Jesús exorcizando demonios |
Satanás
es el mal en continuo movimiento, es la mentira y la oscuridad
personificadas, es lo opuesto al amor de Dios, es el odio y la violencia
en persona... y quiere dominar sobre toda la humanidad y construirse su
propio reino de tinieblas y oscuridad, imitando en todo lo que puede a
Dios. Por eso, se le llama con frecuencia "el mono de Dios".
"Es el príncipe de este mundo" (Jn. 12,31). San Juan dirá que es el que "peca
desde el principio" (1 Jn. 3,8). Él es la serpiente antigua, que tentó a
nuestros primeros padres, y Dios la maldijo: "Maldita serás... pongo
enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella (la Sma.
Virgen) te aplastará la cabeza" (Gén 3,14-15).
Satanás
tiene mucho poder debido a su naturaleza angélica. Él es el jefe de
millones y millones de demonios entre los que hay una jerarquía o
sumisión de esclavitud y no de amor. Ellos están llenos de odio contra
Dios y los hombres.
Pueden
manifestarse de diferentes formas a los ojos humanos, pues son
espíritus y, por tanto, sus apariencias visibles dependerán de lo que
quieren causarnos. Si quieren causarnos agrado y atractivo, pueden
presentarse como ángeles de luz, incluso pueden tomar la apariencia de
Jesús o de caballeros o damas bellas y simpáticas... o de niños
inocentes, que nos invitan a desobedecer. También pueden presentarse
bajo las formas más horripilantes que podamos imaginar, cuando quieren
inculcarnos miedo y temor. A veces, a los santos se les presentan como
gigantes con cuernos o sin cuernos, con alas negras o sin ellas, con
olores agradables o desagradables.
La
imaginación se queda corta ante la gran variedad de figuras bajo las
cuales se pueden presentar, generalmente, para asustar. Y esto, no
solamente en apariencias visibles, también lo hacen -y de manera más
común y frecuente- a través de pensamientos, fantasías e imaginaciones
de las más variadas e inculcando sentimientos de suicidio, tristeza,
temor a condenarse, miedo, desesperación, etc. Su presencia, aunque
invisible, siempre causa inquietud y desasosiego; mientras que Dios y
sus ángeles siempre nos dejan alegría y paz. Algunos santos, sabiendo
que pueden presentarse bajo la apariencia de Jesús, de María o de santos
y ángeles, para no engañarse, les echaban agua bendita o les hacían
repetir: ¡Viva Jesús! ¡Viva María!
De
todos modos, el poder de Satán no es infinito. No es más que una
criatura, poderosa por ser espíritu puro, pero siempre criatura. Es un
gran misterio el que Dios permita la actividad diabólica, pero nosotros
sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que
le aman (Rom 8,28).
El poder de Cristo contra el demonio se manifiesta vivamente por medio de la medalla de San Benito. |
El
mayor triunfo del demonio es que no crean en él y en sus asechanzas o,
en su defecto, que crean en él y le rindan tributo. La existencia del
demonio es un dogma de nuestra fe que enseña la Sagrada Escritura y
proclama el magisterio infalible de la Iglesia. La herejía modernista ha
suprimido en la doctrina o, cuando menos, en la catequesis y el
púlpito, la enseñanza sobre este enemigo de nuestro alma que ronda como
león para devorarnos con sus tentaciones, como a él se refiere la
Palabra de Dios.
La
vida del católico es una milicia. ¿Cómo podrá combatir cuando no conoce
a su adversario? ¿Cómo enfrentarse a sus asechanzas si no tiene
presente al maligno, al gran tentador? Es un acto criminal que no se
predique este peligro al pueblo fiel. ¿Cuántas veces se habla hoy del
demonio? Los herejes modernistas callan porque ya no creen en él y los
que aún tienen fe muchas veces también no predican en su contra por no
sentirse "anticuados".
Pidamos
a Dios, una y otra vez, en el Padrenuestro, no caer en la tentación y
que nos libre del mal, es decir del maligno. Portemos la medalla de San
Benito y oremos diariamente a San Miguel Arcángel:
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste su poder contra él, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que ambulan por el mundo para la ruina y perdición de las almas".
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste su poder contra él, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que ambulan por el mundo para la ruina y perdición de las almas".
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