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Desde Milán se lanzó al mundo un mensaje de esperanza |
Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de
los miércoles a su reciente viaje a Milán donde participó
en el VII Encuentro Mundial de las Familias y realizó,
como Sucesor de Pedro, su primera visita pastoral a esa
arquidiócesis italiana.
El Papa recordó
que en la primera etapa de su viaje, en la
Plaza del Duomo, símbolo y corazón de Milán, exhortó a
los cientos de miles de personas que lo esperaban a
“vivir la fe en su experiencia personal y comunitaria, privada
y pública, para favorecer un ´bien-estar´ auténtico, a partir de
la familia, que debe ser redescubierta como patrimonio principal de
la humanidad”.
En el Teatro
La Scala, el Santo Padre asistió a un concierto en
que “las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven dieron
voz a la instancia de universalidad y fraternidad que la
Iglesia propone incansablemente anunciando el Evangelio; una fraternidad que resplandece
en el célebre “Himno a la alegría”.
“Al final del concierto -dijo- hablé del contraste
entre ese ideal y los dramas de la historia y
la exigencia de un Dios cercano, que comparta nuestros sufrimientos,
pensando, además, en las personas afectadas por el terremoto”. Benedicto
XVI se dirigió también a la familia del tercer milenio
para recordarle que en ella “se experimenta por primera vez
cómo la persona humana no fue creada para vivir encerrada
en sí misma, sino en relación con los demás; en
la familia se empieza a encender en el corazón la
luz de la paz para que ilumine nuestro mundo”.
El sábado, en la catedral de
Milán, llena de sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y representantes
de la jerarquía eclesiástica de todos los lugares del mundo,
el Papa reafirmó “el valor del celibato y la virginidad
consagrada signo luminoso del amor por Dios y por los
hermanos que inicia con una relación cada vez más profunda
con Cristo en la oración y se expresa en la
entrega total de sí mismo”.
En el estadio Giuseppe Meazza, Benedicto XVI llamó a los
jóvenes que esperaban la confirmación a “pronunciar un sí libre
y responsable al Evangelio de Jesús, recibiendo los dones del
Espíritu Santo que permiten formarse como cristianos, vivir el Evangelio
y ser miembros activos de la comunidad”.
Durante su encuentro con los representantes de las
instituciones, la empresa y el mundo de la cultura, recalcó
que “la legislación y las actividades de las instituciones estatales
deben estar siempre al servicio de la persona, tutelándola en
sus múltiples facetas, empezando por el derecho a la vida,
de la que no se debe jamás consentir la supresión
deliberada, y por el reconocimiento de la identidad propia de
la familia, fundada en el matrimonio entre hombre y mujer”.
En la “Fiesta del testimonio”,
el Papa respondió a las preguntas de diversas familias como
signo “del diálogo abierto entre las familias y la Iglesia,
entre el mundo y la Iglesia”. “Me conmovieron -dijo-las experiencias
de cónyuges e hijos de diversos continentes que me hablaron
de los temas candentes de nuestro tiempo: la crisis económica,
la dificultad de compaginar el tiempo del trabajo con el
de la familia; la difusión de separaciones y divorcios; los
interrogantes existenciales que plantean los adultos, los jóvenes y los
niños”.
“Quisiera recordar que hay
que defender el tiempo de la familia, amenazado por una
especia de ´predominio´ de los compromisos laborales: el domingo es
el día del Señor y de la persona, cuando todos
deben ser libres; libres para la familia y para Dios.
Si defendemos el domingo, defendemos la libertad del ser humano”.
En la Santa Misa del
domingo, 3 de junio, celebrada en el aeropuerto de Bresso,
transformado casi en “una catedral al aire libre” y que
concluyó el VII Encuentro Mundial de las familias, Benedicto XVI
lanzó “un llamamiento para edificar comunidades eclesiales que sean cada
vez más familia; capaces de reflejar la belleza de la
Santísima Trinidad y de evangelizar, no solo con la palabra,
sino por irradiación, con la fuerza del amor vivido porque
el amor es la única fuerza que puede transformar el
mundo”.
El Encuentro mundial de
Milán, -al que acudieron más de un millón de personas-
fue “una epifanía de la familia, que se mostró en
la variedad de sus expresiones; así como en la unicidad
de su identidad sustancial: la de una comunidad de amor,
fundada sobre el matrimonio y llamada a ser santuario de
la vida, pequeña Iglesia y célula de la sociedad.
Desde Milán se lanzó al mundo
un mensaje de esperanza, colmado de experiencias vividas. Es posible
y gozoso aunque con esfuerzo, vivir el amor fiel ´para
siempre´, abierto a la vida; es posible participar como familias
en la misión de la Iglesia y en la construcción
de la sociedad. ¡Que la experiencia de Milán -concluyó el
Santo Padre- de frutos abundantes al camino de la Iglesia
y favorezca una mayor atención a la causa de la
familia, que es la causa misma del ser humano y
de la civilización!”.
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