miércoles, 3 de septiembre de 2014

Aprende a sufrir

Sin sufrir es imposible comprender verdaderamente la vida
Aprende a sufrir
Aprende a sufrir
Este artículo tiene como finalidad enseñar a los jóvenes a sufrir.

¡Qué raro! ¿No sería mejor y más natural enseñarles a no sufrir?

Todos los jóvenes encuentran diariamente ocasión de sufrimiento en múltiples circunstancias: ansiedades, desganas, monotonía y aburrimiento, violencias y marginaciones, acusaciones injustas, rivalidades, envidias, rencorcillos, desprecios por sus gustos, opiniones y opciones, abusos por parte de los mayores y los más fuertes, horarios fijos, estudios insoslayables, discusiones, insultos, olvidos...

No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien (Rom 12, 21). Este es un principio formativo de valor extraordinario, pero que muy pocas personas saben o quieren utilizar. Tratar de hacer el bien a todos, incluyendo a los que hacen mal, es muy difícil de poner en práctica. ¡Es tan poco razonable!

Devolver bien por mal es un principio cristiano y, como todo lo cristiano, requiere de un modo distinto de razonar. ¿Por qué es tan difícil entender y llevar a la práctica este principio? ¿Por qué es tan difícil llegar a pensar de esta manera?

Para formar en nosotros esta manera de pensar es imprescindible leer mucho el Evangelio y contemplar el ejemplo de su máximo protagonista. Pero, desgraciadamente, los cristianos leemos muy poco el Evangelio y el ejemplo admirable de Cristo nos lo sacudimos con el pretexto de que Él era Dios. ¡Así no se puede!

La dificultad que ofrece la asimilación de este principio se observa fácilmente en la manera espontánea que tienen de reaccionar los jóvenes, y también muchos niños y mayores, cuando se les llama la atención por molestar o insultar a otro... La respuesta es automática y a modo de justificación: ¡él empezó primero!

¡Ya estamos! La venganza hecha razón de proceder. Devolver mal por mal como razón de justicia, como principio de paz.

Cuando noto este tipo de reacciones, mi respuesta es contundente: ¡aguanta!

¿Te parece justo devolver la ofensa y crees que así estáis en paz? NO; la paz se produce si sabes aguantar. La devolución de la ofensa equivale a una declaración de guerra. ¿Para qué se necesita más fuerza, para aguantar o para pelear? ¿Qué es más meritorio?

Los jóvenes sabéis responder perfectamente a estas preguntas. Es más fuerte el que sabe aguantar, el que es capaz de mantener su dignidad a pesar de las circunstancias; es más meritorio el perdón de las ofensas... De todas formas, en cuanto te descuidas, intentas devolver la patada.

Las reacciones instintivas y violentas del amor propio herido son difíciles de controlar, pero la inteligencia percibe el bien: solamente falta encender una chispa de amor, para que la voluntad se lance a realizar ese bien que tanto nos acerca al modo divino de actuar. La voluntad es rígida como el hierro y sólo se puede doblegar a base de calor, de una razón poderosa que emane de la propia capacidad de amar.

Algunas veces se compara la vida humana a la de una planta, que sometida a condiciones favorables, se desarrolla con naturalidad. La vida de las personas no es del todo así. Existe una diferencia sustancial: tenemos inteligencia y libertad. El joven debe entender su propio proceso vital, y debe llegar a querer su propio crecimiento y progreso, la planta no. Y a entender y querer, no se llega sin renunciar, sin dolor, sin sacrificio, sin aguante.

Sin sufrir es imposible comprender verdaderamente la vida. Los que han sufrido por Dios son más humanos, más sencillos, más felices.

Pero el sufrimiento es, en sí, repelente. Sólo hay una manera de sufrir con cierto agrado, con ilusión y con esperanza: sufrir como Jesucristo sufrió y por las razones que Él sufrió. ¿Y si los jóvenes no tienen a Cristo a su alcance?, ¿o si no lo entienden? ¿o si el ambiente en el que se mueven no les ofrece modelos cristianos pacientes, inteligentes y buenos? Están renunciando a formarse con integridad.

Cierto, el sufrimiento vendrá... tendrá que aceptarlo sin remisión, "porque lo digo yo". Tendrá que estudiar o trabajar, le guste o no, sin ninguna motivación interior. Aprenderá sin saber por qué. Conocerá muchas cosas, pero... nunca sabrá las dimensiones de la mente propia y del propio corazón. Aprenderá a curar a los demás, pero no a sí mismo. Aprenderá a cobrar por el trabajo, pero no hará un solo mérito ante Dios. De esta manera no llegará a saber jamás lo que es integridad.

¿Qué moderna medicina le curará del sentimiento de impotencia o tristeza? ¿Qué invento mitigará la soledad del alma y del corazón, fuera de la televisión, la música, la computadora o el alcohol y las drogas?

Hay que aprender a hacer méritos ante Dios. Si sólo hacemos lo que nos parece, nos apetece, nos conviene o manda la autoridad, ¿dónde queda el mérito personal?

Hay que formar la mente y el corazón para captar lo que Dios quiere, y la libertad individual para llevarlo a la práctica con la certeza de estar realizando lo mejor.

Si yo te digo: "Sé agradecido con el que te hace algún favor"; "ten cuidado y sólo presta tus cosas a los amigos"; "haz una visita a tu amigo enfermo ya que él fue a verte cuando estabas en el hospital"... estoy dentro de la normalidad.

Pero si te digo: "cuando te acusen o te pongan una zancadilla aprovecha para demostrar que eres fuerte y capaz de aguantarte las ganas de tomar venganza"; "cuando te insulten, pregunta por qué, pero perdónales y no te rebajes haciendo lo mismo que ellos"; "si te desprecian, aprovecha el momento oportuno para darles la mano"; "en casa, no te canses de hacer favores sin reclamar nada a cambio"...

Para algunos, este modo de pensar parece una imbecilidad, pero para Jesucristo no. Jesús tiene otros modos de pensar y actuar y nos los propone para llegar con mayor rapidez a la felicidad.

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