"Señor, no dejes inclinarse mi corazón a la maldad".
Salmo 140
Salmo 140
“¿Tienes tentaciones? ¡Reza! En ese momento, te advierto, no es raro que el demonio tenga una especie de capricho e intensifique su tentación:
-¡Es inútil! Te poseeré una vez más…Cede y te dejaré tranquilo. Es imposible que te me resistas. ¡Tú lo sabes bien!
No te dejes impresionar. ¡El diablo es un embustero! Es Jesús quien lo dice en el Evangelio de San Juan. Intensifica tus oraciones, que así acabará el demonio por dejarte. Si te tienta toda la noche, reza toda la noche... En caso de necesidad agrega pequeñas penitencias, arrójale agua bendita, invoca a la Santísima Virgen, “María, Terror del demonio”, a San José, a San Miguel Arcángel, etc. En ese momento, cuando el caer te parece inevitable, súbitamente, la tentación pasa. Ya no sientes nada…¿Qué sucedió? El demonio, que no le gusta ser vencido, viéndote decidido a rezar, se va sin decir nada.
¡Crean en la oración! ¡Amigos míos, crean en la oración! Jamás insistiremos lo suficiente al respecto. ¡Crean en la oración! Un cristiano jamás dice: “No hay nada que hacer”. Siempre queda el gran remedio de la oración que todo lo puede. Toda la omnipotencia de Dios se pone así en nuestras manos. En el Evangelio se ve que Nuestro Señor tuvo un gran cuidado, el de enseñar a los suyos a orar, pero sobre todo a darles la virtud de la fe en la oración. “Pedid y se os dará; golpead y se os abrirá; buscad y encontraréis”. Y Él lo ha dicho de diferentes maneras: “Todo el que pide, obtiene; y al que toca se le abre; y el que busca encuentra” (capítulos VII de San Mateos, XI de San Marcos, XI de San Lucas y ss. De San Juan).
“¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si le pide pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si pide un huevo, le dará un escorpión? Si pues vosotros, aunque malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre dará desde el cielo el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (Lucas, XI).
Y Jesús va todavía más allá en este particular. Nosotros jamás nos habríamos atrevido a llegar hasta allá. Recuerden la parábola del amigo inoportuno: a medianoche, recibe a su amigo que no había comido nada después de la vigilia. Todos los comercios estaban cerrados. Va a tocar a la puerta de su vecino: “Préstenme un pan”. “No, que estamos dormidos”. “No, no están dormidos”. “Que sí, ¡déjanos dormir!” Y continúa llamando a la puerta. Por fin el vecino abre la ventana. “¡Ahí tienes el pan, déjanos dormir!” Y Jesús nos dice: “Haced vosotros así con vuestro Padre celestial”. Adviertan que nosotros jamás nos habríamos atrevido a decir eso, nosotros no, y El lo ha dicho. Y podríamos continuar. A cada instante nos encontramos en el Evangelio esta lección; hasta la última noche, después de la Cena, Jesús les hace el siguiente reproche: “Hasta ahora no habéis pedido nada. Pedid y recibiréis. Todo lo que pidiereis a mi Padre en nombre Mío, os lo concederá”.
¡Creamos en la eficacia de la oración!
Ustedes conocen la frase de San Alfonso, que deberíamos dejar grabada en las mentes de nuestros niños: “El que reza se salva, el que no reza ¡se condena!” ¿A cuáles de sus hijos encontrarán ustedes en el cielo? A los que rezaron. ¿Cómo puede ser que, con la bondad infinita de Dios, haya quien se condene? ¡Es porque no quieren rezar!
El que reza se salva, el que no reza se condena. Y San Alfonso añade, en esa joya que es su Pequeño Tratado de la Oración: “Todos los santos están en el cielo porque rezaron mucho. Serían menos santos si hubieran rezado menos, y no estarían en el cielo si no hubieran rezado…”.
Recen aún si se encontraran en el fondo del océano y allá nadie se acordara de ustedes. ¡Oren!...No sé cómo lo haría Dios pero yo sé que Él vendría en su auxilio. Dije esto en un retiro en Chabeuil y al salir de la capilla, uno de los ejercitantes me dijo: “Padre, eso que usted dice es verdad. ¡Me sucedió a mí!” Y me explicó cómo, sumergido en un lago de Auvernia (no sabía nadar y sus compañeros creían que se había ahogado), tuvo la idea de rezar a la Santísima Virgen. En ese momento, tuvo una sensación de frío bajo los pies, ¡era una piedra! Se llenó de valor y agitó las piernas como pudo y estos movimientos ocasionaron que en la superficie se moviera el agua. Sus compañeros que se encontraban ahí, regresaron…y lo rescataron. ¡Es cierto!
Sobre este particular, permítanme una confidencia en sentido inverso. Yo he tenido las penas más grandes que un sacerdote puede tener en la tierra. He estado íntimamente relacionado a la apostasía de un número considerablemente grande de hermanos: seminaristas, religiosos y…¡sacerdotes! Bien, hay algo que puedo decir, todos (con algunas excepciones) habían dejado de rezar. Algunos habían dejado de rezar por celo…las almas requieren atención, etc. Otros, por pereza, negligencia, desánimo o vergüenza…¡Todos habían dejado de rezar! En ese momento el demonio los endureció y la catástrofe llegó. “Nemo repente fit pessimus”, como dice San Bernardo, “nadie se hace malo de repente”. Pero lo primero que siempre hace el demonio es lograr que alguien deje de rezar. No más oraciones, lecturas espirituales, rosarios, exámenes, breviario, acciones de gracias, visitas al Santísimo Sacramento, confesiones…misas (incluso el sacrilegio, y esto es muy peligroso), no más devoción a María, etc. En esos momentos están maduros para la catástrofe.
San Alfonso recomienda, ya que Dios acoge todas las oraciones, pedir todos los días la gracia de rezar siempre. Esa es la razón, entre otras, de que la devoción a María haya salvado a tantos pecadores. La menor oración, Dios la escucha. “Si quis tristetur oret”, dice Santiago, “si alguien está triste, ¡que rece!” “Hoc genus demoniorum non icitur, ieiunio et orationes”, dice Jesús hablando del joven lunático, “a este género de demonios –el de la impureza en particular, no los ahuyenta sino el ayuno y la oración” y muchas veces estas palabras de Jesús: “Vigilate et orate”, “vigilad y orad”.
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