Ya desde el Antiguo Testamento existía elmandmaiento de amar al prójimo, como lo leemos en el texto del Levítico de hoy, que dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Prohíbe la venganza y el rencor, porque a fin de cuentas la venganza nunca nos llevará a estar satisfechos y el rencor es una enfermedad que carcome el alma. Todo esto porque el precepto final es “Sed santos como yo, el Señor, soy santo”.
La santidad es un atributo de Dios que todos debemos imitar en nuestras vidas, aun a costa de grandes sacrificios y esfuerzos. El salmo 102, uno de los más hermosos de la Biblia describe por qué el señor es santo: ÷porque es compasivo y misericordiosos con todos, generoso para perdonar y sanar nuestra heridas. San Pablo nos dice que nuestro cuerpo es como un templo, como una morada salbtadel Señor, por eso debemos respetarlo. Implica no solo que evitemos toda impureza sino incluso aquellas cosas que pudieran afectarlo: el tabaco, el alcohol, el sedentarismo, el exceso en el comer o beber.
Porque Dios habita en nosotros como en un templo, desde nuestro bautismo, y lo expulsamos cuando lo rechazamos cometiendo un pecado grave, de ahí que hay que evita a toda costa lo que ofenda a Dios. El Evangelio continúa el Sermón de la Montaña que contiene las exigencias más radicales del amor. Jesús deroga la “Ley del Talión”; ojo por ojo, diente por diente. Esta Ley, dada a los antiguos, hay que entenderla en su tiempo y en su contexto. Está dirigida a civilizaciones más salvajes (es un decir, porque si vieron a la policía de Sochi azotando a unas manifestantes, e pregunto si hemos superado la época del salvajismo), donde la venganza era desmedida, y la Ley del Talión era un límite a la venganza. Pues Jesús dice: amarás a tu enemigo, rezarás por él, saludarás a los que te son antipáticos, pues tu amor de cristiano tiene que parecerse al de Dios, que ama a justos y a pecadores, y en cierto sentido, superar la media del amor común, el amor que no se exige a sí mismo, el amor de los fariseos antiguos y modernos que sólo ama al que lo ama. Que solo saluda al que le es simpático y que solo sonríe al que le puede sacar algún favor, o que sólo cumple cuando anda en campaña. El amor del cristiano debe superar esa mediocridad: soportar las ofensas, evitar la revancha, (por dulce que esta pueda parecer), no tener odio ni alimentar rencor ni resentimiento contra el que nos ofende.
A veces en la vida nos topamos con esa gente negativa que parece que sólo está contenta en hacer mal a los demás, con engaños f¨difamaciones, calumnias, golpes, violencia, abuso. Quisiérmos humanamente que Dios se las llevara de la tierra. Pero Dios ama a todos porque es Dios, porque su amor es incondicional y no espera nada a cambio, y lo mismo quiere de nosotros. Reflexionemos uno de los ejemplos de Jesús: “si alguien te pide la túnica, dale también el manto”. El manto costaba el triple que la túnica. Pide que seamso generosos aun con aquellos que nos caen “mal”. Dicen de un santo que fue asaltado y dio a los ladrones todo lo que tenía, que eran 20 monedas. Luego se dio cuenta que tenía otras 20, y para no caer en la mentira, buscó a los ladrones, y les pidió disulpas por no haberles dado todo en un principio, a lo que los ladrones respondieron devolviéndole todo. Por el contrario, pongo un ejemplo actual: Un propietario de comercio fue asaltado. Le quitaron, por decir, 3000 pesos. Llamó a la policía y les dijo que le habían quitado 5000 pesos. Para su buena o mala suerte, los policías capturaron a los asaltantes, les quitaron los 3000 robados, se dieron cuenta de la mentira del propietario, y al interrogarlo, tuvo que confesar la verdad, que sólo le habían quitado 3000. La policía castigó también al propietario, así que hay que ser nobles siempre, pues la nobleza obliga pero Dios premia. Jesús hace suyas las palabras del Levítico y las reformula para nosotros: “Sed perfectos, como el Padre celestial es perfecto”.
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