miércoles, 3 de septiembre de 2014

Para ser Apóstoles



Llenarse de Dios. 
Nadie puede dar lo que no tiene, por eso el apóstol, para dar a Dios a las gentes, primero debe llenarse de Dios, es decir, llenarse de gracia, viviendo los mandamientos. Porque ¿qué clase de maestro sería quien enseñara una doctrina pero él mismo no la viviera? Tendría muy poca influencia sobre sus alumnos. Así también el apóstol que no vive en gracia de Dios, no puede hacer mella en las almas.
Por eso el Papa Francisco ha dicho últimamente que para no ser un cristiano “aguado”, o un apóstol aguado, es necesario leer más el Evangelio, participar con atención y piedad en la Misa dominical, y hacer ejercicios espirituales, es decir, tener un tiempo de retiro para forjarse en la vida interior, ya que la boca del apóstol hablará de lo que éste tiene en su corazón, y es por ello que debe impregnarse de Dios, de la doctrina católica, venciéndose a sí mismo con  ayuda de la oración y la penitencia.
No pensemos que ser apóstol es fácil. Ser un verdadero apóstol de Jesucristo no es nada fácil, porque se trata de vivir imitando a Cristo para que otros nos vean vivir así, y quieran imitar al Señor.
En el Cielo. 
Debemos trabajar en el apostolado sin esperar ver el éxito en este mundo, porque quizás Dios, para no ensoberbecernos si damos muchos frutos, o también para que no nos desanimemos si damos poco fruto, no quiere mostrarnos en plenitud los éxitos en el apostolado, porque si los viéramos tal vez bajaríamos los brazos por los pocos frutos, o también la soberbia nos podría llevar a pecar si es que damos muchos frutos. Por eso el Señor sabiamente se reserva el mostrarnos en plenitud la cosecha de nuestro trabajo apostólico, en la otra vida, donde ya no habrá peligro de orgullo ni desaliento.
Pero hay veces que Dios, como es tan bueno, quiere darnos a gustar algún tanto lo que gozaremos en el Paraíso, y nos muestra el bien que hemos realizado, o mejor dicho, nos muestra todo el bien que Dios ha realizado a través de nosotros como sus instrumentos.
¡Qué alegría, entonces, porque eso nos da fuerzas para seguir en el camino del bien!
Dios es buen pagador, como bien decía Santa Teresa. Sólo que al no ver el dinero en mano, nos parece que Dios no nos paga. Pero algo nos paga ya en este mundo, incluso con bienestar material, y el  resto, el gran tesoro, vendrá en la otra vida, donde disfrutaremos de los bienes que hemos logrado en este mundo por el apostolado con la ayuda de Dios.
Dulzura. 
Ya decía San Francisco de Sales, que se atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre, dando a entender con ello que las almas se sienten más tocadas por alguien que va a ellas con dulzura, que no por quien va a ellas amenazadoramente o con dureza.
Tenemos que aprender a cultivar la dulzura, y para ello tenemos que empezar por casa, por nuestra familia y parientes, que es a veces con quienes más nos cuesta.
Cuando tratemos con delicadeza a nuestros familiares, entonces estaremos preparados para salir a evangelizar.
Pero nosotros muchas veces queremos arreglar todo a los gritos, y si bien algunas almas aceptan esto, la mayoría huyen y se desaniman en el camino del bien.
Por eso la dulzura es tan necesaria en todo apóstol, y en quien tenga que hacer las veces de padre, material o espiritual, pues es mejor tener como defecto la mucha dulzura, antes que el ser intransigentes.
Si pecamos por ser dulces, Dios no será tan severo con nosotros en el Juicio. Pero si pecamos por ser duros de corazón y de carácter áspero, seremos tratados por Dios como nosotros hemos tratado a los demás.
Así que una gran virtud del apóstol debe ser la dulzura, usando dureza sólo para sí mismo, pero para los demás debe tener sólo bondad y comprensión.

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