(RV).-Instaurar “una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa”, éste es el deseo del Papa en su discurso dirigido al Consejo de Europa, reunido en Sesión Solemne para la ocasión.
El Papa ha recordado que este sentido de la solidaridad y de la caridad mutua “ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana”. Estas últimas, sobre todo, ha subrayado el Pontífice “son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa” que “no sólo piden pan para el sustento, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere”.
La protección de la vida humana, la acogida de los emigrantes, el trabajo y desempleo juvenil, la protección del medio ambiente fueron los temas que, según el Pontífice, requieren “nuestra reflexión y colaboración”.
Recordando además la crueldad de la segunda Guerra Mundial, el Papa ha destacado el proyecto de los padres fundadores del consejo de “reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana”.
El camino privilegiado para la paz, para evitar que se repita lo ocurrido en las dos guerras mundiales del siglo pasado - ha subrayado - es reconocer en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. “Para lograr este bien - continuó - es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente”.
El Papa ha recordado que la paz está todavía demasiado a menudo herida en tantas partes del mundo y también en Europa, en donde no cesan los conflictos. Paz que “sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. Por desgracia - constató - este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune”. "Esta paz, continuó el Papa, se quebranta además por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo y que convierte a las personas en un artículo de mercado, privando a las víctimas de toda dignidad”.
En este contexto el Papa ha destacado el ‘papel importante del Consejo de Europa en la lucha contra estas formas de inhumanidad’, a través de la “promoción de los derechos humanos que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho”.
Y ha señalado la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad, destacando que “para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía”.
“Estas raíces, constató Francisco, se nutren de la verdad que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos. Esto - dijo - lleva al sustancial descuido de los demás y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo. "Del individualismo - continuó - nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos”.
Junto a las raíces, el Papa se detiene también en dos de los desafíos actuales del Continente: el reto de la multipolaridad de Europa y el desafío de la transversalidad. “Hablar de multipolaridad europea - afirmó - es hablar de pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro. Hoy Europa es multipolar en sus relaciones y tensiones”.
Al hablar de la transversalidad, Francisco destacó la importancia de recurrir al diálogo, también intergeneracional. “Si quisiéramos definir hoy el Continente, debemos hablar de una Europa dialogante, que sabe poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de pueblos armónicamente unidos”.
“En esta perspectiva - continuó el Papa - acojo favorablemente la voluntad del Consejo de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo”.
“En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer.
Finalmente, la invitación del Papa a "realizar juntos una reflexión a todo campo, para que se instaure una especie de 'nueva agorá', en la que toda instancia civil y religiosa pueda confrontarse libremente con las otras, si bien en la separación de ámbitos y en la diversidad de posiciones, animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común".
Palabras del Santo Padre:
Señor Secretario General, Señora Presidenta,
Excelencias, Señoras y Señores
Me alegra poder tomar la palabra en esta Convención que reúne una representación significativa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, de representantes de los países miembros, de los jueces del Tribunal Europeo de los derechos humanos, así como de las diversas Instituciones que componen el Consejo de Europa. En efecto, casi toda Europa está presente en esta aula, con sus pueblos, sus idiomas, sus expresiones culturales y religiosas, que constituyen la riqueza de este Continente. Estoy especialmente agradecido al Secretario General del Consejo de Europa, Sr. Thorbjørn Jagland, por su amable invitación y las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido. Saludo también a la Sra. Anne Brasseur, Presidente de la Asamblea Parlamentaria. Agradezco a todos de corazón su compromiso y la contribución que ofrecen a la paz en Europa, a través de la promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho.
En la intención de sus Padres fundadores, el Consejo de Europa, que este año celebra su 65 aniversario, respondía a una tendencia ideal hacia la unidad, que ha animado en varias fases la vida del Continente desde la antigüedad. Sin embargo, a lo largo de los siglos, han prevalecido muchas veces las tendencias particularistas, marcadas por reiterados propósitos hegemónicos. Baste decir que, diez años antes de aquel 5 de mayo de 1949, cuando se firmó en Londres el Tratado que estableció el Consejo de Europa, comenzaba el conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas tierras, cuyas divisiones han continuado durante muchos años después, cuando el llamado Telón de Acero dividió en dos el Continente, desde el mar Báltico hasta el Golfo de Trieste. El proyecto de los Padres fundadores era reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana.
Por otro lado, el camino privilegiado para la paz – para evitar que se repita lo ocurrido en las dos guerras mundiales del siglo pasado – es reconocer en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. Es un proceso continuo, que nunca puede darse por logrado plenamente. Esto es precisamente lo que intuyeron los Padres fundadores, que entendieron cómo la paz era un bien que se debe conquistar continuamente, y que exige una vigilancia absoluta. Eran conscientes de que las guerras se alimentan por los intentos de apropiarse espacios, cristalizar los procesos y tratar de detenerlos; ellos, por el contrario, buscaban la paz que sólo puede alcanzarse con la actitud constante de iniciar procesos y llevarlos adelante.
Afirmaban de este modo la voluntad de caminar madurando con el tiempo, porque es precisamente el tiempo lo que gobierna los espacios, los ilumina y los transforma en una cadena de crecimiento continuo, sin vuelta atrás. Por eso, construir la paz requiere privilegiar las acciones que generan nuevo dinamismo en la sociedad e involucran a otras personas y otros grupos que los desarrollen, hasta que den fruto en acontecimientos históricos importantes.
Por esta razón dieron vida a este Organismo estable. Algunos años más tarde, el beato Pablo VI recordó que «las mismas instituciones que en el orden jurídico y en el concierto internacional tienen la función y el mérito de proclamar y de conservar la paz alcanzan su providencial finalidad cuando están continuamente en acción, cuando en todo momento saben engendrar la paz, hacer la paz». Es preciso un proceso constante de humanización, y «no basta reprimir las guerras, suspender las luchas (...); no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos». Es decir, continuar los procesos sin ansiedad, pero ciertamente con convicciones claras y con tesón.
Para lograr el bien de la paz es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente. Es cierto que el conflicto no puede ser ignorado o encubierto, debe ser asumido. Pero si nos quedamos atascados en él, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma sigue estando fragmentada. Cuando nos paramos en la situación conflictual perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad, detenemos la historia y caemos en desgastes internos y en contradicciones estériles.
Por desgracia, la paz está todavía demasiado a menudo herida. Lo está en tantas partes del mundo, donde arrecian furiosos conflictos de diversa índole. Lo está aquí, en Europa, donde no cesan las tensiones. Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente, que anhela la paz, pero que vuelve a caer fácilmente en las tentaciones de otros tiempos. Por eso es importante y prometedora la labor del Consejo de Europa en la búsqueda de una solución política a las crisis actuales.
Pero la paz sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. Por desgracia, este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune. La Iglesia considera que «la carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable». La paz también se quebranta por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo, y que convierte a las personas en un artículo de mercado, privando a las víctimas de toda dignidad. No es difícil constatar cómo estos fenómenos están a menudo relacionados entre sí. El Consejo de Europa, a través de sus Comités y Grupos de Expertos, juega un papel importante y significativo en la lucha contra estas formas de inhumanidad.
Con todo, la paz no es solamente ausencia de guerra, de conflictos y tensiones. En la visión cristiana, es al mismo tiempo un don de Dios y fruto de la acción libre y racional del hombre, que intenta buscar el bien común en la verdad y el amor. «Este orden racional y moral se apoya precisamente en la decisión de la conciencia de los seres humanos de buscar la armonía en sus relaciones mutuas, respetando la justicia en todos».
Entonces, ¿cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz?
El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. Este estudio es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.
El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. Este estudio es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.
Así pues, en esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX, Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus raíces profundamente ancladas en la tierra. En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen.
A lo largo de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo, progreso, paz y unidad. Pero el crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía.
Por otro lado – observa Rebora – «el tronco se ahonda donde es más verdadero». Las raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad responsable.
También hay que tener en cuenta que, sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social.
Este individualismo nos hace humanamente pobres y culturalmente estériles, pues cercena de hecho esas raíces fecundas que mantienen la vida del árbol. Del individualismo indiferente nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos. Efectivamente, tenemos demasiadas cosas, que a menudo no sirven, pero ya no somos capaces de construir auténticas relaciones humanas, basadas en la verdad y el respeto mutuo. Así, hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado, pero también por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes.
Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión?
De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del Continente. Por otro lado – volviendo a la imagen de Rebora – un tronco sin raíces puede seguir teniendo una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen un papel de primera importancia.
Pienso especialmente en el papel de la Corte Europea de los Derechos Humanos, que es de alguna manera la «conciencia» de Europa en el respeto de los derechos humanos. Mi esperanza es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso entre las partes, sino como resultado de la tensión hacia esas raíces profundas, que es el pilar sobre los que los Padres fundadores de la Europa contemporánea decidieron edificar.
Junto a las raíces – que se deben buscar, encontrar y mantener vivas con el ejercicio cotidiano de la memoria, pues constituyen el patrimonio genético de Europa –, están los desafíos actuales del Continente, que nos obligan a una creatividad continua, para que estas raíces sean fructíferas hoy, y se proyecten hacia utopías del futuro. Permítanme mencionar sólo dos: el reto de la multipolaridad y el desafío de la transversalidad.
La historia de Europa puede llevarnos a concebirla ingenuamente como una bipolaridad o, como mucho, una tripolaridad (pensemos en la antigua concepción: Roma - Bizancio - Moscú), y dentro de este esquema, fruto de reduccionismos geopolíticos hegemónicos, movernos en la interpretación del presente y en la proyección hacia la utopía del futuro.
Hoy las cosas no son así, y podemos hablar legítimamente de una Europa multipolar. Las tensiones – tanto las que construyen como las que disgregan – se producen entre múltiples polos culturales, religiosos y políticos. Europa afronta hoy el reto de «globalizar» de modo original esta multipolaridad. Las culturas no se identifican necesariamente con los países: algunos de ellos tienen diferentes culturas y algunas culturas se manifiestan en diferentes países. Lo mismo ocurre con las expresiones políticas, religiosas y asociativas.
Globalizar de modo original la multipolaridad comporta el reto de una armonía constructiva, libre de hegemonías que, aunque pragmáticamente parecen facilitar el camino, terminan por destruir la originalidad cultural y religiosa de los pueblos.
Hablar de la multipolaridad europea es hablar de pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro. La tarea de globalizar la multipolaridad de Europa no se puede imaginar con la figura de la esfera – donde todo es igual y ordenado, pero que resulta reductiva puesto que cada punto es equidistante del centro –, sino más bien con la del poliedro, donde la unidad armónica del todo conserva la particularidad de cada una de las partes. Hoy Europa es multipolar en sus relaciones y tensiones; no se puede pensar ni construir Europa sin asumir a fondo esta realidad multipolar.
El otro reto que quisiera mencionar es la transversalidad. Comienzo con una experiencia personal: en los encuentros con políticos de diferentes países de Europa, he notado que los jóvenes afrontan la realidad política desde una perspectiva diferente a la de sus colegas más adultos. Tal vez dicen cosas aparentemente semejantes, pero el enfoque es diverso. Esto ocurre en los jóvenes políticos de diferentes partidos. Y es un dato que indica una realidad de la Europa actual de la que no se puede prescindir en el camino de la consolidación continental y de su proyección de futuro: tener en cuenta esta transversalidad que se percibe en todos los campos. No se puede recorrer este camino sin recurrir al diálogo, también intergeneracional. Si quisiéramos definir hoy el Continente, debemos hablar de una Europa dialogante, que sabe poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de pueblos armónicamente unidos.
Asumir este camino de la comunicación transversal no sólo comporta empatía intergeneracional, sino metodología histórica de crecimiento. En el mundo político actual de Europa, resulta estéril el diálogo meramente en el seno de los organismos (políticos, religiosos, culturales) de la propia pertenencia. La historia pide hoy la capacidad de salir de las estructuras que «contienen» la propia identidad, con el fin de hacerla más fuerte y más fructífera en la confrontación fraterna de la transversalidad. Una Europa que dialogue únicamente dentro de los grupos cerrados de pertenencia se queda a mitad de camino; se necesita el espíritu juvenil que acepte el reto de la transversalidad.
En esta perspectiva, acojo favorablemente la voluntad del Consejo de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo.
Dichos encuentros parecen particularmente importantes en el ambiente actual multicultural, multipolar, en busca de una propia fisionomía, para combinar con sabiduría la identidad europea que se ha formado a lo largo de los siglos con las solicitudes que llegan de otros pueblos que ahora se asoman al Continente.
En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es sobre todo enemigo de Dios, como para evitar una razón «reducida», que no honra al hombre.
Estoy convencido de que hay muchos temas, y actuales, en los que puede haber un enriquecimiento mutuo, en los que la Iglesia Católica – especialmente a través del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) – puede colaborar con el Consejo de Europa y ofrecer una contribución fundamental. En primer lugar, a la luz de lo que acabo de decir, en el ámbito de una reflexión ética sobre los derechos humanos, sobre los que esta Organización está frecuentemente llamada a reflexionar. Pienso particularmente en las cuestiones relacionadas con la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo el ser humano, sin limitarse a campos específicos, médicos, científicos o jurídicos.
También hay numerosos retos del mundo contemporáneo que precisan estudio y un compromiso común, comenzando por la acogida de los emigrantes, que necesitan antes que nada lo esencial para vivir, pero, sobre todo, que se les reconozca su dignidad como personas. Después tenemos todo el grave problema del trabajo, especialmente por los elevados niveles de desempleo juvenil que se produce en muchos países – una verdadera hipoteca para el futuro –, pero también por la cuestión de la dignidad del trabajo.
Espero ardientemente que se instaure una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres – algunos de los cuales la Iglesia Católica considera santos – que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana. Estas últimas, sobre todo, son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere.
En fin, entre los temas que requieren nuestra reflexión y nuestra colaboración está la defensa del medio ambiente, de nuestra querida Tierra, el gran recurso que Dios nos ha dado y que está a nuestra disposición, no para ser desfigurada, explotada y denigrada, sino para que, disfrutando de su inmensa belleza, podamos vivir con dignidad.
Señora Presidenta, señor Secretario General, Excelencias, Señoras y Señores,
El beato Pablo VI calificó a la Iglesia como «experta en humanidad». En el mundo, a imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, ella no busca más que servir y dar testimonio de la verdad. Nada más, sino sólo este espíritu, nos guía en el alentar el camino de la humanidad.
Con esta disposición, la Santa Sede tiene la intención de continuar su colaboración con el Consejo de Europa, que hoy desempeña un papel fundamental para forjar la mentalidad de las futuras generaciones de europeos. Se trata de realizar juntos una reflexión a todo campo, para que se instaure una especie de «nueva agorá», en la que toda instancia civil y religiosa pueda confrontarse libremente con las otras, si bien en la separación de ámbitos y en la diversidad de posiciones, animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común. En efecto, la cultura nace siempre del encuentro mutuo, orientado a estimular la riqueza intelectual y la creatividad de cuantos participan; y esto, además de ser una práctica del bien, es belleza. Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la ha hecho fecunda y grande.
Gracias.
El Papa habla con los periodistas en el vuelo de regreso a Roma: ''Nunca doy nada por perdido''
Ciudad del Vaticano, 26 noviembre 2014(VIS).- En el viaje de regreso de Estrasburgo, donde pronunció sendos discursos ante el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa, el Papa Francisco respondió a las preguntas de los periodistas que lo acompañaban en el avión. Reproducimos a continuación las preguntas de los informadores y las respuestas del Santo Padre.
P. ''Su Santidad ante el Parlamento Europeo ha pronunciado un discurso con palabras pastorales, pero que pueden sonar también como palabras políticas y pueden parecerse, en mi opinión, a un sentimiento socialdemocráta. Por ejemplo, cuando dice que hay que evitar que la fuerza real expresiva de los pueblos sea removida por el poder de las multinacionales. ¿Podríamos decir que Su Santidad es un Papa socialdemócrata?''.
Francisco .-''Sería reductivo. Me siento como en una colección de insectos: "Este es un insecto socialdemócrata ...". No, yo diría que no. No se si soy un Papa socialdemócrata o no ... No oso calificarme de uno u otro partido. Me atrevo a decir que lo que afirmo procede del Evangelio: Es el mensaje del Evangelio, asumido por la Doctrina Social de la Iglesia. Concretamente en esa frase y en otras coas - sociales o políticas - que he dicho, no me he separado de la Doctrina social de la Iglesia. La Doctrina social de la Iglesia viene del Evangelio y de la tradición cristiana. Lo que dije acerca de la identidad de los pueblos es un valor evangélico, ¿verdad? Y yo lo digo en este sentido. Pero la pregunta me hizo reír, gracias!''
P. No había casi nadie esta mañana en las calles de Estrasburgo. La gente se sentía decepcionada. ¿Se arrepiente de no haber ido a la catedral de Estrasburgo, que este año celebra el milenio? ¿Y cuando efectuará su primer viaje a Francia, y dónde? ¿Tal vez a Lisieux?
Francisco.- ''Todavía no hay nada previsto, pero habrá, ciertamente que ir a París, ¿no? Hay una propuesta para ir a Lourdes ... Yo he pedido visitar una ciudad a la que no haya ido nunca ningún Papa para saludar a sus ciudadanos. Pero todavía no se ha establecido ningún plan. Y por cuanto respecta a Estrasburgo, se había pensado, pero ir a la catedral habría significado ya una visita a Francia. Ese ha sido el problema''.
P. Me llamó la atención en el discurso ante el Consejo de Europa, el concepto de transversal, sobre todo referido a sus encuentros con jóvenes políticos de diferentes países. De hecho, también mencionó la necesidad de algún tipo de pacto entre generaciones, un acuerdo intergeneracional al margen de esta ''transversalidad''. Y si me permite, una curiosidad personal: ¿Es verdad que es un devoto de San José y que tiene una imagen suya en la habitación?''.
Francisco.- ''Sí, es verdad. Y siempre que he pedido algo a San José me lo ha concedido. El concepto de "transversal" es importante. Me he dado cuenta en los diálogos con los jóvenes políticos, en el Vaticano, sobre todo de diferentes partidos y naciones, de que hablan con una música diversa que tiende a lo transversal y es un valor. No tienen miedo de salir de su pertenencia, sin negarla, de salir para hablar. ¡Y son valientes! Creo que es lo que hay que imitar; y también el diálogo intergeneracional. Este ir a buscar a las personas de otras pertenencias para dialogar: Esto es lo que necesita hoy Europa.
P. ''En su segundo discurso, ante el Consejo de Europa, habló de los pecados de los hijos de la Iglesia. Me gustaría saber cómo recibió la noticia de lo ocurrido en Granada (supuestos abusos sexuales de menores por parte de sacerdotes de esa archidiócesis española n.d.r) que Su Santidad, de alguna manera ha sacado a la luz''.
Francisco.- ''Recibí una carta que me habían enviado; llamé al remitente y le dije: ''Mañana, tu vas a ver al obispo"; y escribí al obispo para que pusiera en marcha la encuesta, para que siguiera adelante. ¿Como recibí esta noticia? Con tanto dolor, con un dolor grandísimo. Pero la verdad es la verdad, y no hay que ocultarla''.
P.-En sus discursos y ahora en Estrasburgo, ha hablado a menudo tanto de la amenaza del terrorismo como de la amenaza de la esclavitud, actitudes que también son típicas del estado islámico, que amenaza gran parte del Mediterráneo, también a Roma y a su persona. ¿Cree que también se puede dialogar con estos extremistas o es tiempo perdido?
Francisco.- ''Yo nunca doy nada por perdido, nunca. Tal vez no se pueda dialogar, pero nunca hay que cerrar la puerta. Es difícil, se puede decir "casi imposible", pero la puerta está siempre abierta. Usted ha utilizado dos veces la palabra "amenaza". Es cierto, el terrorismo es una realidad amenazadora ... Pero la esclavitud es una realidad insertada en el tejido social de hoy en día, ¡pero desde hace tiempo! El trabajo esclavo, la trata de personas, el comercio de los niños ... ¡son dramas! No hay que cerrar los ojos ante todo esto. Hoy, la esclavitud es una realidad, la explotación de la gente ... Y luego está la amenaza de estos terroristas. Pero también hay otra amenaza y es el terrorismo de Estado. Cuando la situación se vuelve crítica, cada Estado, por su cuenta, siente que tiene el derecho de masacrar a los terroristas, y con los terroristas caen muchos que son inocentes. Esta anarquía de alto nivel es muy peligrosa. Hay que combatir el terrorismo pero repito lo que dije en el viaje anterior: Cuando hay que detener al agresor injusto, hay que hacerlo con el consenso internacional''.
P.-Con el corazón ¿ha viajado a Estrasburgo, como Sucesor de Pedro, como obispo de Roma, o como arzobispo de Buenos Aires?
Francisco.- ''Creo que como los tres. La memoria es la del arzobispo de Buenos Aires, pero ya no es así. Ahora soy Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, y creo que viajo con ese recuerdo, pero con esta realidad: viajo con estas cosas. Europa, en este momento, me preocupa y está bien que sea así para ayudarme a seguir adelante y esto como Obispo de Roma y como Sucesor de Pedro, allí soy romano''.
(RV).- Tras su breve pero intenso viaje apostólico a Estrasburgo del día anterior, el Papa Francisco celebró el último miércoles de noviembre su tradicional audiencia general en la Plaza de San Pedro, ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, deseosos de escuchar su catequesis y de recibir su bendición apostólica.
En su catequesis el Santo Padre se refirió a la Iglesia que peregrina hacia el Reino, explicando que, como afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos.
El Papa dijo que en este camino es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia celestial, que nos sostiene con su intercesión, y nosotros, que en la Eucaristía estamos invitados a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la espera de la felicidad eterna.
También afirmó que aunque ignoramos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, sabemos por la Revelación que Dios nos prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y la felicidad saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del hombre, lo que constituye el “Paraíso”, que no es un lugar sino un “estado”, en el que nuestras esperanzas serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte.
Al saludar a los peregrinos de lengua española el Obispo de Roma los invitó a pedir a la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que nos acompañe siempre y nos ayude a ser, como ella, signo gozoso de esperanza para nuestros hermanos.
Mientras hablando en italiano, el Papa Francisco recordó que pasado mañana viajará a Turquía, para realizar un nuevo viaje apostólico, razón por la cual invitó a todos a rezar para que esta visita de Pedro a su hermano Andrés produzca frutos de paz, diálogo sincero entre las religiones y concordia en la nación turca.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del Papa
La Iglesia: peregrina hacia el Reino
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un poco feo el día, pero ustedes son valientes. ¡Felicitaciones! Esperamos rezar juntos hoy.
Al presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II tenía bien presente un verdad fundamental, que no hay que olvidar jamás: la Iglesia no es una realidad estática, detenida, con fin en sí misma, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los cielos, del cual la Iglesia en la tierra es el germen y el inicio (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 5). Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta que nuestra imaginación se detiene, revelándose apenas capaz de intuir el esplendor del misterio que domina nuestros sentidos. Y surgen espontáneas en nosotros algunas preguntas: ¿cuándo llegará este pasaje final? ¿Cómo será la nueva dimensión en la cual la Iglesia entrará? ¿Qué será entonces la humanidad? ¿Y de lo creado que nos circunda?
Pero estas preguntas no son nuevas, las habían hecho los discípulos a Jesús en aquel tiempo ¿pero cuándo sucederá esto? ¿Cuándo será el triunfo del Espíritu sobre la creación, sobre lo creado, sobre todo? Son preguntas humanas, preguntas antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas.
La Constitución conciliar Gaudium et spes, de frente a estos interrogativos que resuenan desde siempre en el corazón del hombre, afirma: “Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (n. 39). He aquí la meta a la cual aspira la Iglesia: es como dice la Biblia la “Jerusalén nueva”, el “Paraíso”. Más que de un lugar, se trata de un “estado” del alma, en el cual nuestras expectativas más profundas serán cumplidas de manera superabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará la plena maduración. ¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en modo completo, sin más ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello pensar esto! Pensar en el cielo. Todos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos, allí, todos. Es bello. ¡Da fuerza al alma!2. En esta perspectiva, es bello percibir cómo hay una continuidad y una comunión de fondo entre la Iglesia que está en el cielo y aquella todavía en camino sobre la tierra. Aquellos que ya viven en la presencia de Dios, de hecho, nos pueden sostener e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer buenas acciones, oraciones y la Eucaristía misma para aliviar las tribulaciones de las almas que todavía están esperando la beatitud sin fin. Sí, porque en la perspectiva cristiana, la distinción no es más entre quien ya está muerto y que todavía no lo está, sino entre quien está en Cristo y quién no lo está. Éste es el elemento determinante, realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad.
3. Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo aquello que nos rodea, y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo lo afirma explícitamente, cuando dice que también “la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom 8,21). Otros textos utilizan la imagen del “cielo nuevo” y la “tierra nueva” (cf. 2 P 3,13; Ap 21,1), en el sentido de que todo el universo será renovado y liberado de una vez para siempre de todos los rastros del mal y de la misma muerte. Lo que se prospecta, como cumplimiento de una transformación que en realidad ya está en acto a partir de la muerte y resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación; no una aniquilación del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino que es llevar cada cosa a su plenitud de ser, de verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando.
Queridos amigos, cuando pensamos en estas maravillosas realidades que nos esperan, nos damos cuenta del maravilloso don que es pertenecer a la Iglesia, que lleva inscrita una vocación altísima. Pidamos entonces a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que vigile siempre sobre nuestro camino y nos ayude a ser, como ella, un signo gozoso de confianza y esperanza entre nuestros hermanos.
(Traducción del italiano: Cecilia Mutual, Griselda Mutual - RV)
Texto completo del resumen de la catequesis del Papa en nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la Iglesia que peregrina hacia el Reino. Bueno el Reino ya está dentro de nosotros. Vamos caminando hacia el encuentro con Dios, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que es la plenitud del Reino.
Como bien afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos, del cual la Iglesia es en la tierra su semilla y su inicio. En este camino, es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia del cielo, que nos sostiene con su intercesión, y nosotros, que en la Eucaristía estamos invitados a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la espera de la felicidad eterna.
Desde la perspectiva cristiana, la distinción ya no es entre quien está muerto o quien no lo está, sino entre quien está con Cristo y quien no está con Cristo; éste es el elemento fundamental y decisivo para nuestra felicidad.
Aunque no sabemos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, sabemos por la Revelación que Dios nos prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y la felicidad saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del hombre. Esto es el “Paraíso”, que no es un lugar sino un “estado”, donde nuestras esperanzas serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Conscientes del don maravilloso de pertenecer a la Iglesia, pidamos a la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que nos acompañe siempre y nos ayude a ser, como ella, signo gozoso de esperanza para nuestros hermanos. Muchas gracias.
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