Esta entrada pertenece a Vocabulario Paulino
La proclamación de la paternidad de Dios arraiga en el Nuevo Testamento, que expresa de este modo la solicitud de Dios por su pueblo (Éx 4,22s; Os 11,1). Jesús escogió este término para invitar a la confianza en la Providencia divina, dejando vislumbrar el misterio de su relación única de Hijo con su Padre.
En comparación con Mateo y con Juan, Pablo no designa a Dios como Padre más que en ocasiones reducidas. No hay más que un solo Dios, el Padre (1 Cor 8,6), origen y fin de todo nuestro destino. Si la paternidad de Dios expresa que él es el Origen de todo, connota igualmente el cariño de Aquel que es el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo (2 Cor 1,3). El apelativo de Padre aparece a menudo en el saludo inicial de las cartas: A vosotros gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo (1 Cor 1,3; 2 Cor 1,2; Gál 1,3…). Por tanto, es innegable su sabor litúrgico. Se impone la unidad de los corazones para dar gloria a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Rom 15,6).
La fórmula «Padre del Señor Jesús» es característica de Pablo (Rom 15,6; 2 Cor 1,3; 11,31; véase igualmente Ef 1,3; Col 1,3). La paternidad divina se manifiesta con esplendor primeramente en la resurrección de Cristo (Rom 1,4; 6,4); pero proviene de una relación más fundamental, como indican los textos que tratan del envío del Hijo (Gál 4,4; Rom 8,3). Hijo de Dios, Cristo asocia a su dignidad a los que creen en él, ya que bajo la acción de su Espíritu podemos repetir las palabras de su plegaria más íntima: Abba! ¡Padre! (Gál 4,6; Rom 8,15s).
Apóstol fundador, Pablo se considera «padre» de los que ha engendrado por la fe (1 Cor 4,15; Gál 4,19). Se entrega por ellos como un padre, como una madre (1 Tes 2,7 y 11). En las cartas pastorales, los discípulos del apóstol se consideran como hijos suyos (1 Tim 1,2.18; 2 Tim 1,2; Tít 1,4).
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