jueves, 25 de julio de 2013

Simeón Estilita el Grande, Santo


Monje, 27 de julio
 
Simeón Estilita el Grande, Santo
Simeón Estilita el Grande, Santo

Monje

Martirologio Romano: Cerca de Antioquía, en Siria, san Simeón, monje, que durante muchos años vivió sobre una columna, por lo que recibió el sobrenombre de “Estilita”, y cuya vida y trato con todos fueron admirables (459).

Nace cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de Tarso, donde nació San Pablo. (Estilita significa: el que vive en una columna).

De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas por los campos, pero un día, al entrar en una iglesia, oyó al sacerdote leer en el sermón de la Montaña las bienaventuranzas, en el capítulo 5 del evangelio de San Mateo. Se entusiasmó al oír que Jesús anuncia: "Dichosos serán los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios". Se acercó a un anciano y le preguntó qué debería hacer para cumplir esas bienaventuranzas y ser dichoso. El anciano le respondió: "Lo más seguro seria irse de religioso a un monasterio".

Se estaba preparando para ingresar a un monasterio, y pedía mucho a Dios que le iluminara qué debía hacer para lograr ser santo e irse al cielo, y tuvo un sueño: vio que empezaba a edificar el edificio de su santidad y que cavaba en el suelo para colocar los cimientos y una voz le recomendaba: "Ahondar más, ahondar más". Y al fin oyó que la voz le decía: "Sólo cuando seas lo suficientemente humilde, serás santo".

A los 15 años entró a un monasterio y como era muy difícil conseguir libros para rezar, se aprendió de memoria los 150 salmos de la S. Biblia, para rezarlos todos cada semana, 21 cada día.

Se le considera el inventor del cilicio, o sea de una cuerda hiriente que algunos penitentes se amarran en la cintura para hacer penitencia. Se ató a la cintura un bejuco espinoso y no se lo quitaba ni de día ni de noche. Esto para lograr dominar sus tentaciones. Un día el superior del monasterio se dio cuenta de que derramaba gotas de sangre y lo mandó a la enfermería, donde encontraron que la cuerda o cilicio se le había incrustado entre la carne. Difícilmente lograron quitarle la cuerda, con paños de agua caliente. Y el abad o superior le pidió que se fuera para otro sitio, porque allí su ejemplo de tan extrema penitencia podía llevar a los hermanos a exagerar en las mortificaciones.

Se fue a vivir en una cisterna seca, abandonada, y después de estar allí cinco días en oración se le ocurrió la idea de pasar los 40 días de cuaresma sin comer ni beber, como Jesús. Le consultó a un anciano y éste le dijo: "Para morirse de hambre hay que pasar 55 días sin comer. Puede hacer el ensayo, pero para no poner en demasiado peligro la vida, dejaré allí cerca de usted diez panes y una jarra de agua, y si ve que va desfallecer, come y bebe." Así se hizo. Los primeros 14 días de cuaresma rezó de pie. Los siguientes 14 rezó sentado. Los últimos días de la cuaresma era tanta su debilidad que tenía que rezar acostado en el suelo. El domingo de Resurrección llegó el anciano y lo encontró desmayado y el agua y los panes sin probar. Le mojó los labios con un algodón empañado en agua, le dio un poquito de pan, y recobró las fuerzas. Y así paso todas las demás cuaresmas de su larga vida, como penitencia de sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores.

Se fue a una cueva del desierto para no dejarse dominar por la tentación de volverse a la ciudad, llamó a un cerrajero y se hizo atar con una cadena de hierro a una roca y mandó soldar la cadena para no podérsela quitar. Pero varias semanas después pasó por allí el Obispo de Antioquía y le dijo: "Las fieras sí hay que atarlas con cadenas, pero al ser humano le basta su razón y la gracia de Dios para no excederse ni irse a donde no debe". Entonces Simeón, que era humilde y obediente, se mandó quita la cadena.

De todos los países vecinos y aun de países lejanos venían a su cueva a consultarlo y a pedirle consejos y las gentes se le acercaban para tocar su cuerpo con objetos para llevarlos en señal de bendición, y hasta le quitaban pedacitos de su manto para llevarlos como reliquias.

Entonces para evitar que tanta gente viniera a distraerlo en su vida de oración, se ideó un modo de vivir totalmente nuevo y raro: se hizo construir una columna de tres metros para vivir allí al sol, al agua, y al viento. Después mandó hacer una columna de 7 metros, y más tarde, como la gente todavía trataba de subirse hasta allá, hizo levantar una columna de 17 metros, y allí pasó sus últimos 37 años de su vida.

Columna se dice "Stilos" en griego, por eso lo llamaron "Simeón el estilita".

No comía sino una vez por semana. La mayor parte del día y la noche la pasaba rezando. Unos ratos de pie, otros arrodillado y otros tocando el piso de su columna con la frente. Cuando oraba de pie, hacía reverencias continuamente con la cabeza, en señal de respeto hacia Dios. En un día le contaron más de mil inclinaciones de cabeza. Un sacerdote le llevaba cada día la Sagrada Comunión.

Para que nadie vaya a creer que estamos narrando cuentos inventados o leyendas, recordamos que la vida de San Simeón Estilita la escribió Teodoreto, quien era monje en aquel tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad cercana al sitio de los hechos. Un siglo más tarde, un famoso abogado llamado Evagrio escribió también la historia de San Simeón y dice que las personas que fueron testigos de la vida de este santo afirmaban que todo lo que cuenta Teodoreto es cierto.

Las gentes acudían por montones a pedir consejos. El les predicaba dos veces por día desde su columna y los corregía de sus malas costumbres. Y entre sermón y sermón oía sus súplicas, oraba por ellos y resolvía pleitos entre los que estaban peleados, para amistarlos otra vez. A muchos ricos los convencía para que perdonaran las deudas a los pobres que no les podían pagar.

Convirtió a miles de paganos. Un famoso asesino, al oírlo predicar, empezó a pedir perdón a Dios a gritos y llorando.

Algunos lo insultaban para probar su paciencia y nunca respondió a los insultos ni demostró disgusto por ellos.

Hasta Obispos venían a consultarlo, y el Emperador Marciano de Constantinopla se disfrazó de peregrino y se fue a escucharlo y se quedó admirado del modo tan santo como vivía y hablaba.

Para saber si la vida que llevaba en la columna era santidad y virtud y no sólo un capricho, los monjes vecinos vivieron y le dieron orden a gritos de que se bajara de la columna y se fuera a vivir con los demás. Simeón, que sabía que sin humildad y obediencia no hay santidad, se dispuso inmediatamente a bajarse de allí, pero los monjes al ver su docilidad le gritaron que se quedara otra vez allá arriba porque esa era la voluntad de Dios.

Murió el 5 de enero del año 459. Estaba arrodillado rezando, con la cabeza inclinada, y así se quedó muerto, como si estuviera dormido. El emperador tuvo que mandar un batallón de ejército porque las gentes querían llevarse el cadáver, cada uno para su ciudad. En su sepulcro se obraron muchos milagros y junto al sitio donde estaba su columna se construyó un gran monasterio para monjes que deseaban hacer penitencia.



San Simeón Estilita, monje
fecha: 27 de julio
fecha en el calendario anterior: 5 de enero
n.: c. 388 - †: 459 - país: Turquía
otras formas del nombre: Simón, Simeón el Viejo
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Cerca de Antioquía de Siria, san Simeón, monje, que durante muchos años vivió sobre una columna, por lo que recibió el sobrenombre de «Estilita», y cuya vida y trato con todos fue admirable.
patronazgo: patrono de los pastores.

La vida y la conducta de san Simeón, llamaron la atención, no sólo de todo el Imperio Romano, sino también de los pueblos bárbaros, que le tenían en gran admiración. Los emperadores romanos se encomendaban a sus oraciones y le consultaban sobre asuntos de importancia. Sin embargo, debe reconocerse que se trata de un santo más admirable que ejemplar. Su vida es profundamente edificante, en el sentido de que no podemos menos de sentirnos confundidos, al comparar su fervor con nuestra indolencia en el servicio divino.

San Simeón fue hijo de un pastor de la Cilicia, en la frontera de Siria, y comenzó su vida guardando las ovejas de su padre. Hacia el año 402, cuando Simeón sólo tenía catorce años, se sintió profundamente conmovido al oír en la iglesia la lectura de las Bienaventuranzas, sobre todo por las palabras: «Bienaventurados los que sufren», «Bienaventurados los limpios de corazón». El joven acudió a un anciano para que le explicara su sentido, y le rogó que le dijera cómo podía alcanzar la felicidad prometida. El anciano le respondió que el texto sagrado proponía como camino a la felicidad, la oración, la vigilia, el ayuno, la humillación y la paciencia en las persecuciones, y que la vida de soledad era la mejor manera de practicar la virtud. Simeón se retiró a cierta distancia y rogó a Aquél que quiere la salvación de todos los hombres que le guiara en la búsqueda de la felicidad y de la perfección. Después de orar largamente, se quedó dormido y tuvo un sueño, como él mismo lo refirió más tarde repetidas veces. Se vio a sí mismo cavando los cimientos de una casa. Las cuatro veces que interrumpió su trabajo para tomar aliento, oyó una voz que le ordenaba seguir excavando. Finalmente, recibió la orden de cesar, porque el foso era ya tan profundo, que podía abrigar los cimientos de un edificio de la forma y el tamaño que él escogiera. Como comenta Teodoreto, «los hechos verificaron la predicción, ya que los actos de ese hombre estaban tan por encima de la naturaleza, que los cimientos debían ser muy profundos para soportar peso tan enorme».

Al despertar, Simeón se dirigió a un monasterio de las proximidades, cuyo abad se llamaba Timoteo y se detuvo a las puertas durante varios días sin comer ni beber, suplicando que le admitieran como el último de los sirvientes. Su petición fue bien acogida y por fin se le recibió por un plazo de cuatro meses. Ese tiempo le bastó para aprender de memoria el salterio. Este contacto con el texto sagrado iba a alimentar su alma durante el resto de su vida. Aunque era muy joven, practicaba toda clase de austeridades, y su humildad y caridad le ganaron el aprecio de los monjes. Al cabo de dos años, pasó al monasterio de Heliodoro, el cual había vivido sesenta y dos años en dicha comunidad, tan absolutamente alejado del mundo, que lo ignoraba por completo, según nos cuenta Teodoreto, quien le conoció personalmente. Simeón intensificó ahí sus mortificaciones. Considerando que la tosca cuerda del pozo, tejida con hojas de palma, constituía un excelente instrumento de mortificación, se desnudó, la ató con fuerza alrededor de su cuerpo y se vistió en seguida. Así permaneció largo tiempo, sin que el superior o alguno de los monjes sospechara su sufrimiento, hasta que la cuerda se le incrustó en la carne. En todo el cuerpo se le formaron grandes llagas y durante los tres días siguientes, tuvo que mojar sus vestiduras para poder quitárselas, pues estaban completamente pegadas a la carne herida. Las incisiones que se le hicieron para arrancar las cuerdas le produjeron tal dolor, que se desmayó. Al recobrar el conocimiento, el superior le despidió del monasterio, para demostrar a los otros monjes que no estaba dispuesto a soportar tales singularidades.

Simeón sé retiró a una ermita en las cercanías del monte Telanisa, en donde resolvió pasar los cuarenta días de la cuaresma, en total abstinencia, siguiendo el ejemplo de Cristo. Un sacerdote llamado Basso, con quien consultó su propósito, le dio diez piezas de pan y un poco de agua, para que pudiera comer en caso de necesidad. Basso fue a visitarle al acabar la cuaresma; el pan y el agua estaban intactos, pero Simeón yacía por tierra como muerto. Con una esponja Basso mojó los labios de Simeón y depositó en ellos la sagrada Eucaristía. Vuelto en sí, Simeón se incorporó y pudo comer, lentamente, algunas hojas de lechuga. En adelante ayunó del mismo modo cada cuaresma hasta el fin de su vida. Cuando Teodoreto escribió sobre él, Simeón había ya soportado así veintiséis cuaresmas. Teodoreto nos explica que empezaba la cuaresma haciendo oración de pie; cuando las fuerzas comenzaban a faltarle, continuaba su oración sentado; hacia el fin de la cuaresma, oraba tendido en tierra, pues era ya incapaz de sostenerse en otra posición. Sin embargo, es probable que en sus últimos años haya mitigado un poco esta increíble austeridad. Cuando vivía ya en su columna, se ataba a una estaca durante el ayuno cuaresmal para no caer; pero al fin de su vida, estaba ya tan acostumbrado, que no necesitaba atarse. Algunos atribuyen su resistencia a una recia complexión, que le había permitido habituarse a tan extraordinario ayuno. Como es bien sabido, el clima cálido permite largos períodos de abstinencia a los fakires de la India. En nuestros días, un monje francés ayunó durante toda la cuaresma, casi tan rigurosamente, como san Simeón. [Dom Claude Léauté, monje benedictino de la Congregación de San Mauro. Cf. Dom L´Isle, History of Fasting, Sens, 1731; y The Month, febrero y marzo de 1921: The Mystic as a Hunger Striker]. Pero hay muy pocos ejemplos de personas que resistan el ayuno total prolongado, a no ser que la práctica les haya preparado para ello.


Habiendo pasado tres años en la ermita, Simeón se fue a vivir a la cumbre del monte, donde se construyó una especie de cabaña sin techo para estar a la intemperie. Como símbolo de su resolución de proseguir en ese género de vida, encadenó su pie derecho a una roca. Melecio, vicario del Patriarca de Antioquía, le aseguró que, si su decisión era realmente firme, con la gracia de Dios podría vivir en su retiro, sin salir jamás de él. Al oír esto, el santo mandó llamar a un herrero para que soldara definitivamente sus cadenas. Pero los visitantes comenzaron a frecuentarlo y la soledad que su alma deseaba se veía constantemente interrumpida por las multitudes que acudían a recibir su bendición, que sanaba a los enfermos. Algunos no se daban por satisfechos, hasta tocar con sus propias manos al santo.

Para huir de estas causas de distracción, Simeón ideó un nuevo género de vida sin precedentes. El año 423 se construyó una columna de unos tres metros de altura, y sobre ella vivió durante cuatro años. En otra de seis metros vivió tres años. En una tercera de doce metros vivió diez años. Los últimos veinte años de su vida los pasó en una columna de veinte metros, que le construyó el pueblo. En total pasó treinta y siete años en las cuatro columnas; por ello recibió el nombre de estilita, pues la palabra griega «stylos» significa columna. Al principio, todos criticaron esta forma de vida como una singularidad. Para probar su humildad, los obispos y abades de los alrededores le dieron la orden de renunciar a tal extravagancia. El santo se mostró inmediatamente dispuesto a obedecer; pero el mensajero le dijo que, puesto que se había mostrado obediente, los obispos y abades le autorizaban a seguir su vocación.

Su columna no pasaba de tener unos dos metros de superficie, lo cual le permitía apenas acostarse. Por lo demás, carecía de todo asiento. Sólo se recostaba para tomar un poco de descanso; el resto del tiempo lo pasaba encorvado en oración. Un visitante contó, en una ocasión, 1244 reverencias profundas. Dos veces al día, el santo hacía exhortaciones al pueblo. Se vestía de pieles de animales, y jamás permitió que una mujer penetrara en el espacio cerrado en el que se levantaba su columna. Su discípulo Antonio nos cuenta que el santo oró muy especialmente por su madre, a la muerte de ésta.

Dios se complace algunas veces en conducir a ciertas almas por caminos extraños, donde otras sólo encontrarían peligros de ilusiones y de vanidad. Sin embargo, hay que hacer notar que la santidad de dichas almas no consiste, ni en sus acciones extraordinarias, ni en sus milagros, sino en la perfección de su caridad, de su paciencia y de su humildad; y estas virtudes brillaron esplendorosamente en la vida de san Simeón. Exhortaba ardientemente al pueblo a corregirse de su inveterada costumbre de blasfemar, a practicar la justicia, a desterrar la usura, a la seriedad en la piedad, y a orar por la salvación de las almas. El respeto con que los mismos bárbaros le oían era indescriptible. Muchos persas, armenios e iberos se convirtieron por sus milagros o por sus sermones a los que acudían grandes multitudes. Los emperadores Teodosio y León I, le consultaban con frecuencia y se encomendaban a sus oraciones. El emperador Marciano se disfrazó para ir a visitarle. El santo soportó con invencible paciencia todas las contradicciones y oposiciones, sin una palabra de queja. Se consideraba sinceramente como el peor de los hombres, y hablaba a todos con la mayor suavidad y caridad. El patriarca de Antioquía, Domno, y otros sacerdotes le llevaban la comunión a su columna. El miércoles 2 de septiembre del año 459, o tal vez el viernes 24 de julio del mismo año, según otra fuente, el santo entregó su alma a Dios, a los sesenta y nueve años de edad, en la posición en que acostumbraba orar. Su cuerpo fue trasladado dos días después a Antioquía, donde lo esperaban los obispos y todo el pueblo. Evagrio, Antonio y Cosme relatan muchos milagros obrados en tal ocasión.

Por increíbles que puedan parecer algunos de los rigores atribuidos a san Simeón el Viejo y a otros estilitas, las pruebas históricas son indiscutibles. Por ejemplo, Teodoreto, historiador de la Iglesia, que es una de las principales autoridades sobre san Simeón el Viejo, le conoció personalmente, fue su confidente, y escribió su narración durante la vida misma del santo. El problema de esta fase extraordinaria del ascetismo ha sido discutido a fondo por Hippolyte Delehaye, en su monografía Les Saints Stylites (1923). Esta obra supera a todas las anteriores sobre el mismo tema. Basándose en las investigaciones de Delehaye, Fr. Thurston publicó un artículo de vulgarización sobre el tema, en la revista irlandesa Studies, diciembre de 1923, pp. 584-596. Además de la narración de Teodoreto, existen otras dos fuentes importantes sobre la vida de san Simeón: la biografía griega escrita por su discípulo y contemporáneo, Antonio, y la biografía siria, escrita ciertamente menos de cincuenta años después de la muerte del santo. Lietzmann publicó una edición crítica de ambos textos en Das Leben des reiligen Symeon Stylites (1908); ver también P. Peeters, Analecta Bollandiana, vol. LXI (1943), pp. 71 ss., a propósito de los primeros biógrafos de san Simeón. Las biografías griega y siria difieren en una buena cantidad de detalles, pero no podemos ocuparnos de ello aquí.
En la foto inferior puede verse las ruinas del monasterio con los restos de la columna de san Simeón; lamentablemente, los turistas -llevándose una a una las piedras como recuerdos de su visita- han terminado con la columna.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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