domingo, 1 de diciembre de 2013

Eloy, Santo


Orfebre, 1 de diciembre
 
Eloy, Santo
Eloy, Santo

Orfebre
Diciembre 1



El hijo de Euquerio y de Terrigia parece que desde el comienzo de su existencia estuvo bajo el signo de la predilección divina. Así lo asegura la leyenda de su vida. Despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus manos. Aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el artista tiene en su mente. Tanta destreza adquirió que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto luego y su nieto Clovis II después, lo tuvieron como propio en la corte para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.

Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del país galo no fue sólo su arte. Eso fue el punto de arranque. Luego fue el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Un hombre cabal. De espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre. Piadoso en su soledad y coherente en la vida. Prudente en las palabras y ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos atiborrados de violencia.

El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el hombre ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el vecino conde de Bretaña, lo envió como legado y acertó en la elección por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.

Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su indignidad ante Dios —cosa que le dignificaban como hombre—, supo compartir con los necesitados los dineros que recibía por su trabajo. Patrocinó la abadía de Solignac, a sus expensas nacieron otros en el Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.

No es sorprendente que al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el pueblo tuviera sensibilidad para desear el desempeño de esa misión a Eloy y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su influencia al servicio de esa causa. Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida. Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de gobierno y esforzado en la superación de las dificultades para extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.

Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes que no perecen.
 
 
Velas
1 de Diciembre
 

San EloyOrfebre
Año 660

 
San EloyEloy (o Eligio, que es lo mismo) significa: "el elegido, el preferido".
San Eloy fue el más famoso orfebre de Francia en el siglo VII (orfebre es el que labra objetos de plata u oro).
Dios le concedió desde muy pequeño unas grandes cualidades para trabajar con mucho arte el oro y la plata. Nació en el año 588 en Limoges (Francia). Su padre, que era también un artista en trabajar metales, se dio cuenta de que el niño tenía capacidades excepcionales para el arte y lo puso a aprederlo bajo la dirección de Abon, que era el encargado de fabricar las monedas en Limoges.
Cuando ya aprendió bien el arte de la orfebrería se fue a París y se hizo amigo del tesorero del rey. Clotario II le encomendó a Eloy que le fabricara un trono adornado con oro y piedras preciosas. Pero con el material recibido el joven artista hizo dos hermosos tronos. El rey quedó admirado de la honradez, de la inteligencia, la habilidad y las otras cualidades de Eloy y lo nombró jefe de la casa de moneda (todavía se conservan monedas de ese tiempo que llevan su nombre).
Nuestro santo fabricó también los preciosos relicarios en los cuales se guardaron las reliquias de San Martín, San Dionisio, San Quintín, Santa Genoveva y San Germán. La habilidad del artista y su amistad con el monarca hicieron de él un personaje muy conocido en su siglo.
Eloy se propuso no dejarse llevar por las costumbres materialistas y mundanas de la corte. Y así, aunque vestía muy bien, como alto empleado, sin embargo era muy mortificado en el mirar, comer y hablar. Y era tan generoso con los necesitados que cuando alguien preguntaba: "¿Dónde vive Eloy?", le respondían: "siga por esta calle, y donde vea una casa rodeada por una muchedumbre de pobres, ahí vive Eloy".
Un día Clotario le pidió a nuestro santo que como todos los demás empleados jurara fidelidad al rey. Él se negaba porque había leído que Cristo recomendaba: "No juren por nada". Y además tenía miedo de que de pronto al monarca se le antojara mandarle cosas que fueran contra su conciencia. Al principio el rey se disgustó, pero luego se dio cuenta de que un hombre que tenía una conciencia tan delicada no necesitaba hacer juramentos para portarse bien.
Eloy se propuso ayudar a cuanto esclavo pudiera. Y con el dinero que conseguía pagaba para que les concedieran libertad. Varios de ellos permanecieron ayudándole a él durante toda su vida porque los trataba como un bondadoso padre.
Al santo le llamaba mucho la atención alejarse del gentío a dedicarse a rezar y meditar. Y entonces el nuevo rey Dagoberto le regaló un terreno en Limousin, donde fundó un monasterio de hombres. Luego el rey le regaló un terreno en París y allá fundó un monasterio para mujeres. Y a sus religiosos les enseñaba el arte de la orfebrería y varios de ellos llegaron a ser muy buenos artistas. Al cercar el terreno que el rey le había regalado en París, se apropió de unos metros más de los concedidos, y al darse cuenta fue donde el monarca a pedirle perdón por ello. El rey exclamó: "Otros me roban kilómetros de terreno y no se les da nada. En cambio este bueno hombre viene a pedirme perdón por unos pocos metros que se le fueron de más". Con esto adquirió tan grande aprecio por él que lo nombró embajador para tratar de obtener la paz ante un gobierno vecino que le quería hacer la guerra.
Por sus grandes virtudes fue elegido obispo de Rouen, y se dedicó con todas sus energías a obtener que las gentes de su región se convirtieran al cristianismo, porque en su mayoría eran paganas. Predicaba constantemente donde quiera que podía. Al principio aquellos bárbaros se burlaban de él, pero su bondad y su santidad los fueron ganando y se fueron convirtiendo. Cada año el día de Pascua bautizaba centenares de ellos. Se conservan 15 sermones suyos, y en ellos ataca fuertemente a la superstición, a la creencia en maleficios, sales, lectura de naipes o de las manos, y recomienda fuertemente dedicar bastante tiempo a la oración, asistir a la Santa Misa y comulgar; hacer cada día la señal de la cruz, rezar frecuentemente el Credo y el Padrenuestro y tener mucha devoción a los santos. Insistía muchísimo en la santificación de las fiestas, en asistir a misa cada domingo y en descansar siempre en el día del Señor. Prohibía trabajar más de dos horas los domingos.
Cuando ya llevaba 19 años gobernando a su diócesis, supo por revelación que se le acercaba la hora de su muerte y comunicó la noticia a su clero. Poco después le llegó una gran fiebre. Convocó a todo el personal que trabajaba en su casa de obispo y se despidió de ellos dándoles las gracias y prometiéndoles orar por cada uno. Todos lloraban fuertemente y esto lo conmovió a él también. Y el 1º. de diciembre del año 660 murió con la tranquilidad de quien ha dedicado su vida a hacer el bien y a amar a Dios.


San Eloy de Noyon, obispo
fecha: 1 de diciembre
n.: 588 - †: 660 - país: Francia
otras formas del nombre: Eligio, Eloi, Loy
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Noyon, de Neustria, san Eloy, obispo, que siendo orfebre y consejero del rey Dagoberto, edificó monasterios y construyó monumentos a los santos con gran arte y elegancia, y más tarde fue elevado a las sedes de Noyon y Tournai, donde se dedicó con gran celo al trabajo apostólico.
patronazgo: patrono de los agricultores y de ofebres, relojeros, herreros, mineros, y de fabricantes de lámparas y cestas, de los garagistas, y también de los veterinarios y protector contra las enfermedades equinas.

El nombre de Eligio, así como el de su padre, Equerio, y el de su madre, Terrigia, prueban que era de origen galo-romano. Nació en Chaptelat, cerca de Limoges, alrededor del año 588. Su padre, un artesano, comprobó que Eligio tenía grandes aptitudes para el grabado en metal y le colocó como aprendiz en el taller de Abón, el encargado de acuñar la moneda en Limoges. Una vez que hubo aprendido el oficio, Eligio atravesó el Loira y se dirigió a París, dónde conoció a Bobbo, el tesorero de Clotario II. El monarca encomendó a Eligio la fabricación de un trono adornado de oro y piedras preciosas. Con el material que le dieron, Eligio construyó dos tronos como el que se le había pedido. Clotario quedó admirado de la habilidad, la honradez, la inteligencia y otras cualidades del joven, por lo que inmediatamente le tomó a su servicio y le nombró jefe de la casa de moneda. El nombre de Eligio se ve todavía en algunas monedas acuñadas en París y Marsella durante los reinados de Dagoberto I y Clodoveo II. El biógrafo de Eligio dice que él labró los relicarios de san Martín (Tours), san Dionisio (Saint-Denis), san Quintín, santos Crispino y Crispiniano (Soissons), san Luciano, san Germán de París, santa Genoveva y otros. La habilidad y la posición del santo, así como su amistad con el rey, hicieron de él un personaje importante. Eligio no dejó que la corrupción de la corte manchase su alma y acabase con su virtud, pero supo adaptarse perfectamente a su estado. Por ejemplo, se vestía magníficamente, de suerte que en ciertas ocasiones sus trajes eran de pura seda (material muy raro entonces en Francia) y estaban bordados con hilo de oro y adornados con piedras preciosas. Cuando un forastero preguntaba dónde vivía Eligio, las gentes respondían: «Id a tal calle; su casa es la que está rodeada por una muchedumbre de pobres».

Es curioso el incidente que se produjo cuando Clotario pidió a Eligio que prestase el juramento de fidelidad. El santo, ya fuese por escrúpulo de jurar sin necesidad suficiente, ya fuese por temor de lo que el monarca podría mandarle que hiciese o aprobase, se excusó de prestar el juramento con una obstinación que molestó al rey durante algún tiempo, hasta que al fin, Clotario comprendió que la razón de la repugnancia de Eligio procedía realmente de su rectitud de conciencia y quedó convencido de que esa misma rectitud suplía con creces los juramentos de los otros ministros. San Eligio rescató a muchos esclavos. Algunos de ellos permanecieron a su servicio y le fueron fieles durante toda su vida. Entre ellos se contaba un sajón llamado Tilo, a quien se venera como santo, y que fue el primero de los discípulos que siguieron al santo del taller cortesano a su diócesis. En la corte Eligio se hizo amigo de Sulpicio, Bertario, Desiderio, Rústico (hermano del anterior) y, sobre todo, de Audoeno. Todos ellos llegaron, con el tiempo, a ser obispos y venerados como santos. Audoeno debe haber sido todavía muy joven cuando le conoció san Eligio; a él se atribuyó durante largo tiempo la Vita Eligii, que los historiadores consideran en la actualidad como obra de un monje que vivió más tarde en Noyon. En esa biografía se describe a san Eligio en la corte, diciendo que era «alto, de facciones juveniles, de barba y cabello ensortijados sin artificio alguno; sus manos eran finas y de dedos largos, en su rostro se reflejaba una bondad angelical y su expresión era grave y natural».

Dagoberto I heredó la estima y la confianza que su padre profesaba al santo, sin embargo, como tantos otros monarcas, Dagoberto prefería que su consejero le guiase en los asuntos públicos y políticos más que en las cuestiones íntimas de su conducta moral. El rey regaló a san Eligio las tierras de Solignac del Limousin para que fundase un monasterio. Los monjes, que se establecieron allí el año 632, observaban una regla que combinaba las de san Columbano y san Benito. Bajo la dirección experta del fundador, tres de los monjes se distinguieron en diferentes artes. Dagoberto regaló también a Eligio una casa en París para que fundase un convento de religiosas, que el santo puso bajo la dirección de santa Aurea. Eligio pidió al rey unos terrenos para completar los edificios, y el monarca se los cedió. El santo sobrepasó ligeramente la superficie que el rey le había otorgado y, en cuanto cayó en la cuenta, fue a pedirle perdón. Dagoberto, sorprendido de tal honradez, dijo a los cortesanos: «Algunos de mis súbditos no tienen el menor escrúpulo en robarme posesiones enteras, en tanto que Eligio se angustia por haber tomado unas pulgadas de tierra que no le pertenecen». Naturalmente, un hombre tan honrado podía ser un embajador maravilloso, por lo que, al parecer, Dagoberto le envió a negociar con el príncipe de los turbulentos bretones, Judecael.

San Eligio fue elegido obispo de Noyon y Tournai. Por la misma época, su amigo san Audoeno fue elegido obispo de Rouen. Ambos recibieron la consagración episcopal el año 641. San Eligio se distinguió en el servicio de la Iglesia tanto como se había distinguido en el del rey. En efecto, su solicitud paternal, su celo y su vigilancia fueron admirables. Desde luego, se preocupó por la conversión de los infieles, pues la mayoría de los habitantes de la región de Tournai no se habían convertido aún al cristianismo. Una gran porción de Flandes debe la conversión a san Eligio. El santo predicó en los territorios de Amberes, Gante y Courtrai. Por más que los habitantes, salvajes como fieras, se burlaban de él por ser «romano», el santo no se dio por vencido, sino que asistió a los enfermos, protegió a todos contra la opresión y empleó cuantos medios le dictó su caridad para vencer su obstinación. Poco a poco, los bárbaros se ablandaron y algunos se convirtieron. San Eligio bautizaba cada día de Pascua a cuantos había llevado a la luz del Evangelio durante el año. Su biógrafo nos dice que predicaba al pueblo todos los domingos y días de fiesta, y que le instruía con celo infatigable. En la biografía del santo hay un extracto de varios de sus sermones combinados en uno solo, con lo que basta para comprobar que Eligio tomaba pasajes enteros de los sermones de san Cesario de Arles. Tal vez sería más correcto decir que fue su biógrafo el que tomó esos pasajes de san Cesario, pero lo cierto es que en las dieciséis homilías que se atribuyen a san Eligio, se observa la misma influencia de san Cesario. Una de esas homilías es probablemente auténtica. Se trata de un sermón muy interesante, en el que el santo predica contra las supersticiones y las prácticas paganas entre las que menciona las fiestas del 1 de enero y del 24 de junio, y la costumbre de no trabajar los jueves («dies Jovis») por respeto a Júpiter. También prohibe los maleficios (así los bíblicos como los de otras especies), la adivinación de la suerte, el análisis de los presagios y otras supersticiones que existen todavía en muchos países. En seguida, invita a la oración, a la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, a la unción de los enfermos, a la señal de la cruz y a la recitación del Credo y de la oración del Señor.

En Noyon san Eligio fundó un convento de religiosas. Para gobernarlo, hizo venir de París a su protegida, santa Godeberta, y a uno de los monjes del monasterio que se hallaba situado fuera de la ciudad, en el camino a Soissons. El santo promovió mucho la devoción a los santos del lugar; durante su episcopado, fueron esculpidos por él mismo o bajo su dirección, algunos de los relicarios mencionados arriba. San Eligio desempeñó un papel muy importante en la vida eclesiástica de su tiempo. Poco antes de su muerte, durante un corto período, fue consejero de la reina regente, Batilde, quien apreciaba mucho su criterio. El biógrafo del santo da algunos ejemplos que muestran la alta estima que le profesaba la reina, ya que ambos tenían en común no sólo la manera de ver los problemas políticos, sino también una gran solicitud por los esclavos (Batilde, cuando niña, fue vendida como esclava). El efecto de aquellos sentimientos se reflejó en los resultados del Concilio de Chalon (c. 647), que prohibió la venta de esclavos fuera del reino, e impuso la obligación de dejarlos descansar los domingos y días de fiesta. El único escrito ciertamente auténtico de san Eligio es una encantadora carta que envió a su amigo san Desiderio de Cahors: «Cuando tu alma se vuelca en oración ante el Señor, acuérdate de mí, Desiderio, que me eres tan querido como otro yo ... Te saludo de todo corazón y con el más sincero afecto. También te saluda nuestro fiel compañero Dado.» Este era san Audoeno. Cuando llevaba diecinueve años de gobernar su diócesis, san Eligio tuvo una revelación sobre la proximidad de su muerte y la predijo a su clero. Poco después, contrajo una fiebre. A los seis días convocó a todos los miembros de su casa para despedirse de ellos. Como todos se echasen a llorar, el santo no pudo contener las lágrimas. En seguida, los encomendó a Dios y murió unas cuantas horas más tarde. Era el l de diciembre del año 660. Al enterarse de que el santo estaba enfermo, la reina Batilde partió apresuradamente de París, pero llegó a la mañana siguiente de la muerte de Eligio. La reina organizó los preparativos para trasladar los restos al monasterio que había fundado en Chelles, aunque otros querían que fuesen trasladadados a París. El pueblo de Noyon se opuso a todos los proyectos y Eligio fue sepultado en la ciudad. Sus reliquias fueron más tarde trasladadas a la catedral, donde se conservan todavía, en gran parte. Durante mucho tiempo, san Eligio fue uno de los santos más populares de Francia. En la Edad Media, se celebraba su fiesta en toda la Europa del norte. San Eligio es el patrono de los orfebres y los herreros. También se le invoca en lo relacionado con los caballos, por razón de ciertas leyendas. El santo practicó su oficio toda su vida y todavía se conservan algunas de las obras que se le atribuyen.

Tal vez la vida de san Eligio es, entre las de los santos merovingios, la que más revela sobre la vida cristiana en esa época, por lo que no es extraño que se haya escrito mucho sobre el santo. La obra básica es la «Vita S. Eligii», un documento excepcionalmente largo, que, según dijimos arriba, se atribuye a san Audoeno. El mejor texto es el que editó B. Krusch en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov, vol. IV, pp. 635-742; puede verse también en Migne, PL., vol. LXXXVII, cc. 477-658. Es cosa cierta que san Audoeno escribió sobre su amigo, pero la biografía que se conserva fue escrita en Noyon más de medio siglo después. Aunque probablemente dicha obra contiene la mayor parte de la de san Audoeno, la refunde y la completa en muchos aspectos. Hay varios artículos más de E. Vacandard sobre san Eligio, entre los que mencionaremos particularmente los de la Revue des questions historiques (1898-1899), donde discute muy a fondo la cuestión de la autenticidad de las homilías que se atribuyen al santo. Véase también Van der Essen, Etude critique sur les saints mérovingiens (1904), pp. 324-336.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

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