jueves, 6 de noviembre de 2014

La búsqueda hacia lo Alto

 Esta es la respuesta de uno de los hermanos de Hesiquía blog para la hermana Sole, sobre un comentario que ésta nos hizo llegar:

«Suelo orar con frecuencia repitiendo el nombre de Jesús, o la expresión:“Señor Jesús, ten misericordia de mí” A veces me sorprendo haciéndolo distraída y monótonamente. Intento volver a la Presencia pero me ronda el temor de hacer de esta oración un rito mágico y querer conseguir con ella una paz o una serenidad que tienen que ver más con el bienestar personal que con la gratuidad o el amor sincero. Tengo el peligro de mirarme más a mí que a Él. ¿Cómo salir de mí misma?».

«Querida hermana, le saludo invocando a Jesucristo. Gracias por su comentario que nos brinda la oportunidad de comentar sobre la oración de Jesús y algunas particularidades. 

Lo que usted describe parece ser la experiencia a la que todos llegamos cuando hacemos alguna introspección. Descubrimos lo que ocurre en nuestra mente, advertimos posibles motivaciones, nos encontramos con aquello que siempre busca saciedad y beneficio.

La presencia de eso, que suele llamarse “ego”, detrás de nuestras actividades es algo propio de la existencia humana y su condición actual. Usted dice: “Intento volver a la Presencia pero me ronda el temor de hacer de esta oración un rito mágico y querer conseguir con ella una paz o una serenidad que tienen que ver más con el bienestar personal que con la gratuidad o el amor sincero”

Pues bien, difícilmente encontremos actos propios que sean desinteresados, gratuitos y propios del amor sincero. Por lo general, todo lo que hacemos va mezclado de nuestros propios intereses, incluso aquellos que se dirían más abnegados. Forma parte de nuestra estructura humana actual, esto de buscar para nosotros un bienestar, sea que lo persigamos a través de una apetitosa comida, del reconocimiento social, de la construcción de una casa para vivir o incluso de la oración y la devoción hacia Dios.

En la oración, acto de entrega y confianza, conviene dejar estas y otras cosas en manos de Jesús, de Aquél a quién se invoca. De otro modo, nuestra misma inquietud por la perfección en la oración, podría desviar nuestra mirada del objeto de nuestra invocación. La oración misma irá depurando nuestra mente y a sus motivaciones inherentes. 

En nuestra experiencia, la oración de Jesús hecha con unción, brinda paz y serenidad al alma, ayuda a situarse en una confiada entrega. Nuestras oraciones forman parte de la búsqueda y del anhelo del encuentro con Dios, incluso cuando la hacemos distraídamente. A pesar de que a veces busquemos una solución “mágica” para nuestras desventuras. Nuestra oración siempre será imperfecta, casi siempre nos miraremos más a nosotros que a Él, el portador de la Presencia.

Sin embargo, el valor de la oración no radica en las cualidades de quién la ejecuta, sino en Aquél a quién ésta invoca. Aun cuando con frecuencia nos encontremos mirándonos solo a nosotros mismos, aun cuando no podamos olvidarnos de nosotros para sumergirnos en Dios, el acto mismo de tender hacia Él, basta. Esa imperfecta búsqueda hacia lo Alto, ese deseo de amar más y mejor, son ya una forma de oración».


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