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Isaac de Córdova, Santo |
Monje y Mártir
Martirologio Romano: En Córdoba, en la región hispánica
de Andalucía, san Isaac, mártir, que, siendo monje, en tiempo
de la dominación musulmana, llevado por un impulso no humano
sino divino, salió del monasterio de Tábanos para presentarse ante
el juez sarraceno y hablarle acerca de la verdadera religión,
razón por la cual fue decapitado. († 851) En la ciudad los moros están
cansados de matar; los cristianos que conviven allí están cansados
también de aguantar insolencias y de sufrir humillaciones con peligro.
Bastantes han preferido la salida y se han instalado en
los alrededores, ocupando las cuevas de la montaña donde viven
como ermitaños. Son más de los que se esperaba; casi
se puede decir que han formado un cinturón cercando la
ciudad de los emires. Con frecuencia reciben la visita de
Eulogio que les conforta con la palabra clara, fuerte y
enérgica que deja en sus almas regustos de mayor entrega
a Dios, mezclada con deseos de fidelidad a la fe
cristiana y a los derechos de la patria.
Gran parte
de ellos avivan en el alma deseos sinceros de perfección.
Pasan el día y la noche repitiendo las costumbres ascéticas
de los antiguos anacoretas entre la meditación y la alabanza.
Las numerosas ermitas de la montaña forman un gran monasterio
que sigue la Regla de los antiguos y pasados reformadores
visigóticos Leandro, Isidoro, Fructuoso y Valerio quienes muy probablemente recopilaron,
adaptándolas, las primeras reglas cenobíticas de los orientales recogidas por
Pacomio, Casiano, Agustín y Benito. El más importante es el
Tabanense.
Estalló la tormenta con el martirio del sacerdote cordobés Perfecto
que fue arrastrado al tribunal, condenado y degollado.
Hay revuelo en
la ciudad y protesta e indignación en el campo. Ha
nacido un sentimiento por mucho tiempo tapado; muchos, llenos de
ánimo, se lanzan en público a maldecir al Profeta y
se muestran deseosos de morir por la justicia y la
verdad. El mismo Eulogio pretendió serenar los ánimos, pero de
todos modos sostiene que «nadie puede detener a aquellos que
van al martirio inspirados por el Espíritu Santo».
Isaac es un
joven sacerdote de Tábanos, hijo de familia ilustre cordobesa; de
buena educación, conocedor excelente del árabe, hábil en los negocios,
servidor en la administración de Abderramán y de sus rentas.
Pero amargado en la casa de su amo por la
insolencia de los dominantes, por su prepotencia altanera, o quizá
por escrúpulos de conciencia, decidió irse y entrar en Tábanos
donde le trató Eulogio. Ahora, indignado por la persecución de
los musulmanes, toma la decisión de presentarse al cadí con
la intención de ridiculizar la injusticia y acabar en el
martirio.
Simula querer tener razones para aceptar la religión del
Profeta y las pide con ironía y sarcasmo al juez
que cae en la trampa. Tan de plano rechaza ante
el público reunido la mentira del Profeta, la bajeza de
la vida del mahometano y la falsía de la felicidad
prometida que, resaltando la verdad del Crucificado, la dignidad que
pide a sus fieles y la verdad del único Cielo
prometido, que, fuera de sí el improvisado y timado maestro,
abofetea a Isaac, contra la ley y la usanza.
La
crónica del suceso narrada por Eulogio coincide con la versión
árabe relatada en las Historias de los jueces de Córdoba,
de Alioxaní, por la que sabemos hasta el nombre del
cadí, Said-ben Soleiman el Gafaquí, que le juzgó. Abderramán II
mandó aplicar el rigor de la ley a su antiguo
servidor; y para que los cristianos no pudieran hacer de
su cadáver un estandarte dándole veneración, lo mantuvo dos días
en la horca, lo hizo quemar y desparramar después sus
cenizas por el río Guadalquivir. Fue martirizado el 3
de juno de 851.
Dos días más tarde, el mártir es
Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo,
que era un esclavo de la guardia del sultán; a
éste, por ser culpado de alta traición además de impío,
lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo
una larga estaca, lo levantaron en el aire y así
murió tras una larga agonía; esa era la muerte de
los empalados.
Seis hombres que vestían con cogulla monacal se presentaron
el domingo, día 7, ante el juez musulmán, diciéndole: «Nosotros
repetimos lo mismo que nuestros hermanos Isaac y Sancho; mucho
nos pesa de vuestra ignorancia, pero debemos deciros que sois
unos ilusos, que vivís miserablemente embaucados por un hombre malvado
y perverso. Dicta sentencia, imagina tormentos, echa mano de todos
tus verdugos para vengar a tu profeta». Eran Pedro, un
joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del
monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y
Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano
cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero
había sabido adaptar su cuerpo a los rigores de la
penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a construir
con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar
el Cielo y, otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.
En unos
días, ocho hombres fueron mártires de Cristo.
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