Un conflicto inexistente, según las Escrituras. Otros conflictos del mismo rango.
Conflictos a primera vista
Muchos de los hermanos cristianos no-católicos creen que hay serios “conflictos” entre las doctrinas bíblicas y la doctrina católica. Para una gran mayoría esto es algo evidente y que no admite ni siquiera discusión: la enseñanza católica es claramente anti-bíblica y basada en tradiciones humanas. Por eso, que un cristiano católico trate de explicar que en realidad no hay contradicción es para muchos de estos hermanos nuestros “querer tapar el sol con un dedo”.
El presente artículo pretende, con la ayuda de Dios, mostrar que tales “conflictos” son aparentes, no reales. En las Escrituras muchas veces nos encontramos, católicos y no-católicos, con pasaje difíciles, los cuales tratamos de entender a la luz de toda la Escritura, del contexto, etc. No pudiendo hablar de todos los puntos doctrinales tomaremos uno, muy importante, que nos servirá para aclarar tantos otros, y que es un pasaje frecuentemente señalado a los católicos como anti-bíblico. Me refiero al pasaje de 1 Tim 2:5 (porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre): ¿acaso este pasaje no excluye clarisimamente la doctrina católica de la mediación de María y los Santos a favor de los creyentes? Con un poco de paciencia veremos que la respuesta, según las Escrituras, es “no”.
En este artículo entiendo por “fundamentalista” un creyente en Cristo que dice basar su fe SOLAMENTE en la Biblia (aunque a este respecto ya lo dice bien el refrán popular: “del dicho al hecho hay un largo trecho”), queriendo con eso significar que tal hermano no prestará oídos a la Iglesia, ni a la predicación oral de los primeros discípulos de Jesús (que luego en parte quedará escrita), ni a nada en el mundo: SÓLO lo que está ESCRITO, nada más, ya que esa es la Palabra de Dios, y no existe ninguna otra.[1]
El tema que afrontamos es interesantísimo y muy útil, no sólo para el versículo concreto de 1 Tim 2:5, sino para entender mejor el mensaje evangélico en su perspectiva real, evitando así la superficialidad de miras, los criterios carnales, las discusiones vanas. Sin esta visión “en profundidad”, nos pasaremos la vida citando versículos unos contra otros, cada uno interpretando a su modo cada palabra de Jesús o de Pablo o de Juan, etc: una cuestión de nunca acabar. La idea que me mueve a escribir estas líneas es solo una: incentivar la reflexión. Quien es capaz de pensar sin prejuicios se dispone a la verdad, aunque en la práctica -y sin él saberlo- sea uno de sus peores enemigos[2].
Dado que la ignorancia de la auténtica enseñanza de la Iglesia es tal vez el motivo principal por el cual muchos optan por el fundamentalismo cristiano, me propongo también ilustrar, tanto al católico como al no-católico, cuál es verdaderamente la enseñanza que profesamos sobre la única mediación de Cristo, las mediaciones de los Santos y algunas otras doctrinas afines, siempre de modo simple y breve[3].
Dos mil años no son en vano
Más de uno piensa que el evangelio se corrompió sustancialmente en la época inmediatamente post-apostólica, pasando por la larga noche de la salvación-por-obras católica, hasta que vino tal grupo de gente y renovó el evangelismo puro, sin tradiciones humanas [4].
Las cosas, sin embargo no son tan sencillas. No es el momento aquí de hacer una historia de la Iglesia o de la teología, pero me sea lícito recordar que todas la dificultades que existen en las Escrituras y todas las posibles interpretaciones han sido ya tratadas durante siglos, por miles de creyentes, con las más dispares interpretaciones, claro está. Pero es importante saber que no somos hongos que aparecen después de la lluvia, sino que formamos parte de un cuerpo, tenemos antepasados en la fe, gente a la cual también iluminó el Espíritu Santo. Sobre cada palabra del Evangelio hay miles de homilías, controversias, reflexiones... Y hay miles y miles de vidas vividas en la fe y en respuesta a las palabras de las Escrituras, hasta derramar la propia sangre. ¡No nos creamos los únicos, ni los primeros, ni los mejores!
De entre miles de cosas que podemos aprender de cristianos que vivieron antes de nosotros, y que dedicaron sus vidas al conocimiento e interpretación de las Escrituras, nos sirven en este artículo dos conceptos básicos, a saber, la noción de “analogía” y la de “participación”: estas dos palabras nos llevarán de la mano para entender tantísimas aparentes “contradicciones” en las Escrituras, en concreto nuestro tema del “único mediador”.[5]
Según el diccionario de la Real Academia Española (1992), analogía es la “relación de semejanza entre cosas distintas”. Para el sustantivo participación, el diccionario manda al verbo “participar”, y participar se define como “tomar parte en una cosa; recibir una parte de algo; compartir, tener las mismas opiniones e ideas, etc., que otra persona. Se usa mucho con la preposición de”.
Estos conceptos, en su sencillez, son de fundamental importancia para nuestro tema. La realidad de estas nociones se irá viendo con más claridad en la aplicación que hagamos a diversos pasajes “conflictivos”.
Procederemos así: enunciaremos un pasaje o varios pasajes bíblicos donde se ven “contradicciones”, y luego veremos cómo, aplicando las nociones arriba indicadas, la aparente contradicción desaparece. ¿Un truco para hacer coincidir la Biblia con la enseñanza católica? Lo dirá el lector por sí mismo.
Jesús, único fundamento
La Escritura enseña que
a. Cristo es el único fundamento y nadie puede poner ningún otro (1 Cor 3:11). Pero también enseña que
b. Los apóstoles son fundamento (Ef 2:20). En ambos textos se usa la misma palabra (gr. zemelion) y refiriéndose al fundamento de los cristianos en ambos casos.
Como esto parece contradecirse, uno de mis amigos evangélicos decía que en Ef 2:20 había que leer así: “el fundamento que han puesto los apóstoles”... etc, es decir, “fundamento” sería aquí “Jesús”, no los apóstoles, y de ese modo no habría oposición. Esta solución, desde el punto de vista gramatical, no es viable (falta un “también” que de pie a la propuesta del comentador mencionado: el texto dice “siendo Cristo la piedra angular”, y no “siendo Cristo también la piedra angular”), y sobretodo rompe con la imagen que está usando Pablo. En efecto, en el texto en cuestión Cristo viene presentado como “piedra angular” (gr. akrogoniaios). Piedra angular es la piedra que termina una construcción, que se pone al final de la misma para trabar y asegurar el resto del edificio, no se trata de una piedra que se coloca en el fundamento de la construcción. Leyendo Ef 2:20 con la interpretación querida por el citado cristiano evangélico, nos quedaría una imagen totalmente deforme: el texto quedaría así: “habéis sido edificados sobre el fundamento puesto por los apóstoles y por los profetas, es decir, sobre Cristo, siendo Cristo también la piedra angular”. Pero la idea de Pablo es hablar de que cada uno es parte de un edificio, en el cual Cristo ocupa el lugar central ¡y no todos los lugares! Por el contrario, la imagen tiene sentido si se atribuye a los apóstoles y profetas el ser “fundamento” y a Cristo el ser “piedra angular”, como, por otra parte, lo traen todas las traducciones[6]. Esta idea de los apóstoles como fundamento se confirma también en Apocalipsis 21:14.
¿De dónde viene esta interpretación digamos “forzada” que mi amigo evangélico quiere imponer? Del deseo de solucionar un “conflicto”, pero sin usar los medios adecuados para hacerlo. Me explico: para él, los dos pasajes “se oponen”: ¿cómo puede ser Cristo el único fundamento y a la vez serlo también los apóstoles? Y explica el problema cambiando el texto por medio de una traducción que desvirtúa e inutiliza la imagen. Eso no es buena exégesis. Él justifica esta traducción porque dice que la Palabra de Dios no puede oponerse a sí misma, y si la Palabra de Dios enseña que Jesús es el único fundamento, no puede ser que la Palabra de Dios diga ahora que los apóstoles son fundamento...
¿Cuál es la solución? ¿Realmente se opondría Efesios 2:20 a 1 Cor 3:11 si tomamos a los apóstoles como fundamento? La respuesta, según la doctrina católica, es no. Cristo es el fundamento, los apóstoles y profetas PARTICIPAN de ese oficio de Jesús de ser fundamento. No son fundamentos “paralelos” a Jesús, sino que “en Jesús” son también ellos fundamento. La expresión griega “en Xristó”, “en Cristo”, aparece en los escritos de Pablo unas ochenta veces. ¿Qué significa “en Cristo”? ¿Se tratará de una banalidad, un giro de Pablo sin sentido?
Para finalizar este punto, recordemos que el Nuevo Testamento llama “fundamento” (en sentido espiritual como en los dos textos estudiados) también al “arrepentimiento de obras muertas” (Heb 6:1), a “las buenas obras” (1 Tim 6:18-19) y a la “predicación evangélica” (Rom 5:20). Notable en particular 1 Tim 3:15, donde se llama a la Iglesia “columna y cimiento de la verdad”.[7]
Jesús, único pastor
La Escritura enseña que
a. Jesús es el gran pastor de nuestras almas (Heb 13:17.20; 1Pe 2:25; Jn 10:11.14.16). En 1 Pe 5:4 se lo llama “pastor principal”, o “pastor de pastores” (gr. arjipoimenos). No creo que sea descabellado afirmar que los cristianos tienen UN solo pastor, que es Jesús. Pero la Escritura enseña también que
b. Hay otros hombres que también son pastores (Ef 4:11)
Entonces, ¿quién es el pastor? ¿Jesús o algún otro? Cuando Pablo habla de los “pastores” en Ef 4:11 (gr. poimenas), ¿está dañando a Jesús como único pastor? Cuando en Hechos 20:28 Pablo exhorta a los presbíteros de la Iglesia a pastorear el rebaño, ¿se olvidó acaso de que Jesús es el Pastor? ¿O se olvidó el mismo Jesús cuando le dijo a Pedro “apacienta mis ovejas” (Jn 21:15-17)?
No, no se habían olvidado ni Jesús, ni Pedro, ni Pablo, ni Juan, sino que sabían perfectamente que el oficio de ser “pastor de nuestras almas” Jesús lo quería compartir, “participar” a los demás. Como quiso que “participemos” en sus sufrimientos (1 Pe 4:13). Jesús es “EL pastor”, los demás son “pastores por participación”. Notemos que sin este concepto de participación, en todos estos pasajes habría una “contradicción” insuperable, como en los pasajes que veremos.
Jesús, único maestro
La Escritura enseña que
a. Jesús es el único maestro, y a nadie más hay que darle ese título (Mat 23:8.10; Jn 13:13). Pero también enseña que
b. Pablo se llamaba a sí mismo, con toda verdad, “maestro” (1 Tim 2:7; 2 Tim 1:11) y en la Iglesia hubo siempre muchos “maestros” designados por el mismo Espíritu Santo (Ef 4:11).
Pero entonces, ¿cómo puede Jesús decir que no hay que llamar a nadie maestro, y luego Pablo se llama con toda libertad “maestro”, como si Jesús no hubiese dicho nada? ¿Y los primeros cristianos que llamaban a algunos hombres “maestros”? ¿Qué había pasado con la prohibición de Jesús? ¿Será que la “corrupción del mensaje evangélico con los dogmas humanos de la Iglesia Católica” ya había hecho irrupción en las comunidades cristianas...?
Jesús, único obispo
La Escritura enseña que
a. Jesús es EL obispo (gr. episcopos) de nuestras almas (1 Pe 2:25). Pero también enseña que
b. Dios estableció a algunos como obispos de los creyentes (Hechos 20:28; Fil 1,1).
Con lo que hemos hablado hasta aquí, creo que no es necesario abundar en palabras. Los “obispos” lo son por analogía, es decir, participando del “obispado” de Jesús, que es el obispo de modo absoluto y de donde proviene todo obispado. Que alguien sea “obispo” no quiere decir que le está robando el puesto a Jesús: si es obispo, lo es EN el único obispo de nuestras almas, que es Jesús. No hay conflicto, hay participación de un oficio.
Dios, único Padre
La Escritura enseña que
a. No se puede llamar a nadie en el mundo “padre”, sino sólo a Dios (Mat 23:9). Pero también enseña que
b. Pablo se presenta como padre (1 Cor 4:15), y llama a Abraham “padre de todos nosotros” (según el contexto se refiere a judíos y griegos, es decir, paternidad espiritual, exactamente lo que había “prohibido” Jesús en Mat 23).
Entendemos las palabras de Jesús como referidas a los “padres” espirituales, ya que si tomamos el sentido literal tendríamos que no podemos llamar “papá” a nuestros papás, etc. Dejamos eso de lado.
Pero aún en el plano espiritual, una vez más nos encontramos con un falso “conflicto”, tantas veces mencionado contra los católicos. El consabido estribillo suena más o menos así: “Mat 23:9 prohíbe llamar “padre” a cualquier persona en el mundo, y los católicos llaman a sus sacerdotes “padres”. Más claro imposible: he ahí, una vez más, la doctrina anti-bíblica de los católicos”.
Sin embargo, los apóstoles no pensaban así. Muchos cristianos fundamentalistas ven el árbol pero ignoran el bosque. [8] Porque para los apóstoles no había oposición excluyente entre Dios-Padre y el apóstol-padre. Tampoco hay ninguna oposición para la Iglesia. La Iglesia Católica es libre, y esto no todos lo entienden. Pero seguirá gozando de esa libertad que viene del Espíritu. Ya le pasaba a Pablo:
Sin embargo, ni siquiera Tito quien estaba conmigo, siendo griego, fue obligado a circuncidarse, a pesar de los falsos hermanos quienes se infiltraron secretamente para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, a fin de reducirnos a esclavitud. Ni por un momento cedimos en sumisión a ellos, para que la verdad del evangelio permaneciese a vuestro favor (Gal 2:3-5)
¡Ni por un momento! dice Pablo. Pablo tenía un mente grande, universal, abierta, no era ningún mojigato ni quería figurar como el perfecto cumplidor de nuevas leyes. Para él Cristo era todo, su vida, su predicación, sus pensamientos, sus sentimientos... ¿No se iría a llamar también él “padre” de los que había “dado a luz con dolores de parto”? (Gal 4:19). Cristo, que lo había llamado a completar lo que faltaba a su pasión en beneficio de su Iglesia (Col 1:24) ¿recriminaría a Pablo cuando se presentaba abiertamente como “padre” de quienes lo oían? ¿Se ofendería Dios-Padre ante este magnífico ejemplo de paternidad espiritual, imagen -aunque opaca sin duda- de la paternidad de Dios? ¿No participaba Pablo de la paternidad divina “engendrando” (gr. gennao, que significa “volverse padre por haber engendrado”) nuevo hijos para el evangelio? (1 Cor 4:15)
Resumiendo, Pablo se presenta como “padre” de sus oyentes. Particularmente se puede recordar aquí 1 Cor 4:15:
Pues aunque tengáis mil pedagogos en Cristo, sin embargo no tenéis muchos padres, porque en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio.
En Rom 4:16, Pablo llama a Abraham “padre de todos nosotros”, refiriéndose a los judíos que han creído y a los gentiles que han creído (ver el contexto). De modo que se trata de una paternidad espiritual, como la que se dice en la Santa Misa: “nuestro padre Abraham”. Pues bien, se trataba precisamente de esta paternidad en Mat 23:9, cuando Jesús dijo “no llaméis a nadie en el mundo padre”. ¿No entendió Pablo el mensaje de Jesús?
Una explicación en las mismas Escrituras encontramos en otro texto del apóstol: en Ef 3:14-15, Pablo proclama: “doblo mis rodillas delante del Padre, de quién toma nombre toda paternidad (gr. patria) en los cielos y en la tierra”. El sustantivo griego “patria”, traducido a veces como “familia”, viene de la raíz “patros”, es decir, “padre”. ¿No es esto lo que en realidad quería decir Jesús en Mateo, y no que evitásemos de “nombrar” a nadie con la palabra “padre”? Si Pablo habla de una “paternidad” que proviene de Dios, ¿estará mal reconocer esa paternidad en las personas llamándolas “padre”, como hacen los católicos? ¿O acaso debemos reconocer que “toda paternidad viene de Dios”, pero luego... ¡no podemos nombrarla!? Esto sería muy cercano al fariseísmo. ¿No será tal vez que lo que Jesús estaba enseñando era a descubrir que, si existe la paternidad en el mundo, ella proviene exclusivamente de Dios?
Dios es Padre, y “en Dios” Pablo es padre. Y si lo es, no hay razón para abstenerse, llevado de neo-legalismo veterotestamentario, de llamarlo “padre”. Se lo llama “padre” por analogía con Dios-Padre, por participación en su generar hijos. En 1 Tes 2:11 Pablo dice que se comportó con los Tesalonicenses “como un padre con sus hijos”: ¿le está robando solapadamente la gloria a Dios, único Padre? [9]
El gran conocedor de las Escrituras y de la historia de la Iglesia Tomas Spidlik explica nuestra participación en la paternidad divina de esta manera[10]:
“El carácter paterno de Dios es tan perfecto que encierra un valor absoluto, como todas sus cualidades divinas. Por esto Jesús nos advierte: “No llaméis a nadie en el mundo “padre”, porque sólo uno es vuestro padre, el que está en el cielo” (Mat 23:9). Por otro lado, sin embargo, los valores absolutos de Dios nos han sido comunicados con el don del Espíritu, motivo por el cual hemos sido invitados a “ser perfectos como es perfecto nuestro Padre celestial” (Mat 5:48). La paternidad divina se refleja, de alguna manera, en la imagen, y particularmente en los santos, destinados a tener discípulos-hijos, y en general en la “maternidad” de la Iglesia. […] La vida del Espíritu inicia con el bautismo; por lo tanto el sacerdote que bautiza es “padre”, como así el que reconcilia con Dios y nutre la vida con la eucaristía; padres son también los obispos a los cuales se encomienda la vida de la Iglesia, que custodian la recta doctrina en los concilios ecuménicos y que ordenan sacerdotes.”
Por estar razones los católicos llamamos a nuestros sacerdotes, que nos engendraron para Dios en el bautismo y nos expusieron la fe (Heb 13:7) y nos alimentan con el “pan de vida” en la eucaristía, “padres”. Estoy de acuerdo que para eso se requiere mucha libertad.
Dios, único Juez
La Escritura enseña que
a. Dios es el único Juez (Sal 50:6; 75:7; Heb 12:23). Pero también enseña que
b. Los cristianos serán jueces (Mat 19:18; Luc 22:30; 1 Cor 6:2-3).
Es decir, Dios es el único que puede juzgar, y eso aparece claro en toda la Escritura, pero por decisión suya ha querido participar de ese poder a los creyentes. ¿Quién juzgará al mundo, Dios o los creyentes? Es una falsa dicotomía: Dios juzgará y también juzgarán los creyentes.
Dios, único Santo
La Escritura enseña que
a. Dios es el único Santo (Rev 15:4, gr: hosios). Pero también enseña que
b. El obispo debe ser santo (Tito 1:8, gr: hosios).
Obviamente la santidad que se espera en el obispo no es una santidad paralela a la de Dios, sino que se trata de una participación en la única santidad de Dios, y nadie piensa que se esté atribuyendo a un hombre una cualidad que es exclusiva de Dios. Pero la cuestión es que Apocalipsis 15:4 dice que sólo Dios es santo. De modo que aquí tenemos otro ejemplo de cómo algo es atribuido a Dios exclusivamente, y luego se atribuye o espera de un ser humano también.
Dios, único Dios
La Escritura enseña que
a. Hay un solo Dios (desde la primer página a la última). Pero también enseña que
b. “Sois todos dioses” (Jn 10:34, donde Jesús cita el salmo 82:6 -texto masorético: “elohim atem”; LXX: “zeoi este”; también usado analógicamente en Éxodo 7:1)
Jesús usa este pasaje del salmo en su sentido más primigenio, haciéndoles ver a los que lo acusaban de “hacerse Dios” que las Escrituras enseñaban (y no podían errar) que nosotros “somos dioses”.
Lo que hay que recalcar aquí es la libertad de Jesús (y antes que él del salmista) para atribuir a los hombres la naturaleza divina, al menos en un cierto sentido. ¿Cómo puede ser? Una vez más ... ¡por participación! Pero ¿se trata sólo de una cita aislada y sin importancia, que debemos tomar en un modo exclusivamente figurativo? De ningún modo. Es más bien una primer piedra del edificio teológico que vendría después. ¿Después cuándo? No ciertamente con los Concilios y dogmas de la Iglesia, sino con la predicación de los apóstoles. 2 Pe 1:4: “nos han sido dadas preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas seáis hechos partícipes de la naturaleza divina”.
¡Participación! ¡De la naturaleza divina! Se ve aquí que lo de “participación” es, en verdad, un concepto bíblico, y muy importante. ¿Qué más nos queda por participar de Dios? Si fuimos hechos partícipes de la naturaleza divina (como un ser humano engendra otro ser humano, de su misma naturaleza) ¿nos sorprenderemos de que Dios, en Jesús, nos haya hechos partícipes de todo lo demás?
Otros aspectos bíblicos de participación
No queremos alargar innecesariamente el artículo, que por otra parte ya ha tratado la sustancia del problema. Mencionamos aquí algunos otros aspectos (hay más) en los cuales se ve el deseo de Jesús de compartir con nosotros todo, su persona, su oficio, su vida, sus ideales, y que al hacerlo, no sólo no se rebaja o se empobrece Él, sino que muestra su poder, su fuerza, su sabiduría, sus planes de misericordia.
· Jesús es la luz del mundo (Jn 8:12), pero también lo son sus discípulos (Mat 5:14).
· Dios es el único bueno (Luc 18:19), pero también las personas son buenas (1 Pe 2:18; 4:10, etc.).
· Dios es el único sabio (Rom 16:27), pero también los hombre (Rom 16:19; Mat 23:24, etc.).
· Jesús es, claramente, nuestro único sacerdote (toda la carta a los Hebreos), pero también lo somos nosotros (Rev 1:6; 5:10; 20:6).
· Para los cristianos existe un único sacrificio, el de Jesús (Heb 10:12), pero también nosotros debemos ofrecer “sacrificios” (Fil 2:17; Rom 12:1; Heb 13:15).
· La pasión de Cristo es suficiente para nuestra salvación (todo el Nuevo Testamento), pero Pablo dice: “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1:24)[11].
· Sólo Dios perdona los pecados (toda la Escritura), pero también los apóstoles (Jn 20:23).
· Dios es el único justo, y no hay ningún justo entre los hombre, ni uno sólo (Rom 3:10). Pero 1 Timoteo 1:9 y 2 Pedro 2:7-8 hablan de los justos, en general y en particular (Lot). Sólo si aplicamos el concepto de “analogía” podremos explicar esta aparente contradicción: Dios es el único Justo, pero análogamente y por participación lo son también los que creen en El, etc.
Claro está que muchos lectores no-católicos se apurarán a explicar cada uno de estos aparentes conflictos. ¡Muy bien! También nosotros decimos que no hay un conflicto real en estas “contradicciones”. La cuestión es: ¿harán el mismo esfuerzo por explicar el supuesto conflicto “único mediador” – “mediación de los creyentes”? ¿Estarán dispuestos a ver que en realidad no hay oposición, así como están dispuestos a no ver oposición en otros pasajes bíblicos que, a primera vista, resultan “evidentemente” contradictorios? [12]
A todas estas manifestaciones y oficios de Jesús, que él ha querido compartir con nosotros, podríamos aplicar la expresión de Yves Simoens, comentando el carácter esponsalicio de Jesús: “Cristo es, sí, el único esposo, pero no en un espléndido aislamiento” [13] (resaltado mío). En efecto, Cristo es la única luz del mundo, el único sacerdote, el único mediador... “pero no en un espléndido aislamiento”. Lo podría haber sido, por supuesto, pero sus planes fueron otros: quiso hacernos partícipes de su vida y de su misión.
Pasemos ahora a ver en concreto el tema que motivó el presente trabajo, a saber, 1 Tim 2:5, habiendo ya señalado las claves para una justa interpretación. Es decir, ¿no podremos ser nosotros, “en Cristo”, mediadores entre Dios y los hombres, así como somos también en Cristo “dioses”, “padres”, “justos”, “maestros”, “luz del mundo”, “obispos”, “fundamento”, etc. etc. etc.? Es más, no solo debemos preguntarnos si “podemos” llamarnos y ser “mediadores”, sino más bien si acaso no “debemos” serlo... Todo depende del plan de Dios, de su voluntad, y no de lo que nos parece a nosotros.
Cristo, único mediador entre Dios y los hombres
Antes que nada, ¿qué es ser “mediador”? Una vez más, acudimos al diccionario de la Real Academia Española; “mediar” es, según esa fuente, “interceder o rogar por uno. Interponerse entre dos o más que riñen o contienden, procurando reconciliarlos y unirlos en amistad. Existir o estar una cosa en medio de otras”. El término mismo no produce gran dificultad, y se entiende en general de buenas a primera: “mediador” es quién está entre dos o más personas, ofreciendo su persona para hacer como de puente entre ellas, sobretodo si estas están en conflicto.
La palabra que se usa en 1 Tim 2,5 es “mesités”, que fuera de nuestro texto aparece, en el Nuevo Testamento griego, en Gal 3:19.20; Heb 8:6; 9:15; 12:24. En los pasajes de Hebreos el término aparece siempre junto a “alianza”: Jesús es el “mediador de la nueva alianza”, en contraposición a Moisés y los ángeles, mediadores de la antigua alianza.
Es interesante la presencia de “hombre” en la formulación de Pablo: el único mediador entre Dios y los hombres es “el hombre Cristo Jesús”: es precisamente como hombre que Jesús es capaz de interceder por nosotros. Esta observación de Pablo ha sido entendida por algunos como queriendo excluir a la Iglesia del oficio de mediador; en otras palabras: “Cristo es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1:18), pero su oficio de mediador le pertenece solo a él como hombre, no como cabeza del cuerpo. ¿Qué decir de esta lectura?
En mi opinión nos encontramos con una exégesis del texto que deja bastantes dudas. Debemos preguntarnos ¿era esa la idea de Pablo? Cuando escribió en su carta que el único mediador es “el hombre Cristo Jesús” ¿pretendía con ello excluir a la Iglesia de ese oficio? Consultando varios comentadores, tanto protestantes como católicos, todos coinciden en lo mismo: lo que Pablo quiere subrayar con el uso del término “hombre” es que Jesús es verdadero hombre, contra lo que sostenían los herejes docetas[14], a saber, que Jesús tenía una apariencia humana pero no era verdaderamente hombre. Pablo está subrayando que es Jesús, verdadero hombre y no solo aparentemente, el mediador entre Dios y los hombres. No hay ningún motivo, ni en el texto ni en el contexto, para interpretarlo en contraposición de la Iglesia, salvo el motivo “fundamentalista”, a saber, querer excluir la doctrina de la participación de la Iglesia en el oficio mediador de Jesús. Veamos algunos comentadores.
B. Witherington III explica así la presencia del término “hombre” en 1 Tim 2:5[15]:
¿Qué cosa quiere decir Pablo cuando afirma que la gracia viene a nosotros -así como la resurrección y la reconciliación- por medio de un hombre? El pecado era un problema humano que podía resolverse a favor de la humanidad sólo mediante un ser humano. Algunos pueden pensar que la eficacia de la salvación de la humanidad se debiese a Jesús como ser divino, en cambio Pablo aquí quiere acentuar lo contrario: si Jesús no fuese hombre verdadero, la humanidad no habría recibido la gracia, la resurrección, o – como lo hacen notar Colosense y Efesios- la reconciliación. De hecho el evento extraordinario es precisamente que el hombre Jesús murió y resucitó: Dios, prescindiendo del misterio de la encarnación, no está sujeto a la muerte. (...) Resumiendo, para que la salvación llegase a los hombres y los rescatase, debía ser mediada por uno que compartiese la humanidad.
El Vocabulario de Teología Bíblica de Xavier Leon-Dufour[16], entre otras muchas consideraciones, hace el siguiente comentario, bajo el término “mediador”:
El que Cristo sea el único mediador no significa que haya terminado el papel de los hombres en la historia de la salvación. La mediación de Jesús reviste acá abajo signos sensibles: son los hombres, a los que Jesús confía una función para con su Iglesia; incluso en la vida eterna asocia Jesucristo, en cierta manera, a su mediación los miembros de su cuerpo que han entrado en la gloria. (...) Los que desempeñan (las funciones de los apóstoles durante la historia de la Iglesia, n.d.r.) no son, propiamente hablando, intermediarios humanos con una misión idéntica a la que tuvieron los mediadores del AT; no añaden una nueva mediación a la del único mediador: no son sino los medios concretos utilizados por éste para llegar a los hombres. (...) Evidentemente, esta función cesa una vez que los miembros del Cuerpo de Cristo se han reunido con su cabeza en su gloria. Pero entonces, respecto a los miembros de la Iglesia que luchan todavía en la tierra, los cristianos vencedores ejercen todavía una función de otra índole. Asociados a la realeza de Cristo (Rev 2,26s; 3,21; cf. 12,5; 19,15), que es un aspecto de su función mediadora, presentan a Dios las oraciones de los santos de acá abajo (5,8; 11,18), que son uno de los factores del fin de la historia.
Comentando el rol de los “sacerdotes” en el libro del Apocalipsis, los comentadores tampoco dudan de llamar a los cristianos “mediadores”, ya que el oficio sacerdotal, explícitamente atribuido a los creyentes en Jesús (ver Apocalipsis 1:6, 5:10 y 20:6), no es otra cosa que un oficio de mediación entre Dios y los hombres. Citamos alguno ejemplos (resaltado siempre mío):
Los cristianos comparten la autoridad del rey de reyes, constituyéndose en mediadores sacerdotales en el mundo de la humanidad.[17]
El griego “hieréis” –sacerdotes- aparece en oposición a “basiléian” –reino- y subraya el rol mediador de los creyentes en su consagración al servicio de Dios.[18]
... los miembros del nuevo Israel, en virtud de su incorporación por el bautismo a Cristo, Sacerdote y Rey (cf. Ex 19,6; Is 61,6; 1 Pe 2,9) se convierten también ellos en mediadores de la Nueva Alianza.[19]
Como se ve, no es que estamos inventando una interpretación para justificar tradiciones humanas: mucha gente, conocedora del texto bíblico y de vida cristiana, afirma que las Escrituras enseñan que los cristianos son mediadores, por participar del oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo.
El oficio propio del mediador
Si podemos atribuir a un mediador un oficio que le sea propio, que lo defina como mediador, pienso todos estarán de acuerdo en que éste sea la intercesión a favor de alguien. Recordemos que el diccionario nos daba, para el verbo “mediar”, la definición “interceder o rogar por uno”.
En las Escrituras, Cristo aparece como nuestro gran intercesor (griego para “interceder”: entunjano), como así también el Espíritu Santo. Con respecto a Jesús, Rom 8:34 es un texto particularmente fuerte:
¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede (entunjanei) por nosotros.
No menos fuerte y hermoso Heb 7:25:
Por lo cual Él (Jesús) también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder (entunjanein) por ellos.
De modo que es claro que Jesús “intercede” por nosotros, oficio que es propio del mediador, y lo hace en este mismo momento, mientras escribo estas palabras o mientras el amable lector las lee. Ahora bien, según las Escrituras ¿es sólo Jesús que intercede por nosotros?
Dejando de lado el oficio del Espíritu Santo, presentado, como vimos, como intercesor, encontramos en la Palabra de Dios que también los hombres son intercesores ante Dios a favor de sus hermanos[20]. Veamos algunos pasajes, sabiendo que hay muchos otros con un contenido similar.
Pablo no duda en expresar su oración por sus hermanos hebreos, y por los creyentes:
Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos (los hebreos) es para su salvación (Rom 10:1)
...mientras que también ellos (los demás creyentes), mediante la oración a vuestro favor, demuestran su anhelo por vosotros debido a la sobreabundante gracia de Dios en vosotros (2 Cor 9:14)
...con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda perseverancia y súplica por todos los santos (Ef 6:18)
Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho (St 5:16)
Ahora bien, ¿qué es orar a favor de alguien, si no interceder por él?
Pablo manda a orar unos por otros:
Os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que os esforcéis juntamente conmigo en vuestras oraciones a Dios por mí (Rom 15:30)
Y en el contexto de nuestro versículo (1 Tim 2:5) encontramos este mandamiento de Pablo:
Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, intercesiones (gr. enteuxeis, de entjuno, interceder) y acciones de gracias por todos los hombres (1 Tim 2,1)
Notemos en este pasaje que Pablo usa la misma palabra (sustantivada: “enteuxeis”, “intercesiones”) que se usa en Hebreos para decir que Jesús está siempre vivo para “interceder” (“entunjanein”) por nosotros. Pensemos un momento: si Jesús está intercediendo por mi en estos momentos ¿para qué entonces las “intercesiones” que pide Pablo? No son detalles accidentales y de poca importancia, como se puede ver.
Podríamos pensar también en el concepto paulino de “embajadores de Cristo” de 2 Cor 5:20? ¿Qué es un embajador, si no un mediador entre el “rey” y los demás? ¿Tiene necesidad Jesús de embajadores-mediadores entre él y nosotros? Muchos cristianos no católico martillean sobre este punto, a saber, que ellos van directamente a Cristo, en cambio nosotros lo haríamos “por mediación de” otros (María, los Santos). Pero entonces ¿para qué “embajadores de Cristo”? ¿No podría Jesús comunicarse directamente a nosotros, o bien usar de sus ángeles? Más allá de cómo lo explique cada uno, hay una verdad profunda, y es la que estamos tratando de dejar en claro: la única mediación de Jesús no debe entenderse en el sentido que lo hacen muchos cristianos no-católicos, a saber, negando la posibilidad e incluso la necesidad de que todos intercedan y medien unos por otros ante nuestro Padre celestial.
Dejando a Pablo, tenemos un texto muy hermoso de la Iglesia que intercede por Pedro en prisión, como lo leemos en el capítulo 12 de los Hechos de los Apóstoles:
Pedro era custodiado en la cárcel, pero la iglesia hacía oración ferviente a Dios por él (Hechos 12:5)
¿No era suficiente la intercesión de Jesús por Pedro? ¿Porqué oraban por él también los cristianos? Sabemos la respuesta: la intercesión de Jesús no excluye otras intercesiones, sino que, al contrario, las supone, pues El ha querido hacernos partícipes de su obra salvadora, es decir, de su oficio de mediador.
En el libro del Apocalipsis notamos la presencia de oraciones de los santos, presentadas a Dios por otros intermediarios, los ángeles:
Otro ángel vino y se paró ante el altar con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos (Rev 8:3-4)
¿Cuál es el papel de las oraciones de los santos? ¿Se trata de una superficialidad, o son necesarias?
Habría tantos pasajes para comentar, pero nos detenemos aquí. Llegado a este punto, el creyente no-católico debe hacer la reflexión: ¿cómo puede ser que Jesús, siempre vivo para interceder por nosotros, acepte otros intercesores, sean ellos hombres o ángeles? ¿Acaso no es suficiente la intercesión de Jesús? ¿A qué sirven las oraciones de Pablo o de los santos o de cualquier creyente a favor de su hermanos? ¿Qué agrega la oración del justo a la oración de Jesús a favor nuestro? ¿Acaso no es totalmente inútil, e incluso blasfemo, interceder por un hermano ante Dios, siendo que Jesús está siempre vivo para interceder por nosotros? (Heb 7:25).
Pero entonces... ¿qué significa en realidad la unicidad de Cristo como mediador?
A esta altura más de uno se puede preguntar: pero entonces, ¿en qué consiste la sentencia paulina que declara a Cristo UNICO mediador entre Dios y los hombres? ¿Acaso este discurso “católico” no hace sino anular la Palabra de Dios? Porque si la Palabra dice que Jesús es el único mediador ¿porqué no aceptarlo como está escrito claramente y basta?
La respuesta a la segunda parte de la pregunta está en todo lo que dijimos hasta ahora: la unicidad de Cristo, como vimos, no excluye nuestra participación en su obra salvadora. Y esto lo hemos visto en la misma Palabra de Dios.
Para que nadie tenga la menor duda, quede muy claro al lector que en efecto Jesús ES EL ÚNICO MEDIADOR, y no hay ningún otro nombre bajo el cielo por el cual los hombres puedan ser salvos (Hechos 4:12).
¿A qué se refiere pues 1 Tim 2,5? ¿Qué cosa quería dejar bien clara Pablo?
El contexto explica el significado verdadero de la expresión: excluye otros caminos, otros sacrificios salvíficos, otros sistemas de salvación que no sean Él.
Cito aquí unos párrafo del documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Iesus, ¡que habla todo él precisamente de este tema! Le ruego al lector que lea estas líneas con atención: me dirá luego si no afirma la Iglesia Católica la exclusividad de la mediación de Cristo, y en qué sentido lo afirma (lo que va en negrita es siempre resaltado mío):
Es también frecuente la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo. Esta posición no tiene ningún fundamento bíblico. En efecto, debe ser firmemente creída, como dato perenne de la fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro.
Los testimonios neotestamentarios lo certifican con claridad: « El Padre envió a su Hijo, como salvador del mundo » (1 Jn 4,14); « He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo » (Jn 1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación del tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf. Hechos 3,1-8), proclama: « Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos » (Hechos 4,12). El mismo apóstol añade además que « Jesucristo es el Señor de todos »; « está constituido por Dios juez de vivos y muertos »; por lo cual « todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados » (Hechos 10,36.42.43).
Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, escribe: « Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros » (1 Cor 8,5-6). También el apóstol Juan afirma: « Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él » (Jn 3,16-17). En el Nuevo Testamento, la voluntad salvífica universal de Dios está estrechamente conectada con la única mediación de Cristo: « [Dios] quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos » (1 Tm 2,4-6).
Basados en esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los primeros cristianos se dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la salvación iba más allá de la Ley, y afrontaron después al mundo pagano de entonces, que aspiraba a la salvación a través de una pluralidad de dioses salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más por el Magisterio de la Iglesia: « Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos (cf. 2 Cor 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea posible salvarse (cf. Hechos 4,12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».
Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios. [21]
Esta es doctrina de la Iglesia Católica. Es claro que aquí se afirma, sin sombra de duda, que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, y que no hay ningún otro. Y quién no crea esto simplemente no es católico. Ese es el sentido, según la Iglesia, de las palabras de Pablo. O para hacerlo más claro aún: lo que Pablo está diciendo es que ni el Gnosticismo, ni Confucio, ni Buda, ni Mahoma, ni la New Age, ni el Dr. Moon, ni la meditación trascendental, ni el nirvana, ni la gimnasia Yoga, ni el espiritismo, ni la ideología comunista, ni la nazista, ni el liberalismo, ni ninguna otra criatura del pasado, del presente o del futuro, jamás puede tenerse como mediador entre Dios y los hombres, sino sólo Jesucristo, y EN EL toda la Iglesia, que es inseparablemente su cuerpo, y que es de Cristo “su plenitud” (Ef 1:23). Lo repetimos una vez más, las mediaciones de los cristianos unos por otros son hechas en Cristo, y por tanto no es esto lo que Pablo quiere excluir; al contrario, él mismo las pide (como vimos más arriba).
La mediación de los santos
Cuando los católicos invocan la intercesión de María o de los santos, hacen lo mismo que hace un cristiano cuando le pide a otro que ore por él. En realidad, cuando los hermanos evangélicos “oran” por alguien, están haciendo de mediadores entre Dios (a quién dirigen la oración) y la persona (a favor de la cual oran). ¿Me equivoco? ¿Si no están ejerciendo el oficio de mediación (mediar es “interceder” por alguien) qué están haciendo?
La mediación que ejerce un cristiano cuando ora por otro (sea entre los vivos, sea de parte de quienes “están con Cristo”, los santos, a favor nuestro) es una mediación EN CRISTO, no al margen de él ni paralela a la misma. Este oficio de mediadores no anula la única mediación de Jesús, pues la nuestra es una mediación participada de la ÚNICA mediación de Cristo, al modo como la luna irradia una luz que no es suya, sino del sol. Toda la primera parte de este artículo fue dedicada a demostrar precisamente cómo en las Escrituras hay muchas cualidades atribuidas exclusivamente a Dios que luego se atribuyen también a los creyentes.
Con respecto a la mediación de los santos (cristianos que ya están con Cristo), el Catecismo de la Iglesia Católica (956) enseña:
Por el hecho que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad.
Aunque parezca mentira, tantos cristianos piensan que un creyente, mientras estaba vivo, podía orar al Padre por otro hermano, pero una vez que muere y está con el Señor (cf. Fil 1:23; 2 Cor 5:8) ... ¡ya no puede orar más! Dios, que es un Dios de vivos, no de muertos, y para el cual todos viven, ¿no permitirá que el amor continúe a interceder por la persona amada? ¿Es siquiera pensable algo semejante? ¿Acaso la muerte nos puede separar de Cristo?
Una palabra en particular para la mediación de María, la Madre de Jesús, que a los pies de la cruz recibió de su Hijo el encargo de ser madre de todos los creyentes[22]. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica, número 970:
La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia”. “Ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente.
La mediación angélica
¿Y qué pensar de la acción de los ángeles? Si Jesús es el único mediador al modo como lo entienden tantos hermanos no católicos ¿qué lugar ocupan los ángeles, que “están al servicio de los que se salvarán”? (Heb 1:14) ¿No es una “mediación” la de los ángeles? En el Apocalipsis aparecen ofreciendo a Dios las oraciones de los santos... La participación de ellos en la obra de la salvación ¿le quita exclusividad a la única mediación de Cristo? ¿Debemos rechazar la ayuda de los ángeles en nombre de la única mediación de Cristo? Cristo quiere servirse de los ángeles para favorecernos en nuestra salvación, ¿vamos a decir nosotros que no necesitamos de ellos, porque vamos directamente a Dios?
Apocalipsis 8:3-4 presenta las oraciones de los santos llevadas a Dios mediante los ángeles. La pregunta que nos hacemos es: ¿tiene Cristo, el Cordero degollado, necesidad de otros mediadores entre Dios y los hombres? ¿Se molesta Jesús con los ángeles que le presentan las oraciones a Dios? Claro que no, porque si los ángeles pueden ser de algún modo mediadores, eso es posible sólo gracias a la mediación de Jesús; la mediación angélica, en efecto, sería absolutamente ineficaz sin la salvación que nos consiguió Cristo y sólo Cristo. Pero en Cristo la obra de los ángeles es eficaz para con nosotros, como es eficaz la oración del justo (carta de Santiago), y ciertamente que se está hablando de una mediación de salvación: ellos están puestos al servicio “de los que se salvan”.
Conclusión
La solución de fondo con respecto a este asunto está en la indisoluble unión entre el creyente y Cristo, que la Iglesia Católica ha comprendido, vivido y desarrollado durante su ya larga historia, y que una mentalidad fundamentalista no puede comprender. Cuando Jesús se acerca a “su hora” y habla con el corazón en la mano, se oyen palabras como estas, una y otra vez: “Yo en vosotros, vosotros en mí” (ver Juan 13-17). “Ya no soy yo, es Cristo que vive en mí”, dirá Pablo. ¿Qué Cristo vive en Pablo? El Cristo Hijo, el Cristo fundamento, el Cristo mediador, el Cristo sacerdote, el Cristo pastor, el Cristo maestro, etc. EN CRISTO y POR CRISTO Pablo y el creyente son también fundamento, hijos, mediadores, sacerdotes, pastores, maestros, padres, luz, etc.
Para Pablo esto era algo que había experimentado desde su primer contacto con el Señor, cuando en el camino a Damasco “y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿porqué me persigues?; y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y Él respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues” (Hechos 9:4-5). ¿Pablo perseguía a Jesús? ¡Pero si Jesús estaba muerto, y Pablo no creía en la resurrección! ¿Porqué dice Jesús “ME” persigues? ¿Porqué no dice: “persigues a la Iglesia” o “persigues a mis discípulos”? ¿No será tal vez porque Cristo ya no es más separable de su Cuerpo, la Iglesia?
Como la vid y los sarmientos: “quien permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto”, “y hará obras más grandes” que las de Jesús (Juan 15:2). ¿Obras más grandes que las de Jesús?
¿Y qué decir del “quien a vosotros oye, a mí me oye, quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza”? (Lc 10:16) ¿Nos damos cuenta del peso de esta "interdependencia" entre Jesús y sus apóstoles? ¿No superficializamos su interpretación?
En mi opinión, el problema principal de una interpretación pequeña y “conflictiva” de la Escritura como sucede con el fundamentalismo cristiano no es algo de poca monta. Quién tenga esta visión del evangelio se cierra a la posibilidad de vivir en plenitud el don de Cristo. Es importante aceptar el mensaje evangélico en toda su plenitud, y no quedarse a una cierta distancia. Si Jesús quiere hacernos uno con él, no podemos contentarnos con ninguna otra cosa, sino con ser uno con él. Errando en el entender las Escrituras y el poder de Dios, erramos “gravemente” (Mc 12:27). No son minucias, discusiones sin importancia: negarse a recibir el mensaje de Cristo tal como el Padre lo ha pensado hace que el creyente se auto-excluya de la comunicación que Dios quiere hacerle de sí mismo. No basta con “no estar lejos del Reino de Dios” (Mc 12:34), sino que hay que “entrar” (Mt 23:13). Según el cuarto evangelio, el creer no es nunca una mera profesión de fe, un “aceptar” a Jesús como salvador una vez para siempre y estar así “salvado irreversiblemente”, sino que se trata de un “vivir la filiación divina” hasta las últimas consecuencias, totalmente, viviendo en comunión inseparable con Jesús, hasta dar la vida si fuese necesario. Jesús y el creyente, se podría decir, son “una sola cosa” (ver por ejemplo Juan 14:20; 15:4-9)[23]. Y no solamente con Jesús, sino que, formando con él un solo cuerpo, somos también “miembros los unos de los otros” (Rom 12:4-5).
Espero que el lector católico haya encontrado buen material para profundizar su fe. Con respecto al lector no-católico, no se si este artículo lo convencerá de lo que creemos, pero al menos le dará material para pensar. Aunque no comparta nuestra doctrina, tendrá que reconocer que los textos bíblicos que hemos citado están ahí, y hablan de que Dios ha querido hacernos partícipes de su oficio de mediador.
Queda tan solo esperar que el Espíritu Santo continúe el trabajo, pues en verdad es Él el verdadero maestro interior.
P. Juan Carlos Sack
Apologetica.org
Apologetica.org
Notas
[1] La gran cuestión será siempre esta: ¿quién interpretará correctamente lo que está en la Biblia? Muchos se apresuran a decir: “el Espíritu Santo”... Suena hermoso, pero en la realidad eso da pie a las tantas creencias distintas y en gran medida contrapuestas, de las denominaciones fundamentalistas, no por culpa del Espíritu Santo, sino de quines se creen los verdaderos intérpretes de las Escrituras. Mientras escribo estas líneas, alguna “iglesia” cristiana no-católica se está dividiendo, lamentablemente, y sin duda tanto unos como otros lo hacen porque “el Espíritu Santo les ha puesto en el corazón” tal cosa o tal otra. Ya lo decía Lutero, bastante desanimado algunos años después de sus famosas “95 tesis”: “Hay casi tantas sectas y creencias como cabezas; este no admite el Bautismo; aquel rechaza el Sacramento del altar; un tercero dice que hay un mundo intermedio entre el presente y el día del juicio; no falta quién enseña que Jesucristo no es Dios. No hay nadie, sin embargo, por más bufón que sea, que no afirme que él está inspirado por el Espíritu Santo, y que no considere como profecías sus sueños y desvaríos” ¿Porqué sucede esto, si la Palabra de Dios es UNA? Nadie duda que la Biblia sea “infalible” y que sea la Palabra de Dios, pero ...¿es infalible también la interpretación que de ella dará cada cristiano, baste que crea que viene del Espíritu Santo? De todos modos, eso es tema de otros artículos, ya presentes en Apologetica.org.
[2] Son muchos los católicos que provienen de comunidades cristianas fundamentalistas, y no pocos los que consideraban a la Iglesia Católica la personificación del Anticristo. Pero lo que a estos caracterizaba particularmente era que no habían perdido la capacidad de pensar ni la disposición a seguir la verdad cueste lo que cueste, lo que al fin de cuentas significó la diferencia. Ojalá que el amable lector pertenezca a este grupo; si es así, creo le interesará este artículo.
[3] Pienso en concreto en DS, por ejemplo, quien afirma que conoce el catolicismo, ya que vivió en él “durante 32 años”. Pero según sus palabras “la idea de Dios que me habían transmitido era la de aquel viejito bueno de barba blanca que está sentado en el Trono del Cielo, que nos quiere y nos espera. Nunca me enseñaron Su Majestuosidad, Su Soberanía, Su Autoridad Suprema sobre el bien y el mal...” Juzgará el lector si DS conoce el catolicismo. Si en el catolicismo enseñan que Dios no es Soberano o no tiene autoridad sobre el mal, no sólo DS, sino que todo el mundo tendría que salir corriendo de semejante Iglesia. Suponiendo que sea verdadero lo que este hermano dice, sin duda ninguna habrá que recriminar a sus catequistas y sacerdotes (y en primer lugar a sus padres) por haberle trasmitido un mensaje NO católico. De todos modos, el hecho que la Iglesia pase por momentos de crisis en determinados lugares y períodos no la descalifica como iglesia verdadera. Recordemos lo que pasó con el pueblo de Israel: prácticamente TODA su vida fue infiel a Yahvé, con idolatrías, homicidios, injusticias, adulterios... y un largo etcétera; ¿dejó por eso de ser el pueblo elegido? No. ¿Dejan de tener valor las enseñanzas del Antiguo Testamento? No. Así también con la Iglesia. Y atención: los católicos tenemos 2000 años de existencia, y se trata de mil millones de personas al día de la fecha: ¿debemos esperar que todos y siempre sean un san Pablo? ¡Ojalá! En este sentido las denominaciones fundamentalistas no tienen una larga historia, ni una iglesia visible que se pueda “recriminar” por nada, ni pastores visibles que se hagan responsables de los hechos. De este modo pueden pasar por “justos”, siempre y en todo lugar; de hecho, una de las armas que se esgrimen en contra de la Iglesia Católica son los “pecados” históricos de los católicos, haciendo oídos sordos a los ya repetidos pedidos de perdón por parte del Papa Juan Pablo II, y sobretodo escudándose en una realidad que, finalmente, les es contraria: ellos no son recriminables precisamente porque no existían en muchos de los siglos de la historia de la Iglesia. La Iglesia Católica nunca proclamó que era impecable, de modo que los católicos no nos asustamos por la presencia de la cizaña en el campo del Señor. 18:10-14 es también parte del mensaje evangélico.
NOTA: Daniel Sapia, a quién nos referíamos con DS en esta nota, tomando conocimiento de mi cita aquí ha publicado en su sitio una "aclaración" a la que remitimos. Con respecto a la misma, mi respuesta fue la siguiente (no corrijo la nota original del artículo, agrego simplemente la presente), que quiero sirva como mis disculpas a Daniel y aclaración de lo que es sustancial en lo que venimos diciendo:
En cuanto a las observaciones que haces de mi artículo:
a) y b) tenés mucha razón en la diferencia entre "no me enseñaron que era soberano" y "enseñan que no es soberano", etc. Lo cambiaré en la próxima actualización, acotando tu observación. Pero la sustancia (a saber, que no te enseñaron la doctrina de la IC) sigue siendo verdadera, y eso es lo que se pretendía decir.
c) Concedo. Lo sacaré.
d) Lo de que la IC "nunca tiene la culpa" es un sofisma. Cuando digo, por ejemplo, que "los catequistas" erraron (no me interesa atacarlos personalmente, por supuesto), ellos SON PARTE de la IC, y por tanto la IC en ellos no brilla, y en ellos es culpable. Demás está decir que no es un juicio moral, sino en cuanto a la doctrina (sólo Dios sabe quién es culpable de qué). La distinción que hay que hacer es válida y necesaria: una cosa es la enseñanza, la doctrina, otra cosa son las personas que siguen o no esa doctrina: si los catequistas (o tus padres, que entiendo fue un ejemplo demasiado personal, y lo sacaré también del artículo) no te enseñaron que Dios es soberano, etc, eso no es atribuible a la IC como como tal, ya que la IC como tal (en su magisterio público y oficial) enseña que Dios es soberano, etc. Me parece que la distinción es clara y obligatoria. Por otro lado, la auto-crítica que la Iglesia se hace (y no es cuestión de los últimos años, sino siempre, como consta en la vida y obra de tantos santos de todos los tiempos), digo esta auto-crítica que se hace la IC ¿te parece que se debe a que "la Iglesia Romana nunca es responsable de nada"? Eso, hoy, no se puede decir (si vamos a tomar en serio la actitud del Concilio Vaticano II en adelante, y sobretodo JPII; el pasado hay que juzgarlo con ojos de historiador, ese es otro asunto). Cuando Israel se iba detrás de los ídolos, ¿era el Pueblo de Dios como tal, ese que trasmite su enseñanza en las Escrituras, ese que enseña las Palabras de Dios, era ese Israel el que erraba, o eran más bien algunos miembros (¡o la mayoría! ¡y los líderes!) los que erraban? Si hoy ni a mí ni a vos se nos ocurre decir que la Biblia (el A.T.) es culpable de los crímenes de los israelitas (ver todos los libros proféticos) ¿porqué no es válida la diferencia en la IC entre doctrina y personas? ¿No cabe la distinción: doctrina del pueblo de Dios - vida de los miembros del pueblo de Dios? Si en el Israel según la carne era válida esta distinción ¿porqué no es válida para el Israel de Dios? En resumen: que no te hayan enseñado que Dios es soberano, etc., no es la culpa de la doctrina de la Iglesia, sino de quién no la trasmite. Y para juzgar sobre una Iglesia, si es verdadera o no, si trasmite la doctrina de Dios o no, hay que ver la doctrina: los transgresores existieron en el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, entre los Doce, en la era apostólica y en toda la historia de la Iglesia. Aquí no se puede aplicar el tema del "árbol de frutos malos", porque, como sabemos, todos somos pecadores, y quién no tenga ningún pecado ("fruto malo") que tire la primera piedra.
e) Ya hablamos.
f) Creo sigue en pie el final y corolario, ya que al no trasmitirte el auténtico mensaje católico, lo desconocías, y por eso lo dejaste. Me dices que "mi salida de la Iglesia de Roma no fue por ignorancia, sino por obediencia"; quiero que sepas que mi permanencia en la Iglesia Católica no es por ignorancia, sino por obediencia.
[4] Hace poco un TJ me recriminaba: “Dígame usted cuándo la Iglesia Católica se dedicó a predicar el evangelio... y cuándo sufrió persecución” De más está decir que no podemos perder el tiempo contestando semejantes mensajes. Por respeto a los millones de católicos misioneros y mártires.
[5] Nos apresuramos a decir que tanto la analogía como la participación, en realidad, son elementos de la vida y el lenguaje cotidianos, que simplemente han sido estudiados y profundizados por grandes pensadores, para provecho de todos. No estamos hablando de ninguna invención filosófica extraña: quién no acepte la idea de analogía o de participación no podría ni siquiera hablar con su vecino. Quedará más claro al avanzar la explicación.
[6] Alguno dirá que estoy llevando agua a mi molino, haciendo una interpretación “católica” y “forzada” del texto. Para probar que esto no es así, transcribo el comentario de Andrew T. Lincoln, protestante, en su obra sobre la carta a los Efesios, publicada en la prestigiosa colección “Word Biblical Commentary”, tan solo como botón de muestra de que no me estoy moviendo a criterio personal y ciego. Así escribe este autor: (en síntesis, para quien no lea el inglés, dice exactamente lo mismo que dije arriba, a saber, que aquí los apóstoles no ponen el fundamento, sino que ellos mismo son el fundamento): “The apostles and prophets are no longer seen as those who lay the foundation of Christ or who build upon it but as the foundation itself. Some have taken the genitive as a subjective genitive, “the foundation laid by the apostles and prophets” (e.g., Meyer, 142; neb; gnb), but such an interpretation, which is sometimes motivated by the desire to harmonize Eph 2:20 with 1 Cor 3:11, introduces total confusion into the writer’s use of metaphor, because it makes Christ both the foundation and the keystone. With the vast majority of commentators we should take the genitive as appositional, i.e., the foundation which the apostles and prophets constitute” (resaltado mío). Como Lincoln afirma, la gran mayoría de comentadores (de todos los credos) interpreta este pasaje como lo hacemos nosotros.
[7] Una curiosidad: en todas las versiones inglesas, la palabra “hedráioma” -que aquí traducimos con “cimiento”- es traducida con “foundation”, es decir, la misma palabra que usan esas mismas biblias -protestantes y católicas- para 1 Cor 3:11; en otras palabras, para todo el mundo anglófono, sea católico o protestante, Cristo es “foundation” -1 Cor 3:11- y la Iglesia es “foundation” -1 Tim 3:15.
[8] En filosofía, modo de ver las cosas se llama determinatio ad unum; un buen ejemplo es el mismo Lutero. El pensaba que la carta de Santiago era “de paja”, y que Apocalipsis no revelaba nada, y que Hebreos no lleva a Cristo..., porque había descubierto fuertemente la verdad de la salvación por la fe (el árbol), pero olvidando el resto de las Escrituras (el bosque), de tal modo que lo que no cuajaba con su visión de las cosas la declaraba “doctrina de paja”, “basura papista”, etc. etc. etc. Ahora muchos cristianos lo justifican y lo consideran como un héroe, disculpándoles todos sus errores (como las publicaciones de Chick, o En la Calle Recta, etc), pero no creo que eso sea ser amigos de la verdad. Si el monje alemán hubiese conservado su visión católica, hubiese podido ser un gran reformador, verdadero, sin necesidad de descartar libros enteros del Nuevo Testamento. Por gracia de Dios, el Concilio de Trento declaró dogmáticamente que tanto Hebreos como Apocalipsis, como todas las cartas de Juan, como Santiago, eran Palabra de Dios tanto como el resto, y no “de paja”, como pensaba el “reformador”.
[9] Así lo entendía un evangélico, que ante mi cuestionamiento me respondió: “Y bueno, Pablo no es Dios, se pudo haber equivocado, allá él; yo sigo las palabras de Jesús y no llamo a nadie ‘padre’”. ¿Qué lleva a un cristiano a pensar así?
[10] Lo starets Ignazio, Lipa Edizioni, Roma (2000), pp. 8-10.
[11] Esta expresión de Pablo trae problemas a más de un cristiano, tal vez porque han recibido un evangelio distinto del de Pablo, y esta expresión, entre muchas otras, no cuaja en ese “evangelio”. Me decía un ex cristiano fundamentalista que al menos en su congregación jamás habían predicado sobre este y sobre otros pasajes, por encontrarlos faltos de sentido. En el caso de esta última cita de Pablo, ¿qué puede faltar a la pasión de Jesús? Falta mi participación a los sufrimientos del Señor, a beneficio de la Iglesia.
[12] Pensemos por ejemplo en la aparente oposición “salvación por fe, sin las obras” de Pablo y la “salvación no sólo por fe, sino también por obras” de Santiago; delante de esta “contradicción” Lutero declaró a Santiago “carta de paja”. Otros prefieren no profundizar el tema, o explicarlo con tanto rebusque que finalmente se niega lo que Santiago está diciendo. Una vez uno me dijo: “lo de Santiago es una cita, en cambio lo de Pablo son muchas”... Cae de maduro que esta no es una solución. Siguiendo a la Iglesia Católica optamos por mantener todo lo que está en la Biblia, y especialmente lo que implica más dificultad, pues Dios es infinitamente mayor a lo que podemos entender de El, y los misterios (y aparentes contradicciones) de la revelación hay que conservarlos, a menos que queramos hacernos un Dios a nuestra medida, como lo han hecho los Mormones, Testigos de Jehová, Moon, etc.
[13] En su magnífico comentario al evangelio de San Juan: “Selon Jean”, ahora traducido al italiano.
[14] Toda la carta de Pablo a los Colosenses, según la mayoría de los comentadores, sería una advertencia contra la primitiva herejía de los docetas, que se había extendido ya en las comunidades apostólicas, viviendo aún los apóstoles, como lo demuestran también las cartas de Juan.
[15] En Dizionario di Paolo e delle sue Lettere, Milano (2000), 376.
[16] Barcelona (1980), 518-523.
[17] W. Harrington, Revelation, en Sacra Pagina, Collegeville (1993), 48.
[18] R. Mounce, The Book of Revelation, en The New International Commentary of the New Testament, Grand Rapids (1998), 50. En una nota de la página 371, este autor protestante comenta: “Una de las palabras latinas para sacerdote es pontifex, es decir “constructor de puentes”. El rol del sacerdote es establecer un puente entre Dios y la humanidad”.
[19] M. Ford, Revelation, en The Anchor Bible, Garden City (1975), 378.
[20] Aclaremos que la oración que se hace a Dios y aquella que se hace a un santo son dos cosas radical y absolutamente diversas: cuando se pide la intercesión de un santo, se trata del mismo caso de uno que pide a un hermano aquí en la tierra “orar por él”. Pero no podemos aquí tratar todos los aspectos del asunto. Remitimos a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica al respecto de la oración (es decir, la cuarta parte de las cuatro en que está dividido el catecismo).
[21] Números 13 y 14 de la declaración. Puede descarga todo el texto de este bellísimo documento cristológico en http://www.apologetica.org/dominus_iesus.htm.
[22] ¿Y para qué le dio a Juan otra madre, si Juan ya tenía una? ¿Habría registrado ese hermoso diálogo el autor, si se trataba de una eventualidad pasajera y no tendría relación con los cristianos de todos los tiempos?
[23] Véase el capítulo 12 de la Primera a los Corintios, para una comprensión más profunda de la unidad del cuerpo de Cristo, cabeza y miembros.
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