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León III, Santo |
XCVI Papa
Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido
el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de
diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.
Es bastante
probable que esta prisa fuera debida a un deseo de
los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los
francos en su libertad de elección. León era romano, hijo
de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección
era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o
sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).
Junto con la
carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de
que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió
las llaves de la confesión de San Pedro y el
estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que
consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede.
A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una
parte considerable del tesoro que el rey había tomado a
los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de
las causas que permitieron a León ser un gran benefactor
de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.
Empujados
por los celos, por la ambición o por sentimientos de
odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa
Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno
de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión
de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando
el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente
atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al
suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos.
Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado
por la noche al monasterio de San Erasmo, en el
Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó
el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo
del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la
corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con
todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus
enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones
contra él.
Después de unos meses de estancia en Alemania,
el monarca franco le envió con una escolta de vuelta
a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo
por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.
Los enemigos
del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y,
como no fueron capaces de probar la culpa de León
ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros
a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800)
Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y
sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos
declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero
León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo,
de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres,
declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos
que se habían presentado contra él.
A petición suya, la
pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada
por una sentencia de exilio.
Unos días después, León y Carlomagno
volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San
Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó
a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de
San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza.
Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente
grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios,
a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!”
Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al
menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba
sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había
hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que
la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector
de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los
paganos. Con la vista puesta en la alianza entre Oriente
y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se
esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador
con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento
de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser
llevado a cabo. Unos tres años después de la partida
de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los
Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con
el emperador la división de sus territorios entre sus hijos.
En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar
su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada
partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió
la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero
fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó
provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de
Nicea. No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron
a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato
de Grado fue compensado por la pérdida de su sede
de Grado con la entrega de la de Pola. La
acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso
en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su
reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de
Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.
Sin embargo, León tenía muchas
relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el
sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de
laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos
de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen
por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio
que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de
la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo
había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”.
León también fue llamado para solventar las diferencias entre el
arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se
sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que
fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo
fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo
al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a
mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis
años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia
de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo.
Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que
no recibió una gran suma de dinero de su abad,
no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a
petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.
Durante el
pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba
en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante
este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro
el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los
principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente
a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con
el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el
soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio
condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males
mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino
castigó a los monjes con las penas de prisión y
destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron
cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del
sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino
con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de
alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos
presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono
bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar
la paz entre Oriente y Occidente.
El Papa y el Emperador
de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última
operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo
el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones
de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la
línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra.
No obstante, debido a que no se consideraba competente para
mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la
protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue
capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia
romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de
nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el
gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos
volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él,
pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella
antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que
los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas
se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles
de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron
al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar
sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque
de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía
o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó
al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un
eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así,
llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de
Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero
arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas
entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las
iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta
finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de
León en un mosaico de esa antigua iglesia.
León III fue
enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde
se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León
I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673.
Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan
el nombre del Emperador además del de León, mostrando así
al Emperador como protector de la Iglesia y señor de
la ciudad de Roma.
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