Como Jesús, que fue enviado a evangelizar a los pobres (cfr. Lc 4, 18).
Los detalles que señala San Lucas: sábado, la sinagoga, Jesús ofreciéndose a hacer la lectura, entrega del rollo del profeta Isaías, búsqueda de un texto concreto, proclamación solemne del texto bíblico, devolución del rollo al ayudante, sentarse, todos los ojos clavados en él…, indican un acontecimiento importante. Y, por fin, las palabras de Jesús: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y lo que habían oído era: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres…» (Lc 4, 16,21).
Porque todos los humanos somos pobres, Jesús intentó evangelizar al mayor número de personas. A los habitantes de Cafarnaúm, que querían retenerlo, les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Su gran anhelo lo expresó en estas palabras: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn 10, 16). Y para que este deseo se convirtiera en realidad, encomendó esa misión evangelizadora a la Iglesia, al decir a los Once: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15).
Pero unas personas son más pobres que otras; y, entre otras pobrezas, la más grave es la de no tener a Dios, como consecuencia del pecado. Y Jesús, en su acción evangelizadora, sin olvidar a los otros pobres: los leprosos, los enfermos, los niños, las mujeres…, se centró, ante todo, en los pecadores: «No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9,13).
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Del Padre Pío dijo el Papa Benedicto XV, sin duda proféticamente: «Es uno de esos hombres extraordinarios que el Señor envía de vez en cuando a la Tierra para convertir a las almas». Y, en la “misión grandísima” que el Señor confió al Padre Pío, entraba también, como en la de Jesús, la de «evangelizar a los pobres».
Alguien dirá: «Pero, ¡si el Padre Pío no predicó nunca o casi nunca!». Es cierto que no se dedicó a la predicación. «Predicar no he predicado nunca», fue la respuesta que dio al Visitador apostólico Rafael Carlos Rossi, cuando éste, en junio de 1921, le preguntó: «Cuándo fue autorizado para el ministerio de las confesiones y de la predicación»; y podría haberla repetido días antes de su muerte. Pero, cambiando un poco las palabras que escribió a Raffaelina Cerase el 11 de abril de 1914: «No todos estamos llamados por Dios a salvar almas y a propagar su gloria mediante el alto apostolado de la predicación; y sabe que éste no es el único y solo medio para lograr estos grandes ideales», podemos decir que la predicación no es el único y solo medio para evangelizar. Hay otros medios y los usó resueltamente el Fraile capuchino.
- En los Evangelios se constata pronto que no son tanto las muchas palabras las que evangelizan y atraen hacia Jesús cuanto la persona que las dice y el modo como las dice. Sirvan de ejemplo las dichas por Jesús a los dos discípulos de Juan Bautista, que le preguntan: «Rabí, ¿dónde vives?»: «Venid y veréis» (Jn 1,38-39), o a Zaqueo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5), o al recaudador de impuestos Mateo: «Sígueme» (Mt 9, 9)… En el Padre Pío fueron cientos de miles los mensajes que salieron de sus labios al administrar el sacramento de la confesión; mensajes breves porque el Capuchino no era un confesor precipitado, pero no mal perdía el tiempo; mensajes cuya fuerza evangelizadora debía ser muy especial a juzgar por las conversiones a las que impulsaban y por el recuerdo que dejaban en los penitentes. No son pocos los que me han referido, después de muchos años de haberlas escuchado, las palabras que les había dicho el Padre Pío cuando se confesaron con él. Y tenemos al Papa Juan Pablo II, que, siendo joven sacerdote, se confesó con el Santo de Pietrelcina en abril de 1948, y que, a la distancia de 54 años, el 5 de abril del 2002, lo recordaba y lo dejó por escrito: «Durante la confesión resultó que el padre Pío ofrecía un discernimiento claro y sencillo, dirigiéndose al penitente con gran amor».
- Sin duda tenían la misma fuerza evangelizadora los breves mensajes del Padre Pío antes del rezo diario del Ángelus a mediodía y a media tarde, con mucha frecuencia relacionados con la devoción a la Virgen María. El padre Alberto D’Apolito escribe: «El Padre Pío, enamorado de la Virgen Santísima, no cesaba de recomendar a todos los fieles el amor y la devoción a nuestra Señora, con el convencimiento de que la Virgen ha sido llamada a desempeñar en la obra de la redención un papel de representación de toda la Iglesia. Exhortaba continuamente a sus hijos a confiar en la Señora y a abrirle su corazón en la seguridad de ser escuchados. Sabía bien que la Santísima Virgen es la dispensadora de las gracias y que tiene en sus manos las llaves del Corazón de Dios». Y otro religioso, que también vivió muchos años con el Santo, refiriéndose a estos mensajes, afirma: «¡Qué cálida era su voz!
- El Padre Pío, a quien, como consecuencia de las informaciones falsas y de las calumnias que fueron llegando al Vaticano, el Santo Oficio se lo prohibió en mayo de 1923, no pudo seguir evangelizando por correspondencia epistolar. Lo había hecho de forma muy valiosa desde 1910. Pero esas cartas, publicadas en cuatro gruesos volúmenes, siguen evangelizando a las muchas personas, cada vez más, que buscan en ellas orientación espiritual para su vida.
- En la misma línea evangelizadora habrá que colocar los breves mensajes que escribía en estampas y en trocitos de papel y que entregaba a conocidos y a desconocidos; las orientaciones que daba al personal sanitario del hospital “Casa Alivio de sufrimiento” y sus invitaciones a confiar en el Señor a los enfermos allí atendidos, cuando los visitaba; los consejos, como quien no dice nada, cuando se acercaban a él, individualmente o en grupo, obispos, sacerdotes, políticos, militares, artistas, maestros…; y no tendrían finalidad diversa las visitas en bilocación que el Señor le concedió realizar.
- Y para llegar, como Jesús, al mayor número de personas -su anhelo era llegar a todos: «Quisiera volar para invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María»-, aconsejaba y pedía esa acción evangelizadora a sus hijos espirituales, a los Grupos de Oración que llevan su nombre…, incluso a su Ángel Custodio.
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Porque, como Jesús, se supo enviado a «evangelizar a los pobres» y lo cumplió con generosidad, usando todos los medios a su alcance, podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde
24 de noviembre de 2013
Noviembre: días 24 al 30.
24. ¡Yo odio el pecado! Dichosa nuestra patria si, como madre del derecho, quisiera perfeccionar sus leyes en este sentido, y sus costumbres a la luz de la honradez y de los principios cristianos (GdT, 143).
25. El Señor hace ver y llama, pero no queremos ni ver ni responder porque son los propios intereses los que nos agradan. Sucede también en ocasiones que, al haber oído esa voz tantas veces, ya no se le presta atención; pero el Señor ilumina y llama. Son los hombres quienes se colocan en una actitud que los incapacita para oír (AP).
26. Hay gozos tan sublimes y dolores tan profundos, que es imposible expresarlos con palabras. El silencio es el último recurso del alma, tanto cuando la felicidad es indecible como cuando los apuros son extremos (ASN, 43).
27. Conviene familiarizarse con los sufrimientos que el Señor tenga a bien enviarnos. Jesús, que no puede soportar por mucho tiempo el teneros en aflicción, vendrá a animaros y a confortaros, infundiendo nuevos ánimos en vuestro espíritu (AdFP, 561).
28. Todas las concepciones humanas, vengan de donde vengan, tienen su lado bueno y su lado malo. Hay que saber asimilar y tomar todo lo bueno y ofrecerlo a Dios, y eliminar todo lo malo (AdFP, 552).
29. ¡Ah!, mi valiente hija, que es una gracia fuera de serie el comenzar a servir a este buen Dios, cuando la flor de la edad nos hace más susceptibles a toda clase de impresiones. ¡Oh!, qué don tan grato cuando se ofrecen al mismo tiempo las flores y los primeros frutos del árbol. ¿Y qué es lo que podrá apartarte de la ofrenda total de ti misma al buen Dios al haberte decidido de una vez para siempre a dar un puntapié al mundo, al demonio y a la carne, lo que con tanta decisión hicieron por nosotros nuestros padrinos en el bautismo? ¿O quizás el Señor no se merece de ti este sacrificio? (Epist.III, p.418).
30. Recordad que Dios está en nosotros cuando estamos en gracia; y está, por así decirlo, fuera de nosotros cuando estamos en pecado; pero su ángel no nos abandona nunca... El es nuestro amigo más sincero y fiel, cuando no tenemos la desgracia de entristecerlo con nuestra mala conducta (GdT, 205).
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde
21 de noviembre de 2013
Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (11).
Al Padre Pío de Pietrelcina, al menos desde que recibió en su cuerpo las "llagas" de Cristo crucificado el 20 de septiembre de 1918, los fieles lo encontraban o en el altar, celebrando la Misa, o en el confesonario, administrando el Sacramento de la Reconciliación. Y, en un intento de desvelar el interior de este santo sacerdote, se ha escrito: «Al celebrar la Misa, el Padre Pío unía sus sufrimientos a los del Salvador y recogía los frutos de la Redención para repartirlos luego a los hombres en sus consejos, en sus exhortaciones y, sobre todo, en el Sacramento de la Reconciliación».
La consecuencia de esas dos afirmaciones anteriores es muy clara: Si el Padre Pío cumplió la "misión grandísima" que le había confiado el Señor, y de modo muy eficaz, en el altar, como expuse en el último escrito de esta página web, no la cumplió con menos eficacia cuando «confesaba de la mañana a la noche».
Las palabras del Papa Pablo VI que acabo de citar: «confesaba de la mañana a la noche», no son una frase retórica. El Padre Pío con frecuencia pasaba en el confesonario hasta 15 y más horas diarias. Tenemos los testimonios de los doctores Romanelli, Festa y Bignami, que, en los años 1919 y 1920, examinaron las "llagas" del Padre Pío por encargo de los Superiores de la Orden capuchina y del Vaticano. Sorprendidos de que el Fraile capuchino, con una alimentación tan exigua como la que tomaba, pudiera trabajar tantas horas, señalaron un hecho, que uno de ellos lo escribió con estas palabras: «Había días en los que llegaba a estar confesando quince, dieciséis y hasta diecinueve horas». Lo acredita también el "Voto" o informe que entregó al Santo Oficio el carmelita Rafael Carlos Rossi, que, en junio de 1921, realizó la Visita Apostólica a San Giovanni Rotondo que le había encomendado el Vaticano. En su interrogatorio al padre Lorenzo de San Marco in Lamis, Superior de los Capuchinos de San Giovanni Rotondo, le preguntó en relación al Padre Pío: «¿Es verdad que está hasta 16 horas en el confesonario?». Y el padre Lorenzo: «Hasta ahora, sí; de tal forma que celebra incluso a las 12:30 y a las 13». Tenga en cuenta el lector que estos testimonios son de los años 1920 y 1921, que el Padre Pío murió en el año 1968 y que la afluencia de fieles a San Giovanni Rotondo, entre otros motivos, para confesarse con el que ha sido llamado «Mártir del confesonario», era cada día más numerosa.
Al cumplir su "misión grandísima" como confesor, por el Padre Pío pasaban a los penitentes abundantísimas gracias del cielo. Lo podrían acreditar los cientos y miles que se arrodillaron ante su confesonario. Tenemos además el testimonio del Fraile capuchino. En carta de 3 de junio de 1919 comunicaba al padre Benedicto, uno de sus dos Directores espirituales: «No dispongo ni de un minuto libre; todo el tiempo lo dedico a liberar a los hermanos de las garras de Satanás. ¡Bendito sea Dios! Vienen aquí innumerables almas de toda clase social, de ambos sexos, con el único objeto de confesarse. Se dan espléndidas conversiones».
Y aparece también aquí, como en otras muchas situaciones, la profunda humildad del Fraile capuchino. Convencido, sin duda, de que la fuente única de todas esas gracias del cielo es el Sacramento, de que él nada especial ponía de su parte y de que lo que el Señor realizaba por su mediación lo hace por medio de todos los confesores, diez días más tarde de la carta anterior escribió al padre Agustín, su otro Director espiritual: «Ruegue al padre Provincial que envíe muchos trabajadores a la viña del Señor, porque es una auténtica crueldad y tiranía despedir a cientos, e incluso a miles, de almas al día, que vienen de países lejanos con el único fin de lavarse de sus pecados, sin haberlo podido conseguir por falta de sacerdotes confesores». Pero la realidad era que, si bien en el convento de San Giovanni Rotondo había otros sacerdotes, al que buscaban los peregrinos para confesarse era al Padre Pío, y, con tal de conseguirlo, esperaban contentos doce, quince, veinte... días, aunque tuvieran que pasar la noche en descampado o, en los meses de verano, dejar para más adelante la recolección de las cosechas.
Al Padre Pío confesor Dios le regaló, sí, muchos dones, incluso extraordinarios, que le capacitaron para realizar con acierto este ministerio; pero le exigió grandes sufrimientos para colaborar con Cristo en lo que el Capuchino de Pietrelcina, en la carta antes citada del 3 de junio de 1919, llama «la mayor obra de caridad: arrancar a Satanás las almas apresadas por él y ganarlas para Cristo», o, en otras palabras, para realizar, por este medio, su "misión grandísima".
A los dones extraordinarios de profecía y de penetración de las conciencias, que le permitían -y lo hacía con frecuencia- adelantarse a enumerar los pecados que debía manifestar el penitente, expulsar del confesonario a los que se acercaban con otros fines, como intentar ver las "llagas" de sus manos, sentir "el perfume del Padre Pío"..., negar la absolución porque no descubría en el penitente los requisitos de arrepentimiento y de propósito de la enmienda necesarios para recibirla..., tenemos que añadir los de una paciencia y un aguante casi ilimitados y el de una generosidad tal que no son posibles en el ser humano sin una gracia especial del Señor. Al escribir a su Director espiritual: «Todo se resume en esto: estoy devorado por el amor de Dios y el amor del prójimo», el Padre Pío descubría, sin duda, en ello un gran regalo de «nuestro sumo Bienhechor», Dios.
Para el Padre Pío colocarse en el confesonario era un tormento. Así lo manifestó a un sacerdote: «¡Si te dieras cuenta de lo tremendo que es sentarse al tribunal de la confesión! Somos nosotros, los confesores, nada menos que administradores de la Sangre de Cristo. Y ¡qué cuidadosos y atentos debemos estar para no maltratarla!». Pero, como se ha dicho ya, él aceptó gustoso este tormento y se dedicó durante toda su larga vida sacerdotal, y por muchas horas al día, a este ministerio.
A otro sacerdote, éste inglés, el Padre Pío le regaló esta confidencia: «Las almas no me vienen de regalo, ni mucho menos. Si supieras cuánto cuesta un alma. Las almas se compran a muy alto precio. No ignoras lo que costaron a Cristo. Pues ahora es preciso que nosotros las paguemos con la misma moneda». Y el Padre Pío ofreció al Señor esa moneda. El 29 de noviembre de 1910, después de manifestarle al padre Benedicto la necesidad que experimentaba, desde hacía algún tiempo, de ofrecerse víctima al Señor por los pecadores y por las almas del purgatorio, y antes de pedirle autorización para hacerlo, le escribió: «Es cierto que ya he realizado varias veces esta ofrenda al Señor, suplicándole que quiera derramar sobre mí los castigos que están preparados para los pecadores y para las almas que purgan, incluso centuplicándolos, con tal que convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el paraíso a las almas del purgatorio».
Dejando sin señalar otros sufrimientos, uno especialmente doloroso para el Padre Pío confesor era negar la absolución al penitente que no juzgaba preparado para recibirla. Y el Padre Pío aceptó también este sufrimiento y se lo ofreció al Señor, aunque las consecuencias de hacerlo fueran muy exigentes para él. La menos importante eran las críticas que le llegaban por este modo de proceder. Las que le afectabas más de lleno eran, sin duda, la situación del que había decidido permanecer en el pecado y su angustia personal hasta que lo veía regresar arrepentido al confesonario. Y no podía olvidar las muchas horas que tendría que dedicar a la oración hasta conseguir de Dios que ese penitente volviera en busca de la absolución. A su Director espiritual lo manifestó así: «Cuántas veces, por no decir siempre, me toca decirle a Dios juez, como Moisés: "perdona a este pueblo o bórrame del libro de la vida"».
Elías Cabodevilla Garde
17 de noviembre de 2013
Noviembre: días 17 al 23.
17. Nada más repelente en una mujer, sobre todo si es esposa, que ser ligera, frívola y altanera. La esposa cristiana debe ser mujer de sólida piedad para con Dios, ángel de paz en la familia, y digna y agradable con el prójimo (AP).
18. Dios me ha dado mi pobre hermana y Dios me la ha quitado. Sea bendito su santo nombre. En estas exclamaciones y en esta resignación encuentro fuerza suficiente para no sucumbir bajo el peso del dolor. A esta aceptación de la voluntad divina os exhorto también a vosotros y encontraréis, igual que yo, el alivio en el dolor (Epist.IV, p.802).
19. ¡La bendición de Dios os sirva de ayuda, apoyo y guía! Formad una familia cristiana, si queréis un poco de tranquilidad en esta vida. El Señor os dé hijos y después la gracia de orientarlos por el camino del cielo (AP).
20. ¡Animo, ánimo! Los hijos no son clavos (AP).
21. Anímese, pues, valerosa señora. Anímese, porque la mano del Señor, al sostenerla, no se ha quedado corta. ¡Oh!, sí, él es el Padre para todos; pero lo es, de modo especialísimo, para los desgraciados; y de modo todavía mucho más singular lo es para usted, que es viuda y viuda madre (AdFP, 466).
22. Ponga en solo Dios todas sus preocupaciones, pues él tiene cuidado especialísimo de usted y de esos tres angelitos de hijos con que la ha querido adornar. Esos hijos, por su conducta, serán su apoyo y consuelo a lo largo de su vida. Preocúpese siempre de su educación, no tanto científica cuanto moral. Téngalos en su corazón y quiéralos más que a las niñas de sus ojos. A la educación de la mente, mediante buenos estudios, procure unir siempre la educación del corazón y de nuestra santa religión; aquélla sin ésta, mi buena señora, causa una herida mortal al corazón humano (AdFP, 467).
23. ¿Por qué el mal en el mundo?
Escucha con atención... Es una mamá que está bordando. Su hijo, sentado en un pequeño taburete, contempla su trabajo pero al revés. Ve los nudos del bordado, los hilos revueltos... Y dice: Mamá, ¿se puede saber lo que haces? ¡Se ve poco claro tu trabajo!
Entonces la mamá baja el bastidor y enseña la parte buena del trabajo. Cada color está en su sitio y la variedad de los hilos se ajusta a la armonía del dibujo.
¡Eso! Nosotros vemos el revés del bordado. Estamos sentados en un pequeño taburete (GG, 106).
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde
15 de noviembre de 2013
El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (13)
Como Jesús, que «no vino a ser servido sino a servir» (Mt 20, 28).
En un recorrido, incluso rápido, por los Evangelios es fácil encontrar una lista amplia de objetivos que motivaron la venida del Hijo de Dios a este mundo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17); «Yo para esto he nacido y para esto he venido: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37); «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn 9, 39); «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10)…
Todos esos objetivos quedarían muy bien recogidos en estas palabras de Jesús: «Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). El Hijo de Dios, pues, ha venido al mundo para servirnos a los hombres salvación, verdad, luz…, vida y vida abundante. Y como servir no es cosa fácil para el que se tiene por superior o vive como tal, el Hijo de Dios se hizo «Hijo del hombre», «probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4, 15). Y nos sirvió esos dones dando su vida. Y lo hizo por todos, sin excepción, porque, en el conjunto del NT, el «por muchos» hay que entenderlo «por todos».
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El Padre Pío quiso ser el primero entre los seguidores de Jesús; en otras palabras, el primero al responder a su amor. Y se comprende que quien era consciente, como lo era él y así lo manifestó en una carta de noviembre de 1922, de que Jesús, el Amante divino, «desde el nacimiento me ha dado pruebas de una predilección especialísima», quiera amar a Jesús de este modo: «Siento muy vivo el deseo... de que todos los instantes de la vida transcurran en el amor al Señor... Querría que mi mente no pensase más que en Jesús y que el corazón no palpitase más que por él solo y siempre».
Para el Padre Pío la consecuencia de querer ser el primero entre los seguidores de Jesús era muy clara: «Quien quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre…» (Jn 20, 26-28). Y la vivió con generosidad.
- El Padre Pío, al igual que Jesús, buscó, antes que nada, servir al Señor; y de la forma que expresó en estas palabras: «Busquemos servir al Señor con todo el corazón y con toda la voluntad».
- También para el Padre Pío, como para Jesús, servir al Señor implicaba, de modo muy especial, servir al prójimo. Así se lo manifestó al padre Agustín el 6 de julio de 1917: «El cuidado de estos muchachos y socorrer y consolar a las almas, de palabra o por escrito, me ocupan todo el tiempo. No puedo negarme a nadie. ¿Y cómo podría hacerlo si lo quiere el Señor?». Y pruebas de que lo quería el Señor las tenía en las que indicó en la citada carta de noviembre de 1922: la “misión grandísima” que el Señor le había confiado y que le suponía, como manifestó a su hija espiritual Cleonice Morcaldi: «Ganar todo y a todos con el amor para llevarlos a Dios», y la «voz interior que continuamente le repetía: “Santifícate y santifica”».
- Si su deseo de ayudar, de servir, a los hermanos lo sentía «agigantarse grandemente en lo más íntimo del espíritu», lo atribuía a una gracia especial del Señor: «Me parece que en el hondón de mi alma Dios ha derramado muchas gracias respecto a la compasión de las miserias ajenas, sobre todo por lo que se refiere a los necesitados. La grandísima compasión que mi alma experimenta a la vista de un pobre le produce, en el mismo centro, un vehementísimo deseo de socorrerlo y, si mirase sólo a mi voluntad, me movería incluso a despojarme del hábito para vestirlo».
- El Padre Pío, para servir a los hombres a ejemplo de Jesús, tenía que hacerse y ser «esclavo», pequeño, uno más… Los testimonios de los que vivieron con él son unánimes al presentar al Padre Pío como un hombre, como un religioso, como un sacerdote, humilde, sencillo, que evitaba sobresalir, que nunca pretendía decir la última palabra… Pero es llamativo que lo haya pintado así también Rafael Carlos Rossi, el carmelita que, por encargo del Vaticano, realizó una Visita Apostólica a San Giovanni Rotondo en junio de 1921. En el “Voto”, en el informe, que entregó en la Congregación del Santo Oficio, hoy de la Doctrina de la Fe, escribió esto: «El Padre Pío me causó una impresión bastante favorable; y eso que yo había ido más bien prevenido en su contra... Religioso serio, distinguido, digno y, a la vez, franco, espontáneo en el convento…; he podido descubrir en él una humildad sincera y profunda, por la que - esto se afirma de forma unánime - vive en la mayor simplicidad e indiferencia, como si jamás hubiera ocurrido nada en torno a su persona y él no fuera todavía objeto de tantas atenciones y de una estima que, de parte de muchos, es absoluta veneración».
- El Padre Pío, como Jesús, además de servir con misericordia y dedicación a todos los que se acercaron a él: primero, durante siete años, en Pietrelcina; después, durante siete meses, en Foggia, y, por fin, desde 1916 hasta 1968, por cientos y miles al día, en San Giovanni Rotondo, deseó, lo pidió al Señor y lo intentó por los medios a su alcance, servir a todos sin excepción. Su deseo lo manifestó al padre Agustín, uno de sus dos Directores espirituales, con frases como éstas: «Quisiera tener una voz muy fuerte para invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen»; «Quisiera volar para invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María». Lo pidió al Señor, suplicándole que le concediera todos los sufrimientos merecidos por los pecadores, incluso centuplicados, con tal de que convirtiera a todos. Y a los medios que todos tenemos para servir y buscar el bien de los que están lejos: mensajes y consejos enviados por carta, por teléfono…, plegarias al Señor por ellos, sufrimientos aceptados o buscados voluntariamente, uniéndolos a los de Cristo…, él pudo añadir, por concesión especial del Señor, el de la bilocación, el del envío de su Ángel Custodio a destinatarios de los cinco continentes…
- A los que se acercaron a él en los lugares antes indicados, el Padre Pío les sirvió de muchos modos: acogiéndoles con amor, regalándoles el ejemplo de una vida santa y de una Misa celebrada humildemente y de una oración continua y de una devoción tierna y filial a María…, atendiéndoles durante muchas horas al día en el confesonario, con los breves mensajes de vida cristiana que les ofrecía antes del rezo diario del Ángelus, con los centros de enseñanza que promovió y con el hospital “Casa Alivio del Sufrimiento” que fundó en San Giovanni Rotondo…
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Porque, como Jesús, se dedicó no a ser servido sino a servir y a dar su vida por el bien de muchos, de cerca y de lejos, podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde
10 de noviembre de 2013
Noviembre: días 10 al 16.
10. No sólo no tengo que repetirte que, al marcharte de Casacalenda, devuelvas la visita a tus conocidas, sino que lo considero una gravísima obligación. La piedad es útil para todo y se adapta a todo según las circunstancias, menos a lo que sea pecado. Devuelve las visitas y tendrás también el premio de la obediencia y la bendición del Señor (Epist.III, p.427).
11. Yo deseo que todas las estaciones del año se encuentren en vuestras almas; que a veces experimentéis el invierno de muchas esterilidades, distracciones, desganas y aburrimientos; otras, los rocíos del mes de mayo con el perfume de las santas florecillas; entre los calores, el deseo de agradar a nuestro divino Esposo. No queda, pues, más que el otoño, en el que no veis grandes frutos; pero sucede con mucha frecuencia que, a la hora de trillar los cereales y de pisar las uvas, uno se encuentra con cosechas mucho mayores que las que prometían las siegas y las vendimias. Vosotros querrías que todo sucediese en primavera y en verano; pero no, mis queridísimas hijas, es necesario que existan también estas vicisitudes tanto en el interior como en el exterior. En el cielo todo será primavera en cuanto a la belleza, todo será otoño en el gozo, todo será verano en el amor. No habrá ningún invierno; pero aquí el invierno es necesario para ejercitarse en la abnegación y en las mil virtudes, pequeñas pero bellas, que se practican en tiempos de esterilidad (Epist.III, p.587s.).
12. Os lo suplico, mis queridas hijas, por el amor de Dios: no tengáis miedo a Dios porque él no quiere haceros mal alguno; amadlo mucho porque os quiere hacer un gran bien. Caminad sencillamente con la seguridad de que acertáis en vuestras decisiones, y rechazad como crueles tentaciones esas reflexiones espirituales que hacéis de vuestros males (Epist.III, p.569).
13. Entregaos totalmente, mis amadísimas hijas, en las manos de nuestro Señor, ofreciéndole los años que os restan de vida y rogadle siempre que los emplee y se sirva de ellos en aquella forma de vida que más le agrade. No inquietéis vuestro corazón con vanas promesas de sosiego, de agrado y de méritos, sino presentad a vuestro divino Esposo vuestros corazones totalmente vacíos de todo otro afecto que no sea su casto amor, y pedidle que lo llene, limpia y sencillamente, de los impulsos, deseos y voluntad que sean de su agrado, para que vuestro corazón, como una madreperla, no conciba más que con el rocío del cielo y no con el agua del mundo; y veréis que Dios os ayudará y que haréis mucho, tanto al elegir como al actuar (Epist.III, p.569).
14. El Señor os bendiga y os haga menos pesado el yugo de la familia. Sed siempre buenos. Recordad que el matrimonio comporta obligaciones difíciles que sólo la gracia de Dios pude hacerlas fáciles. Mereced siempre esta gracia y que el Señor os conserve hasta la tercera y cuarta generación (AD, 169).
15. En la familia sé alma de convicciones profundas, y sonríe en la abnegación y en la inmolación constante de toda tu persona (ASN, 43).
16. La abnegación más importante es la que se practica en el hogar doméstico (FM, 167).
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde
8 de noviembre de 2013
Sigue dándose a conocer para que conozcan y amen más a Jesús y a María.
Eran cientos, miles, las personas que cada día llegaban a San Giovanni Rotondo; en mayor número conforme se extendía por el mundo la fama de santidad del Padre Pío. Y ese número aumentaba de forma llamativa en fechas que recordaban momentos especiales de la vida del Santo: fiesta onomástica (5 de mayo), aniversario de su ordenación sacerdotal (10 de agosto), día en que recibió en sus manos, pies y costado las llagas de Cristo crucificado (20 de septiembre)…
Cabe pensar que, en estas fechas, los Capuchinos de San Giovanni Rotondo preparaban con especial interés las diversas celebraciones, buscando el mayor fruto espiritual de los fieles que participaban en ellas y, por lo mismo, un amor más sincero y generoso al Señor y a la Virgen María. Sin duda, esta preocupación estaba muy dentro del corazón y de la actuación del Padre Pío.
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Esta crónica me llega de México y me la envía el Hno. Pablo Jaramillo, sacerdote capuchino, entusiasta promotor de la espiritualidad y de las obras del Padre Pío. En este caso, el Hno. Pablo lo hace en su pueblo natal: Sauceda de la Borda, y en una fecha muy especial para el Padre Pío y para la Iglesia: el 23 de septiembre, día de la muerte del Santo y de la celebración de su Memoria litúrgica. Fácilmente se puede escribir: «El Padre Pío sigue dándose a conocer para que conozcan y amen más a Jesús y a María».
«Todo empezó el 14 de septiembre, con el primer día del rezo de la novena. Primero en casa de mis papás, los señores Gregorio Jaramillo y María Guadalupe Escobar. Se reunieron poco más de veinte personas para el rezo del santo Rosario y el rezo de la novena, que incluía también la del Sagrado Corazón que el Padre Pío rezaba todos los días. Después del rezo del Rosario, con cantos intercalados entre misterio y misterio, y de la novena, partíamos hacia la iglesia a celebrar la Eucaristía. Allí participaban unas 100 ó 150 personas todos los días.
La Misa la celebrábamos con calma para profundizar en el misterio de la Pasión y del Amor de Dios, que se renueva en ella. Cada día expuse un tema de la vida y de la espiritualidad del Padre Pío para que la gente lo conociera todavía más. En la Misa los coros de la comunidad, que son dos, se alternaban para cantar uno cada día.
Fue una novena con muchos frutos espirituales porque se confesó mucha gente. Hubo días en que estuve hasta 2 horas confesando y, con frecuencia, la gente venía a buscarme a casa para que les escuchara, les atendiera o les confesara. El día de la fiesta estaba la iglesia a tope de gente.
Además del aspecto religioso espiritual, sin lugar a dudas el más importante, hace ya dos años que mis hermanos se propusieron hacer una danza, interpretada por dos de mis hermanos y dos de mis hermanas. Después se añadieron unos 18 ó 20 niños, de los cuales al menos 16 son sobrinos míos. Ellos se encargan de bailar la víspera de la fiesta y el día 23 por la tarde, después de hacer la comida para darla a la gente.
La víspera también estuvo uno de los coros cantando hasta la media noche, como dando serenata al Padre Pío, hasta que le cantaron las tradicionales “mañanitas”. Fue una vigilia muy hermosa, porque el coro está integrado en su mayoría por niños y adolescentes, y daba mucha ternura ver con qué alegría y entusiasmo cantaban al Padre Pío.
La comida es otro de los aspectos de la fiesta. Mi familia: mis dos hermanos, mis cinco hermanas y mis papás ahorran durante todo el año cierta cantidad de dinero semanalmente para poder llevar a cabo la fiesta, que en mi pueblo la denominan “Reliquia”. Es decir toda la comida que se hace se le da a la gente para que la lleven a sus casas y la consuman con su familia. Es claro que no pueden hacer para todo el pueblo, pero se trata de cocinar lo más posible. Son, pues, días de mucho trabajo.
Todo se hace en casa de mis papás. Creo que es una hermosa manera de transmitir a las nuevas generaciones el amor de Dios: el que Él nos da y el que le podemos dar. En el trasfondo de todo esto está el agradecimiento a Dios por todo lo que nos ha concedido durante todo el año y el ser cada vez más conscientes de que, poco a poco, hemos de ir creciendo como familia cristiana, en conversión constante. Esto, poco a poco, se va viendo en mi familia, en la forma de enfrentar los problemas, conflictos, enfermedades…, siendo conscientes de que no siempre se pueden pedir milagros y de que es necesario trabajar, y trabajar duro, cada día en la construcción del Reino, algo que sólo es posible desde el encuentro constante y profundo con Dios.
La devoción al Padre Pío se está extendiendo a muchas personas de la comunidad y ya hay quienes rezan su propia novena en casa, con su familia. Existen testimonios muy hermosos de gente que ha cambiado su vida gracias al conocimiento del Padre Pío».
Elías Cabodevilla Garde
6 de noviembre de 2013
Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (10).
El Padre Pío de Pietrelcina recibió del Señor dos de las vocaciones posibles en la Iglesia: la vocación religiosa, como franciscano capuchino, y la vocación sacerdotal.
Consiguió ser «un perfecto capuchino»; y, como expuse en el último escrito de esta etiqueta de la página web, realizó, también de este modo, la “misión grandísima” que le había confiado el Señor.
¿Realizó también esta “misión grandísima” como sacerdote? ¡Sin duda! Y, de modo muy especial -uso palabras del papa Pablo VI- en al altar, donde «celebraba la Misa humildemente», y en el confesonario, donde «confesaba de la mañana a la noche».
Antes de detenerme a presentar al Padre Pío en el altar, quiero dejar constancia de que fue un «sacerdote santo». Serlo fue su gran ideal y también un deseo ardiente del Señor.
- Si el Fraile de Pietrelcina quiso ser «un perfecto capuchino», como manifestó a Nina Campanile en carta de noviembre de 1922, a la que, además, le pidió la ayuda de sus oraciones para conseguirlo, deseó, con no menos interés, ser un «sacerdote santo», y así lo dejó escrito en el recordatorio de su primera Misa, celebrada en Pietrelcina el 14 de agosto de 1910: «Jesús, mi anhelo y mi vida, hoy que, embargado por la emoción, te elevo en un misterio de amor, contigo yo sea para el mundo Camino, Verdad y Vida, y para ti sacerdote santo, víctima perfecta».
- El deseo ardiente del Señor el Padre Pío lo fue descubriendo sin dificultad en un hecho, sin duda sorprendente, que manifestó en la mencionada carta de noviembre de 1922: «Oigo en mi interior una voz que insistentemente me dice: santifícate y santifica».
- Pienso que, al menos el noventa y nueve por ciento de las personas que conocieron al Padre Pío, lo presentarían sin titubear como un «sacerdote santo». Nos es suficiente en este momento el testimonio del Papa Benedicto XVI en su peregrinación a San Giovanni Rotondo, el 21 de junio del 2008: «Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un fraile humilde y fervoroso sacerdote».
Los sacerdotes, al celebrar la Misa, prolongan, o pueden prolongar, la misión salvadora de Cristo en favor de los hombres de muchos modos. Y de todos esos modos se sirvió el Padre Pío para cumplir la “misión grandísima” que el Señor le había confiado. Intentaré presentarlos con brevedad, aún sabiendo que algunos de ellos, y, por tanto, su eficacia para lo que el Padre Pío consideraba su “misión”: «liberar a mis hermanos del pecado», «hacerles participar de la vida del Resucitado», «poner fin a la ingratitud de los hombres hacia su gran Benefactor»…, nos quedarán en el misterio.
- Dar culto a Dios y ofrecer la salvación de Dios a los hombres fue la misión primordial del Hijo de Dios en este mundo. Misión que cumplió de modo perfecto y total al entregarse a la muerte, y muerte de cruz, para cumplir la voluntad de Dios Padre, y al resucitar, al tercer día, de entre los muertos. Más aún, Cristo instituyó la Eucaristía para renovar este misterio salvador, el Misterio pascual de su muerte y resurrección; y mandó a los apóstoles y a sus sucesores: «Haced esto en memoria mía» (1Cor 11, 24). Celebrar la Eucaristía es el modo más eficaz que tiene la Iglesia para prolongar la misión salvadora de Cristo.
El Padre Pío celebró la Misa diariamente a lo largo de 58 años, desde el 10 de agosto de 1910 hasta el 22 de septiembre de 1968. Y lo hizo con el convencimiento de que «todo lo que aconteció en el Calvario acontece en el altar».
- Es muy conocida la frase en la que se resumió una de las enseñanzas más bellas de la Encíclica “Mediator Dei” de Pío XII sobre uno de los momentos cumbre de la misa, el que tiene lugar después de la consagración del pan y del vino: «Ofrecer y ofrecerse». Es decir: ofrecer a Cristo a Dios Padre y ofrecerse juntamente; y no sólo por medio del celebrante sino también de modo personal. En otras palabras: colocarse en espíritu sobre el altar como víctima, juntamente con la Víctima inmaculada y santa, que es Cristo.
El Padre Pío, en el recordatorio de su primera Misa, unió estas dos realidades: «… y para ti sacerdote santo, víctima perfecta». Por sus cartas a los Directores espirituales sabemos que el Padre Pío se ofreció como víctima a Dios Padre por motivos muy diversos: la santidad de la Iglesia, la conversión de los pecadores, las almas del purgatorio, la Provincia capuchina a la que pertenecía, sus Directores espirituales, el final de la guerra… Y era en la celebración de la Misa cuando renovaba, desde su interior más profundo, esta ofrenda de víctima. Lo recordó con sencillez y claridad el Papa Juan Pablo II, el día 3 de mayo de 1999, en el discurso a los que nos quedamos en Roma para la Eucaristía de acción de gracias por la beatificación del Fraile de Pietrelcina: «La santa Misa era el corazón de toda su jornada, la preocupación más ansiosa de todas las horas, el momento de mayor comunión con Jesús, Sacerdote y Víctima. Se sentía llamado a participar en la agonía de Cristo, agonía que continúa hasta el fin del mundo». Y también Benedicto XVI, en San Giovanni Rotondo, el 21 de junio del 2008: «Y todo tenía su culmen en la celebración de la santa Misa: en ella, él se unía plenamente al Señor muerto y resucitado».
- El influjo en los fieles del modo de celebrar la Misa por el sacerdote es evidente. Perciben sin dificultad si lo realiza con fe y fervor o por obligación y con rutina.
El modo de celebrar la Misa del Padre Pío, pues celebraba la misma que los demás sacerdotes, atraía a hombres y mujeres de los cinco continentes, a pesar de que, con frecuencia, duraba dos y más horas. Y los frutos espirituales en los que participaban en esas Misas quedan acreditados por cientos y miles de testimonios. Y esos frutos son los que debía buscar el “estigmatizado del Gárgano” si quería cumplir la “misión grandísima” que se le había confiado. Juan Pablo II, el 17 de junio del 2002, al día siguiente de la canonización del Padre Pío, nos dijo a los que habíamos participado en la Eucaristía de acción de gracias: «¡La Misa del Padre Pío!... Los fieles, que se congregaban en torno a su altar, quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su “inmersión” en el Misterio y percibían que “el padre” participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor».
- Catequizar a los fieles sobre el valor e importancia de la Eucaristía, y sobre las exigencias de participar en ella, ayuda y mucho a que se abran a la salvación que brota del Misterio pascual, renovado en el altar, y la hagan fructificar.
El Padre Pío fue ofreciendo esta catequesis de dos modos. Con su ejemplo, al celebrarla. Lo señaló Juan Pablo II en la ocasión que acabo de citar: «¡La Misa del Padre Pío! Era para los sacerdotes una elocuente llamada a la belleza de la vocación presbiteral; para los religiosos y laicos, que acudían a San Giovanni Rotondo incluso en horas muy tempranas, era una extraordinaria catequesis sobre el valor y la importancia del sacrificio eucarístico». Con sus enseñanzas, tan ricas de contenido como éstas: «Todo lo que aconteció en el Calvario acontece en el altar», «Cuando se celebra la Misa, todo el cielo dirige su mirada al altar», «El mundo podría existir sin el sol pero no sin la Misa»…
Elías Cabodevilla Garde
3 de noviembre de 2013
Noviembre: días 3 al 9.
3. Un día uno de sus hijos espirituales le preguntó: Padre, ¿cómo puedo crecer en el amor?
Respuesta: cumpliendo con exactitud y con recta intención las propias obligaciones, guardando la ley del Señor. Si haces esto con constancia y perseverancia, crecerás en el amor (LdP, 91).
4. Hija mía, para tender a la perfección es necesario poner el máximo interés en actuar en todo para agradar a Dios y en buscar evitar hasta los más pequeños defectos; cumplir los deberes propios y hacer todo lo demás con más generosidad (FSP, 79).
5. En todas las cosas y siempre, más rectitud de intención, más exactitud, más puntualidad, más generosidad en el servicio del Señor, y entonces serás como el Señor quiere que seas (GB, 48).
6. Reflexiona sobre lo que escribes, porque el Señor te pedirá cuentas de ello. ¡Estáte atento, periodista! El Señor te conceda las satisfacciones que deseas por tu profesión (CT, 177).
7. También vosotros, los médicos, habéis venido al mundo, al igual que yo, con una misión que cumplir. Escuchad con atención: Yo os hablo de obligaciones en un momento en que todos hablan de derechos. Tenéis la misión de curar al enfermo; pero si no lleváis amor al lecho del enfermo, no creo que las medicinas sirvan de mucho... El amor no os puede hacer prescindir de la palabra. ¿Cómo podríais manifestarlo si no es con palabras que consuelen espiritualmente al enfermo? Ser portadores de Dios para los enfermos; eso será más útil que cualquier otro cuidado (LCS,5-V-58, p.28).
8. Sed como pequeñas abejas espirituales, que no tienen en sus colmenas más que miel y cera. Que vuestra casa, gracias a vuestra conversación, esté llena de dulzura, de paz, de concordia, de humildad y de piedad (Epist.III, p.563).
9. Emplead cristianamente vuestro dinero y vuestros ahorros, y desaparecerá tanta miseria; y tantos cuerpos que sufren y tantos seres afligidos encontrarán consuelo y alivio (CE, 61).
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde
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