viernes, 26 de septiembre de 2014

El origen de la Iglesia


De entre las muchas y complicadas cuestiones relacionadas con el
problema de la fundación de la Iglesia por Jesús, sólo cabe destacar
aquí una pequeña sección. Aquélla precisamente que esclarece el
núcleo del pensamiento eclesial de Jesús. Que Jesús quiso ser más
que un propagandista de una nueva moralidad, que por lo demás no
sería obligatoria y quedaría al capricho del individuo; que quiso más
bien una nueva comunidad religiosa, un pueblo nuevo, lo expresó él
mismo con un gesto único y sencillo, que Marcos formula así: «Llamó
a los que quiso... y designó a doce...» (Mc 3,13s). Mucho antes de
que existiera el nombre de "apóstol" (sólo apareció sin duda después
de la resurrección), ya existía la comunidad de los doce, cuyo nombre
esencial era cabalmente ser «los Doce». Toda la importancia que se
daba precisamente a ese número de doce, se mostró bien a las claras
después de la traición de Judas: los apóstoles (bajo la dirección de
Pedro) consideraron como su primer deber restablecer el número
perdido de doce (Act 1,15-26) De hecho, ese número era cualquier
cosa menos indiferente o casual. Israel seguía considerándose como
el pueblo de las doce tribus, que esperaba para la era mesiánica de
salvación el restablecimiento precisamente de las doce tribus de
Israel, que habían nacido un día de los doce hijos de Jacob-Israel. Al
"designar a doce", Jesús se confesaba como el nuevo Jacob (cf.
también Jn 1,51; 4,12ss), que ponía ahora el fundamento del nuevo
Israel, del nuevo pueblo de Dios, que había de nacer de estos doce
nuevos patriarcas para formar el verdadero pueblo de las doce tribus
en virtud de la palabra de Dios; y a esos hombres se les confiaba el
esparcir su semilla.
Así, en el fondo, toda la acción de Jesús en el círculo de los doce
era al propio tiempo obra de fundación de la Iglesia, en cuanto toda
estaba dirigida a capacitarlos para ser padres espirituales del nuevo
pueblo de Dios. Más aún, se ha hecho notar que en la
autodesignación de Jesús como "Hijo del hombre" vibra siempre el
factor fundacional, porque, desde su origen en Dan 7, es palabra
simbólica para designar al pueblo de Dios de los últimos tiempos. Al
aplicársela Jesús a sí mismo, se designa implícitamente como creador
y señor de este nuevo pueblo, con lo que toda su existencia aparece
referida a la Iglesia (Kattenbusch). Pero hay naturalmente ciertos
momentos en su vida en que gravita con mayor fuerza su intención de
fundar la Iglesia. Tales momentos son la colación del poder de atar y
desatar a Pedro (Mt 16,18s y Jn 21,15-17) y a los apóstoles (Mt
18,18), y más todavía la última cena. Sabios como A. Schlatter, T.
Schmidt, F. Kattenbusch, K.H. Schelkle han mostrado que la última
cena debe concebirse como el verdadero acto fundacional de la
Iglesia por parte de Jesús. Cierto que precedieron la vocación de los
doce y el primado de Pedro; ni una ni otra cosa se suprimen en la
cena, sino que se dan por supuestas y ambas cobran con la cena su
propio y verdadero sentido. Porque sólo con la cena da Jesús a su
futura comunidad un punto específico de apoyo, un acontecimiento
aparte, que sólo a ella le conviene, la destaca de manera
inconfundible de toda otra comunidad religiosa y la reúne con sus
miembros y con su Señor para formar una nueva comunidad. Pero
aquí es sobre todo instructivo el estrecho contexto con la pascua
judía. Si la última cena de Jesús fue una comida pascual o si, al
tiempo que se sacrificaban los corderos pascuales, se estaba él
desangrando sobre la cruz, no lo sabemos con certeza. En todo caso
se da un estrecho nexo con la pascua judía: o insertó Jesús su nueva
comida en la antigua comida pascual y así declara su comida como
verdadera pascua, o murió en la hora misma en que corría en el
templo la sangre de los corderos pascuales, y demostraba así ser el
nuevo y verdadero cordero pascual (cf. Jn 19,36 y Éx 12,46; lCor 5,7).
PAS/ISRAEL: Ahora bien, la primera noche pascual fue la verdadera hora del nacimiento del pueblo de Israel. Fue la noche en que el ángel de Dios exterminó a los primogénitos de los egipcios y perdonó a los hijos de Israel, los dinteles de cuyas casas estaban marcados con la sangre del cordero (Ex 11-12). Ello acabó por dar al pueblo esclavizado de Israel la libertad de salir de Egipto y convertirse en un verdadero pueblo. Si, pues, Israel celebraba año tras año la pascua, pensaba en su nacimiento como pueblo que le fue dado en aquella noche. La pascua era más que un mero recuerdo; seguía
siendo el hontanar del que vivía Israel y lograba su unidad como
pueblo de Dios. Israel seguía sintiéndose afirmado sobre el
acontecimiento pascual, para recibir de él su renovada fundación. En
la fiesta de pascua vuelve a reunirse todo el pueblo de Israel,
disperso por todo el mundo y en el templo único de este pueblo para
encontrarse aquí, en este lugar único de culto, con su Dios y sentir
así el centro de su unidad. «El culto es en el antiguo Israel un acto
creador, en que se hace presente la redención histórica y
escatológica e Israel es creado de nuevo como pueblo de Dios» (N.A.
DAHL, Das Volk Gottes, Oslo 1941, 722).
 
Y ahora podemos reflexionar: Cristo se
entiende a sí mismo como el nuevo y verdadero cordero pascual, que
muere vicariamente por todo el mundo e instituye la comida en que se
come su carne y se bebe su sangre en verdadera y definitiva comida
pascual. Esto significa que a esta comida le conviene ahora el sentido
que antaño fue característico de la celebración de la pascua judía.
Así, resulta que esta comida aparece como el origen de un nuevo
Israel y centro permanente del mismo. Como el antiguo Israel veneró
un día en su templo su centro y la garantía de su unidad y en la
celebración común de la pascua realizó de manera viva esta unidad,
así ahora la nueva comida será el vínculo de unidad de un nuevo
pueblo de Dios. Éste no necesita ya el centro local de un templo
exterior, porque en esta comida ha encontrado una unidad interior
mucho más profunda: con su cena el Señor único está personalmente
entre ellos, dondequiera que se encuentren; todos comen de un
Señor, dentro del cual se funden por esa comida: el cuerpo del Señor,
que es centro de la comida del Señor, es el nuevo templo único, que
aúna a los cristianos de todos los lugares y tiempos con unidad
mucho más real de lo que pudiera hacerlo un templo de piedra. Así,
de esta nueva pascua cabe decir de manera más eficaz y real lo que
ya se dijo de la antigua: que no sólo fue fuente y centro del pueblo de
Dios, sino que lo es y lo será siempre. 
Aquí hay que recordar todavía otra serie de ideas, que
pueden esclarecer aún más todo el problema. Mateo y Marcos, lo
mismo que Juan, transmiten (aunque en contextos distintos) una
palabra de Jesús según la cual reedificaría en tres días el templo
destruido sustituyéndolo por otro mejor (Mc 14,58 y Mt 26,61; Mc
15,29 y Mt 27,40; Jn 2,19; cf. Mc 11,15-19 par; Mt 12,6). Tanto en los
sinópticos como en Juan, es evidente que el nuevo templo «no hecho
por mano de hombre» es el cuerpo glorificado de Jesús. Por eso,
según todo lo dicho, el sentido de la frase completa sólo puede ser
éste: Jesús anuncia la ruina del antiguo culto y, con él, del antiguo
pueblo elegido y de la antigua economía mientras promete un culto
nuevo y superior, cuyo centro será su propio cuerpo glorificado.
Partiendo de aquí cobra también su sentido exacto el relato de que a
la muerte de Jesús se rasgó el velo del Sancta sanctorum
(/Mc/15/38:/Mt/27/51:/Lc/23/45). En este rasgarse se cumple
simbólicamente de antemano la ruina del antiguo templo. El Sancta
sanctorum, cuyo velo se rasga, deja de ser lugar de la presencia de
Dio, el templo ha perdido su corazón, y el culto, que todavía se
celebra en él por algún tiempo, se convierte así en un gesto vacío.
Con la muerte de Jesús el templo antiguo y, por ende, el culto y el
pueblo cuyo centro era, pierde toda su legitimidad, porque ahora ha
nacido el nuevo culto y el nuevo pueblo cultual, cuyo centro es el
nuevo templo: el cuerpo glorificado de Jesús, que representa ahora el
lugar de la presencia de Dios entre los hombres y su nuevo centro de
culto.
Resumiendo, puede decirse que Jesús creó una "Iglesia", es decir,
una nueva comunidad visible de salvación. Jesús la entiende como un
nuevo Israel, como un nuevo pueblo de Dios que tiene su centro en la
celebración de la cena, en la que ha nacido y en la cual encuentra su
centro permanente de vida. O dicho de otra manera: el nuevo pueblo
de Dios es pueblo que nace del cuerpo de Cristo.
JOSEPH RATZINGER
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
HERDER 101 BARCELONA 1972.Págs. 89-93

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