Queridos amigos y hermanos del Blog: todos sabemos y estamos rezando mucho –y espero que no sólo rezando- por las consecuencias del tremendo terremoto que ha desolado a Haití y ha puesto de luto al mundo entero. Yo quiero detenerme en un signo, quizás desapercibido para muchos. La Catedral de Haití se desplomó, como tantos otros y muchos edificios de la ciudad. Pero entre los escombros ha quedado erguida la Cruz con el Cristo que vemos en la foto. Cristo en la Cruz, erguido, de pie, entre los escombros.
El misterio de la Cruz, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento de Cristo, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento del hombre, ayer, hoy y siempre.
Estaba intentando escribir algo para ilustrar mis sentimientos y trasmitírselos, y recordé que hubo un discurso que Juan Pablo II en el 2002 escribió y no pronunció al final del Vía Crucis, porque prefirió ofrecer en su lugar una meditación espontánea sobre la muerte y resurrección de Cristo.
El discurso se titulaba así: “Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado”. Hoy en este “viernes santo” de Haití y de la humanidad creo que pueden ser las mejores palabras para iluminar ese misterio eterno: El misterio de la Cruz, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento de Cristo, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento del hombre, ayer, hoy y siempre.
* * *
1. «Crucem tuam adoramus, Domine!» – ¡Adoramos tu Cruz, oh Señor!
Al final de esta sugestiva conmemoración de la pasión de Cristo, nuestra mirada queda fija en la Cruz. Contemplamos en la fe el misterio de la salvación, revelada por ella. Jesús muriendo ha quitado el velo de delante de nuestros ojos, y ahora la Cruz brilla en el mundo con todo su esplendor. El silencio pacificador de Aquel, que la maldad humana ha colgado en aquel Leño, comunica paz y amor. En la Cruz muere el Hijo del hombre, haciéndose cargo de todo sufrimiento humano e injusticia. En el Gólgota muere por nosotros Aquel que con su muerte redimió al mundo.
2. "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37)
En el Viernes Santo se cumplen las palabras proféticas que el evangelista Juan, testigo ocular, refiere con meditada precisión. Al Dios hecho hombre, que por amor aceptó el suplicio más humillante, lo contemplan multitudes de toda raza y cultura. Cuando los ojos son guiados por la intuición profunda de la fe, descubren en el Crucificado al "testigo" supremo del Amor.
En la Cruz Jesús reúne en un solo pueblo a judíos y paganos, manifestando la voluntad del Padre celeste de hacer de todos los hombres una única familia reunida en su nombre.
En el dolor agudo del Siervo sufriente se vislumbra ya el grito triunfante del Señor resucitado. Cristo en la Cruz es el Rey del nuevo pueblo rescatado del peso del pecado y de la muerte. Aunque el curso de la historia pueda aparecer convulso y confuso, nosotros sabemos que, caminando tras la huellas del Nazareno crucificado, alcanzaremos la meta. Entre las contradicciones de un mundo dominado a menudo por el egoísmo y el odio, nosotros, los creyentes, estamos llamados a proclamar la victoria del Amor. Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado.
3. «Crucem tuam adoramus, Domine!»
Sí, te adoramos, Señor elevado en la Cruz entre la tierra y el cielo, Mediador único de nuestra salvación. ¡Tu Cruz es el estandarte de nuestra victoria!
Te adoramos, Hijo de la Virgen Santísima, erguida al pie de tu Cruz, con actitud valiente de compartir tu sacrificio redentor.
Por medio del Leño en el cual has sido crucificado ha venido al mundo entero la alegría – «Propter Lignum venit gaudium in universo mundo». De esto somos hoy aún más conscientes, mientras nuestra mirada se proyecta hacia el prodigio inefable de tu resurrección. "¡Adoramos, Señor, tu Cruz, alabamos y glorificamos tu santa resurrección!".
Su Santidad Juan Pablo II
El misterio de la Cruz, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento de Cristo, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento del hombre, ayer, hoy y siempre.
Estaba intentando escribir algo para ilustrar mis sentimientos y trasmitírselos, y recordé que hubo un discurso que Juan Pablo II en el 2002 escribió y no pronunció al final del Vía Crucis, porque prefirió ofrecer en su lugar una meditación espontánea sobre la muerte y resurrección de Cristo.
El discurso se titulaba así: “Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado”. Hoy en este “viernes santo” de Haití y de la humanidad creo que pueden ser las mejores palabras para iluminar ese misterio eterno: El misterio de la Cruz, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento de Cristo, ayer, hoy y siempre. El misterio del sufrimiento del hombre, ayer, hoy y siempre.
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1. «Crucem tuam adoramus, Domine!» – ¡Adoramos tu Cruz, oh Señor!
Al final de esta sugestiva conmemoración de la pasión de Cristo, nuestra mirada queda fija en la Cruz. Contemplamos en la fe el misterio de la salvación, revelada por ella. Jesús muriendo ha quitado el velo de delante de nuestros ojos, y ahora la Cruz brilla en el mundo con todo su esplendor. El silencio pacificador de Aquel, que la maldad humana ha colgado en aquel Leño, comunica paz y amor. En la Cruz muere el Hijo del hombre, haciéndose cargo de todo sufrimiento humano e injusticia. En el Gólgota muere por nosotros Aquel que con su muerte redimió al mundo.
2. "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37)
En el Viernes Santo se cumplen las palabras proféticas que el evangelista Juan, testigo ocular, refiere con meditada precisión. Al Dios hecho hombre, que por amor aceptó el suplicio más humillante, lo contemplan multitudes de toda raza y cultura. Cuando los ojos son guiados por la intuición profunda de la fe, descubren en el Crucificado al "testigo" supremo del Amor.
En la Cruz Jesús reúne en un solo pueblo a judíos y paganos, manifestando la voluntad del Padre celeste de hacer de todos los hombres una única familia reunida en su nombre.
En el dolor agudo del Siervo sufriente se vislumbra ya el grito triunfante del Señor resucitado. Cristo en la Cruz es el Rey del nuevo pueblo rescatado del peso del pecado y de la muerte. Aunque el curso de la historia pueda aparecer convulso y confuso, nosotros sabemos que, caminando tras la huellas del Nazareno crucificado, alcanzaremos la meta. Entre las contradicciones de un mundo dominado a menudo por el egoísmo y el odio, nosotros, los creyentes, estamos llamados a proclamar la victoria del Amor. Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado.
3. «Crucem tuam adoramus, Domine!»
Sí, te adoramos, Señor elevado en la Cruz entre la tierra y el cielo, Mediador único de nuestra salvación. ¡Tu Cruz es el estandarte de nuestra victoria!
Te adoramos, Hijo de la Virgen Santísima, erguida al pie de tu Cruz, con actitud valiente de compartir tu sacrificio redentor.
Por medio del Leño en el cual has sido crucificado ha venido al mundo entero la alegría – «Propter Lignum venit gaudium in universo mundo». De esto somos hoy aún más conscientes, mientras nuestra mirada se proyecta hacia el prodigio inefable de tu resurrección. "¡Adoramos, Señor, tu Cruz, alabamos y glorificamos tu santa resurrección!".
Su Santidad Juan Pablo II
La Catedral de Haití se desplomó, pero entre los escombros ha quedado erguida la Cruz con el Cristo.
Cristo en la Cruz, erguido, de pie, entre los escombros.
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