P. Paulo Dierckx
P. Miguel Jordá
APOSTOLADO DEL LIBRO
P. Miguel Jordá. F. 8571492
Í n d i c e
Tema 27: La Biblia y la Tradición
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58 Tema 28: Carta abierta a un hermano separado
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60 Tema 29: ¿Quiso Jesús una sola Iglesia?
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62 Tema 30: Visión de los católicos y de los evangélicos sobre la Iglesia
............................................ 64 Tema 31: La contribución a la
Iglesia
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66 Tema 32: ¿Son iguales todas las religiones?
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68 Tema 33: ¿Podemos orar por los difuntos?
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70 Tema 34: Nuestra identidad católica
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72
Tema 35: La creación del
mundo y del hombre
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74
Presentación
Queridos hermanos:
Hace algún tiempo en una reunión de fiscales de Chiloé, uno
de ellos me hizo esta sugerencia: “Usted que escribe libros, ¿no
podría sacar uno con las principales dificultades que nos
ponen los evangélicos?”
Aquel día nació la inquietud de hacer
este librito. Había que preparar algo para que los católicos pudieran
defenderse de los
embates de las sectas. Es un hecho que las sectas pasan por
las casas y hacen una gran labor proselitista, muchas veces basándose en la
poca o ninguna cultura bíblica de muchos católicos, que no saben qué contestar
a las preguntas y dificultades que les plantean los evangélicos, Testigos de
Jehová, etc. Y fácilmente los dan vuelta y los cambian de religión.
Y, ¿cómo se
hizo este trabajo? Se hizo juntando el carisma de dos sacerdotes, el del P.
Pablo Dierckx y el del P. Miguel Jordá. Los dos nos convencimos de esta urgente
necesidad pastoral y nos pusimos manos a la obra. El P. Pablo es un franciscano
que trabaja en la comunidad altiplánica de Iquique y cada cierto tiempo escribe
una carta a sus feligreses para que profundicen algún tema y lo estudien.
Después de conocer aquel material, le propuse a mi amigo Pablo redondear
aquellos Temas y editarlos para que le sirviera a todo Chile.
Y así lo hicimos. Los editamos
primero en forma de volantes para que los párrocos los difundieran en sus
comunidades, y
después se vio la necesidad de editarlos en forma de libro.
Y hoy lo ofrecemos a todas las familias católicas de Chile y del continente que
lo quieran utilizar. Incluso, si desean, lo pueden reeditar. No tiene derechos
reservados, precisamente para que pueda ser reeditado en cualquier parte, eso
sí, que con previa autorización de los autores para asegurar su fidelidad
original.
Hoy estamos en presencia de una gran
campaña proselitista a nivel continental. Los evangélicos pasan casa por casa
invitando a
los católicos a que los acompañen a orar con la Biblia.
Ello, en sí no tendría nada de malo, al contrario. Pero es un hecho que, muchas
veces, bajo el pretexto de leer la Biblia, lo que realmente pretenden es
arrebatar la fe de los católicos y hacerlos cambiar de religión. Y esto, además
de ser proselitismo barato, es una falta de respeto y de caridad hacia las
personas que, no habiendo tenido una mayor formación bíblica, no saben defenderse.
La Iglesia Católica está por un sano
ecumenismo y ojalá llegue el día en que se logre la tan anhelada unión entre
cristianos, pero,
mientras tanto, hay que dar una respuesta a esta necesidad
del momento. Tenemos que ser muy claros y precisos a la hora de exponer los
postulados de nuestra fe y tomar las providencias necesarias para no dejarnos
arrastrar por las sectas.
El protestantismo que proviene de
Alemania y de Europa es, en general, bastante respetuoso hacia los católicos.
Pero las sectas
provenientes de Estados Unidos y de otras partes de América
Central suelen ser muy atropelladoras de la dignidad de los católicos y tratan
de imponerse por la fuerza, asustando a la gente y tergiversando textos
bíblicos.
Queridos amigos, católicos y evangélicos:
con este trabajo no deseamos polemizar. Estas páginas son muy sencillas y
mantienen
un tono respetuoso y coloquial, que es justamente el que el
P. Pablo utiliza al dirigirse a las comunidades del Altiplano y representa una
conversación del sacerdote con sus feligreses; y a veces también con los mismos
hermanos evangélicos. Esperamos que los temas, leídos una y otra vez, les
ayuden a comprender mejor nuestra fe y a saber dar razón de su esperanza.
Que el Señor y
la Santísima Virgen bendigan este trabajo que se ha realizado con mucho cariño.
Y. Conforme a las palabras del Apóstol Pedro: “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los
demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios” (1 Pedro
4,10).
Carta de un Párroco
Queridos hermanos:
Es un hecho que hoy día las
sectas pasan casa por casa y hacen una gran labor proselitista. Primero piden
muy sutilmente que los católicos los acompañen a orar con la Biblia, lo que no
tendría nada de malo, pero, con el pretexto de orar con la Biblia, lo que
realmente pretenden es arrebatarles a ustedes su fe Católica y hacer que se
cambien de Religión.
Y esto, en realidad, además de
ser un proselitismo barato, es una falta de respeto y de caridad hacia las
personas que, no habiendo tenido una mayor formación bíblica, los confunden con
infinidad de citas bíblicas, sacadas de su verdadero contexto, y tratan de
hacerles ver que están equivocados hasta convencerlos para que pasen a engrosar
las filas de las sectas.
Queridos hermanos: Ustedes tienen
un gran tesoro que es su Fe Católica heredada de sus padres y antepasados. Para
darles una mano y fortalecer su Fe Católica es que acaba de aparecer este
trabajo que -con la debida autorización- hoy hago llegar a sus manos. Es un
libro muy sencillo y práctico, en él que
hallarán la respuesta adecuada a las principales interrogantes que nos
presentan las sectas.
El
protestantismo que proviene de Alemania y de Europa, en general, es bastante
respetuoso hacia los católicos. Pero las sectas provenientes de Estados Unidos
y de otras partes de América Central suelen ser muy atropelladoras y tratan de
imponerse por la fuerza, asustando a la gente y tergiversando textos bíblicos.
Este libro, entonces, es para que no se dejen engañar.
No es nuestro intento agudizar
tensiones. Lo que aquí se pretende es, con la Biblia en la mano, dar respuesta
a las principales dificultades que las sectas presentan a los católicos cuando
pasan por sus casas, dificultades que, bien mirado, no son reales sino sólo aparentes y que muchas veces demuestran
sólo fanatismo e ignorancia.
La Iglesia Católica está por un
sano ecumenismo y ojalá llegue el día en que se logre la tan anhelada unión
entre cristianos, pero, por mientras, hay que dar respuestas concretas a las
necesidades del momento.
Este trabajo está escrito en
forma de cartas del Párroco a sus feligreses. Su estilo es respetuoso y hasta
coloquial. Léanlo con el mismo espíritu en que fue escrito y Dios quiera que
los temas, leídos una y otra vez, les ayuden a comprender mejor su fe Católica
y a saber dar razón de su esperanza.
Que el Señor y la Santísima
Virgen los colmen de bendiciones.
Consejos prácticos Para conservar su Fe Católica
ü Cuando
un hermano evangélico le invite a orar o a conversar con seriedad sobre la
Biblia, naturalmente usted lo puede hacer, siempre y cuando exista un clima de
mutuo respeto y caridad. Pero sin polemizar ni tomar actitudes
anticristianas.
ü Pero
cuando lo inviten a orar o estudiar la Biblia y usted descubre que su intención
no es ésta, sino arrebatarle su fe católica diga: -No me interesa, porque usted
lo que quiere no es orar o estudiar la Biblia conmigo, sino arrebatarme mi
Fe.
ü Cuando
los mormones les prometan dólares, viajes, o ayudas de cualquier tipo con tal
que se cambien a su religión, digan: Con la Fe no se juega.
ü Cuando
los Testigos de Jehová les digan: «Cuando yo era católico tomaba, le pegaba a
mi señora y pasaba puro peleando...» contesten: Desde este mismo momento ya
está usted mintiendo porque si hacía todo esto es que «no era un verdadero
católico».
ü Decía
un católico: «Los evangélicos se pasan la mitad de su vida despotricando contra
los católicos... como si ellos fueran los únicos justos y perfectos. ¿Por qué
en vez de mirar tanto la paja ajena no reflexionan un poco sobre la viga de su
propio ojo?».
Ojalá que con motivo de este final de
siglo se vayan afinando diferencias y lleguemos a una plena comunión de Fe y de
Doctrina entre todos los seguidores de Cristo. Esto sería maravilloso. Pero,
por mientras, hay que ir con mucha cautela porque algunos hermanos evangélicos
que no trepidan en recurrir a proselitismos desfasados para arrebatarles su fe
Católica.
Son los deseos de un Párroco.
¿Quién fundó su
iglesia?
He
aquí algunos de los principales fundadores de iglesias:
Religión
- Fundador - Lugar - Año
Adventistas - Wiliam Miller - USA - 1818
Adventistas del 7 Día - Elena White - USA -
1863
Anglicanos - Enrique VIII - Inglaterra -
1534
Bautistas - J. Smith - Inglaterra - 1860
Ejército Salvación - William Booth -
Inglaterra - 1878
Espiritismo - Familia Fox - USA - 1848
Rosacruces - Max H. - Alemania - 1880
Luteranos - Martín Lutero - Alemania - 1521
Metodistas - J. Wesley - USA - 1791
Mormones - José Smith - USA - 1853
Niños de Dios - David Berg - USA - 1950
Pentecostales - Grupo - USA - 1905
Presbiterianos - John Knox - Inglaterra -
1560
Testigos de Jehová - Charles Taze Russel -
USA - 1876
Iglesia
Católica - Jesucristo - Galilea - 33
Sí, la IGLESIA CATOLICA es la única
fundada por JESUS sobre el Apóstol Pedro, y que perdurará hasta el fin del
mundo. La
única que tiene 2000 años de antigüedad. La única que tiene
la plenitud de los medios de salvación dejados por Jesucristo.
Jesús no delegó ni autorizó a nadie
más que a Pedro para ser piedra de cimiento de su Iglesia. Por tanto, todos los
fundadores de
iglesias que aparecieron posteriormente, contravienen la
expresa voluntad de Jesús.
Jesús le dijo a Pedro: «Y ahora Yo te
digo que tú eres Pedro -o sea, Piedra- y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
y los poderes
del infierno no la podrán vencer» (Mt. 16, 18). Y Pedro hoy
está representado por el Papa, Pastor de la Iglesia universal.
Jesús dijo: «Yo estoy con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo» Mt. 28, 20 Y esta presencia de Jesús se
ha mantenido y
guardado hasta hoy en toda su integridad sólo en la Iglesia
Católica, ya que es la única que ha perdurado sin interrupción desde su
fundación hasta nuestros días. Es la única que, ha sido objeto de esta
presencia de Jesús desde su origen hasta hoy. En otras palabras: ¿Dónde estaban
los evangélicos en el año 100, en el año 1000, o en el año 1400? Ellos no
existían. ¿Cómo entonces pueden haber sido portadores de esta presencia de
Jesús durante 1400 años, si sólo aparecieron en el siglo XVI? La Iglesia
Católica es la única que desde su fundación hasta hoy -2000 años- no presenta ninguna
laguna en su continuidad. Tenemos dos mil años de historia. Dos mil años de
vida. Dos mil años con la presencia de Jesús en medio de nosotros. ¿Qué otra
Iglesia puede lo mismo?
Bendito sea
Dios, que en su infinita bondad, nos ha llamado a formar parte de la Iglesia
Católica, la única querida y fundada por Jesús, la única que contiene la
plenitud de los medios de salvación dejados por Jesucristo.
Tema
1:
¿Podemos
tener imágenes?
Queridos hermanos católicos:
Cuántas veces hemos escuchado esta
acusación de parte de nuestros hermanos evangélicos: «Los católicos hacen
imágenes para
adorarlas, mientras que la Biblia lo tiene estrictamente
prohibido».
Muchos hermanos nuestros católicos no
saben qué contestar, otros se dejan influenciar fácilmente por estas verdades a
medias y
algunos sienten la tentación de botar las imágenes de las
capillas.
Les quiero aclarar este tema acerca
de las imágenes, pero con la Biblia en la mano. Antes que nada, debemos hacer
una clara
distinción entre una imagen, un cuadro, un adorno religioso
y un ídolo, que es «la imagen de un falso dios». La Biblia sí que rechaza
enérgicamente el culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la
Biblia nunca ha rechazado las
imágenes como signos religiosos.
¿Qué es un ídolo según la Biblia?
Muchos años antes de Jesús, en tiempo
de Moisés, Dios comenzó a formar a su pueblo elegido, el pueblo de Israel. Era
gente
muy primitiva que Dios había sacado del politeísmo para
llevarla al monoteísmo. Todos estos pueblos antiguos tenían infinidad de
dioses, los que adoraban y representaban a través de imágenes de baales, que
tenían la forma de un toro, de un león o de otros animales. A esas imágenes, el
pueblo de Moisés las llamaba «ídolos» o falsos dioses. La gente de aquel tiempo
pensaba que estas imágenes tenían un poder mágico o una fuerza milagrosa. En el
fondo estos ídolos eran representaciones de poderes o vicios del hombre mismo.
Por ejemplo la imagen del becerro de oro que aparece en Exodo 32, era la
expresión de la fuerza bruta de la naturaleza. También podía representar la
encarnación del poder sexual desorientado y vicioso. Y el oro del becerro
significaba el poder de la riqueza que explota y aplasta al hombre, es decir,
el hombre con sus vicios, representados en el becerro de oro, quiere ser dios y
no quiere dejar lugar al único y verdadero Dios.
Dios llamó al
pueblo hebreo a avanzar por la senda del monoteísmo, dejando atrás los ídolos y
dando adoración al verdadero Dios. Pero los israelitas de aquel tiempo atraídos
por las prácticas de los pueblos paganos querían, a veces, volver al politeísmo
y a la adoración de ídolos. Entonces Moisés, inspirado por Yavé-Dios les
prohibió estrictamente hacer estos ídolos: «No tengas otros dioses fuera de mí,
no te hagas estatua, ni imagen alguna de lo que hay en el cielo ni en la tierra
ni te postres ante esos «ídolos», no les des culto».
Queridos hermanos, estos textos
bíblicos son muy claros en su prohibición de hacer imágenes o estatuas de falsos
dioses. Pero
otra cosa muy distinta es aplicar estos textos a las
imágenes como adornos o signos religiosos. Estos signos (imágenes) nunca han
sido prohibidos por Dios ni por la Biblia.
Textos aclaratorios:
La Sagrada
Escritura siempre hace la distinción entre imágenes como «ídolos» e imágenes
como «adornos o signos religiosos». Leamos algunos textos en los cuales Dios
mismo manda a Moisés hacer imágenes como símbolos religiosos: «Harán dos
querubines de oro macizo, labrados a martillo y los pondrán en las extremidades
del lugar del perdón, uno a cada lado... Allí me encontraré contigo y te
hablaré desde el lugar del perdón, desde en medio de los querubines puestos
sobre el arca del Testimonio...» (Ex. 25,18-22). Estos dos querubines parecidos
a imágenes de ángeles, eran adornos religiosos para el lugar más sagrado del
templo. Pues bien, estas imágenes, hechas por manos de hombres, estaban en el
templo, en el lugar más sagrado y nunca fueron consideradas como ídolos, sino
todo lo contrario, el mismo Dios ordenó construirlos.
Leamos otro texto del A. T.: Números
21, 8-9. Ahí se nos narra como en aquel tiempo los israelitas murmuraban contra
Dios y
contra Moisés. Entonces Dios mandó contra el pueblo
serpientes venenosas que los mordían, de modo que murió mucha gente.
Moisés intercedió por el pueblo y
Dios le respondió: «Haz una serpiente de bronce, ponla en un palo y todo el que
la mire se
salvará». Nos damos cuenta otra vez de que esta serpiente de
bronce era una imagen hecha por manos de hombre, pero no para adorar, sino que
era un «signo religioso» para invocar a Dios con fe.
Hay otros textos en la Biblia que nos
hacen ver que en el templo de Jerusalén había varias imágenes o esculturas que
no fueron
prohibidas, menos aun consideradas como ídolos. Dice el
Salmo 74, 4-5: «Tus enemigos rugieron dentro de tu santuario como leñadores en
el bosque, derribaron con hacha las columnas y esculturas en el templo». Eso
significa que en el templo de Jerusalén había también esculturas o
imágenes.
Queridos hermanos católicos, esas
indicaciones de la Biblia son suficientes para decir que la Biblia, sí, prohíbe
la fabricación de
imágenes como dioses falsos, (ídolos) pero nunca ha
prohibido las imágenes o esculturas como adornos religiosos. Que nadie entonces
los venga a molestar por tener una imagen o adorno en su templo o en su casa.
Es por falta de conocimientos bíblicos, o por mala voluntad, que los hermanos
evangélicos les meten estas cosas en la cabeza.
Las imágenes en nuestra vida diaria.
Ahora bien, hermanos, en nuestros
tiempos vemos por todos lados imágenes y estatuas. Cada país tiene sus propios
símbolos
patrios y estatuas a sus héroes.
En nuestras casas tenemos cuadros que
representan la imagen de alguna persona. Tengo en mi velador, por ejemplo, una
foto de
mi madre que ya está en el cielo; y contemplando esta foto
me acuerdo de ella. Incluso puedo colocar esta foto en un lugar bien bonito y
adornarlo con una flor y una velita... Y si alguien viene a mi casa a visitarme
y me dice, refiriéndose a la foto: «Qué mono más feo», por supuesto que me
siento muy ofendido. Así también
tenemos cuadros e imágenes en nuestras capillas que representan algunas
personas religiosas, como la Virgen María, la Madre de Jesús, algún santo
patrono de nuestros pueblos. Y ningún católico va a pensar que estas imágenes
son ídolos o falsos dioses. Estas imágenes simplemente nos hacen pensar en el
mismo Jesús o en tal o cual santo que está en la presencia de Dios y nos ayudan
a pensar en la belleza de Dios.
La Iglesia
Católica acepta el respeto y la veneración a estas imágenes en nuestros
templos, pero nunca ha enseñado la adoración a una imagen. A veces, dicen los
hermanos de otra religión que nosotros adoramos a las imágenes. Están muy, pero
muy equivocados y debemos, eso sí, perdonarles sus expresiones.
La Iglesia
Católica acepta que guardemos imágenes o cuadros en nuestros templos siempre
que no sea en forma exagerada. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que a
veces nuestras iglesias parecen una exposición de santos y en algún caso están
tan mal colocados, que no hay espacio ni para la imagen de Cristo. Ahí sí que
exageramos. Por eso el Concilio Vaticano pidió que no se repitiera más de una
imagen por cada santo y que el lugar central de la Iglesia, a ser posible, esté
reservado siempre para la imagen de Cristo.
Está claro, entonces, que nunca
podemos dar culto de adoración a una imagen, nunca podemos ponernos de rodillas
delante de
una imagen
para adorarla, pero sí podemos ponernos de rodillas ante una imagen para pedir
perdón por nues-tros pecados y para suplicar que el santo interceda ante Dios
por nosotros.
En todas estas discusiones, hermanos míos,
guardemos el amor. ¿Quién eres tu para juzgar a tú hermano? (Stgo. 4, 12). Cada
uno
puede arrodillarse en cualquier parte para invocar a Dios,
en el patio de su casa, en el campo. En la noche antes de acostarse uno puede
arrodillarse delante de un crucifijo para así hablar con Dios. A veces hay
gente que piensa que tal imagen es milagrosa y le atribuyen un poder mágico.
Debemos corregir estas actitudes y explicarles que sólo Dios hace mila-gros.
Por supuesto aceptamos que Dios puede actuar por intercesión de los
santos.
Hermanos: no aplastemos la fe de
nuestros hermanos que tal vez tienen poca formación cristiana, no critiquemos y
no hablemos
mal de otros. Ofender al hermano es un pecado muy grave. Es
triste constatar el lenguaje ofensivo de nuestros hermanos evangélicos hacia
los católicos. Tratemos de devolver bien por mal.
Martín Lutero, el fundador del
protestantismo y de las iglesias evangélicas, nunca rechazó las imágenes, todo
lo contrario él dijo
que las imágenes eran «el Evangelio de los pobres». ¿A quién
de nosotros no le gusta contemplar un lindo cuadro o una hermosa imagen? Muchas
veces mirando un cuadro o una imagen podemos más fácilmente entrar en oración y
en un profundo contacto con Dios. ¿Quién puede negar por ejemplo la belleza de
la Piedad de Miguel Angel? Pues bien, según los evangélicos habría que
destruirla porque va contra la Biblia ¡Qué disparate tan grande! Ello es hacer
decir a la Biblia lo que nunca la Biblia ha dicho. Ello es una distorsión de lo
que Dios nos quiere decir en la Biblia. Una regla de oro para interpretar la
Biblia es mirar siempre el contexto de una frase y no aferrarse a la letra,
porque en este caso, sin el contexto, hasta se puede hacer decir a la Biblia
que «Dios no existe» porque la Biblia pone esta frase en labios del tonto (Sal.
10, 4).
Los falsos dioses o ídolos de este mundo
moderno.
Hermanos, los ídolos o falsos dioses
de este mundo moderno no están en los templos, sino que son poderes que dominan
al
hombre moderno por dentro. Son poderes falsos que destruyen
las buenas relaciones con el prójimo y con Dios. Estos ídolos modernos están a
veces en nuestras calles, en nuestras instituciones, en nuestras comunidades y
familias. Esta es la idolatría que hemos de desterrar.
Pienso, por ejemplo, en el falso dios
del poder y de la dominación que quiere aplastar tu libertad y engañar pueblos
enteros; en el
falso dios «poder» que provoca guerras y matanzas de gente
inocente. Este es el «ídolo» moderno que se pasea por el mundo. Pienso en el
falso dios «dinero» que domina tu corazón, que comienza con mentiras, engaños,
robos, tráfico de drogas etc. y que pareciera que en nombre de este dios dinero
todo está permitido. Pienso en el falso dios del sexo desorientado, en el dios
que destruye la unión familiar, en el dios de la pasión que engaña al hombre y
a la mujer, es el falso dios que deja los niños desamparados, en el falso dios
que destruye el verdadero amor y que se resiste a servir a una comunidad.
El lugar desde donde estos falsos
dioses comienzan a brotar está en nuestro corazón. Es el demonio mismo que
quiere destruir
nuestro corazón como templo de Dios. Y mucha gente entre
nosotros, sin darse cuenta, está bajo el poder de estos falsos dioses y no dan
lugar en su corazón al único y verdadero Dios del amor.
Hermanos, no debemos buscar ídolos o
falsos dioses en cosas de madera o de yeso, en imágenes o cuadros, sino en
nuestro
corazón. Si volviera ahora Moisés a nosotros, no se
referiría a las imágenes ya que hoy no está el peligro de la idola-tría, sino
que gritaría: «No te hagas falsos dioses dentro de tu corazón, destruye los
vicios fuente de toda idolatría». Esto es lo que ya hicieron los profetas que
vinieron después de Moisés.
Los primeros misioneros
que evangelizaron América Latina trajeron de España y del Perú numerosas
imágenes del Señor, de la Virgen y de los santos. Son imágenes religiosas
cargadas de historia que penetraron hondamente en el alma de nuestro pueblo y
que aparte de su valor escultórico tienen el mérito de que ante ellas oraron
nuestros antepasados. Y cada capilla tiene las imágenes de sus patronos. Todas
ellas nos recuerdan los misterios centrales de la encarnación e ilustran de
alguna manera la Historia de la Salvación realizada por Dios a favor
nuestro.
Así que cuando lleguen los
evangélicos a las puerta de sus casas y les digan que los católicos somos unos
idólatras porque
adoramos las imágenes ya saben qué contestarles. Díganles
que no es correcto sacar frases de la Biblia fuera de su con-texto para hacer
decir a la Biblia lo que nunca dijo. Y que la Biblia nunca ha prohibido las
imágenes como adornos religiosos.
Finalmente hay que tener presente que
en el A. T. no podía representarse a Dios porque el Verbo no había tomado
cuerpo ni
forma humana. Pero en el N. T. es distinto. Con la
Encarnación, el Verbo Dios tomó forma humana y si El mismo se hizo hombre hace
dos mil años y nos mandó guardar su memoria es que quiere que nosotros lo
representemos así, como hombre, para recordar que «el Verbo se encarnó y habitó
entre nosotros». Y si representarlo en una pintura o en una imagen ayuda a
recordar su memoria ¿qué de malo hay en ello?
Pero por sobre todo hay que entender
la evolución gradual que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Algunas
sectas dan
la impresión que quedaron petrificadas en el Antiguo
Testamento y sólo por ignorancia o mala voluntad pueden decir lo que dicen. Es
decir, se aferran de textos aislados, los sacan de su verdadero contexto, y
confunden a los no iniciados en la Biblia. Y aquí le viene recordar que el
mismo Jesús confirmó esta progresiva evolución entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento cuando dijo: «Antes se les dijo... ahora les digo».
Cuestionario
¿Qué es lo que prohíbe la Biblia referente
a las imágenes? ¿Prohíbe las imágenes de falsos dioses? ¿Prohíbe las imágenes
como
objetos de
adorno o de veneración? ¿Qué mandó construir Dios a Moisés? ¿Había esculturas
en el templo de Jerusalén? ¿Qué habría que hacer, según los evangélicos, con
todas las imágenes, incluida la famosa Piedad de Miguel Ángel? ¿Cuáles son los
ídolos de hoy? ¿Cómo fustigaría hoy Moisés a los ídolos modernos?
Tema
2:
¿Puedo
cambiarme de religión?
Queridos hermanos:
El otro día un hermano evangélico me
dijo: «¿Por qué no viene a nuestro culto y se cambia de religión como aquel
sacerdote
católico que se hizo predicador del Evangelio?» Le contesté:
«Amigo mío, cambiar de religión sería para mí un pecado mayor. Pero dime, le
pregunté, ¿cómo se llama aquel sacerdote que era católico y que se cambió de
religión? ¿dónde vive? y ¿dónde pasó eso?». No sabía qué contestarme. No sabía
mi hermano evangélico cómo se llamaba el sacerdote, ni dónde vivía... pero
luego contó que tenía un casete grabado con su testimonio.
Bueno, le dije, cualquier persona
puede decir y grabar lo que quiera para sembrar dudas, pero este asunto me
huele a mentira, y
no olvidemos que «Dios odia a los mentirosos» (Prov. 6, 17).
Y suponiendo que sea verdad que algún sacerdote católico es infiel a su
vocación, esa no es ninguna razón para que yo me cambie de religión. Jesús
tenía Doce apóstoles y uno de ellos lo traicionó, pero no por eso hemos de
abandonar a Jesús y a la Iglesia que El fundó.
1. ¿Por qué no me puedo cambiar de Iglesia?
Primero, la religión no es como la
política: hoy pertenezco a un partido y mañana no me gusta y me cambio a otro.
La religión
tampoco es como cambiar de camisa. La religión es algo que
me merece mucho respeto.
Además la
religión católica, de la cual soy miembro, existe desde Jesucristo hasta ahora
y es la única Iglesia fundada por Jesucristo sobre el apóstol Pedro y sus
legítimos sucesores (Mt.16,13-19). Y además Jesús claramente dijo: «Yo estaré
con ustedes todos los días hasta el final del mundo». ¡Y el Señor Jesús no
miente!
Ahora bien, la religión pentecostal
comenzó recién en el año1906 en los Estados Unidos, como un movimiento de
renovación
dentro de los metodistas y de a poco se fue extendiendo por
todos los países de América Latina.
Desde aquella fecha hasta hoy esta
práctica de división ha sido como el distintivo de los pentecostales. Algunos
hablan ahora de
que ya son casi 300 las iglesias evangélicas distintas en
América Latina.
Les confieso
que tengo mucho respeto por el movimiento pentecostal y hasta creo que puede
llegar a ser un camino de santidad. Pero me es imposible cambiar de religión
porque estoy plenamente convencido de que la Iglesia Católica es la única
fundada por Jesucristo sobre Pedro y, por lo tanto, la única verdadera.
Un argumento que siempre debiera
estar a flor de labios de los católicos es este: Jesús fundó la Iglesia
Católica sobre Pedro: «Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.16,
18). De aquí se deduce que todas las Iglesias que son edificadas sobre otro
fundamento que no sea Pedro contravienen expresamente la voluntad de Cristo.
Esta es la verdad que glosa este versito:
Junto
al mar de Galilea el Señor dijo a Simón tú
estarás en el timón de la Santa Madre Iglesia.
¿Dónde
estaban, por ejemplo, los evangélicos en los años 100, 500 y 1000 y hasta el
siglo XVI? ¿Dónde estaban cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata? ¿Dónde estaban
cuando las grandes persecuciones romanas en que tantos cristianos murieron por
Cristo? Si para los evangélicos la Iglesia comienza con Lutero. ¿Cómo salvan
entonces la laguna temporal entre el nacimiento de Jesús y el siglo XVI?¿Qué
pasa durante estos 15 siglos de vida de la Iglesia? ¿Cómo se cumple durante
este lapso la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes».
Los evangélicos irrumpieron en la
historia sólo a partir de 1500, por tanto no tienen ni la historia ni el tesoro
de la Tradición
cristiana que tenemos nosotros. Tampoco tienen esta pléyade
de casi un millón de mártires que han dado la vida por Cristo y que tenemos los
católicos como un gran regalo de Dios.
Pero hay más.
Dentro de la Iglesia Católica Dios me comunica su Espíritu Santo y todos sus
carismas y dones espirituales. Dentro de esta Iglesia encuentro la verdadera
adoración al Dios único y verdadero. La Iglesia Católica me comunica sus
sacramentos, que son signos sagrados por los cuales Cristo mismo me santifica.
Y es sobre todo la Iglesia Católica la que me ofrece el Pan de vida en la
Eucaristía o Santa Misa. «Yo soy el Pan de vida que bajó de cielo, dice Jesús,
y si ustedes no comen del Cuerpo del Hijo del Hombre y no beben su Sangre, no
tienen vida». (Juan 6, 51, 53). La verdad es que hay muchas cosas que dejó
Cristo en la Iglesia y que yo no las encuentro en las iglesias Evangélicas y
que, reitero, solamente las encuentro en la Iglesia Católica.
2. La cuestión de la bebida
Ahora bien, a veces los hermanos
llaman a cambiar de religión por la cuestión del trago. Quieren dar la
impresión de que los
católicos somos todos unos borrachos. ¡Qué injusticia y qué
calumnia más grande! Llaman a cambiar de religión para «no tomar más» ¡como si
la religión católica fuera una religión de borrachos! Esto es una gran falta de
caridad y de justicia. Y aunque a veces hay personas que han dejado el trago al
hacerse evangélicos, ello no significa que nuestra religión sea una religión de
borrachos.
En estos
últimos tiempos y en algunos lugares, muchos católicos por distintas razones se
han pasado a los hermanos evangélicos. Pero yo les digo a los católicos: No se
desanimen. «No temas, pequeño rebaño», porque al Padre de ustedes le agradó
darles el Reino (Lc. 12, 32).
En la historia de la Iglesia Católica,
una historia de 2000 años, hubo épocas en que casi todos abandonaron la
verdadera fe. Por
ejemplo en el año 356 se metió la herejía del arrianismo
entre los creyentes y casi todos, hasta obispos y sacerdotes, abandonaron la
Iglesia. Tiempo después terminó el arrianismo y volvieron otra vez a la Iglesia
Católica. ¿Sucederá igual ahora?
En el año1200 aparecieron en Europa
los cátaros y los waldenses, hombres muy piadosos y espirituales, predicaban
otra religión
y daba la impresión que iban a terminar con todos los
católicos. Luego terminó el fervor de estos grupos y hoy día ya nadie habla de
ellos. Pero la Iglesia Católica sigue. En los años 1500, Lutero y Calvino
protestaron contra algunos abusos que había en el interior de la Iglesia
Católica. Formaron iglesias separadas, las iglesias protestantes, que después
con el tiempo se dividieron en muchísimas iglesias. Hoy en día muchas de estas
iglesias se sienten avergonzadas de tantas divisiones, porque saben muy bien
que Jesús quiere ver a sus seguidores todos unidos como una sola familia. Las
divisiones de las iglesias son la gran tentación de todos los tiempos. Y si lo
miramos con altura hoy es el mismo Espíritu Santo quien suscita deseos de
unidad al interior de todas las Iglesias.
3. Los falsos profetas.
Ya en tiempo de San Pablo, se
metieron falsos profetas que entregaban enseñanzas mentirosas: «Hermanos, dice
el Apóstol, les
ruego en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo que se pongan
de acuerdo y que no estén divididos» (1 Cor.1, 10). «Me admira mucho que
ustedes estén dejando tan pronto a Dios y que estén siguiendo un mensaje de
salvación tan diferente. Lo que pasa es que hay algunos que les molestan a
ustedes y quieren cambiar el mensaje de salvación de Cristo. Pero si alguien
les da a ustedes un mensaje de salvación distinto del que les hemos dado, que
esta persona sea puesta bajo nuestra maldición» (Gal.1, 6-9).
Lo mismo escribe San Pablo en su
carta a los Corintios contra los falsos apóstoles (2 Cor. 11,1-15). Algunos se
han desviado y se
han perdido en discusiones inútiles. Quieren ser maestros de
religión, pero no entienden ni lo que ellos mismos dicen, ni lo que pretenden
enseñar con tanta seguridad. (1 Timot. 1, 4-7 y 6. 3-5).
También el apóstol Pedro advierte
contra los que enseñan mentiras: «Hay maestros mentirosos entre ustedes. Ellos
enseñan
secretamente sus ideas dañinas, negando así al propio Señor
que los salvó. Hablan mal del verdadero camino que es el Evangelio y en su
ambición de dinero, los explotan a ustedes con enseñanzas falsas.» (2 Pedr. 2,
1-3).
4. Predicar el Evangelio «a mi manera».
Queridos
amigos: estos textos no los invento yo, están escritos en la Biblia. Y al igual
como en otros tiempos había grupos de cristianos que predicaban el Evangelio a
su manera, así no debemos asustarnos que ahora también aparezcan grupos que
predican y explican el Evangelio a su manera. No se desanimen, no se dejen
engañar, no acepten verdades a medias que son lo mismo que una mentira. Siempre
ha existido la tentación de abandonar la Iglesia Católica y formar nuevas
iglesias. Siempre que hay problemas, crisis o pecado en el seno de la Iglesia
se producen divisiones.
Es lo mismo que una familia.
Supongamos que un día todo va mal en casa, que papá y mamá se portan mal,
discuten, pelean. No
por eso los hijos deben arrancarse de la casa, sino que, con
prudencia y cariño, deben pedir que los padres se corrijan y se amen entre
sí.
Donde hay pecados, hay desunión,
cismas, herejías, discusiones... Pero donde hay virtud, hay unión, de donde
resulta que todos
los creyentes tienen un solo corazón y una sola alma. Así
también debemos amar a esta Iglesia de Cristo que es santa y pecadora, y pedir
la purificación de esta gran familia de Dios. Pero sería un pecado mayor
salirse de esta Iglesia Católica para formar otra iglesia. Cada uno tiene que
decir su propio «mea culpa» por la
responsabilidad que le cabe en la marcha de la Iglesia. Ojalá nuestra Iglesia
pudiera aparecer «sin mancha ni arruga», pero por el momento -somos peregrinos
a la eternidad- todos somos caminantes y a todos se nos pega el polvo del camino.
Aunque todos abandonen la Iglesia
Católica, yo seguiré siendo miembro de esta Iglesia de Cristo. No olvidemos que
al final de la
vida de Jesús casi todos lo abandonaron. Y hoy más que nunca
tienen vigencia aquellas palabras de Jesús: ¿Y ustedes también quieren
abandonarme? Al pie de la cruz de Jesús estaban sólo su Madre María, el apóstol
Juan y algunas mujeres (Juan 19, 25-27) ¿Dónde estaban los otros
discípulos?
Y cuando Jesús
habló a sus discípulos acerca de comer su Cuerpo y beber su Sangre (Juan 6, 56)
muchos discípulos suyos le dijeron: «Esto que dice es muy difícil de aceptar,
¿quién puede hacerle caso?» ( Jn. 6, 60) Y muchos lo abandonaron. Luego Jesús
preguntó a sus Doce apóstoles: «¿Quieren irse ustedes también?» (Juan 6, 67).
Queridos hermanos católicos, después
de todo, les he hablado con mucho amor, pero con un amor que busca la verdad.
No tengo
ninguna intención de ofender a nadie. Y termino recordando
que, por cosas muy respetables que tengan las religiones evangélicas, el
Concilio Vaticano nos dice que solamente en la religión Católica está la
plenitud de la doctrina de Cristo y la plenitud de los medios de salvación
dejados por Cristo a su Iglesia. Y si alguien queda con dudas acerca de alguna
parte de esta carta, converse con cualquier sacerdote, religioso o laico bien
formado. Solamente la verdad nos hará libres». (Jn. 8, 32).
¿Cuál fue el objetivo primordial del
Concilio Vaticano?
El objetivo primordial del Concilio
Vaticano fue promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos.
Porque siendo
una sola la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas,
sin embargo, las denominaciones cristianas que se presentan a los hombres como
la herencia de Jesucristo. Y naturalmente esta división, además de contradecir
abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la
predicación del Evangelio a todos los hombres.
¿Qué es el Ecumenismo?
El Ecumenismo
es un movimiento que se ordena a favorecer y fomentar la unidad de los
cristianos para que, superados poco a poco los obstáculos que impiden la
perfecta comunión eclesial, todos los cristianos se congreguen en una única
celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad que Cristo dio a su Iglesia
desde un principio y que creemos subsiste indefectible en la Iglesia Católica.
El verdadero ecumenismo no puede darse sin una conversión interior. Tenemos que
implorar esta gracia del Espíritu Santo y orar para que pronto llegue el día de
la perfecta unidad tan deseada y querida por Jesús.
Dios quiera que vayamos avanzando
hacia la plena unidad. Hacia aquella unidad que pidió Jesús en su oración
sacerdotal: «Que
todos sean uno como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti» Jn
17, 21.
Cuestionario
¿Cuál es la
única Iglesia fundada por Jesucristo? ¿Sobre quién fue fundada la Iglesia
Católica? ¿Quiénes son los principales 'fundadores' de las religiones
'modernas'? ¿Autorizó Jesús a alguien fuera de Pedro para que fundara alguna
iglesia? ¿Puedo vivir la fe «a mi manera»? ¿Puedo cambiarme de religión?
Tema
3:
¿El
Sábado o el Domingo?
Queridos hermanos católicos:
El otro día una familia me contó que
recibió una visita de un señor muy educado. Y con la mejor de las sonrisas, el
hombre les
ofreció en venta unos hermosos libros de cultura general.
Dicen que habló tan bonito de tantas cosas... pero al final terminó con un tema
de religión, diciendo que los católicos están equivocados, que, según la
Biblia, deben reemplazar la celebración del Domingo por la del sábado, pues el
sábado es el día bíblico y el Domingo es una adulteración de los
católicos.
Le expliqué que tal caballero
seguramente era un misionero de la religión Adventista del Séptimo día. Pues son
ellos quienes
observan el día sábado y pro-claman que ellos son los únicos
que cumplen con la Biblia.
¿Qué debemos pensar de todo
esto?
Bueno, antes que hablar del día
Domingo o sábado, debemos decir que los hermanos adventistas son, en esta observancia
del día
sabado, tan escrupulosos como los fariseos que nos pinta el
santo Evangelio. No han aprendido nada de la «libertad de espíritu» con que
Jesús hablaba del día sábado.
Además los
adventistas estudian la Biblia en base a textos aislados, y olvidan que la
Revelación Divina sigue en la Sagrada Escritura una evolución progresiva; y,
sin seguir esa evolución en los diversos libros inspirados, es prácticamente
imposible comprender el verdadero sentido de una enseñanza bíblica.
No debemos quedarnos con unas
pocas páginas de la Biblia, sino que debemos leer toda la Biblia.
1. ¿Qué nos enseña el A. T. acerca del día
sábado?
La palabra «sabat» (sábado) significa
«descanso» «reposo» o «cesación.» Es decir, que «sábado» significa simplemente
«un
tiempo de descanso» y no tiene originalmente ningún
significado como «el séptimo día de la semana»
De hecho se
emplea en la Biblia la palabra «sábado» con diversas significaciones. A veces
significa «un reposo» de un día (Ex. 20,10). Otras veces este reposo es de «un
año» (Lev. 25,4). Alguna vez indica también un período de 70 años (2 Crón. 36,
21).
Ahora bien, ¿de dónde viene el día
sábado como séptimo día consagrado a Dios? Leemos la Biblia: «Así fueron hechos
el cielo y
la tierra y todo lo que hay en ellos. Dios terminó su
trabajo el séptimo día, y descansó en este día de todo lo que había hecho.
Bendijo Dios el séptimo día y lo hizo santo porque ese día El descansó de todo
su trabajo de creación». (Gén. 2, 2-3)
«En seis días Yavé hizo el cielo y la
tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, pero el séptimo día Yavé descansó, y
por eso
bendijo el sábado y lo hizo sagrado». (Ex. 20, 11).
«Seis días trabajarás y harás tus
obras, pero el séptimo es sábado de Yavé tu Dios» (Deut. 5, 13-14).
Nos damos cuenta de que en estos
textos la palabra «sábado» (descanso) tiene para los istraelitas del Antiguo
Testamento un
nuevo sentido, un sentido religioso. El sábado les recordaba
la creación de Dios en seis días con su descanso en el Séptimo día; este último
día es consagrado a Dios. Y el hombre también con su trabajo imita la actividad
de Dios Creador y con su «descanso» («sabat») del séptimo día el hombre imita
el reposo sagrado de Dios. (Ex. 31, 13).
Así el día sábado se convirtió para
los israelitas en una señal, en una de sus prácticas más típicas e importantes.
Esta señal del día
sábado y la circuncisión eran características mediante las
cuales el pueblo de Israel se distinguía de los otros pueblos que lo rodeaban.
Y durante toda la historia del A.T. el pueblo de Israel guardó fidelidad a
estas dos señales.
Con el tiempo la práctica del reposo
del sábado fue asumida por la ley judía en forma muy estricta, con 39
prohibiciones de
trabajo: prohibición de recoger leña (Núm. 15, 32);
prohibición de preparar alimentos (Ex. 16, 23); prohibición de encender fuego
(Ex. 35, 3); etc. Poco a poco la práctica del reposo del sábado se convirtió en
una observancia escrupulosa e hipócrita. Los profetas del A.T. lanzan una dura
crítica contra la práctica legalista del sábado que ha convertido a los
israelitas en un pueblo sin devoción interior (Os. 1, 2 y Os. 2, 13).
2. ¿Celebraba Jesús el día sábado?
Jesús no suprime explícitamente la
ley del sábado. El, en día sábado, visitaba la sinagoga y aprovechaba la ocasión
para anunciar
el Evangelio (Lc. 4, 16). Pero Jesús, al igual que los
profetas, atacaba el rigorismo formalista de los fariseos y de los maestros de
la Ley: «El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.»
(Mc. 2, 27). Para Jesús el deber de la caridad es anterior a la observancia
material del reposo; por eso El hizo varias sanaciones en día sábado, obras
prohibidas en este día. (Mc. 3, 1-6; Lc. 14, 1-6; Lc. 6, 1-5). Además Jesús se
atribuyó poder sobre el sábado: «el Hijo del hombre es Señor del sábado.» (Mc.
2, 28). En otras palabras, Jesús es dueño del sábado. (Lc. 6, 1-5).
Por supuesto que esta nueva manera de
observar el sábado chocó violentamente con la mentalidad legalista de los
fariseos. Y éste
era uno de los cargos graves contra Jesús (Jn. 5, 9). Pero
El estaba consciente de que, haciendo el bien en día sábado, imitaba a su
Padre, el cual habiendo reposado el sexto día, al final de la creación,
continúa rigiendo el mundo y vivificando a los hombres. «Mi Padre ha trabajado
hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn. 5-17).
La actitud de Jesús frente al día
sábado nos enseña que él actuó con libertad de espíritu frente a esa ley, y
nunca consideró la
observancia del sábado como algo esencial en su prédica,
esto era para Jesús algo menos importante.
Pero Jesús dijo claramente«que no
vino a suprimir la ley sino a darle su verdadero significado» (Mt. 5, 17). En
su actitud no se
trata de cumplir la ley al pie de la letra, sino que
promueve una evolución de la ley hacia su perfección.
3. La Resurrección de Jesús.
El argumento fundamental para optar
por el día Domingo procede de la Resurrección del Señor. Los cuatro
evangelistas
concuerdan en que la Resurrección de Cristo tuvo lugar en
«el primer día de la semana», que corresponde al día Domingo de ahora. (Mt. 28,
1; Mc. 16, 2; Lc. 24, 1; Jn. 20, 1 y 19). El hecho de la Resurrección de Cristo
en el día Domingo para los discípulos era altamente significativo y será desde
entonces el centro de la fe cristiana.
Hay dos razones fundamentales
para celebrar este día de la Resurrección:
1) Con su Muerte y Resurrección,
Jesús comenzó la Nueva Alianza y terminó la Antigua Alianza. Durante la última
Cena, Jesús
proclamó: «Esta copa es la Alianza Nueva, sellada con mi
sangre, que va a ser derramada por ustedes.» (Lc. 22, 20). Los discípulos de
Jesús poco a poco se dieron cuenta de que en esta Nueva Alianza la ley de
Moisés y sus prácticas tendrían otro sentido.
La Muerte y Resurrección de Cristo
significaban también para los primeros cristianos la Nueva Creación, ya que
Jesús culminaba
su obra precisamente con su Muerte y Resurrección justo en
el día Domingo, que será desde entonces «el día del Señor».
Nosotros también hemos recibido la
promesa de entrar con Cristo en este reposo (Hbr. 4, 1-16). Entonces, el día
Domingo, «el
día del Señor», será el verdadero día de descanso, en que
los hombres reposarán de sus fatigas a imagen de Dios que reposa de sus
trabajos (Hbr. 4, 10 y Apoc. 14, 13).
De ahí en adelante la fe de los
cristianos tiene como centro a Cristo Resucitado y Glorificado. Y para ellos
era muy lógico
celebrar el «Día del Señor» (Domingo) como el «Nuevo día» de
la Creación. (Is. 2, 12).
4. La práctica de los primeros cristianos.
Los primeros
cristianos siguieron en un principio observando el sábado y aprovechaban las
reuniones sabáticas para anunciar el Evangelio en el ambiente judío. (Hch. 13,
14). Pero luego el primer día de la semana (el Domingo) empezó a ser el día del
culto de la primitiva Iglesia. «El primer día de la semana, estando nosotros
reunidos para partir el pan...» (Hch. 20, 7). Sabemos que «partir el pan» es la
expresión antigua para designar la santa Misa o Eucaristía. Es entonces muy
claro que los primeros cristianos tenían su reunión litúrgica -la Santa Misa-
en el día Domingo, tal como se hace hoy. Escribe Juan, el autor del libro
Apocalipsis: «Sucedió que, un día del Señor, quedé bajo el poder del Espíritu
Santo» (Ap. 1, 10).
5. ¿Qué nos enseña el apóstol Pablo?
Jesús había
dicho: «Yo no vine a terminar con la ley , sino a completar la ley, dándole su
última perfección» (Mt. 5, 17). San Pablo en sus cartas desarrolla esta misma
idea: «El fin de la ley es Cristo» (Rom. 10, 4). Así para el apóstol la
plenitud de la ley no se encuentra en el cumplimiento literal de la ley, sino
en la fe en Cristo. Pablo dice que «la ley ha sido nuestro maestro hasta
Cristo» (Gal. 3, 24) y con Cristo se inicia la Nueva Alianza (1 Cor. 11,
25).
El apóstol Pablo tuvo sus discusiones
acerca del día del Señor. Al comienzo tenía la costumbre de predicar en las
sinagogas el día
sábado para
los judíos, pero cuando le rechazaban sus enseñanzas, él se volvía a los
gentiles. En este ambiente no judío, Pablo no daba importancia a las costumbres
judías, como la circuncisión, el día sábado, etc. Pablo se reunía con los
nuevos creyentes el primer día de la semana, y trasladaban las prácticas que
los judíos solían hacer en día sábado, como la colecta de la limosna, al primer
día de la semana. (1
Cor. 16, 1-2)
Esta actitud en favor de los gentiles
convertidos provocó una fuerte discusión en la Iglesia. Luego, este asunto fue
tratado en una
reunión en Jerusalén, con los apóstoles y ancianos de esta
Iglesia. Ahí tomaron la decisión de no imponer a los gentiles convertidos
ninguna carga o práctica judía, salvo lo absolutamente necesario (Hch. 5,
28-29). Con esta decisión quedó abierta la puerta a los gentiles, sin
obligarlos a la ley judía. Ahora bien, Pablo escribe a los Colosenses: «Que
nadie los moleste a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de
fiesta, lunas nuevas o días de descanso.» (Col. 2, 16) Además criticó el afán
de dar demasiada importancia a ciertos días (sábado), meses, fechas y años
(Gál. 4, 10). El siempre recomendó evitar estas polémicas secundarias y dar
importancia a la caridad.
6. Consideración final.
No cabe la
menor duda de que los primeros cristianos santificaron, descansaron y
celebraron el Domingo como «el día del Señor.» Esta práctica tiene pleno
fundamento en la Biblia. Respetamos el hecho de que los judíos celebren el
sábado en la forma indicada en el Antiguo Testamento (ellos no son una religión
cristiana). En cuanto a algunos grupos, como los adventistas, que se dicen ser
cristianos, y que defienden la celebración del sábado -no del Domingo- tenemos
que decir que no interpretan bien toda la Biblia, ya que se quedan con una
práctica judía del A. T. y no siguieron el cumplimiento del N. T. Esto sucede
porque interpretan la Biblia en forma literal y parcial, y olvidan que Jesús
completó y perfeccionó el A. T.
Los católicos,
entonces, estamos en la verdad al celebrar el día Domingo. Para terminar,
repito las palabras del apóstol Pablo: «Que nadie les critique por cuestiones
de comidas o bebidas o con respecto a días de fiestas, lunas nuevas o días de
descanso... Todo esto es sombra de lo venidero» (Col. 2, 16-17).
Me consta que muchos adventistas
pasan como obsesionados casa por casa llamando a los católicos a cambiarse de
religión por la
cuestión del día sábado. ¡Como si esto fuera lo más
importante de la Biblia! Y me consta que muchos adventistas al pasar por las
casas de los católicos les piden la Biblia y les leen los textos aislados del
A. T, donde el Señor llama al pueblo judío a santificar el sábado, y dicen a la
gente: «Fíjense, en su misma Biblia católica Dios manda observar el sábado... ¿No
ven que ustedes están equivocados?».
Esto es abusar de la Biblia y de la
buena fe del pueblo sencillo. Es usar de una verdad a medias para sembrar dudas
y perturbar a
la gente sencilla. Por eso es conveniente que ustedes,
amigos, lean varias veces este tema hasta que se empapen bien de lo que aquí se
dice, y cuando pasen los adventistas sepan qué responderles, con caridad sí,
pero también con energía y con claridad.
En definitiva,
los católicos no hemos quedado petrificados en el Antiguo Testamento ni somos
esclavos de frases sacadas de su verdadero contexto. Los católicos aceptamos
este evolución querida por Dios entre Antiguo y Nuevo Testamento y aceptamos a
Jesús como Amo y Señor de la Historia y tenemos muy claro que la realidad
presente deja muy atrás los signos con que fue prefigurada. Es por eso que
santificamos el día Domingo.
Cuestionario
¿Qué enseñan con
insistencia los Adventistas sobre la observancia del sábado? ¿Qué dice la
Biblia en el A. T.? ¿Cómo la Iglesia Católica pasó del Sábado al Domingo? ¿Hay
una evolución entre A. T. y N. T? ¿Consideró Jesús la observancia del Sábado
como algo esencial? ¿Qué dijo Jesús en Mc. 2, 28? ¿Por qué los católicos
observamos el Domingo? ¿Cuál fue la práctica de San Pablo?
Tema
4:
¿Tenía
hermanos Jesús?
Queridos hermanos:
En la Biblia leemos que los
habitantes de Nazaret, hablando de Jesús, decían: «Este es el Hijo del
Carpintero y su Madre es
María, es hermano de Santiago, José, Simón y Judas, y sus
hermanas también viven aquí entre nosotros.» (Mt. 13, 55-56)
En otra parte de la Biblia leemos:
«Un día Jesús estaba predicando y los que estaban sentados alrededor de él le
dijeron: «Tu
madre y tus hermanos están afuera y te buscan». (Mc. 3,
32)
Los que no conocen bien la Biblia
sacan de estos textos la precipitada y erró-nea conclusión de que María tuvo
más hijos y que
por tal razón no pudo haber quedado virgen, como creen los
católicos. Muchos hermanos evangélicos hablan así, al parecer, no por amor a la
verdad, sino simplemente para desorientar a los católicos y para que la gente
sencilla abandone la verdadera fe en Cristo, en su Iglesia y en la Virgen
María. En esta carta quiero explicarles cuán equivocadas están estas personas
que piensan que Jesús tuvo más hermanos en el sentido estricto.
1) «Hermanos y hermanas» en el sentido
bíblico.
Es verdad que en los evangelios se
habla de «los hermanos y hermanas de Jesús.» Pero eso no quiere decir que sean
hermanos de
sangre de Jesús, o hijos e hijas de la Virgen María.
Jesús, en su
tiempo, hablaba el idioma arameo (que es como un dialecto del hebreo) y en las
lenguas arameas y hebreas se usaba la misma palabra para expresar los distintos
grados de parentesco cercano, como «primo», hermano», «tío», «sobrino», «primo
segundo»... Y para indicar estos grados de parentesco, simplemente, usaban la
palabra «hermano o hermana.»
Por ejemplo:
Abhraham llama «hermano» a su sobrino Lot (Gén. 13, 8 y Gén 14, 14-16) Labán
dice «hermano» a su sobrino Jacob (Gén. 29, 15).
Es decir, en la Biblia no se usan las
palabras «tío» o «sobrino», sino que a los que descienden de un mismo abuelo se
les llama
hermanos.
Ahora bien, para evitar las
confusiones, la Biblia usa varios modismos. Por ejemplo: si se trataba de
hermanos verdaderos, hijos
de una misma madre, se usaba la expresión: «Tu madre y los
hijos de tu madre.» Esta era la única manera correcta de expresarse. En
Mateo16, 17 se usa la expresión «Simón, hijo de Jonás» para decir que el papá
de Simón es Jonás.
En ningún
lugar del Evangelio se habla de los hermanos de Jesús en sentido estricto, como
«hijos de María». Por tanto en la Biblia no aparece ningún hermano de Jesús
según la carne.
En el Evangelio de Lucas leemos que
Jesús subió a Jerusalén junto con María y José. El niño Jesús tenía ya 12 años.
Este relato
no menciona ningún hermano de Jesús en sentido estricto. Así
el texto nos hace entender que Jesús es el hijo único de María. (Lc. 2,
4152).
Al momento de morir, Jesús confió su
madre María al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, precisamente porque María quedaba
sola,
sin hijos propios y sin esposo. Para los judíos una mujer
que se quedaba sola era signo de maldición. Por eso Jesús confía María a Juan y
también Juan a María.
«Cuando Jesús vio a su madre, y de
pie junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, Jesús dijo a su madre:
«Madre, ahí
tienes a tu hijo. Luego le dijo al discípulo: Ahí tienes a
tu madre. Y desde entonces ese discípulo la recibió en su casa» (Jn. 19,
26-27).
2) ¿Quiénes son «estos hermanos de Jesús»?
La Biblia nombra a cuatro
«hermanos» de Jesús (Mat. 13, 55-56).
En Mt. 13, 55-56 encontramos los
nombres de cuatro «hermanos» de Jesús: Santiago (o Jacobo), José, Simón y
Judas.
De estos cuatro hermanos de Jesús
arriba mencionados, dos eran apóstoles: Santiago «el hermano del Señor» (Gál.
1, 19) es el
apóstol Santiago «el Menor» (Mc. 15, 40), y Judas, «servidor
de Jesucristo y hermano de Santiago».
La madre del
apóstol Santiago el Menor se llama María y esta María, madre de Santiago y
José, estaba junto a la cruz de Jesús (Mc. 15, 40) y era «hermana de María la
Madre de Jesús» (Jn. 19, 25) y tía de Jesús. Es la que el Evangelista llama
María de Cleofás (Jn.
19, 25)
Comparando los textos bíblicos entre
sí, está claro que ni Santiago ni los otros tres nombrados «hermanos de Jesús»
eran hijos de
la Virgen María y José, sino primos hermanos de Jesús.
Hagamos el árbol genealógico de
las dos familias:
«Padre» + madre = hijo (José +
María =Jesús)
Alfeo o Cleofás + María = hijos:
Santiago, José, Simón y Judas.
3) Jesús es el hijo primogénito de María:
Otros dicen que la Biblia nombra a
Jesús como el «primogénito» o sea «el primer hijo de María» y eso es señal de
que María
tuvo más hijos.
El hecho de que Jesús sea «primer
hijo» no significa que la Virgen María tuviera más hijos después de Jesús; de
ninguna manera
quiere decir eso el Evangelio. «Y dio a luz a su primer
hijo» (Lc. 2, 7) quiere decir que «antes de nacer Jesús, la Virgen no había
tenido otro hijo».
Y esto era muy importante para los
judíos, porque siendo Jesús el primogénito, o sea, el primer hijo, quedaba
consagrado
completamente a Dios. (Ex. 13, 2). Y es que la Ley del Señor
mandaba que el primer hijo fuera consagrado u ofrecido totalmente a Dios (Ex.
13, 12 y Ex. 34, 19). Por eso Jesús, por ser el primogénito o primer hijo ya
desde su nacimiento quedaba ofrecido y consagrado totalmente al servicio de
Dios.
Esto, y no otra cosa, es lo que
enseña el Evangelio al decir que Jesús fue el «primer hijo» (Primogénito) de la
Virgen María. En
ningún caso quiere decir el primero entre otros
hermanos.
4) El uso de la palabra «hermano» en el
sentido religioso.
Un día
preguntó Jesús a sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos? Y mirando a los que estaban en torno a él añadió: Aquí están mi madre
y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios ese es mi hermano,
mi hermana y mi madre» (Mt. 12, 49-50). Jesús fue el primero en utilizar la
palabra «hermano» no en sentido carnal, sino en sentido figurado
En el Evangelio de Juan (20, 17),
Jesús llama a sus discípulos y apóstoles: «mis hermanos» y en la carta a los
Hebreos (2, 11)
todos los redimidos por Cristo son «sus hermanos.» Cristo es
«el Primogénito de estos hermanos.» (Rom. 8, 29).
En este
sentido aparece la palabra «hermano» 160 veces en las cartas apostólicas del N.
T. «Hermanos pues, en este sentido, hoy como ayer, son todos los que creen y
aceptan a Jesús.» Y en esto los hermanos evangélicos son muy inconsecuentes
porque en sus sermones usan a cada rato la expresión «hermanos» en sentido
figurado (todo el mundo entiende que no se trata de hermanos carnales) Pero
cuando se trata de interpretar esta palabra en el N. T., dicen que hay que
entenderla en sentido carnal, de verdaderos hermanos según la sangre.
La Iglesia Católica, al igual que las
iglesias Evangélicas, tiene ahora también la costumbre de llamar a sus fieles
«hermanos y
hermanas». ¿Significa esto que todos somos hermanos según la
carne? De ninguna manera, sino que utilizamos la palabra «hermanos» en sentido
figurado. ¿Por qué, entonces, los evangélicos tienen tanto empeño en
interpretar la palabra «hermano» sólo en sentido literal para concluir que la
Virgen tuvo otros hijos? ¿No hay aquí una tergiversación o mala interpretación
de textos? ¿No será que se utilizan estos textos tan sólo como un pretexto para
confundir a los católicos poco familiarizados con la Biblia?
Ojalá que
estas palabras «hermano y hermana» no sean para nosotros palabras conflictivas.
Hermanos según la carne son los hijos de unos mismos padres. Hermanos según el
espíritu somos todos los seres humanos, mayormente los que son miembros de una
misma comunidad o familia religiosa.
Queridos
hermanos y amigos en Cristo: Creo que estas explicaciones bastan para aclarar
el sentido bíblico de la expresión «hermanos y hermanas del Jesús.» Que nadie
los venga a molestar ahora con discursos erróneos y a decirles que María tenía
muchos hijos... Los que hablan así son personas que no conocen bien la Biblia;
es gente que interpreta la Palabra de Dios a su propio gusto y quiere solamente
sembrar dudas y mentiras. ¿No dijo el apóstol Pedro que debemos ser prudentes con
nuestras interpretaciones privadas de la Biblia? (2 Pedr. 1, 20).
Y por último, queridos hermanos, yo
también los nombro con la palabra hermanos, les pido que no hagan caso de
palabrerías,
sino que sean realmente capaces de vivir este gran sueño de Jesucristo
que es construir el Reino de Dios en que todos los hombres volverán a ser
hermanos.
¿Qué dijo el Concilio Vaticano sobre el
Ecumenismo?
El Concilio Vaticano nos recuerda que
«Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la Cruz, como víctima
inmaculada, oró
al Padre por los creyentes diciendo: 'Que todos sean uno,
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en
nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado' (Jn. 17, 21). Jesús instituyó
en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se
significa y se realiza la unidad de la Iglesia»
¿A quién envió Jesús después de
su Resurrección?
Jesús, después de su Resurrección,
envió al Espíritu Santo que había prometido, y por medio del cual llamó y
congregó al pueblo
de la Nueva Alianza, que es la Iglesia, en la unidad de la
fe, de la esperanza y de la caridad, como enseña el Apóstol: «Un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo» Ef. 4, 5.
¿Cuál es, por tanto, el principio de unidad
de los creyentes?
El principio de unidad de los
creyentes es el Espíritu Santo que habita en los fieles y llena y gobierna a
toda la Iglesia, realiza esta
admirable unión de los fieles y los une estrechamente a
Cristo.
¿A quién confió Dios el oficio de enseñar,
regir y santificar la Iglesia hasta el fin de los tiempos?
Jesucristo confió a los Doce
apóstoles el oficio de enseñar, de regir y de santificar. (Mt. 18, 18). Y los
sucesores de los apóstoles
son hoy los Obispos y el Romano Pontífice.
¿A quién destacó Jesús en forma especial?
De entre los Doce apóstoles Jesús
destacó especialmente a Pedro, sobre el cual determinó edificar su Iglesia,
después de exigirle
la profesión de fe. A él le prometió las llaves del Reino de
los cielos, y previa manifestación de su amor, le confió su grey para que la
confirmara en la fe y la apacentara en la perfecta unidad, reservándose ser El
mismo la Piedra fundamental y el Pastor de nuestras almas (Mt. 16, 19; Mt. 18,
18; Lc. 22, 32).
¿Por qué los cristianos santificamos el día
Domingo?
«La Iglesia, por una tradición
apostólica, que trae su origen el mismo día de la Resurrección de Cristo,
celebra el misterio Pascual
cada ocho días, en el día que se ha llamado con razón: día
del Señor o Domingo. Este día, los fieles deben reunir-se a fin de que,
escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, re-cuerden la
Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús».
¿Qué acontece en nuestros tiempos?
Lo que hoy acontece es que muchos
cristianos toman el día Domingo tan sólo como el día de descanso pero sin
ninguna
referencia a Dios lo que constituye un verdadero error
porque no olvidemos que:
A los
tres días cumplidos de su muerte y su pasión el
Mesías verdadero hizo su Resurrección.
Cuestionario
¿Cuál es el texto bíblico donde se
habla de los 'hermanos' de Jesús? ¿Qué acontecía con el arameo en tiempo de
Jesús? ¿A
quiénes se
daba el nombre de hermanos? ¿Qué ejemplos de ello hay en el A. T.? ¿Tuvo otros
hermanos 'según la carne' Jesús? ¿Tuvo otros hijos María? ¿Por qué esta
insistencia de los evangélicos en interpretar la palabra 'hermanos' como
hermanos de sangre y no como comunidad de hermanos?
Tema
5:
¿Jesús
fundó una o muchas iglesias?
El otro día me
encontré con un amigo-hermano y, conversando acerca de la Biblia y la Iglesia
Católica, me dijo lo siguiente: «Sólo Cristo salva... las iglesias no salvan...
todos los caminos llevan a Dios... todos vamos a El por caminos distintos. Da
lo mismo una religión que otra».
Le contesté que me extrañaba mucho
que él, siendo un hombre inteligente y conocedor de la Biblia, pudiera decir
estas cosas que
son verdades a medias. Es verdad, le dije, que Jesús es el
Señor y Salvador, pero no es verdad que la Iglesia no tiene ninguna
importancia.
No podemos
negar que Jesús mismo fundó su Iglesia sobre la piedra o roca que es Pedro, y
además Jesús entregó las llaves del Reino de los cielos al apóstol Pedro para
atar y desatar aquí en la tierra. Esto no lo invento yo, le dije, sino que está
claramente escrito en la Biblia.
Y le hice leer a mi amigo el texto
del Evangelio de San Mateo 16, 13-19. Es el pasaje bíblico en el que el apóstol
Simón Pedro
proclama que «Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo.» Y
Jesús felicitó a Pedro por esta proclamación de fe, porque realmente esta fe
viene de Dios. Luego Jesús dijo algo muy importante a Simón Pedro: «Y ahora, yo
te digo: 'Tú eres Pedro, o sea, piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
y las fuerzas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino
de los cielos. Todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y lo que
desates en la tierra será desatado en los cielos».
1. ¿Qué quiso decir Jesús a Simón Pedro?
1)
Jesús da al apóstol Simón un nuevo nombre: «Pedro» (En
el texto original griego está escrito «Petra» que significa en
castellano 'piedra', 'roca'). Quiere decir que el apóstol
Simón tendrá la función de ser la «piedra» o «roca» sobre la que Cristo fundará
su Iglesia. Así Pedro fue señalado por Jesús para ser como la base visible de
su Iglesia en la tierra.
2)
Jesús da también a Pedro la autoridad de 'atar' y
'desatar'. Para los judíos 'atar y desatar' significa declarar lo que es
prohibido y
lo que es permitido. Por tanto le corresponde a Pedro
declarar lo que es permitido y lo que no es permitido en la Iglesia de
Cristo.
3)
Las fuerzas del demonio no podrán vencer a la Iglesia
de Cristo, y por más que intenten hundirla, no lo lograrán.
2. ¿Qué significados tiene la palabra Roca?
Pero mi amigo protestó: «Usted no
lee bien la Biblia: ¡Jesús es la única Roca y nadie más!»
Tuvimos que leer otra vez el texto:
«Tú eres Pedro, o sea, piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.
16, 18). Este texto
está muy claro y dice que Pedro es la piedra sobre la cual
Jesús edificará su Iglesia.
Le dije también a mi amigo que si
bien es cierto que en otras partes de la Biblia está escrito que Jesús es la
Roca y la Piedra de
base y que no hay otra base fuera de Jesús, en estos
lugares, le insistí, la palabra Piedra tiene otro significado:
Veamos tres ejemplos:
«Y todos bebieron la misma
bebida espiritual, pues bebían de una roca espiritual que los seguía, y la roca
era Cristo.»
«La base nadie la puede cambiar,
ya está puesta y es Cristo.»1 Cor. 3, 11
«Colocó en Sión una piedra de
base, escogida y preciosa, quien cree en él no quedará defraudado» (1 Pdr. 2,
4-8).
Según estos textos, Cristo es Piedra
viva, Cristo es la base de la fe, Cristo es la Piedra de más valor para los que
creen. Y nosotros
creyentes, «como piedras vivas debemos entrar en la
construcción de este templo espiritual» (1 Pedr. 2, 4 ).
Ahora bien en estos textos, Jesús es
la Roca espiritual, es la Piedra de base para los que creen, es la Piedra
angular del templo
espiritual. Pero cuando Jesús escoge a Pedro como 'piedra de
su Iglesia', no se refiere a una piedra espiritual, sino a la piedra visible de
su Iglesia en la tierra. Esta es la diferencia.
3. ¿Quién es hoy Pedro?
Nuevamente, mi amigo se me rebeló
y me dijo: «Pero lo que Jesús dice de Pedro no vale para los Papas de
Roma».
Meditando bien
la Biblia, le dije, nadie puede negar que ya en el A. T. Dios quiso que su
Pueblo tuviera un centro visible: Jerusalén, el monte Sión, y además el Pueblo
de Dios se había agrupado en torno a los Reyes, hijos de David. Cuando Dios
eligió a David, primer rey de Israel, le prometió que sus hijos, sus sucesores,
estarían para siempre encabezando el Reino de Dios (2 Sam. 7, 16) Y esta
promesa se verificó en Jesús: «Dios, el Señor, le hará rey como a su antepasado
David para que gobierne a Israel por siempre. Y su gobierno nunca terminará»
(Lc. 1, 32, 33)
Ahora bien, Jesús eligió a Pedro para
que sea para siempre la base visible de su Iglesia. Pero Pedro tenía que morir.
Entonces, en
adelante, los sucesores de Pedro -los Papas- serán, uno tras
otro, cabeza visible de la Iglesia. Lo mismo que Pedro fue la cabeza visible
para los apóstoles y para la Iglesia primitiva, así el Papa es hoy la cabeza
visible de la Iglesia.
Jesús sabía
muy bien que para mantener su Iglesia a lo largo de los siglos se necesitaba
una autoridad visible que pudiera determinar quiénes pertenecen y quiénes no
pertenecen al grupo de los creyentes y cómo se debe comprender la fe en Cristo
y las exigencias del Evangelio. Si no hubiera esta autoridad visible la Iglesia
de Cristo caería fácilmente en un sin fin de pequeñas iglesias y eso no es la
voluntad de Jesús. Esto es precisamente lo que les ha pasado a las Iglesias
Evangélicas. Mientras nosotros los católicos somos una sola Iglesia, ellos
tienen un sin fin de denominaciones. El Señor fundó una sola Iglesia y pidió
con fervor por la unidad de los creyentes. Esta fue la oración de Jesús: «Padre
Santo, cuida con tu poder a los que me diste, para que estén completamente
unidos como tú y yo» (Jn. 17, 11).
Además Jesús dijo también que nunca
abandonaría a sus apóstoles y a su Iglesia: «Yo estaré con ustedes todos los
días hasta que
termine este mundo» (Mt. 28, 20). Aquí hay claramente un
compromiso de Jesucristo con su Iglesia en forma definitiva.
Ahora bien, la
Iglesia Católica se distingue de las demás Iglesias cristianas porque está
fundada sobre los apóstoles de Jesús. Solamente la Iglesia Católica durante dos
mil años ha permanecido fiel y unida en torno a sus legítimos sucesores, los
obispos. Mantener esta unidad y continuidad ha sido algo único y providencial.
A algunos católicos les cuesta a veces esta comunión con el Papa y les parece
más práctico fundar una nueva iglesia reformada al lado de la Iglesia Católica.
Esto es lo que ha pasado siempre en su largo caminar a través de estos dos mil
años y de ahí han nacido los cismas, algunos de los cuales perduran hasta
nuestros días.
Ahora bien, la Iglesia Católica en su
conjunto es la única que puede decir que ha permanecido fiel a las enseñanzas
de Jesús
desde su
fundación hasta hoy.
Cuando un católico, acosado por los
evangélicos, se cambia de religión y se pasa a las sectas, ciertamente que no
piensa en todas
estas cosas. No piensa en la Tradición de la Iglesia
Católica a la que renuncia. No piensa en lo que Jesús dijo a Pedro. Tampoco
piensa en lo mucho que sufrieron los misioneros que trajeron la fe católica a
América y a nuestro país. Ni menos piensa en lo que le dirían sus padres que le
inculcaron la fe católica bautizándolo desde su primera edad. Ojalá que todos los
católicos sintamos un legítimo y verdadero orgullo de pertenecer a la única
Iglesia que fundó Jesucristo, la Iglesia Una, Santa, Católica y
Apostólica.
Dice el CONCILIO VATICANO:
¿Cómo Jesús edificó la Iglesia?
Jesucristo edificó la santa Iglesia
enviando a sus apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre (Jn. 20,
21) y quiso
que los obispos, sus sucesores, fueran los pastores de la
Iglesia hasta la consumación de los siglos.
¿A quién puso Jesús como principio de la
unidad de la fe?
Jesús puso al apóstol Pedro como
fundamento visible de la Iglesia y le prometió su asistencia hasta el final de
los tiempos.
¿Cómo instituyó Jesús a los apóstoles?
El Señor Jesús, después de haber
hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a los Doce
para que viviesen con
El y los envió a predicar el Evangelio. (Mc. 3, 13) Los
instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al frente de
ellos a Pedro, elegido de entre ellos mismos. (Jn. 21, 15)
¿Cómo realizan esta tarea los apóstoles?
Los apóstoles, predicando en todas
partes el Evangelio (Mc. 16, 20), reúnen a la Iglesia universal que el mismo
Señor fundó y
edificó sobre
el bienaventurado Pedro, poniendo como Piedra angular del edificio a Cristo
Jesús. (Apoc. 21, 14) ¿Quiénes fueron
colaboradores de los apóstoles?
Los apóstoles encomendaron desde un
principio su ministerio, en diverso grado, a diferentes personas en la Iglesia,
a fin de
consolidar la obra de Jesús, y así desde un principio
delegaron diversas funciones en los presbíteros y en los diáconos
estableciéndolos como a sus inmediatos colaboradores en orden a apacentar la
grey que Dios les había confiado.
Dice el NUEVO CATECISMO:
¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo?
La verdadera Iglesia de Cristo es
la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en
comunión con él.
¿Cuál es la triple función de la Jerarquía?
La triple misión de la Jerarquía es
la de enseñar la verdad revelada, la de santificar a través de los sacramentos
y la de gobernarla
con su autoridad sagrada.
¿Pueden encontrarse elementos de
santificación y de verdad fuera de la Iglesia Católica?
Sí, fuera de
la Iglesia Católica pueden encontrarse elementos de verdad y de santificación,
pero su plenitud está sólo en la Iglesia Católica.
¿Quiénes son los laicos?
Los laicos son aquellos cristianos
que -sin ser sacerdotes o religiosos- están incorporados a Cristo por el
Bautismo y participan de
la triple función de Cristo: sacerdotal, profética y real.
¿Cuál es la vocación de los laicos?
La vocación propia de los laicos es
ocuparse de las realidades temporales y ordenar el mundo según el designio de
Dios. A los
laicos corrresponde ser como la sal y el fermento en medio
del mundo.
¿Están también los laicos llamados al
apostolado?
Sí, en virtud
de su bautismo y de su confirmación, los laicos están llamados por Dios al
apostolado y a trabajar para que el Mensaje de Jesús llegue a todos.
Décima del canto a lo Divino El día de la Ascensión con un gozo muy profundo Jesús dijo por el mundo lleven mi predicación. Por todo pueblo y nación prediquen la santa fe Yo los acompañaré hasta el final de los tiempos y
en la cruz y en el tormento junto a
ustedes Yo estaré.
Cuestionario
¿Qué dijo Jesús en Mt. 16, 13-19?
¿Qué le dice Jesús a Pedro? ¿Qué significa el poder de «atar y desatar»? ¿Qué
significa la
palabra «roca» aplicada a Pedro? ¿Quién es hoy Pedro? ¿Qué
acontecería si en la Iglesia Católica no hubiera una autoridad visible? ¿Cuál
es la causa de las divisiones y subdivisiones entre las iglesias protestantes?
¿Qué garantía de unidad nos da la comunión con el Papa?
Tema
6:
¿Hermano
o Padre?
Me doy cuenta de que los hermanos
evangélicos tienen miedo de llamar «padre» a los sacerdotes. Y aunque saben muy
bien que
es costumbre de llamar al ministro de la Iglesia Católica
como «padre», algunos me dicen «caballero» o «señor» y, en el mejor de los
casos, me llaman «hermano». También hay algunos que me dicen «señor sacerdote»
(¡y me consta que después le dicen sin más a su gente que los sacerdotes
mataron a Cristo, porque dicen que también así está en la Biblia!)
No importa cómo me llamen, o qué
piensen de mí. Sé que Dios conoce los pensamientos más íntimos y es El quien me
va a
juzgar.
En esta carta quiero explicarles de
donde viene este nombre de «padre» y luego en otra carta les hablaré de los
sacerdotes, de los
que ellos dicen que mataron al Señor.
1. El texto bíblico.
Me gusta que me digan «hermano», pero
no deben pensar que cometen algún pecado si me llaman «padre». Seguramente han
escuchado aquel texto bíblico que dice: «No se dejen llamar
Maestro, porque uno solo es vuestro Maestro y todos ustedes son hermanos.
Tampoco deben decirle «padre» a nadie en la tierra, porque tienen solamente un
Padre que está en el cielo» (Mt. 23, 8-9) y por eso piensan muchos que no deben
decir ni por nada «padre» a un sacerdote.
Hermanos y
amigos: leyendo bien toda la Biblia nos damos cuenta que las Sagradas
Escrituras hacen siempre la distinción entre «Padre» como título de honor
reservado al Dios Único, fuente y fin de todas las cosas, y padre con
minúscula, es decir, el padre que da la vida humana o el «padre
espiritual».
Lo mismo sucede con la palabra
Maestro. El único Maestro -con mayúscula- es Dios, pero esto no quita que, aun
entre nosotros,
llamemos maestro -con minúscula- a cualquier profesor o
maestro carpintero. Es decir, tenemos un Padre y un Maestro por excelencia que
es Dios. Un Padre y Maestro -en letra grande- que es el Dios Único y nadie
puede apropiarse de este título.
Ahora bien, entre nosotros puede
haber muchos padres y maestros en cuanto que participamos de alguna manera de
la paternidad
y de la maestría de Dios.
2. ¿Qué nos dice la Biblia acerca del
nombre «Padre»?
La Biblia nos dice claramente que
Dios es el único Padre y Maestro. Dios es el único Padre fuente y origen de
todas las cosas.
Dice el Apóstol: «Para nosotros no hay más que un solo Dios:
el Padre. El Padre Dios hizo todas las cosas y nosotros existimos por El» (1
Cor. 8, 6).
Según este texto bíblico, está claro
que no debemos dar este título divino a nadie más que a Dios. El es el Padre y
Maestro por
naturaleza. En El está el origen del bien, de la vida y de
toda sabiduría.
Veamos el contexto de la frase de
Jesús:
En el Evangelio de San Mateo, cap.
23, en un largo discurso, Jesús acusa a los fariseos y a los maestros de la
ley, porque a ellos
les gustan mucho los títulos de honor. Se consideran
autorizados para interpretar la ley de Moisés como quieren (vers. 2), les gusta
llevar en la frente y en el brazo partes de las Sagradas Escrituras (vers. 6),
quieren que la gente los salude con todo respeto en las calles y que les llame
maestros (vers. 7). Es en este contexto que Jesús les dice: «Pero ustedes no
deben hacer que la gente les llame maestros, porque todos ustedes son hermanos
y tienen solamente un Maestro, que es Cristo. Y no llamen ustedes Padre a nadie
en la tierra, porque tienen solamente un Padre, el que está en el cielo» (vers.
8-9). «El que es el mayor de ustedes sea el que sirve a los demás (vers. 11).
Porque el que se hace grande será humillado, pero el que se humilla será hecho
grande» (vers. 12).
Queridos hermanos, está muy claro que
Jesús no quiere que demos títulos de honor a ningún miembro de la comunidad.
Pero no
debemos pensar que Jesús quiere terminar con toda autoridad
entre nosotros, sino que pide que haya responsables en la comunidad de los
creyentes que sirvan con mucha humildad al pueblo y que su autoridad no debe
opacar la del único Padre Dios. Lo que importa en realidad no es el título que
se da a los resposables de la comunidad, sino el servicio humilde que prestan.
Y para expresar este servicio de paternidad espiritual es que desde hace siglos
el pueblo llama, por acomodación, «padres» a los sacerdotes.
3. Jesús llama a Dios «Mi Padre»
«Jesús en su condición de Verbo
encarnado (como hombre) se define como: «el Hijo único del Padre, por
naturaleza». «Mi Padre
me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al
Hijo sino el Padre y nadie conoce realmente al Padre sino el Hijo y aquellos a
quienes el Hijo se lo ha querido dar a conocer» (Mt. 11, 27). Estos textos
bíblicos nos hacen ver que hay una relación íntima y única entre el Padre y el
Hijo. Jesús es el único que puede llamar Padre con propiedad a Dios. El es su Hijo
por naturaleza.
Ahora bien,
nosotros también llamamos a Dios «nuestro Padre», ya que por el poder del
Espíritu Santo, somos hijos de Dios. Jesús es Hijo por naturaleza, nosotros
somos sus hijos por adopción. Dios es el Padre Único, fuente y fin de todas las
cosas, y nosotros no debemos dar a nadie este título divino. Esto es lo que
quería decir Jesús en su discurso contra los fariseos y los maestros de la ley
(Mt. 23, 9) que se apropiaban títulos divinos. Pero Dios no quería decir ni que
los hijos no llamen padre a su papá ni que en una comunidad cristiana los
fieles no puedan llamar padre a su sacerdote.
El texto
también dice: «No llamen Maestro a nadie, porque uno solo es vuestro Maestro».
Cierto que Jesucristo es el único Maestro fuente de toda verdad y sabidu-ría
(Jn 18, 37), pero Dios no se opone a que llamemos maestro -por participación- a
un profesor o a un maestro carpintero. El argumento es idéntico.
Entendidas así
las cosas, ni la palabra «padre» ni la palabra «maestro» son títulos exclusivos
de Dios sino que, por acomodación, los aplicamos a las personas. Y así es que
tanto la palabra «padre» como la palabra «maestro» forman parte del lenguaje
común y corriente que empleamos a diario para conversar y para entendernos.
En consecuencia, un hijo puede llamar
«padre» a su papá, o a su padre espiritual o al sacerdote y puede llamar
«maestro» a su
profesor y
al maestro gásfiter. Y las mismas Sagradas Escrituras no tienen ningún problema
en usar estos nombres. Jesús mismo dijo: «Honra a tu padre y a tu madre»
(Lc.18, 20). Y el apóstol Pablo lo repite varias veces: «Hijos, su deber como
creyentes es obedecer a sus padres, porque esto es justo» (Ef. 6,1). Si el
Apóstol los llama hijos en la fe significa que los hijos igualmente lo pueden
llamar padre (Col. 3, 20 y Tim. 1, 2). Según la interpretación de los
evangélicos, que no trepidan en sacar textos bíblicos fuera de su verdadero
contexto, tampoco podríamos llamar «maestro» a nadie, ya que en la misma cita
bíblica (Mt. 23, 8-9) Jesús nos dice que «no se dejen llamar Maestro porque un
solo Maestro tienen ustedes». Y sin embargo, todo el mundo llama maestro al
gásfiter, al carpintero, al albañil, etc. Y a nadie se le ocurre decir que va
contra el Evangelio.
4. La paternidad espiritual del apóstol
La Biblia habla también de una
«paternidad espiritual».
-El apóstol
Pablo proclama al Patriarca Abraham como «padre» en la fe. «Abraham viene a ser
padre de todos los que tienen fe» (Rom. 4, 11).
-El apóstol Juan da a los
«ancianos» o responsables de la comunidad el nombre de «padres» (1 Juan 2,
13-14).
-En sus cartas los apóstoles llaman a
los creyentes con el nombre de «hijitos» (Gál. 4, 19 y I Juan 2, 1-12; y 18,
28). Si el apóstol
les llama «hijos», es que ellos lo llamaban «padre».
-Timoteo, el colaborador del Apóstol
Pablo, es llamado cuatro veces con el nombre de «hijo en la fe» (1 Tim. 2 y 18;
y 2 Tim. 1,
2 y 2, 1): «Yo, Pablo, ya anciano y ahora preso... te pido
un favor para Onésimo, quien ha llegado a ser un hijo mío espiritual» (Filemón
10).
-En otros textos el Apóstol Pablo
también se presenta como un «padre». «Ustedes ya saben cómo Timoteo ha
demostrado su
virtud y cómo ha servido en la predicación del mensaje, como
un hijo que ayuda a su padre» (Filip. 2, 22).
Queridos hermanos y amigos: éste es
el sentido con que la Iglesia Católica usa el nombre de «padre» para indicar al
pastor o
ministro de la comunidad de los creyentes. No es ni de lejos
con el intento de apropiarse de un título divino.
Ahora bien, para evitar confusiones y
para no dar motivo a escándalos farisaicos, en algunos países la Iglesia
Católica utiliza
otras palabras para designar a sus sacerdotes. En Alemania,
por ejemplo, se usa la palabra «pastor» (con acento en la a) para referirse al
sacerdote católico, y «pastor» (con acento en la o) para referirse al ministro
evangélico. En Chile usamos generalmente el nombre de «pastor» para referirnos
al Señor Obispo. En Francia se llama al sacerdote con el título de «l'Abbé». En
Cataluña, España, se le llama Mossén. Pero en América Latina está arraigada la
costumbre de llamarlo «padre». Quienes tengan dificultad, que le llamen
«hermano», que es también una hermosa palabra. Pero entendidas así las cosas,
se puede usar la palabra «padre» y «maestro» sin que ello signifique un agravio
ni ofensa a Dios. Se trata simplemente de una paternidad espiritual.
5. Lo que importa es ser un servidor de la
comunidad
Lo que importa
no es tanto la cuestión del nombre, lo que importa es que el sacerdote o
ministro sea un servidor de la comunidad. Si no lo es, ahí sí que hay una
contradicción, por más que use nombres muy «serviciales». Y esta actitud se
manifiesta cuando los fieles tratan al pastor o al sacerdote como a un semidios.
No debemos caer en este defecto. Los ministros de la comunidad debemos ser
servidores. La actitud orgullosa de los fariseos y maestros de la ley (Mt. 23)
es una tentación de todas las religiones. Los fariseos no reconocieron la
autoridad de Dios sino que simplemente se la apropiaron y «se sentaron en el
trono de Moisés» (Mt. 23, 2).
Toda autoridad en la Iglesia debe
fundamentarse en la fraternidad y en el servicio a Dios y a los hermanos. El
que enseña y dirige
la comunidad también es un hombre pecador y no debe sentirse
como los grandes del mundo, sino que debe ser un amigo, un hermano, un padre y
servidor en Cristo Jesús.
Así que referente al nombre de
«hermano» o «padre» o «pastor», se lo digo una vez más: lo que importa es el
espíritu con que se
dice más que la letra. ¿No dijo, acaso, el apóstol: «La
letra mata y es el espíritu el que da vida»? (2 Cor. 3, 6).
Dice el CATECISMO:
¿Quién nos creó y colocó en este mundo? Dios nos creó y colocó en este mundo.
¿Para qué nos creó Dios?
Dios nos creó
para que participáramos de la comunión de amor existente entre las tres Divinas
Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Quién es Jesucristo?
Jesucristo es el Hijo de Dios
hecho hombre para salvarnos
¿Dónde se hizo hombre Jesucristo?
Jesucristo se hizo hombre en las
purísimas entrañas de la Virgen María.
¿Para qué se encarnó el Verbo?
El Verbo se encarnó para que
conociéramos el amor de Dios, para ser nuestro modelo de santidad y para
hacernos partícipes de la
naturaleza divina.
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es la tercera
persona de la Santísima Trinidad
¿Qué significa el misterio de la Santísima
Trinidad?
Significa que en Dios hay tres
personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Cuestionario:
¿Qué dice Jesús en Mt. 23, 8-9?
¿Quién es el único Padre y Maestro en sentido propio? ¿Podemos atribuirnos
atributos divinos?
¿Podemos, no
obstante, utilizar la palabra «padre» o «maestro» en sentido figurado o
acomodado? ¿Qué dice al respecto la Biblia sobre Jesús? ¿A quién era obediente?
¿Se utiliza en la Biblia la palabra padre aplicada a los papás? ¿Se reconoce en
la Biblia una paternidad de los hijos en la fe? ¿Cuál fue la práctica de Pablo
al respecto? ¿Podemos, en este sentido, decir «padre» al sacerdote que nos
engendra en la fe y «maestro» al profesor o carpintero? ¿Cuál es la actitud de
fondo de todo servidor de la comunidad?
Tema
7:
El
Anticristo
El otro día alguien me dijo que el
Papa de Roma es el Anticristo. Yo le pregunté: ¿Cómo lo sabe? Y me contestó que
eso está en
la Biblia. Le dije que la Biblia habla del anticristo pero
que no está escrito en ninguna parte que el Papa sea el Anticristo. «Usted debe
leer bien las Escrituras», le dije. Hay gente a la que le gusta hablar del
anticristo, hay películas que tratan de este tema. Hay sectas religiosas que
anunciaron el nacimiento de este personaje que dicen que todavía está escondido
y pronto aparecerá. ¿Qué hay del Anticristo?
Hermanos católicos, no se dejen guiar
por fantasías y leyendas. Siempre habrá gente insensata que siembra dudas y
mentiras;
ellos son hijos del «gran mentiroso». Mejor es que meditemos
con serenidad las Escrituras Sagradas y dejemos de lado los rumores y
fanatismos, y actitudes hipócritas.
En esta carta les quiero leer y
explicar los textos bíblicos que hablan del anticristo: 1 Jn. 2, 18 y 22; 2 Jn.
vers. 7.
La palabra anticristo significa «el
que está contra Cristo o el malvado». Otros textos nos hablan del «hombre del
pecado», «el
rebelde», «el sin ley». Todas estas expresiones indican más
o menos lo mismo que anticristo.
Textos apocalípticos:
Pero antes de hablar de este tema,
les debo explicar algo muy importante para la recta comprensión de los textos
que se refieren
al anticristo.
Los textos que nos hablan de este
tema casi todos fueron escritos en un estilo apocalíptico. ¿Qué quiere decir
eso? Esa manera de
escribir era muy común en aquel tiempo. Existen muchos
libros escritos así, con revelaciones misteriosas. Era una forma de aclarar los
acontecimientos de entonces y del fin del tiempo. Esto lo expresaban con
visiones ficticias, con imágenes fantásticas y era un juego para los lectores
reconocer su propia realidad contada en forma sofisticada.
Generalmente son textos difíciles de
comprender, porque el lector de hoy, igual que el de aquel tiempo, debe buscar
el
significado profundo que está detrás de estas imágenes y
visiones. Por supuesto que no podemos tomar estas visiones al pie de la
letra.
El gran mensaje de fondo de todos
estos textos apocalípticos es el siguiente: «Cristo es el centro de toda la
historia; el mundo es
el escenario de la lucha entre los elegidos de Cristo (su
Iglesia) y las fuerzas del demonio, pero Cristo ya ha vencido al mal, y los
cristianos son llamados a dar valientemente su testimonio».
Repito que no debemos tomar al pie de
la letra estas visiones e imágenes; ésa no es la intención de los autores
sagrados. Siempre
debemos buscar el mensaje más profundo que está detrás de
estos textos. Así que nadie por falta de conocimiento diga tonterías con la
Biblia en la mano.
El Anticristo y los anticristos
Leamos el primer texto (1 Juan
2,18-22): «Hijitos míos, en la última hora, como se les dijo, llegará un
Anticristo; pero ya han
venido anticristos... Ellos salieron de entre nosotros
mismos, aunque realmente no eran de los nuestros (vers. 19) ¿Y quién es el
mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el
que niega a la vez al Padre y al Hijo» (vers. 22).
Hay otro texto
muy parecido a éste: 2 Juan vers. 7: «Han venido al mundo muchos seductores que
no reconocen a Jesús como el Mesías venido en la carne. Esos son impostores y
anticristos».
Estos son los únicos textos que
hablan del Anticristo y de los anticristos. Y nos hacen ver que los oyentes de
Juan sabían que en
vísperas de la venida de Cristo se presentaría un
anticristo, que es el hombre que niega a Cristo.
Además dice
aquí el apóstol Juan que hay otros anticristos entre ellos; son aquellos que niegan
que Jesús sea el Cristo y que Cristo sea Dios igual al Padre. Es lo que pasa en
todos los tiempos: hay tantos cristianos infieles de ayer y de hoy que niegan
que Cristo sea igual al Padre.
En estos textos el apóstol Juan
apunta a todos los anticristos que aparecieron y que aparecerán en la
historia.
En Mt. 24, 24 Jesús habla también en
este sentido: «Se presentarán falsos cristos y falsos profetas que harán
maravillas y
prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, aun a los
mismos elegidos de Dios».
Hermanos, he aquí los textos bíblicos
que nos hablan de los anticristos. Son figuras o personajes que representan la
encarnación
del mal como un poder misterioso en el mundo, y este poder
maligno aparecerá especialmente un poco antes de la venida gloriosa de
Cristo.
El hombre del pecado. (2 Tes. 2, 3-12)
En este sentido el apóstol Pablo
habla del «hombre del pecado». Aunque el apóstol no usa la palabra anticristo,
podemos ver en
esta expresión claramente esta misma realidad del
anticristo.
Pero antes de la segunda venida de
Cristo tiene que producirse la gran apostasía (se refiere a una crisis
religiosa a escala
mundial). Entonces aparecerá «el hombre del pecado»,
instrumento de las fuerzas de perdición, «el rebelde» que ha de levantarse contra
todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su
trono en el templo de Dios y haciéndose pasar por Dios (vers. 2-4). Al
presentarse este «sin-ley», y con el poder de Satanás, hará milagrosas señales
y prodigios al servicio de la mentira. Y usará todos los engaños de la maldad
en perjuicio de aquellos hombres que han de perderse (vers. 9-10).
En este texto el apóstol Pablo habla
«del hombre del pecado», «el rebelde», en el mismo sentido que Juan habla del
anticristo. Es
la misma figura misteriosa que representa la maldad en el
mundo.
El libro del Apocalipsis (Caps. 12, 13 y
17)
Por último leamos estos textos
apocalípticos. Nos hablan de varias figuras que simbolizan el poder de Satanás;
son las figuras del
anticristo o de los anticristos con otro disfraz.
Caps.12 y 13: Aquí se nos habla en
una gran visión de las últimas batallas contra Satanás. Se presentan las dos
tropas que van a
pelear: Por un lado la mujer (=el pueblo de Dios) y por el
otro lado el gran dragón (=Satanás) con sus aliados. Los aliados de Satanás son
dos bestias: una bestia que viene del mar (el poder político romano que aplasta
a los cristianos) y otra bestia que viene de la tierra (las falsas religiones
que competían con el cristianismo).
Estas imágenes del dragón y de las
bestias son representaciones ficticias del poder satánico contra Cristo.
Fácilmente podemos
ver en estas
descripciones la a-tuación del anticristo que quiere aplastar a la Iglesia de
Cristo.
Cap. 17: Aquí se describe en otra
gran visión la batalla definitiva. Otra vez se oponen las dos fuerzas: por un
lado, Babilonia la
grande, madre de las prostitutas y de los abominables ídolos
de todo el mundo (=el poder político mundial) y por otro lado, se pone a Cristo
montado en un caballo blanco (el color blanco simboliza el triunfo de Cristo
sobre Satanás). Después de esta batalla, comienza el reino de mil años de la
Iglesia en la tierra, luego Satanás es librado para la batalla definitiva y
será luego arrojado al lago de fuego y azufre.
Está claro que no podemos tomar estas
imágenes al pie de la letra, como han hecho algunos grupos religiosos que por
este
camino llegan a conclusiones erradas y sin sentido.
Todas estas visiones nos hablan
de Cristo resucitado que triunfa sobre las fuerzas del demonio y del
anticristo.
¿Qué debemos creer ahora en lo referente al
Anticristo?
Actualmente hay como tres
posiciones frente a estos textos bíblicos acerca del anticristo:
1)
La de algunos grupos que tienen la tendencia a
interpretar estos textos al pie de la letra. Son, generalmente, grupos
religiosos
fanáticos o fundamentalistas que, con textos bíblicos en la
mano, señalan a tal o cual persona como el anticristo actual. Por supuesto que
ellos llegan a conclusiones que no tienen nada que ver con la verdadera
intención del autor sagrado. Son muchas veces polemistas anticatólicos que quieren
así, a la fuerza, indicar que el Papa es el anticristo, como si el sucesor
legítimo de Pedro debiera confundirse con la encarnación del mal. Es una
ignoran-cia muy atrevida, un gravísimo pecado, una fantasía que presupone
maldad y que no tiene nada que ver con la Biblia.
2)
Otros toman estos textos como una película de ciencia
ficción, como pura fantasía o leyendas antiguas, y leen así la Biblia
como algo interesante. Y en consecuencia son igualmente
incapaces de descubrir el profundo mensaje que Dios quiere comunicarnos.
3)
Nosotros, los católicos, creemos que el anticristo y
los anticristos son una realidad misteriosa muy profunda en la historia
humana. Es el poder del mal en toda la humanidad. Es la
realidad del pecado y de la maldad que se ha manifestado y sigue manifestándose
en personajes históricos, en grupos de personas, en tendencias anticristianas,
en sistemas políticos y económicos que quieren aplastar los grandes valores del
Reino de Dios: el amor entre los hombres, la justicia en el mundo, la verdadera
paz, la fraternidad y la solidaridad...
El anticristo y los anticristos se
encarnan en instituciones humanas, en intereses mundiales que proclaman
sutilmente, y a veces
abiertamente, la guerra a la Iglesia de Cristo, el atropello
a los derechos humanos, la idolatría del dinero, del sexo y del poder. Es la
corriente del mal que invade toda la humanidad. Es fácil ver la acción del
anticristo en el mundo de hoy, por ejemplo en los cultos satánicos, en los
suicidios colectivos, en las ideologías que han llevado a algunas personas a
cometer verdaderos genocidios, etc.
¿Qué sucederá antes del fin del mundo?
Da la impresión, según los textos
bíblicos, que al final del tiempo se levantará una figura escatalógica con todo
el poder diabólico
que provocará una gran solidaridad con el mal a escala
mundial. «Es el malvado que al fin el Señor lo barrerá con el soplo de su boca
y lo destruirá con el resplandor de su venida» (2 Tes. 2, 8).
Los verdaderos
cristianos, frente a esta realidad del mal, no deben vivir aterro-rizados, sino
que deben vivir la gran esperanza de Cristo resucitado y dar valiente-mente su
testimonio en este mundo.
Jesús dijo: «Tengan valor, yo he
vencido al mundo» (Jn. 16, 33).
Dice el CATECISMO:
¿Cuándo será la segunda venida de Cristo?
La segunda venida de Cristo en
gloria y majestad es inminente aunque nadie sabe el día ni la hora.
¿Qué sucederá antes del advenimiento de
Cristo?
Antes del día final la Iglesia deberá
pasar una prueba que sacudirá la fe de muchos creyentes. Se develará el
«Misterio de
iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que será
la del Anticristo, es decir, habrá un pseudomesianismo en que el hombre se
glorificará a sí mismo colocándose en el lugar de Dios.
¿Cómo entrará la Iglesia en la gloria del
Reino?
La Iglesia
entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá
a su Señor en su Muerte y su Resurrección.
¿Cómo llegaremos a la plenitud del Reino?
Llegaremos a la plenitud del Reino no
necesariamente mediante un triunfo histórico de la Iglesia ante el mundo, sino
por una
victoria de Dios sobre el mal.
¿Qué sucederá cuando llegue el juicio
final?
Entonces Jesucristo vendrá con gloria
y majestad para llevar a cabo el triunfo del bien sobre el mal que, como el
trigo y la paja,
habrán crecido juntos en el curso de la historia. Cristo
vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
Cuestionario:
¿En qué textos bíblicos se habla del
Anticristo? ¿En qué estilo fueron escritos estos textos? ¿Es fácil su
comprensión? ¿Cuál es el
gran mensaje
de todos los textos apocalípticos? ¿Qué dice Jesús en Mt. 24, 24? ¿Qué se
producirá antes de la segunda venida de Cristo? ¿Qué se dice en los capítulos
12, 13 y 17 del Apocalipsis? ¿Cómo hemos de entender los católicos la figura
del Anticristo? ¿Se trata de una persona o de instituciones humanas? ¿Dónde
aparece el Anticristo en el mundo de hoy? ¿Qué pasará al fin del mundo? ¿De quién
será la victoria final?
Tema
8:
Los
Santos y nosotros
El Santo Padre ha beatificado y
canonizado a una gran cantidad de hombres y mujeres a lo largo de toda la
Iglesia Universal. Con
esto la Iglesia ha reconocido oficialmente su testimonio de
santidad. De esta forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de
santidad y en intercesores en favor nuestro. Por supuesto la Iglesia Católica a
nadie obliga a invocar y tener devoción a los santos. Solamente los propone
como modelos para ser imitados.
Ahora bien, muchos católicos se dan
cuenta de que los hermanos no católicos rechazan enérgicamente a los santos
diciendo que
no necesitamos otros modelos de santidad, ya que tenemos el
modelo de Jesús. Y menos necesitamos a los santos como intercesores, pues
Cristo es el Unico mediador ante el Padre. Muchos católicos no saben qué
contestar y están dudosos frente a estas opiniones.
1. ¿Qué debemos contestar a los que piensan
así?
Los hermanos evangélicos dicen:
No necesitamos otro modelo de santidad si ya tenemos el modelo del propio
Jesús.
Queridos hermanos: Esta es una verdad
a medias. Y enseguida me vienen a la mente los textos bíblicos del Apóstol
Pablo: «Para
mí la vida es Cristo, y la muerte es ganancia... Hermanos,
sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que
nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 1, 21 y 3, 17).
En otra parte dice el Apóstol:
«Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo Jesús» (1 Tim. 1,
16).
En estos textos vemos claramente que
Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los
creyentes a ser
sus imitadores, como él lo es de Cristo.
Tomemos otro ejemplo de la
Biblia: María, la Madre de Jesús.
Ella es la mujer «que Dios ha
bendecido más que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 42), como dijeron el
ángel Gabriel y su
prima Isabel. Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella
se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de esclava, «en
adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 1, 48).
La Biblia,
entonces, pone claramente a María como modelo de santidad para todas las
generaciones. Y es eso lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María.
La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; la veneración es un
culto de honra y de profundo respeto hacia la Madre de Jesús.
Cuando leemos con atención las
Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos ofrece muchos modelos de
santidad; por
ejemplo: al apóstol Tomás, que era un hombre con grandes
dudas sobre la fe pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor y su Dios (Jn.
20, 26-28).
Así también la Iglesia católica
presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran valentía dio testimonio de
Jesús hasta derramar
su sangre por el Señor (Mt. 14, 1-12).
De igual
manera, la Iglesia Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos
como ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y muchos ven en
ellos la gracia del Señor Jesús, que fue tan eficaz en sus vidas. Los santos
son para nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara
prioridad en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe cristiana el que tocó
de diversas maneras el corazón de mucha gente. La fe en los santos no es, de
ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como piensan los hermanos
evangélicos, sino un estímulo para seguir a Cristo. Son tres distintos modelos
de santidad que Dios ha regalado a su Iglesia en este último tiempo.
Por supuesto debemos evitar excesos,
los santos no son semidioses y la santidad de tal o cual persona nunca puede
oscurecer el
seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad
de los santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.
2. Los santos como intercesores:
Muchos hermanos evangélicos tienen
problemas para aceptar a los santos como intercesores en favor nuestro.
Simplemente dicen
que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres
y que no necesitamos nuevos intercesores: «Hay un solo Dios, y un solo Mediador
entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 9,
11-14).
Nosotros, los
católicos, proclamamos también que Jesucristo es el Unico Mediador entre Dios y
los hombres. Pero los santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a
Jesucristo, a Dios Padre o al Espíritu Santo. Los santos no nos alejan de Dios;
simplemente ellos con sus ejemplos de fe cristiana nos estimulan a acercarnos a
Dios con la sola mediación de Jesucristo.
Ahora bien, cuando la Iglesia
Católica dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo,
eso no quiere decir que
ellos son los que hacen los milagros. Es siempre Dios Padre,
Jesucristo o el Espíritu Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque
sí puede ser que los milagros sean hechos «por intercesión» de estos
santos.
3. El ejemplo de María
Veamos el ejemplo de María en las
bodas de Caná. Es María la Madre de Jesús la que invita discretamente a su Hijo
a hacer un
milagro diciendo: «Ya no tienen vino». Y Jesús le hace
entender que la hora de hacer signos no ha llegado todavía. Sin embargo, por la
intercesión de su Madre María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12).
Este es el
sentido bíblico de la intercesión de los santos. Hay muchos ejemplos más de la
intercesión de los santos ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios
por intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).
Jesús manda a
sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar muertos, a limpiar leprosos y echar
demonios (Mt. 10, 8). Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un hombre
tullido (Hech. 3, 1-10).
En el pueblo de Troáda, el
apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado (Hech. 20, 7-11).
Cuando el apóstol Pedro pasaba por la
calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía en camillas para que, al
pasar Pedro, por
lo menos su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran
sanados (Heh. 5, 15-16). Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto
que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocados por su cuerpo eran
llevadas a los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech. 19,
11-12).
Todos estos textos nos dicen que
Jesucristo hacía milagros por medio de sus discípulos. «Ustedes han recibido
este poder sin
costo;
úsenlo sin cobrar», dijo Jesús (Mt. 10, 8).
4. Dios acepta la oración de los santos
La Biblia nos enseña también que
debemos ayudarnos mutuamente con la oración. «La oración de los santos es como
perfume
agradable ante el trono de Dios» (Apoc. 8, 4).
«Ahora me alegro, dice el Apóstol
Pablo, en lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi
propio
cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la
Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24).
«La oración fervorosa del hombre
bueno tiene mucho poder. El profeta Elías era un hombre tal como nosotros, y
cuando pidió en
su oración que no lloviera, dejó de llover sobre la tierra
durante tres años y medio y después cuando oró otra vez, volvió a llover y la
tierra dio su cosecha» (Stgo. 5, 16-18).
«Los cuatro seres vivientes y los 24
ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. Cada uno de los ancianos
tenía un arpa,
y llevaban copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones de los que pertenecen a Dios» (Apoc. 5, 8).
En todos estos
textos notamos que la oración fervorosa o la intercesión de los santos tiene
mucho poder delante del trono de Dios. No podemos dudar de que estos santos,
que ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros, como lo hizo
Moisés al hablar con Dios para aplacar su ira invocando a Abraham, Isaac y
Jacob (Ex. 32, 13).
Al invocar a los santos siempre
contemplaremos las virtudes que obró Dios en ellos. Dios está siempre en el
trasfondo de nuestra
invocación o veneración a los santos. Los santos no nos
alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos directamente en contacto con
El, con la sola mediación de Jesucristo.
5. ¿Debemos evitar los excesos en la
veneración de los santos?
Por supuesto que en nuestra
veneración a los santos debemos evitar los excesos. Por ejemplo, hay gente que
no busca a los santos
como un modelo de fe cristiana, sino solamente como remedio
a sus dolencias, angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se le
ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que se acerca a los santos con una
fe casi mágica. No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos
que tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios respeta la conciencia de
cada uno.
Pienso en aquella mujer de la Biblia
que sufría hemorragias de sangre durante tantos años, la que se acercó a Jesús
tal vez con
una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto sanaría,
y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio mágica sanó. Pero luego
Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio a sus
dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella enferma y aclarar la
verdadera razón de su sanación: La fe. «Hija, has sido sanada porque creíste»
(Lc. 8, 43-48).
Creo que hay mucha gente católica,
entre nosotros que se acerca a Cristo y a los santos con esta actitud tímida,
con esta fe no
muy clara, tal vez con creencias medio mágicas. Pero no
tenemos derecho a humillar o aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla.
Es un pecado muy grave burlarse de la fe débil de uno de nuestros hermanos.
Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como lo hizo Jesús con
aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.
Queridos hermanos católicos, termino
esta carta dando gracias a Dios por las grandes maravillas que obró en los
santos, y por
habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos
latinoamericanos. Ojalá que nosotros, contemplando sus ejemplos logremos también
la santidad.
Y termino
recordando que la Iglesia no obliga a nadie a invocar y tener devoción a los
santos. Esto depende del gusto, de la cultura y de la libertad de cada
cristiano. Es un camino que se ofrece, y dichosos de nosotros si lo aceptamos con
humildad y agradecimiento.
Dice el CATECISMO
¿Somos todos llamados a la santidad?
Sí, todos los bautizados, ya
pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos somos llamados a la
santidad.
¿Quiénes son los santos ?
Los que llegaron ya a la patria y
gozan de la presencia del Señor. Ellos no cesan de interceder por nosotros
presentando a Dios
por medio del único Mediador Jesús (1, Tim. 2, 5), los
méritos que en la tierra alcanzaron.
¿A qué nos llama Dios?
Dios nos llama a responder al deseo natural
de felicidad que El mismo ha puesto dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo
la
podemos lograr con la santidad de vida.
¿Qué es la comunión de los santos?
La comunión de los santos significa
que así como todos los creyentes forman entre sí un solo cuerpo, así también el
bien de unos
se comunica a otros.
¿Interceden los santos por nosotros?
Sí, ellos interceden por nosotros
al presentar, por medio del Unico Mediador Jesús, los méritos que adquirieron
en la tierra.
Cuestionario:
¿Quiénes son los
beatos y santos chilenos? ¿Qué significa que los santos son nuestros
intercesores? ¿Qué significa que son nuestros modelos a imitar? ¿Qué decía San
Pablo de sí mismo? ¿Es María también nuestro modelo de santidad? ¿Acepta Dios
la veneración de los santos? ¿En qué excesos caemos a veces los católicos? ¿Qué
imagen debería presidir y destacar en todas las Iglesias?
Tema
9:
El
Fin del Mundo
Hay algunas personas a las que les
gusta mucho meter miedo en los corazones de ustedes. Por ejemplo les hablan del
fin del
mundo como si pronto los cielos y la tierra nos fueran a
destruir. Escuchan de guerras, accidentes, catástrofes de la naturaleza, plagas
o ven algunos signos raros en el cielo y dicen simplemente que es el fin del
mundo. En vez de dar un mensaje de esperanza, de amor, de solidaridad; en vez
de animar, quieren verlos atrapados en el terror y el susto. Y lo peor de todo,
es que estas personas dicen fundar sus teorías en la Biblia. El mensaje de
Jesucristo no es un mensaje de miedo, sino que es una «buena noticia» del Reino
de Dios que se acerca a nosotros con amabilidad, paz, justicia y alegría de
corazón.
En esta carta
les voy a hablar del fin del mundo, no con cuentos y fábulas de ciencia
ficción, sino leyendo simplemente las Sagradas Escrituras.
Antes que nada el «fin de los
tiempos» del cual nos habla la Biblia es el gran misterio de esperanza que
aparece en todo el libro
sagrado. Es el misterio de la historia humana que está en el
corazón de Dios, guiada hacia «un nuevo cielo y una nueva tierra».
1. ¿Qué dice la Biblia acerca del fin del
mundo?
Para comenzar, las Escrituras nunca
hablan del «fin del mundo», sino del «fin de los tiempos», como diciendo que
este mundo no
acabará del todo, sino que sería transformado en un «cielo
nuevo y una tierra nueva» gracias a la Resurrección de Jesucristo.
En la Biblia también encontramos
muchas expresiones que se refieren al «fin del tiempo», «día de Yavé», «día del
Juicio», «el
día», «la Venida de Cristo», «la resurrección final», «la
Parusía», «la llegada del Reino de Dios». Son todas ex-presiones que indican
este «fin del tiempo».
2. ¿Cuándo pasará esto?
«En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe ni los mismos
ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo de Dios. Solamente el Padre lo sabe»
(Mt. 24, 36 y Mc. 13, 32). Jesús no quiso dar la fecha, ni el día ni la hora.
«A ustedes no les toca saber cuándo o en qué fecha el Padre va a hacer las
cosas que solamente El tiene autoridad para hacer» (Hch. 1, 1-7).
Con esto, Jesús condena enérgicamente
la tendencia humana que todavía existe entre nosotros de fijar el día y el año
del fin del
mundo. Por supuesto que la fecha exacta tiene algo de
excitante y llama siempre la atención; hasta es noticia en los diarios. Pero el
fijarla es simplemente una mentira y un engaño, porque nadie la sabe. Jesús no
quiso satisfacer nuestra curiosidad, sino que quiso comunicarnos algo mucho más
profundo.
La Biblia, hablando del fin del
mundo, siempre dice que debemos estar preparados. Aunque no sabemos la fecha,
este día vendrá
como un ladrón en la noche: «Ustedes, estén preparados,
porque cuando menos lo piensen vendrá el Hijo del Hombre», dice Jesús (Mt. 24,
44). «El día del Señor vendrá cuando menos se espera, como viene un ladrón de
noche» (2 Pedr. 3, 10; 1 Tes. 5, 2 y Apoc. 16, 15).
Ahora bien, leyendo la historia vemos
que siempre hubo grupos religiosos que en todos los tiempos fijaron la fecha,
el día y la
hora, del fin de mundo, pero se equivocaron. Así que,
hermanos católicos, no se dejen engañar.
Así pasó ya en el año 1.000 y pasará
también en el 2.000. Algunos fanáticos predican que el fin del mundo está
cerca. Pero esto
no es así.
El fundador de los adventistas,
William Miller, con el texto de Dan. 8, 14 y calculando los días de este texto
como años, fijó la
venida de Cristo a la tierra para el 21 de marzo de 1843 el
día final. Llegó esta fecha y no pasó nada especial y luego dijo que se
equivocó en sus cálculos en un año y proclamó otra vez la venida de Cristo para
el 21 de octubre de 1844. Y viendo que Cristo no volvía a la tierra dijo
simplemente que el juicio de los hombres comenzó en el cielo y pronto Cristo se
manifestaría en la tierra. Los Testigos de Jehová anunciaron la venida de
Cristo y su Reino de mil años en la tierra para el año 1914, luego para 1925.
Ahora no dan fecha y dicen simplemente que «pronto Cristo vendrá», y se limitan
a escribir en todas partes «Cristo viene». Y no falta gente insensata entre
nosotros que dice que el fin del mundo será el año 2000.
3. ¿Cuándo será la venida de Cristo?
En algunas partes de la Biblia se
habla de la pronta venida de Cristo. En otras partes se anuncia todavía un
tiempo de espera.
Da la impresión de que los cristianos
de la primera generación esperaban con ansias la venida de Cristo. «Pronto, muy
pronto
vendrá el que tiene que venir y no tardará» (Hebr. 10,
37).
«Dios que es
el juez, está ya a la puerta». «Se acerca el fin de todas las cosas» (1 Ped. 4,
7). «Sí, ven pronto, amén. Ven, Señor Jesús» (Apoc. 22, 20).
Hasta Jesús mismo anuncia su pronta
venida: «En verdad les digo que hay algunos de los que están aquí presentes,
que no
morirán hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino»
(Mt. 16, 28).
Los cristianos de la Iglesia
primitiva pronto se dieron cuenta de que la historia podía durar mucho más. Y
hasta algunos se
burlaron de la propia venida de Cristo diciendo: «¿Qué pasó
con la promesa de que Cristo iba a venir, pues desde que murieron nuestros
antepasados todo sigue igual que desde que el mundo fue hecho?» (2 Ped. 3, 4).
Y el apóstol Pedro les contestó: « Hermanos, no olviden que para el Señor un
solo día es como mil años y mil años son como un solo día» (2 Ped. 3, 8).
4. Señales que precederán al fin del mundo
El apóstol Pablo, después de haber
reflexionado mucho, anuncia también un tiempo de espera. Antes de la venida de
Cristo deben
pasar tres cosas:
1) El
anuncio del Evangelio ha de llegar a todas las naciones.
«Y este mensaje del Reino será
predicado en todo el mundo para que todas las naciones lo conozcan; es entonces
cuando vendrá
el fin» (Mt. 24, 14).
2)
Al final de la historia, Israel se reconciliará con
Cristo y se salvará. «Una parte de Israel se va a endurecer hasta que la
totalidad de los paganos hayan entrado, entonces todo Israel
se salvará» (Rom. 11, 25).
3)
Finalmente, antes de la venida de Cristo ha de
producirse «la apostasía general», o sea, habrá una crisis religiosa a escala
mundial, ha
de venir el Anticristo. «No se dejen asustar por ningún mensaje espiritual como
si fuera el día del Señor que ya llegó. Antes de este día tiene que venir
primero la rebelión contra Dios, cuan-do aparezca el hombre del pecado que se
sentará en el templo de Dios y será adora-do, llegará con mucho poder y con
señales y milagros mentirosos. Usará toda clase de maldad para engañar» (2 Tes.
2, 1 -12).
Nos damos cuenta de que la venida de
Cristo no se realizará tan pronto como algunos esperaban; o mejor dicho, Dios
no mide el
tiempo como nosotros. El puede presentar algo como cercano y
no realizarlo hasta cuando a El le plazca. Por otra parte, si el tiempo de
espera se nos hace largo, no por eso podemos volver a una vida cómoda, ya sin
esperar. El Señor vendrá para cada uno de nosotros como ladrón en la
noche.
No olvidemos
que el día de la muerte de cada uno de nosotros, el día del juicio particular,
es el día del encuentro personal con Cristo. Ojalá que nos encuentre en actitud
de espera.
5. ¿Cómo vendrá Cristo al fin del tiempo?
La Biblia
habla en forma bastante confusa de cómo se terminará la historia. En el A.T.,
por ejemplo, los profetas veían a todas las naciones de la tierra unidas en un
complot para destruir la ciudad santa de Jerusalén. Pero en el momento más
desesperado Dios intervendrá en forma triunfal para instaurar el Reino (Joel 3,
14).
En el discurso de Jesús acerca del
fin de los tiempos, habla «de guerras y grandes angustias en todo el mundo, el
sol no
alumbrará, la luna perderá su brillo y las estrellas caerán
del cielo y los ángeles tocarán las trompetas» (Mt. 24, 29-31).
El libro del Apocalipsis (Caps. 13 y
17) habla del dragón y de los monstruos, de la gran batalla en el cielo, de
Babilonia la
grande, de la madre de las prostitutas y de los abominables
ídolos de todo el mundo...
Todos estos textos acerca del fin del
mundo fueron escritos en un estilo apocalíptico (revelaciones misteriosas). Era
una forma de
escribir muy común en aquel tiempo. Estos escritos
misteriosos pretendían aclarar los acontecimientos últimos de la historia con
visiones ficticias e imágenes fantásticas. No debemos tomar al pie de la letra
estas imágenes, sino que debemos tratar de descubrir el mensaje profundo que
está detrás de estas visiones. El gran mensaje de estos escritos es: «Cristo
Resucitado es el centro de toda la historia y este mundo es el escenario de la
lucha entre los elegidos de Cristo (su Iglesia) y las fuerzas del demonio.
Estos escritos no son para amenazar ni dar miedo, como creen algunos, todo lo
contrario: son escritos que quieren animarnos y exhortarnos a la fidelidad y a
la confianza en Dios en momentos difíciles.
6. ¿Cómo debemos prepararnos para el final
de los tiempos?
Nuestro destino último y definitivo
no está lejos, no es un futuro imposible de imaginar. Ya comenzó. Jesucristo
con su persona,
su Palabra y su actuación ya inauguró el Reino de Dios (Lc.
11, 20); ya comenzó a juzgar a los hombres (Juan 12, 31). Su Palabra, su amor y
su muerte nos juzgan y a veces nos condenan. Ya nos traspasó algo de su
Resurrección (Col. 3, 1-4). Por eso el N. T. nos habla del «tiempo» a partir de
Jesús como «los últimos tiempos» (Hebr. 1- 2 y 1 Ped. 1-20). Desde entonces
urge vivir conforme al Evangelio, urge para todos y cada uno, porque no sabemos
cuánto falta para el fin (Mc. 13, 33-37 y Mt. 24, 42).
No podemos
esperar pasivamente el retorno de Cristo, el juicio final, la Resurrección
general, la instauración total del Reino de Dios. Esta esperanza es el motor de
la historia. Lo que Dios comenzó en Jesucristo urge que lo pueda cumplir y
nosotros debemos ahora remover los obstáculos. La segunda Venida de Cristo al
final de los tiempos (Mt. 24, 3) es el momento del juicio final, de la
resurrección general y de la instauración definitiva del Reino de Dios. Nuestra
esperanza tiende hacia ese cielo nuevo y esa tierra nueva. Por eso la Biblia
termina con estas palabras de espera: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22, 20), que
repetimos en cada celebración de la Eucaristía después de la consagración y en
la que todo el pueblo contesta: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
Resurrección, ven, Señor Jesús».
Dice EL CONCILIO VATICANO:
¿Sabemos cuándo y cómo llegará el fin del
mundo?
No, no sabemos cuando será la
consumación de la tierra y de la humanidad y la manera cómo se transformará el
universo.
¿Qué prepara Dios para sus hijos?
La figura de este mundo está afeada
por el pecado pero Dios nos prepara una nueva tierra donde habita la justicia y
cuya
bienaventuranza es capaz de saciar y rebosar todos los
anhelos de paz que surgen en el corazón humano.
El progreso material ¿interesa a Dios?
El progreso material en cuanto
puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana interesa en gran medida al
Reino de Dios.
¿Hacia dónde caminamos los cristianos?
«Vivificados por el Espíritu, los
cristianos caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia
humana, la cual
coincide plenamente con su amoroso designio divino de
restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra».
¿Cuándo será llevada la Iglesia a su total
perfección?
La Iglesia será llevada a su total
perfección cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (Hch.
3, 21) y cuando, el
género humano, con el universo entero, será plenamente
renovado (Ef. 1, 10).
Cuestionario:
¿Qué dice la Biblia con respecto al
fin del mundo?¿Qué es el milenarismo? ¿Quiénes son profetas de calamidades?
¿Qué
esperaban
los cristianos de la primera generación? ¿Qué dijo Jesús con respecto al fin
del mundo? ¿Hemos de vivir con temor o con esperanza? ¿Cómo debemos prepararnos
para el fin del mundo? ¿Cómo hemos de esperar el año Dos Mil?
Tema
10:
El
Apocalispsis
Queridos hermanos evangélicos:
Me extraña mucho que haya entre
ustedes personas que califican a otros como «el demonio» o no quieran dar la
mano a alguien
porque dicen que tiene el «sello» en la mano derecha. Otros
dicen que el Papa de Roma tiene en la frente el número 666 y no faltan los que
dicen que algunos productos de comida tienen el sello del demonio en sus
cajitas.
¡Qué ignorancia tan grande! Y lo peor
es que todo lo quieren justificar con la Biblia en la mano.
Hermanos y amigos, debemos leer bien
la Biblia y no interpretarla a nuestro gusto. La Sagrada Escritura no es un
libro para meter
miedo, y menos aun para calumniar a personas inocentes con
falsas interpretaciones bíblicas. Es un pecado muy grave contra la Ley de Dios:
«No des falso testimonio contra tu prójimo» (Ex. 20, 16). ¿No dijo el apóstol
Pedro que debemos ser prudentes con nuestras interpretaciones bíblicas?:
«Ninguna profecía de la Escritura es algo que cada cual pueda interpretar por
sí solo» (2 Pedro 1, 20). Así que nadie por falta de comprensión diga tonterías
con la Biblia en la mano.
En esta carta les voy a hablar del
número 666, del sello (o marca) de la Bestia. En otras oportunidades les he
hablado del «fin de
los tiempos» y del «anticristo». Conviene que lean
primeramente con atención esas cartas anteriores para comprender mejor la
reflexión de hoy.
Tomen la Biblia y mediten con
atención los textos bíblicos que les voy a citar. No les quiero hablar con
mentiras ni menos con
verdades a medias. Solamente que-remos buscar la verdad
acerca de Dios y los hombres y es esa verdad la que nos hará libres (Jn. 8,
32).
1. El Número 666
¿En qué libro de la Biblia
aparece eso del sello? Este texto aparece en Apocalipsis 13, 15-18.
Es un texto muy misterioso y difícil
de comprender. Por eso antes de explicar esta cita bíblica les debo decir algo
acerca del libro
del Apocalipsis en general, si no, nunca vamos a comprender
lo que el sagrado escritor quiso decir a fondo.
¿Cómo debemos entender el libro
del Apocalipsis?
Este libro fue escrito más o menos en
el año 100 después de Jesucristo. Eran tiempos difíciles para los cristianos
porque el
imperio romano perseguía a todos los creyentes. Los
cristianos vivían casi escondidos y no podían hablar en público. Menos podían
escribir y publicar sus cartas. Por eso el autor de este libro, para animar a
los creyentes, publicó su escrito clandestinamente y usó una manera de escribir
muy misteriosa, con signos e imágenes que solamente los entendidos podían
comprender. Esta forma de escribir se llamaba «el estilo apocalíptico» (de
revelaciones). Era una forma de escribir muy común en aquella época. Con
llamativas imágenes y grandiosas visiones ficticias, el sagrado escritor quiere
explicar «los últimos tiempos» que es «la lucha del poder político romano
contra los elegidos de Dios» (la Iglesia de Cristo). Muchos signos, símbolos y
cifras en forma muy sofisticada son como un juego para que los lectores
entendidos puedan reconocer su propia realidad e identificar personajes u
acontecimientos de aquel tiempo.
2. El gran mensaje
El gran mensaje de fondo del
Apocalipsis es el siguiente: Cristo resucitado es el centro de la historia; el
mundo ahora es el
escenario de la lucha entre la Iglesia, encabezada por
Cristo, y las fuerzas del demonio. Los cristianos son llamados a dar un
valiente testimonio.
Este escrito no es un libro para
asustar, ni es un libro terrorífico, sino que se trata de un libro de gran
esperanza.
Hermanos, cuando leemos este libro
debemos siempre buscar este sentido profundo y no debemos tomar al pie de la
letra las
imágenes, los signos, o los símbolos. Son visiones e
imágenes inventadas por el escritor para entregar un mensaje muy profundo.
¿Qué dice el texto de Apocalipsis
13, 16-18?
Leemos: «La bestia ha logrado,
asimismo, que a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos,
se les ponga una
marca en la mano derecha o en la frente; y nadie podrá
comprar ni vender si no está marcado con el nombre de la bestia o con la cifra
de su nombre. Aquí verán quién es sabio. Si ustedes son entendidos, interpreten
la cifra de la bestia. Se trata de un hombre y su cifra es 666».
Hermanos, la primera lectura de este
texto nos parece muy extraña, es muy difícil comprender este texto tal como
está. Pero
debemos ver estos versículos en todo su contexto.
3. El significado
¿En qué contexto aparece este
texto?
Este texto es una parte de una gran
visión en el cielo que nos narra Juan en los capítulos 12 y 13 de su libro. Es
la gran visión de
la batalla de la mujer contra el dragón y las dos bestias.
Encontramos aquí muchos símbolos, signos que se refieren a personajes y
acontecimientos de aquel tiempo.
Esta visión de Juan trata de la
batalla final contra Satanás. Se presentan las dos tropas que van a pelear: por
un lado la mujer (= el
pueblo de Dios) y, por el otro, el dragón (=Satanás) con sus
dos aliados en la tierra: una bestia que viene del mar (que representa el poder
político romano, que persigue a los cristianos) y otra bestia que viene de la
tierra (que representa las falsas religiones que competían con el
cristianismo). Como hemos dicho, son todas imágenes fantásticas y visiones
ficticias que se refieren a hechos concretos de aquel tiempo.
La segunda bestia (la de las falsas
religiones) es la que está marcada con el 666 (Apoc. 13, 11): Este texto nos
hace ver que esta
segunda bestia se parece al Cordero, pero hablaba como el
dragón (=el monstruo, el demonio). Es la figura de las falsas religiones que
competían con el cristianismo. Falsas religiones que ofrecían una religión
celestial, pero que no condenaban los pecados de la primera bestia (=los pecados
del mundo romano y su corrupción), vers. 11: «Esta bestia hablaba con el
monstruo». Esto es muy importante: quiere decir que son falsas las religiones
que tienen a Jesús en la boca pero callan sistemáticamente la injusticia y
predican la resignación al mal y la sumisión al poder terrenal. En todos los
tiempos y sobre todo en los sistemas dictatoriales, ha habido personas que «han
hablado con el monstruo». Es decir, que han buscado halagarlo y aplaudirlo sin
importarles los crímenes cometidos por él. Eso se ha dado también en Chile
tanto de parte de católicos como de evangélicos. ¡Qué responsabilidad tan
grande la de quienes en lugar de ser luz por denunciar abusos y atropellos
vendieron su conciencia por un plato de lentejas! Este es el sentido apocalíptico
de «hablar con la bestia» y la tentación del cristiano de todos los tiempos.
4. El servilismo religioso
Vers. 14: «Aconseja que hagan una
estatua de la primera bestia». Quiere decir que estas falsas religiones se
hacen servidoras de
la primera bestia (del poder político romano). Son
religiones oportunistas que se hacen servidoras de los señores del mundo,
predican la sumisión religiosa a las autoridades sin condenar el mal que
producen muchos sistemas políticos y económicos. Ellas convierten, sin darse cuenta,
el poder político en un falso dios (=estatua, o ídolo de barro).
Vers.17: Este falso dios puede
proteger y condenar a quienquiera, puede dar pan y vender a quien tiene el
sello, a quienes son
aliados suyos. A esto se refiere la marca: son los aliados
de los poderosos de este mundo, y los no-aliados (los que no tienen la marca o
el sello) no pueden comprar ni vender. (También nosotros lo vivimos muy de
cerca).
Vers. 18: «La cifra de esta segunda
bestia es 666». En muchos escritos de aquel tiempo era común dar una cifra a
cada letra del
alfabeto y se lograba así escribir con cifras los nombres de
algunos personajes. Era como un juego que el lector tenía que descifrar.
5. ¿Cómo descifrar el enigma?
La cifra 666 se puede calcular de
varias maneras, pero corresponde, sin duda, a algún emperador romano,
posiblemente a Nerón
que con sus locuras mataba a los cristianos que eran para él
igual que perros.
La forma más aceptada de
interpretar el 666 es la siguiente:
La cifra 7 es el símbolo de la
perfección (representa en lenguaje actual al alumno que se sacó un 10).
La cifra 6 es el signo de lo
imperfecto, representa al que trató de ser 7 y no alcanzó a serlo.
El 7-1=6 es el imperfecto, es el
malo. La cifra 3 significa la plenitud.
Ahora bien 3 veces 6 es la
plenitud de lo imperfecto, es la plenitud de lo malo. En este caso le vendría
perfectamente a Nerón.
Nos damos cuenta de que este dato
de 666 debió ser tomado como puzzle para buscar al hombre perverso de aquel
tiempo.
Ahora bien, hermanos, es una locura,
como lo hacen algunos contrarios a los católicos, aplicar a la fuerza esta
cifra al Papa, como
si Pedro, el primer Papa de la Iglesia de Cristo, y sus
legítimos sucesores debieran identificarse con el emperador romano que mataba a
los cristianos. Estas fantasías de los anticatólicos no tienen nada que ver con
la Biblia. Hay mucho más que podría escribir acerca de este tema, pero creo que
esto es suficiente para comprender estos textos en su verdadero sentido.
Es muy doloroso ver que algunos
indican con el dedo al Papa -una persona tan bien intencionada entre nosotros-
y le dan el título
de «el demonio» o «la bestia». Siempre ha existido esta
maldad, que es producto de la ignorancia atrevida. No olvidemos que cuando
Jesús expulsaba a los demonios y hacía el bien a todos, los mismos fariseos
(gente muy religiosa de aquel tiempo) lo acusaban como el hombre poseído por
Belcebú, el jefe de los demonios (Mc. 3, 22).
Cuesta pero es así que debemos
practicar las palabras de Jesús desde la cruz: «Padre, perdónales, que no saben
lo que hacen» (No
saben lo que dicen).
Pero si al Maestro lo calumniaron
así, ¿qué les tocará a sus seguidores? «Todo el mundo los va a odiar ustedes
por mi causa: pero
el que siga firme hasta el fin éste será salvado» (Mt. 10,
22). «Ningún discípulo es más que su Maestro» (Mt. 10, 24).
Para terminar, una última palabra
para aquellos que usan la ignorancia de gen-te de buena voluntad para meterles
cosas raras y
tonterías en la cabeza y así condenar y calumniar a medio
mundo. «Cualquiera que hace caer en pecado a uno de estos más pequeños que
creen en mí, mejor le fuera ser hundido en lo profundo del mar con una piedra
de molino amarrada al cuello. ¡Qué malo es para el mundo que haya cosas que
hacen pecar al hombre! Siempre habrá escándalos pero pobre del hombre que sea
causa de ellos» (Mt. 18, 6-7).
¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a las
sectas?
Ante el embate de las sectas corremos
el peligro de reaccionar bruscamente y con poca caridad. Ciertamente hay que
enfrentar el
problema pero en forma positiva.
1) No
hemos de usar nunca el ataque directo y exaltado porque esto iría contra el
gran mandamiento del amor fraterno.
2) Para
el cristiano el mejor camino será siempre presentar la verdad con amor e
invitar a seguir el verdadero camino de Cristo.
3) Usar
un sano discernimiento, rechazando lo malo que vemos en ellos y aprovechando lo
que es bueno y valioso para integrarlo
y vivirlo en nuestros grupos.
4)
Presentar claramente los peligros de las sectas que son
muchos: -Las sectas manipulan la Palabra de Dios al interpretarla
literalmente y al servicio de sus propios intereses. -No
aceptan la libertad de decisión religiosa de las personas y alienan con presión
moral y con métodos de coacción. -Caen en el subjetivismo y se dejan arrastrar
irreflexiblemente por un gran culto a la persona del líder. Confunden la
emoción con el ser buenos cristianos y no son críticos ante la Biblia, ni ante
la política y la sociedad.
5)
Hemos de tratar de ser cada vez mejores católicos
evitando los defectos en la forma de vivir nuestra religión y cambiando todo
aquello que anda mal.
6)
A los católicos y cristianos en general nos corresponde
conocer y vivir mejor la doctrina cristiana. Hemos de activar nuestros
grupos y formar más comunidades fraternas y responsables que
sean más bíblicas y apostólicas.
7)
Todo católico ha de permanecer firme en las filas de la
Iglesia Católica, ya que solamente por medio de la Iglesia Católica
podemos alcanzar la plenitud de los medios de salvación.
8)
Es fácil constatar cómo las sectas atacan a la Iglesia
Católica. Nosotros, siguiendo la Ley de Cristo, tratemos de devolver bien
por mal y bendición por maldición. Busquemos lo que nos une
y no lo que nos separa. Que nunca salga de nuestros labios una ofensa o un
insulto hacia los que no creen como nosotros. Tenemos que orar al Padre de los
cielos para que, llevados de su Santo Espíritu, se restablezca en la Iglesia la
unidad perdida.
Cuestionario:
¿Cómo interpretan
el Apocalipsis algunas sectas? ¿Qué le hacen decir a la Biblia? ¿Cómo hay que
interpretar el número 666 del Apocalipsis? ¿Es lícito aplicarlo al Papa? ¿Hasta
dónde llegan algunas sectas en la interpretación de este texto en el afán de
dar vuelta a los católicos? ¿Qué dijo Jesús referente a los que escandalizan «a
los más pequeños»? ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a las sectas?
Tema
11:
María
... ¿Quién eres?
1. ¿Quién es María?
María nació en
Nazaret, Galilea, 15 ó 20 años antes del nacimiento de Cristo. Sus padres,
según la tradición, fueron Joaquín y Ana. María era judía. Fue educada en la
lectura de los libros santos y en la obediencia a la ley de Dios. Hizo voto de
virginidad. Se desposó con José estando ambos de acuerdo en permanecer vírgenes
por amor a Dios. Un ángel del Señor se le apareció y le comunicó que el
Espíritu Santo descendería sobre ella, y que de ella nacería el Hijo de Dios
(Lc. 1, 35). María aceptó tan maravilloso destino con estas palabras: «Hágase
en mí según tu Palabra», y en aquel instante Jesús fue concebido en su seno. El
nacimiento del Niño fue en Belén de Judea y fue acompañado de diversas
circunstancias, que refieren los Evangelios de Mateo y de Lucas.
¿Qué se sabe acerca de María
después del nacimiento de Jesús?
Al cabo de algún tiempo, vemos a
María, a José y al Niño instalados en Nazaret. Allí hay un solo episodio
notorio: la pérdida y
hallazgo del
Niño, a los 12 años, en Jerusalén. Fue el tiempo que llamamos de la «vida
oculta» de Jesús, su vida de hogar, de familia, de trabajo. Jesús empieza su
vida «pública», su vida apostólica y misionera, hacia los 30 años. María lo
acompaña, a veces de cerca, a veces más lejos. El Evangelio nos la muestra en
Caná asistiendo a un matrimonio, y al pie de la cruz en que Jesús está
muriendo. También en varias otras oportunidades. El libro de los Hechos la
menciona en el Cenáculo junto a los apóstoles, después de la Resurrección del
Señor.
La Tradición sugiere que murió en Efeso -en el Asia Menor-
en casa de Juan el Evangelista.
2. ¿Cómo era María?
Del Evangelio se desprende que María
era humilde y pura; que era decidida y valiente para enfrentar la vida; que era
capaz de
callar cuando no entendía y de reflexionar y meditar; que se
preocupaba de los demás y que era servicial y caritativa; que tenía fortaleza
moral; que era franca y sincera; que era leal y fiel. María es, como mujer, un
modelo para las mujeres. Es también para los hombres el tipo ideal de mujer.
3. ¿En qué consiste principalmente la grandeza
de María?
En ser madre
de Dios. Algunos han dicho que María es madre de Jesús «en cuanto hombre», pero
no de Jesús «en cuanto Dios». Esta distinción es artificial y, de hecho, nunca
la hacemos. Una madre es madre de su hijo tal cual es o llega a ser. No decimos
que la madre de un presidente, por ejemplo, ha sido la madre de él como niño
pero no como presidente o que nuestra mamá sea madre de nuestro cuerpo
solamente, pero no de nuestra alma que es infundida por Dios. Nunca hacemos
esta distinción; decimos simplemente que es nuestra madre. María es Madre de
Jesús. Jesús es Dios. Luego, podemos decir que María es Madre de Dios y en eso
consiste fundamentalmente su grandeza.
4. ¿Tiene María alguna relación especial con
la Santísima Trinidad?
Sin duda. Es la hija predilecta del
Padre. Se lo dice el ángel el día de la Anunciación: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está
contigo» (Lc. 1, 28). Tiene también con el Espíritu Santo
una relación que se ha comparado a la de la esposa con el esposo. Lo dice el
ángel: «El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá
de ti será llamado Santo e Hijo de Dios» (Lc. 1, 35). «No temas María porque
has encontrado gracia delante de Dios» (Lc. 1, 30).
5. ¿Qué dice la Biblia?
Vamos por parte: Es cierto que esos
privilegios no están contenidos «explícitamente» en la Biblia. La Biblia, por
ejemplo, no
habla de la Inmaculada Concepción ni de la Asunción. Pero
están contenidos implícitamente en la Biblia. Por ejemplo, en una semilla de
rosal no está la rosa. No se ve la rosa, pero ahí está en germen y poco a poco
con la savia que viene de la tierra húmeda y con el calor del sol brotará el
rosal y en él florecerá la rosa.
Así también
todo lo que la Iglesia enseña de María ha brotado de la semilla del Evangelio,
al calor del Espíritu Santo, que sigue iluminando al Pueblo de Dios y lo lleva
a descubrir de a poco toda la riqueza que El mismo ha colocado, como en un
germen, en la Escritura inspirada por El.
Todo lo que la Iglesia enseña acerca
de María es coherente con la imagen de María que nos formamos al leer el
Evangelio, con
humildad y con espíritu de fe.
6. ¿Qué dicen los evangelios acerca de las
hermanas y hermanos de Jesús?
El idioma que usaba Jesús y sus
discípulos no tiene muchas palabras para distinguir los distintos grados de
parentesco. Para todo
se usaba la palabra «hermano» y así lo vemos en Génesis 13,
8 y en Mt. 13, 55. Las palabras originales que traducimos en castellano por
«hermanos» y «hermanas» significan no sólo los hermanos carnales sino también
los primos y otros parientes cercanos. La Virgen María no tuvo otros hijos.
Jesús es el «único hijo» de María. Esto se muestra claramente por el hecho de
que al morir, Jesús entregó su madre a Juan (Jn. 19, 27).
7. San Pablo dice que Jesucristo es el único
Redentor y ¿por qué dice la Iglesia católica que María es corredentora?
Así es. Jesús es el único Redentor,
pero San Pablo enseña también que nosotros colaboramos a la redención uniendo
nuestros
sufrimientos a los de Cristo. «Me alegro por lo que sufro
por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que
falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1,
24). María sufrió durante la pasión de su Hijo como nadie jamás ha sufrido,
porque tenía, más que nadie, horror al pecado, porque amaba a su Hijo más que
nadie; porque amaba a los hombres por quienes su Hijo sufría y moría. Por eso
ha participado tan íntimamente en la redención. No es ella la redentora; hay un
solo Redentor, Jesucristo. Pero se la puede llamar corredentora con toda
propiedad explicando bien el alcance de este término.
8. Algunos dicen que los católicos adoran a
María como si fuera Dios, o creen en María más que en Dios ¿es cierto esto?
Adorar a María
sería una idolatría, un pecado contra el primer mandamiento de la Ley de Dios.
«Sólo a Dios adorarás» (Lc. 4, 8). Jamás la Iglesia ha enseñado cosa semejante.
María es una mujer, una creatura, la más santa de todas las creaturas, pero
solamente una creatura.
A María la queremos, la veneramos,
conversamos con ella en la oración, le damos culto no de adoración que está
reservado sólo
a Dios, sino un culto de veneración como se lo damos a los
santos que, como ella, son seres humanos, simples creaturas; y le pedimos que
nos haga conocer, amar y seguir a Jesús como ella lo conoció, lo amó y lo
siguió.
9. ¿No será que el culto a María distrae del
culto a Cristo?
No distrae de
él, sino que conduce a él. María presintió el culto que le sería dado a lo
largo de los siglos, cuando exclamó: «Desde ahora me proclamarán
bien-aventurada todas las generaciones» (Lc. 1, 42). Ya Isabel, su prima, se lo
había anunciado: «Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre» (Lc. 1, 48). Los millares de iglesias dedicadas a María, las
multitudes de personas que acuden a sus santuarios, los millones de Avemarías
que se rezan diariamente en el mundo, han confirmado ese presentimiento y ese
anuncio. El que conoce a María la ama, y se esfuerza por darla a conocer y por
conocer y amar a Cristo. Se alimenta de su Palabra. Se integra en la vida de la
Iglesia, cumple los mandamientos y participa de los sacramentos, especialmente
de la Eucaristía.
10. ¿Cual será la relación de María con Cristo?
María es
madre. Es también discípula, su más perfecta discípula, su primera y fidelísima
seguidora y su inseparable colaboradora. María es un reflejo de la santidad de
su Hijo Jesús. Se la ha comparado a la luna que nos ilumina de noche con una
luz más suave que la del día y que no es sino un reflejo de la luz deslumbrante
del sol.
11. ¿Cuál es la relación de María con la
Iglesia?
Siendo madre «de Cristo» y, siendo
nosotros por adopción, hermanos de Cristo, María es también Madre «nuestra».
Así lo dijo
también expresamente Cristo en la cruz cuando le dijo a
Juan: «He ahí a tu madre» (Jn. 19, 27). María, siendo discípula y seguidora de
Cristo, es nuestro modelo, la que va delante en nuestra peregrinación hacia
Cristo, la que nos muestra el camino y nos anima a seguirlo: modelo de fe, de
esperanza y de amor. Estando María ahora en el cielo, intercediendo por
nosotros, nos encomendamos a ella para que nos ayude a vivir aquí en la tierra
como cristianos y alcanzar nuestro destino final que es el cielo.
12. Los títulos de la Virgen
¿Por qué hablan algunos de la Virgen
«del Carmen» y otros de la Virgen «de la Tirana» o de «Lourdes»? ¿Por qué hay
tantas
imágenes y advocaciones distintas de la Virgen? ¿Son acaso
muchas las Vírgenes?
La Virgen
María es una sola. La que conocemos en el Evangelio, con la fe de la Iglesia,
es María de Nazaret, la Madre de Jesús. Los diversos nombres y las distintas
imágenes aluden a las circunstancias o misterios de su vida. La Mater Dolorosa
al pie de la cruz es una mujer madura, traspasada de dolor. La Virgen del
Tránsito o de la Asunción es una mujer transfigurada, entrando en la
gloria.
Otros nombres
se refieren a los distintos lugares en que se celebra su culto: Virgen de
Lourdes, de Guadalupe... Pero la Santísima Virgen es una sola. Los miles de
artistas que han querido pintarla y esculpirla se la han imaginado cada cual a
su manera, buscando, sin embargo, su inspiración en el Evangelio y en la fe de
la Iglesia.
13. ¿Qué se debe entender por apariciones de la
Virgen?
La Santísima Virgen puede, si quiere,
intervenir desde el cielo en asuntos humanos por amor a los hombres. Puede
«aparecerse»
a tal o cual persona, habitualmente a niños o personas
humildes, y entregarles un mensaje para que los hombres se conviertan y vuelvan
a Dios.
14. ¿Cree la Iglesia, así no más, a
cualquiera que dice que se le apareció la Virgen?
La Iglesia tiene mucha prudencia y
sabiduría y es muy lenta en reconocer una aparición. Primero estudia, averigua
y comprueba,
a fin de no inducir a nadie a engaño. Y hechas las
averiguaciones y después de varios años se pronuncia y reconoce con su
autoridad si la aparición es real o ficticia. En algún caso la Iglesia se ha
convencido de la autenticidad de una aparición por la santidad de vida del
vidente, por la pureza del mensaje entregado o por los hechos ocurridos en el
lugar de la aparición: curaciones, conversiones, etc. Esto es lo que ocurrió en
Lourdes, Francia, en 1858 y en Fátima, Portugal, en el año 1917. En otros casos
la Iglesia ha rechazado las supuestas apariciones o simplemente no se pronuncia
esperando que el tiempo establezca la verdad.
15. ¿Cuál es la mejor manera de orar a la
Santísima Virgen?
La oración
principal es la del Ave María que consta de dos partes: la primera parte está
tomada del Evangelio, del relato de la Anunciación y de la Visitación: «Dios te
salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo» (Lc. 1, 28). «Bendita
tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lc. 1,
42).
La segunda parte ha sido agregada por
la Iglesia: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y
en la hora
de nuestra muerte. Amén».
16. ¿Qué es el santo rosario?
Es una manera de unirnos a la
Santísima Virgen María rezando cinco veces un Padre nuestro, diez Avemarías y
un gloria, y
recordando cada vez un misterio de la vida del Señor. Hay 5
misterios gozosos, que se rezan los lunes y jueves, 5 misterios dolorosos, que
se rezan los martes y viernes, y 5 misterios gloriosos que se rezan los
miércoles, sábados y domingos. Otras hermosas oraciones a la Virgen son la
«Dios te salve Reina y Madre»; el «Bendita sea tu pureza», etc.
Cuestionario:
¿Qué sabemos de María? ¿Dónde radica
su grandeza? ¿Podemos llamar a María «Madre de Dios»? ¿Por qué? ¿De qué nos
acusan
algunas sectas? ¿Adoramos los católicos a María? ¿Qué significa que le damos
culto de veneración? ¿Qué anunció María en lo referente a su memoria? ¿Cómo la
recuerda la historia a través de los siglos? ¿Se ha aparecido la Virgen María?
¿Dónde y cuándo? ¿Cuál ha sido su mensaje. ¿Qué es el Santo Rosario? ¿Es
bíblica?
Tema
12:
María
... ¿Fue siempre virgen?
¿Podemos decir que María siempre
fue virgen?
Todos los
cristianos aceptan a María como Madre de Jesús; pero mientras los católicos
hablamos de ella como «la Virgen María», las otras religiones cristianas y
muchas sectas no quieren decir ni reconocer que María es siempre virgen. Muchos
dicen, simplemente, que María tuvo más hijos y por eso no pudo ser
«virgen».
En una carta
anterior ya les hablé de los «hermanos de Jesús» y les aclaré que no hay ningún
fundamento bíblico para decir que María tenía más hijos. En esta carta les
quiero hablar, a partir de la Biblia, acerca de María siempre virgen.
1. La concepción virginal de María
El hecho de la virginidad de
María en el nacimiento de su hijo Jesús se afirma claramente en la Biblia:
Mt. 1,18: «El nacimiento de Jesús fue
así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que se juntasen, se
halló que había
concebido del Espíritu Santo».
Lc. 1, 30-35: «El ángel Gabriel le
dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios... y ahora
concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo... María dijo al ángel: ¿Cómo
será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti... y el Ser Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de
Dios».
Juan 1, 13: «El que nació no de
la sangre, ni del deseo de carne, ni del deseo de hombre, sino que nació de
Dios».
Estos tres textos bíblicos son
testimonios sólidos para afirmar el hecho de la virginidad de María en la
concepción de Jesús.
2. ¿Quiso María esta virginidad?
El Evangelio
dice que «María era una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc. 1,
27). Este matrimonio de María con José nos mueve, a primera vista, a decir que
María no quiso esta virginidad.
Sin embargo, el evangelista Lucas
nos ofrece otros datos acerca de este compromiso matrimonial.
Leamos
atentamente en el Evangelio de Lucas 1, 26-38: En este relato bíblico vemos
cómo Dios respeta a los hombres. El no nos salva sin que nosotros mismos
queramos. Jesús el Salvador ha sido deseado y acogido por una madre, una
joven-cita que, libre y conscientemente, acepta ser la servidora del Señor y
llega a ser Madre de Dios.
Vers. 26: «Al sexto mes el ángel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un
varón que se llamaba José. José era de la casa de David y el
nombre de la virgen era María».
San Lucas usa dos veces la palabra
«virgen». ¿Por qué no dijo «una joven» o «una mujer»? Sencillamente porque el
escritor
sagrado se refería aquí a las palabras de los profetas del
A. T. que afirmaban que Dios sería recibido por una «virgen de Israel» (Is. 7,
14): «El Señor, pues, les dará esta señal: la Virgen está embarazada y da a luz
un varón a quien le pondrás el nombre de Emmanuel».
Durante
siglos, Dios había soportado que su pueblo de mil maneras le fuera infiel y
había perdonado sus pecados. Pero el Dios Salvador, al llegar, debería ser
recibido por un pueblo virgen que hubiera depuesto sus propias ambiciones para
poner su porvenir en manos de su Dios. Dios debía ser acogido con un corazón
virgen, o sea, nuevo y no desgastado por la experiencia de otros amores.
-Incluso en
tiempos de Jesús, muchos al leer la profecía de Is. 7, 14 sacaban la conclusión
de que el Mesías nacería de una madre Virgen. Ahora bien, el Evangelio nos
dice: María es la virgen que da a luz al Mesías.
-Vers. 34-35: María dijo al ángel:
«¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo
descenderá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra,
por lo cual el Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios».
Aunque María es la esposa
legítima de José, la pregunta de ella al ángel indica el propósito de
permanecer virgen.
El ángel precisa que el niño nacerá
de María sin intervención de José. El que va a nacer de María en el tiempo es
el mismo que ya
existe en Dios, nacido de Dios, Hijo del Padre (Jn. 1, 1). Y
la concepción de Jesús en el seno de María no es otra cosa que la venida de
Dios a nuestro mundo.
¿Qué significa «la sombra» o «la
nube» en este texto bíblico?
Los libros sagrados del Antiguo
Testamento hablan muchas veces de «la sombra» o «la nube» que llenaba el Templo
(1 Reyes 8,
10), signo de la presencia divina que cubría y amparaba a la
ciudad Santa (Sir. 24, 4). Al usar esta figura, el Evangelio quiere decir que
María pasa a ser la morada de Dios desde la cual El obra sus misterios. El
Espíritu Santo viene, no sobre su Hijo, sino que primeramente viene sobre
María, para que conciba por obra del Espíritu Santo.
3. ¿Había pensado María en consagrar a Dios
su virginidad antes que viniera el ángel?
El Evangelio no da precisiones al
respecto, solamente encontramos la palabra de María: «No conozco varón» o «no
tengo
relación con ningún varón». (Lc. 1, 34).
Recordemos que María ya está
comprometida con José (Lc. 1, 27) lo que según la ley judía, les da los mismos
derechos del
matrimonio, aunque no vivan todavía en la misma casa (Mt. 1,
20).
En estas condiciones, la pregunta de
María: «¿Cómo podré tener un hijo, pues no conozco varón?» (Lc. 1, 34) no
tendría ningún
sentido, si María no estuviese decidida ya a mantenerse
virgen para siempre. María es la esposa legítima de José. Si este matrimonio
quiere tener relaciones conyugales normales, el anuncio del ángel referente a
su maternidad no puede crearle ningún problema. Sin embargo, María manifiesta claramente
su problema: «pues no conozco varón». Además esa pregunta de María permite otra
traducción válida en la mentalidad de los judíos: «¿Cómo será eso, pues no
quiero conocer varón?». Sin duda esta pregunta de María indica en la Virgen un
firme propósito de permanecer virgen.
Algunos tendrán dificultades para
aceptar esta decisión de María y dirán que tal decisión es sorprendente por
parte de una joven
judía; porque es sabido que Israel no daba gran valor
religioso a la virginidad.
No debemos olvidar que en la
Palestina de entonces había grupos de personas que vivían en celibato (los
esenios) y con su estilo
de vida esperaban la pronta venida del Mesías. Por otra
parte el celibato o la virginidad de por vida no existía para mujeres que,
según la costumbre judía, por orden de su padre tenían que aceptar un
matrimonio impuesto. Por eso la joven María que quería guardar virginidad,
difícil-mente podía rechazar este compromiso matrimonial impuesto. Y por eso
ella había aceptado este compromiso con José, pero con la decisión de
permanecer virgen.
Como conclusión podemos decir que
este texto bíblico es favorable a la voluntad de virginidad de María.
Además está claro en la Biblia
que María tenía como hijo único a Jesús y que no tuvo más hijos.
4. ¿Qué sentido tiene la virginidad ?
María no
expresa sus motivos, pero todo lo que Lucas deja entrever del alma de María
supone que ella tenía motivos elevados. Por medio del ángel, Dios la trata de
«muy amada», «llena de gracia», «el Señor está con ella». Y María quiere ser su
«sierva», con la nobleza que da a esta palabra la lengua bíblica: «Yo soy la
servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho» (Lc. 1, 38). Su virginidad
parece así una consagración, un don de amor exclusivo al Señor.
Mucha gente moderna se extraña ante
tal decisión de María: ¿Cómo pensaría María en mantenerse virgen en el
matrimonio,
especialmente en el pueblo judío, que no valoraba la
virginidad? Incluso en las iglesias no-católicas muchas personas al leer en el
Evangelio la expresión «hermanos de Jesús» concluyen sin más que María tuvo
otros hijos después de Jesús. (En otra carta les he hablado claramente de este
asunto y está muy claro en la Biblia que Jesús no tenía hermanos en el sentido
estricto de esta palabra).
Pero lo grave es que muchas sectas
están deseosas de negar sin más la virginidad de María. ¿A qué se debe esto?
Sin duda que a
vanos prejuicios y a falta de conocimientos bíblicos. ¿O
será por el prurito de buscarle «peros» y dificultades a la religión
católica?
Virgen debía ser aquella que, desde
el comienzo, fue elegida por Dios para recibir a su propio Hijo en un acto de
fe perfecta. Ella,
que daría a Jesús su sangre, sus rasgos hereditarios, su
carácter y su educación primera, debía haber crecido a la sombra del templo de
Jerusalén, como dice una antigua tradición, y el Todopoderoso, cual flor
secreta que nadie hiciera suya, la guardó para sus divinos designios. Es por
eso que María renunció a todo menos al Dios vivo. Y así en adelante ella será
el modelo de muchos que, renunciando a muchas cosas, entrarán al Reino y
obtendrán la única recompensa que es Dios.
5. Consideración final:
Para un hombre o una mujer creyente,
no es cosa excepcional renunciar definitivamente al sexo, es decir, a tener
relaciones
sexuales. Hay un sinnúmero de ejemplos de jóvenes que, desde
muy temprano, han intuido que este camino evangélico es un camino más directo
para acercarse mejor a Jesús: Sor Teresa de Los Andes, el Padre Hurtado y
tantos otros. ¿Acaso María era menos inteligente que ellos o menos capaz de
percibir las cosas de Dios? ¿No podía ella captar por sí misma lo que dirá
Jesús respecto a la virginidad elegida por amor al Reino? (Mt. 19,12). Y
después de ser visitada en forma única por el Espíritu Santo, que es el soplo
del amor de Dios, ¿necesitaría María todavía las caricias amorosas de José? Si
la historia de la Iglesia nos proporciona tantos ejemplos del amor celoso de
Dios para quienes fueron sus amigos y sus santos, ¿cómo iba a ser menos para
aquella mujer, María, que fue «llena de gracia»?
¡Qué torpeza
inconsciente son las sinrazones de aquellos que se olvidan de la Tradición de
los Apóstoles, la cual proclama que María fue y permaneció siempre virgen!
Rechazar la virginidad de
María... ¡qué manera de rebajar las maravillas de Dios!
María deseaba
ser totalmente de Dios y con el «sí» de la Anunciación ella se consagró total y
exclusivamente al plan de Dios: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí
conforme a tu palabra» (Lc. 1, 38).
Realmente es incomprensible la fobia
de algunos de nuestros hermanos evangélicos que tratan de denigrar y rebajar la
dignidad
de María. Nunca predican sobre ella, y en repetidos casos
han destruido sus imágenes. Nosotros tenemos que tener bien fundamentado
nuestro culto y veneración por María y tenemos que seguir proclamando sus
alabanzas, tal como ella ya lo anticipó en el canto del Magnificat.
Por otra
parte, María aparece unida a Jesús en la encarnación, en el nacimiento, vida,
pasión y muerte de su Hijo Jesús y también en la primitiva Iglesia. Ahora bien,
el mismo Jesús dice: «Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre». Honremos
pues a María y redoblemos nuestros esfuerzos por quererla, por nosotros y por
quienes la desconocen.
Décima del Canto a lo Divino:
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa Virgen sagrada María yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes, Madre mía.
Cuestionario:
¿Qué dicen las
sectas sobre la virginidad de María? ¿Cómo fue la concepción de Jesús? ¿Cómo se
anunciaba la venida del Mesías? ¿Qué profecías se cumplen en ella? ¿Qué sentido
tenía la virginidad para María? ¿Por qué contrajo matrimonio si no pensaba tener
hijos? ¿Hasta qué punto María se sometió al plan de Dios? ¿Por qué las sectas
rechazan la virginidad de María? ¿Cómo hay que interpretar los textos en que se
habla de «los hermanos de Jesús»?
Tema
13:
¿Yavé
o Jehová?
Queridos hermanos católicos:
En las Biblias evangélicas
encontramos que a Dios se lo nombra como a «Jehová» y en las Biblias católicas
le damos el nombre
de «Yavé». Muchos cristianos se preguntan: ¿por qué esta
diferencia en el nombre de Dios? ¿qué debemos pensar de esto?
En el fondo no sirve de nada discutir
por el nombre antiguo de Dios. Nosotros vivimos ahora en el N. T. y lo que nos
importa es
hablar de Dios como Jesús hablaba de El. Jesús vino a
aclarar el misterio más profundo que hay en el Ser Divino: «Dios es amor». Dios
es un «Padre» que ama a todas sus creaturas y los hombres son sus hijos
queridos. Jesús mismo nos enseñó que debemos invocar a Dios como «nuestro
Padre» (Mt. 6, 9).
Para los estudiosos de la Biblia
quiero aclarar en esta carta el nombre antiguo de Dios, aquel nombre que los
israelitas del A. T.
usaban con profundo respeto. La explicación es un poco
difícil, porque debemos comprender algo del idioma he-breo, la lengua en la
cual Dios se manifestó a Moisés.
1. Los nombres de Dios en el A. T.
Los israelitas
del A. T. empleaban muchos nombres para referirse a Dios. Todos estos nombres
expresaban una relación íntima de Dios con el mundo y con los hombres.
En esta carta quiero indicar
solamente los nombres más importantes, por ejemplo:
En Ex. 6, 7 encontramos en el
texto hebreo el nombre «Elohim», que en castellano significa: «El Dios fuerte y
Poderoso».
En el Salmo 94 encontramos
«Adonay» o «Edonay», que en castellano es «El Señor».
En Gén. 17, 1 se habla de Dios
como «Shadday» que quiere decir el Dios de la montaña.
El profeta Isaías (7, 14) habla
de «Emmanuel» que significa «Dios con nosotros».
Y hay muchos
nombres más en el A. T., como por ejemplo: Dios Poderoso, el Dios Vivo, el
Santo de Israel, el Altísimo, Dios Eterno, El Dios de la Justicia, etc.
Pero el nombre más empleado en
aquellos tiempos era «Yavé» que significa en castellano: «Yo soy» o «El que
es».
Leemos en Exodo Cap. 3 que Dios se
apareció a Moisés en una zarza ardiente y lo mandó al Faraón a hablar de su
parte. Moisés
le preguntó a Dios: «Pero si los israelitas me preguntan
cuál es tu nombre, ¿qué voy a contestarles?». Y Dios dijo a Moisés: «YO SOY EL
QUE SOY». Así les dirás a los israelitas: YO SOY me manda a ustedes. Esto les
dirás a ellos: YO SOY, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me manda a ustedes.
Este es mi nombre para siempre» (Ex. 3, 13-15).
2. ¿De dónde viene la palabra «Yavé»?
Esta palabra es una palabra hebrea,
el hebreo es el idioma de los israelitas o judíos del A. T. En este idioma no
se escribían las
vocales de una palabra sino únicamente las consonantes. Era
bastante difícil leerlo correctamente, porque al leer un texto hebreo, uno
mismo debía saber de memoria qué vocales tenía que pronunciar en medio de las
consonantes. El nombre de Dios: «YO SOY» se escribía con estas cuatro
consonantes: Y H V H que los judíos pronunciaban así «Yahveh», y en castellano
se escribe YAVE. La pronunciación «Yavé» es sin duda la pronunciación más
correcta del hebreo original para indicar a Dios como «Yo soy el que soy» (Los
judíos del A.T. nunca dijeron Jehová).
3. ¿De dónde viene la palabra Jehová?
Los israelitas
del A.T. tenían un profundo respeto por el nombre de Dios: «Yavé». Era el
nombre más sagrado de Dios, porque Dios mismo se había dado este nombre.
Con el tiempo los israelitas, por
respeto al nombre propio de Dios, dejaron de pronunciar el nombre de «Yavé» y
cuando ellos
leían en la Biblia el nombre de «Yavé», en vez de decir
«Yavé» dijeron otro nombre de Dios: «Edonai» (el Señor). Resultó que después de
cien años los israelitas se olvidaron por completo de la pronunciación original
(Y H V H, Yavé) porque siempre decían «Adonay» (el Señor).
En la Edad
Media (1.000 a 1.500 años después de Cristo) los hebraístas (que estudiaban el
idioma hebreo antiguo) empezaron a poner vocales entre las consonantes del
idioma hebreo. Y cuando les tocó colocar vocales en la palabra hebrea Y H V H
(el nombre antiguo de Dios) encontraron muchas dificultades.
Por no conocer la pronunciación
original de las cuatro consonantes que en las letras castellanas corresponden a
YHVH y en letras
latinas a JHVH, y para recordar al lector que por respeto
debía decir: «Edonay» en vez de «Yavé», pusieron las tres vocales (e, o, a) de
la palabra Edonay; y resultó Jehovah en latín. Es decir: tomaron las 4
consonantes de una palabra (J H V H) y metieron simplemente 3 vocales de otra
palabra (Edonay) y formaron así una nueva palabra: Jehovah. Está claro que la
palabra «Jehovah» es un arreglo de dos palabras en una. Por supuesto la palabra
«Jehovah» nunca ha existido en hebreo; es decir, que la pronunciación «Jehovah»
es una pronunciación defectuosa del nombre de «Yaveh».
En los años
1600 comenzaron a traducir la Biblia a todas las lenguas, y como encontraron en
todos los textos bíblicos de la Edad Media la palabra «Jehová» como nombre
propio de Dios, copiaron este nombre «Jehová» literalmente en los distintos
idiomas (castellano, alemán, inglés...). Y desde aquel tiempo empezaron a
pronunciar los católicos y los evangélicos como nombre propio de Dios del A. T.
la palabra «Jehová» en castellano.
4. Ahora bien, aun las Biblias
católicas usan el nombre de «Yavé» y no el de «Jehová». ¿Está bien? Está bien
porque todos los
hebraístas modernos (los que estudian el idioma hebreo)
están de acuerdo que la manera original y primitiva de pronunciar el nombre de
Dios debía haber sido «Yavé» y no «Jehová».
«Yavé» es una
forma del verbo «havah» (ser, existir) y significa: «Yo soy el que es» y
«Jehová» no es ninguna forma del verbo «ser», como lo hemos explicado más
arriba. Por eso la Iglesia Católica tomó la decisión de usar la pronunciación
original «Yavé» en vez de «Jehová» y porque los israelitas del tiempo de Moisés
nunca dijeron «Jehová».
4. ¿Cuál es el sentido profundo del nombre
de «Yavé»?
Ya sabemos que «Yavé» significa:
«Yo soy.» Pero ¿qué sentido profundo tiene este nombre?
Para comprenderlo debemos pensar que
todos los pueblos de aquel tiempo eran politeístas, es decir, pensaban que
había muchos
dioses. Según ellos, cada nación, cada ciudad y cada tribu
tenía su propio Dios o sus propios dioses. Al decir Dios a Moisés: «YO SOY EL
QUE SOY» El quiere decir: «Yo soy el que existe: el Dios que existe; y los
otros dioses no existen, los dioses de los egipcios, de los asirios, de los
babilonios no existen. Yo soy el único Dios que existe».
Dios, dándose el nombre de YAVE (YO
SOY), quería inculcar a los judíos el monoteísmo (un solo Dios), y rechazar de
plano
todo politeísmo (muchos dioses) y la idolatría de otros
pueblos.
El Dios de los judíos (Yavé) es un
Dios celoso, no soporta a ningún otro dios a su lado. El dice: «No tendrás otro
Dios fuera de
mí» (Ex. 20, 3). «Yo soy Yavé, tu Dios celoso» (Deut. 4, 35
y 32, 39).
El profeta
Isaías explica bien el sentido del nombre de Dios. Dice Dios por medio del
profeta: «YO SOY YAVE, y ningún otro». «¿No soy yo Yavé el único y nadie mejor
que yo?» (Is. 45, 18).
La conclusión es: La palabra «Yavé»
significa que «El es el UNICO DIOS», el único y verdadero Dios, y que todos los
otros
dioses y sus ídolos no son nada, no existen y no pueden
hacer nada.
5. El nombre de Dios en el N. T.
Más importante
para nosotros, que vivimos en el N. T., es saber cómo Jesús hablaba del
misterio de Dios. Jesús y sus apóstoles, según la costumbre judía de aquel
tiempo, nunca pronunciaban el nombre «Yavé» o «Jehová». Siempre leían la Biblia
diciendo: «Edonay» -el Señor- para indicar el nombre propio de Dios.
Todo el N. T.
fue escrito en griego, por eso encontramos en el N. T. la palabra Kyrios (el
Señor) que es la traducción de «Edonay».
Pero Jesús introdujo también una
novedad en las costumbres religiosas y nombró a Dios «Padre»: «Te alabo, Padre,
Señor del
cielo y de la tierra». «Mi Padre sigue actuando y yo también
actúo». «Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque El llamaba a Dios
Padre suyo haciéndose igual a Dios» (Jn. 5, 17-18).
Además Jesús
enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo: «Por eso, oren ustedes así: Padre
Nuestro, que estás en los cielos» (Mt. 6, 9). Ahora, el nombre más hermoso que
nosotros podemos dar a Dios es el de: «Padre nuestro».
6. ¿Es verdad que en las Biblias de los
Testigos de Jehová aparece el nombre Jehová en el Nuevo Testamento?
Así es. Los
Testigos de Jehová hacen aparecer en el N. T. 237 veces la palabra «Jehová»,
pero eso no es correcto. Cuando en el N. T. se habla de Dios con el nombre
«Señor» (Kyrios en griego, Edonay en hebreo) ellos lo traducen como Jehová,
pero esto es claramente una adulteración de los textos bíblicos.
El N. T. habla
de Dios como «Padre» o «Señor», pero nunca como «Jehová». Una vez más
desconocen la gran revelación de Jesucristo que fue la de anunciarnos a Dios
como Padre.
7. ¿Qué es lo mejor para nosotros?
Lo mejor es hablar de Dios como Jesús
hablaba de El. Meditando los distintos nombres de Dios que aparecen en la
Biblia, nos
damos cuenta de que hay una lenta evolución acerca del
misterio de Dios, y cada nombre revela algo de este gran misterio divino:
1)
Dios se manifestó a Moisés como el único Dios que
existe, significando esto que los otros dioses no existen. Es lo que
significa la palabra «Yavé».
2) Luego
ese único Dios se manifestó a los profetas como el Dios de la Justicia.
3)
Finalmente en Jesucristo, Dios se manifestó como un
Padre que ama a todos sus hijos. Dios es amor y nosotros tenemos esta
gran vocación a vivir en el amor. La oración del Padre
Nuestro es la mejor experiencia de fraternidad universal.
¿Qué hay que hacer
cuando los Testigos de Jehová, los Mormones y los seguidores de otras sectas
llegan a la casa de uno para entablar una conversación?
«En primer
lugar hay que precisar cuál es la verdadera intención de su visita. Por lo
general ellos dicen que quieren hablar de la Biblia y conversar acerca de Dios
y de la religión.
Pero su verdadera intención no es
ésta, sino la de arrebatar la fe a los católicos. Eso y nada más es lo que
quieren. Quitar a los
fieles su fe católica. Hablar de la Biblia o de Dios es sólo
el pretexto para llegar a este final que es quitar la fe a los católicos.
Y los hechos comprueban esta
afirmación, porque sabemos de algunos buenos católicos que por cortesía, buena
educación, o por
otras razones, aceptaron con-versar con ellos sobre la
Biblia o sobre Dios, y se pasaron a ser Testigos de Jehová, Mormones o de otras
sectas y abominaron después contra su antigua fe católica.
Es decir, hay que tener claro que
esta visita de los Testigos de Jehová, de los Mormones o de otras sectas a las
casas y familias
católicas no tiene otra intención ni otro propósito que
arrebatarles su fe católica.
Conociendo esta realidad, la
respuesta es obvia: ¿Quiere usted conservar y defender su fe católica? No los
reciba. ¿Quiere usted
poner en peligro su fe católica? Piense mejor lo que debe
hacer».
Cuestionario:
¿Es correcto
nombrar hoy a Dios con la palabra Jehová? ¿Por qué no? ¿Qué aconteció
históricamente? ¿Por qué los israelitas usaban la palabra Adonai? ¿Qué pasó
cuando los hebraístas de la Edad Media empezaron a poner vocales a las
consonantes? ¿Qué significa la palabra Yavé? ¿Es correcto utilizar hoy la
palabra Yavé? ¿Es correcto utilizar la palabra Jehová? ¿Cómo se refirió Jesús a
su Padre? ¿Cómo tenemos que nombrar a Dios los cristianos de hoy? ¿Qué
evolución del nombre de Dios hay entre A. y N. Testamento? La Santa Biblia
El libro que no pueden faltar en su hogar.
Tema
14:
El
Bautismo
Queridos hermanos:
Un día se me acercó un caballero y me
pidió que le buscara la fe de bautismo. Me dijo que cuando pequeño había sido
bautizado
en mi parroquia. Le comenté que me extrañaba mucho que él,
siendo pentecostal, viniera a pedir su fe de bautismo a la Iglesia Católica. Me
contó que necesitaba este documento para su jubilación... y conversando con él
me hizo entender que ahora, de mayor, se había bautizado en otra religión,
porque le habían dicho que el bautismo de niños chicos no es válido y además
que Jesús se había bautizado como adulto.
Queridos hermanos, me doy cuenta de
que hay mucha confusión entre nuestra gente acerca de la fe cristiana y muchos
por falta
de conocimiento bíblico abandonan la fe católica.
En esta carta les escribo de lo que
la Biblia nos enseña acerca del bautismo cristiano, y en otra les explicaré que
una familia
cristiana tiene pleno derecho a pedir el bautismo de sus
niños. Ante todo lea y medite:
1. El bautismo de Juan Bautista no es lo mismo
que el bautismo de los cristianos.
Es verdad que Juan bautizaba a la
gente adulta en el río Jordán, e incluso Jesús fue bautizado por él. Pero ¿qué
significado tiene
el bautismo de Juan?
Juan Bautista era el Precursor de
Jesús, nuestro Salvador. Juan comenzó a predicar la penitencia y la confesión
de los pecados
para que la gente, con un corazón limpio, recibiera al
Mesías que iba a venir pronto. Como signo de conversión y de perdón de los
pecados, Juan llamaba a la gente a recibir el bautismo con agua en el río
Jordán. Es decir el bautismo de Juan expresaba un cambio de vida, una verdadera
conversión hacia Dios; significaba así una preparación para la venida del Señor
(Mc.1,3).
Jesús también se hizo bautizar por
Juan, aunque El no tenía ningún pecado y por eso no necesitaba el bautismo
definitivo: «Mi
bautismo -decía Juan- es un bautismo con agua y significa un
cambio de vida, pero otro viene después de mí y es más poderoso que yo: El los
bautizará en el fuego y en el Espíritu Santo» (Mt. 3, 11). Queridos hermanos y
amigos, estos textos nos aclaran muy bien que el bautismo de Juan no es lo
mismo que el bautismo cristiano.
2. ¿Qué es el bautismo instituido por Jesucristo?
Jesús
resucitado, antes de subir al cielo, mandó a sus apóstoles: «Vayan y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo» (Mt. 28, 19-20).
Y en otra parte de la Biblia dijo
Jesús: «El que crea y sea bautizado, se salva-rá» (Mc. 16, 16).
Los apóstoles y los primeros
cristianos estaban conscientes de que el bautismo de Jesús era distinto del de
Juan, era un mandato
del Señor resucitado, y cuando comenzaron la predicación del
Evangelio bautizaban a todos los que creían en Jesucristo. Por supuesto que
este bautismo en Cristo tiene un sentido más profundo que el bautismo de Juan.
El bautismo
cristiano significa, sobre todo, un nuevo nacimiento, una nueva vida. Jesús
dijo: «Si no renaces del agua y del Espíritu Santo, no puedes entrar en el
Reino de los cielos» (Jn. 3-5).
3. ¿En qué consiste este nuevo nacimiento?
a) Con
el bautismo de Cristo nacemos a la vida de hijos de Dios: Por el bautismo
cristiano nosotros «llegamos a tener parte en la
naturaleza de Dios» (2 Pedr. 1, 4); y «somos realmente hijos
de Dios por adopción» (Rom. 8, 16 y Gál. 4, 5). Desde ahora en adelante
llevamos grabado en nuestro corazón el sello de Dios para toda la eternidad, y
podemos clamar a Dios diciendo: «Abba-Padre» que significa «Papito». Dios, como
Padre, nos cubre desde ahora y para siempre con su amor. Es éste el regalo más
grande que podemos recibir acá en la tierra.
b) El
bautismo nos incorpora a Cristo, es decir, somos de Cristo, somos
cristianos:
«¿No saben ustedes que todos los que
fuimos bautizados para unirnos a Cristo Jesús, tenemos parte con El en su
muerte al ser
bautizados? Así pues, por medio del bautismo fuimos
enterrados junto con Cristo y estuvimos muertos, para ser resucitados y vivir
una vida nueva» (Rom. 6, 3-5).
«Todos ustedes que fueron bautizados
para unirse a Cristo, se encuentran cubiertos por El como por un vestido... y
al estar unidos
a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo» (Gal. 3,
27-28).
Eso quiere decir que por el bautismo
somos injertados en el misterio pascual de Jesucristo: Morimos con él, somos
sepultados
con él y resucitamos a una nueva vida con él.
c) El bautismo cristiano es un
nuevo nacimiento en el Espíritu Santo.
Dijo Jesús: «El que no nace del agua
y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn. 3, 5). Escribe
el apóstol Pablo
a su amigo Tito: «Cristo nos salvó
por medio del Bautismo que significa que hemos nacido de nuevo, y por me-dio
del Espíritu Santo que nos ha dado nueva vida. Por medio de nuestro Salvador
Jesucristo, Dios nos ha dado el Espíritu Santo en abundancia» (Tit. 3,
5-6). d) El Bautismo nos hace miembros
del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia:
«Cristo es como un cuerpo que tiene muchos
miembros y todos los miembros forman un solo cuerpo. Pues todos nosotros,
seamos judíos o griegos, esclavos o libres, al ser
bautizados hemos venido a formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu»
(1 Cor. 12, 12-13).
«Así somos uno en Cristo por el
bautismo, un sólo pueblo de Dios formado por todas las razas y todas las
naciones sin
excepción».
Pertenecer a la Iglesia de Cristo no
es una simple afiliación, como hacerse socio de un club. Los bautizados forman
parte de una
sola familia, son hermanos entre sí. «Hay un solo cuerpo y
un solo Espíritu, así como Dios les ha llamado a una sola esperanza. Hay un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef.
4, 4-6).
3) ¿Qué se exige para recibir el bautismo?
Se exige primeramente la fe.
El bautismo es, antes que nada, el
sacramento de la fe, por el cual el hombre acepta el Evangelio de Cristo. La fe
está en el centro
del
Bautismo. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que, cuando un
hombre de Etiopía quiso bautizarse, el diácono Felipe le dijo: «Si crees de
corazón es posible». Respondió el etíope: «Creo que Jesucristo es el Hijo de
Dios» (Hch. 8, 37).
De esta forma la conversión, la
aceptación de Cristo y su Evangelio por la fe es la primera condición para ser
bautizado.
También exige luchar contra el mal:
el bautismo no es para los cobardes, es para los que están dispuestos a luchar
contra «los
principados y potestades de las tinieblas» (Col. 2,
15).
San Pedro
expresa esta lucha del cristiano en la imagen del león rugiente que espera el
momento propicio para devorarnos (1 Ped. 5, 8-11).
También San Pablo exhorta a los
creyentes: «Revístanse de la armadura de Dios para que puedan resistir las
tentaciones del
diablo, porque nuestra lucha no es contra la carne y la
sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de
este mundo tenebroso, contra las fuerzas sobrenaturales del mal» (Ef. 6,
10-12).
4. Se exige ser testigo de Cristo:
«Los bautizados en Cristo reciben
este poder del Espíritu Santo y saldrán para ser testigos de Cristo en las
partes más lejanas del
mundo» (Hch. 1, 5-8). Serán testigos de la «vida recta, de
devoción a Dios, de fe, de amor, paciencia y humildad de corazón. Pelea la
buena lucha de la fe, echa mano de la vida eterna, pues para esto te llamó Dios
y has hecho tu buena declaración de fe delante de muchos testigos.» (1 Tim. 6,
11-12).
«Dios no nos ha dado un Espíritu de
miedo, sino un Espíritu de poder, de amor y de buen juicio. No tengas
vergüenza, pues, de
dar testimonio a favor de Nuestro Señor... Acepta de tu
parte los sufrimientos que vienen por causa del mensaje de salvación, conforme
a las fuerzas que Dios da. Dios nos salvó y nos llamó a llevar una vida
consagrada a El.» (2 Tim. 1, 7-9).
Queridos hermanos, nos damos cuenta
de que el bautismo cristiano es algo grande; es, sin duda, el regalo más grande
y hermoso
que podemos recibir. Pero al mismo tiempo ser bautizado
exige de nosotros mucha seriedad.
Algunos dicen también que por qué no
esperar a bautizar hasta que uno sea grande y decida si quiere o no ser
bautizado. Este
tema lo veremos más adelante, pero desde ya les digo que el
bautismo es un regalo de Dios. Y entonces ¿para qué esperar a aceptar este
regalo? ¿Para que dejar que en la vida de un ser humano reinen por unos años
las tinieblas pudiendo reinar la luz? Y hay otra razón: los papás para hacerte
el regalo de la vida no te consultaron, porque la vida es un bien, es un
regalo... de la misma manera, tus papás para hacerte el regalo de la vida
divina no tienen para qué esperar a consultarte. Basta que ellos tengan fe y
quieran para sus hijos este hermoso don.
Es posible que nunca hayamos tomado
en serio esta realidad o que hayamos sido bautizados cuando niños y nunca
hayamos
recapacitado sobre lo que esto significa. Ojalá que ahora,
tomemos en cuenta esta vida divina que nos da el bautismo y seamos capaces de
renovar y vivir día tras día nuestra vida cristiana como bautiza-dos.
Dice el CATECISMO:
¿Qué es el Bautismo?
-Es un sacramento instituido por
Nuestro Señor Jesucristo a través del cual nos convertimos en hijos adoptivos
de Dios,
miembros de la Iglesia y herederos del cielo.
¿Cómo podemos saber que el bautismo es
necesario para la salvación?
-En Juan 3,5 se dice: «El que no
renace del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los
cielos».
¿Por qué los protestantes están contra el
bautismo de los niños?
-Porque ellos dicen que los niños no
pueden arrepentirse de sus pecados y también que los niños no pueden recibir la
fe
bautismal.
¿Por qué, según los protestantes, los niños
no tienen derecho a ser bautizados?
-Según los protestantes los niños,
para bautizarse, deberían arrepentirse de sus pecados. Pero nosotros sabemos
que los niños no
tienen ningún pecado personal por eso decimos que no
necesitan arrepentirse para ser bautizados. El estar arrepentidos solamente es
necesario para los adultos que han cometido pecados.
¿Qué enseña Jesús sobre el Bautismo de los
niños?
-Jesús dice:
«Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Ahora bien, ¿quién forma los pueblos y
las naciones? ¿Acaso no son los niños con los adultos los que conforman los
pueblos y las naciones? La Iglesia bautiza a los niños en virtud de la fe y el
compromiso de sus padres y padrinos.
¿Va contra la Biblia el bautizar a los
niños?
-De ninguna manera, pues vemos en los
Hechos de los Apóstoles: 16, 32-33 como familias enteras fueron bautizadas. No
podemos imaginar que los Apóstoles negaran el bautismo a los
niños que formaban parte de las familias convertidas.
¿Qué dice la Tradición sobre el bautismo de
los niños?
-San Ireneo en
el año 205 dice: «Jesús vino a salvarnos a todos». ¿Será que los niños no son
parte de este todo? También San Agustín, en el año 481 dice en relación al
Bautismo de los niños que «la Iglesia siempre conservó la costumbre y la
tradición de bautizar los niños y que así lo hará hasta el fin».
Cuestionario:
¿Qué significado tenía el bautismo de
Juan? ¿Era igual a nuestro bautismo? ¿En nombre de quién bautizamos nosotros?
¿Qué
mandó Jesús
en cuanto al Bautismo? ¿Qué dijo Juan al respecto? ¿Cómo captaban esta
diferencia los primeros cristianos? ¿Entendían que el bautismo de Jesús era más
profundo que el de Juan? ¿En qué consiste este nuevo «nacimiento»? ¿Qué
significa la conversión a Cristo previa al bautismo? ¿Cómo se expresa la
conversión a Cristo del que se bautiza? ¿Es el bautismo un gran regalo de Dios?
¿Por qué?
Tema
15:
¿Se
deben bautizar los niños?
Queridos hermanos:
La mayoría de las familias católicas
piden el bautismo cuando recién les ha nacido el hijo. Y cuando uno pregunta:
«¿por qué
bautizan a los niños?», nos dan varias razones.
Desgraciadamente no siempre son las mejores razones, por ejemplo: «porque
siempre se ha hecho así»... «para que la guagua no sea mora»... «para que la
guagua se mejore»...«para hacer una fiesta...»
Las familias realmente cristianas
piden el bautismo porque los padres viven con alegría su fe, como el mejor
regalo de Dios, y
desean lo mismo para sus hijos.
Queridos hermanos: en mi carta
anterior les he explicado que el bautismo cristiano, por el poder del Espíritu
Santo, nos hace
nacer como hijos de Dios, nos convierte en cristianos y nos
integra como miembros vivos de la Iglesia.
Meditando bien la Biblia nos damos
cuenta de que debemos considerar el bautismo de adultos como la práctica más
frecuente en
la Iglesia primitiva, pero, actualmente, vemos que la
mayoría de los padres católicos desea el bautismo para sus hijos cuando son
pequeños, y no quieren privar al niño de este gran don de Dios. ¿Hay razones en
favor del bautismo de niños? ¿Qué nos enseña la Biblia?
1. El bautismo de niños es una práctica muy
antigua en la Iglesia.
El bautizar niños era una costumbre
ya por el año 200 y se piensa que desde los primerísimos tiempos de la Iglesia
ha existido
esta práctica.
En la Biblia no encontramos textos en
contra del bautismo de los niños. Sin embargo, hay indicaciones en las cuales
está
implícita la práctica de bautizarlos.
En la carta a los Corintios el
Apóstol Pablo dice: «También bauticé a la familia de Estéfanas» (1 Cor. 1, 16),
y se supone que en
una familia hay niños.
En los Hechos de los Apóstoles, Pablo
nos narra cómo él bautizó en la ciudad de Filipos a una señora, llamada Lidia,
«con toda
su familia» (Hech. 16, 15).
Y refiriéndose al carcelero de
Filipos, también dice: «Recibió el bautismo él y todos los suyos» (Hech. 16,
33).
Esta práctica de bautizar los niños
ha existido desde los comienzos en la Iglesia, y el mismo Lutero, fundador del
protestantismo
e inspirador de las iglesias evangélicas, admitió el
bautismo de niños porque ellos son bautizados en la fe de la Iglesia.
2. ¿Qué razones hay en favor del bautismo de
los niños?
Existe un buen número de razones para
ello: Los niños también son acogidos por el amor de Dios, los niños pequeños
pueden ser
incorporados al misterio de Cristo y ser acogidos en la fe
de la Iglesia. Por supuesto que los padres cristianos deben aceptar el
compromiso de educar a sus hijos cristianamente, y en esta tarea han de
colaborar los padrinos y la comunidad cristiana.
Analicemos estas y otras razones
en favor del bautismo de los niños.
3. El actuar de Dios es anterior a nuestro
actuar y a nuestra fe.
No debemos
pensar que Dios comienza a amarnos una vez que hemos manifestado
conscientemente nuestro amor y nuestra fe en El. El amor de Dios es anterior a
nuestra iniciativa de amar: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
conocía, y antes de que nacieses te había consagrado» (Jer. 1, 4-5); (Is. 49,
1). «En esto está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
El nos amó primero» (1Jn 4, 19).
Ahora bien, cuando la Iglesia bautiza
a los niños chicos, expresa con ello la convicción de que ser cristiano significa
ante todo un
don gratuito de Dios. Dios nos ama antes de que nosotros
hagamos cualquier cosa por El. Entendiendo así las cosas, el bautizar a los
niños es auténticamente bíblico y manifiesta la gratuidad del amor de Dios que
rodea toda nuestra vida. Pensar que Dios se comunica solamente por medio de una
fe consciente sería limitar el poder de Dios.
4. La fe de la comunidad es la única condición
para el bautismo del niño
El bautismo es antes que nada el
sacramento de la fe. Ahora bien, algunos dirán que el niño todavía no puede
proclamar
conscientemente esta fe en Cristo. Entonces, ¿no sería mejor
esperar hasta que el niño llegue a ser adulto y proclame por sí solo su fe
cristiana?
No olvidemos que el bautismo no es un
puro signo de fe; el bautismo también es «causa de fe» y produce como efecto en
el
bautizado «la iluminación interior». Sin duda, la gracia
recibida en el bautismo, el poder del Espíritu Santo con sus dones y la fe que
irradia una familia cristiana ayudarán a que el niño, poco a poco, responda con
una fe libre y personal.
La Iglesia, y muy concretamente los
padres y los padrinos, puede tomar el lugar del niño; el niño que es bautizado
no cree
todavía por sí mismo, sino por medio de otros, por la fe de
la Iglesia o de la comunidad cristiana. Por eso se suele decir que «los niños
son bautizados en la fe de los padres y en la fe de la comunidad cristiana».
Por supuesto que la Iglesia siempre pide el compromiso a los padres y padrinos
para que lo eduquen cristianamente.
Entendido así, el bautismo de niños
es un «privilegio» que la Iglesia siempre ha concedido a las familias
cristianas en atención a
la fe de los padres y padrinos.
5. Es malo dejar al niño sin rumbo y sin
religión
Algunos dicen que no es justo imponer
a los niños la religión: «El niño no puede razonar y debe esperar hasta que sea
adulto para
optar libremente por el bautismo...»
Es verdad que un niño recién nacido
no puede razonar. Pero es una ilusión esperar hasta que el niño pueda razonar
para elegir
libremente una religión.
Sería un error muy grave que los
padres dejasen al niño sin religión, sería lo mismo que dejarlo sin rumbo en la
vida. Esto no
significa «imponer» una religión. Cada niño nace y crece en
el ambiente que le es dado nacer. Crece en una familia que le comunica los
grandes valores de la vida sin que el niño lo pida. Esperar hasta que el niño
como adulto elija por sí mismo los valores de la vida, sería dejarlo crecer sin
rumbo. Hay tantas cosas que la vida da a los niños sin que ellos lo hayan
pedido. Ellos no pueden elegir a los padres, no pueden elegir el ambiente, ni
su lengua, ni sus cultura. Pero esto no es una limitación sino algo muy
natural. La realidad de no imponer nada al niño simplemente no existe. En una
vida normal son primeramente los padres los que tienen que tomar por sus hijos
las opciones indispensables para toda la vida.
Los buenos padres de familia siempre
desean comunicar a sus hijos los grandes valores de la vida. Ahora bien, la fe
cristiana de
una familia es, sin duda, un don divino y lo más normal es
que los padres deseen comunicar este don a sus hijos. ¿Por qué, entonces,
privar a los niños de este bien? Un niño sin ninguna educación en la fe de sus
padres, parte sin rumbo durante los primeros años de su vida y difícilmente
encontrará el camino para crecer en la verdadera libertad hacia una decisión
personal.
6. Y ¿cuándo empieza la fe en nuestra vida?
Imposible contestar a esta
pregunta, como tampoco se puede contestar a la pregunta de cuándo empezamos a
amar.
La fe es como
el amor. Tiene que ser suscitada. Y crece, sin que se advierta, desde el primer
contacto de los padres con el niño. No sabemos cuándo el niño empieza a amar.
Sería absurdo. Lo mismo pasa con la fe. No se debe esperar hasta el día en que
el niño empiece a manifestar alguna inquietud al respecto. Así como no se puede
poner fecha al comienzo del amor, tampoco se puede poner fecha al comienzo de
la fe, como tampoco los padres pueden esperar a darle comida al niño hasta que
el niño decida lo que va a comer.
Lo mismo pasa con el idioma y con el
nombre que nuestros padres nos dan. Son cosas anteriores a la libre elección...
La comida,
el nombre, el idioma y la vida son un bien. Y los padres para
entregar este bien no esperan la aprobación de su hijo, sino que se lo dan en
forma anticipada. De igual manera la fe y el Bautismo son un bien y por ello
los padres deciden y dan este bien a sus hijos antes que ellos tengan uso de
razón.
Decíamos que para llegar a la
existencia los papás no preguntaron al niño si quería vivir o no, porque se
supone que la existencia
es un bien, es un regalo... de igual manera la vida divina
es un bien y un regalo, y los papás se lo conceden al niño porque ellos desean
lo mejor para sus hijos.
7. Consideración final
El niño pequeño forma parte de una
familia, de una comunidad y nunca es demasiado chico para inculcarle la Fe. ¿No
es verdad
que Jesús abrazaba a los niños y los bendecía? Jesús no
esperaba que los niños estuvieran conscientes y pidieran este amor. «Dejen que
los niños vengan a mí, no se lo impidan» (Mc. 10, 13-14). La Iglesia Católica
sigue bautizando a los niños pequeños porque está convencida de que los
pequeños pertenecen a Dios. Además el niño vive dependiendo de los adultos que
le rodean.
La fe del niño tendrá futuro si
existe el compromiso de los padres de transmitir la fe a sus hijos. Sin este
compromiso la Iglesia
prefiere postergar el bautismo hasta que se den las
condiciones necesarias. Pero con toda seguridad podemos decir que cuando los
padres creyentes piden el bautismo, piden algo bueno y razonable y este
sacramento seguirá siendo el camino más adecuado para una futura vida
cristiana.
Dice el CATECISMO:
¿Qué significa la palabra Iglesia?
-La palabra Iglesia significa la
reunión de los fieles bautizados que creen en Jesu-cristo y que están unidos al
Papa.
¿Qué significaba la palabra Iglesia en los
primeros siglos del cristianismo?
-Significaba las reuniones de los
fieles para celebrar la Fracción del Pan, es decir, lo que hoy llamamos Santa
Misa o Eucaristía.
¿Qué pasó en el siglo IV?
-Es este tiempo se empezó a
llamar iglesia al templo donde se celebraba la Santa Eucaristía.
¿Cuáles son los nombres de Iglesia que se
encuentran en el Nuevo Testamento?
El Nuevo Testamento llama a la Iglesia:
1) Pueblo de Dios (Hechos 3,
25-26). 2) Reino de Dios (Hechos 20,
25).
3) Jerusalén
del cielo (Gálatas 4, 26).
4) Esposa
de Cristo (Juan 3, 29).
5) Casa
de Dios (1 Timoteo 3, 5).
6) Cuerpo
de Cristo (Efesios 4, 12).
¿Quiénes forman parte de la Iglesia?
-Todos aquellos que son
bautizados y que son transformados de paganos y gentiles en hijos adoptivos de
Dios forman la Iglesia.
¿Cuál es el primer elemento de la Iglesia
llamado el cuerpo de la Iglesia?
-El primer elemento visible de la
Iglesia está formado por las personas bautizadas que profesan la misma fe,
reciben los mismos
sacramentos y obedecen al Papa.
¿Cuál es el segundo elemento visible de la
Iglesia llamado el alma de la Iglesia?
-El alma de la Iglesia está
formada por todas las personas que viven en gracia de Dios y en íntima relación
de amistad con Dios.
¿Cuál es la verdadera Iglesia de Jesús?
La verdadera
Iglesia de Jesús es aquella que contiene todos los elementos que Jesús dejó
para su Iglesia. Y ésta es la Iglesia Católica fundada por Jesucristo sobre
Pedro. Es la única que conserva todos los elementos que Jesús dejó a su
Iglesia.
Cuestionario:
¿Cuál era la
práctica de la Iglesia primitiva? ¿En qué textos se demuestra? ¿Qué expresa la
Iglesia al bautizar a los niños chicos? ¿Cuál es el requisito para bautizar a
los niños? ¿Hay que esperar a consultar al niño para bautizarlo? ¿Por qué hay que
bautizar los niños? ¿Es un bien el don de la vida? ¿Se le consulta al niño
antes de darle la existencia? ¿Es un bien el bautismo? ¿Qué acontece con los
padres, el apellido o con la patria? ¿Los escoge cada niño?
Tema
16:
El
amor es lo más grande
En mis visitas
a las distintas comunidades, me doy cuenta de que hay mucha gente entre
nosotros que tiene gran respeto por la Biblia. Algunos se reúnen hasta tres y
cuatro veces en la semana para leer la Biblia. Y me alegro de que amen este
libro sagrado.
Pero también me doy cuenta de que hay
personas entre nosotros, que son muy de la Biblia, y al mismo tiempo son
capaces de
despreciar y hablar mal del prójimo; personas que duermen en
la noche con la Biblia al lado, pero por nada quieren saludar a su vecino, ni
tampoco quieren prestar algún servicio a una persona necesitada. Otros recorren
pueblo tras pueblo para leer y enseñar la Palabra de Dios, pero se olvidan de
cuidar a su madre enferma; se esfuerzan por vivir como ángeles la Biblia, pero
se olvidan de ser «buena gente».
Queridos hermanos, debemos tener
mucho cuidado con estas actitudes. Sí, debemos leer y meditar la Biblia, y
debemos amar
mucho este libro. Pero no debemos dejar a un lado lo más
grande que nos enseña la Biblia: «el amor a Dios y el amor al prójimo».
En esta carta les quiero hablar
acerca de este tema central de la Biblia, quiero que leamos juntos las páginas
más hermosas de este
libro sagrado, pero también estoy consciente de que es el
mandamiento más difícil de cumplir.
1. No a la hipocresía:
No basta conocer la Biblia de
memoria; el demonio conoce la Biblia mejor que todos nosotros y era capaz de
discutir con el
mismo Jesús lanzándole textos bíblicos (Mt. 4, 1-11). Pero
el demonio no ama y por eso está lejos de Dios. ¿De qué me sirve conocer la
Biblia entera si no tengo amor? ¡De nada me sirve!
2. No basta tener fe sin tener obras de amor:
«No olvides que también los demonios
creen y, sin embargo, tiemblan delan-te de Dios» (Sant. 2, 19). La fe sin el
amor es una fe
muerta. ¿No dijo el apóstol Pablo que «la fe se hace eficaz
por el amor» (Gal. 5, 6)?
3. No basta decir: «Señor, Señor»
El que dice
que ama a Dios y luego habla mal del prójimo es un mentiroso. Y el que no ama
no conoce a Dios (1Juan 4, 20). Dice Jesús: «No todos los que dicen Señor,
Señor, van a entrar en el reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad
de mi Padre Celestial» (Mt. 7, 21).
4. No bastan las apariencias.
No basta ser un hombre muy devoto
y cumplir con las oraciones y pagar los diezmos... y luego criticar al otro que
piensa distinto.
Los fariseos de la Biblia eran
hombres sumamente devotos, muy observantes de la ley y pagaban estrictamente
los diezmos, pero
no olvidemos que fueron precisamente estos hombres devotos
los que hicieron sufrir mucho a Jesús y finalmente lo llevaron a la muerte en
la cruz.
5. «Si yo no tengo amor, yo nada soy» (1 Cor.
13, 2)
Si yo no tengo amor de nada me sirve
estudiar la Biblia, de nada me sirve ir al templo y hacer largas oraciones y
vigilias
nocturnas.
Dios es amor, y el que no ama no
está en Dios (1 Juan 4, 7). ¡Lo más grande de nuestra religión es el Amor!
6. El que ama a Dios, ama al prójimo
Un día un maestro de la ley se
acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el prime-ro de todos los mandamientos?»
Jesús le contestó: «El primer
mandamiento es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama pues
al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es parecido,
y es: Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. No hay otro mandamiento más
importante que éstos» (Mc. 12, 28-31).
7. ¿Por qué es éste el mandamiento más grande?
Simplemente porque DIOS ES AMOR. El
amor viene de Dios. Todo el que tiene amor es hijo de Dios y conoce a Dios. El
que
vive en el amor vive en Dios y Dios vive en él (1 Jn. 4,
7-16).
El amor de Dios consiste en esto: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros y envió
a su Hijo
como sacrificio por nuestros pecados (1 Jn. 4,10).
La prueba más
grande de amor nos la dio Jesucristo. El se entregó por amor a nosotros y
derramó hasta la última gota de su sangre por nosotros. Ojalá que podamos
comprender cada vez más «cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de
Cristo. Que conozcamos este amor» (Ef. 3, 18-19), y que seamos imitadores de
este amor.
8. No seamos mentirosos
Pero si alguno dice: «Yo amo a Dios» y al mismo tiempo odia a
su hermano al cual ve, tampoco puede amar a Dios, al cual no ve (1 Jn. 4, 20).
Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la
oscuridad. El que odia a su hermano vive y anda en la oscuridad, y no sabe a
dónde va, porque la oscuridad lo ha vuelto ciego (1 Jn. 2, 9-10).
Nosotros hemos pasado de la muerte a
la vida, y lo sabemos porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama a su
hermano,
sigue muerto. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y
ustedes saben que ningún asesino puede tener vida en su corazón (1 Jn. 3,
14-15).
9. Amémonos unos a otros.
Algunos piensan que el amor al
prójimo es solamente amar a sus amigos o sus hermanos, y que pueden «guardar
rencor a su
enemigo», como en el Antiguo Testamento (Lev. 19, 18). Pero
Jesús nos dice otra cosa: «Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que
les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y
les maltratan... Pues si ustedes aman solamente a los que les aman a ustedes,
¿qué premio van a recibir por eso? Hasta los pecadores hacen eso. Y si saludan
solamente a sus hermanos, ¿qué de bueno hacen?, pues hasta los que no conocen a
Dios hacen eso» (Mt. 5, 44-47).
Queridos hermanos, este amor al
prójimo que Jesús nos pide no es nada fácil. Pero los que tratan de amar así,
serán llamados
hijos de Dios (Mt. 5, 45). El verdadero discípulo de Cristo
debe ver en cada hombre a su hermano: «Bendigan a los que les maltratan. Pidan
para ellos bendiciones y no maldiciones» (Rom. 12, 14). «Cada vez que podamos,
hagamos bien a todos» (Gal. 6, 10). Si amamos de verdad, Dios mismo llena
nuestro corazón con su amor (Rom. 5, 5), y este amor nos empuja a amar a todos
los hombres, a no ofender al prójimo (Mt. 5, 21-30), a ser sinceros con todos
(Mt. 5, 33-37), a renunciar a la venganza, a hacer el bien a todos (Mt. 5,
43-48), a no condenar a nadie (Mt. 7, 1), a amar con obras (Mt. 7, 12).
10. La fe y las obras
Escuchemos lo que dice el apóstol Santiago, cap. 2, 14-20: «Hermanos míos, ¿de qué sirve que alguien diga que
tiene fe, si no
hace nada bueno? ¿puede acaso salvarlo esa fe? Supongamos
que a algún hermano o hermana le faltan la ropa y la comida necesaria para el
día, y que uno de ustedes le dice: 'Que te vaya bien; tápate del frío y come',
pero no le da lo que necesita para el cuerpo; ¿de qué sirve eso? Así pasa con
la fe, si no se demuestra con lo que la persona hace, la fe por sí sola es una
cosa muerta».
Pero tal vez alguien dirá: «Tú tienes
fe, y yo hago bien. Muéstrame, pues, tu fe aparte del bien que haces, y yo te
mostraré mi fe
por medio del bien que hago. Tú tienes fe suficiente para
creer que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero también los demonios
creen eso, y tiemblan de miedo. Pero ¿no quieres reconocer que si la fe que uno
tiene no se demuestra con el bien que hace, es una fe muerta?».
11. Jesucristo juzgará nuestras obras
Leemos en Mateo 25, 31-46: Aquel día
el Hijo del hombre nos va a juzgar, no sobre nuestra fe, no nos juzgará sobre
nuestros
conocimientos bíblicos, no nos juzgará sobre nuestras
vigilias en el templo, no nos juzgará sobre los diezmos...
El Hijo del hombre se sentará en su
trono y separará a los unos de los otros y a los que estarán a su derecha les
dirá: «Vengan
ustedes, los que han sido bendecidos de mi Padre, reciban el
Reino que está preparado para ustedes, pues tuve hambre y ustedes me dieron de
comer, tuve sed y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron
alojamiento... En verdad les digo que cualquier cosa que hicieron por uno de
estos mis hermanos, por humilde que sea, a mí me lo hicieron».
Queridos hermanos:
Jesucristo se identifica con los
pobres, los marginados, los enfermos, los encarcelados de nuestro tiempo. Ahí
encontramos el
rostro de Cristo, y ¿cuántas veces hemos despreciado este
rostro? Y cuando dejamos de hacer el bien con uno de estos más pequeños,
también con Jesús dejamos de hacerlo.
Meditando estos textos sobre el
mandamiento más importante de la Biblia, muchas veces pienso que nosotros los
cristianos
debemos sentirnos avergonzados, puesto que con nuestras
discusiones sobre religión y nuestras divisiones somos un escándalo para todo
el mundo y faltamos gravemente al mandamiento del amor. A veces me da la
impresión de que hasta ahora no hemos hecho nada y que debemos aprender de
nuevo a ser obedientes a la voz de Cristo: «Les doy un mandamiento nuevo: que
se amen los unos a los otros. Así como yo los amo, ustedes deben amarse también
los unos a los otros» (Jn. 13, 34).
No nos desanimemos, pero
comencemos ahora con la práctica del amor, el amor verdadero a Dios y al
prójimo.
El himno al amor
Para terminar, hermanos, leamos
juntos el cántico del amor que escribió San Pablo para los que buscaban en
aquel tiempo los
dones del Espíritu Santo. Aquellos cristianos que ansiaban
el don de lenguas, el don de profecía, el don del profundo conocimiento, el don
de la fe, pero, sin darse cuenta, muchos se olvidaron del camino más excelente
para encontrarse con Dios: el camino del amor.
«Si yo hablo en lenguas de hombres y
de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena o un
platillo que
hace ruido. Si yo doy mensajes recibidos de Dios y conozco
todas las cosas secretas, tengo toda clase de conocimientos y tengo toda la fe
necesaria para cambiar los cerros de lugar, pero no tengo amor, yo nada soy. Si
reparto todo lo que tengo y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado,
pero no tengo amor, de nada me sirve. El que tiene amor tiene paciencia, es
bondadoso, no es presumido ni orgulloso, no es grosero ni egoísta... no se
alegra del pecado de los otros sino de la verdad. Todo lo soporta con
confian-za, todo lo espera con paciencia. El amor nunca muere» (1 Cor. 13,
1-8).
Coplas por el Amor Querer sólo por
querer es la fineza mayor, el querer por interés no es fineza ni es amor. En
aquella santa Cena dijo el divino Maestro el que quiera ser mayor que tome el
último asiento. Ni los clavos ni el madero me tienen crucificado, sino sólo tu
pecado y lo mucho que te quiero.
Cuestionario:
¿Basta ser un apóstol de la Biblia
para salvarse? ¿Es sólo esto lo que Jesús espera de nosotros? ¿Qué hacen hoy
algunos fanáticos
de la
Biblia? ¿Cuál es el precepto más grande que Dios nos dejó? ¿Qué significa que
Dios es Amor? ¿Qué dijo Jesús sobre la Fe y las obras? ¿Cómo nos juzgará Jesús?
¿Con quién se identifica Jesús? ¿Qué dice el cántico de la caridad (Cor. 13,
1-8)?
Tema
17:
Jesús
y los Sacerdotes
El otro día alguien me dijo que
«los sacerdotes mataron a Jesús», y lo confir-mó con un texto bíblico en la
mano: Mt. 27, 1
Leyendo esta cita fuera de contexto
me imagino que efectivamente habrá gente sencilla que piensa que realmente
fueron los
sacerdotes de la Iglesia Católica quienes mataron a Jesús.
¡Tal vez por eso algunos evangélicos miran tan mal a los sacerdotes porque
están convencidos de que ellos mataron a Jesús!
Perdono a los que así piensan
acerca de los ministros de la Iglesia Católica, pero no confío en su juicio en
esta materia.
En esta carta quiero contestar a los
que piensan así y aclararles lo que dice la Iglesia Católica de los sacerdotes.
Les hablaré con
amor pero con un amor que busca la verdad, pues solamente
«la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
1. El contexto bíblico
Debemos leer bien la Biblia y no
quedar aferrados a un solo texto aislado. Con una sola cita bíblica fuera de
contexto podemos
condenar a medio mundo y al mismo tiempo faltar al
mandamiento más importante de Dios: el amor. ¿Acaso no dijo el apóstol que la
letra mata y el espíritu vivifica? (2 Cor. 3, 6).
2. ¿Quiénes mataron a Cristo?
Debemos tener una gran confianza en
la Iglesia de Cristo y en sus ministros, guiados por el Espíritu Santo. Jesús
dijo a sus
discípulos en la noche antes de morir: El Espíritu Santo,
que el Padre va a enviar en mi nombre para que les ayude y con-suele, les
enseñará todo, y les recordará todo lo que Yo les dije (Jn. 14, 26 y Jn. 16,
13).
¿Qué decir de los que piensan que son
los sacerdotes los que mataron a Jesús? Dice Mateo: «Cuando amaneció todos los
jefes de
los sacerdotes y los ancianos de los judíos se pusieron de
acuerdo en un plan para matar a Jesús.»
En el contexto bíblico nos damos
cuenta de que el Evangelista Mateo se refiere aquí a «los sacerdotes judíos» de
aquel tiempo, es
decir, a los sacerdotes de la Antigua Alianza.
Es una
monstruosidad decir ahora que fueron los sacerdotes de la Iglesia Católica los
que mataron a Jesús. Esta manera de leer la Biblia es una manipulación
descarada de un texto bíblico y no reviste ninguna seriedad. Es simplemente una
ignorancia atrevida y una forma muy sutil pero muy poco cristiana de sembrar
dudas y meter miedo en el corazón de la gente sencilla.
Creo que bastan estas pocas palabras
para contestar a los que piensan así. Aunque si bien lo meditamos, todos hemos
puesto la
mano en la crucifixión de Cristo ya que murió por nuestros
pecados.
3. ¿Quería sacerdotes Jesús?
Otros se ríen de los sacerdotes
de la Iglesia Católica y dicen que «Jesús no quería sacerdotes».
Los católicos creemos: 1) Que
Jesucristo es el único y verdadero Sumo Sacerdote. 2) Que todo el pueblo
cristiano, por voluntad
de Dios, es un pueblo sacerdotal y 3) Que dentro de este
pueblo sacerdotal algunos son llamados a participar del sacerdocio llamado
ministerial o pastoral.
Yo no invento esto. Es la comunidad
de los creyentes, guiada por el Espíritu Santo y meditando largamente la
Palabra de Dios, la
que ha llegado a esta verdad acerca de Cristo, su Iglesia y
sus ministros.
Guiados por este mismo Espíritu,
leamos la Biblia:
Los sacerdotes judíos de la Antigua Alianza
Leyendo bien
las Sagradas Escrituras, nos damos cuenta de que Jesús nunca se identificó con
los sacerdotes de la Antigua Alianza. En su tiempo había muchos sacerdotes
judíos del rito antiguo. Todos ellos eran miembros de la tribu de Leví y
estaban encargados de los sacrificios de animales en el templo. Estos
sacrificios eran ofrecidos para la purificación de los pecados del pueblo judío
(Mc. 1, 44; Lc. 1, 5-9). Hasta José y María, cumpliendo con este rito de
purificación, ofrecieron una vez un par de palomas (Lc. 2, 24).
Pero este sacerdocio judío era
incapaz de lograr la santificación definitiva del pueblo (Hebr. 5, 3; 7, 27;
10, 1-4). Era un
sacerdocio imperfecto y siempre sellado con el pecado.
Jesús, el Hijo de Dios, el hombre perfecto, nunca se atribuyó para sí este
título de sacerdote judío.
¿Participamos del sacerdocio de Cristo?
¿Es verdad que la Iglesia primitiva
proclamó después a Jesucristo como el único y verdadero Sumo Sacerdote?
¿Participamos
nosotros del sacerdocio de Cristo?
Así es efectivamente. Aunque durante
su vida Jesús nunca usó el título de sacerdote, la Iglesia primitiva proclamó
que «Jesús es
el Hijo de Dios y es nuestro gran Sumo Sacerdote» (Hebr. 4,
14).
Escribe el
sagrado escritor de la carta a los Hebreos, como cuarenta años después de la
muerte y Resurrección de Jesucristo: «Jesús se ofreció a lo largo de su vida al
Padre y a los hombres, con una fidelidad hasta la muerte en la cruz, dio su
vida como el gran sacrificio de una vez por todas, y su sacrificio ha sido
absoluto. El verdadero sacerdote para toda la humanidad es Jesús el Hijo de
Dios y ahora no hay más sacrificio que el suyo, que empieza en la cruz y
termina en la gloria del cielo. Jesús es el único Sumo Sacerdote, el único
Mediador delante del Padre y así El terminó definitivamente con el antiguo
sacerdocio.
«Cristo ha entrado en el Lugar
Santísimo, no ya para ofrecer la sangre de cabritos y becerros, sino su propia
sangre; y así ha
entrado una sola vez para siempre y nos ha conseguido la
salvación eterna» (Hebr. 9, 12). Lea
también: Hebr. 7, 22-28; 9, 11-12; 10, 12-14 ¿Somos un pueblo sacerdotal?
¿Es verdad que el apóstol Pedro dice
que nosotros los creyentes somos un pueblo sacerdotal? Sí, Dios, en su gran
amor hacia los
hombres, quiso que todos los creyentes-bautizados
participaran como miembros del Cuerpo de Cristo, del único sacerdocio de
Cristo: «Ustedes también, como piedras que tienen vida, dejen que Dios los use
en la construcción de un templo espiritual, y en la formación de una comunidad
sacerdotal santa, para ofrecer sacrificios espirituales, gratos a Dios por
mediación de Cristo» (1 Pedr. 2, 5) «Ustedes son una raza escogida, una nación
santa, un pueblo que pertenece a Dios» (1 Pedr. 2, 9).
Así,
hermanos, por la fe y por el bautismo Dios nos integra en un pueblo sacerdotal.
Y como pueblo de sacerdotes, tenemos la vocación de ofrecer nuestras personas,
nuestras vidas «como hostia viva» (Rom. 12, 1). En todo lo que hacemos con amor,
en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestros trabajos, siempre ejercemos
este sacerdocio.
4. ¿Quería Jesús tener ministros para su
pueblo?
Así es. No es la Iglesia la que
inventó el ministerio apostólico sino el mismo Jesús. El llamó a los Doce
apóstoles (Mc. 3, 13-15)
y les encargó ser sus representantes autorizados: «Quien los
recibe a ustedes, a mí me recibe.» (Lc. 10, 16).
La misión de los apóstoles fue
encomendada con estas palabras: «Les aseguro: todo lo que aten en la tierra,
será atado en el cielo,
y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el
cielo» (Mt. 18, 18). Este «atar» y «desatar» significa claramente la autoridad
de gobernar una comunidad y aclarar problemas en el Pueblo de Dios. En la
última Cena, Jesús dio a sus apóstoles este mandato: «Haced esto en memoria
mía» (Lc. 22, 19). Es eso lo que celebra la Iglesia en la Eucaristía.
Y en una de sus apariciones, Jesús
sopló sobre sus discípulos y dijo: «A quienes les perdonen los pecados, les
quedarán
perdonados» (Jn. 20, 23).
Dirigir, enseñar y administrar los
signos del Señor, he aquí el origen del ministerio apostólico. Poco a poco la
comunidad
cristiana va aplicando y evolucionando en este servicio
apostólico según la situación de cada comunidad.
5. ¿Qué representan los obispos y
presbíteros en una comunidad?
En las cartas
apostólicas del N. T., los ministros de la comunidad cristiana reciben el
título de «obispos y presbíteros» (Hech. 11, 30; Tit. 1, 5 etc.).
La palabra obispo viene del griego y
en castellano significa «el encargado de la Iglesia»; la palabra presbítero
significa en
castellano «el anciano». Los obispos y los presbíteros son
así los encargados de la comunidad de los creyentes. Ellos tienen la función de
servir en el nombre de Cristo al Pueblo de Dios. Estos nombres de «obispo y
presbítero» van a evolucionar hacia la función del sacerdocio ministerial.
Aunque los apóstoles todavía no hablaron de sacerdocio ministerial, ya estaba
esta idea en germen en la Iglesia Primitiva. Es el Espíritu Santo el que hizo
ver, poco a poco, que los obispos y presbíteros representaban al Señor, al
Unico Sumo sacerdote, por el ministerio que ejercían. «No nos proclamamos a
nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor y a nosotros como servidores suyos,
por amor a Jesús» (2 Cor. 4, 5-7).
El apóstol Pablo en su carta a los
filipenses ya usa ciertos términos para expresar su sacerdocio apostólico: «Y
aunque deba dar
mi sangre y sacrificarme para celebrar mejor la fe de
ustedes, me siento feliz y con todos ustedes me alegro» (Fil. 2, 17: «Bien sabe
Dios a quién doy culto con toda mi alma proclamando la buena noticia de su
Hijo» (Rom. 1, 9).
En estos textos hay indicaciones que
la liturgia de la Palabra y la entrega de la vida del apóstol ya es una función
sacerdotal: «En
todo, los ministros del pueblo deben ser no como los grandes
y los reyes, sino servidores como Jesús: como el que sirve» (Lc. 22, 27).
6. ¿Cómo se transmite este sacerdocio?
Este ministerio apostólico se
transmite con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo
Timoteo: «Te
recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por
imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14).
Este gesto de imposición
transmite un poder divino para una misión especial.
El apóstol
Pablo recibió la imposición de manos de parte de los apóstoles (Hch. 13, 3).
Pablo a su vez impuso las manos a Timoteo (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14) y Timoteo
repitió este gesto sobre los que escogió para el ministerio (1 Tim 5, 22).
Así, la Iglesia Católica, desde los
apóstoles hasta ahora, sigue sin interrupción imponiendo las manos y
comunicando de uno a
otro los dones del ministerio sacerdotal.
Esta sucesión
apostólica tan sólo se ha perpetuado en la Iglesia Católica durante 20 siglos
hasta llegar a los ministros actuales. Ninguna otra iglesia puede decir esto,
solamente la Iglesia Católica.
De esta la forma los pastores de
la Iglesia participan del único sacerdocio de Cristo.
7. Conclusión
Queridos hermanos y amigos:
Tal vez es un
poco difícil todo lo que les he hablado. Pero debemos en la oración pedir que
el Espíritu Santo nos ilumine. Además debemos tener un gran amor hacia la Iglesia
y sus ministros, que Jesús nos ha dejado. Para terminar quiero resumir las
ideas más importantes de esta carta:
1)
Jesús quería tener ministros (servidores) para su
pueblo sacerdotal.
2)
Los apóstoles transmitieron este ministerio apostólico
siempre con la imposición de manos.
3)
Aunque los sagrados escritores nunca usaron el nombre
de «sacerdotes» para indicar a los ministros, ya está en germen en el N. T.
hablar de un sacerdocio apostólico como un servicio al pueblo sacerdotal.
En este sentido es que la Iglesia
Católica, ya desde el año cien hasta ahora, llama a los ministros de la
comunidad (presbíteros y
obispos) como sus pastores y sacerdotes.
Por supuesto
que este sacerdocio pastoral participa del único sacerdocio de Cristo y no
tiene nada que ver con los sacerdotes del Antiguo Testamento. Nosotros, los
sacerdotes de la nueva alianza, por una especial vocación divina somos los
ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor. 4, 1).
Cuestionario:
¿Quiénes mataron a Jesús? ¿Se puede
decir que todos hemos puesto las manos en la muerte de Jesús? ¿Se puede decir
que los
sacerdotes
de la Iglesia católica mataron a Jesús? ¿A qué sacerdotes se refieren los
Evangelistas? ¿Es lícito sacar de su contexto estas palabras y aplicarlas a los
sacerdotes del N. T.? ¿Somos el Pueblo de Dios un pueblo sacerdotal? ¿Quiso
Jesús que en su Iglesia hubiera un sacerdocio ministerial? ¿Quiénes tienen esta
función?
Tema
18:
¿Confesarse
con un hombre?
El otro día, hablando de la confesión
alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador
como yo?
Yo me confieso con Dios y punto. Entro en mi habitación, oro
con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto no es tan simple.
Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la
confesión. La confesión no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a
un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego
recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia.
Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la Biblia acerca
de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.
Queridos
hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña
la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas
dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos
plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan
influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes
tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a
nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad.
Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón
de los pecados?
1. Jesús perdona los pecados. En el Antiguo Testamento el perdón de
los pe-cados era un derecho solamente de Dios. Ningún
profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció
absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el peca-do.
En el Nuevo
Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que
perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del
Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en verdad Jesús ejerció su poder
divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus
pecados te son
perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús
dijo: «Sus pecados, sus numerosos peca-dos le quedan perdonados, por el mucho
amor que
mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la cruz
Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo
estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de
perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús
quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como
en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de
perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a
otros (Mt. 18, 15-17).
Sin embargo,
Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles.
Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la
reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras
solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo
que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de
«atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las
palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su
comunión, será excluido de la comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben
de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la
reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la
Iglesia.
El mismo día
de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus
cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pe-cados,
les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos»
(Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía
el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la
obra de Dios,
que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó
la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder
divino de perdonar pecados a sus sucesores. Las palabras de Jesucristo sobre el
perdón de
los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino
para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la
imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te
recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de
que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia;
estaban
convencidos de que Jesús quería una institución que no podía
desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan
que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y
«las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las
promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas,
sino también para sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo
confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor.
5, 18). Los
obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros,
colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos
tienen el poder de perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de
la confesión
1.
¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes
pueden perdonar los pecados? La Iglesia Católica lee con atención
toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó
en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos suceso-res. Esto ya está
explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo
que hizo y dijo Jesús ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y
les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les
quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20,
22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo
quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio
ese poder de
manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran
transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los
obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen
hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados,
les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos
devuelve su gracia y su amistad
2.
¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús
simplemente los perdonaba? Es verdad que Jesús perdonaba los pecados
sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía
claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban
dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión
de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda
la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación
pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y
como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es
lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a
Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal
manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas,
aunque llegado
el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente
conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador.
Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona,
juzgará y pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el
nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es real-mente
un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un
sentirse liberado de sus pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más
esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la
delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está
obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3.
«Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán
algunos. Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y
sin embargo
Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos
los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado,
es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es esta:
Jesús lo quiso así y punto.
Jesús funda-mentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro
era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y
de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más
aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón
nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro
y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de
este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por
una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además,
durante la
confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y
para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del
perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el
sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te
perdono...» no se
refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de
Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que
es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de
esto.
4. ¿Qué otras diferencias hay entre
católicos y protestantes acerca de la confesión? El protestante comete pecados,
ora a Dios,
pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe
que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de
haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una
confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice:
«Yo te
absuelvo en el nombre del Padre...», queda con una gran
seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por
ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo
envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy
seguro de si
he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan
seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En
verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es
simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica
comete un aborto. No
puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está
arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el
sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la
excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte.
Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente
lo pensará tres veces... ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no
se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y
ese borracho?... Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les
habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su vida.
Queridos hermanos, termino esta carta
con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de
descubrir de
nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron
su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no
conozco
ningún método tan bueno para mejorar una vida como la
confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su
Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:
Padre de mi corazón aquí estoy arrepentido, a tus
pies estoy rendido, concédeme tu
perdón. Póngame la bendición y olvide usted sus enojos como pisando entre abrojos hoy he llegado hasta aquí a hacerle correr por mí las lágrimas de sus ojos.
Cuestionario:
¿Quién podía perdonar los pecados en
el A. T.? ¿Quién puede perdonarlos en el N. T.? ¿A quiénes delegó Jesús este
poder? ¿A
quiénes lo
delegaron los Apóstoles? ¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes? ¿Qué
significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo? ¿Puede un católico
confesar sus pecados directamente a Dios? ¿Cuándo tiene seguridad el católico
de que es perdonado por Dios? ¿La tiene igual el evangélico? ¿Cómo se confiesan
ellos? ¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?
Tema
19:
Los
libros de la Biblia
Queridos amigos y hermanos:
Hoy día vamos
a conversar sobre la Biblia: ¿Cuántos libros tiene la Biblia? ¿Qué diferencias
hay entre las Biblias católicas y las Biblias protestantes? La Biblia no es un
solo libro, como algunos creen, sino una biblioteca completa. Toda la Biblia
está compuesta por 73 libros, algunos de los cuales son bastante extensos, como
el del profeta Isaías, y otros son más breves, como el del profeta Abdías.
Estos 73
libros están repartidos de tal forma, que al Antiguo Testamento (AT) le
corresponden 46, y al Nuevo Testamento (NT) 27 libros.
De vez en cuando suele caer en
nuestras manos alguna Biblia protestante, y nos llevamos la sorpresa de que le
faltan siete libros,
por lo cual tan sólo tiene 66 libros.
Este vacío se
encuentra en el A.T. y se debe a la ausencia de los siguientes libros: Tobías,
Judit, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y el de Baruc.
¿Por qué esta diferencia entre la
Biblia católica y la protestante?
Es un problema
histórico-teológico muy complejo. Resumiendo mucho, tra-taremos de contestar
esta pregunta.
Primero vamos a explicar cómo se
formó la colección de libros sagrados del A.T. dentro del pueblo judío. Y luego
veremos cómo
los cristianos aceptaron estos libros del A.T. junto con los
libros del N.T. para formar la Biblia completa.
1. La antigua comunidad judía de Palestina
En tiempos de Jesucristo, encontramos
que en Palestina el pueblo judío sólo aceptaba el A.T. Y todavía no habían
definido la
lista completa de sus libros sagrados, es decir, seguía
abierta la posibilidad de agregar nuevos escritos a la colección de libros
inspirados.
Pero desde hacía mucho tiempo, desde
alrededor de los años 600 antes de Cristo, con la destrucción de Jerusalén y la
desaparición del Estado judío, estaba latente la
preocupación de concretar oficialmente la lista de libros sagrados. ¿Qué
criterios usaron los judíos para fijar esta lista de libros sagrados? Debían
ser libros sagrados en los cuales se reconocía la verdadera fe de Israel, para
asegurar la continuidad de esta fe en el pueblo. Había varios escritos que
parecían dudosos en asuntos de fe, e incluso francamente peligrosos, de manera
que fueron excluidos de la lista oficial. Además aceptaron solamente libros
sagrados escritos originalmente en hebreo (o arameo). Los libros religiosos
escritos en griego fueron rechazados por ser libros muy recientes, o de origen
no-judío. (Este último dato es muy importante, porque de ahí viene después el
problema de la diferencia de libros.)
Así se fijó
entonces una lista de libros religiosos que eran de verdadera inspiración
divina y entraron en la colección de la Escritura Sagrada. A esta lista oficial
de libros inspirados se dará, con el tiempo, el nombre de «Canon», o «Libros
canónicos». La palabra griega Canon significa regla , norma, y quiere decir que
los libros canónicos reflejan «la regla de vida», o «la norma de vida» para
quienes creen en estos escritos. Todos los libros canónicos de la comunidad de
Palestina eran libros originalmente escritos en hebreo-arameo.
Los libros religiosos escritos en
griego no entraron en el canon, pero recibieron el nombre de «apócrifos»,
«libros apócrifos» (=
ocultos), porque tenían doctrinas dudosas y se los
consideraba «de origen oculto».
En el primer siglo de nuestra era
(año 90 después de Cristo) la comunidad judía de Palestina había llegado a
reconocer en la
práctica 39 libros como inspirados oficialmente.
Esta lista de los 39 libros de
A.T. es el llamado «Canon de Palestina», o «el Canon de Jerusalén».
2. La comunidad judía de Alejandría
Simultáneamente existía una comunidad
judía en Alejandría, en Egipto. Era una colonia judía muy numerosa fuera de
Palestina,
pues contaba con más de 100.000 israelitas. Los judíos en
Egipto ya no entendían el hebreo, porque hacía tiempo habían aceptado el
griego, que era la lengua oficial en todo el Cercano Oriente. En sus reuniones
religiosas, en sus sinagogas, ellos usaban una traducción de la Sagrada
Escritura del hebreo al griego que se llamaba «de los Setenta». Según una
leyenda muy antigua esta traducción «de los Setenta» había sido hecha casi
milagrosamente por 70 sabios (entre los años 250 y 150 antes de Cristo).
La traducción griega de los Setenta
conservaba los 39 libros que tenía el Ca-non de Palestina (canon hebreo), más
otros 7 libros
en griego. Así se formó el famo-so «Canon de Alejandría» con
un total de 46 libros sagrados.
La comunidad
judía de Palestina nunca vio con buenos ojos esta diferencia de sus hermanos
alejandrinos, y rechazaban aquellos 7 libros, porque estaban escritos
originalmente en griego y eran libros agregados posteriormente.
Era una
realidad que, al tiempo del nacimiento del cristianismo, había dos grandes
centros religiosos del judaísmo: el de Jerusalén (en Palestina), y el de
Alejandría (en Egipto). En ambos lugares tenían autorizados los libros del A.T:
en Jerusalén 39 libros (en hebreo- arameo), en Alejandría 46 libros (en
griego).
3. Los primeros cristianos y los libros
sagrados del A.T.
El
cristianismo nació como un movimiento religioso dentro del pueblo judío. Jesús
mismo era judío y no rechazaba los libros sagrados de su pueblo. Además los
primeros cristianos habían oído decir a Jesús que El no había venido a suprimir
el A.T. sino a completarlo (Mt. 5, 17). Por eso los cristianos reconocieron
también como libros inspirados los textos del A.T. que usaban los judíos.
Pero se vieron en dificultades.
¿Debían usar el canon breve de Palestina con 39 libros, o el canon largo de
Alejandría con 46
libros?
De hecho, por causa de la persecución
contra los cristianos, el cristianismo se extendió prioritariamente fuera de
Palestina, por el
mundo griego y romano. Al menos en su redacción definitiva y
cuando en los libros del N.T. se citaban textos del A.T. (más de 300 veces),
naturalmente se citaban en griego, según el Canon largo de Alejandría.
Era lo más lógico, por tanto, que los
primeros cristianos tomaran este Canon griego de Alejandría, porque los mismos
destinatarios a quienes debían llevar la palabra de Dios
todos hablaban griego. Por lo tanto, el cristianismo aceptó desde el comienzo
la versión griega del A.T. con 46 libros.
4. La reacción de los judíos contra los
cristianos
Los judíos consideraban a los
cristianos como herejes del judaísmo. No les gustó para nada que los cristianos
usaran los libros
sagrados del A.T. Y para peor, los cristianos indicaban
profecías del A.T. para justificar su fe en Jesús de Nazaret. Además los
cristianos comenzaron a escribir nuevos libros sagrados: el Nuevo
Testamento.
Todo esto fue motivo para que los
judíos resolvieran cerrar definitivamente el Canon de sus libros sagrados. Y en
reacción contra
los cristianos, que usaban el Canon largo de Alejandría con
sus 46 libros del A.T., todos los judíos optaron por el Canon breve de
Palestina con 39 libros.
Los 7 libros griegos del Canon de
Alejandría fueron declarados como libros «apócrifos» y no inspirados. Esta fue
la decisión que
tomaron los responsables del judaísmo en el año 90 después
de Cristo y proclamaron oficialmente el Canon judío para sus libros
sagrados.
Los cristianos, por su parte, y sin
que la Iglesia resolviera nada oficialmente, siguieron con la costumbre de usar
los 46 libros
como libros inspirados del A.T. De vez en cuando había
algunas voces discordantes dentro de la Iglesia que querían imponer el Canon
oficial de los judíos con sus 39 libros. Pero varios concilios, dentro de la
Iglesia, definieron que los 46 libros del A.T. son realmente libros inspirados
y sagrados.
5. ¿Qué pasó con la Reforma?
En el año 1517 Martín Lutero se
separó de la Iglesia Católica. Y entre los muchos cambios que introdujo para
formar su nueva
iglesia, estuvo el de tomar el Canon breve de los judíos de
Palestina, que tenía 39 libros para el A.T. Algo muy extraño, porque iba en
contra de una larga tradición de la Iglesia, que viene de los apóstoles. Los
cristianos, durante más de 1.500 años, contaban entre los libros sagrados los
46 libros del A.T.
Sin embargo, a Lutero le
molestaban los 7 libros escritos en lengua griega y que no figuraban en los de
lengua hebrea.
Ante esta situación los obispos de
todo el mundo se reunieron en el famoso Concilio de Trento y fijaron
definitivamente el Canon
de las Escrituras en 46 libros para el A.T. y en 27 para el
N.T.
Pero los protestantes y las muchas
sectas nacidas de ellos, comenzaron a usar el Canon de los judíos palestinos
que tenían sólo 39
libros del AT.
De ahí vienen las diferencias de
libros entre las Biblias católicas y las Biblias evangélicas.
6. Los libros canónicos
Los 7 libros del A.T. escritos en
griego han sido causa de muchas discusiones. La Iglesia Católica dio a estos 7
libros el nombre
de «libros deuterocanónicos». La palabra griega «deutero»
significa Segundo. Así la Iglesia Católica declara que son libros de segunda
aparición en el Canon o en la lista oficial de libros del A.T. porque pasaron
en un segundo momento a formar parte del Canon.
Los otros 39
libros del A.T., escritos en hebreo, son los llamados «libros protocanónicos».
La palabra «proto» significa «Primero», ya que desde el primer momento estos
libros integraron el Canon del A.T.
7. Qumram
En el año 1947
los arqueólogos descubrieron en Qumram (Palestina) escritos muy antiguos y
encontraron entre ellos los libros de Judit, Baruc, Eclesiástico y 1 de
Macabeos escritos originalmente en hebreo, y el libro de Tobías en arameo.
Quiere decir que solamente los libros de Sabiduría y 2 de Macabeos fueron
redac-tados en griego. Así el argumento de no aceptar estos 7 libros por estar
escritos en griego ya no es válido. Además la Iglesia Católica nunca aceptó
este argumento.
8. Consideraciones finales
Después de todo, nos damos cuenta de
que este problema acerca de los libros, es una cuestión histórico-teológica muy
compleja,
y con diversas interpretaciones y apreciaciones. Con todo,
es indudable que la Iglesia Católica, respecto a este punto, goza de una base
histórica y doctrinal que, muy razonablemente, la presenta como la más
segura.
Sin embargo, desde que Lutero tomó la
decisión de no aceptar esta tradición de la Iglesia Católica, todas las
iglesias protestantes
rechazaron los libros Deuterocanónicos como libros
inspirados y declararon estos 7 libros como libros «apócrifos».
En los últimos
años hay, de parte de muchos protestantes, una actitud más moderada para con
estos 7 libros e incluso se editan Biblias ecuménicas con los Libros
Deuterocanónicos.
En efecto, han ido comprendiendo que
ciertas doctrinas bíblicas, como la resurrección de los muertos, el tema de los
ángeles, el
concepto de retribución, la noción de purgatorio, empiezan a
aparecer ya en estos 7 libros tardíos.
Por el hecho de haber suprimido estos
libros se dan cuenta de que hay un salto muy grande hasta el N.T. (más o menos
una época
de 300 años sin libros inspira-dos). Sin embargo estos 7
libros griegos revelan un eslabón precioso hacia el N.T. Las enseñanzas de
estos escritos muestran una mayor armonía en toda la Revelación Divina en la
Biblia.
Por este motivo, se ven ya
algunas Biblias protestantes que, al final, incluyen estos 7 libros, aunque con
un valor secundario.
Quiera Dios que llegue pronto el día
en que los protestantes den un paso más y los acepten definitivamente con la
importancia
propia de la Palabra de Dios, para volver a la unidad que un
día perdimos.
Cuestionario:
¿De cuántos libros está formada la
Biblia Católica y de cuántos la Evangélica? ¿Cómo se originó esta diferencia?
¿Cuáles son los
libros
canónicos y los Deuterocanónicos? ¿Por qué se llaman así? ¿Qué aporte hacen
estos libros a la Revelación? ¿Qué pasó con la Reforma de Lutero en lo
referente al número de los libros de la Biblia? ¿Qué se confirmó con los
hallazgos de Qumram? ¿Incluyen últimamente algunas Biblias protestantes los
libros Deuterocanónicos? ¿Qué sería deseable a futuro?
Tema
20:
¿Cómo
estudiar la Biblia?
Queridos hermanos:
Hoy día en muchas familias católicas
encontramos la Biblia como el libro sagrado de la casa. Ojalá que pronto llegue
el día que
cada católico sea un asiduo lector de la Escritura
Sagrada.
Pero muchos que comienzan a leerla,
después de algunos capítulos la dejan de lado por no comprender casi nada.
Dicen que leer
la Biblia les resulta difícil. Es un libro tan largo y a
veces difícil, especialmente para uno que sabe poca historia y poca geografía,
y no tiene costumbre de ubicar lo que lee en su propio contexto.
También se da el caso de católicos
que, comienzan a leer la Biblia, y se dejan llevar por interpretaciones
parciales, caprichosas y
fanáticas que poco a poco lo llevan a uno a adherir, por
mero sentimentalismo, a algunas de las muchas sectas bíblicas ya existentes,
apartándose, por ignorancia, de la Iglesia Católica.
Y no faltan los que quieren leer toda
la Biblia sin alguna explicación; o toman la Biblia como un juego de naipes
abriendo el libro
al azar, o saltando por aquí o por allá y piensan que Dios
automáticamente les comienza a hablar. Es un riesgo muy grande; es como jugar a
la suerte.
Para evitar
estos peligros, no basta leer la Biblia con fe y devoción. Hay que juntar la
fe, la oración y la devoción con el estudio. Leer la Biblia sin una adecuada
preparación es tentar a Dios. Hay que prepararse para leerla. Si no, puede
suceder cualquier cosa. La historia de nuestra fe es así.
Queridos hermanos, esta carta tiene
como finalidad introducirnos en el estudio de la Biblia. Hoy, más que nunca,
debemos tener
una cierta preparación para iniciar una lectura seria de la
Biblia. Para muchos, la Biblia sigue siendo un hermoso libro cerrado que adorna
nuestra biblioteca. El problema es: ¿cómo leer, cómo comenzar con este libro?
Siempre ha sido difícil la iniciación a la lectura de la Biblia. Exige de
nosotros paciencia, humildad, serenidad y una cierta disciplina
intelectual.
En esta carta vamos a indicarles
algunos consejos prácticos para comenzar el estudio de la Biblia.
1. Las mejores Biblias
Muchas personas se preguntan cómo
conseguir una buena edición moderna de la Biblia Católica.
Hoy existen muy buenas Biblias
católicas; les recomendamos la Biblia de Jerusalén, la Biblia Latinoamericana y
otras.
Da pena ver gente ansiosa de conocer
la Biblia y lo hace con ediciones demasiado antiguas, incluso incompletas, sin
introducciones, ni comentarios; o con ediciones de bolsillo
que está bien para llevarlas a un paseo pero no para hacer estudios serios con
ellas.
2. Una Biblia de uso personal
Conviene que cada persona tenga su
propia Biblia en la que libremente vaya subrayando los textos más importantes o
más
significativos en relación con nuestra vida de fe, con
nuestro seguimiento de Cristo, con nuestra vida de oración, de evangelización,
etc. E incluso uno va poniendo anotaciones personales, inquietudes originadas
de la propia reflexión y experiencia pastoral, apuntes tomados de cursillos,
retiros, libros... Sólo así se aprenden las cosas, y con gusto.
3. Conocer bien la propia Biblia
Es decir, antes de estudiar el texto
sagrado, hay que echar un vistazo general a la edición de su Biblia; ver qué
dicen los editores
sobre el manejo del libro, ver cómo se citan los libros, qué
introducciones hay, qué notas, mapas, o temas especiales, etc... Esto puede
ahorrar mucho tiempo y trabajo. No hay por qué anotar en cuadernos o papelitos
cosas que ya están muy bien puestas en las notas más importantes.
Así por ejemplo, la Biblia
Latinoamericana pone una especie de introducción muy buena, titulada: «¿Qué
hubo en el mundo antes
de la Biblia?». También tiene un «Indice del Evangelio» bien
práctico y una serie de temas breves con el título de «La enseñanza bíblica»
que pueden ayudar mucho. Además hay otros temas.
La Biblia de Jerusalén, entre tantas
cosas excelentes, trae casi al final una sinopsis cronológica muy útil para
ubicar los
acontecimientos bíblicos dentro de la historia, de la
geografía y de las otras culturas relacionadas con la Biblia. La Nueva Biblia
Española tiene, al final, un vocabulario bíblico teológico muy bueno. Cada uno
debe familiarizarse bien con su propia Biblia.
4. Leer y estudiar las Introducciones
Es muy conveniente leer las
Introducciones que se ponen a cada libro o a los diversos grupos de libros.
Casi todas las Biblias
modernas católicas tienen muy buenas introducciones. La
Biblia de Jerusalén es excelente en este punto y es la que ha inspirado casi
todas las ediciones posteriores de la Biblia.
Algunas personas se dedican primero a
leer y estudiar todas las introducciones de cada libro y luego comienzan la
lectura del
texto bíblico mismo. Es lo mejor.
5. Leer y meditar la Biblia
A continuación, ya se puede comenzar
a leer y a estudiar el texto bíblico. Pero la Biblia es muy larga, y para todos
nosotros nos
resultará muy difícil, si no imposible, leerla toda desde la
primera página hasta la última. Por tanto, hay que ser prácticos.
Si es la primera vez que te
acercas a la Biblia, te proponemos un itinerario de lectura:
a) Empieza
con el Evangelio de San Lucas. En él podrás conocer los rasgos más atrayentes
de Jesús de Nazaret, nacido de María.
b) Continúa
con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí podrás ver la hermosa
actividad de la Iglesia naciente.
c)
Después te recomendamos volver a los Evangelios, primero
Marcos, luego el de Mateo y finalmente el de Juan.
Puedes intercalar, al fin, la
lectura de alguna Carta de los Apóstoles: por ejemplo, a los Corintios, los
Tesalonicenses, etc.
Otra forma es tener un calendario
litúrgico y leer las lecturas que corresponden al día.
6. El Nuevo Testamento
Para el cristiano lo más importante
son los cuatro Evangelios, que son el alma de toda la Biblia, y luego los otros
libros del
Nuevo
Testamento. Eso ha de ser el objetivo constante de nuestra lectura o estudio.
Pero es bueno conocer, siquiera básicamente, el
Antiguo Testamento: Génesis, Exodo, Deuteronomio, Josué, 1 y
2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar, Sabiduría,
Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Miqueas, Jonás.
7. Lectura y meditación de la Biblia
Después de haber leído la
introducción de un libro, comienza a leer el texto mismo. No te apresures en
leer todo de una vez. Lee
solamente un pasaje, o un párrafo. Lee con atención y
respeto, abriendo tu corazón a lo que Dios te quiere expresar. Subraya los
textos que te impactan.
En la primera lectura de un texto, te
conviene leer siempre las notas explicativas que se encuentran debajo del texto
bíblico. Estas
notas explicativas y los comentarios van a clarificarte la
comprensión de los textos bíblicos más difíciles. Son explicaciones escritas
por especialistas y hay que tratar de entenderlas y, normalmente, han de ser
aceptadas con confianza. Muchas personas, por no leer atentamente las notas
explicativas quedan sin comprender un texto en su contexto propio, sin
comprender los diversos estilos y doctrinas, y luego abandonan la lectura por
aburrimiento.
Los cursillos bíblicos intensivos,
con un buen profesor, pueden ayudar mucho, y quizás sean imprescindibles para
comprender
ciertos problemas y notas técnicas.
Y ahora, ¡a comenzar!... Trata de
organizar tu vida de tal manera que todos los días encuentres un momento de 5 a
10 minutos
para la Biblia. Busca un lugar tranquilo. Lee
sistemáticamente, no saltando de una parte a otra, ni abriendo el libro al
azar. Nunca leas la Biblia para satisfacer tu curiosidad o sólo para saber más,
sino para indagar lo que Dios quiere decirte. Pues la Biblia es la Palabra de
Dios, es la carta que El envía a sus hijos. En la Biblia no busques ciencia,
sino sabiduría. No tengas miedo de subrayar y poner anotaciones en tu Biblia.
La Biblia no es un libro para guardar, sino para ser leída. Dice san Jerónimo:
«No debes retirarte al descanso nocturno sin haber llenado tu corazón con una
pequeña parte de la Palabra de Dios».
Principales
Biblias Católicas
Entre las Biblias Católicas más
conocidas, y más usadas hoy entre nosotros, están las siguientes:
1.
La Biblia de
Jerusalén: Se llama así sencillamente por haber sido preparada por un
numeroso equipo internacional de
biblistas, bajo la dirección de la famosa «Escuela Bíblica
de Jerusalén». Apareció primeramente en francés (1956), de la que se sacó la
primera edición española en 1967. Luego ha seguido una segunda edición española
en 1975, revisada y mejorada.
Es la mejor Biblia desde el punto de
vista crítico, teológico y académico, con notas explicativas. Su criterio ha
influido
decididamente en todas las otras ediciones de la Biblia. Es
imprescindible para un estudio serio de la Biblia. Sin embargo el precio de
esta Biblia es generalmente muy elevado.
2.
La Biblia
Latinoamericana: Se la conoce con este nombre, ya muy popularizado. Fue
preparada por un equipo latinoamericano de pastoral. Ya han salido, al menos,
81 ediciones (1990). Tiene el mérito de estar muy adaptada al lenguaje
latinoamericano y, sobre todo, en las introducciones y comentarios refleja muy
bien la realidad y problemática socio-político-religiosa de América Latina. Ha
recibido muchas alabanzas y fuertes críticas de distintos sectores de la
Iglesia y de la sociedad. En nuestro medio ambiente y para fines pastorales es,
con mucho, la mejor Biblia. Generalmente no es un libro muy caro; muchas veces
ha sido subvencionada para el bien del pueblo.
También existe un Nuevo
Testamento Latinoamericano, que es la parte más importante de toda la Biblia
Latinoamericana.
3.
Otras Biblias: Hay
también muchas otras ediciones católicas de la Biblia, todas muy buenas, aunque
no hayan tenido, en
nuestro medio, el éxito de las dos mencionadas. Entre éstas
no podemos dejar de nombrar las Biblias: Nacar-Colunga y la Nueva Biblia
Española de Juan Mateo.
El gran valor de estas ediciones
modernas de la Biblia es, sobre todo, que se basan en los textos originales
(hebreo-griego), y no
en la Vulgata Latina como anteriormente se hacía. Además en
sus introducciones y comentarios recogen lo mejor de las investigaciones
bíblicas modernas.
Ultimamente apareció la Biblia de
Estudio de las Sociedades Bíblicas, elaborada por biblistas católicos y
evangélicos, y que
cuenta con el respaldo del CELAM para ser utilizada en
América Latina.
Quien medita cada día la sagrada ley divina con esta meditación a la gloria se encamina. Quien
medita cada día las Sagradas
Escrituras verá la mano de Dios en todas las criaturas.
Cuestionario:
¿Cuál es la regla de oro para la
interpretación de la Biblia? ¿Se pueden sacar frases de su contexto y darles
una interpretación
personal?
¿Qué significa interpretar la Biblia dentro de la Tradición Católica? ¿Cuál es
la postura protestante? ¿En qué se basan? ¿Qué acontece al interpretar la
Biblia en forma personal y sin tomar en cuenta la Tradición? ¿Qué se espera, al
respecto, del Ecumenismo?
Tema
21:
Mentalidad
bíblica de los católicos y de los protestantes
Queridos hermanos:
El otro día
leí un cuento de una muchacha de muy hermosos ojos y que por tal razón era
admirada y perseguida por los hombres. En esta historia de ciencia ficción se
decía que sus ojos, para ella, eran ocasión de pecar; y como esta niña leía
todos los días la Biblia, un día leyó esta frase: «Si tu ojo te hace pecar,
sácatelo» (Mt. 5, 29), y entonces ella tomó una fatal determinación: se echó un
ácido en sus ojos para que se le quemaran y así pedió la vista para
siempre...
Esto no es más
que un cuento que fue imaginado por un novelista con el fin de demostrar lo que
puede pasar al interpretar la Biblia al pie de la letra y sin consultar a
nadie. Supongamos que el ejemplo es cierto. Si la niña hubiera preguntado a un
sacerdote católico, éste le habría dicho que esa frase de la Biblia no se tiene
que interpretar así, sino que se trata de una figura literaria.
Lo que nos quiere decir Jesús aquí es
que cuando hay algo que uno ama mucho y ese algo tan precioso es ocasión de
pecar hay
que renunciar a eso. Por ejemplo: renunciar a una amistad
peligrosa, dejar un negocio sucio, etc., y eso aun-que nos cueste mucho... Pero
Jesús en ningún momento nos quiere decir que tengamos que mutilar nuestro
cuerpo, que está creado a imagen y semejanza de Dios.
Qué distinto es interpretar la Biblia
solo o consultando a un entendido. Si uno no sabe y no consulta a nadie, puede
equivocarse al
interpretar la Biblia. Y si el que no sabe le enseña otro es
como un ciego que guía a otro ciego. Los dos van al abismo (Mt. 15,14).
Queridos hermanos, este hecho es una
simple fantasía de un escritor. Pero todos hemos conocido en nuestro tiempo
fanáticos
seguidores de sectas protestantes que han llegado a un
suicidio colectivo con la Biblia en la mano...
Es muy
importante tener criterios claros para interpretar bien la Biblia. En esta
carta les voy a explicar con qué distinta mentalidad los católicos y los
protestantes leen la Biblia. Es un tema algo difícil, pero es un punto en el
que se diferencian fundamentalmente los católicos de los protestantes. En
nuestra explicación no queremos ofender a nadie. Toda persona merece nuestro
respeto y es digna de que la amemos, como Cristo nos ama a nosotros. Pero sí
que queremos buscar la verdad, ya que los errores merecen siempre nuestro
repudio. «La verdad nos hará libres».
Entendemos
como «mentalidad bíblica» el criterio, o el modo de pensar, con que normalmente
se interpreta la Biblia. Primeramente expliquemos la mentalidad bíblica de los
católicos y luego la mentalidad de los protestantes, para finalmente dar
algunas pautas para hacer juntos una lectura bíblica.
Mentalidad bíblica católica
1. Es
una mentalidad histórico-crítica. El católico, con un profundo sentido de fe y
de oración, ha valorizado en todo tiempo el
estudio serio de la Biblia. Este estudio aprovecha los
aportes de varias generaciones, y da un serio fundamento a nuestra
espiritualidad bíblica. Quiere decir que no es nada fácil comenzar a estudiar
la Biblia. Ello implica un mundo de conocimientos. La Iglesia Católica está
consciente de que leer la Biblia, sin una adecuada preparación, es tentar a
Dios. Hay que prepararse para leerla. Si no, puede suceder cualquier cosa. Así
lo enseña la historia. Una persona que sabe poca historia y poca geografía y no
tiene costumbre de ubicar lo que lee en su contexto propio, puede, con la
Biblia en la mano, decir grandes barbaridades.
2. Un estudio serio de la Biblia exige:
1.
Conocer del mejor modo posible el texto sagrado, en su
lengua original o en sus traducciones, y mantenerse razonablemente
fiel al texto.
2.
Conocer el origen, la formación y la transmisión de los
libros sagrados; sus muy variados estilos literarios y el contexto
histórico en que se escribieron.
3.
Exige también conocer los condicionamientos culturales
propios de la época en los que se encarnan y se transmiten la Palabra
de Dios. Sin duda muchos elementos culturales de aquella
época son relativos, cambiables y mejorables.
4.
Exige ver la diferencia radical, aunque complementaria
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ya que hay una gran evolución
y cambios doctrinales entre el A.T. y el N.T.
5. Exige ver toda la Biblia como
camino hacia la plenitud en Cristo. Es lo que se llama el Cristocentrismo
bíblico. Hay una
infinidad de problemas que exigen al estudioso de la Biblia
ser humilde y alegre, convencido de que el estudio de la Biblia es difícil, y a
la vez, fascinante e inagotable
¿Qué significa tener mentalidad eclesial?
Quiere decir que el católico recibe e
interpreta la Biblia dentro de la comunidad del Pueblo de Dios, dentro de la
Tradición
divino-apostólica, viva e histórica que es la Iglesia. Y eso
no es por capricho o devocionismo tonto, sino porque así lo exige la naturaleza
de la Biblia. Porque la Biblia no es un libro extraño caído repentinamente de
cielo. El libro sagrado nació y se formó lentamente dentro de una larga
tradición, dentro de la comunidad del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y
dentro de la comunidad de la Iglesia primitiva. De hecho la Iglesia podría
vivir sin Biblia escrita, aunque no sin su mensaje divino, sin su Palabra, sin
su Evangelio y sin Cristo presente en la comunidad. Es decir, antes que
existiera la Biblia escrita, ya había una Tradición viva del mensaje divino en
la predicación, en la catequesis, en la liturgia y en la vida de los primeros
cristianos.
Es por eso que no podemos prescindir
de la Tradición, del modo como vivieron, interpretaron y defendieron la Biblia
nuestros
mayores en la fe. Somos sus herederos.
Hay más todavía, la expresión y la
garantía de la interpretación auténtica de la Biblia, dentro de la Iglesia,
concierne de modo
particular al Magisterio oficial de la Iglesia (al Papa y a
los obispos, que son los legítimos sucesores de los Apóstoles) (Mt. 16,19; Mt.
18,18).
Sentir con toda esta Tradición viva
es, pues, sentir con la Iglesia, es tener mentalidad eclesial. No se trata de
un tema fácil, pero
tampoco, por ser difícil, se va a dejar a un lado esta tradición
eclesial.
Esto tampoco nos impide la iniciativa
personal en el estudio y reflexión de la Biblia. Al contrario, más bien nos
incentiva, nos da
amplitud y seguridad en nuestra lectura bíblica. La
mentalidad eclesial católica rechaza, por tanto, la interpretación de la
Biblia, a solas o en grupo, en forma independiente y absoluta al margen de la
Iglesia.
Advertimos que esta mentalidad
eclesial, a veces, se torna dificultosa especialmente cuando se trata de
inculturar el Evangelio en
pueblos que
han vivido ajenos a la tradición y cultura cristiana. Esta inculturación del
Evangelio exige la originalidad del mensaje bíblico aterrizado a su propia
cultura, libre de condicionamientos y de ataduras culturales extrañas. Nunca la
Biblia puede ser un pretexto para destruir una cultura.
La mentalidad bíblica protestante
El protestantismo nació en Alemania
cuando Martín Lutero, sacerdote cató-lico alemán, se separó de la Iglesia
Católica en 1517.
Hoy tan sólo en Europa y América hay más de 600 diversas Iglesias
protestantes con enormes diferencias de doctrinas y de régimen.
1. ¿De dónde nace el divisionismo
protestante?
Del famoso: ¡Sólo la Biblia!, y
de la interpretación personal de la Biblia.
La raíz de tantas divisiones en las
Iglesias protestantes está en la mentalidad con que el protestante lee e
interpreta la Biblia. El
protestante, en general, tiene este criterio para leer la
Biblia: ¡Sólo la Biblia!, y su interpretación es personal.
El protestante, hablando en general,
cree que la sola Biblia contiene y manifiesta por sí misma toda la revelación
de Dios. No
necesita de la Tradición viva de la Iglesia. La Biblia, por
ser Palabra de Dios, es inteligible por sí misma. La iluminación que el
Espíritu Santo pone en el corazón de cada uno -dice- basta para interpretar
correctamente la Palabra de Dios. Y así, por principio y en general, el
protestante prescinde de la Tradición de la Iglesia, de la historia de la
Biblia y de su complejidad humana.
Esto es un grave error desde la
perspectiva bíblica católica. Pero eso no quita que este amor por la Biblia
haya producido entre los
protestantes grandes biblistas de fama internacional, y ha
impulsado a muchos dentro del protestantismo a «vivir el Evangelio» y «a seguir
a Cristo», de mil formas auténticamente cristianas, y con inmensa libertad de
espíritu, muy en la línea de San Pablo y de San Francisco de Asís.
2. ¿Es suficiente la sola Biblia?
La exagerada
concepción de la sola Biblia ha llevado al protestantismo a di-fundir la Biblia
como sea, por millones, en ediciones sin ninguna explicación orientadora,
dejando la interpretación a gusto del lector. Con igual criterio, se ha
traducido la Biblia precipitadamente a otras culturas o lenguas aborígenes e
insuficientemente conocidas, originando innumerables nuevas y diversas Iglesias
autóctonas, sincretistas e indefinibles. (Se dice que en Africa han surgido ya
más de 2.000 nuevas y diversas Iglesias protestantes, autóctonas, y que algo
muy parecido está sucediendo en Asia).
El libre examen de la Biblia dentro
del protestantismo ha creado el mayor libertinaje interpretativo. Muchos han
entendido la
inspiración bíblica en forma verbal y literal, cayendo en un
fundamentalismo bíblico totalmente desfasado. Otros han juzgado la Biblia como
un libro meramente humano. Han pululado predicadores del Evangelio
independientes, sin ninguna filiación eclesial. Se ha caído en el «biblismo» y
en el «bibliocentrismo» (absolutización de la Biblia), y hasta en «bibliolatrías»
(culto idolátrico a la Biblia).
En el siglo pasado proliferaron,
especialmente en Estados Unidos, Iglesias escatológicas, sobrevalorando casi
exclusivamente el
libro del Apocalipsis, fijando fechas para el fin del mundo,
señalando con el dedo al Anticristo, proclamando exactamente cuántos y quiénes
se van a salvar y excluyendo al resto del mundo, cristianos o no, como paganos
y abominables...
En fin, con la Biblia en la mano se
ha llegado a actitudes realmente fanáticas, totalmente antiecuménicas,
esclavizantes e
irracionales. Por eso un poeta dijo con desprecio y con
burla acerca de los que interpretan la Biblia a su gusto: «Inventan sus propias
doctrinas, las apoyan en la Biblia y las tienen por divinas».
Queridos hermanos, como verdaderos
católicos debemos esperar que pronto llegue el tiempo que leamos juntos con los
hermanos
protestantes la Biblia con espíritu de unión, de amor, de
paz y de fraternidad universal.
Meditemos la oración de Jesús por
el Nuevo Pueblo Santo:
«Padre, ha llegado la hora.
No ruego solamente por ellos, sino también
por todos aquellos que por su palabra
creerán en mí. Que todos sean uno como tú,
Padre, estás en mí, y yo en ti. Sean
también uno en nosotros; así el mundo
creerá que tú me has enviado»
(Jn. 17,7 y 20,22).
Que seamos capaces de leer la Biblia
con una mentalidad liberadora: Cristo, Dios-Hombre, es de todos, El es nuestro
camino,
nuestra verdad y nuestra vida (Jn. 14, 6). La historia
humana es esencialmente una historia de amor y de salvación en Cristo (Col. 1,
1320; Ef. 1, 3-14).
Resumiendo: Valoramos en su justa
medida el amor que los evangélicos sien-ten por la Biblia. Ojalá que los
católicos tengamos
también un gran aprecio por el libro santo y sea nuestro
libro de cabecera. Pero para nosotros la Biblia y la Tradición tienen que ir de
la mano y no se pueden separar. Y la garantía de la Tradición nos la da el
Magisterio de la Iglesia, representado por el Papa.
Gracias a este
Magisterio, la Iglesia Católica puede decir: Un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo. Y también «Creo en la Iglesia Una, Santa, católica y
apostólica».
Cuestionario:
¿Cuál es la regla de oro para la
interpretación de la Biblia? ¿Se pueden sacar frases de su contexto y darles
una interpretación
personal?
¿Qué significa interpretar la Biblia dentro de la Tradición Católica? ¿Cuál es
la postura protestante? ¿En qué se basan? ¿Qué acontece al interpretar la
Biblia en forma personal y sin tomar en cuenta la Tradición? ¿Qué se espera, al
respecto, del Ecumenismo?
Tema
22:
El
Pan Eucarístico
Siempre que puedo tengo la
costumbre de visitar a los hermanos católicos en sus casas.
Y un día, por equivocación, entré en
una casa donde estaba reunido un grupito de hermanos evangélicos. Se asombraron
muchísimo cuando de repente vieron en medio de ellos al cura
de la Iglesia Católica. Les expliqué que estaba invitando a los católicos para
leer juntos la Palabra de Dios y luego participar en «la Fracción del Pan» o
Santa Misa. Inmediatamente un hermano evangélico me replicó: «¡La Palabra de
Dios es el único Pan de vida!» (para hacerme entender que ellos no necesitan el
Pan sagrado de la Misa).
Felicito sinceramente a nuestros
hermanos evangélicos por el gran amor que tienen a la Palabra de Dios como Pan
de vida. Pero
me sorprende que ellos con tanta facilidad rechacen el Pan
Eucarístico o Santa Misa. Este hecho me hizo pensar mucho, y luego tomé la
decisión de escribir esta carta a mis hermanos católicos para explicarles que
no estamos equivocados con la celebración de la Eucaristía o Santa Misa, y para
recordar que la Misa no es un invento de los curas, sino que, según la Biblia,
es un mandato sagrado de Cristo mismo.
El Pan de la Palabra y el Pan Eucarístico.
En el
Evangelio de San Juan, Jesús hace una reflexión muy profunda acerca de este
tema. Jesús proclama que «El es el verdadero Pan que ha bajado del cielo» (Jn.
6, 33-35), y el Señor nos da dos razones para explicarnos por qué El es el Pan
de vida:
-
Primero: Jesús es «el Pan de vida», por su Palabra que
abre la vida eterna a los que creen (Jn. 6, 26-51). Es decir, Jesús es «el Pan
de la Palabra» que hay que creer.
-
Segundo: Jesús es «Pan de Vida» por su carne y su
sangre que se nos dan como verdadera comida y bebida (Jn. 6, 51-58). Con
estas últimas palabras, Jesús anuncia la Eucaristía que El va
a instituir durante la Ultima Cena: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Lc.
22,19). «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn. 6, 55-56).
Está claro entonces que no debemos
quedarnos solamente con «el Pan de la Palabra». Jesús nos invita también a
«comer
realmente su Cuerpo» como «el Pan Eucarístico».
Ahora bien, nuestros hermanos
evangélicos piensan que el Pan Eucarístico es solamente un símbolo de Jesucristo
y niegan la
presencia real de Cristo en la Cena del Señor. La frase:
«Esto es mi cuerpo», para ellos es sólo una expresión figurada.
Es más, las Biblias de los Testigos
de Jehová dicen que Jesús en la Ultima Cena no dijo: «Esto es mi cuerpo», sino:
«Esto
significa mi cuerpo» (Lc. 22,19), y con esto acaban con la
presencia real de Cristo en el Pan Sagrado o en la Santa Hostia. (Cualquiera
que sepa traducir bien el idioma griego en que fue escrito el Evangelio de
Lucas, sabe muy bien que la palabra usada por la Biblia en griego es «estin»
que significa en castellano «es», y que esta palabra en ningún caso se puede
traducir por «significa», como hacen los Testigos de Jehová. El fundador de los
Testigos de Jehová, sin haber hecho estudios de la Biblia con maestros
entendidos, se dedicó a traducir la Biblia a su antojo y por eso le hace decir
cosas absolutamente inexactas.
Jesús nos invita a comer su Cuerpo y a
beber su Sangre
1.
El discurso de Jesús sobre «su Cuerpo, Pan de vida»
(Jn. 6,51-58) lo pronunció después de la multiplicación de los panes y, en
esta oportunidad, por primera vez, el Señor habló acerca de
la Eucaristía: «El pan que Yo daré es mi Carne, y la daré para vida del mundo»
(Jn. 6, 51).
Cuando Jesús
dijo estas palabras, muchos de sus discípulos lo abandonaron, diciendo que ese
modo de hablar era intolerable (Jn. 6, 59-66). Pero Jesús no dijo que estaba
hablando en sentido figurado. Jesús insistió: «En verdad les digo: si no comen
la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen verdadera vida».
(Jn. 6,53).
Es más, a los Doce apóstoles
Jesús les preguntó: «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn. 6, 67).
De ninguna manera Jesús habló aquí en
sentido simbólico o figurado: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la
vida
eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6,54).
2.
La Ultima Cena del Señor: En el Nuevo Testamento
encontramos hasta cuatro testimonios distintos acerca de la Ultima Cena
del Señor: Mateo, Marcos, Lucas y Pablo. Esto quiere decir
que la Ultima Cena fue un hecho de suma importancia en la vida de Jesús y en la
vida de la primitiva Iglesia.
La noche antes de morir, Jesús invitó
a sus apóstoles a celebrar la Pascua de los judíos, que consistía, sobre todo,
en una cena
solemne. Esta comida era para los judíos «la gran acción de
gracias» a Dios. Y el Señor Jesús aprovechó la cena para darle un sentido nuevo
y profundo.
Leemos en el Evangelio de San Lucas:
«Después, Jesús tomó el pan y dando gracias (eucharistein, en griego) lo partió
y se lo dio
diciendo: 'Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes.
Hagan esto en memoria mía'. Después de la cena hizo lo mismo con la copa. Dijo:
'Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser derramada
por ustedes'» (Lc. 22, 19-20).
3.
La Ultima Cena del Señor tiene muchos significados.
Solamente queremos aquí indicar algunos aspectos importantes en
relación con nuestro tema:
-
Primero: la Cena del Señor es «la gran acción de
gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19; 1 Cor.11,24)
recuerda las bendiciones que proclaman las obras de Dios: la
creación, la redención, y la santificación. La Iglesia prefiere la palabra
«Eucaristía» para indicar la Cena del Señor.
-
Segundo: Cuando Jesús en la Ultima Cena dijo al partir
el pan: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo», no estaba hablando en
forma simbólica. Estas palabras anunciaban claramente su
presencia misteriosa y real en los signos del pan y del vino. Realmente Jesús
dio al pan y al vino un nuevo sentido.
Jesús dijo claramente: «Esto es mi
cuerpo». Jesús indicó un realismo incomparable y no un simple simbolismo. Esto
sucedió en
la primera Eucaristía o Santa Misa.
-
Tercero: También dio Jesús a sus apóstoles el mandato
de recordar y revivir estos gestos sagrados: «Hagan esto en memoria
mía» (Lc. 22,19). Fiel a este man-dato de Jesús, la Iglesia
desde aquel momento hasta ahora realiza continuamente estos signos sagrados que
hizo Jesús en la Ultima Cena. Y la Iglesia cree que el Pan consagrado en cada
Eucaristía es a la vez figura y realidad del Cuerpo celestial de Cristo: un
memorial vivo de Cristo.
-Cuarto: El apóstol Pablo para
recordar lo sagrado que es el alimento eucarís-tico, escribe en términos muy
claros: «El cáliz que
bendecimos, ¿no es acaso la co-munión de la Sangre de
Cristo? Y el Pan que partimos, ¿no es acaso la comunión del Cuerpo de Cristo?»
(1Cor. 10,16).
Para Pablo,
ese pan y ese vino, una vez consagrados, no son un simple símbolo del cuerpo y
sangre, sino realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo glorificado. Y en este
mismo sentido sigue el apóstol escribiendo a los Corintios, después de
reprenderles por algunos abusos que cometían en sus reuniones: «Así, pues, cada
vez que comen de este pan y beben de la copa, están proclamando la muerte del
Señor hasta que venga. Por tanto si alguien come el pan y bebe de la copa del
Señor indignamente, peca contra el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por eso, que
cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber de la copa. De
otra manera come y bebe su propia condenación al no distinguir el cuerpo de
Cristo. Esta es la razón por la cual se ven tantos enfermos entre ustedes»
(1Cor. 11, 26-30).
Consideraciones finales
Mucha gente de
hoy, igual como en el tiempo de Jesús, tiene dudas acerca de la presencia real
de Cristo en el Pan Eucarístico. Muchos se preguntan: «¿Cómo puede ser eso?...
¿No es demasiado para nuestra inteligencia humana aceptar todo esto?...»
Es verdad, nuestra inteligencia
humana no es capaz de captar esta presencia misteriosa de Cristo en la
Eucaristía. Solamente con
los ojos de la fe podemos experimentar esta presencia real e
íntima de Cristo en el Pan Sagrado.
La presencia del cuerpo de Cristo en
el Pan Sagrado no es una presencia física, o sea, material, como si pudiéramos
decir: «Jesús
está aquí sentado a la mesa al lado mío». No debemos olvidar
que el Cuerpo de Cristo, después de su muerte y resurrección, es para siempre
un cuerpo glorificado, un cuerpo celestial que se hace presente entre nosotros
en el pan y en el vino. Es una presencia real. No una presencia material de
Cristo, sino una presencia terrenal de su cuerpo celestial.
En otras palabras: mediante un gesto
visible, el creyente participa de una realidad que no se ve, pero entra
realmente en comunión
con Cristo glorificado y resucitado. Acostumbramos a aplicar
la palabra sacramento para designar un signo externo que contiene una realidad
espiritual. En la Cena del Señor, o Santa Misa, nuestra fe nos lleva a recibir
como Cuerpo y Sangre de Cristo algo que todavía no parece ser más que pan y
vino. Pero, por estos signos o sacramentos, Cristo se hace para nosotros
realmente alimento y vida.
La Comunión Eucarística es el cuerpo
y el corazón de la vida de la Iglesia, la cual es ante todo comunión. Es el
lugar en que los
hombres experimentan, ya en la tierra, la unión entre ellos
y Cristo.
Queridos
hermanos, estas son las razones por las que nosotros los católicos, conforme al
mandato del Señor: «Hagan esto en memoria mía», celebramos la Eucaristía
Domingo tras Domingo, y creemos con toda firmeza que Cristo glorificado está
realmente presente en el pan y en el vino consagrados. No es ningún invento de
los curas, como piensan algunos hermanos evangélicos, sino que ésta es una
enseñanza bíblica, creída plenamente por todos los verdaderos cristianos desde
el principio de nuestra santa religión hasta el día de hoy.
Los distintos nombres para indicar la Santa
Misa:
1.
Eucaristía:
porque es «acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc.
22,19 y 1 Cor. 11,24) recuerda las
bendiciones judías que pro-claman, sobre todo durante la
comida, las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.
2.
Cena del
Señor o Banquete del Señor: porque se trata de la Cena que el Señor celebró
con sus discípulos la víspera de su
pasión (1Cor. 11, 20).
3.
Fracción del
Pan: porque el gesto de partir el pan y repartirlo lo utilizó Jesús cuando
bendijo y distribuyó el pan en la Ultima Cena (Mt. 26, 26; 1 Cor. 11, 24; Hech.
2, 42 y Hech. 20, 7-11).
4.
Comunión:
porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su
Cuerpo y de su Sangre para formar
un solo Cuerpo (común-unión) (1 Cor. 10, 16-17).
5.
Santo
Sacrificio: porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e
incluye la ofrenda de la Iglesia. Así también se
llama «Sacrificio de Alabanza» (Heb. 13, 15), sacrificio
espiritual (1 Ped. 2,5).
6.
Santa Misa:
porque la liturgia en la que se realiza el misterio de nuestra salvación se
termina con el envío de los fieles (envío=missio en latín) a fin de que cumplan
la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
Antes del Padecimiento en la noche de la Cena el Señor con gracia plena instituyó el Sacramento. Su Cuerpo y Sangre sustento eran para el pecador por eso el Supremo Autor en la Mesa del altar nos dio este rico manjar que es la fineza mayor.
Cuestionario:
¿Es Jesús el Pan de Vida? ¿Cómo
interpretan los evangélicos el texto de Lc. 22, 19? ¿Cómo lo interpretamos los
católicos? ¿Nos
invita Jesús a comer su Cuerpo? ¿Cuándo nos mandó Jesús comer
el Pan de Vida? ¿Cómo presentan la Cena los tres sinópticos? ¿Hablaba Jesús en
forma real o simbólica sobre su presencia en la Eucaristía? ¿Qué dice Pablo en
lo referente a la Comunión? ¿Está Cristo en medio de nosotros?
Tema
23 :
La
Cruz en el pecho
Tengo la costumbre de andar con una
pequeña cruz de madera en el pecho. Amo esta cruz porque Jesucristo salvó al
mundo por
este signo. Además, como hermano-religioso y ministro de la
Iglesia Católica, quiero mostrar así mi entrega total a Jesús, mi Maestro.
Pero pasa, a veces, que cuando me ven
los hermanos evangélicos con esta cruz en el pecho, comienzan a criticarme y me
echan
en cara que así estoy crucificando a Cristo; otros me dicen
que soy idólatra, y que soy un condenado con el patíbulo pegado en el pecho; y
por último no faltan los que hasta me quieren prohibir hacer la señal de la
cruz o persignarme.
No entiendo por qué algunos se
ponen tan fanáticos, o por qué se escandalizan frente a una cruz colgada en el
pecho...
Bueno, no importa lo que piensan
ellos de mí, pero sigo llevando esta cruz en el pecho porque es para mí un
símbolo de la fe que
llevo en mi corazón, esta fe en Cristo crucificado y
resucitado.
A los que
piensan que soy idólatra les recomiendo que lean atentamente la carta que
escribí acerca de los verdaderos ídolos de este mundo moderno.
Ahora, queridos hermanos, les voy a
hablar sobre la grandeza de la cruz de Cristo, y cómo el Señor invitó a sus
verdaderos
discípulos a cargar su cruz y seguir sus pasos. Ojalá que
tengan la paciencia de consultar todos los pasajes bíblicos que les voy a citar.
Creo sinceramente que nuestros hermanos evangélicos, al no leer toda la Biblia,
sólo por ignorancia llegan a prohibir estas cosas.
La cruz de Jesucristo
Jesús murió crucificado, y su cruz,
juntamente con su sufrimiento, su sangre y su muerte, fueron el instrumento de
salvación para
todos nosotros. La cruz no es una vergüenza, sino un símbolo
de gloria, primero para Cristo, y luego para los cristianos.
1. El escándalo de la Cruz
«Nosotros predicamos a Cristo
crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1Cor. 1,
23). Con estas
palabras, el apóstol Pablo expresa el rechazo espontáneo de
todo hombre frente a la cruz.
En verdad uno se pregunta: «¿Cómo
podía venir la salvación al mundo por una crucifixión? ¿Cómo puede salvarnos
aquel
suplicio reservado a los esclavos? ¿Cómo podría venir la
redención por un cadáver, por un condenado colgado en el patíbulo, por una
muerte tan cruel como la de un malhechor?... ( Deut. 21, 22; Gal. 3,1).
Cuando Jesús anunciaba su muerte
trágica en la cruz a sus discípulos, ellos se horrorizaban y se escandalizaban.
No podían
tolerar el anuncio de su sufrimiento y de su muerte en la
cruz (Mt. 16, 21; Mt. 17, 22).
Así, la víspera de su pasión, Jesús
les dijo que todos se escandalizarían a causa de El. (Mt. 26, 31). Y en verdad,
a raíz de una
condena
injusta, Jesús fue crucificado y murió en forma escandalosa. 2. El misterio de la Cruz
Jesús nunca
dulcificó el escándalo de la cruz, pero sí nos mostró que su crucifixión
ocultaba un profundo misterio de vida nueva. El camino de la salvación pasó por
la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre: «Jesús fue obediente hasta la
muerte y muerte de cruz» (Fil. 2, 8). Pero esta muerte fue «una muerte al
pecado». A través de la debilidad de Jesús crucificado se manifestó la fuerza
de Dios (1Cor. 1, 25). Si Jesús fue colgado del árbol como un maldito, era para
rescatarnos de la maldición del pecado (Gál. 3, 13). Su cadáver expuesto sobre
la cruz permitió a Dios «condenar la ley del pecado en la carne» (Rom. 8,
3).
Además, «por la sangre de la cruz»
Dios ha reconciliado a todos los hombres (Col. 1, 20), y ha suprimido las
antiguas divisiones
ente los pueblos causadas por el pecado (Ef. 2, 14-18). En
efecto Cristo murió «por todos» (1Tes. 5, 10) cuando nosotros aún éramos
pecadores (Rom. 5, 6), dándonos así la prueba suprema de amor. (Jn. 15, 13 y
1Jn. 4, 10). Muriendo «por nuestros pecados» (1 Cor. 15,3 y 1 Ped. 3,18), nos
reconcilió con Dios por su muerte (Rom. 5, 10), de modo que podemos ya recibir
la herencia prometida (Heb. 9, 15).
3. La cruz, elevación a la gloria
La cruz se ha convertido en un
verdadero triunfo por la Resurrección de Cristo. Solamente después de
Pentecostés, los discípulos,
iluminados por el Espíritu Santo, quedaron maravillados por
la gloria de Cristo resucitado y luego ellos proclamaron por todo el mundo el
triunfo y gloria de la cruz.
La cruz de Cristo, su muerte y
resurrección han destruido para siempre el pecado y la muerte. El apóstol Pablo
nos canta en un
himno triunfal:
«La muerte ha sido destruida en esta
victoria.
Muerte ¿dónde está ahora tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
El aguijón de la muerte es el pecado. Pero, gracias sean dadas a Dios, que nos da la Victoria por Cristo Jesús Nuestro Señor»
(1 Cor. 15, 55-57)
Escribe también el apóstol San
Juan:
«Así como Moisés levantó la serpiente
de bronce en el desierto (signo de salvación en el Antiguo Testamento), así
también es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para
que todo aquel que crea, tenga por El vida eterna» (Jn. 3, 14-32).
Y dijo Jesús: «Cuando Yo haya
sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn. 12, 32).
La suerte de Cristo crucificado y
resucitado será, entonces, la suerte de los verdaderos discípulos del Maestro.
4. La cruz de Cristo y nosotros
En aquel
tiempo Jesús dijo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
cargue con su cruz y sígame» (Mt. 16, 24). Eso quiere decir que el verdadero
discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que la cruz que lleva es signo de
que muere al mundo y a todas sus vanidades (Mt. 10, 33-39). Además el discípulo
debe aceptar la condición de perseguido, perdonando, incluso, al que quizá le
quite la vida (Mt. 23, 34).
Así para el cristiano llevar su cruz
y seguir a Jesús es signo de su gloria anticipada: «El que quiere servirme, que
me siga, y
donde Yo esté, allá estará el que me sirve. Si alguien me
sirve, mi Padre le dará honor» (Jn. 12,26).
5. El cristiano lleva una vida de crucificado
La cruz de Cristo, según el apóstol
Pablo, viene a ser el corazón del cristiano. Por su fe en el Crucificado, el
cristiano ha sido
crucificado con Cristo en el bautismo, y además ha muerto a
la ley del Antiguo Testamento para vivir para Dios.
«Por mi parte, siguiendo la ley,
llegué a ser muerto para la ley a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con
Cristo, y ahora no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál. 2,19-20).
Así el cristiano pone su confianza en
la sola fuerza de Cristo, pues de lo contrario se mostraría «enemigo de la
cruz». «Porque
muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo» (Fil. 3,
18).
6. La Cruz, título de gloria del cristiano:
En la vida cotidiana del cristiano,
«el hombre viejo es crucificado» (Rom. 6, 6) hasta tal punto, que quede
plenamente liberado
del pecado. El cristiano diaria-mente asumirá la sabiduría
de la cruz, se convertirá, a ejemplo de Jesús, en humilde y «obediente hasta la
muerte y muerte de cruz».
No debemos
temer llevar una cruz en el pecho ni menos colocar un crucifijo en la cabecera
de nuestra pieza. Sí debemos temer «la apostasía» o la traición a la verdadera
religión que sería lo mismo que crucificar de nuevo al Hijo de Dios (Heb. 6,
6).
El verdadero
cristiano con la cruz en la mano debe exclamar: «En cuanto a mí, quiera Dios
que me gloríe sólo en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál. 6, 14).
Consideraciones finales
1.
En la cruz de Cristo encontramos como un compendio de
la verdadera fe cristiana y por eso el pueblo cristiano con profunda fe
ha encontrado miles y miles de formas para expresar su amor
a Cristo crucificado. Espontáneamente la religión del pueblo ha reproducido por
doquier, en pinturas y esculturas, cruces de distintas formas. El creyente ha
colocado cruces sobre los cerros, en el techo de sus casas, etc. el cristiano
se persigna para proclamar su fe en la gloria de Cristo; el discípulo fiel se
coloca la cruz en el pecho para anunciar la fe que lleva en el corazón...
2.
Estas expresiones populares no son de ninguna manera
idolatría como pretenden algunos hermanos evangélicos. Es realmente
una auténtica expresión de fe y de amor a Cristo que murió
por nosotros. ¡Qué hermoso cuando uno entra en una familia cristiana y ve cómo
la cruz de Cristo tiene un lugar privilegiado en el hogar! ¡Qué profunda fe se
expresa cuando un cristiano hace, con sentimientos de reverencia, la señal de
la cruz! Es muy fácil y barato burlarse de estas expresiones populares de fe.
Pero tales ironías son faltas graves al respeto y al amor al prójimo, tales burlas
son simplemente signos de una atrevida ignorancia.
3.
Y ¿qué decir de la cruz en el pecho? Si alguien
-sacerdote, religiosa o laico- lleva una cruz en el pecho con fe y amor, con
sentimientos de reverencia, nadie tiene el derecho de reírse
de esta persona. ¿Quién eres tú para juzgar y criticar los auténticos
sentimientos religiosos del pueblo? Sólo Dios sabe escudriñar lo más íntimo de
nuestros corazones.
4.
Por último, una palabra acerca del crucifijo. Cuando
sobre la cruz se coloca la imagen de Cristo, llamamos al conjunto «crucifijo».
No se adora el madero, sino que el cristiano ve a Cristo muerto en ella. Tener
un crucifijo no es ninguna idolatría. Es un signo de amor a Cristo.
Nunca la Iglesia ha enseñado a adorar
cruces, sino a adorar a Cristo que en ella murió. Sí, la Iglesia nos invita a
venerar estos
signos de fe. También nos enseña la Iglesia que nadie debe
llevar una cruz en el pecho si no tiene al menos la intención sincera de seguir
las huellas de Jesucristo. Menos debemos llevar una cruz como un simple amuleto
o como un adorno para lucirse.
El amor al Señor que murió en la cruz
hace que frecuentemente se hayan hecho crucifijos de materiales preciosos, pero
en
nuestros días la Iglesia vuelve a preferir un crucifijo
simple y rústico, más realista y expresivo.
Queridos hermanos, éstas son las
razones por las que nosotros los católicos veneramos y honramos la santa Cruz
con sumo
respeto. Y cuando nosotros llevamos una cruz en el pecho,
siempre debemos acordarnos de las palabras del apóstol San Juan:
«En cuanto a mí,
no quiere Dios que me gloríe
sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo está crucificado para
mí y yo para el mundo». (Gál. 6, 14).
«Que nadie, pues, me venga a molestar. Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo las señales de Jesús» (Gál. 6, 17).
Cuestionario:
¿Es la cruz para
el cristiano signo de vergüenza o de gloria? ¿Qué simbolizaba la serpiente de
bronce del desierto? ¿Cuándo se cumplió aquella profecía? ¿Podemos llevar la
cruz en el pecho? ¿Podemos colocar la cruz en un cerro o en un templo? ¿Qué
estamos manifestando con esto? ¿Podemos, entonces, llevar la cruz colgada al
cuello? ¿Podemos hacer la señal de la cruz?
Tema
24:
No
hay alimentos prohibidos
Muchos preguntan con frecuencia si en
verdad, según la Biblia, está prohibido comer o tomar ciertos alimentos. Esta
inquietud
les nace de conversaciones tenidas con miembros de algunas
iglesias de origen protestante, o de ciertas sectas, quienes, con la Biblia en
la mano, les han mostrado que no se puede comer cerdo, conejo, ciertos peces y
ciertas aves, etc. En esta línea están sobre todo los Adventistas del Séptimo
Día, los Testigos de Jehová, los Mormones y otros. Algunos prohíben incluso
tomar vino y cualquier licor, café, té, coca-cola, fumar, etc., por motivos de
religión, como si la Biblia prohibiera todo eso.
Vamos, pues, a contestar a este
punto.
Pero queremos advertir que este tema
de los alimentos, por ser uno de los más claros y sencillos de comprender, nos
permite
entender otra verdad básica en la lectura de la Biblia: La
Biblia no fue escrita en un solo día, sino que fue redactada durante un período
de casi 2.000 años. Y cuando uno lee con atención este libro sagrado nos damos
cuenta de que a través de toda la Biblia hay una gran evolución doctrinal y
moral. Es decir, que, en la Biblia, no todo tiene el mismo valor o igual
vigencia. Que hay una gran diferencia, aunque se complementen, entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento. Que no se puede leer el Antiguo Testamento en forma
parcial y aislada, como si todo en él fuera doctrina eterna. Hay que leer
siempre el A.T. a la luz del N.T. Porque Jesucristo, Dios-hombre, es el centro
del N.T. y el fin de toda la Biblia. Además, Jesucristo, con su autoridad humano-divina,
corrigió y perfeccionó muchas cosas que se leen en el A.T. y anuló y abolió
costumbres que para los judíos del A.T. eran prácticas muy importantes. Y entre
estas cosas que Jesús abolió está la cuestión de los alimentos.
Prohibición en el A.T.
Leyendo con atención la Biblia nos
damos cuenta de que dentro del mismo A.T. hay diversas tradiciones y costumbres
en cuanto
a los alimentos.
1.
Los textos aparentemente más antiguos hablan de que
todos los alimentos son buenos. Que todas las plantas y animales han
sido creados buenos y están al servicio del hombre (Lea:
Gén. 1, 20-25 y 28-30). Y se dice expresamente: «Todo lo que se mueve y tiene
vida les servirá de alimento. Todas las cosas les servirán de alimento, así
como las legumbres y las hierbas». (Gén. 9, 2-3).
Pero enseguida leemos en Gén. 9, 4
que el sagrado escritor prohíbe comer «carne con sangre». (Según muchos
biblistas o
estudiosos de la Biblia, este versículo (Gén. 9,4) es un
agregado posterior, una relectura introducida por la tradición mosaica).
De todas maneras, nadie va a negar
que se dio la prohibición de comer ciertos alimentos en el A.T. Esta
prohibición de comer
ciertos alimentos es una de las características de la
religión israelítico-judía.
2.
Los textos prohibitivos más famosos, que son los que
suelen mostrar nues-tros hermanos con la Biblia en la mano para
confundir al católico sencillo, son los siguientes: Levítico
11, 1-23 y su paralelo Deut. 14, 3-21.
Sería largo citarlos aquí. En estos textos
se prohíbe comer: camello, conejo, liebre, cerdo y una serie larga de animales
acuáticos,
aves y bichos alados. (Los llamos son de la familia de los
camellos, y también sería pecado comer carne de llamo).
3.
Según los mejores biblistas, algunas de esas
prohibiciones son muy antiguas, y son costumbres tomadas de otros pueblos, y
anteriores a la formación más primitiva del pueblo de
Israel. Otras prohibiciones se dieron en Israel con la finalidad de
distinguirse y apartarse de los pueblos paganos vecinos y de sus cultos
idolátricos.
4.
La prohibición de comer carne con sangre es también muy
antigua, y ello es porque se creía que la sangre era el alma o donde
el alma residía (Lev. 19, 26; 17, 11; Deut. 12, 23). Por lo
mismo, se juzgaba también impuro todo animal que no había sido desangrado, y
todo alimento que lo tocara (Lev. 11, 34 y 39). Además se prohíbe la grasa de
los animales (Lev. 7, 23).
5.
También son impuros y prohibidos todos los animales de
la casa cuando hay un cadáver en ella. «Esta es la ley para cuando
uno muere en casa: Todo el que entre en la casa, y todo lo
que esté dentro de ella, será impuro siete días. Y todo envase que no esté
cerrado con una tapa atada será impuro». (Núm. 19, 14-15).
No cabe duda de que hubo muchas
personas santas del A.T. que observaban rígidamente todo eso. Algunos preferían
morir antes
que comer estos alimentos prohibidos. Así lo leemos en el
bellísimo relato de 2 Macabeos 6, 18-31. Y es que, según sus creencias, el
quebrantar tales normas acerca de las comidas prohibidas, podía interpretarse
como una «apostasía» o una «traición a la religión del judaismo».
Estas prohibiciones sólo se leen
en el A.T. y no en el N.T. donde son anuladas radicalmente por Nuestro Señor
Jesucristo.
¿Qué nos enseña el N.T. acerca de los
alimentos?
Todas las prohibiciones de comer
ciertos alimentos (como el camello, el cer-do, el conejo, etc.) estaban en
plena vigencia en el
judaísmo dentro del cual nació, vivió y murió Nuestro Señor
Jesucristo. ¿Cómo reaccionó Jesús frente a ellas?
1. La actitud renovadora y liberadora de Jesús
Un día, Jesús
llamó a toda la gente y les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanme bien: No hay
ninguna cosa fuera del hombre que al entrar en él lo pueda hacer pecador o
impuro...». Y como sus mismos discípulos se sorprendieron con tamaña novedad,
Jesús añadió enseguida: «¿No comprenden que nada de lo que desde fuera entra en
el hombre lo puede hacer impuro porque no entra en su corazón, sino en su
estómago y luego se echa afuera?». Y añade el mismo Jesús: «Lo que sale del
hombre, eso es lo que le hace impuro, pues de dentro del corazón salen las
malas intenciones, los desórdenes sexuales, los robos, libertinaje, envidia,
injuria, orgullo, falta de sentido moral. Todo eso sale de dentro, y eso sí que
mancha al hombre» (Mc. 7, 14-23 y Mt. 15, 10-20).
2. La práctica de los primeros cristianos
Pero los judíos continuaron aferrados
a sus leyes y costumbres en esos puntos, e impugnaron duramente a los primeros
cristianos
convertidos del judaísmo. De tal modo que en las primeras
comunidades cristianas de origen judío, fue muy difícil cambiar de criterio
respecto a los alimentos. Hasta los mismos apóstoles tuvieron sus resistencias
(Hech. 10, 9-16; y 11, 1-18).
Incluso después de declarar, en el
concilio de Jerusalén, que no les obligaba la ley de Moisés, ni la circuncisión
(Hech. 15, 1-12),
tuvieron que hacer algunas concesiones respecto a la
costumbre judía de los alimentos, pero sólo para ciertas comunidades aisladas,
donde habitaban los judeocristianos. Es que, como señala la misma Biblia,
muchos judeocristianos seguían aferrados celosamente a la Ley de Moisés (Hech.
15, 13-19 y 21, 20). ¡Nunca han sido fáciles los cambios!
3. La enseñanza del apóstol Pablo
Será
especialmente San Pablo quien, en la línea liberadora de Jesús, repetirá a los
cristianos: «Que nadie los critique por cuestiones de comida o bebida, o a
pro-pósito de las fiestas, de novilunios o de los sábados. Todo eso no era sino
sombra de lo que había de venir, y ahora la realidad es la persona de Cristo...
¿Por qué se van a sujetar ahora a preceptos como «no tomes esto», «no gustes
eso», «no toques aquello»?... Tales cosas tienen su apariencia de sabiduría y
de piedad, de mortificación y de rigor, pero sin valor alguno...» (Col. 2,
16-17; 20-23).
Y también en su carta a Timoteo,
Pablo escribe contra quienes prohibían, entre otras cosas, «el uso de alimentos
que Dios creó
para que fueran comidos con acción de gracias por los fieles
que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno y no se
ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda
santificado por la palabra de Dios y la oración. Si tú enseñas estas cosas a
los hermanos, serás un buen ministro de Cristo Jesús» (1Tim. 4, 3-6; 1 Cor. 6,
13 y 8, 7-13).
4. ¿Y qué decir del vino?
1.
En el Antiguo Testamento hay muchos y diversos textos
sobre la vid y el vino. Se prohíbe el vino a la familia sacerdotal de Aarón
(Lev. 10, 9-11). Tampoco tomaban vino algunos grupos religiosos particulares,
como se lee en Jer. 35, 5-7. Pero en general, la vid es símbolo de Israel, y se
cantan las bondades del vino tomándolo con moderación (Is. 5, 1-7; Prov. 9,
2-5; Ecl. 31, 25-30; Cant. 5, 1; Sal. 104, 15).
También se usaba el vino en los
sacrificios (Ex. 29, 38-40; Núm. 15, 10 ).
2.
En el Nuevo Testamento, Jesucristo convierte el agua en
vino en las bodas de Caná (Jn. 2, 1-11). Y además Jesús mismo tomó
vino (Mt. 11, 19; Lc. 7, 34), y lo presenta como símbolo de
la Nueva Alianza (Mt. 9, 17; Jn. 15, 1-6). Luego Jesús celebra con vino la
Ultima Cena, convirtiéndolo en su propia Sangre (Lc. 22, 14-20; 1 Cor. 11,
17-27 y textos paralelos ).
3.
El apóstol San Pablo le recomienda a Timoteo: «No
bebas, pues, agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de
tus frecuentes indisposiciones». (1Tim. 5, 23). (Otra cosa
es emborracharse, que eso sí es un pecado grave contra la dignidad de la
persona). (1Tim. 3, 3-8; Tit. 2, 3).
Queridos amigos, está claro que
quienes hacen problemas en cuestiones de comida y bebida, aunque lo hagan con
la Biblia en la
mano, no han leído bien «toda» la Biblia. No han llegado
hasta el Nuevo Testamento. Así, hermanos católicos, no les hagan caso cuando
los hermanos protestantes u otros enseñen sólo ciertos textos del Antiguo
Testamento. No olviden nunca esta regla de oro: En la revelación de Dios hay
una evolución. El A. T. es como la sombra del N. T. Jesús mismo vino a
perfeccionar la ley antigua. Por tanto hay cosas que, vistas desde ahora, ya
queda-ron definitivamente atrás, como es el carácter sagrado del sábado y todo lo
referente a los alimentos prohibidos.
Una regla de
oro para la recta interpretación de la Biblia, lo repetimos una vez más, es no
sacar nunca una frase de su contexto. Estamos seguros de que muchos enseñan
estas cosas sólo por ignorancia, y a pesar de andar todo el tiempo con el libro
de la Biblia en la mano no lo conocen, ignoran el Nuevo Testamento, o tal vez
lo hacen con mala voluntad para confundir a los católicos sencillos y
conquistarse adeptos. Y este proselitismo barato de ninguna manera puede ser
del agrado de Dios.
Queridos
amigos, lean una y otra vez estos Temas, consulten las citas bíblicas y verán
cómo eso les dará seguridad y como el Señor pondrá en sus labios la respuesta
oportuna cuando llamen a la puerta de su casa los representantes de otras
religiones.
¿Qué es el Ecumenismo?
El Ecumenismo es un movimiento
dirigido a restaurar la unidad de los cristianos.
¿Quiénes participan en este movimiento
ecuménico?
Participan los que invocan al
Dios Uno y Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador.
¿Como oró Jesús en la Ultima Cena?
En la Ultima Cena, Jesús oró
diciendo: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en tí, para que
también ellos sean
uno como
nosotros y el mundo crea qua tú me has enviado». (Jn. 17, 21) ¿Cuál
es el principio de unidad de los cristianos?
El principio de unidad es el Espíritu
Santo que habita en los creyentes. Sólo El puede realizar esta admirable unión
y restaurar la
unidad perdida.
¿Qué corresponde, entonces, a los
cristianos?
A los cristianos de las distintas
denominaciones corresponde orar a Dios para acelerar la hora de la unión y
hacer gestos de buena
voluntad que faciliten este re-encuentro sin olvidar las
palabras de Jesús: «sencillos como palomas pero prudentes como
serpientes».
Cuestionario:
¿Cómo hay que
leer la Biblia? ¿Podemos aferrarnos a textos aislados del A. T. y aplicarlos al
hombre de hoy? ¿Hay entre el A. T. y el N. T. una gran evolución doctrinal y
moral? ¿Qué se lee en Gén. 1, 20-25? ¿Son buenas todas las cosas? ¿En qué se
basaba la prohibición de ciertos alimentos en el A. T ? ¿Cuál fue la actitud
liberadora de Jesús? ¿Qué concesiones hicieron los judíos a los gentiles
convertidos desde los primeros siglos? ¿Cuál debe ser nuestra actitud hoy?
Tema
25:
La
transfusión de sangre
¿Prohíbe la Biblia la transfusión de
sangre?
Hay católicos que me preguntan si es
verdad que la Biblia prohíbe la transfusión de sangre... Su inquietud nace del
hecho de que
algunas personas, con la Biblia en la mano, tratan de
afirmar que la transfusión de sangre es un pecado gravísimo contra Dios. Tales
personas -así dicen ellos- prefieren morir antes que aceptar una transfusión de
sangre, porque dicen: es la voluntad de Dios. En esta línea están sobre todo
los Testigos de Jehová y miembros de algunas sectas religiosas modernas.
¡Qué triste que haya gente entre
nosotros que usa la Biblia para confundir al católico sencillo y para propagar
estas teorías que
son una burla a la humanidad!
A los que
piensan así les quiero recordar que nunca debemos leer la Biblia en forma
parcial; nunca debemos estudiar el Antiguo Testamento (A.T.) sin tomar en
cuenta el Nuevo Testamento (N.T.).
Hay una gran diferencia entre los
dos. Aunque se complementan el A.T. y el N.T., no debemos olvidar que
Jesucristo, Dios-
hombre, es el centro y el fin de toda la Biblia. Además
Jesucristo, con su autoridad humano-divina, corrigió varias cosas que se leen
en el A.T. y anuló muchas costumbres que para los judíos del A.T. eran
prácticas muy importantes.
Si uno lee atentamente la Biblia verá
que de la primera a la última página hay una evolución doctrinal y moral. Es
decir, que no
todo en la Biblia tiene el mismo valor o igual vigencia. Y
entre esas cosas que cambió el N.T. está la ley de la sangre.
¿Qué nos enseña el A.T. acerca de la
transfusión de sangre?
Antes que
nada, debemos decir que la Biblia nunca habla de la transfusión de sangre como
práctica de medicina para salvar a enfermos, simplemente porque los antiguos no
conocieron este tratamiento. Pero veamos de dónde sacan algunos miembros de
otras religiones esta creencia.
Los israelitas del A.T., como otros
pueblos antiguos de aquel tiempo, pensaban que la vida (o el alma) de cada ser
estaba en la
sangre. Leemos en Gén. 9, 4-5: «Lo único que no deben comer
es la carne con su alma, es decir, con su sangre... Reclamaré la sangre de
ustedes, como si fuera su alma».
Así, los
antiguos creían que el alma era la sangre misma (Lev. 17, 14; Dt. 12, 23). Es
decir: alma = vida = sangre. Ahora bien, Dios es el único Señor de la vida y
por eso la sangre tenía un carácter sagrado para los israelitas, la sangre
pertenecía a Dios. De este concepto antiguo que tenían los israelitas acerca de
la vida, vienen las leyes acerca de la sangre que es lo que vamos a analizar
ahora brevemente:
1 Prohibición del homicidio
El hombre fue creado a imagen de
Dios, por lo cual Dios tiene poder sobre su vida: «Si alguien derrama su
sangre, Dios le pedirá
cuenta de ello (Gén. 9, 5). En esto encuentra su fundamento
religioso el mandamiento que dice: «No matarás» (Ex. 20, 13). Pero en caso de
homicidio los antiguos aceptaron la venganza de sangre inocente contra el
asesino: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente» (Ex. 21, 23).
Solamente fue admitida una venganza limitada, porque Dios mismo se encargará de
esta venganza, haciendo recaer la sangre inocente sobre la cabeza del asesino
(1 Reyes 2, 32).
2. Prohibición de la sangre como alimento
La sangre, como signo de la vida,
pertenece sólo a Dios y por eso la sangre es parte de Dios (Lev. 3, 17). La
sangre derramada es
alimento de Dios, «manjar de Yavé», y ningún hombre puede
beber sangre, ni comer carne prohibida (Dt. 12, 16). La sangre pertenece por
derecho propio a Dios, Señor de la vida. (De ahí sacan los Testigos de Jehová
su enseñanza de no aceptar la transfusión de sangre).
3. El uso de la sangre en el culto del A.T.
La sangre es sagrada, aún la de un
animal, y solamente puede ser ofrecida a Dios en un sacrificio (Gén. 9, 5). Si
no se sacrifica en
un altar, debe ser derramada en el suelo, pero no se puede
comer. Además los israelitas, como los demás hombres del pasado, se hacían de
Dios una imagen terrible y pensaban que sólo podían estar en paz con ese Dios
violento ofreciendo sacrificios y sangre (Heb. 9, 22). Era su manera de entrar
en contacto con Dios; por eso los antiguos hacían ritos sangrientos para sellar
su alianza con Dios (Ex. 24, 3-8); sacrificios para la expiación de los pecados
(Is. 4, 4); ritos pascuales con sangre de corderos para alejar los espíritus
exterminadores (Ex. 12, 7-22), etc.
Con el tiempo los israelitas
descubrieron que estos sacrificios sangrientos eran una forma de culto muy
imperfecto. Y por boca
del profeta Isaías, Dios rechazó estos sacrificios: «¿De qué
me sirve la multitud de sus sacrificios? No me agrada la sangre de sus vacas,
de sus ovejas y machos cabríos» (Is.1, 11). También dice el salmista, hablando
con Dios: «Un sacrificio no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo
aceptas» (Salmo 51, 16).
Reflexionando sobre estas leyes de
sangre dentro del contexto del A.T. podemos decir que Dios aceptó al pueblo de
Israel con
sus costumbres y tradiciones, y que Dios educó a su pueblo a
partir de su propia cultura. Pero no debemos pensar que las leyes de sangre
fueron dictadas por Dios desde el cielo, sino que fueron ela-boradas por los
sacerdotes de aquel tiempo que estaban a cargo de la conducta reli-giosa del
pueblo de Israel. Las leyes sobre la sangre son solamente una manera de educar
e inculcar el sentido de carácter sagrado de la vida.
Por muy antiguas, y a veces
anticuadas que sean estas leyes, el cristiano de hoy las debe considerar con fe
y buscar reflexiones
nuevas referentes a lo que Dios nos pide ahora.
¿Qué nos enseña el N.T. acerca de esas
leyes de sangre?
En el N.T. no encontramos ninguna
referencia acerca de la transfusión de san-gre. Pero hay claras indicaciones a
favor de esta
práctica.
1.
Jesús repitió con el A.T. el profundo respeto por la
vida: «No matarás» (Mt. 19,18), pero el Señor criticó duramente la antigua
ley de la venganza de sangre inocente: «Ustedes han oído que
se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero Yo les digo: no resistan al
hombre malo; al contrario si alguien te pega en un lado de la cara, ofrécele
también el otro lado» (Mt. 5, 39). También terminó Jesús con la ley de
alimentos prohibidos: «No hay ninguna cosa fuera del hombre que al entrar en él
pueda hacerle pecador o impuro» (Mc. 7, 15). Con estas palabras está claro que
la prohibición de comer «carne con sangre» no tiene ningún valor para
Jesús.
2.
Jesús quiso morir derramando su sangre, para mostrar la
entrega total de su vida por obediencia al Padre y por amor a sus
hermanos
(Jn. 3, 16; Rom. 8, 32). Este sacrificio de su vida terminará con todos los
sacrificios de animales del A.T., porque el sacrificio de su vida era para el
perdón de todos los pecados del mundo y la reconciliación definitiva entre Dios
y los hombres (Heb. 9, 26; Heb. 10, 5-7). «Cristo nos ama y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre» (Apoc. 1, 5).
3.
En la Ultima Cena Jesús presentó la copa de la acción
de gracias (o Eucaristía), diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que
está confirmada por mi sangre, que se derrama por ustedes»
(Lc. 22, 20). Y desde ahora en adelante los hombres pueden comulgar con esta
sangre de la Nueva Alianza cuando beben el cáliz eucarístico (1 Cor. 10, 16 y
11, 25-28). La sangre de Cristo derramada en la cruz establecerá entre los
hombres y el Señor una unión profunda que durará hasta su venida (1 Cor. 10, 16
y 11, 25-28).
4.
Jesús, el Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas (Jn.
10, 11), así también los discípulos de Jesús han sido llamados a dar su
vida por el prójimo: «El amor más grande que uno puede tener
es dar su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). El discípulo de Jesús no debe
preocuparse excesivamente por su vida y debe ser capaz de arriesgarla por los
demás, como nos enseña también el apóstol Pablo: «Les tenemos a ustedes tanto
cariño que hubiéramos querido darles no sólo el mensaje de Dios, sino hasta
nuestras propias vidas, pues hemos llegado a quererles mucho» (1Tes. 2,
8).
Esto se
manifiesta en los misioneros que han muerto por Cristo y en los mártires
cristianos de todos los tiempos. ¿Acaso no dijo Jesús: «Quien quiere salvar su
vida (su alma) la perderá, pero quien la pierda por causa mía, la hallará para
la vida eterna»? (Mt. 16, 25; 10, 39).
Algunas consideraciones finales
1. Las leyes de sangre del A.T. son
un reflejo de una cultura primitiva y no fueron dictadas por Dios y sólo
tendían a inculcar al
pueblo del A.T. el sentido sagrado de la vida. Por tanto las
muchas leyes de sangre del A. T. no son doctrina eterna. Recordemos que Cristo
vino a perfeccionar la antigua Ley. Ahora sabemos muy bien que el alma humana
no se identifica con una cosa material como es la sangre. Propiamente hablando,
el alma no habita en un cuerpo con sangre, sino que se expresa en el hombre
entero.
Y cuando los Tesigos de Jehová se
aferran a las creencias del A.T., ellos olvidan que la ley del A.T. fue
perfeccionada por
Jesucristo y que muchas costumbres de aquel tiempo no tienen
valor en la Nueva Alianza que comenzó con Cristo. Los Testigos de Jehová y
muchos otros se quedaron en el A.T. y no aceptan la evolución que está en la
Biblia; ellos no interpretan bien toda la Biblia ya que se quedaron en una
práctica judía antigua y no siguieron el cumplimiento del N.T. Esto sucede porque
interpretan la Biblia en forma literal y parcial, y además arreglaron la Biblia
a su manera con traducciones equivocadas y malas interpretaciones. (Ninguna de
las Iglesias Cristianas acepta la Biblia arreglada por los Testigos de Jehová).
2.
En Jesucristo fue superada la Antigua Alianza y la ley
de Moisés. Los pri-meros cristianos muy pronto terminaron con muchas
prácticas del A.T., como por ejemplo, la observación del día
sábado, etc. y entre estas cosas el N.T. abolió también las leyes de sangre. Es
verdad que entre los primeros cristianos de origen judío persistía al comienzo
la ley de sangre, y algunas comunidades cristianas judías fue-ron injustamente
obligadas a observar esta práctica (Hech.15, 29). Pero esta observancia se hizo
solamente por un breve tiempo para no escandalizar a los de conciencia débil.
Pronto fue superado este problema y las iglesias siguieron el consejo de
Jesucristo: «No hay nada de fuera que ensucie el alma» (Mc. 7,15).
Finalmente el Apóstol Pablo escribe
en forma muy tajante a los colosenses: «Que nadie les venga a molestar por
cuestiones de
comida o bebida» (Col.2,16). «Todos los alimentos son buenos
y todas las cosas les servirán de alimento» (1 Tim. 4,3-6).
3.
Dios es el Dios de la vida. «Dios no se complace en la
muerte de nadie» (Ez.18, 32). «No creó al hombre para dejarlo morir,
sino para que viviera» (Sab. 1, 13; 2, 23). Para Jesús la
vida era cosa preciosa, y «salvar una vida» prevalecía sobre la ley del sábado
(Mc. 3, 4), porque «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc. 12, 27).
El mismo sanó y devolvió la vida como si no pudiera tolerar la presencia de la
muerte. «Si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no hubiese muerto», le dijo
Marta a Jesús (Jn.11, 21). Jesús, Dioshombre, dijo que El es la vida, y ha
venido a servir, y murió como rescate para provecho de la multitud (Mc.
10,45).
4.
Seamos seguidores de Cristo. A ejemplo de Cristo,
podemos dar nuestra vida por amor al prójimo. «Nadie tiene más amor que el que
da su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). Por supuesto que nuestra vida está en
la mano de Dios. Pero si Dios nos ha dado inteligencia y voluntad, y con ellas
podemos salvar la vida de otros, entonces esto es la voluntad de Dios.
Todo lo que el hombre realiza en la
medicina moderna para respetar la vida y sanar a los enfermos es voluntad de
Dios. Y sería
un pecado gravísimo dejar morir a una persona que, con
buenos remedios y con una transfusión de sangre, puede ser sanada. En este
sentido «dar sangre» para hacer una transfusión no es ningún atentado contra
Dios, sino que puede llegar a ser un acto heroico de caridad. Por supuesto, que
hay que atenerse a la reglamentación necesaria en cuanto a higiene y
desinfección, porque en asunto tan delicado hay que evitar todo posible
contagio de SIDA y otras enfermedades.
Frente a la transfusión de sangre,
entonces, hay una sola palabra: «Conocemos el amor con que Jesucristo dio su
vida por
nosotros; así también nosotros debemos dar la vida por
nuestros hermanos».
Y eso mismo vale para la donación de
órganos. Es muy humano y cristiano solidarizar con un enfermo hasta el punto de
ceder los
propios órganos para ser trasplantados a otras personas que
carecen de ellos.
Ello se puede
hacer tanto en vida como después de la muerte. Y a diario vemos padres que
donan ojos o riñones para sus hijos, ¡qué ejemplo de caridad! Estos son gestos
que hay que recomendar, ya que tanto con la donación de sangre como con la
donación de órganos podemos salvar una vida.
Cuestionario:
¿Qué enseña la Biblia sobre este
punto? ¿Por qué en el A. T. se prohibía tomar la sangre como alimento? ¿Qué se
enseña al
respecto en el N. T.? ¿Cuál fue la Doctrina de Jesús? ¿Qué
se quería inculcar al Pueblo de Dios con las leyes de sangre? ¿Perfeccionó
Jesús esta legislación? ¿Qué dice San Pablo en Col. 2 16? ¿Se puede hacer la
transfusión de sangre en beneficio de los enfermos? ¿Se pueden hacer
trasplantes? ¿Qué pensar de los donantes de órganos?
Tema
26:
El
celibato por el Reino
El otro día un caballero me dijo que
los curas están equivocados en no casarse, porque la Biblia dice que Dios
bendijo al hombre
y a la mujer, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense y
llenen la tierra».
Le contesté
que, en verdad, este texto aparece en el Antiguo Testamento (Gén. 1, 28); pero
que los católicos no nos debemos quedar anclados en el Antiguo Testamento.
Nosotros somos hijos del Nuevo Testamento, y ahí hay claras indicaciones a
favor de la virginidad religiosa. Además Jesús mismo no se casó para así poder
entregarse totalmente a su Padre y anunciar su Mensaje. También tenemos el
ejemplo del apóstol Pablo y otros más.
Queridos hermanos, en esta carta
quiero explicarles por qué las religiosas y los religiosos no se casan. Les
hablaré desde la Biblia
y desde mi propia experiencia religiosa. Sé muy bien que
muchos no encuentran valor alguno en el no casarse, y también un hombre no
casado a veces hasta es mal visto en nuestra propia cultura.
Además ante el mundo moderno, que
predica la libertad sexual y el erotismo asfixiante, parece ser un disparate
hablar de la
castidad religiosa. La televisión, el cine, la literatura y
la propaganda callejera proclaman todo lo contrario.
A pesar de todo, los invito a leer
con mucha atención esta carta acerca del celi-bato religioso. No lo invento yo,
sino que está todo
en la Biblia.
En verdad, el hombre ha sido creado
en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio: Dios creó al ser humano como
hombre y
mujer, «y vio Dios que era bueno». (Gén. 1, 27, 31). Y sin
embargo, hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y
libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen
«por amor al Reino de los Cielos» (Mt. 19,12). Este estado de vida lo indicamos
con los términos: «castidad consagrada», o «celibato religioso», o «virginidad
cristiana». Y el que renuncia a ese gran valor humano del matrimonio, lo hace
para seguir el ejemplo y el consejo evangélico de Jesús. A quienes profesan de
por vida este estado, se les da el nombre de «religiosos», «religiosas», (o
monjitas) y sacerdotes.
1 ¿Qué nos enseña la Biblia?
El Pueblo de Dios del Antiguo
Testamento apreciaba mucho el matrimonio y cada familia israelita deseaba tener
muchos hijos
como bendición de Dios (Gén. 22, 17). Y la virginidad, o el
no tener hijos, equivalía a la esterilidad, la cual era una humillación y una
gran vergüenza (Gén. 30, 23; 1 Sam. 1,11; Lc. 1, 25).
Generalmente, en el Antiguo
Testamento no hay aprecio por la virginidad como estado de vida. Recién en el
Nuevo Testamento
encontramos el estado de virginidad por motivos
religiosos:
1.Jesús mismo, que permaneció sin
casarse, fue quien reveló el sentido y el carácter sobrenatural de la
virginidad: «Hay hombres
que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos.
El que puede aceptar esto, que lo acepte» (Mt. 19,12). La expresión «por causa
del Reino de los Cielos» confiere a la virginidad su carácter religioso y es
así un signo de la Nueva Creación que irrumpe ya en este mundo, es decir, es un
signo anticipado del mundo que vendrá.
2 El
Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había algunos creyentes que
vivieron como vírgenes por un tiempo para
dedicarse a la oración. (1Cor. 7, 5). También dice el
Apóstol que el cuerpo no está sólo destinado para la unión sexual, sino también
para dar testimonio de Dios: «El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el
cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros
por su poder... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1
Cor. 6,13-15). Y en otra parte Pablo habla de la virginidad como un estado
mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la
entrega total al Señor: «El hombre casado está dividido, y tiene que agradar a
su mujer; pero los que permanecen vírgenes no tienen el corazón dividido, sino
que están consagrados a Dios tanto en cuerpo como en espíritu: ellos viven
sirviendo al Señor con toda dedicación». (1 Cor. 7, 32-35). Esto no es un
mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor. 7, 25), sino un llamado personal de Dios,
un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor. 7,7) y, como dice Jesús, esto no
todos lo pueden entender.
3 La
virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los que permanecen vírgenes en
este mundo están despegando de este
mundo (1 Cor. 7, 27) y esperan al Esposo y al Reino que ya
vienen, según la parábola de las diez vírgenes (Mt. 25, 10). Su vida, su
virginidad, es un «signo permanente» del mundo que vendrá, es signo visible del
estado de resurrección, de la nueva creación, del mundo futuro donde no habrá
matrimonio, y donde seremos semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc.
20, 35-36).
2. El ejemplo de Jesús, María y de Pablo
1.
Jesús mismo no se casó, no tuvo hijos, no hizo una
fortuna. El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el
moho ni la polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era
hermano de todos y entregó su vida por todos. Además, Jesús invitó a sus
discípulos a seguirlo hasta lo último. Al joven rico, no le pidió solamente que
cumpliera los mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo:
«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y
entonces tendrás riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt. 19, 21).
«Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o
madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida
eterna» (Mt. 19, 29). «Si alguien quiere salvar su vida, la perderá; pero él
que la pierda por mí, la salva-rá» (Lc. 9, 24; Lc. 14, 33).
2.
María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo
Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre
de «virgen» (Lc. 1, 27; Mt. 1, 23). Por su deseo de guardar
su virginidad (Lc. 1, 34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos,
pero lo que en otro tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una
bendición (Lc. 1, 48). Desde antes de su concepción virginal, María tenía la
intención de reservarse para Dios. En María apareció en plenitud la virginidad
cristiana.
3.
El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el
mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su
tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor. 9, 4-12). Además
Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente
quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor. 7, 7). El Apóstol vio que su vida
como célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la
predicación. Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y
de sus hermanos. (1 Cor. 7, 35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos
siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor,
nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt. 19,
27).
3. ¿Cuál es el motivo fundamental para
optar por una vida sin casarse?
Después de todo, podemos decir que el
celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios. El no casarse
en sentido
evangélico es fruto de una profunda fe y de una experiencia
de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer. Es el Dios vivo, que
deja huellas en una persona. Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a
algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como
enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe religioso es una persona «seducida
por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer. 20, 7). Desde
el momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia. El hombre
religioso deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el
Amor. Dios vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol
y se apagan las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de
mi herencia, mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me
escogió» (Salmo 16, 5-6).
La religiosa y el religioso hacen
aparecer a Dios como «amor». Con su oración y su silencio quieren llegar a la
fuente de todo
amor que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo. Quieren
permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para servir a sus
hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo. No hay nada más bello,
nada más profundo, nada más perfecto que Cristo. He aquí el último núcleo de
una vida célibe por el Reino de los Cielos.
4. La castidad consagrada no es una vida sin
amor
El religioso
es sobre todo un hombre de Dios, un hombre para Dios, un hombre que ve en todas
las cosas la presencia amorosa de Dios. Es un «especialista de Dios».
El religioso, con su voto de
castidad, no opta por un camino de egoísmo, ni tampoco desprecia la sexualidad
o el matrimonio. No
hace un voto de «desamor», sino un voto de radicalismo en el
amor: en su experiencia de amor descubre por in-tuición una dimensión más
abierta y reclama un amor absoluto en toda su vida.
El voto de castidad, ciertamente, es
una renuncia a la expresión genital de la sexualidad, característica de la vida
matrimonial;
pero el voto de castidad no implica ninguna renuncia al
amor. Es un voto que expresa una superabundancia de amor radical que trasciende
la carne y la sangre. Para el religioso no es posible amar a Dios, sin amar a
los hombres sus hermanos.
5. El religioso no renuncia a la personalidad
masculina o femenina
Aunque las posibilidades sexuales no
se ejercitan, sin embargo una religiosa enfermera o una religiosa maestra
desempeña un
trabajo «como mujer» con sus cualidades de ternura y bondad;
y un religioso misionero actúa «como hombre» con su vigor, con su amor por la
verdad y con sus cualidades de corazón.
Es un hecho significativo que Jesús
fuera varón íntegramente y que como varón nos predicó la Buena Nueva. Fue muy
significativo que María, como mujer, supiera acoger al
Salvador y como madre presentara su Hijo al mundo entero. Dios mismo eligió a
María como mujer y como Madre para ser puente entre el cielo y la tierra. Los
religiosos no viven su virginidad sin su personalidad masculina o
femenina.
Ellos tratan, con su consagración a
Dios y con libertad de espíritu, de ser fecundos de una manera que a menudo no
es posible
para los demás. Muchas veces vemos cómo el niño huérfano, el
drogadicto perdido, el enfermo aislado, la anciana abandonada encuentran en la
religiosa a una verdadera madre. Muchas veces el jo-ven angustiado, el hombre
fracasado, un pueblo desorientado, encuentran en un religioso a un verdadero
padre.
6. Una tradición cristiana desde el Nuevo
Testamento
Desde el comienzo de la Iglesia
apareció este carisma del celibato consagrado en la historia humana. Estos
carismas del celibato
religioso han sido expresiones de la libertad del Espíritu
Santo que durante 2.000 años ha enriquecido la historia de la Iglesia. Por
inspiración del Espíritu de Dios, los religiosos se sienten empujados a ser
testigos del amor divino, y sólo el amor de Dios puede amar más libre-mente a
todos los hombres, y especialmente a los más humildes.
El celibato religioso nunca ha manifestado
un desprecio por el matrimonio. El celibato no es un valor mayor al del
matrimonio,
es simplemente una manera radical de vivir el amor
cristiano; de otra forma la castidad consagrada pierde su significado.
Nos extraña muchísimo que el reformador
Lutero y los protestantes del siglo XVI rechazaran el camino de la vida
religiosa como
un camino prácticamente imposible y dieran preferencia al
matrimonio. Esta opción de los protestantes va claramente contra una corriente
religiosa que brotó desde los tiempos de Jesucristo hasta ahora. Por eso varios
grupos protestantes vuelven últimamente a esta antigua tradición cristiana y
auténticamente evangélica, y comenzaron en este siglo con grupos religiosos que
viven el celibato como nosotros «por el Reino de los Cielos». (Pensemos en los
monjes reformados de Taizé en Francia, los hermanos y hermanas franciscanos,
anglicanos y protestantes en Alemania e Inglaterra).
Queridos hermanos, siempre hubo y
habrá en la Iglesia de Cristo hombres y mujeres llamados por Dios para que, con
su vida de
castidad consagrada, sean testigos del amor de Dios. La vida
religiosa es simplemente un carisma o una manifestación del Espíritu Santo que
Dios regala a su Iglesia y al mundo. Sin estos hombres religiosos, sin estos
«especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden
entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt. 19,
12).
Espero que estos Temas leídos una y
otra vez les fortalezcan en la verdadera Fe y les den argumentos para saber dar
razón de su
esperanza.
Cuestionario:
¿Qué nos
enseña la Biblia al respecto? ¿Cuál fue el ejemplo de Jesús? ¿Qué significa
también la virginidad? ¿Cuál fue el camino seguido por Pablo y por María, la
Madre de Jesús? ¿Cuál es el motivo fundamental para hacer esta opción? La
castidad consagrada, ¿significa dejar de amar? ¿Cuál ha sido la tradición
cristiana al respecto?
Tema
27:
La
Biblia y la Tradición
A menudo los
hermanos evangélicos, discutiendo con nosotros los católicos, nos dicen:
«¿Dónde habla la Biblia del purgatorio? ¿Dónde dice la Biblia que San Pedro fue
a Roma? ¿De dónde sacan ustedes los católicos eso de que María es la Inmaculada
Concepción y que subió al cielo en cuerpo y alma?».
Para los evangélicos, la Revelación
Divina y la Biblia son lo mismo. Es decir, para ellos solamente en la Biblia se
encuentra toda
la Revelación de Dios.
Ahora bien: ¿Es correcta esta
posición? ¿Es cierto que la Biblia contiene todo el Evangelio de Cristo? ¿Qué
dice la misma Biblia
al respecto? Además, ¿quién reunió todos los libros
inspirados que constituyen la Biblia? ¿Acaso no fue la Iglesia la que recibió
el encargo de predicar el Evangelio por todo el mundo, hasta el fin de los
tiempos? ¿Qué hubo primero: la Biblia o la Iglesia?
Hermanos, en esta carta les explicaré
por qué la Revelación Divina no abarca solamente la Biblia, como piensan los
evangélicos,
sino que la Revelación de Dios se manifiesta en la Tradición
Apostólica y en la Biblia. Es un tema un poco difícil, pero fundamental para la
comprensión correcta de la fe católica. Es un tema que ha sido causa de muchos
malos entendidos entre la Iglesia Católica y las distintas iglesias
evangélicas.
1. La Revelación Divina:
La Revelación es la manifestación de
Dios y de su voluntad acerca de nuestra salvación. Viene de la palabra
«revelar», que
quiere decir «quitar el velo», o «descubrir».
Dios se reveló de dos
maneras:
1) La Revelación natural, o revelación mediante
las cosas creadas. Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos conocer
de Dios El mismo se lo manifestó. Pues, si bien a El no lo
podemos ver, lo contemplamos, por lo menos, a través de sus obras, puesto que
El hizo el mundo, y por sus obras entendemos que El es eterno y poderoso, y que
es Dios» (Rom 1,19-20).
2) La Revelación sobrenatural o divina.
Desde un principio Dios empezó también a revelarse a través de un contacto más
directo
con los hombres, mediante los antiguos profetas y de una
manera perfecta y definitiva en la persona de Cristo Jesús, el Hijo de Dios.
«En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres,
por medio de los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos
habló a nosotros por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2). Jesús nos reveló a Dios
mediante sus palabras y obras, sus signos y milagros; sobre todo mediante su
muerte y su gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Santo sobre su
Iglesia. Todo lo que Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es decir, «Buena
noticia de la Salvación».
2. ¿Cómo fue transmitida la Revelación Divina?
Para llevar el Evangelio por todo el
mundo, Jesús encargó a los apóstoles y a sus sucesores, como pastores de la
Iglesia que El
fundó personalmente:
«Vayan y hagan que todos los pueblos
sean mis discípulos. Bautíncenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo y
enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo
estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo» (Mt.
28,18-20).
Aquí notamos
cómo Jesús ordenó «predicar» y «proclamar» su Evangelio. Y de hecho los Apóstoles
«predicaron» la Buena Nueva de Cristo. Años después algunos de ellos pusieron
por escrito esta predicación. Es decir, al comienzo la Iglesia se preocupó de
predicar el Evangelio. Por supuesto el Evangelio que Jesús entregó a los
Apóstoles no estaba escrito. Jesús no escribió nunca una carta a sus Apóstoles;
su enseñanza era solamente oral. Así lo hicieron también los Apóstoles.
3. La Tradición Apostólica
Este mensaje
escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido oralmente por los
Apóstoles, se llama «la Tradición Apostólica».
Cuando aquí hablamos de la Tradición»
(con mayúscula), nos referimos siempre a la «Tradición Apostólica». No debemos
confundir «la Tradición Apostólica» con la «tradición» que
en general se refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un pueblo y que
una generación recibe de las anteriores. Una tradición de este tipo es
puramente humana y puede ser abandonada cuando se considera inútil. Así Jesús
mismo rechazó ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso dispensan
del mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres»
(Mc.7,8).
La Tradición Apostólica se refiere a
la transmisión del Evangelio de Jesús. Jesús, además de enseñar a sus apóstoles
con
discursos y ejemplos, les enseñó una manera de orar, de
actuar y de convivir. Estas eran las tradiciones que los apóstoles guardaban en
la Iglesia. El apóstol Pablo en su carta a los Corintios se refiere a esta
Tradición Apostólica: «Yo mismo recibí esta tradición que, a su vez, les he
transmitido» (1 Cor. 11, 23).
Resumiendo, podemos decir que Jesús mandó «predicar», no «escribir» su
Evangelio. Jesús nunca repartió una Biblia. El Señor
fundó su Iglesia, asegurándole que permanecerá hasta el fin
del mundo. Y la Iglesia vivió muchos años de la Tradición Apostólica, sin tener
los libros sagrados del Nuevo Testamento.
4. La Biblia
Solamente una parte de la Palabra de
Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y
otros
evangelistas de su generación.
Estos
escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento
(NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al
escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús.
«Jesús hizo muchas otras cosas. Si se
escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos
libros», nos dice
el apóstol Juan (Jn. 21,25).
La Sagrada Escritura, y especialmente
el NT, es la Palabra de Dios, que nos manifiesta al Hijo en quien expresó Dios
el
resplandor de su gloria (Heb.1,3).
Podemos decir que sólo la parte más
importante y fundamental de la Tradición Apostólica fue puesta por escrito. Por
esta razón
la Iglesia siempre ha tenido una veneración muy especial por
las Divinas Escrituras.
5. Biblia y Tradición
Después de
esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la
Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. No debemos considerarlas como
dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. El Concilio
Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada
Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia
el mismo fin». La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que
ninguna puede subsistir sin la otra.
Además, la Sagrada Escritura presenta
la Tradición como base de la fe del creyente: «Todo lo que han aprendido,
recibido y oído
de mí, todo lo que me han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9).
«Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres
que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros» (2. Tim.
2,2).
«Hermanos, manténganse firmes
guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta»
(2 Tes. 2,15).
Está claro que el Apóstol Pablo, para
confirmar la fe de los cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios escrita,
sino que
recuerda también de una manera muy especial la Tradición o
la predicación oral. Para el Apóstol las formas de transmisión del Evangelio:
Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia. En realidad, una
vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición Apostólica, como
si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice eso; en ninguna
parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la Biblia! Esta es
una idea que surgió entre los protestantes recién en los años 1550. En la
Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la importancia de la
Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que tiene.
6. ¿Sólo la Biblia?
Es un error
creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús
y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús, reitero, nunca escribió un libro
sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo único que hizo Jesús fue fundar su
Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los hombres
hasta el fin del mundo. Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se
escribió y fue aceptado el N.T., bajo su autoridad apostólica. Además la
Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que se terminó de escribir en el año
97 después de Cristo. Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397,
estableció el Canon o lista de los libros que contienen el N.T.
Por tanto, si aceptamos solamente la
Biblia, ¿cómo sabemos cúales son los libros inspirados? La Biblia, en efecto,
no contiene
ninguna lista de ellos. Fue la Tradición de la Iglesia la
que nos transmitió la lista de los libros inspirados. Supongamos que se
perdiera la Biblia, en ese caso la Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad
acerca de Cristo, la cual hasta la fecha ha sido transmitida fielmente por la
Tradición, tal como lo hizo antes de escribir el NT.
Los
evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente
el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro
que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la
Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).
7. El Magisterio de la Iglesia
La Revelación
Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la
fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 1214) fue confiado por los Apóstoles al
conjunto de la Iglesia. Ahora bien el oficio de interpretar correctamente la
Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de
la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo. Este Magisterio, según la
Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión con el sucesor de Pedro
que es el obispo de Roma o el Papa.
El Magisterio no está por encima de
la Revelación Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido. Por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el
Magisterio de la Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo
explica fielmente.
Los fieles, recordando la Palabra de
Cristo a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10,
16), reciben con
docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les
dan de diferentes formas. El Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la
lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede
interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).
El Magisterio de la Iglesia orienta
también el crecimiento en la comprensión de la fe. Gracias a la asistencia del
Espíritu Santo, la
comprensión de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia cuando
los fieles meditan la fe cristiana y comprenden internamente los misterios de
la Iglesia. Es decir, el creyente vive la palabra de Dios en las circunstancias
concretas de la historia y hace cada vez más explícito lo que estaba implícito
en la Palabra de Dios.
En este sentido la Tradición
divino-apostólica va creciendo, como sucede con cualquier organismo vivo.
Este es precisamente el
significado que hay que dar a las definiciones dogmáticas, hechas por el
Magisterio de la Iglesia.
Conclusión:
1.
Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca
solamente de la Escritura la certeza de toda la Revelación Divina.
2.
La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un
único depósito sagrado de la Palabra de Dios, en el cual, como en un
espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de
todas sus riquezas.
3.
El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de
Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos
en comunión con el Papa.
4.
La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la
Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno
puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su
carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a
la salvación de los hombres.
Cuestionario:
¿Qué fue primero: la Biblia o la
Iglesia? ¿Qué significa la palabra revelación? ¿De cuántas maneras se reveló
Dios al Hombre?
¿Qué ordenó Jesús antes de subir al cielo? ¿Cuándo se
pusieron por escrito las enseñanzas de Jesús? ¿Qué significa la palabra
Tradición Apostólica? ¿Basta la sola Biblia para la salvación? ¿Jesús fundó una
Iglesia o mandó difundir la Biblia? ¿Cuál es la función del Magisterio?
Tema
28:
Carta
abierta a un hermano separado
Aquí les envío una carta que
escribí pensando en un hermano separado:
«Antes que nada quiero decirte,
sinceramente, que te considero como un verdadero hermano mío, y que te aprecio
y te admiro
por muchas cosas buenas que he visto en ti y en tu
iglesia.
Admiro tu deseo de dar a conocer a
Cristo y tu entrega... De veras que muchas veces he sentido en mi corazón una
santa envidia
por tu celo apostólico.
Naturalmente,
hay también ciertas cosas que no me gustan en tu actuación. De esto he hablado
en varias de mis cartas anteriores. De todos modos, ¿en qué familia no hay
problemas o malentendidos?
Lo que quiero aclarar ahora es
esto: «Te admiro y te aprecio como un verdadero hermano en Cristo».
En realidad, lo que nos une es
bien profundo:
-Tú y yo creemos igualmente en el
mismo Dios, Creador, Providente y Padre amoroso. Y esto, de por sí, ya es mucho
en un
mundo tan materialista y lleno de pesimismo.
-Tú y yo
creemos igualmente en Jesucristo como «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn.14,
6), el único Salvador, Señor y Mediador entre nosotros y el Padre.
-Los dos amamos igualmente y
estudiamos la Biblia, tratando de descubrir en ella la voluntad de Dios.
Hay muchas otras cosas más que nos
unen. Pero he querido subrayar solamente las más importantes, para que nos
demos cuenta
de que, en lugar de fijarnos en lo que nos divide,
aprendamos a fijarnos mejor en lo que nos une, para tratar de vivir el mandamiento
nuevo que nos dejó Jesús, con sinceridad y sin exclusivismos: «Amense unos con
otros, como yo los amo a ustedes» (Jn15,12).
Estamos separados
Pero por desgracia, no estamos
completamente unidos. El pecado nos ha dividido. Hemos desgarrado el cuerpo de
Cristo. Cristo
está roto por nuestra culpa y por la culpa de nuestros
mayores. El adversario nos ha ganado.
En lugar de
luchar juntos para mejorar la Iglesia, cada uno ha querido hacerlo a su modo,
apartándose del hermano. El sueño de Cristo, expresado con tanta insistencia en
la vigilia de su pasión y muerte, se ha esfumado:
«Que
todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti.
Sean
también ellos uno en nosotros:
así
el mundo creerá que tú me has enviado»
(Jn.17,21)
Y como consecuencia, a causa de
nuestras divisiones, muchos llegan a rechazar a Cristo y a odiar cualquier
religión, privándose
así de esta gran riqueza. A causa de nuestras divisiones
nuestros pueblos están internamente divididos y debilitados en su espíritu
comunitario. Y todo esto, ¡por nuestra culpa! ¡Qué gran responsabilidad tenemos
frente al mundo, por nuestras divisiones! «Así el mundo creerá que Tú me has
enviado» (Jn.17,21), dijo Jesús. Y ¿cómo va a creer si estamos desunidos?
Al estar
nosotros divididos, muchos no creen en Cristo, de modo que, en lugar de ser un
signo de que Cristo es el enviado de Dios, representamos, mediante nuestra
división, una piedra de tropiezo para los que quisieran acercarse a El.
Muchos piensan: «Quiero buscar a Dios,
a lo mejor el cristianismo me da la clave. Pero... Otro le contesta: Fíjate que
¡los mismos
cristianos están divididos entre sí y se odian!... Mejor
busco por otro lado». Y puede ser que dejen de buscar para siempre,
decepcionados de todo y de todos.
Y este problema de la división ya
apareció desde el principio, viviendo todavía los apóstoles. De modo que no le
podemos
achacar la culpa a una determinada persona o institución. De
por sí el hombre es pecador y tiende a apartarse de Dios y de su hermano. Puede
ser por envidia, orgullo, intereses personales, etc. para formar un grupo
aparte y sentirse superior. Todo lo demás es puro pretexto. En realidad, la
voluntad de Cristo es muy clara: «Que todos sean uno» (Jn. 17, 21). El que se
aparta, para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando
mal, poniéndose en contra de la voluntad clara de Cristo. Jesús quiere la
unidad de todos los que creen en su nombre. La división viene del pecado y del
demonio.
«Cada
uno va proclamando: Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo
soy de Pedro, yo soy de Cristo ¿Acaso está dividido Cristo?» (1Cor.1,12-13).
«Hijitos míos, es la última hora, y
se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; en realidad, ya han venido
varios anticristos, por
donde comprobamos que ésta es la última hora. Ellos salieron
de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran
sido de los nuestros, se habrían quedados con nosotros. Y al salir ellos, vimos
claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1Jn. 2,
18-19).
A Dios el juicio
Hermano en Cristo: Recuerda que no es
mi intención ofenderte. Solamente quiero que reflexiones en forma más detenida
sobre la
cita bíblica anterior. Si crees que no viene al caso para
ti, no te preocupes. Entonces esta reflexión podrá servir para otros.
Muchos dicen: «Cuando yo era
católico, era malo, me emborrachaba, le pegaba a mi mujer, etc. Cuando dejé la
religión católica
y entré en esta nueva religión, encontré a Cristo y cambié
de vida».
Ahora mi pregunta es la siguiente y
quisiera que la respondieras con toda sinceridad: «Antes de cambiar de
religión, ¿conocías de
veras el
catolicismo? Y si lo conocías, ¿tratabas de vivirlo? ¿O tal vez abandonaste el
catolicismo antes de haberlo conocido y vivido?
No quiero
juzgarte ni culparte de nada. Para mí las palabras de Jesús:«No juzguen y no
serán juzgados» (Lc. 6, 37), son ley. Quiero solamente decirte esto: Si antes
de conocer y vivir el catolicismo cambiaste de religión: «Tú no eras de los
nuestros. Si hubieras sido de las nuestros, te habrías quedado con nosotros. Al
salirte, vimos claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1
Jn. 2, 19).
Y este problema sigue todavía. A
causa de tantos malos ejemplos presentes en la Iglesia, a falta de buenos
evangelizadores y
frente a la triste realidad de una masa que se llama
católica, carente de instrucción y vivencia cristiana, muchos se aprovechan para
desacreditarla y sacar gente para sus distintos grupos.
¿Lo hacen con sinceridad? ¿Por
interés? ¿Por orgullo? ¿Por odio en contra de la Iglesia Católica? ¿Por motivos
políticos, tratando
de adormecer las conciencias y así detener la marcha de la
Iglesia Católica en favor de los derechos fundamentales de la dignidad del
hombre y de la igualdad de todos los pueblos?
Yo creo que hay de todo. Sólo
Dios conoce el corazón del hombre y sabe por qué razones actúa cada cual.
Mi intención es ponerte en guardia,
para que no creas fácilmente a cualquier persona que te hable muy bonito de
Cristo,
persiguiendo otros fines, reconocidos abiertamente o
no.
Tú obedece a tu conciencia. Si estás
convencido de que andas bien, sigue adelante según tu conciencia y sin temor.
Dios juzga el
corazón. Si eres sincero contigo mismo y buscas la verdad,
no tengas miedo. Dios te ayudará. Ora mucho y sigue buscando la voluntad de
Dios. Tal vez estas cartas que escribo te podrán ayudar en algo.
Que Cristo sea conocido
No obstante lo anterior, yo, por mi
parte, sigo siendo optimista. Me doy cuenta perfectamente de que para algunos
«la religión es
puro negocio» (1 Tim. 6, 5). Me doy cuenta que algunos viven
de lo que otros cooperan.
En realidad, «el amor al dinero es la
raíz de todos los males» (1 Tim. 6, 10). Sin embargo, lo que más importa es que
Cristo sea
conocido, aunque se trate de un Cristo roto y con verdades a
medias. Algo es algo.
Claro que me gustaría que
estuviéramos todos unidos y predicáramos al mismo Cristo con amor hacia todos,
dando testimonio de
aquel Reino de paz y justicia, que Cristo vino anunciar y
empezó a implantar en este mundo. Pero... hay que ser realistas. Es un hecho
que somos pecadores y que no logramos hacer las cosas a la perfección.
A este propósito recuerdo las
palabras de San Pablo: «Algunos son llevados por la envidia y quieren hacerme
la competencia,
pero, al fin, ¿qué importa que unos sean sinceros y otros
hipócritas? De todas maneras, se anuncia a Cristo y eso me alegra, y seguiré
alegrándome» (Fil1,15-18).
Se llegará a la unidad
A pesar de las fuerzas destructoras y
los fanatismos que operan en este mundo, estoy convencido de que el sueño de
Cristo se va
a realizar algún día. La verdad tiene que abrirse paso; si
somos dóciles a los impulsos del Espíritu, se llegará a la unidad:
«Yo soy el Buen Pastor:
conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí. Tengo
otras ovejas, que no son de este corral. A
ellas también las llamaré y oirán mi voz:
y
habrá UN SOLO REBAÑO, como hay un solo pastor»
(Jn. 10,14-16)
Así pues,
adelante, hermano, con fe en estas palabras de Jesús. Un día llegaremos a
formar una sola Iglesia todos los creyentes en Cristo. Tratemos de luchar para
que este día no sea muy lejano.
Quiero terminar esta carta con
las palabras de un pastor protestante:
«No te conformes nunca con el
escándalo de la separación de los cristianos que tan fácilmente proclaman el
amor al prójimo pero
siguen viviendo separados. Busca ardientemente la unidad del
Cuerpo de Cristo» (Pastor Roger Schultz).
El
Mesías Verdadero al darles la Comunión dijo
vivan en unión hasta el último momento. Este
es mi testamento no me lo hagan al revés tengan
un solo querer perseveren bien unidos no se
olviden mis amigos de cumplir este deber Hoy
después de dos mil años esta es la pura verdad se
perdió aquella unidad que el Señor dejó ordenado. El
nos llama a reencontrarnos en amor y santa unión busquemos
de corazón aquella unidad perdida y sanemos las heridas que
causó la división.
Cuestionario:
¿Qué pidió Jesús en la oración
sacerdotal? ¿Cuál es la realidad actual que nos toca vivir? ¿Por qué estamos
separados? ¿Va esto
contra la
expresa voluntad de Jesús? ¿Es también esto un escándalo par l mundo?
¿Dificulta esto la evangelización a nivel mundial? ¿Por qué algunos católicos
se cambian a los evangélicos? ¿Por qué renuncian tan fácilmente a la Fe
Católica? ¿Estamos suficientemente informados sobre los postulados de nuestra
Fe? ¿Llegará algún día la unidad deseada por Jesús? ¿Qué se nos exige mientras?
Tema
29:
¿Quiso
Jesús una sola Iglesia?
No es raro escuchar de labios de
algún católico: «Yo amo a Jesús pero no me importa la Iglesia». Creo que esta
opinión, para
muchos, es simplemente un pretexto para seguir viviendo como
«católicos a su manera». No hacen caso a la Iglesia, no van a la Misa, no
quieren prepararse para recibir dignamente los sacramentos, no hay obediencia a
la Jerarquía eclesiástica, sólo cuando les conviene se acercan a la Iglesia y
dicen que siguen la religión «a su manera».
Otros, no sin dolor, van repitiendo
que su aspiración es amar a Cristo pero al margen de la Iglesia. Ellos se
separan de su Iglesia
porque no ven una clara coherencia entre lo que se dice y lo
que se hace; sienten que el lenguaje y la vida de los católicos están alejados
del Evangelio.
La Iglesia no es algo abstracto.
Somos nosotros, laicos y pastores, comunidad creyente, su rostro visible. La
Iglesia es humana y
divina a la vez. Y sabiendo que esta Iglesia lleva en sus
miembros las huellas del pecado, es necesario que nos preguntemos muy en serio:
¿Qué Iglesia confesamos, en qué Iglesia creemos, en qué Iglesia servimos? La
respuesta es clara: Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia
que Jesucristo realmente quiso. Todo lo que digo aquí no es un invento de
hombres, es Cristo mismo el que nos lo enseñó. Leamos con atención en la Biblia
y meditemos juntos las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su
Iglesia.
¿Qué nos enseña la Biblia?
En el Antiguo Testamento, Dios quiso
santificar y salvar a los hombres no individualmente, sino que quiso hacer de
ellos un
pueblo. De entre todas las razas Yavé Dios eligió a Israel
como su Pueblo e hizo una alianza, o un pacto de amor, con este pueblo.
Le fue revelando su persona y su plan
de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin
embargo,
sucedió como preparación a la alianza más nueva y más
perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo
israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que
Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.
¿Cómo preparó Jesús su Iglesia?
1.
Jesús comenzó con el anuncio del Reino de Dios. En su
primera enseñanza el Señor proclamó: «Ha llegado el tiempo, y el Reino de Dios
está cerca. Cambien de actitud y crean en el evangelio de salvación» (Mc. 1,
15). Pero el pueblo de Israel rechazó a Jesús como Mesías y Salvador y no
aceptó sus enseñanzas. Por eso Jesús comenzó a formar un pequeño grupo de
discípulos y mientras enseñaba a la multitud con ejemplos, a sus discípulos les
explicó los misterios del Reino de Dios (Lc. 8, 10)
2.
Entre los discípulos, el Señor escogió a Doce Apóstoles
(enviados) con Pedro como cabeza. «Los Doce» serán las células fundamentales y
las cabezas del nuevo pueblo de Israel ( Mc. 3, 13-19 y Mt 19, 28). Para los
judíos «doce» era un número que simbolizaba la totalidad del pueblo elegido
(como las doce tribus de Israel). Y el hecho de que haya Doce apóstoles anunció
la reunión de todos los pueblos en el futuro nuevo Pueblo de Dios. Jesús
preparó a sus apóstoles con mucha dedicación: Los inició en el rito bautismal
(Jn. 4, 2), en la predicación, en el combate contra el demonio y las
enfermedades (Mc. 6, 7-13), les enseñó a preferir el servicio humilde y a no
buscar los primeros puestos (Mc 9, 35), a no temer las persecuciones (Mt. 10),
a reunirse para orar en común (Mt. 18, 19), a perdonarse mutuamente (Mt. 18,
21). Y también preparó a sus apóstoles para hacer misiones dentro del pueblo de
Israel (Mt. 10, 19). Después de la Resurrección de Jesús recibieron la orden de
enseñar y bautizar a todas las naciones (Mt. 28, 19).
3.
Entre los Doce, Pedro es quien recibió de Jesús la
responsabilidad de «confirmar» a sus hermanos en la fe (Jn. 21, 15-17). Además
Jesús lo estableció como una roca de unidad: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán nada contra ella»
(Mt. 16, 18).
A Pedro, «la roca» que garantizó la
unidad de la Iglesia, Jesús le dio la responsabilidad de mayordomo sobre la
Iglesia. Es Pedro
el que abre y cierra las puertas de la Ciudad celestial y él
tiene también en sus manos los poderes disciplinares y doctrinales: «Yo te daré
las llaves del Reino de los cielos; lo que tú prohíbes aquí en este mundo
quedará prohibido también en el cielo, y lo que tú permitas en este mundo
quedará permitido en el cielo».
A los Doce, Jesús les encargó la
renovación de la Cena del Señor: «hagan esto en memoria mía» (Lc. 22, 19).
También les dio la
responsabilidad de «atar y desatar», que se aplicará
especialmente al juicio de las conciencias. (Mt. 18, 18). «Reciban el Espíritu
Santo. Si ustedes perdonan los pecados de alguien, éstos ya han sido
perdonados; y si no los perdonan, quedan sin perdonar» (Jn. 20, 22-23).
4. Estos textos de los evangelios
revelan ya la naturaleza de la Iglesia, cuyo creador y Señor es Jesucristo
mismo. Jesús dio claras
indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una
Iglesia que será acá en la tierra signo del Reino de Dios. Además Jesús quiso
realmente su Iglesia construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en
su Iglesia por el ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la
Eucaristía. Y el poder del Infierno no podrá vencer a esta Iglesia.
La Iglesia nació en la Pascua y en
Pentecostés
La Iglesia, tal como Jesús la ha
querido, es aquella por la que El murió. Con su muerte y resurrección en la
Pascua, Jesús terminó
la obra que el Padre le encargó en la tierra. Pero el Señor
no dejó huérfanos a los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que les envió su Espíritu
en el día de Pentecostés para reunir y santificar a estos hombres en un Pueblo
de Dios (Jn. 20, 22).
Es en el día de Pentecostés cuando la
Iglesia de Cristo se manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio
entre los
pueblos mediante la predicación (Hch. 2). Es la Iglesia la
que convoca a todas las naciones en un nuevo Pueblo para hacer de ellas
discípulos de Cristo (Mt. 28, 19-20). (La palabra griega «ecclesía», que
aparece en el N. T. 125 veces, significa en castellano «asamblea convocada» o
«Iglesia»). Quienes crean en Jesucristo y sean renacidos por la Palabra de Dios
vivo (1 Ped. 1, 23) no de la carne, sino del agua y del Espíritu (Jn. 3, 5-6),
pasan a constituir una raza elegida, un reino de sacerdotes, «una nación
santa».
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo
El Apóstol Pablo es el autor
inspirado que más escudriñó el profundo misterio de la Iglesia. Cuando en aquel
tiempo Saulo
perseguía a la Iglesia, el mismo Señor se le apareció en el
camino de Damasco. Allí Saulo tuvo la revelación de una misteriosa identidad
entre Cristo y la misma Iglesia: «Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues»
(Hch. 9, 5). Y en sus cartas, Pablo sigue reflexionando sobre esta unión
misteriosa entre Cristo y su Iglesia. Sigamos ahora la meditación del apóstol
Pablo sobre la Iglesia. La realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo»
ilumina muy bien la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia no
está solamente reunida en torno a Cristo; está
siempre unida a Cristo, en su Cuerpo. Hay cuatro aspectos de la Iglesia
como «Cuerpo de Cristo» que Pablo resalta específicamente.
1 «Un solo Cuerpo». La Iglesia para
el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y
universalidad,
un solo Cuerpo (Ef. 4, 13). Es el lugar de reconciliación de
los judíos y gentiles. (Col. 1, 18, 23). El Espíritu Santo hace a los creyentes
miembros del Cuerpo de Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos
venido a formar un sólo Cuerpo por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13).
Además esta viva unión es mantenida por el pan eucarístico «Aunque somos
muchos, todos comemos el mismo pan, que es uno solo; y por eso somos un solo cuerpo»
(1 Cor 10, 17).
2.
Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia»
(Col. 1, 18). Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo
para que, estando más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su
Cuerpo» (Ef. 1, 22). Cristo es distinto de la Iglesia, pero El está unido a
ella como a su Cabeza. En efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los
miembros; el hombre entero es El y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno,
por tanto, el «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.
3.
La Iglesia es la Esposa de Cristo. La unidad de Cristo
y su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para Pablo también
una relación muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su
vida por ella. (Ef. 5, 25). Esta imagen arroja un rayo de luz sobre la relación
íntima entre la Iglesia y Cristo: «Los dos se harán una sola carne. Gran
misterio es éste, se lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5,
31-32).
4.
El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en
todas partes del cuerpo. El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en
la edificación de todo el Cuerpo. «Hay un solo cuerpo y un
solo espíritu». Y por Cristo todo el cuerpo está bien ajustado y ligado, en sí
mismo por medio de la unión entre todas sus partes; y cuando una parte trabaja
bien, todo va creciendo y desarrollándose con amor (Ef. 4, 4). Los distintos
dones del Espíritu Santo (dones jerárquicos y carismáticos) están ordenados a
la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del
mundo. (1 Cor. caps. 12 y 13).
Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia
En el Nuevo Testamento encontramos
distintas imágenes que describen el misterio de la Iglesia. Muchas de estas
figuras están ya
insinuadas en los libros de los profetas, y son tomadas de
la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la
familia y de los esponsales. No podemos en esta carta analizar todas estas
figuras que representan la Iglesia. Sería demasiado largo. Solamente quiero
referirme a las imágenes más importantes de la Iglesia con sus respectivos
textos de la Biblia. Es una buena oportunidad para que ustedes lean y mediten
personalmente con la Biblia. En el N. T. la Iglesia es presentada como:
«aprisco o rebaño» (Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y
Jn. 15, 1-5), «edificio y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y
Jerusalén Celestial» (Gál. 4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap.
12, 17 y 19, 7).
Resumiendo
1.
La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo,
animada y habitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).
2.
La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles
«escogidos por Jesús bajo la acción del Espíritu Santo (Hch. 1, 2). Y los
apóstoles
confiaron la Iglesia a sus sucesores que, por imposición de las manos,
recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim.
1, 6).
3.
La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es
«columna y soporte de la verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el
depósito de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1, 13). Es
decir, de explicarlo sin error.
4.
La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por
medio del Evangelio (Ef. 3-10), nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5),
alimentada con un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida en un
solo Pueblo de hijos de un mismo Dios y Padre (Gál. 3, 28).
5.
La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar
como el mismo Cristo nos amó» (Jn 13, 34). Esta es la ley «nueva» del Espíritu
Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal de la tierra y luz del mundo (Mt.
5, 13).
Después de esta breve reflexión
bíblica acerca de la Iglesia de Cristo, no puedo comprender cómo un cristiano
puede decir: «Creo
en Jesucristo, pero no en la Iglesia». Esta manera de hablar
es simplemente mutilar el Mensaje de Cristo y refleja una gran ignorancia de la
verdadera Fe cristiana.
La Iglesia es
la continuación de Cristo en el mundo. En ella se da la plenitud de los medios
de salvación, entregados por Jesucristo a los hombres, mediante los apóstoles.
La Iglesia de Cristo es «la base y pilar de la verdad» (1 Ti. 3, 15); es el
lugar donde se manifiesta la acción de Dios, en los signos sacramentales, para
la llegada de su Reino a este mundo.
Así que aceptar a Cristo significa
aceptar su Iglesia. El «Cristo total» es Cristo y la Iglesia. No se puede
aceptar a Cristo y
rechazar su Iglesia. Dijo Jesús a sus Apóstoles y
discípulos: «El que a ustedes recibe, a Mí me recibe. Y el que me recibe a Mí,
recibe al que me ha enviado. Como el Padre me envió a Mí, así Yo los envío a
ustedes».
Queridos amigos:
La verdadera
Iglesia de Jesús se reconoce en la Iglesia Católica a la que nosotros tenemos
la dicha de pertenecer. Cierto que la Iglesia es a la vez santa y pecadora,
porque está formada por seres humanos, pero es la única que entronca y conecta
con los Apóstoles y con Cristo. A nosotros corresponde crecer día a día en
santidad para que brille en ella el rostro de la verdadera Iglesia de Cristo.
Y, siendo esto así, cometería un grave error quien la desconociera. Así que no
más cristianos «a mi manera», sino a la manera que Cristo dispuso. Y Cristo
quiso salvarnos en su Iglesia que es Una, Santa, Católica, y Apostólica.
Cuestionario:
¿Qué es la Iglesia? ¿A qué Iglesia
pertenecemos? ¿Cómo preparó Jesús a su Iglesia? ¿A cuántos y a quiénes escogió
Jesús como
base y
cimiento de su Iglesia? ¿Por qué fueron «doce» los Apóstoles? ¿Cuándo nació la
Iglesia Católica? ¿Qué significa que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo? ¿Qué imágenes
de la Iglesia hay en la Biblia? ¿Cuál es la verdadera Iglesia? ¿Podemos
cerrarnos a aceptar la Verdadera Iglesia que Jesús fundó? ¿Qué dice al respecto
el Concilio Vaticano?
Tema
30:
Visión
de los católicos y de los evangélicos sobre la Iglesia
Queridos hermanos católicos:
Nuestros hermanos evangélicos nos
dicen muchas veces: Sólo Cristo salva, la Iglesia no salva.
Es decir, los hermanos evangélicos
aceptan solamente la fe en Jesucristo y su Palabra y no aceptan que la Iglesia,
como Cuerpo
de Cristo, fue instituida por El mismo y es mediante ella
que Cristo quiere salvar a los hombres.
Esta enseñanza de los evangélicos es
muy atractiva y tentadora, porque simplifica bastante la religión: basta tener
fe en Jesucristo
y en su Palabra y uno se salva; no necesita nada de Iglesia
ni de sacramentos, nada de Jerarquía ni menos de obediencia al Papa.
Nosotros los católicos debemos
preguntarnos muy en serio si este concepto evangélico acerca de la Iglesia es
correcto o no, o es
sólo una verdad a medias.
En esta carta trataré de exponer las
dos visiones de Iglesia: la de los católicos y la de los evangélicos. Creo
sinceramente que éste
es el punto clave de la triste situación entre los
cristianos de hoy. No es mi intención ofender a mis hermanos evangélicos. No es
el gusto por discutir lo que me hace escribir esta carta, sino que es el amor
por la verdad lo que me mueve a escribir estas palabras y sólo la verdad nos
hará libres (Jn. 8, 32).
Cuando aquí hablo de los evangélicos,
me refiero a los miembros de las distintas Iglesias que tienen su origen en la
Reforma del
siglo XVI. Mientras nosotros los católicos hablamos de «las
iglesias protestantes» (por su protesta contra la Iglesia católica), los
protestantes prefieren hablar de «las iglesias evangélicas» o «los
evangélicos», por su vuelta radical al Evangelio.
En general,
todas las Iglesias evangélicas siguen el concepto de Iglesia que les fue
entregado por los grandes reformadores: Lutero, Calvino, Zwinglio. Por eso es
importante ver primero lo que pasó en el siglo XVI.
Pero antes de leer esta carta, les
recomiendo que lean mi carta anterior: «¿Quiso Jesús una sola Iglesia?». Allí
encontraremos una
profunda reflexión bíblica acerca de la unión misteriosa
entre Jesucristo y su Iglesia: Aquella meditación nos hace ver que aceptar a
Cristo es también aceptar a su Iglesia.
Un poco de historia
Al terminar la Edad Media, la Iglesia
Católica se encontraba en una triste situación religiosa y moral que alcanzaba
hasta las más
altas jerarquías eclesiásticas. Buscar honores, diversiones
y dinero era la aspiración común entre la mayorías de los sacerdotes, obispos,
cardenales y Papas. Y en la vida de los cristianos se manifestaron muchas
prácticas y devociones religiosas muy dudosas.
La autoridad de la Iglesia no se
comprendía ya como una autoridad divina, y la obediencia a la Iglesia no se
entendía ya como un
acto de Fe. El sentido profundo y misterioso de la Iglesia
como Cuerpo de Cristo se oscureció. Es decir, la Iglesia como «Cuerpo Místico
de Cristo» no funcionó más en la vida de los cristianos. Y la imagen exterior
de la Iglesia, con sus grandes desviaciones humanas, se confundió con el
misterio de la Iglesia.
La situación de la Iglesia de aquella
época era fatal y llevó a Lutero, con su gran preocupación pastoral, a reformar
y finalmente a
romper con esta Iglesia. En el fondo Lutero rechazó un
catolicismo que no era católico.
El concepto de Iglesia según los
Evangélicos
Lutero y los reformadores niegan que
Jesús quiso una Iglesia. Y para ellos la Iglesia no es una institución de
salvación y de
gracia. Ellos creen que es solamente por medio del Evangelio
y de la Palabra que el Espíritu Santo provoca el acto de fe y realiza así la
justificación (salvación) del hombre. Y la Iglesia tiene una función
secundaria: ser «servidora de la Palabra».
Explicando el misterio de la Iglesia,
Lutero hizo la famosa distinción entre «Iglesia espiritual» (Iglesia con
mayúscula), Iglesia
invisible y entre «iglesia visible» (iglesia con minúscula).
Esta distinción sigue en la práctica viva hasta hoy entre los evangélicos.
1.
La Iglesia
espiritual (Iglesia con mayúscula). Es una entidad invisible, escondida,
interior y sin estructuras visibles, ni
jerárquicas. Esta Iglesia escondida existe allí donde la
Palabra de Dios es predicada y escuchada en toda su pureza. Es una realidad
misteriosa e invisible, es la comunidad de fe (Iglesia «del Credo») que nació
para la Palabra. Y, según ellos, todos los verdaderos creyentes que escucharon
y aceptaron el Evangelio puro pertenecen a esta Iglesia. La Iglesia invisible
es totalmente «una», nunca puede ser dividida y sólo Dios conoce sus miembros.
La Iglesia espiritual es el Cuerpo de Cristo. Esta Iglesia escondida puede
existir sin necesidad de una Iglesia visible.
2.
La iglesia
visible no es de institución divina y no tiene carácter absoluto con una
autoridad divina y obligatoria. Por supuesto
que es necesaria una cierta organización y orden, pero la
Iglesia en su forma externa es siempre relativa, puede caer en errores y ser
infiel. La Iglesia visible no es de ninguna manera una realidad sobrenatural y
misteriosa. Dice Lutero que ninguna frase de la Biblia está a favor de
cualquier Iglesia visible. La Palabra de Dios es el único signo externo que
hace confrontar al hombre con la comunidad espiritual. Y la función de la
Iglesia visible es solamente ser «servidora de la Palabra».
Concluyendo, podemos decir que la
Iglesia en la tierra, como comunidad de gracia y sobrenatural, es rechazada por
los
evangélicos. La justificación (salvación) llega al hombre
por la Palabra, y no por la Iglesia.
3.
Los sacramentos
de la Iglesia se reducen al mínimo: al bautismo y a la cena del Señor. Pero
no es verdad que la Iglesia por
medio de los sacramentos produce un estado de gracia divino
en el hombre. Los sacramentos únicamente tienen fuerza por la Palabra. Sólo son
expresiones de fe, y no dan la gracia por ellos mismos sino por la fe. Los
sacramentos no son de ninguna manera acciones de Cristo por medio de la Iglesia.
4.
En cuanto al misterio de dirección de las comunidades,
los evangélicos niegan el estado sacerdotal, porque dicen que los
cristianos todos son sacerdotes. No hacen falta
intermediarios, ya que Dios salva al hombre directamente. Cada cristiano es sacerdote
de sí mismo y Cristo lo es de todos. Por ello los evangélicos rechazan toda
mediación de la Iglesia. Y si hay un ministerio en la Iglesia, este ministerio
es sólo «una función» como otros servicios dentro de la Iglesia. El único y
verdadero ministerio en la Iglesia se reduce a la predicación y al culto, pero
no lo necesitan como un servicio a la unidad y menos como un ministerio
sacerdotal de salvación.
El concepto católico de Iglesia
La Iglesia católica en su reflexión
acerca del misterio de la Iglesia nunca ha hecho esta diferencia artificial
entre «Iglesia
espiritual» e «Iglesia visible». No hay ninguna indicación
clara en la Biblia para hacer esta separación.
1.
La Iglesia Católica siempre ha seguido la dinámica de
la encarnación, es decir, el Verbo (Cristo) se ha hecho visible, se ha
hecho carne y ha entrado en la historia de los hombres. Esta
encarnación de Cristo prosigue de modo renovado en la Iglesia que es el Cuerpo
de Cristo acá en la tierra (Mt. 16, 13-20). La
Iglesia es la continuación de Cristo encarnado en este mundo. Por eso la
Iglesia de Cristo es al mismo tiempo comunidad visible y comunidad espiritual;
es al mismo tiempo comunidad jerárquica por institución divina y Cuerpo místico
de Cristo. La Iglesia de Cristo es una sola realidad y tiene inseparablemente
aspectos humanos y aspectos divinos y no son dos realidades distintas, como
proclaman los evangélicos. Ahí está el misterio de la Iglesia que sólo la Fe
puede aceptar.
2.
La revelación divina no se limita a la Palabra escrita,
sino que está en la Palabra escrita (la Biblia) y en la Tradición de la
Iglesia, que ayuda
a comprenderla y actualizarla a través de los tiempos. La revelación divina
abarca la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición: «Manténganse firmes
guardando fielmente las tradiciones que les enseñaron de palabra o por escrito
(2 Tes. 2, 15). Además la Iglesia de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, es
«columna de verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de «guardar el depósito de las sanas
palabras recibidas de los apóstoles» (2 Tim. 1, 13). Es decir, que el depósito
de la fe (1 Tim. 6, 20 y 2 Tim 3,. 12-14) fue confiado por los Apóstoles al
conjunto de la Iglesia.
3.
En la Iglesia de Cristo hay claramente aspectos
objetivos creados por Dios y que de ninguna manera son creación humana. Estas
realidades creadas por Jesucristo, como el ministerio de la unidad, el
ministerio de la verdad y la plenitud de la gracia en los sacramentos, son
realidades divinas intocables e infalibles, y visibles aquí en la tierra. Son
aspectos objetivos que encuentran su origen en la institución divina. La
Iglesia Católica no duda que ella es la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro,
y que ella, con su Magisterio vivo y su enseñanza infalible, es la prolongación
o encarnación de Cristo sobre la tierra. La Iglesia Católica es consciente de
que con sus sacramentos, que son realmente acciones de Cristo, comunica la
plenitud de la gracia. Yno puede ser de otra manera, porque ella existe por
voluntad de Dios. Y esta Iglesia visible en la tierra es, al mismo tiempo, el
Cuerpo Místico de Cristo.
Por supuesto
que podemos distinguir en la Iglesia un aspecto divino y un aspecto humano.
Pero cuando el católico habla de la Iglesia de Cristo, siempre se refiere a
esta realidad divina y objetiva, que es intocable e infalible acá en la tierra.
La Iglesia de Cristo no es de origen humano y tiene definitivamente un carácter
sobrenatural. Y no podemos dudar de la autoridad divina que Cristo comunica por
el Espíritu Santo a sus apóstoles y sus legítimos sucesores, el Papa y los
obispos.
4.
La Iglesia de Cristo es siempre y en todas partes la
misma, también en épocas de decadencia, en tiempos de pobreza espiritual,
y falta de comprensión, en tiempos de ignorancia y estrechez
de miras. Siempre la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Madre de todos los
creyentes. Cristo siempre es la Cabeza de la Iglesia que es «una», «santa»,
«católica» y «apostólica»; y el Espíritu Santo es siempre el principio de vida
de esta Iglesia.
Dijo Jesús a sus apóstoles: «Yo estoy
con ustedes todos los días hasta que termine este mundo» (Mt. 28, 20), y «las
fuerzas del
infierno no la podrán vencer» (Mt. 16, 18). Podemos decir
que ningún católico puede aceptar que la visión acerca de la Iglesia de los
reformadores del siglo XVI sea una decisión definitiva.
Consideración final
Nosotros los católicos no podemos
negar que Lutero era una personalidad profundamente religiosa, que buscó con
toda
honestidad y con abnegación el mensaje evangélico. Su
crítica contra la Iglesia tenía una intención auténticamente cristiana; la
Iglesia debería repudiar siempre todo lo que no es evangélico.
El mérito de Lutero y la Reforma es
que descubrieron de nuevo el centro del mensaje evangélico: sólo por la gracia
y por la fe en
la acción salvadora de Cristo, somos aceptados por Dios y
recibimos el Espíritu Santo, que nos invita a realizar obras buenas. Ningún
católico va a negar este mensaje evangélico. Pero Lutero tomó este núcleo del
Evangelio y olvidó todo lo demás. Esto es una simplificación del Evangelio que
equivale a una amputación. Porque, si bien el núcleo es lo más importante, no
lo es todo.
Lutero se vio
forzado a construir un nuevo concepto de Iglesia y creó el concepto de una
Iglesia escondida y una iglesia visible. Pero esta visión acerca de dos
iglesias no tiene una adecuada correspondencia con las Sagradas Escrituras y
con la Tradición Apostólica. Sin duda este nuevo concepto de Iglesia que creó
Lutero es el punto de mayor dificultad entre católicos y evangélicos.
Los evangélicos actualmente no tienen
culpa del hecho de esta desunión y no están privados de sentido y de fuerza en
el misterio
de salvación. Pero un católico nunca podrá aceptar esta
opinión: «Cristo salva, la Iglesia no salva». Es presentar un cristianismo
mutilado, es una verdad a medias. Aceptar a Cristo significa aceptar a su
Iglesia. La Iglesia es, por tanto, el «Cristo total» , su proyección y
encarnación en el tiempo. El Concilio Vaticano en la Lumen Gentium (Nro. 14) tiene una frase que da mucha luz al
respecto: «Enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la salvación... y
no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida
por Jesucristo, como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en
ella». Hermanos queridos, cuando les inviten a cambiar de religión, lean y
mediten estos temas que, repito, he escrito sin ánimo de ofender, y sólo por
esclarecer la verdad. Católicos, ¡lean y mediten esto y no se cambien de
religión!
Cuestionario:
¿Es correcta la expresión: «Sólo
Cristo salva»? ¿Cuál es la visión protestante al respecto? ¿Qué significa,
según Lutero, que Jesús
fundó una Iglesia espiritual e invisible? ¿Cuál es la visión
católica de la Iglesia? ¿Dónde se encuentra la revelación Divina? ¿Dan y significan
la gracia los sacramentos? ¿Cuáles son las cuatro notas esenciales a la
Verdadera Iglesia? ¿Es necesaria la Iglesia para la salvación?
Tema
31:
La
contribución a la Iglesia
Queridos hermanos:
Hoy vamos a conversar un poco sobre
nuestra contribución material a la Iglesia. Y, aunque a primera vista este tema
aparezca un
poco ajeno a lo que estamos tratando, en realidad no es así,
sino que, en realidad, condiciona la misión de la Iglesia.
Efectivamente, Nuestro Señor
Jesucristo antes de subir al cielo dijo a sus discípulos estas hermosas
palabras: «Vayan por todo el
mundo y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos»
(Mt. 28, 19) He aquí su glosa:
El
día de la Ascensión con un gozo muy profundo Jesús
dijo por el mundo lleven mi predicación. Por
todo pueblo y nación prediquen la santa fe, Yo
los acompañaré hasta el final de los tiempos y en
la cruz y en el tormento con ustedes Yo estaré. El
mandato de Jesús
Lo primero que percibimos en las
palabras de Jesús es que aquí hay un mandato: Anunciar y propagar la Buena
Nueva a través de
todo el mundo.
Ello se hace
con la dedicación y esfuerzo del Papa, de los obispos y sacerdotes, de los
catequistas, de los misioneros y de todos los que son consecuentes con su
bautismo. Cada cristiano, en razón de su bautismo, está llamado a cooperar a la
hermosa tarea de Evangelización que Jesús nos dejó.
Pero para cumplir con este mandato, además de recursos humanos y de la
gracia del Espíritu Santo, se necesitan también recursos
materiales. Es necesario preparar personal, construir
seminarios, locales para reuniones, templos, parroquias, capillas, obras de
caridad, etc. No podemos evangelizar sin contar con los medios necesarios para
el apostolado. No debemos «tentar a Dios» pensando que El va a arreglar todo
milagrosamente.
El refrán dice: «A Dios rogando y con
el mazo dando». Dios nos ha dado manos y la inteligencia para solucionar los
problemas
que se presentan en el camino. De ahí la necesidad de que
todos los bautizados cooperen también materialmente a la extensión del
Reino.
Y¿en qué se fundamenta esta
obligación?
Este deber tiene, por supuesto,
un fundamento bíblico.
En el ANTIGUO TESTAMENTO:
Moisés en el Deuteronomio muestra el
profundo sentido del diezmo o primicia, que nació como una forma de agradecer a
Dios
por todos los dones recibidos (Deut. 12, 6-9 y 14, 22-28).
En el NUEVO TESTAMENTO:
- Jesús
es presentado al templo y hace su ofrenda (Lc. 2, 24).
- Jesús
paga el impuesto al templo (Mt. 17, 24-27).
- Jesús
elogia a la pobre viuda (Lc. 21, 1-4).
- Jesús
necesita y pide cinco peces y dos panes (Jn. 6, 9).
En la Iglesia primitiva
En la primera comunidad los
cristianos compartían todo (Hch. 2, 42).
San Pablo pide a los Romanos una
colecta para gastos de viaje (Rom. 15, 24).
Además, la comunión de bienes
materiales es signo de la comunión en la fe y en el amor. Y al ofrecer dinero,
uno se ofrece a sí
mismo (2 Cor. 8, 5).
¿Cumple el cristiano con esto dando una
limosna?
A veces los cristianos colaboran con
la Iglesia dando una limosna en la Misa, en las Campañas de Cuaresma o con
motivo de una
colecta especial. Sin duda que esto es bueno y hay que
hacerlo, pero ninguna de estas colaboraciones dispensa del compromiso mensual
del cristiano con su Parroquia.
¿Cuál es la situación real de los católicos
en nuestro país?
En nuestro país el porcentaje de
católicos comprometidos con su iglesia es muy bajo. Esta situación, de por sí,
ya revela una gran
falta de madurez. Sólo gracias a la generosidad de otras
Iglesias extranjeras se pueden mantener las obras de la Iglesia. Pero esta
dependencia es incompatible con la condición de una Iglesia adulta. Tenemos que
comprometernos.
¿A qué nos llama hoy la Iglesia?
La Iglesia nos llama a asumir este
compromiso con sentido misionero. Algunos, pocos, ya lo hacen, y lo cumplen
sagradamente
todos los meses. Sigan cooperando sabiendo «que Dios ama al
que da con alegría» (2 Cor. 9,7).
A quienes todavía no se han inscrito,
la Iglesia los invita a hacerlo cuanto antes. Si usted es uno de ellos, vaya a
su parroquia,
pregunte e intégrese al grupo de cristianos comprometidos.
No lo deje para otro día.
Asuma el compromiso en familia
¡Qué hermoso es cuando el papá o la
mamá conversan sobre esto con sus hijos, los educan en este compromiso y mes a
mes van
cumpliendo generosamente con este deber! Ahí sí que experimentan
el gozo y la alegría de ser cristianos.
¿Por qué hay
tantos católicos pasivos en nuestra Iglesia? ¿Por qué entre los católicos hay
tan poca conciencia de pertenecer a la Iglesia? Sin duda por la falta de
compromiso en lo económico. ¿Y por qué avanzan tanto las sectas? En parte
porque son sumamente exigentes en este punto. Es frecuente que un católico que
nunca ha colaborado económicamente con su Iglesia, se pasan a las sectas e
inmediatamente se compromete a pagar el diezmo.
Piense, además, cuántos misioneros
laicos y sacerdotes se comprometen de por vida con el Señor. Pregúntese: ¿Hasta
dónde llega
mi compromiso con Cristo? ¿Soy de los que tan sólo me gusta
recibir en la Iglesia, o soy de los que están prontos a cooperar, siquiera con
un granito de arena para que la causa del Reino siga avanzando?
Hermano mío. Si todos cumplimos, la
obra del Reino irá creciendo de día en día y nuestra Iglesia irá avanzando. Si
no
cumplimos, algo quedará por hacer.
Finalmente una pregunta: ¿Cómo
quisiera ver usted a su Iglesia? ¿La quiere ver hermosa, sin mancha ni arruga,
y que avance
cada día?
Inscríbase hoy mismo como
contribuyente y sentirá que también usted es parte de la Iglesia. Medite estas
décimas:
Este
es el primer deber que tiene todo cristiano ayudar
desde temprano al progreso de la Fe. Nadie
se margine pues de este hermoso compromiso comprométase
de fijo a sacar esta tarea y verá como la Iglesia va
cumpliendo su destino. Si usted tiene un buen hogar y
también trabajo estable comprométase cuanto antes y sin
hacerse rogar. El Señor lo ayudará téngalo
por entendido con su esposa y con sus hijos cumpla,
pues, con su tarea y verá como la Iglesia va
cumpliendo su destino.
Resumiendo:
Desde el momento en que un católico
coopera con su Iglesia ya está trabajando por extender el Reino. Y al
contrario, quien
pudiendo no colabora, está frenando la acción misionera de
su Iglesia.
El verdadero católico colabora
con su Iglesia.
El que es católico a su manera
sólo quiere recibir de su Iglesia, pero nunca está dispuesto a cooperar.
Piénselo bien: Dios nos da la
vida, la salud, el tiempo...
Y nos pide tan poco. Unas
miguitas que, sumadas a las de otros cristianos, harán posible el crecimiento
del Reino.
Si usted colabora activamente podrá
decir con orgullo: Yo soy socio de mi Iglesia. Yo también soy misionero y ayudo
con lo que
puedo. Ahora bien, si usted no tiene recursos o no tiene
trabajo y es tan pobre que no puede cooperar, no se haga problema. Dios ve su
buena voluntad.
He aquí unos versitos que nos
llaman a participar en la misión:
Cada
uno tiene un don una gracia y un talento para
que el Reino de Dios vaya siempre en aumento. Vamos
todos a la Viña a la Viña del Señor y
hagamos un mundo nuevo un mundo nuevo y mejor. En
los Hechos se asegura que los primeros cristianos se
ayudaban mutuamente como auténticos hermanos. Este
es el gran mandato que dejó Nuestro Señor: anunciar
la Buena Nueva y hacer un mundo mejor. Coopere
sin demora y con gozo muy profundo a extender la Buena Nueva a
través de todo el mundo. Nuestra Santa Madre Iglesia tiene
el sagrado deber de anunciar al mundo entero las
riquezas de la fe. Para hacer esta tarea a
través del mundo entero nuestra Iglesia necesita de su
aporte y su dinero.
Cuestionario:
¿Cuál fue el
mandato de Jesús el día de la Ascensión? ¿A quiénes va dirigido este mandato?
¿Tiene que ser misionera toda la Iglesia? ¿Cómo se comprometen los sacerdotes y
religiosos en esta tarea? ¿cómo se comprometen los laicos? ¿Qué grado de
compromiso con la Iglesia tengo yo? ¿Coopero a la extensión de Reino también
con mi aporte en lo material?
Tema
32:
¿Son
iguales todas las religiones?
Queridos hermanos:
En estos
últimos años hemos presenciado un gran crecimiento de las sectas en toda
América Latina. ¿Responde esto a un crecimiento normal de las religiones?
Creemos que no. Creemos que en gran parte ello obedece a un plan fríamente
elaborado para destruir o debilitar la Iglesia Católica y su influencia en cada
región. Algunas de estas sectas son financiadas por los grandes grupos
económicos de EE. UU., verdaderas transnacionales proselitistas que invierten
millones en propaganda, vendiendo o distribuyendo revistas, libros y folletos.
Pasan de casa en casa, convidan a personas poco iniciadas en la Biblia y bajo
pretexto de orar con ellos les arrebatan su mayor tesoro que es la fe católica.
Por eso no podemos permanecer pasivos ante esta realidad y vamos a dar aquí un
vistazo a algunas de las principales sectas o religiones que vemos a nuestro
alrededor, no con el afán de polemizar, sino con el único objetivo de dar una
orientación a quienes la necesitan. Por lo demás, todo el mundo tiene derecho a
saber quién es quién.
Digamos
primero que Jesús quiere una sola Iglesia. Esto es precisamente lo que El le
pidió al Padre en su oración sacerdotal: «Que todos sean uno como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti» (Jn. 17, 21). Y si Cristo quiso la unidad de todos sus
seguidores ¿qué podemos pensar de los que siembran la división? ¿Qué podemos
pensar de aquellos que, con el correr de los siglos, han querido enmendar la
página al Señor creando nuevas religiones? ¿No será que con esta actitud
entorpecen el plan de Dios y en lugar de construir la unidad colaboran a la
división? Conozcamos algunas de estas denominaciones.
Los Testigos de Jehová
Nacieron en
Estados Unidos hace poco más de cien años. Su fundador es Carlos Taze Russell,
hijo de presbiterianos. Niegan la Santísima Trinidad y dicen que Cristo, antes
de ser hombre, era el arcángel San Miguel. Alteran los textos bíblicos a su
capricho. Dicen que Jesús no murió en una cruz sino en un palo y que resucitó
sólo como criatura espiritual. Para ellos todas las religiones, fuera de la
suya, son satánicas, y sostienen que Dios castigará a todos los que no han
querido entrar en su secta. Prohíben la transfusión de sangre y consideran que
la Iglesia Católica está corrompida y que es la Babilona moderna.
Lo que llama la atención es que, a
pesar de este cúmulo de errores, muchos católicos se dejan fascinar por su
«supuesto» amor a
la Biblia y los siguen. Esto sólo se explica por la gran
ignorancia religiosa en que viven muchas personas. Y lo peor es que los
católicos que se cambian, después despotrican contra la Iglesia Católica,
renegando de ella, y a veces dicen: «Yo cuando era católico tomaba y le pegaba
a mi señora... Pero desde que soy Testigo de Jehová llevo una vida ordenada».
En realidad nunca conocieron ni vivieron a fondo su fe católica. Nosotros les
decimos que no es necesario cambiarse de religión para dejar el trago o para no
pegarle a la mujer. Basta ser consecuente con su fe católica y punto. Decimos
que Jesús fundó una sola Iglesia sobre el Apóstol Pedro y no autorizó a nadie
para que fundara otras iglesias. Jesús dijo a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia».
Los Mormones
Su fundador es José Smith, nacido en
Vermont, EE. UU. A la edad de 15 años recibió unas revelaciones que le
anunciaron que
todas las iglesias cristianas estaban corrompidas y que él
debía organizar la verdadera Iglesia de Cristo. Su secreto está en un libro
que, según él, en 1823 le entregó el ángel Moroni. Se trataría de un libro
escrito en planchas de oro en el que hay una relación de los antiguos
habitantes del continente americano que habrían llegado a EE. UU después de la
destrucción de la torre de Babel. En este libro estaría la plenitud del
Evangelio comunicado a ellos por el mismo Cristo, que también viajó a Estados
Unidos después de su Resurrección. En 1830 esta iglesia recibió el nombre de
«Iglesia de los Santos de los Ultimos Días».
Para ellos, Cristo fue engendrado
carnalmente de Dios Padre. La Biblia y el libro de Mormón son su única norma de
fe, pero sólo
aceptan «su» Biblia, porque las demás, según ellos, estarían
mal traducidas. Además la Biblia tiene que complementarse con el libro de
Mormón. Tienen sólo dos sacramentos: el bautismo por inmersión y la santa cena
con pan y agua. Bautizan a los muertos y en su trabajo misionero siempre van de
a dos.
El hombre latinoamericano, que es
educado y acogedor, fácilmente los hace entrar en su casa pero después no se
los puede sacar
de encima. Insisten de una y otra manera en que uno deje su
fe católica y pase a ser mormón. Y no pocas veces tratan de convencer a la
gente dándoles regalos, dólares y promesas y, por supuesto, algunos quedan
enredados en sus redes.
¿Por qué han progresado tanto los
mormones en estos últimos años? Hay una razón política que es bueno que todos
conozcan.
Hace unos treinta años Rockefeller,
después de recorrer casi todos los países de América Latina, informó al
Congreso de EE. UU.
que había que contrarrestar la labor de la Iglesia Católica,
la que, al despertar en los pueblos la conciencia de su dignidad, se constituía
en la principal fuerza opositora a los intereses de Estados Unidos en América
Latina y, en consecuencia, había que anularla o dividirla hasta donde fuera
posible. Entonces, el Congreso programó un sucesivo y creciente envío de misioneros
mormones para debilitar la unidad de la Iglesia Católica y destinó millones de
dólares para que se contruyeran templos mormones en toda América Latina.
También en sus visitas domiciliarias los mormones ofrecen dólares y viajes a
EE. UU. para que la gente se cambie a su religión y algunos, ante la tentación
del lucro o porque pasan necesidad, sucumben y se hacen mormones.
Los mormones son una religión sin
base teológica seria, y su «historia» más bien parece un cuento de ciencia
ficción, porque ¿en
qué pruebas científicas basan su planteamiento?
Sin embargo, tienen algunas cosas muy
positivas: son buenos organizadores y tienen muchos colegios, cooperativas y
granjas. Es
una lástima que su base religiosa sea tan pobre y que
deformen tanto la Biblia.
Tanto los católicos como la mayoría
de las iglesias cristianas protestantes los rechazan como no cristianos, porque
niegan la
divinidad de Jesucristo. Por lo tanto, no podrían llamarse
sectas, sino que son una «religión» sin referencia a Jesús ya que no creen en
su divinidad. Muchos católicos llaman a los Mormones la religión del dólar,
porque con el dólar hacen cualquier cantidad de ofertas para ganar adeptos.
Los Pentecostales
Son los que
más han crecido en estos últimos años en toda América Latina. Más del 63 por
ciento de todos los protestantes de América Latina son pentecostales. Hay
muchas razones por las que nuestro pueblo se siente a gusto con ellos: la
alegría, los cantos, la curación y la fraternidad.
Se caracterizan porque son cerrados,
por su fanático proselitismo y sus ataques contra la Iglesia Católica.
Los movimientos pentecostales hoy son
numerosos y abarcan más de 30 millones de adherentes en América Latina. Al
principio
rechazaron toda organización, pero pronto la necesidad los
obligó a agruparse. De ello nacieron las Asambleas de Dios que también están
extendidas por toda América Latina.
El nombre «Pentecostal» ya indica la
gran importancia que estos grupos dan al acontecimiento siempre actual de
Pentecostés, el
que se
actualiza en el Bautismo llamado del Espíritu Santo.
El movimiento pentecostal nace como
una respuesta a un anhelo de renovación espiritual que estaba latente, tanto en
la mente de
los pastores como de los fieles de algunas iglesias
tradicionales. La Iglesia tenía que renovarse de nuevo con el fuego de
Pentecostés. Fieles y pastores invocan repetidamente al Espíritu Santo, piden a
Cristo que envíe de nuevo al Espíritu, y comienzan a sentirse renovados, llenos
de entusiasmo, de calor, hablan en lenguas y efectúan curaciones.
Los Pentecostales tienen en común con
nosotros los Católicos que creen en el misterio de la Santísima Trinidad y
también creen
en la divinidad de Cristo el único Salvador. Pero no aceptan
la Tradición. Es decir, para ellos la Biblia es la única fuente de revelación
dejada por Dios al mundo. Su bautismo es por inmersión y el lavado de su cuerpo
en el agua pura es un símbolo externo de purificación.
El Ejército de Salvación
Esta secta tiene una serie de
elementos que lo asemejan a un ejército mundano: uniforme militar, grados
militares, una fuerte
disciplina y son realmente un ejército de paz en favor de
los marginados. Mantienen muchas obras sociales. Su divisa es «sangre y fuego».
Sangre de Cristo y fuego del Espíritu. Nacieron en 1865, en Inglaterra, y su
fundador es Guillermo Booth. Tienen multitud de obras sociales: maternidades,
asilos, dispensarios, centros de drogadictos, centros de rehabilitación de
alcohólicos etc. Se les reprocha el no atacar la pobreza de raíz y de no atacar
las causas que la originan.
Su objetivo es extender el
protestantismo y se inspiran en la doctrina protestante: Predican la
justificación por la sola fe, la
sumisión a la Palabra del Señor, y su conversión personal se
demuestra con el testimonio misionero. Se reúnen en las calles con sus bandas
«militares» y así atraen a la gente y ofrecen servicios religiosos de
predicación de la Palabra y cantos.
Otras sectas o denominaciones
Hay en nuestro país otras
denominaciones cristianas que no son examinadas en este libro. Imposible
abarcar todo en un librito
como este.
En todas las religiones hay elementos
positivos y negativos, hay gracia y santidad, pero tiene que quedar muy claro
que la
plenitud de la gracia y de los medios de santificación
dejados por Cristo a su Iglesia se hallan únicamente en la Iglesia Católica
fundada por Jesús.
Dice el
Concilio que cometería un grave error quien, consciente de ello, la
desconociera, es decir, se cambiara de religión. El Concilio reafirma que la
Iglesia fundada por Jesús se reconoce hoy solamente en la Iglesia Católica.
Todas las sectas, sin excepción, rechazan la sumisión al Papa. Sólo la Iglesia
Católica acepta su autoridad y este es su sello característico.
Es también muy revelador observar que
todas las religiones cristianas son relativamente nuevas, es decir, de estos
últimos 500
años. Ahora bien, la verdadera Iglesia tiene que conectar
con Cristo que vivió hace 2.000 años. ¿Dónde estaban estas religiones en los
1500 años de vida de la Iglesia católica? ¿Dónde estaban ellos cuando Jesús
nació en Belén? ¿Dónde estaban cuando Jesús murió y resucitó? ¿Dónde estaban
cuando la Iglesia Católica sufría las terribles persecuciones de los primeros
siglos? ¿Se habrán condenado todos los que nacieron antes que se fundara su
religión?
Para nosotros
queda muy claro, que la Iglesia Católica -y sólo la Iglesia Católica- es la
única Iglesia fundada por Cristo. La única que proviene del mismo Cristo, la
única que ha mantenido la sucesión apostólica sin interrupción y la única que
por medio de los Apóstoles entronca con Cristo.
El Concilio Vaticano.
¿Y qué dice el Concilio Vaticano
sobre la necesidad de la Iglesia Católica para salvarse? He aquí un texto que
deberíamos
meditar con frecuencia:
«El Concilio Vaticano, fundado en la
Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria
para la
salvación». «Por lo cual no podrían salvarse quienes,
sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo como necesaria,
desdeñaran entrar a ella o no quisieran permanecer en ella».
El católico debe evitar polemizar y
discutir con otras religiones ya que con ello no se adelanta nada. Las sectas
esgrimen
infinidad de argumentos y no escuchan a nadie. Hablan con
altanería y tratan de llevar a toda costa el agua a su molino. Hablan y no
escuchan a nadie. Lo que el católico debe hacer cuando llamen a la puerta de su
casa es atenderlos con educación pero con firmeza. Díganles que no se interesan
por sus ofrecimientos y punto. Y si no se van, cierren delicadamente la puerta
de su casa, sigan con sus tareas y recen por tantos propagandistas baratos de
la religión. Nada se adelanta con discutir con ellos. Ellos dicen textos y más
textos y no escuchan a nadie. Y recuerden siempre que si piden orar con ustedes
o comentar la Biblia, tienen otro interés que el de arrebatarles su Fe
Católica. Con un evangélico respetuoso y educado se puede orar y dialogar, pero
en este caso, es necesario haber estudiado bien la Fe Católica, conocer la
Biblia y pedir ayuda de Dios. Este libro les ayudará a saber dar razón de su
Fe.
Cuestionario:
¿A qué se debe el
crecimiento de las sectas en estos últimos años? ¿Qué debemos hacer los
católicos? ¿Hemos de recuperar el sentido misionero? ¿Quiénes son los Testigos
de Jehová? ¿Quiénes son los Mormones? ¿Quiénes son los Pentecostales? ¿Qué es
el Ejército de Salvación? ¿Puede un católico cambiarse de Religión? ¿Qué dice
el Concilio Vaticano sobre los que dejan la Iglesia Católica sabiendo que es la
única Iglesia querida y fundada por el mismo Jesús? ¿Cómo ha de recibir un
católico a quien llega a su casa y bajo pretexto de 'orar juntos' lo único que
desea es arrebatarle su religión?
Tema
33:
¿Podemos
orar por los difuntos?
Queridos hermanos:
Les voy a contar un caso que me
sucedió hace algún tiempo. Un día se murió un amigo mío que en cuanto a
religión no era ni
chicha ni limonada, unas veces iba a misa y otras iba al
culto de los evangélicos. Cuando murió, los evangélicos lo velaron con muchos
cantos y alabanzas, y al día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era
amigo mío, quise ir al cementerio a orar por él. Una vez allá, le pregunté al
pastor, si me dejaba hacerle un responso, y me contestó: «El finado era oveja
de nuestro rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque a estas
alturas de nada le sirven las oraciones». Total que no me permitieron rezarle
el responso y tuve que contentarme con orar en silencio.
Esta anécdota nos da pie para
preguntarnos: ¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras oraciones?
¿Cuál es la doctrina
católica y la evangélica al respecto?
La Doctrina católica
La Biblia nos dice que después de la
muerte viene el juicio: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez y
luego viene
el juicio» (Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el
juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida
mortal» (2 Cor. 5, 10).
Al fin del mundo tendrá lugar el
«juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los
pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el
juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones:
Cielo, Purgatorio o Infierno.
-Las personas que en vida hayan
aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se
hayan convertido
a El, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se
salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y
comienzan una vida de gozo indescriptible «Bienaventurados los limpios de
corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
-Quienes hayan rechazado el
ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron
mientras su alma estaba
en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno,
donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
-Y finalmente, los que en vida hayan
servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus
pecados, irán
al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita,
purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no
es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: «Nada impuro
entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)» (Ap. 21, 27).
Aquí surge espontánea una pregunta
cuya respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? Estamos en
este
mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto,
salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El
en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para
que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de
aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros.
Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y
salvar nuestra alma por toda la eternidad.
¿Qué acontece, entonces, con los que
mueren?
Ya lo dijimos: Los que mueren en
gracia de Dios se salvan. Van derechamente al cielo. Los que rechazan a Dios
como Creador y
a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado
mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre
católicos y evangélicos.
-Pero, ¿qué ocurre con los que mueren
en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está
la
diferencia entre católicos y evangélicos. Los católicos
creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar
o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican
las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han
satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo
sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente
purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar
nada que sea manchado o pecaminoso.
Ahora bien, según los evangélicos no
hay Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva a todos, menos a
los que se
condenan.
Para nosotros, los católicos hay
Purgatorio y en cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús
por segunda
vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el
Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.
Por consiguiente, según nuestra fe
católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos,
para que sus almas
sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes
a la gloria a gozar de la presencia divina. Los evangélicos insisten en que la
palabra «Purgatorio» es una pura invención de los católicos y que ni siquiera este
nombre se halla en la Biblia. Nosotros argumentamos que tampoco está en la
Biblia la palabra «Encarnación» y, sin embargo, todos creemos en ella. Tampoco
está la palabra «Trinidad» y todos, católicos y evangélicos, creemos en este
misterio. Por tanto, su argumentación no prueba nada.
En definitiva,
el porqué de esta diferencia es muy sencillo. Ellos sólo admiten la Biblia, en
cambio para nosotros, los católicos, la Biblia no es la única fuente de
revelación. Nosotros tenemos la Biblia y la Tradición. Es decir, si una verdad
se ha creído en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta
nuestros días es que es dogma de fe y porque el Pueblo de Dios en su totalidad
no puede equivocarse en materia de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia.
Es el mismo caso de la Asunción de la Virgen a los cielos, que si bien no está
en la Biblia, la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los
primeros tiempos, por lo que se convierte en un dogma de fe. Además esto lo ha
reafirmado la doctrina del Magisterio durante los dos mil de fe de la Iglesia
Católica.
La Tradición de la Iglesia Católica
La Tradición constante de la Iglesia,
que se remonta a los primeros años del cristianismo, confirma la fe en el
Purgatorio y la
conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por
ejemplo, decía: «Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración
llega hasta Dios». Además, el mismo Jesús dice que «aquel que peca contra el
Espíritu Santo, no alcanzará el perdón de su pecado ni en este mundo ni en el
otro» (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que alguna expiación del pecado tiene
que haber después de la muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En
consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación de los
pecados veniales.
El Apóstol Pablo dice, además, que en
el día del juicio la obra de cada hombre será probada. Esta prueba ocurrirá
después de la
muerte: «El fuego probará la obra de cada cual. Si su obra
resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se convierte en cenizas, él
mismo tendrá que pagar. El se salvará pero como quien pasa por el fuego» (1
Cor. 3, 15). La frase: «tendrá que pagar» no se puede referir a la condena del
Infierno, ya que de ahí nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya
que allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la creencia en el
Purgatorio explican y aclaran este pasaje.
Pero, además, en la Biblia se demuestra que ya en el Antiguo Testamento,
Israel oró por los difuntos. Así lo explica el Libro II de los Macabeos (12,
42-46), donde se dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los
combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de sus pecados.
Dice así: «Y rezaron al Señor para que perdonara totalmente de sus pecados a
los compañeros muertos». Y también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice
refiriéndose a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en
aquel día».
Resumiendo, entonces, digamos que con
nuestras oraciones podemos ayudar a los que están en el Purgatorio para que
pronto
puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a Dios.
No obstante, como que en la práctica,
cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar
siempre por
los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y
si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la
Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre
vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar «por el alma
más necesitada del Purgatorio».
Las catacumbas
En las catacumbas o cementerios de
los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que
demuestra
que los cristianos de los primeros siglos ya oraban por sus
muertos. Del siglo II es esta inscripción: «Oh Señor, que estás sentado a la
derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y
proporciónales algún alivio». Tertuliano (año 160-222) dice: «Cada día hacemos
oblaciones por los difuntos». San Juan Crisóstomo (344-407) dice: «No en vano
los Apóstoles introdujeron la conmemoración de los difuntos en la celebración
de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta
fiesta gran provecho y gran utilidad» (Homilía a Filipo, Nro. 4).
Amigos y hermanos míos, creo que les
quedará bien claro este punto tan importante de nuestra fe. Quien se profese
católico no
sólo puede sino que debe orar por sus difuntos
Y aquí cabe una pregunta: ¿Cómo
queremos que nos recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con
o sin
oración?
Por lo menos entre los católicos,
todos dirán que su deseo es que oren por ellos y que se les recuerde con la
Santa Misa, porque
aunque un católico muera con todos los sacramentos, siempre
puede quedar en su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene orar por
ellos. Este es el sentir de la Iglesia Católica desde sus comienzos.
En lo que se refiere al Purgatorio
hay que agregar que no es como una segunda oportunidad para que la persona
establezca una
recta relación con Dios. La conversión y el arrepentimiento
deben darse en esta vida.
Los católicos, pues, no nos
contentamos solamente con cantar alabanzas y glorificar a Dios, sino que
elevamos plegarias a Dios y
a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y con más razón
en los días inmediatos a su muerte.
La oración por los difuntos
Los primeros misioneros que
evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos
lugares, de reunirse
y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve
días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para
acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la
Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2
de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los
cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres
queridos.
Los evangélicos, por lo general, sólo
alaban a Dios por los favores que Dios le concedió al difunto. Pocas son las
sectas que oran
por ellos. En materia doctrinal, hay mucha variedad entre
una secta y otra, ya que, como interpretan la Biblia según su libre albedrío,
cada iglesia y cada persona tienen su propio criterio.
En cambio, entre los católicos
sabemos que cualquier texto de la Escritura no debe ser objeto de
interpretación personal, sino que
la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, nos revela a
través de sus pastores el verdadero sentido de cada texto. Y en este sentido,
el Papa es el garante la verdad revelada, es decir, del depósito de la Fe. Así,
el Papa nos confirma en que nuestra Fe es la misma de los primeros cristianos,
y la misma que perdurará hasta el fin de los tiempos.
Digamos, para terminar, que los
católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber
cristiano que obliga,
especialmente, a los familiares y a los amigos más
cercanos.
Orar por los vivos y por los difuntos
es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus
cuerpos
enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de
ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.
Ente los católicos la tradición
es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno
descanso.
Dice la Liturgia: "dales,
Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna"
Y san Agustín dijo:"Una
lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de
Dios".
Cuestionario:
¿Cuál es la
respuesta protestante al respecto? ¿Cuál es la respuesta católica? ¿Qué
acontece después de la muerte del ser humano? ¿Hay Purgatorio? ¿Que sostiene la
Tradición de la Iglesia Católica? ¿Qué frases, al respecto, hay escritas en las
catacumbas junto a los sepulcros martiriales? ¿Qué día la Iglesia dedica a orar
de forma especial por los difuntos?
Tema
34:
Nuestra
identidad católica
¿Qué son las Iglesias Cristianas?
Iglesias
cristianas son aquellas comunidades de creyentes que aceptan a Jesucristo como
Hijo de Dios y Salvador. Católicos y Evangélicos somos cristianos porque nos
inspiramos en la persona de Cristo.
No son
cristianos, en cambio, los musulmanes fundados por Mahoma, que vivió en el
siglo VI, ya que ven en Jesús sólo a un profeta a quien ponen al mismo nivel de
Moisés o de Mahoma. Tampoco son cristianos los Mormones que no consideran a
Jesucristo como Dios y dan más importancia al Libro del Mormón, escrito por
José Smith en 1827, que a la misma Biblia. (Smith murió linchado por decenas de
maridos traicionados por él, aunque él decía que todo se lo revelaba un ángel
en unas planchas de oro). Tampoco son cristianos quienes ven en Jesús de
Nazaret sólo a un hombre bueno y sabio y no a Cristo el Salvador ungido por
Dios.
El Consejo Mundial
de Iglesias fundado en 1948 acepta como miembros sólo a las comunidades que
aceptan que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que el Hijo de Dios hecho
hombre es Jesucristo como lo atestigua la Biblia. Desde el Concilio Vaticano II
(19621965) la Iglesia Católica coopera en el movimiento ecuménico con las demás
Iglesias Cristianas.
¿Quiénes somos Católicos?
Somos
católicos los que además de ser cristianos aceptamos por el Bautismo ser
miembros de la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
¿Ahora bien ¿Cómo se sabe en la
práctica si uno es o no es católico? La nota más distintiva para saber a qué
Iglesia pertenece una
persona es su adhesión o rechazo al Papa. El católico acepta
al Papa como Vicario de Cristo, como Pastor universal de la Iglesia dejada por
Jesús. Así que un católico unido al párroco, al obispo y al Papa, se sabe
seguro dentro la Iglesia Católica. Los evangélicos rechazan la autoridad del
Papa. Los ortodoxos se llaman católicos pero también rechazan la autoridad del
Papa. Tenemos que orar para que llegue el día y la hora prevista por Dios parar
el feliz reencuentro con la Iglesia Ortodoxa y ojalá también con las
denominaciones evangélicas.
¿Qué es el Ecumenismo?
El Ecumenismo es el movimiento nacido
bajo la acción del Espíritu Santo que busca la unión de los cristianos de
diferentes
iglesias mediante el diálogo teológico, la oración y el
servicio en común a los más necesitados. El católico que se siente seguro de su
Fe puede orar con cristianos de otras Iglesias, pero sin dejarse atropellar.
También puede hacer con ellos obras buenas y practicar la solidaridad con los
más necesitados, pero el diálogo teológico se debe dejar a los especialistas.
El católico debe tratar con respeto a los que tienen otra religión (Col. 4,
5-6) y debe exigir también este mismo respeto. La Iglesia católica mantiene un
diálogo religioso de acercamiento con otras confesiones no cristianas a
condición de que respeten los postulados de nuestra Fe católica y los Derechos
de la persona humana. Hay grupos que manipulan la mente de sus adherentes y los
llevan a acciones antinaturales y de suicido como se ha visto en varios casos
en años recientes.
¿En qué consiste la identidad católica?
1) La
Iglesia Católica fortalece su unidad y resuelve diferencias de opiniones
doctrinales en los Concilios Ecuménicos, según el
modelo de Hechos 15. Los Concilios no deciden simplemente
por presión de la mayoría, sino teniendo en cuenta lo que la Iglesia ha creído
siempre y en todas partes, basándose en la enseñanza y práctica de Jesucristo,
de sus Apóstoles y sucesores más antiguos.
2) La
Iglesia Católica respeta la autoridad del sucesor de Pedro en materia de fe y
disciplina y da importancia central a la caridad
y a la Eucaristía. Ciertas prohibiciones de comidas están
suprimidas en el Nuevo Testamento (Gál. 4, 3-11; 5, 1-5; Col 2, 16; Heb. 13,
9). Los primeros cristianos cambiaron el sábado (del hebreo «shabat», reposo)
por el primer día de la semana, que llamaron Domingo (del latín «Domini dies»,
día del Señor), en el cual empezaron a celebrar la muerte y Resurrección de
Jesús representada en la Ultima Cena (Lc. 22, 14- 20; Hech. 20, 7). El mismo Jesús
daba más importancia al amor al prójimo que a los ayunos y al sábado (ver Mc.
2, 18-22).
3)
La Iglesia Católica tributa devoción, sin adoración a
María, a los santos y a los ángeles. Adorar es reconocer a Dios como
creador, salvador y santificador. Los católicos reconocemos
como Dios solamente al Padre, a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo. Por
ignorancia, los evangélicos acusan erróneamente a la Iglesia de adorar a la
Virgen María, a los santos y a los ángeles. Los católicos vemos en María y
demás santos a cristianos cercanos a nosotros, que nos muestran como seguir a
Jesús y que ruegan a Dios por nosotros. Ellos nos ayudan a alcanzar la
santificación que consiste en la plena unión con Dios y en el amor al prójimo.
Sólo a Dios pedimos que tenga piedad de nosotros.
4)
La fe católica acepta y practica la doctrina social de
la Iglesia. Los obispos unidos al Papa aplican las enseñanzas bíblicas a las
relaciones sociales, ya para una época, ya para un
continente o país, en favor de la liberación de los pobres y oprimidos. Ciertos
cristianos acusan a los obispos de meterse en política. Si bien los obispos no
pueden usar su cargo en favor de un partido político, deben exigir a todas las
autoridades un uso correcto del poder que viene de Dios para servir al bien
común.
En el Credo aprobado en los Concilios
de Nicea y de Constantinopla, mucho antes de la separación de las grandes
Iglesias
cristianas actuales, se resume la identidad de la verdadera
Iglesia diciendo que es Una (unida en su fe y disciplina), Santa (en su
fundador y en su meta, aunque incluye pecadores, aun en sus miembros. Católica
(o abierta a todos) y Apostólica (derivada de los Apóstoles y dedicada al
apostolado).
Algunas consecuencias prácticas
Las Sociedades Bíblicas Unidas se
dedican a traducir la Biblia desde los originales hebreo, arameo y griego y a
editarla barata,
gracias a donaciones. Las ediciones católicas le agregan
notas o explicaciones para evitar interpretaciones que se aparten de la
tradición original. La Iglesia Católica mantiene contacto con las S. B. U. a
través de la Federación Bíblica Católica. «La Biblia de Estudio» es una
traducción de las S. B. U. con notas católicas, que incluye los libros
deuterocanónicos. Ni la Iglesia Católica ni las Sociedades Bíblicas aceptan la
traducción de la Biblia de los Testigos de Jehová (editadas por la Watchtower Bible Association, o
Asociación Bíblica Atalaya), porque adaptan la traducción a sus propias
doctrinas, sin respetar los manuscritos más antiguos que se conservan en las
lenguas originales.
La Iglesia Católica Ortodoxa que se
separó de la Iglesia Católica en el siglo XI conserva la misma doctrina y tiene
sacramentos
válidos, pero no obedece al Papa aunque tiene cada vez
mejores relaciones con la Iglesia Católica. Sin permiso, un católico no puede
comulgar en la misa de ortodoxos ni tampoco recibir los sacramentos en sus
iglesias, aunque reconocemos que sus sacramentos son válidos.
La Iglesia Anglicana, que en Estados
Unidos tomó el nombre de Iglesia Presbiteriana, se originó cuando Enrique VIII,
al no
obtener su
divorcio con Ana Bolena en el siglo XVI, se proclamó jefe de la Iglesia de
Inglaterra, martirizó a los obispos fieles al Papa y ordenó obispos favorables
a él, además de aceptar a otros que se separaron del Papa. La Iglesia Católica
reconoce sólo sacerdotes ordenados por obispos legítimos. Con los anglicanos
tenemos casi la misma doctrina pero aún no podemos compartir los sacramentos.
Hemos de orar a Dios para que pronto se produzca la anhelada unión.
La Iglesia Evangélica Luterana se
separó de la Iglesia Católica cuando Martín Lutero protestó contra la venta de
indulgencias que
hacían Julio II y León X para construir la basílica de San
Pedro en el cerro Vaticano de Roma, y negó obediencia al Papa. Conservó los
sacramentos de bautismo y eucaristía, sin dar a ésta gran importancia; afirmó
que para salvarse basta la sola fe sin las obras buenas y que la fe consiste en
aceptar la sola Escritura sin hacer caso de la Tradición. Los protestantes
fueron invitados al Concilio de Trento, pero se retiraron en la primera sesión
al ver el predominio de la obediencia al Papa y a la Tradición. Los
protestantes niegan obediencia al Papa, y afirman la salvación por la sola fe
(sin las buenas obras mandadas por Jesucristo: ver Mt. 7, 26; Lc 11, 27) y
basada en la sola Biblia (sin la Tradición). Cada protestante interpreta la
Biblia a su modo, generalmente en forma literal o fundamentalista, otras veces
en forma muy liberal y hasta racionalista, sin contar con un Magisterio
público, como el que existe en la Iglesia Católica. Y como dicen que cada fiel
se guía por el Espíritu Santo para interpretar la Biblia, las Iglesias
protestantes se dividen y subdividen por razones doctrinales y también por
cuestiones personales entre los distintos pastores.
Las Iglesias
Pentecostales son movimientos fervorosos que se originan de reavivamientos
espirituales que atribuyen al Espíritu Santo. Hacen una interpretación
protestante de la Biblia, agregan la predicación callejera, el pago del diezmo
a su pastor, lo que les permite multiplicar sus capillas, y la oración con
mucha emoción y expresión corporal, especialmente por los enfermos. A veces
logran sanaciones con las cuales reafirman su fe en el poder de Dios, como si
este poder sólo estuviera en su Iglesia. Cada Iglesia pentecostal es
independiente. Un católico tiene muchos más medios de salvación que un no
católico, pero ambos se pueden salvar, si cumplen sinceramente con lo que manda
su conciencia ( Rom. 2, 12- 24).
El primado de Pedro
Un católico debe aceptar y adherir a
la Iglesia Católica que Jesús fundó. Aceptar a Jesús y renegar de la Iglesia
Católica es
prácticamente separar aquello que Dios ha unido y arrancar
la cabeza del cuerpo.
La Iglesia Católica, a la que tenemos
la dicha de pertenecer, es la única fundada por Cristo hace ya casi dos mil
años, la única que
ha llegado a nosotros sin ninguna interrupción en la
sucesión apostólica, la única que nos ofrece la plenitud de los medios de
salvación dejados por el mismo Jesús.
La Iglesia Católica es la única
fundada sobre Pedro cuando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de
Jonás, porque esto
no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre
que está en el cielo. Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A
ti te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo» (Mt. 16, 19). .
Junto
al mar de Galilea el Señor dijo a Simón: tú
estarás en el timón de la santa Madre Iglesia. Mis
ovejas pastorea con amor y suavidad, me
las vas a pastorear con gran amor y cariño y en
las pruebas y peligros Yo los voy a acompañar. La
sagrada obligación de anunciar a Jesucristo obliga
como hemos visto a todos sin excepción. Cada
uno tiene un don, una gracia y un talento para
que vaya en aumento nuestra católica fe Yo
los acompañaré hasta el final de los tiempos.
Cuestionario
¿Qué son las
Iglesias Cristianas? ¿Qué es la Iglesia Católica? ¿Son cristianos los
musulmanes o los mormones? ¿Qué es el Ecumenismo? ¿Qué diferencia hay entre
Iglesia cristiana no católica e Iglesia Cristiana Católica? Qué es lo
fundamental de la identidad católica? ¿Cuál es el punto clave para distinguir
la Iglesia Católica de la Iglesia Evangélica? ¿Cuál es el servicio a la
identidad católica que presta el Papa en la Iglesia? ¿Cómo nació la Iglesia
Ortodoxa y la Luterana? ¿Qué significa para un católico el primado de Pedro?
Tema
35:
La
creación del mundo y del hombre
Algunos al leer las primeras páginas
de la Biblia, tal vez se pregunten: ¿Cómo se formó este mundo? ¿Cómo surgió la
vida sobre
la tierra? ¿Qué nos la ciencia al respecto? ¿Hay
contradicción entre la Biblia y la ciencia?
Como cristianos creemos que el mundo
y todo lo que en él se contiene, fue creado por Dios y que El es el Ser
Supremo,
inmanente y trascendente; pero, ¿cómo hizo Dios el
mundo?
Durante siglos, la inmensa mayoría de
los creyentes, interpretando literalmente las palabras de la Biblia, pensó que
Dios había
creado todas las cosas desde un comienzo, tal como las vemos
ahora. O sea, que había creado el sol, la luna, las estrellas y los había
puesto cada uno en su lugar para que siguieran dando vueltas en el firmamento.
Se creía también que Dios había hecho los montes, las semillas, las plantas,
los animales y el mismo hombre, tal como los vemos ahora y que cada especie
había tenido descendientes siempre en todo semejantes a sus progenitores.
Esta era una lectura que hoy
llamaríamos «fundamentalista» de la Biblia. Es decir, una lectura que
interpretaba cada frase en
sentido literal y sin atender para nada al estilo literario
que utilizaban los orientales en sus narraciones. Era una lectura sin sentido
crítico ni literario. Y de hecho algunas sectas fundamentalistas siguen aún
esta tendencia y la exigen a sus adeptos. ¿Qué pensar?
Hoy las ciencias humanas han avanzado
mucho y nos aseguran que esos relatos no son históricos en el sentido actual de
la
palabra, sino que son poéticos y nos presentan el relato
bíblico en el marco de una cultura oriental que se expresa preferentemente a
través de signos e imágenes poéticas.
¿Qué nos quiere decir, entonces, la Biblia?
En términos de Fe, lo que la Biblia
nos quiere decir en los primeros capítulos del Génesis es que Dios creó la
materia y que le
comunicó un primer impulso para que ésta, a través de
sucesivas transformaciones acaecidas durante millones de años, generara la
vida, primero la de las plantas, después la de los animales y finalmente la del
ser humano.
O sea que Dios, con su infinito
poder, creó la materia de la nada y le dio su impulso creador para que se fuera
transformando
hasta llegar a ser lo que vemos que es el mundo hoy
día.
Pero además la creación no fue una
cosa del pasado. No fue un hecho que aconteció hace millones de años y que duró
un
instante. La creación fue y sigue siendo. Dios sigue hoy
conservando el mundo y con su divina Providencia lo sigue acompañando hacia su
total plenitud.
Esta interpretación surgió en la
Iglesia a principios de este siglo y se debió principalmente a un hombre
visionario, a un Jesuita
llamado Teilhard de Chardin, quien tuvo la genialidad de
hacer la síntesis entre los avances de la ciencia y la Biblia. Según esta
teoría, entonces, entre la fe y la ciencia no sólo no hay contradicción sino
que una mutua complementación.
¿Cómo se habría formado la tierra?
Hoy la ciencia nos dice que el
universo cambia a cada momento. Que las galaxias se alejan unas de otras a
velocidades de miles
de kilómetros por segundo. Que el universo está en constante
mutación. Y que mientras aparecen mejores telescopios, más el hombre se asombra
de la grandeza del universo y de la pequeñez del planeta Tierra.
La ciencia hoy se inclina por creer
que hace miles de millones de años, la materia de la que están hechos los
astros, los planetas y
la misma Tierra era como una gran masa amorfa, que en un
momento dado experimentó una gran explosión -«big bang» la denominan los
científicos- y de repente se fragmentó en millones de pedazos que se
esparcieron por todo el firmamento. Y después de un larguísimo proceso de
fragmentación y de descenso de las temperaturas que eran de millones de grados,
empezaron a aparecer los astros, los planetas y las estrellas, tal como los
vemos ahora. En un comienzo, entonces, la Tierra formaba parte de aquella gran
masa amorfa de materia y energía que explotó repentinamente y que se disgregó
por el universo. Después aquella masa se fue enfriando y cuando se dieron las
condiciones adecuadas, lentamente a través de millones de años, surgió la vida.
¿Cómo surgió la vida y el ser humano?
Cuando en la Tierra se dieron las
condiciones adecuadas de temperatura, agua y aire, empezaron a aparecer los
primeros seres
vivientes. Primero fue una vida muy primaria y molecular,
después apareció la vida vegetal y finalmente la vida animal. Los seres más
primitivos fueron núcleos celulares. Después de sucesivas transformaciones
aparecieron los nuevos géneros de vida, tanto vegetal como animal. Y así, poco
a poco fueron apareciendo las plantas, los peces y las aves y todos los animales.
Así la vida fue desarrollándose lentamente hasta llegar a ser lo que es
hoy.
La vida, primero en el mar y después
sobre la tierra, surgió tras millones de años de mutaciones y transformaciones.
Los seres
vivientes nacieron, crecieron y fueron adaptándose al medio.
Unos permanecieron en el mar y otros emergieron hacia la tierra y fueron
evolucionando, es decir, se adaptaron al nuevo medio. Y así muchos seres
terrestres, se desarrollaron en el mar durante la primera etapa de su vida y
después, millones de siglos más tarde, emergieron hacia la superficie de la
tierra.
Según esta interpretación, Dios
habría dado a la creación el impulso inicial, y habría fijado las leyes a la
naturaleza , y ésta,
obedeciendo al impulso del Creador en una cadena ininterrumpida
de transformaciones, llegó a generar las diferentes especies de vida -de
plantas, aves, peces y animales- que hoy vemos en nuestro planeta. Y de una de
estas especies, previamente elegida por el Creador, habría salido el «homo
sapiens». Esto es lo que se enseña hoy en cualquier libro de biología sobre el
origen del universo y del hombre. Se enseña que la vida del antepasado del
hombre surgió del mar y que a través de millones de años fue adaptándose a la
tierra, es decir al terreno seco. Se agrega también que primero, el antepasado
del hombre, anduvo en cuatro patas, luego se fue irguiendo de a poco y que
finalmente se irguió y caminó sobre dos pies. También, en colecciones de
cráneos que se han podido recopilar y estudiar, se muestra cómo las formas el
cerebro del hombre fue evolucionando hasta transformarse en el «homo
sapiens».
Ahora bien, en el plano teológico hay
que afirmar que para que el antepasado del hombre pasara del estado de no
-hombre al de
hombre-racional hay que creer que hubo una intervención
especial de Dios.
Cada alma es creada por Dios.
Ya el Papa Pío
XII en la Encíclica «Humani Generis», en 1950, afirmaba que «no era contrario a
la fe reconocer al cuerpo del hombre un origen que podía ser una materia viva,
con tal de mantener que las almas son creadas directamente por Dios, lo que es
compatible con un cierto evolucionismo».
Cabe notar aquí cómo la Iglesia
-Madre y Maestra también en la interpretación de la Biblia- hace hincapié en
que el hombre está
formado de
cuerpo y alma y que el alma no puede ser fruto de esta evolución cíclica sino
que cada alma por ser única e irrepetible es creada directamente por Dios. De
ahí, entonces, la gran diferencia que hay entre el ser humano en relación a los
otros seres vivos de la creación.
La creación del alma, que en definitiva es lo que le da
dignidad al hombre, es una acción directa e inmediata del Creador. Y
cuando un hombre y una mujer se unen para generar una nueva
vida, entonces Dios crea el alma única, inmortal e irrepetible de cada nuevo
ser.
Millones de personas durante siglos han interpretado los
primeros libros del Génesis en forma literal, es decir, pensaron que Dios
creó el mundo en seis días como los nuestros y que todo lo
creó tal cual lo vemos hoy día.
Hoy tenemos nuevos elementos para interpretar cómo surgió
la vida sobre la tierra. Como católicos, entonces, podemos aceptar la
teoría de la evolución, según la cual Dios creó la materia y
le dio el primer impulso creador. Y llegado el momento elegido por el mismo
Dios, y previa una especial intervención suya, crea el alma, y de ahí surge el
ser humano.
Y esta teoría en nada disminuye el poder y la grandeza de
Dios Creador sino todo lo contrario, que más y más lo aumenta ya que
así Dios no
sólo aparece como autor de la materia y del cosmos sino también de las leyes
que rigen el universo. Y es en este contexto que recobra todo su sentido el
texto de San Pablo a los Colosenses (Col. 1, 15- 20), en que aparece la figura
de Cristo Redentor como centro de la creación, quien diviniza a los hombres en
una espiral ascendente hasta la plenitud de su vocación divina. Hizo Dios Nuestro Señor con su gran
sabiduría las estrellas, sol y luna la noche y también el día.
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