lunes, 30 de junio de 2014

Papa Francisco I: “Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres”

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Papa Francisco: “Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres”
El papa Francisco ha señalado que los comunistas han robado a la Iglesia Católica la causa o “la bandera de los pobres”, que a su juicio “es cristiana” puesto que se sitúa en el centro del Evangelio desde hace veinte siglos.
“Los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana (…). Los comunistas dicen que todo esto (la pobreza) es algo comunista. Sí, claro, ¿cómo no?…Pero veinte siglos después (de la escritura del Evangelio). Cuando ellos hablan nosotros podríamos decirles: ¡Pero si sois cristianos!”, dijo.
En estos términos se expresó el pontífice en una entrevista publicada hoy por el rotativo italiano “Il Messaggero”, en la que repasa temas como la política, la caída de la natalidad en Europa, el papel de la mujer en el seno de la Iglesia Católica o la explotación infantil.
El papa recordó sus años en Buenos Aires y aseguró haber sentido “dolor” cuando le advirtieron de que había niñas de 12 años que se prostituían en sus calles.
“Me informé y efectivamente era así. Me provocó dolor. Pero más me dolió ver cómo vehículos de gran cilindrada conducidos por ancianos se detenían ante las niñas para pagarlas 15 pesos que usaban para comprar residuos de droga (…). Para mi esos ancianos también son pederastas”, afirmó.
Asimismo mostró su preocupación por la caída de la natalidad en Europa, un continente que, a su juicio, parece haberse “cansado de ejercer de madre y prefiere hacer de abuela“.
“El otro día leía una estadística sobre los criterios de compra de la población a nivel mundial. A la alimentación, la vestimenta y la medicina le seguían la cosmética y los gastos para los animales”, señaló.
Dicha estadística le valió al obispo de Roma para señalar que la caída de la natalidad y el alza en la manutención de mascotas se produce porque “la relación afectiva con los animales es más fácil y mayormente programable” puesto que “no son libres“, mientras que tener un hijo es “algo complejo”.
Por otro lado, Francisco reconoció que el papel de la mujer -”la cosa más bella que Dios ha hecho”- en el seno de la Iglesia no ocupa el lugar que le corresponde aunque aseguró que actualmente la Iglesia trabaja sobre la teología de la mujer.
Bergoglio, además, volvió a señalar la decadencia actual de la política, “arruinada” por la corrupción y los escándalos económicos.
“La corrupción, desgraciadamente, es un fenómeno mundial. Hay jefes de estado encarcelados por esta cuestión. He reflexionado mucho y he llegado a la conclusión de que muchos males crecen, sobre todo, en épocas de cambio”, refirió.
Y es que, según el papa, “nos es que nos encontremos en una época de cambios”, sino en “un cambio de época” que “alimenta la decadencia moral, no solo política, sino también en el ámbito financiero o social”.
Además habló de Roma, una ciudad que desconoce.
“Yo no conozco Roma. La primera vez que he visto la Capilla Sixtina fue cuando participé en el cónclave que eligió a Benedicto XVI (2005). Ni siquiera he estado en los Museos Vaticanos. Lo cierto es que, cuando era cardenal, no venía con demasiada frecuencia”, recordó.
Sobre sus reformas en el interior de la Iglesia, como el consejo de ocho cardenales encargado de la reforma de la Curia, el papa aseguró seguir las peticiones que los purpurados realizaron durante las congregaciones generales previas al cónclave del año pasado.
“Mis decisiones son fruto de las reuniones pre-cónclave. No he hecho nada solo”, reconoció.

Papa Francisco I: el dinero ni salva ni da la felicidad


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Papa Francisco en la Misa de Santa Marta, viernes 20 septiembre 2013: el dinero ni salva ni da la felicidad
El dinero enferma el pensamiento y la fe y nos hace ir por otro camino. Lo dijo el Papa Francisco en la Misa de esta mañana en la Casa de Santa Marta. El Papa subrayó que, de la idolatría del dinero, nacen males como la vanidad y el orgullo que nos vuelven “maníacos de cuestiones ociosas”. 
“No se puede servir a Dios y al dinero”. El Pontífice desarrolló su homilía partiendo de las palabras de San Pablo sobre la relación “entre el camino de Jesucristo y el dinero”. Hay algo “en la actitud de amor hacia el dinero – observó – que nos aleja de Dios”. Hay “tantas enfermedades, tantos pecados, pero Jesús – continuó el Santo Padre – sobre esto subraya tanto”: “la avidez del dinero, de hecho, es la raíz de todos los males”. Posesionados por “este deseo”, constató el Papa, “algunos se han desviado de la fe y se han procurado muchos tormentos”. Y con amargura el Obispo de Roma aseguró: “Es tan grande el poder del dinero, que te hace también desviar de la fe”, es más “te quita la fe: la debilita y tú la pierdes!”:
“El dinero también enferma el pensamiento, también enferma la fe y la hace ir por otro camino. Estas palabras ociosas, discusiones inútiles… Y va más adelante… De eso nacen las envidias, los litigios, las maledicencias, las sospechas, los conflictos de hombres corruptos en la mente y privados de la verdad, que consideran a la religión como una fuente de lucro. ‘Yo soy católico, yo voy a la Misa, porque aquello me da un cierto estatus. Soy bien considerado… Pero por debajo me ocupo de mis intereses, ¿no? Soy un cultor del dinero. Y a este punto dice una palabra, que encontramos tan, tan frecuentemente en los periódicos: ‘Hombres corruptos en la mente’. ¡El dinero corrompe! No hay escapatoria”.
Si eliges “el camino del dinero”, advirtió el Papa, “al final serás un corrupto”. El dinero, continuó, “tiene esta seducción de hacerte resbalar lentamente en tu propia perdición”. Francisco hizo notar que “Jesús es muy enérgico” sobre este argumento:
“‘No puedes servir a Dios y al dinero’. No se puede: ¡o uno o el otro! ¡Esto no es comunismo, eh! ¡Esto es Evangelio puro! ¡Estas son las palabras de Jesús! ¿Qué cosa sucede con el dinero? Al inicio el dinero te ofrece un cierto bienestar. Está bien, luego te sientes un poco importante y viene la vanidad. Lo hemos leído en el Salmo cuando aparece esta vanidad. Esta vanidad que no sirve, pero tú te sientes una persona importante: esa es la vanidad. Y de la vanidad a la soberbia, al orgullo. Hay tres escalones: la riqueza, la vanidad y el orgullo”.
“¡Ninguno – recordó el Papa – puede salvarse con el dinero!”. Sin embargo, observó, “el diablo toma siempre este camino de tentaciones: la riqueza, para sentirte autosuficiente; la vanidad, para sentirte importante; y, al final, el orgullo, la soberbia: es precisamente su lenguaje la soberbia”:
“‘Pero, Padre, yo leo los Diez Mandamientos y ninguno habla mal del dinero. Contra cuál Mandamiento se peca cuando uno comete una acción por el dinero’”. ¡Contra el primero! ¡Pecas de idolatría! He aquí el por qué: ¡porque el dinero se convierte en ídolo y tú le rindes culto! Y por esto Jesús nos dice que no puedes servir al ídolo dinero y al Dios Viviente: o a uno o al otro. Los primeros Padres de la Iglesia – hablo del siglo III, más o menos el año 200, el año 300 – decían una palabra fuerte: ‘El dinero es el estiércol del diablo’. Y es así, porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo y nos hace maníacos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe, corrompe’”.
San Pablo, agregó el Papa, nos dice evitar estas cosas, y tender “a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad”. Y también a la paciencia, “contra la vanidad y el orgullo” y “a la docilidad”. Este, afirmó el Papa Francisco, es “el camino de Dios, no aquel del poder idólatra que puede darte el dinero”. La humildad es “el camino para servir a Dios”. “Que el Señor – concluyó el Obispo de Roma – nos ayude a todos a no caer en la trampa de la idolatría del dinero”.

En español, homilía Papa Francisco I Fiesta de San Pedro y de San Pablo, Día del Papa

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En español, homilía Papa Francisco Fiesta de San Pedro y de San Pablo, Día del Papa
En la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos principales de Roma, acogemos con gozo y reconocimiento a la Delegación enviada por el Patriarca Ecuménico, el venerado y querido hermano Bartolomé, encabezada por el metropolita Ioannis. Roguemos al Señor para que también esta visita refuerce nuestros lazos de fraternidad en el camino hacia la plena comunión, que tanto deseamos, entre las dos Iglesias hermanas.
«El Señor ha enviado su ángel para librarme de las manos de Herodes» (Hch 12,11). En los comienzos del servicio de Pedro en la comunidad cristiana de Jerusalén, había aún un gran temor a causa de la persecución de Herodes contra algunos miembros de la Iglesia. Habían matado a Santiago, y ahora encarcelado a Pedro, para complacer a la gente. Mientras estaba en la cárcel y encadenado, oye la voz del ángel que le dice: «Date prisa, levántate… Ponte el cinturón y las sandalias… Envuélvete en el manto y sígueme» (Hch 12,7-8). Las cadenas cayeron y la puerta de la prisión se abrió sola. Pedro se da cuenta de que el Señor lo «ha librado de las manos de Herodes»; se da cuenta de que Dios lo ha liberado del temor y de las cadenas. Sí, el Señor nos libera de todo miedo y de todas las cadenas, de manera que podamos ser verdaderamente libres. La celebración litúrgica expresa bien esta realidad con las palabras del estribillo del Salmo responsorial: «El Señor me libró de todos mis temores».
Aquí está el problema para nosotros, el del miedo y de los refugios pastorales.
Nosotros -me pregunto-, queridos hermanos obispos, ¿tenemos miedo?, ¿de qué tenemos miedo? Y si lo tenemos, ¿qué refugios buscamos en nuestra vida pastoral para estar seguros? ¿Buscamos tal vez el apoyo de los que tienen poder en este mundo? ¿O nos dejamos engañar por el orgullo que busca gratificaciones y reconocimientos, y allí nos parece estar a salvo? ¿Queridos hermanos obispos, dónde ponemos nuestra seguridad?
El testimonio del apóstol Pedro nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación mundana. Hoy, el Obispo de Roma y los demás obispos, especialmente los Metropolitanos que han recibido el palio, nos sentimos interpelados por el ejemplo de san Pedro a verificar nuestra confianza en el Señor.
Pedro recobró su confianza cuando Jesús le dijo por tres veces: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15.16.17). Y, al mismo tiempo él, Simón, confesó por tres veces su amor por Jesús, reparando así su triple negación durante la pasión. Pedro siente todavía dentro de sí el resquemor de la herida de aquella decepción causada a su Señor en la noche de la traición. Ahora que él pregunta: «¿Me amas?», Pedro no confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino en Jesús y en su divina misericordia: «Señor, tú conoces todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Y aquí desaparece el miedo, la inseguridad, la pusilanimidad.
Pedro ha experimentado que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras infidelidades y más fuerte que nuestras negaciones. Se da cuenta de que la fidelidad del Señor aparta nuestros temores y supera toda imaginación humana. También hoy, a nosotros, Jesús nos pregunta: «¿Me amas?». Lo hace precisamente porque conoce nuestros miedos y fatigas. Pedro nos muestra el camino: fiarse de él, que «sabe todo» de nosotros, no confiando en nuestra capacidad de serle fieles a él, sino en su fidelidad inquebrantable. Jesús nunca nos abandona, porque no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Es fiel. La fidelidad que Dios nos confirma incesantemente a nosotros, los Pastores, es la fuente de nuestra confianza y nuestra paz, más allá de nuestros méritos. La fidelidad del Señor para con nosotros mantiene encendido nuestro deseo de servirle y de servir a los hermanos en la caridad.
El amor de Jesús debe ser suficiente para Pedro. Él no debe ceder a la tentación de la curiosidad, de la envidia, como cuando, al ver a Juan cerca de allí, preguntó a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21). Pero Jesús, frente a estas tentaciones, le respondió: «¿A ti qué? Tú, sígueme» (Jn 21,22). Esta experiencia de Pedro es un mensaje importante también para nosotros, queridos hermanos arzobispos. El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: «Sígueme». No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia del Bautismo y la Ordenación. Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives, día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. Tú, sígueme.

Oración para el V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús

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Oración para el V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús
Dios, Padre nuestro,
te alabamos y te bendecimos,
porque nos concedes la gracia de celebrar
el V centenario del nacimiento
de Santa Teresa de Jesús.

Señor Jesucristo, “amigo verdadero”,
ayúdanos a crecer en tu amistad,
para que, como Teresa, hija de la Iglesia,
demos testimonio de tu alegría ante el mundo,
atentos a las necesidades
de la Humanidad.

Espíritu Santo,
ayúdanos a avanzar,
“con limpia conciencia y humildad”,
en el camino de la vida interior,
cimentados en la verdad,
con renovado desprendimiento,
y amor fraterno incondicional.

Como Teresa de Jesús,
maestra de espiritualidad,
enséñanos a orar de todo corazón:
“Vuestra soy, Señor, para Vos nací
¿qué mandáis hacer de mí? Amén.

Si el nombre es “cristiano”, el apellido es “pertenezco a la Iglesia”


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy hay otro grupo de peregrinos conectados con nosotros en el Aula Pablo VI. Son peregrinos enfermos. Porque con este tiempo, entre el calor y la posibilidad de lluvia, era más prudente que ellos permanecieran allí. Pero ellos están conectados con nosotros a través de una pantalla gigante. Y así, estamos unidos en la misma Audiencia. Y todos nosotros hoy rezaremos especialmente por ellos, por sus enfermedades. Gracias.
En la primera catequesis sobre la Iglesia, el miércoles pasado, comenzamos por la iniciativa de Dios que quiere formar un Pueblo que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Empieza con Abraham y luego, con mucha paciencia – y Dios tiene, tiene tanta- con tanta paciencia prepara este Pueblo en la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre nosotros (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen gentium, 1). Hoy vamos hacer hincapié en la importancia que tiene para el cristiano pertenecer a este Pueblo. Hablaremos de la pertenencia a la Iglesia.
Papa Francisco audiencia general
1. Nosotros no estamos aislados y no somos cristianos a título individual, cada uno por su lado, no: ¡nuestra identidad cristiana es pertenencia! Somos cristianos porque nosotros pertenecemos a la Iglesia. Es como un apellido: si el nombre es “Yo soy cristiano”, el apellido es: “Yo pertenezco a la Iglesia.” Es muy bello ver que esta pertenencia se expresa también con el nombre que Dios se da a sí mismo. Respondiendo a Moisés, en el maravilloso episodio de la “zarza ardiente” (cf. Ex 3,15), de hecho, se define como el Dios de tus padres, no dice yo soy el Omnipotente, no: yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. De este modo, Él se manifiesta como el Dios que ha establecido una alianza con nuestros padres y se mantiene siempre fiel a su pacto, y nos llama a que entremos en esta relación que nos precede. Esta relación de Dios con su Pueblo nos precede a todos nosotros, viene de aquel tiempo.
2. En este sentido, el pensamiento va primero, con gratitud, a aquellos que nos han precedido y que nos han acogido en la Iglesia. ¡Nadie llega a ser cristiano por sí mismo! ¿Es claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se hacen cristianos en laboratorio. El cristiano es parte de un Pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un Pueblo que se llama Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano el día del Bautismo, se entiende, y luego en el recorrido de la catequesis y tantas cosas. Pero nadie, nadie, se hace cristiano por sí mismo. Si creemos, si sabemos orar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si nos sentimos cerca y lo reconocemos en nuestros hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y luego nos la han transmitido, la fe la hemos recibido de nuestros padres, de nuestros antepasados y ellos nos la han enseñado. Si lo pensamos bien, ¿quién sabe cuántos rostros queridos nos pasan ante los ojos, en este momento? Puede ser el rostro de nuestros padres que han pedido el bautismo para nosotros; el de nuestros abuelos o de algún familiar que nos enseñaron a hacer la señal de la cruz y a recitar las primeras oraciones. Yo recuerdo siempre tanto el rostro de la religiosa que me ha enseñado el catecismo y siempre me viene a la mente – está en el cielo seguro, porque es una santa mujer – pero yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta religiosa – o el rostro del párroco, un sacerdote o una religiosa, un catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho crecer como cristianos. Pues bien, ésta es la Iglesia: es una gran familia, en la que se nos recibe y se aprende a vivir como creyentes y discípulos del Señor Jesús.
3. Este camino lo podemos vivir no solamente gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia no existe el “hazlo tú solo”, no existen “jugadores libres”. ¡Cuántas veces el Papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un “nosotros” eclesial! A veces sucede que escuchamos a alguien decir: “yo creo en Dios, creo en Jesús, pero la Iglesia no me interesa”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Y esto no está bien. Existe quién considera que puede tener una relación personal directa, inmediata con Jesucristo fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía Pablo VI, dicotomías absurdas. Es verdad que caminar juntos es difícil y a veces puede resultar fatigoso: puede suceder que algún hermano o alguna hermana nos haga problema o nos de escándalo. Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a personas humanas, a todos nosotros, a testigos; y es en nuestros hermanos y en nuestras hermanas, con sus virtudes y sus límites, que viene a nosotros y se hace reconocer. Y esto significa pertenecer a la Iglesia. Recuérdenlo bien: ser cristianos significa pertenencia a la Iglesia. El nombre es “cristiano”, el apellido es “pertenencia a la Iglesia”.
Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer jamás en la tentación de pensar que se puede prescindir de los otros, de poder prescindir de la Iglesia, de podernos salvar solos, de ser cristianos de laboratorio. Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos; no se puede amar a Dios fuera de la Iglesia; no se puede estar en comunión con Dios sin estar en comunión con la Iglesia; y no podemos ser buenos cristianos sino junto a todos los que tratan de seguir al Señor Jesús, como un único Pueblo, un único cuerpo y esto es la Iglesia. Gracias.

¿Por qué el Verbo se hizo carne?


pobre y alianzaEstos cuatro aspectos pueden servir de respuesta a esta pregunta, en mi opinión, esencial:

1) El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios:

Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). “El Padre envió a su Hijopara ser salvador del mundo“ (1 Jn 4, 14). “Él se manifestó para quitar los pecados” (1 Jn 3, 5):
«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B).

2) El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él“ (1 Jn 4, 9). Porque tanto amó Dios al mundoque dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna“ (Jn 3, 16).

3) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad:

Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí… “(Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, infica: “Escuchadle” (Mc 9, 7; cf.Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

4) El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina (2 P 1, 4):


Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1).
Por último recordar que en un himno muy antiguo citado ya por san Pablo se cantaba el misterio de la Encarnación de Dios en estos términos:
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-8)
Igualmente en la carta a los Hebreos se habla de este mismo misterio de fe esencial:
«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).
En definitiva, la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: “Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios“ (1 Jn 4, 2). Esta es la alegre convicción que desde sus comienzos la iglesia primitiva cantaba: “Él ha sido manifestado en la carne” (1 Tm 3, 16).

Jesús no era un moralista, un negociante o un guerrillero, Jesús es el Buen Pastor y por eso la gente lo sigue


La gente sigue a Jesús porque reconoce que es el Buen Pastor. Lo subrayó el Papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa en la Casa de Santa Marta. El Papa advirtió del peligro de los que reducen la fe a moralismo, siguen una liberación política o buscan acuerdos con el poder.
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¿Por qué la gente seguía a Jesús? Es la pregunta con la que el Papa Francisco desarrolló su homilía centrada en el pueblo y en la enseñanza del Señor. Jesús, señaló, fue seguido por la multitud porque “estaban admirados por su enseñanza”, “sus palabras maravillaban su corazón y se asombraban de encontrar algo tan bueno y grande”. Los otros en cambio “hablaban, pero no llegaban a la gente”. El Papa, enumeró cuatro grupos de personas que hablaban en la época de Jesús: en primer lugar, los fariseos. Estos, dijo, “hacían del culto de Dios, de la religión, una serie de mandamientos, y de los diez que había hacían más de trescientos”. Cargaban “este peso” sobre los hombros de la gente. Era, añadió el Papa, “una reducción de la fe en el Dios vivo a la ¡casuística!”. Y había también “contradicciones de la casuística más cruel”.
“Pero tienes que cumplir – por ejemplo – el cuarto mandamiento; “¡Sí, sí, sí ‘; “Hay que dar de comer a tu padre anciano, a tu anciana madre! ‘; “¡Sí, sí, sí”; “Pero como usted sabe, yo no puedo hacerlo, porque he dado mi dinero al templo!”; ‘¿Usted no lo hace? ¡Sus padres mueren de hambre! Es así: contradicciones de la casuística más cruel. ¡El pueblo los respetaba, porque la gente es respetuosa. Los respetaba, pero no los escuchaban! Se iban…”
Otro grupo, dijo, era aquel de los Saduceos. “Estos – observó – no tenían fe, ¡habían perdido la fe! Hacían su oficio religioso en el camino de los acuerdos con los poderes: los poderes políticos, los poderes económicos. “Eran hombres de poder”. Un tercer grupo, prosiguió, “era aquel de los revolucionarios”, o bien, los zelotas que “querían hacer la revolución para liberar al pueblo de Israel de la ocupación romana”. Pero el pueblo, notó Francisco, “tiene buen sentido y sabe distinguir cuando la fruta está madura y cuando ¡no hay!. ¡Y no los seguía!”. El cuarto grupo, afirmó pues, era de “gente buena: se llamaban los Esenios”. Eran monjes que consagraban su vida a Dios. Aun así, advirtió, “ellos estaban lejos del pueblo y el pueblo no podía seguirlos”.
Estas, afirmó el Pontífice, “eran las voces que llegaban al pueblo y ninguna de estas voces tenía la fuerza de enardecer el corazón del pueblo”. “¡Pero Jesús sí! Las multitudes -explicó el Papa- estaban asombradas: oían a Jesús y su corazón ardía; el mensaje de Jesús llegaba al corazón!”. Jesús, reiteró Francisco, “se acercaba al pueblo”, “sanaba el corazón del pueblo”, comprendía las dificultades. Jesús, dijo aún el Papa, “no tenía vergüenza de hablar con los pecadores, iba a encontrarlos”, Jesús “sentía gozo, le daba gusto ir con su pueblo”. Y esto porque Jesús es “el Buen Pastor”: las ovejas oyen su voz, y lo siguen.
“Es por esta razón que la gente seguía a Jesús, porque era el Buen Pastor. No era ni un fariseo casuístico moralista, ni un saduceo que hacía negocios sucios con los políticos y los poderosos, ni un guerrillero que buscase la liberación política de su pueblo, ni un contemplativo del monasterio. ¡Él era un pastor! Un pastor que hablaba la lengua de su pueblo, lo entendían, decía la verdad, las cosas de Dios: ¡no negociaba nunca las cosas de Dios! Sino que las decía de tal manera, que la gente amaba las cosas de Dios. Por esto lo seguían”.
“Jesús – prosiguió Francisco – nunca se alejó de la gente y nunca se apartó de su Padre”. Jesús, afirmó el Papa, “estaba muy unido con el Padre: ¡Él era uno con el Padre!”, y por esto estaba “muy cercano a la gente”. Él “tenía esta autoridad y por esto el pueblo lo seguía”. El Papa ha invitado a contemplar a Jesús, el Buen Pastor porque Él nos hará pensar a quien nos gusta seguir.
“¿A mí, a quién me gusta seguir? ¿A los que me hablan de cosas abstractas o de casuísticas morales; aquellos que se hacen llamar del pueblo de Dios, pero no tienen fe y lo negocian todo con los poderes políticos y económicos; aquellos que siempre quieren hacer cosas extrañas, cosas destructivas, las llamadas guerras de liberación, pero que al final no son los caminos del Señor; o un contemplativo apartado? ¿A mí, a quién me gusta seguir?”
“Que esta pregunta – concluyó el Papa – nos haga llegar a la oración y pedir a Dios, al Padre, que nos acerque a Jesús para seguir a Jesús, para ser sorprendidos por lo que Jesús nos dice”.

Fortalecimiento del espíritu



*

- La oración de Jesús en lo cotidiano aflora por sí sola apareciendo y desapareciendo, aunque a veces me parece algo ajeno, no me puedo concentrar. ¿Por qué a veces tengo tan poca atención?
Esto tiene que ver con la naturaleza de la mente, que es en extremo difícil de domesticar, como siempre comentan los hermanos de Filocalia.
Recuerda que la mente va reflejando por una parte lo percibido, y por la otra lo va modificando según sus deseos o intereses, generando la divagación. Es parte de su función como órgano del cuerpo.
Es variada la tarea de la mente. Lo percibido es ordenado e integrado al conjunto de los contenidos mentales, según lo que diga el deseo o los intereses situacionales. Por ejemplo… Si alguien tiene frío y hambre todo lo percibido será en función de esa necesidad, y por lo tanto observará un mundo diferente de aquel que, aun viendo los mismos objetos, no padece ese dolor.
- Si el cuerpo tiene tanta importancia en el funcionamiento de la mente… una persona enferma con dolencias importantes, no podría tener una mente despejada y libre. Y sin embargo, sabemos que hay muchas personas, por ejemplo santos que, estando incluso muy enfermos, pueden “contemplar”, atender a la presencia.
- Claro que sí. En el caso de ellos el espíritu ha logrado un grado importante de independencia del cuerpo y, por ende, también de la mente.
El fortalecimiento del espíritu de la persona es una tarea ascética que demanda cierto fuerte propósito, además de la gracia de Dios que asista con ese don. La importancia del cuerpo o la mente va disminuyendo proporcionalmente a la fuerza y a la fe del espíritu.
¿Cómo se fortalece el espíritu? Es un hermoso tema… Principalmente, aprendiendo a no identificarse con las reacciones automáticas inconvenientes. Este no-reaccionar, como hemos dicho en varios posts, es la clave del crecimiento espiritual y de la independencia.
En pasos posteriores se aprende a permanecer ajeno a los movimientos mentales reactivos también, y cuando esto sucede, es decir, cuando la mente es ignorada con frecuencia, tiende a silenciarse.
Ese silencio mental… ¿no vendría de una purificación interior? ¿Se puede fortalecer el espíritu aunque la mente esté en muchos sitios, dispersa?
- Todo está concatenado, enlazado. La purificación interior, entendida como una disminución de los deseos más groseros y una unificación del propósito en Dios, sin duda que contribuye al silencio mental.
Respecto a que si la mente está en muchos sitios… eso tiene que ver también con lo reactivo, con deseos, con temores, y se puede ir mejorando a través de lo que sugiero. Laoración de Jesús cumple un papel fundamental. Quiero darte un ejemplo sobre esto de la mente:
Mira, si hay algo no resuelto la mente lo registra como tensión mental, que se verá reflejado también como tensión corporal. Como esta tensión no conviene al organismo, la mente se va a elaborar respuestas al tema que la inquieta, pretendiendo encontrar un camino para la distensión.
Los divagues tendrán que ver con ese tema. Entonces la mente va y viene tratando de resolver aquella cuestión y etc. Así con cualquier tema que no le quede perfecto (a la mente).
Por eso, la solución real y práctica es la fe profunda en Dios. De otro modo nunca se acallará la mente, porque siempre tendrá alguna cosa que no sea como ella quiere.
Pedimos que Dios nos dé esa fe profunda en Él, y nosotros podemos ayudar advirtiendo las evidencias que nos muestran la presencia en todas las cosas, repasando los hechos de la vida, viendo como todo sucede para bien.
No siempre vemos que todo sucede para bien, a veces lo vemos a largo plazo.
- Así es. Luego caemos en cuenta de muchas cosas. Pero me interesaba si podías ver con claridad este mecanismo de la mente, que tiende a darle vueltas a lo que no está integrado, a lo que la molesta. De ese modo podemos “seguirle el paso” y ganarle de mano (sonrío).
Por ejemplo, ¿has visto cómo, cuando hay una reunión prevista sobre algo que a uno le interesa, la mente da vueltas y vueltas en torno a ella, buscando atrapar lo que sucederá, prever respuestas, etc.?
Bien… Ese sería un caso en el cual el mecanismo protector de la mente, se excede en su función. Porque habrá veces en las que ya hemos planificado lo por decir, nuestra postura, etc. Y sin embargo, sigue la mente ocupada en el tema, días antes de la reunión consumiendo energía.
Bien, confiar en Dios una vez que uno ya hizo lo que le tocaba, y dedicar la mente a la oración cada vez que se presente el divague, con ello se fortalece el espíritu en gran forma.
Entiendo que ponerse en manos de Dios soluciona el problema, pero eliminar ese mecanismo de la mente que intenta suprimir lo que le molesta es más difícil. Hay cosas inevitables en las que la mente también juega un papel protector….
- Claro que sí. Es un mecanismo muy útil en ciertas situaciones. Pero eso no nos trae problema. Es cuando la mente hace ruido sin necesidad, o fuera de momento, lo que nos molesta.
Al final Dios aprieta pero no ahoga. Y la oración ayuda.
- Sin duda que la oración ayuda. Y a esta altura de mi vida (sonrío) no estoy seguro, creo que nosotros nos apretamos con nuestro modo de vivir y encarar las cosas, y es Él el que nos viene a aflojar las manos.
Todos nacemos a un mundo social ya construido con sus cosas y leyes y problemas, y eso influye mucho y Dios lo permite, sin duda.
Entender Sus razones para muchas cosas, es un propósito que dejé hace mucho tiempo. Nuestra mente no puede abarcar Su plan de salvación.

Para comunicar su tierno amor de Padre al hombre, Dios necesita que el hombre se haga pequeño


Para comunicar su tierno amor de Padre al hombre, Dios necesita que el hombre se haga pequeño. Es el pensamiento que Papa Francisco desarrolló en la homilía de la Misa matutina presidida en la Casa de Santa Marta, en el día en que la Iglesia celebra al Sagrado Corazón de Jesús.Papa Francisco audiencia general
No espera sino “da”, no habla sino “reacciona”. No hay sombra de pasividad en el modo en que el Creador entiende el amor por sus criaturas. Papa Francisco lo explica al comienzo de una homilía en la cual se centra en el Corazón de Jesús celebrado en la liturgia. Dios, afirmó, “nos da la gracia, la alegría de celebrar en el corazón de su Hijo las grandes obras de su amor. Podemos decir que hoy es la fiesta del amor de Dios en Jesucristo, el amor de Dios por nosotros, el amor de Dios en nosotros”:
“Hay dos aspectos de amor. En primer lugar, el amor está más en el dar que en el recibir. El segundo aspecto: el amor está más en las obras que en las palabras. Cuando decimos que está más en dar que en recibir, es que el amor se ‘comunica’: siempre comunica. Es recibido por la persona amada. Y cuando decimos que está más en los hechos que en las palabras: el amor siempre da vida, hace crecer”.
Pero para “comprender el amor de Dios”, el hombre tiene necesidad de buscar una dimensión inversamente proporcional a la inmensidad: es la pequeñez, dice el Papa, “la pequeñez del corazón”. Moisés, recuerda, explica al pueblo judío que ha sido elegido por Dios porque era “el más pequeño de todos los pueblos”. Mientras Jesús en el Evangelio alaba al Padre “porque ha escondido las cosas divinas a los sabios y las ha revelado a los pequeños”. Así, observa Papa Francisco, lo que Dios busca en el hombre es una “relación de papá-hijo”, lo “acaricia”, le dice: “yo estoy contigo”:
“Esta es la ternura del Señor, en su amor; esto es aquello que Él nos comunica, y da fuerza a nuestra ternura. Pero si nosotros nos sentimos fuertes, no experimentaremos nunca la caricia del Señor, ‘las’ caricias del Señor, tan bellas … tan hermosas. ‘No temas, Yo estoy contigo, te llevo de la mano’… Son todas palabras del Señor que nos hacen comprender ese misterioso amor que Él tiene por nosotros. Y cuando Jesús habla de sí mismo, dice: ‘Yo soy manso y humilde de corazón’. También Él, el Hijo de Dios, se abaja para recibir el amor del Padre”.
Otro signo particular del amor de Dios es que Él nos amó a nosotros “primero”. Él está siempre “primero que nosotros”, “Él está esperando por nosotros”, asegura Papa Francisco, que termina pidiendo a Dios la gracia “de entrar en este mundo tan misterioso, sorprendernos y tener paz con este amor que se comunica, que nos da alegría y nos lleva por el camino de la vida como a un niño, de la mano”:
“Cuando llegamos, Él está. Cuando lo buscamos, Él nos ha buscado antes. Él siempre está adelante nuestro, nos espera para recibirnos en su corazón, en su amor. Y estas dos cosas pueden ayudarnos a comprender este misterio de amor de Dios con nosotros. Para expresarse necesita de nuestra pequeñez, de nuestro abajamiento. Y, también, necesita nuestro asombro cuando lo buscamos y lo encontramos ahí, esperándonos”.