VATICANO, 17 May. 17 / 04:30 am (ACI).- Durante la catequesis pronunciada en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, en la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco reflexionó sobre el misterio pascual y se centró en María Magdalena, la primera persona que vio a Jesús resucitado, y explicó cómo el Señor transforma su tristeza en alegría al llamarla por su nombre.
“Hacía poco tiempo que había terminado el descanso del sábado. En el día de la pasión no hubo tiempo para completar los ritos fúnebres. Por ello, en aquella mañana llena de tristeza, las mujeres acuden a la tumba de Jesús con los ungüentos perfumados. La primera en llegar es ella: María Magdalena, una de las discípulos que habían acompañado a Jesús hasta los confines de Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente”.
El Papa identificó a María Magdalena con tantas mujeres que siguen acudiendo al cementerio a visitar a sus seres queridos con perseverancia, incluso cuando han pasado muchos años desde la muerte de esas personas a las que ama.
Señaló que en el trayecto de María Magdalena hacia el sepulcro “se respira la fidelidad de tantas mujeres que, durante años, acuden devotamente a los cementerios para recordar a aquellos que no están más”. Recordó que “los lazos más auténticos no se rompen ni siquiera tras la muerte: podemos seguir queriendo a esa persona amada incluso cuando se ha ido para siempre”.
El Pontífice destacó el proceso que vive María Magdalena y que le lleva de la tristeza por la muerte de Jesús, de la desesperación al ver su cuerpo desaparecido, a la alegría tras descubrir la resurrección.
“El Evangelio describe a la Magdalena poniendo rápidamente en evidencia que no era una mujer de fácil entusiasmo. De hecho, tras la primera visita al sepulcro, regresa decepcionada al lugar donde los discípulos se escondían, y cuenta que la piedra que cubría el sepulcro había sido retirada, y su primera hipótesis es la más simple que se puede formular: alguno debe de haber retirado el cuerpo de Jesús. Así, el primer anuncio que María lleva no es el de la Resurrección, sino el de un robo que alguien había realizado mientras toda Jerusalén dormía”, señaló.
“Después, el Evangelio cuenta un segundo viaje de la Magdalena hacia el sepulcro de Jesús. En esta ocasión, su paso es lento, pesado. María sufre doblemente: primero por la muerte de Jesús, y luego por la inexplicable desaparición de su cuerpo”.
Francisco observa que a María le costaba comprender la Resurrección: “Cuando ya está cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, Dios la sorprende de la manera más inesperada. El Evangelista Juan subraya cómo persistía su ceguera. No sé da cuenta de la presencia de dos ángeles que le están preguntando, y tampoco se da cuenta de quién es ese hombre que ha visto a su espalda, y que piensa que es el que custodia el jardín”.
“¡Era testaruda, iba, venía, miraba, y no se convencía!”, exclamó el Papa. “Pero entonces descubre el evento más importante de la historia humana cuando finalmente la llaman por su nombre: ‘¡María!’”.
Una vez más, Jesús llama por su nombre a los que ama: “¡Qué bello es pensar que la primera aparición del Resucitado se produjo de una manera tan personal! Que uno que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y decepción, que se conmueve por nosotros y que nos llama por nuestro nombre”.
“Es una ley que encontramos escrita en muchas páginas del Evangelio”, afirmó. “Alrededor de Jesús hay muchas personas que tratan de buscar a Dios, pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, Dios se preocupaba por nuestra vida, la quería arreglar, y para hacerlo, nos llama por nuestro nombre reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe sobre esta tierra”.
Jesús la llama: “’¡María!’. La revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de cada hombre y mujer, comienza con un nombre que se escucha en el jardín del sepulcro vacío. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría que se da con cuentagotas, sino una cascada que enviste toda la vida”.
El Papa Francisco finalizó su catequesis con una invitación a los fieles presentes en la plaza de San Pedro: “Probad a pensar que, incluso en este momento, con un equipaje de decepciones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en su corazón tenemos un Dios cercano a nosotros que nos llama por nuestro nombre”.
“Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que suframos la muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es indiferente, sino que sueña con la transformación del mundo, y la realiza en el misterio de la Resurrección”, concluyó.
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