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Joseph-Marie Cassant, Beato |
Monje Trapense
Joseph-Marie Cassant nació el
6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne
(diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que
ya contaba con un hijo varón de nueve años.
Estudió
en el internado de los hermanos de San Juan Bautista
de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a
su falta de memoria. Tanto en su casa como
en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco
a poco, creció en él el deseo profundo de ser
sacerdote.
Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le
ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero
su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso
en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose
en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco
Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el
joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo
de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la
abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse,
Francia) el 5 de diciembre de 1894.
En ese momento el
maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia
captar las necesidades de las almas y responder a ellas
con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía!
yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del
monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado:
Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre
estaba contento y sonriente.
Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión
y en la cruz, el joven monje se impregnó del
amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que
le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a
vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El
Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad.
Pero se fía cada vez más de Jesús que es
su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse
totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús,
todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos
el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de
la Ascensión.
A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio.
El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de
la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y
viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres,
cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a
los que acuden a Él con confianza. Los cursos de
teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas
muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En
todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en
la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía
su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta.
Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de
recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.
Pronto
constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy
avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el
momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse
cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A
pesar de su estancia de siete semanas con su familia,
a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez
más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la
enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo
y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables,
agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca,
el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene.
Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús
podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de
1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó
para siempre a Cristo Jesús.
El 9 de junio de 1984,
el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de
sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en
la Plaza de San Pedro en Roma.
A veces se ha
subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos
pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de
un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples,
sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero
realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su
espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que
sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es
semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.
El
mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo
de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento
de amor y de ternura, su vida puede ser una
respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido
a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve
ni valor a los ojos de los hombres. Debe el
acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo
seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de
un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de
Cristo y capaz de acoger y comprender.
Él es para los
pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir,
día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad,
aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados,
capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.
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