucristo
4. María en San Juan,
el eco de la voz
5. Conclusión Su Madre
, nuestra Madre
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Mesías
Mesías, Ungido o Cristo es, en las religiones abrahámicas, aquel hombre lleno del espíritu
de Dios. A lo largo de la historia existieron muchas personas a las que
se les consideró mesías, en diversas ramas religiosas. Generalmente, se
entiende que este título en particular se asigna al enviado escogido
por Dios, que traerá la paz a la humanidad restaurando el Reino de Dios.
Etimología
El término «mesías» proviene del hebreo מָשִׁיחַ ( mashíaj, «ungido»), de la raíz verbal למשוח ( masháj, «ungir») y se refería a un esperado rey, del linaje de David,
que liberaría a los judíos de las servidumbre extranjera y
restablecería la edad dorada de Israel. Se le denominaba así ya que era
costumbre ungir en aceites a los reyes cuando se los proclamaba. El
término equivalente en griego es χριστός ( khristós, «ungido»), derivado de χρίσμα ( khrísma, «unción»), término último del que deriva también el español « crema». El término griego, ampliamente utilizado en la Septuaginta y el Nuevo Testamento, dio en español la forma Cristo, 1 que unida al nombre de Jesús, que los cristianos consideran el mesías definitivo, dio Jesucristo.
Diferencias entre doctrinas
De las religiones monoteístas en el mundo, podemos destacar tres ramas principales y la relación que ellas tienen con la creencia en un Mesías. El judaísmo, cristianismo y el islam. [cita requerida]
Judaísmo
Dentro del judaísmo, la creencia en el Mesías se fundamentó en la revelación de Dios, hecha a través de la Torá
o Ley de Dios. Desde el Génesis se registraron muchas profecías
mesiánicas dentro de la ley, que permitirían reconocerlo cuando llegase.
Posteriormente, cobró auge durante el cautiverio de Babilonia,
al adquirir una mayor importancia la concepción del mesías como
salvador. Sin embargo la doctrina del Mesías no ha sido un tema
importante de estudio debido a que esta no es eje central del judaísmo.
Maimónides, teólogo judío de la Edad Media
y sus escrituras son base para el entendimiento del concepto de Mesías
para los judíos, siendo uno de los personajes que más ha tratado este
tema. Él afirmo: «Yo creo con fe absoluta en la llegada del Mesías, y
aunque tardare, con todo lo esperaré cualquier día». 2
La escatología judía
indica que la venida del Mesías vendrá acompañada de una serie de
eventos específicos que no han ocurrido todavía, incluido el retorno de
todos los judíos a la Tierra Prometida, la reconstrucción del Templo, la
era de la paz y entendimiento en la cual «el conocimiento de Dios»
llenará la tierra.
El judaísmo sobre Jesús
Los judíos han visto tradicionalmente a Cristo como uno de tantos
falsos mesías que han aparecido a lo largo de la historia. Se le ve como
el que más ha influido en su pueblo y, por ello, el que más daño ha
causado.
El judaísmo nunca ha aceptado ninguna de las profecías que los
cristianos dicen que se le atribuyen a Cristo, y para ellos, ninguna de
las prerrogativas que anunciarán la venida del mesías han ocurrido
durante su vida, por lo que no es un candidato idóneo para ser el
mesías.
Cristianismo
La Biblia parece hacer referencia a varias facetas del Mesías, una
como rey, gobernante y restaurador, y otra como siervo sufriente. Esto
ha dado lugar a distintas posiciones acerca de cómo debería ser el
mesías.
Los cristianos denominan Mesías a Jesús de Nazareth, llamándole Cristo, traducción literal del hebreo Mesías. Según la Torá la promesa de la venida del Mesías se extiende a toda la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob (luego Israel), de quien surgieron las 12 tribus de Israel.
Según la tradición cristiana, la promesa hecha a Israel en realidad
debería entenderse como realizada a todos los hombres, razón por la que
Jesús sería entonces el Mesías y el redentor de la humanidad.
Otras corrientes cristianas
Para los Testigos de Jehová, la concepción de mesías es similar a la de el resto de corrientes cristianas, y cobra gran importancia el advenimiento o Segunda Venida de Jesús. Sin embargo, no se considera la Doctrina de la Trinidad, 3 por lo que el mesías, en este caso, no adquiere personalidad divina, sino como una intercesión de Jehová. 4
Islam
El Islam señala a I'sa (Jesús de Nazareth), Mahdí o el bien guiado, como los que inaugurarán una era de justicia. 5
Para la parte mayoritaria del Islam, el concepto de Mahdí tiene una escatología según la cual el Mahdí nacerá én los Últimos Tiempos,
por lo que no se admite que fuera una persona concreta que ya hubiera
existido. También se ha indicado que Mahdí tendrá una relación especial
con los pobres. En muchos ámbitos se confunde el término de Mesías
adjudicandolo al Mahdi, quien guiará a la Umma, hacía un retorno a la
creencia, siendo el Mesías Isa (Jesús) Hijo de María, quien retornará para luchar junto al Mahdi contra el Al-Dajjal (Anticristo)
Actualmente, hay importantes Shaykhs Sunnis que afirman que estamos en la época de la venida de Mahdí. Incluso hay algunos que afirman haber tenido contacto con Mahdí.
Referencias
- ↑ Perspicacia para comprender las Escrituras, Volumen 2,
pág. 376, Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.,
International Bible Students Association, Brooklyn, Nueva York, Estados
Unidos de América, 1991.
- ↑ Maimónides.
Vida, pensamiento y obra, de Meir Orián. Trad. del hebreo de Zeev Zvi
Rosenfeld, 1984, pág. 380; Cartas y testamento de Maimónides
(1138-1204), ed. de Carlos del Valle, 1989, págs. 200, 201; The Book of
Jewish Knowledge, de Nathan Ausubel, 1964, pág. 286; Encyclopaedia
Judaica, 1971, tomo 11, pág. 754.
- ↑ Wachtower. «¿Es Jesús el Dios Todopoderoso?» (en español). Consultado el 11 de septiembre de 2011.
- ↑ Wachtower. «¿Necesitamos un Mesías?» (en español). Consultado el 11 de septiembre de 2011.
- ↑ La
Atalaya, Anunciando el Reino de Jehová, 1 de octubre de 1992, página 6,
Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania, Broklyn, Nueva
York, Estados Unidos de América.
Enlaces externos
«Origen del Mesías»
Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: “¿Cómo pueden
decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha
dicho, movido por el Espíritu Santo:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies.
Si el mismo David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?”.
Rezar: Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Mesías
rel. Palabra que significa ungido, equivalente al griego christós. En el judaísmo, salvador descendiente de David, anunciado por los profetas y enviado por Dios.
Jesucristo ¿es el Mesías?
Si; Jesucristo es verdaderamente el Mesías.
El es el Salvador prometido en el Paraíso
terrestre; El Enviado divino esperado por los patriarcas; El nuevo
Legislador anunciado por Moisés; El Emmanuel predicho por los profetas;
El Redentor deseado por las naciones.
El ha realizado en su persona todas las
profecías del Antiguo Testamento relativas: 1º, al origen del Mesías;
2º, a la época de su llegada; 3º, a las diversas circunstancias de su
vida.
Es, pues, Jesucristo el Mesías, el
Enviado de Dios para establecer la religión nueva que debía suceder a la
religión mosaica. Pero una religión establecida por un Enviado de Dios
es necesariamente una religión divina; luego la religión cristiana,
fundada por Jesucristo, es divina.
.
.
SECCIÓN PRIMERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES AL ORIGEN DEL MESÍAS
En el Paraíso terrenal, después de la
caída, Dios promete un Salvador a nuestros primeros padres, los cuales
trasmiten esta esperanza a sus descendientes, de tal manera, que ella se
encuentra todos los pueblos.
Dios renueva esta promesa a los
patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob, prometiéndoles que todas las naciones
serán bendecidas en Aquel que saldrá de su raza.
Jacob, iluminado por un espíritu
profético, anuncia a Judá, su cuarto hijo, que el Libertador descenderá
de él. En la tribu de Judá, Dios elige la familia de David. Él dice a
este rey: “Yo pondré sobre tu trono a un hijo que saldrá de ti, pero
cuyo reinado será eterno: Yo seré su Padre, y él será mi Hijo”. El
Mesías, pues, debía ser, a la vez, Hijo de David e Hijo de Dios.
Estas condiciones sólo se hallan reunidas
en Jesucristo, porque es descendiente de Abrahám, de la tribu de Judá,
de la familia de David, como lo prueba su genealogía, y es el único cuyo
reinado es eterno. Luego es el Mesías.
.
.
SECCIÓN SEGUNDA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA ÉPOCA DE LA VENIDA DEL MESÍAS
1º Profecía de Jacob.-En
su lecho de muerte, este patriarca, al anunciar a cada uno de sus hijos
la suerte que le estaba reservada, dijo a Judá: “El cetro no saldrá de
Judá, ni el jefe de su raza, hasta que venga Aquel que debe ser enviado,
y que será la expectación de todas las naciones” (Génesis, XLIX, 10).
Según esta profecía, el Mesías debe llegar en la época en que la tribu
de Judá perderá la autoridad, significada por el cetro. Ahora bien,
cuando llegó Jesucristo, la autoridad acababa de pasar a manos de
Herodes, príncipe idumeo, que gobernaba en nombre de los romanos: los
propios judíos dejaron atestiguada la pérdida de su autoridad nacional,
cuando dijeron a Pilatos: “No tenemos derecho para condenar a muerte…”.
Luego es cierto que Jesucristo vino en el tiempo señalado por Jacob.
2º Profecía de Daniel.-
Durante la cautividad en Babilonia, Daniel rogaba ardientemente al Señor
que abreviara los sufrimientos de su pueblo y enviara el Mesías. El
Arcángel Gabriel vino a decirle:
“El tiempo ha sido reducido a 70 semanas
para tu pueblo y para tu santa ciudad. Después de lo cual será abolida
la iniquidad y el pecado tendrá fin; la iniquidad será borrada y dará
lugar a la justicia eterna; las visiones y las profecías tendrán su
cumplimiento; el Santo de los santos recibirá la unción.
“Después de las sesenta y dos semanas, el
Cristo será condenado a muerte; y el pueblo que habrá renegado de El
dejará de ser su pueblo. Otro pueblo vendrá con su jefe, que destruirá
la ciudad y su templo; esta ruina será el fin de Jerusalén: el fin de la
guerra consumará la desolación anunciada.
“En una semana (la que queda), el Cristo
sellará su alianza con muchos. A mitad de la semana, las víctimas y los
sacrificios serán abolidos; la abominación de la desolación reinará en
el templo, y la desolación no tendrá fin” (Daniel, IX, 24-27).
-Según esta célebre profecía, el objeto
de la venida del Mesías es la remisión de los pecados y el reinado
eterno de la justicia. En 70 semanas, todas las profecías debían
cumplirse.
-Se trata de semanas de años, según la manera ordinaria de calcular de los judíos: las 70 semanas hacen un todo de 490 años.
-El profeta indica el punto en que
empiezan las semanas: es la publicación del decreto para la
reconstrucción de Jerusalén. Este edicto fue dado por Atajerjes
Longímano, el vigésimo año de su reinado, 454 años antes de Jesucristo.
-El profeta divide las 70 semanas en tres periodos muy desiguales: siete, sesenta y dos y una:-
a) En el primero, que
es de siete semanas, o cuarenta y nueve años, los muros de Jerusalén
deben ser levantados con grandes dificultades. La historia prueba que
así fue en efecto.
b) El segundo periodo,
compuesto de 62 semanas, o 434 años, debe transcurrir antes que el
Cristo sea condenado a muerte. Estos 434 años añadidos a los 49 del
primer periodo, terminan el año veintinueve de la era cristiana,
decimoquinto año del reinado de Tiberio, año de la predicación de San
Juan Bautista.
c) El último periodo no
comprende más que una semana, durante la cual el Mesías debe confirmar
su alianza, es decir, establecer su ley, ser rechazado por su pueblo y
condenado a muerte; las hostias y los sacrificios deben ser abolidos. Un
pueblo extranjero debe venir a vengar ése crimen, dispersando a los
judíos y destruyendo la ciudad y el templo.
Ahora bien, todo eso ha sucedido: al
principio de la 70ª semana, el año treinta de nuestra era, Jesús
comienza su predicación, que dura tres años y tres meses, a la mitad de
la misma semana, el año 34, Jesús es condenado a muerte por los judíos, y
los sacrificios de la Antigua Alianza son reemplazados por el
sacrificio del Calvario. Unos 36 años después de la muerte de
Jesucristo, el año 70, el ejército romano y su general Tito reducen a
ruinas la ciudad de Jerusalén y su templo. Desde ese día reina la
desolación sin fin del pueblo judío, porque renegó del Cristo. En
Jesucristo, pues, y sólo en Él, tuvo cumplimiento, y cumplimiento
exactísimo, la profecía de Daniel. Luego Jesús es el Santo de los santos
anunciado por el profeta.
3º Profecías de Ageo y
de Malaquías.- De regreso de la cautividad de Babilonia, los ancianos de
Israel, que habían visto la magnificencia de Salomón, lloraron al
contemplar el nuevo templo construido por Nehemías. Para consolarlos,
Ageo les anuncia que el Deseado de todas las naciones vendrá al nuevo
templo y lo llenará de gloria (Ageo, II, 8).
Malaquías predice que el Mesías, el
Dominador, el Ángel de la Alianza, vendrá a su templo tan pronto como su
precursor le haya preparado el camino (Malaquías, III, 1).
Ahora bien, Jesús visitó frecuentemente
este templo, destruido para siempre 37 años después de su muerte. Este
templo no ha recibido, fuera de Jesucristo, la visita de ningún
personaje ilustre. Juan Bautista fue su precursor, y lo presentó al
pueblo diciendo: “He aquí el Cordero de Dios”. En Jesucristo, pues, y en
El solo, se han realizado las profecías de Ageo y de Malaquías.
Las profecías de Jacob, de Daniel, de
Ageo y de Malaquías son las que han puesto en mayor aprieto a los
judíos, que no han reconocido en Jesucristo al Enviado de Dios. En su
Talmud confiesan que todos los tiempos señalados para la venida del
Mesías han pasado. Por eso, desesperados de su causa, han pronunciado
esta maldición: ¡Malditos sean los que calculen el tiempo del Mesías!
¡Pobres ciegos!
.
.
SECCIÓN TERCERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA VIDA DEL MESÍAS
1º Su nacimiento.-
Isaías predijo que nacería de una Virgen: “He aquí que una Virgen
concebirá y dará a luz un Hijo, que será llamado Emmanuel, es decir,
Dios con nosotros” (Isaías, VII, 14; Mateo, I, 23). Y de la Virgen María
nació Jesús, como nos lo dicen san Mateo y san Lucas al principio de
sus Evangelios. San Mateo hasta tiene especial cuidado en hacer notar
que esto era el cumplimiento de la profecía de Isaías. Esto,
indudablemente, es un milagro; pero, como dijo Gabriel a María, para
Dios no hay imposibles (Mateo, I, 22; Lucas, I, 37).
-Miqueas anuncia que el
Mesías nacerá en Belén, y esta predicción es tan conocida del pueblo
judío, que los Doctores de la Ley, preguntados por Herodes, designan a
los Magos la ciudad de Belén como lugar de su nacimiento. Y en Belén,
precisamente, nació Jesús.
-Balaam había dicho:
“Una estrella saldrá de Jacob, un renuevo se levantará de Israel…”
(Números, XXIV, 17). El recuerdo de esta profecía es el que mueve a los
Magos de Oriente y los lleva a Jerusalén. Y los Magos, conducidos por
una estrella milagrosa, vinieron a adorar a Jesús en su pesebre.
2º Caracteres del
Mesías.- Isaías nos lo describe así: “Un niño nos ha nacido, un hijo nos
ha sido dado; llevará sobre sus hombros la señal de su principado; será
llamado el Admirable, el Consejero, el Dios fuerte, el Padre del siglo
futuro, el Príncipe de la Paz. Su imperio se extenderá cada vez más, y
la paz que establecerá no tendrá término. Ocupará el trono de David… y
su reinado durará para siempre” (Isaías, IX, 6 y 7).
Por otra parte, el Arcángel Gabriel
anuncia en estos términos el nacimiento de Jesucristo: “No temas, María,
concebirás y darás a luz un Hijo y le llamarás Jesús. Él será grande y
será llamado el Hijo del Altísimo, y Dios le dará el trono de David, su
padre, y reinará en la casa de Jacob, por siempre, y su reino no tendrá
fin” (Lucas, I, 30-33).
La comparación de estos dos textos
muestra claramente que el niño Jesús de que habla Gabriel es el mismo
Mesías de que hablaba Isaías. Sólo Jesucristo posee los caracteres
predichos por el profeta. Él es el niño que nos ha sido dado por Dios;
Él lleva sobre sus hombros la cruz, cetro de su imperio; Él es el
Admirable en su nacimiento y en su vida; el Dios fuerte en sus milagros;
el Consejero lleno de sabiduría en su doctrina; el Padre del siglo
futuro por la vida sobrenatural que nos da; el Príncipe de la paz que El
trae al mundo, y su reinado, la Iglesia, durará por siempre.
3º Milagros del Mesías.-
Según la profecía de Isaías, el Cristo debía confirmar su doctrina con
milagros: “Dios mismo vendrá y os salvará. Entonces los ojos de los
ciegos serán abiertos, los sordos oirán, el cojo saltará como un ciervo,
y la lengua de los mudos será desatada” (Isaías, XXXV, 4-6; XLII). Y
tales fueron los milagros de Jesucristo.
4º La Pasión de Cristo.-
Todos los pormenores de la Pasión habían sido anunciados con mucha
anticipación: basta indicar las principales profecías.
-Zacarías predice la
entrada triunfal del Mesías en Jerusalén, y los treinta dineros
entregados al traidor (Zacarías, IX, 9; XI, 13).
-David, en el salmo 21,
describe la pasión del Mesías, y le presenta oprimido de ultrajes,
rodeado de un populacho que le insulta; tan deshecho por los golpes
recibidos, que se le pueden contar los huesos todos; ve sus manos y sus
pies traspasados, sus vestiduras repartidas, su túnica sorteada, etc..
-Isaías muestra al
Mesías cubierto de oprobios, convertido en el varón de dolores, llevado
al suplicio como un cordero sin exhalar una queja… El profeta tiene
cuidado de afirmar hasta doce veces que el Cristo sufre por expiar los
pecados de los hombres. Él es nuestro rescate, nuestra víctima, nuestro
Redentor. El capítulo LIII de Isaías, como el salmo XXI, no pueden
aplicarse más que nuestro Señor Jesucristo; luego El es el Redentor
prometido.
5º La resurrección del
Mesías es anunciada por David e Isaías: “Vos no permitiréis, Señor, que
vuestro Santo esté sujeto a corrupción” (Salmo XV, 10). “El renuevo de
Jesé, el Hijo de David, será dado como un signo a todos los pueblos. Las
naciones le invocarán, y su sepulcro será glorioso” (Isaías, XI, 10).
6º Isaías, Jeremías y
Daniel profetizan la reprobación del pueblo judío y la conversión de los
gentiles destinados a formar el reino del Mesías.
Todos estos oráculos eran conservados,
explicados y enseñados por los antiguos doctores de la sinagoga, como
indicadores de los caracteres del futuro Mesías. Es así que todos ellos
convienen perfectamente a Jesucristo forman un retrato tan parecido de
toda su vida que es imposible no reconocerlo en el; luego Jesucristo es
el verdadero Mesías descrito por los profetas.
.
.
CONCLUSIÓN.-
Dios, en el Antiguo Testamento, hablando sucesivamente por los
patriarcas y profetas, desde Adán hasta Malaquías, prometió al mundo un
Mesías, un Redentor. Este Mesías es siempre anunciado como el Enviados
de Dios, investido de todos los poderes de Dios, y Dios mismo. Es así
que todo lo que acabamos de decir prueba que este Mesías prometido no
puede ser otro sino Jesucristo, porque en Jesucristo, y sólo en Él, se
han realizado las notas características del Mesías. Luego Jesucristo es
realmente el Mesías y, por consiguiente, el Enviados de Dios, investido
de todos los poderes de Dios y Dios mismo.
Por eso todos los Padres y Doctores de la
Iglesia han presentado la realización de las profecías en Jesucristo
como una prueba decisiva de su misión divina.
Después de haber recordado las
principales profecías que san Justino citaba al judío Trifón, Monseñor
Freppel termina de esta manera:
“Contra los judíos esta argumentación es abrumadora; y no es menos decisiva contra los racionalistas.
“Es imposible negarlo: Israel esperaba un
Mesías, Rey, Pontífice, Profeta; sus libros sagrados marcaban con
antelación todos los rasgos de este Libertador prometido. Por otra
parte, es cierto que sólo Jesús de Nazaret ha realizado el tipo
mesiánico descrito en el Antiguo Testamento.
“Querer explicar este hecho por una
coincidencia completamente casual, es imitar a aquellos que atribuyen a
la casualidad la formación del mundo. ¿Se dirá que Jesucristo se ha
aplicado las predicciones de la Escritura? -Pero no dependía del poder
de un hombre elegir el lugar de su nacimiento, nacer en Belén más bien
que en Roma, nacer de la raza de Abrahám, de la familia de David;
aparecen en el tiempo señalado por Jacob, Daniel, Ageo; hacer milagros;
resucitar después de muerto; ser glorificado como Dios todopoderoso y
eterno, y eso porque había sido predicho… Solo Dios ha podido disponer
la marcha de los acontecimientos para llegar a éste gran resultado, y su
realización basta para demostrar la divinidad del cristianismo”
(Extracto de Monseñor Freppel: san Justino).
Vamos a terminar esta cuestión con una
página magnífica del P. LACORDAIRE. Después de haber recordado las
principales profecías mesiánicas, exclama: “Ahora, señores, ¿qué
pensáis? Aquí tenéis dos hechos paralelos y correspondientes, ambos
ciertos, ambos de una proporción colosal: el uno, que duró 2000 años
antes de Jesucristo; el otro, que dura desde hace 18 siglos después de
Jesucristo; el uno que anuncia una revolución considerable imposible de
prever; el otro que es su cumplimiento; ambos teniendo a Jesucristo por
principio, por término, por lazo de unión.
“Una vez más, ¿qué pensáis de esto?
¿Optáis por negar? Pero ¿qué es lo que negáis? ¿Será la existencia de la
idea mesiánica? Pero ella está en el pueblo judío que vive todavía, en
toda la serie de los monumentos de su historia, en las tradiciones
universales del género humano, en las confesiones más explícitas de la
más profunda incredulidad.
“¿Será la anterioridad de los pormenores
proféticos? Pero el pueblo judío, que crucificó a Jesucristo, y que
tiene un interés nacional y secular en arrebatarle la prueba de su
divinidad, os afirma que sus Escrituras eran antes lo que son hoy; y,
para mayor seguridad, 250 años antes de Jesucristo, bajo Tolomeo
Filadelfo, rey de Egipto, y por su orden, todo el Antiguo Testamento,
traducido al griego, cayó en poder del mundo griego, del mundo romano,
de todo el mundo civilizado.
“¿Os dirigiréis al otro polo de la
cuestión y negaréis el cumplimiento de la idea mesiánica? Pero la
Iglesia católica, hija de esta idea, está a vuestra vista: ella os ha
bautizado.
“¿Será en la unión de estos dos
formidables acontecimientos donde buscaréis vuestro punto de apoyo?
¿Negaréis que Jesucristo haya verificado en su persona la idea
mesiánica, que Él sea judío de la tribu de Judá, de la familia de David,
y el fundador de la Iglesia católica, sobre la doble ruina de la
sinagoga y de la idolatría? Pero ambas partes interesadas y enemigas
irreconciliables convienen en todo esto. El judío dice: sí, y el
cristiano dice: sí.
“¿Diréis que este encuentro de
acontecimientos prodigiosos en el punto preciso de Jesucristo es efecto
de la casualidad? Pero la casualidad, si existe, no es más que un
accidente breve y fortuito, su definición excluye la idea de serie; no
hay casualidad de 2000 años y de 1800 años.
“Señores, cuando Dios obra, no hay nada
que hacer contra Él. Jesucristo se nos muestra el móvil de lo pasado,
así como el móvil de lo futuro, el alma de los tiempos anteriores a Él, y
a la vez, el alma de los tiempos posteriores a Él.
“Se nos muestra en sus antepasados,
apoyado en el pueblo judío, que es el monumento social y religioso más
grande de todos los tiempos antiguos, y en su posteridad apoyado en la
Iglesia católica, que es la obra social y religiosa más grande de los
tiempos nuevos.
“Se nos muestra teniendo en su mano
izquierda el Antiguos Testamento, el libro más grande de los tiempos que
le han precedido, y en la mano derecha el Evangelio, el libro más
grande de los tiempos que le han seguido. Y, sin embargo, así precedido y
seguido, Él es todavía mayor que sus ascendientes y que su posteridad,
que los patriarcas y que los profetas, que los apóstoles y que los
mártires. Llevado por todo lo que hay de más ilustre después y antes que
Él, su fisonomía personal se destaca todavía sobre ese fondo sublime, y
nos revela al Dios que no tiene modelo y que no tiene igual”
(Conferencia 41-1846- ).
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