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Atanasio, Santo |
Obispo y Doctor de la Iglesia
Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295, y es la figura más dramática y desconcertante de la rica galería de los Padres de la Iglesia. Tozudo defensor de la ortodoxia durante la gran crisis arriana, inmediatamente después del concilio de Nicea, pagó su heroica resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Arrio, un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, negando la igualdad substancial entre el Padre y el Hijo, amenazaba atacar el corazón mismo del cristianismo. En efecto, si Cristo no es Hijo de Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la humanidad?
En un mundo que se despertó improvisamente arriano, según la célebre frase de San Jerónimo, quedaba todavía en pie un gran luchador, Atanasio, que a los 33 años fue elevado a la prestigiosa sede episcopal de Alejandría. Tenía el temple del luchador y cuando había que presenter batalla a los adversarios era el primero en partir lanza en ristre: “Yo me alegro de tener que defenderme” escribió en su Apologia por la fuga. Atanasio tenía valentía hasta para vender, pero sabiendo con quién tenía que habérselas (entre las acusaciones de sus calumniadores estaba la de que él había asesinado al obispo Arsenio, que después apareció vivo y sano), no esperaba en casa a que vinieran a amarrarlo. A veces sus fugas fueron sensacionales. El mismo nos habla de ellas con brío.
Pasó sus últimos dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos monjes, esos simpáticos anárquicos de la vida cristiana, que aunque rehuyendo de las normales estructuras de la organización social y eclesiástica, se encontraban bien en compañía de un obispo autoritario e intransigente como Atanasio. Para ellos escribió el batallador obispo de Alejandría una grande obra, la “Historia de los arrianos”, dedicada a los monjes, de la que nos quedan pocas páginas, pero suficientes para revelarnos abiertamente el temperamento de Atanasio: sabe que habla a hombres que no entienden las metáforas, y entonces llama al pan pan y al vino vino: se burla del emperador, llamándolo con apodos irrespetuosos, y se burla también de los adversarios; pero habla con entusiasmo de las verdades que le interesan, para arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores.
Durante las numerosas e involuntarias peregrinaciones llegó a Occidente, a Roma y Tréveris en donde hizo conocer el monaquismo egipcio, como estado de vida organizado de modo muy original en el desierto, presentando al monje ideal en la sugestiva figura de un anacoreta, San Antonio, de quien escribió la célebre Vida, que se puede considerar como una especie de manifiesto del monaquismo. Murió en el año 373.
San AtanasioDoctor de la Iglesia Fiesta: 2 de mayo
(297-373). Obispo de Alejandría (Egipto). Principal opositor al arrianismo. Padre de la Ortodoxia. Aclamado doctor el año 1568 por Pió V.
Doctores de la Iglesia De la Vida de san Antonio
Ver también sus escritos: Credo de San Atanasio De sus sermones: La encarnación del Verbo
Todo, por el Verbo, compone una armonía verdaderamente divina -sermón contra los gentiles, Núms. 42-43
Etim.: Atanasio: "inmortal"Nació en Egipto, Alejandría, en el año 295. Estudió derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a la vida solitaria, haciendo amistad con los ermitaños del desierto. Regresando a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de Dios.
En su tiempo, Arrio, clérigo de Alejandría, propagaba la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Para enfrentarlo se celebró el primero de los ecuménicos, en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes. El concilió excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana.
Pocos meses después de terminado el concilio murió san Alejandro y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no dejaron de perseguirlo hasta que lo desterraron de la ciudad e incluso de Oriente. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia a Arrio a pesar de que este se mantenía en la herejía, Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.
Durante dos años permaneció Atanasio en esta ciudad, al cabo de los cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría entre el júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía la lucha contra los arrianos y por segunda vez, en 342, sufrió el destierro que lo condujo a Roma.
Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero sus adversarios enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede.
Falleció el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras.
San Atanasio de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 2 de mayo
n.: c. 295 - †: 373 - país: Egipto
otras formas del nombre: Atanasio el Grande
canonización: pre-congregación
hagiografía: J. Quasten: Patrología
Memoria de san Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia, el cual, preclaro por su santidad y doctrina, en Alejandría de Egipto defendió con valentía la fe católica desde el tiempo del emperador Constantino hasta Valente, por lo cual tuvo que soportar numerosas asechanzas por parte de los arrianos y ser desterrado en varias ocasiones. Finalmente, regresó a la Iglesia que se le había confiado, donde, después de haber luchado y sufrido mucho con heróica paciencia, descansó en la paz de Cristo en el cuadragésimo sexto aniversario de su ordenación episcopal.
patronazgo: protector contra dolores de cabeza.
refieren a este santo: San Alejandro de Alejandría, San Basilio Magno, San Dionisio de Milán, San Eusebio de Vercelli, San Frumencio de Aksum, San Pacomio, San Pafnucio, San Paulino de Tréveris, San Protasio de Milán, San Servacio de Tongres, San Teodoro de Tabennesi
oración:
Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu obispo san Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos y te amemos cada vez más plenamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica)
San Atanasio, «el campeón de la ortodoxia», nació probablemente hacia el año 297, en Alejandría. Lo único que sabemos de su familia es que sus padres eran cristianos y que tenía un hermano llamado Pedro. Rufino nos ha conservado una tradición, según la cual, Atanasio llamó la atención del obispo Alejandro un día que se hallaba «jugando a la iglesia» con otros niños, en la playa. Pero esta tradición es muy discutible, ya que, cuando Alejandro fue consagrado obispo, Atanasio debía tener unos quince o dieciséis años. Como quiera que fuese, con ayuda del obispo o sin ella. Atanasio recibió una educación excelente, que comprendía la literatura griega, la filosofía, la retórica, la jurisprudencia y la doctrina cristiana. Atanasio llegó a poseer un conocimiento excepcional de la Sagrada Escritura. Él mismo dice que sus profesores de teología habían sido confesores durante la persecución de Maxímiano que había sacudido a Alejandría cuando él era todavía un niño de pecho. Es interesante hacer notar que, según parece, Atanasio estuvo desde muy joven en estrecha relación con los ermitaños del desierto, sobre todo con el gran san Antonio: «Yo fui discípulo suyo -escribe- y, cual Eliseo, vertí el agua en las manos de ese nuevo Elías». La amistad de Atanasio con los ermitaños, le sirvió de mucho en su vida posterior. En 318, cuando tenía alrededor de veintiún años, Atanasio hizo su aparición, propiamente dicha, en eI escenario de la historia, al recibir el diaconado y ser nombrado secretario del obispo Alejandro. Probablemente en ese período compuso su primer libro: el famoso tratado de la Encarnación, en el que expuso la obra redentora de Cristo.
Probablemente hacia el año 323, un sacerdote de la iglesia de Baukalis, llamado Arrio, empezó a escandalizar a Alejandría, al propagar públicamente que el Verbo de Dios no era eterno, sino que había sido creado en el tiempo por el Padre y que, por consiguiente, sólo podía llamársele Hijo de Dios de un modo figurativo. El obispo le ordenó que pusiese por escrito su doctrina y la presentó al clero de Alejandría y a un sínodo de obispos egipcios. Con sólo dos votos en contra, la asamblea condenó la herejía de Arrio y le depuso, junto con otros once sacerdotes y diáconos que le apoyaban. El heresiarca pasó entonces a Cesarea, donde siguió propagando su doctrina y consiguió el apoyo de Eusebio de Nicomedia y otros prelados sirios. En Egipto se había ganado ya a los «melecianos» y a muchos de los intelectuales; por otra parte, sus ideas, acomodadas al ritmo de las canciones populares, habían sido divulgadas con increíble rapidez, por los marineros y mercaderes en todos los puertos del Mediterráneo. Se supone, con bastante probabilidad que Atanasio, en su calidad de archidiácono y secretario del obispo, tomó parte muy activa en la crisis y que escribió una carta encíclica, en la que anunciaba la condenación de Arrio. Pero en realidad, lo único que podemos afirmar con certeza, es que acompañó a su obispo al Concilio de Nicea, donde se fijó claramente la doctrina de la Iglesia, se confirmó la excomunión de Arrio y se promulgó la confesión de fe conocida con el nombre de Credo de Nicea. Es muy poco probable que Atanasio haya tomado parte activa en las discusiones de la asamblea, puesto que no tenía sitio en ella. Pero, si Atanasio no ejerció ninguna influencia sobre el Concilio, el Concilio la ejerció sobre él, ya que -como ha dicho un escritor moderno-, toda la vida posterior de Atanasio fue, a la vez, un testimonio de la divinidad del Salvador y una ratificación heroica de la profesión de fe de los Padres de Nicea.
Poco después del fin del Concilio murió Alejandro. Atanasio, a quien había nombrado para sucederle, fue elegido obispo de Alejandría, a pesar de que aún no había cumplido los treinta años. Casi inmediatamente, emprendió la visita de su enorme diócesis, sin excluir la Tebaida y otros monasterios; los monjes le acogieron en todas partes con gran júbilo, pues Atanasio era un asceta como ellos. Otra de sus medidas fue nombrar a un obispo para Etiopía, que acababa de convertirse al cristianismo. Pero desde el principio de su gobierno, Atanasio tuvo que hacer frente a las disensiones y a la oposición. No obstante sus esfuerzos por realizar la unificación, los melecianos se obstinaron en el cisma e hicieron causa común con los herejes; por otra parte, los arrianos, a los que el Concilio de Nicea había atemorizado por un momento, reaparecieron con mayor vigor que antes, en Egipto y en Asia Menor, donde encontraron el apoyo de los poderosos. En efecto, el año 330, Eusebio de Nicomedia, el obispo arriano, volvió del destierro y consiguió persuadir al emperador Constantino, cuya residencia favorita se encontraba en su diócesis, a que escribiese a Atanasio y le obligase a admitir nuevamente a Arrio a la comunión. El santo obispo respondió que la Iglesia católica no podía estar en comunión con los herejes que atacaban la divinidad de Cristo. Entonces, Eusebio escribió una amable carta a Atanasio, tratando de justificar a Arrio; pero ni sus halagos ni las amenazas del emperador lograron hacer mella en aquel frágil obispo de corazón de león, a quien más tarde Juliano el Apóstata trató de ridiculizar con el nombre de «el enano». Eusebio de Nicomedia escribió, entonces, a los melecianos de Egipto, exhortándolos a poner por obra un plan para deponer a Atanasio. Así, los melecianos acusaron al santo obispo de haber exigido un tributo para renovar los manteles de sus iglesias, de haber enviado dinero a un tal Filomeno, de quien se sospechaba de haber traicionado al emperador y de haber autorizado a uno de sus legados para destruir el cáliz en el que celebraba la misa un sacerdote meleciano, llamado Iskiras. Atanasio compareció ante el emperador; demostró plenamente su inocencia y volvió, en triunfo, a Constantinopla, con una carta ecomiástica de Constantino. Sin embargo, sus enemigos no se dieron por vencidos, sino que le acusaron de haber asesinado a Arsenio, un obispo meleciano y le convocaron a comparecer ante un concilio que iba a tener lugar en Cesarea. Sabedor de que su supuesta víctima estaba escondida, Atanasio se negó a comparecer. Pero el emperador le ordenó que se presentase ante otro concilio, convocado en Tiro el año 335. Como se vio más tarde, la asamblea estaba llena de enemigos de san Atanasio, y el presidente era un arriano que había usurpado la sede de Antioquía. El conciliábulo acusó a Atanasio de varios crímenes, entre otros, el de haber mandado destruir el cáliz. El santo demostró inmediatamente su inocencia, por lo que tocaba a algunas de las acusaciones, y pidió que se le concediese algún tiempo para obtener las pruebas de su inocencia en las otras. Sin embargo, cuando cayó en la cuenta de que la asamblea estaba decidida de antemano a condenarle, abandonó inesperadamente la sala y se embarcó con rumbo a Constantinopla. Al llegar a dicha ciudad, se hizo encontradizo con la comitiva del emperador, en la calle, y obtuvo una entrevista. Atanasio probó su inocencia en forma tan convincente que, cuando el Concilio de Tiro anunció en una carta que Atanasio había sido condenado y depuesto, Constantino respondió convocando al Concilio en Constantinopla para juzgar de nuevo el caso. Pero súbitamente, por razones que la historia no ha logrado nunca poner en claro, el monarca cambió de opinión. Los escritores eclesiásticos no se atrevieron naturalmente a condenar al cristianísimo emperador; pero al parecer, lo que le había molestado fue la libertad apostólica con que le habló Atanasio en una entrevista posterior. Así pues, antes de que la primera carta imperial llegase a su destino, Constantino escribió otra, por la que confirmaba la sentencia del Concilio de Tiro y desterraba a Atanasio a Tréveris, en las Galias.
La historia no ha conservado ningún detalle sobre ese primer destierro, que duró dos años, excepto que el obispo de la localidad acogió hospitalariamente a Atanasio, y que éste se mantuvo en contacto epistolar con su grey. El año 337 murió Constantino. Su imperio se dividió entre sus tres hijos: Constantino II, Constancio y Constante. Todos los prelados que se hallaban en el destierro fueron perdonados. Uno de los primeros actos de Constantino II fue el de entronizar nuevamente a Atanasio en su sede de Alejandría. El obispo entró triunfalmente en su diócesis. Pero sus enemigos trabajaban con la misma actividad de siempre y Eusebio de Nicomedia se ganó enteramente al emperador Constancio, en cuya jurisdicción se encontraba Alejandría. Atanasio fue acusado ante el monarca, de provocar la sedición y el derramamiento de sangre y de robar el grano destinado a las viudas y los pobres. Eusebio consiguió, además, que un concilio realizado en Antioquía, depusiese nuevamente a Atanasio y ratificase la elección de un obispo arriano para su sede. La asamblea llegó incluso a escribir al papa, san Julio, para invitarle a suscribir la condenación de Atanasio. Por otra parte, la jerarquía ortodoxa de Egipto escribió una encíclica al papa y a todos los obispos católicos, en la que exponía la verdad sobre san Atanasio. El Sumo Pontífice aceptó la proposición de los eusebianos para que se reuniese un sínodo a fin de zanjar la cuestión. Entre tanto, Gregorio de Capadocia había sido instalado en la sede de Alejandría; ante las escenas de violencia y sacrilegio que siguieron a su entronización, Atanasio decidió ir a Roma a esperar la sentencia del concilio. Éste tuvo lugar sin los eusebianos, que no se atrevieron a comparecer, y terminó con la completa reivindicación de san Atanasio. El Concilio de Sárdica ratificó poco después esa sentencia. Sin embargo, Atanasio no pudo volver a Alejandría sino hasta después de la muerte de Gregorio de Capadocia, y sólo porque el emperador Constancio, que estaba a punto dé declarar la guerra a Persia, pensó que la restauración de san Atanasio podía ayudarle a congraciarse con su hermano, Constante. El obispo retornó a Alejandría, después de ocho años de ausencia. El pueblo le recibió con un júbilo sin precedente y, durante tres o cuatro años, las guerras y disturbios en que estaba envuelto el imperio le permitieron permanecer en su sede, relativamente en paz. Pero Constante, que era el principal sostén de la ortodoxia, fue asesinado y, en cuanto Constancio se sintió dueño del Oriente y del Occidente, se dedicó deliberadamente a aniquilar al santo obispo, a quien consideraba como un enemigo personal. El año de 353, obtuvo en Arlés que un conciliábulo de prelados interesados condenase a san Atanasio. El mismo año, el emperador se constituyó en acusador personal del santo en el sínodo de Milán; y, sobre un tercer concilio, no mejor que los anteriores, escribió san Jerónimo: «El mundo se quedó atónito al verse convertido al arrianismo». Los pocos prelados amigos de san Atanasio fueron desterrados; entre ellos se contaba al papa Liberio, a quien los perseguidores mantuvieron exilado en Tracia hasta que, deshecho de cuerpo y espíritu, aceptó momentáneamente la condenación de Atanasio.
El santo consiguió mantenerse algún tiempo en Egipto con el apoyo del clero y del pueblo. Pero la resistencia no duró mucho. Una noche, cuando se hallaba celebrando una vigilia en la iglesia, los soldados forzaron las puertas y penetraron para herir o matar a los que opusieran resistencia. Atanasió logró escapar providencialmente, y se refugió entre los monjes del desierto, con los que vivió escondido seis años. Aunque el mundo sabía muy poco de él, Atanasio se mantenía muy al tanto de lo que sucedía en el mundo. Su extraordinaria actividad, reprimida en cierto sentido, se desbordó en la esfera de la producción literaria; muchos de sus principales tratados se atribuyen a ese período. A poco de la muerte de Constancio, ocurrida en 361, siguió la del arriano que había usurpado la sede de Alejandría, quien pereció a manos del populacho. El nuevo emperador, Juliano, revocó todas las sentencias de destierro de su predecesor, de suerte que Atanasio pudo volver a su ciudad. Pero la paz duró muy poco. Los planes de Juliano el Apóstata para paganizar la cristiandad encontraban un obstáculo infranqueable en el gran campeón de la fe en Egipto. Así pues, Juliano le desterró «por perturbar la paz y mostrarse hostil a los dioses», Atanasio tuvo que refugiarse una vez más en el desierto. En una ocasión estuvo a punto de ser capturado: se hallaba en una barca, en el Nilo, cuando sus compañeros, muy alarmados, le hicieron notar que una galera imperial se dirigía hacia ellos. Sin perder la calma, Atanasio dio la orden de remar al encuentro de la galera. Los perseguidores les preguntaron si habían visto al fugitivo: «No está lejos -fue la respuesta-; remad aprisa si queréis alcanzarle». La estratagema tuvo éxito. Durante su destierro, que era ya el cuarto, san Atanasio recorrió la Tebaida de un extremo al otro. Se hallaba en Antinópolis cuando dos solitarios le dieron la noticia de que Juliano acababa de morir, en Persia, atravesado por una flecha.
El santo volvió inmediatamente a Alejandría. Algunos meses más tarde, fue a Antioquía invitado por el emperador Joviniano, quien había revocado la sentencia de destierro. Pero el reinado de Joviniano fue muy breve y, en mayo del 365, el emperador Valente publicó un edicto por el que desterraba a todos los prelados a quienes Constancio había exilado y los sustituía por los de su elección. Atanasio se vio obligado a huir una vez más. El escritor eclesiástico Sócrates dice que se ocultó en la sepultura de su padre; pero una tradición más probable sostiene que se refugió en una casa de los alrededores de Alejandría. Cuatro meses después, Valente revocó el edicto, tal vez por temor de que estallase un levantamiento entre los egipcios, que estaban cansados de ver sufrir a su amado obispo. El pueblo le escoltó hasta su casa, con grandes demostraciones de júbilo. San Atanasio había sido desterrado cinco veces y había pasado diecisiete años en el exilio; pero, en los últimos siete años de su vida, nadie le disputó su sede. En ese período escribió, probablemente, la «Vida de San Antonio». Murió en Alejandría, el 2 de mayo del año 373; su cuerpo fue, después, trasladado a Constantinopla y más tarde, a Venecia.
San Atanasio fue el hombre más grande de su época y uno de los más grandes jefes religiosos de todos los tiempos. No se puede exagerar el valor de los servicios que prestó a la Iglesia, pues defendió la fe en circunstancias particularmente difíciles y salió triunfante. El cardenal Newman sintetizó su figura al decir que fue «uno de los principales instrumentos de que Dios se valió, después de los Apóstoles, para hacer penetrar en el mundo las sagradas verdades del cristianismo». Aunque casi todos los escritos de san Atanasio surgieron al calor de la controversia, debajo de la aspereza de las palabras corre un río de profunda espiritualidad que se deja ver en todos los recodos y revela las altas miras del autor. Como un ejemplo, citaremos su respuesta a las objecciones que los arrianos oponían a los textos «Pase de Mí este cáliz» y «¿Por qué me has abandonado?»:
¿No es acaso una locura admirar el valor de los ministros del Verbo y decir que el Verbo, de quien ellos recibieron el valor, tuvo miedo? Precisamente el valor invencible de los santos mártires prueba que la Divinidad no tuvo miedo y que el Salvador acabó con nuestro temor. Porque, así como con su muerte destruyó la muerte y con su humanidad nuestras miserias humanas, así, con su temor destruyó nuestro temor y consiguió que nunca más temiésemos la muerte. Su palabra y su acción son una misma cosa ... Humanas fueron las palabras: «Pase de mí este cáliz» y «¿Por qué me has abandonado?»; pero devina fue la acción por la que Él, el mismo Verbo, hizo que el sol se detuviera y los muertos resucitasen. Así, hablando humanamente, dijo: «Mi alma está turbada»; y, hablando divinamente: «Tengo poder para entregar mi vida y volver a tomarla». Turbarse era propio de la carne; pero tener poder para entregar la vida y recobrarla a voluntad no es propiedad del hombre, sino del poder del Verbo. Porque el hombre no muere voluntariamente, sino por obra de la naturaleza y contra su voluntad; pero el Señor, que es inmortal puesto que no tiene carne mortal, podía, a voluntad, como Dios que es, separarse del cuerpo y volver a tomarlo ... Así pues, dejó sufrir a su cuerpo, pues para ello había venido, para sufrir corporalmente y conferir con ello la impasibilidad y la inmortalidad a la carne; para tomar sobre sí ésas y otras miserias humanas y destruirlas; para que después de Él todos los hombres fueran incorruptibles como templos del Verbo.
La principal fuente sobre la vida de san Atanasio es la de sus propios escritos; pero el santo estuvo tan mezclado a la historia de su época, que habría que citar a innumerables autores. El cardenal Newman, siendo todavía anglicano, hizo inteligible la complicada situación de la época, tanto en su obra sobre san Atanasio mismo, como en Causes of the Rises and Success of Arrianism. Hay también un brillante capítulo sobre San Atanasio en The Greek Fathers (1908), de A. Fortescue. En castellano, en BAC, la «Patrología» (tomo II) de Quasten trata extensamente del santo y sus escritos. Una buena manera de acercarse a los escritos de san Atanasio es leer los fragmentos que de él nos ofrece el Oficio de Lecturas. Son muchos los que podemos encontrar, he aquí algunos ejemplos: en la liturgia de hoy, día del santo, también, cómo no, en el Domingo de la Santísima Trinidad, y el día de Santa María, Madre de Dios. El papa Benedicto XVI dedica una catequesis al santo.). Hay accesible en español una buena traducción reciente de la "Vida de san Antonio" por san Atanasio, editada por Cuadernos Monásticos.
fuente: J. Quasten: Patrología
Atanasio de Alejandría
San Atanasio, catedral de El Cairo.
Atanasio (Αθανάσιος) fue obispo de Alejandría, nacido alrededor del año 296 y fallecido el 2 de mayo del año 373. Se considera santo en la Iglesia Copta, en la Iglesia Católica, en la Iglesia Ortodoxa y en la Iglesia Anglicana, además de doctor de la Iglesia Católica y padre de la Iglesia Oriental.
Vida y actividad religiosa
Nació en el ambiente cosmopolita de Alejandría, donde recibió su formación filosófica y teológica. No se sabe nada de los primeros treinta años de su vida salvo que en el año 320, con veinticuatro años, fue ordenado diácono. Este cargo le permitió acompañar a su obispo, ( Alejandro de Alejandría), al concilio de Nicea I en 325. Desde esa fecha se convirtió en defensor a ultranza del símbolo niceano, y enemigo acérrimo de los arrianos.
En el año 328, contando con treinta y cinco años, fue elegido obispo de Alejandría, siendo el vigésimo Patriarca de Alejandría título que precede al de papa de la Iglesia Copta o Patriarca de la Iglesia Ortodoxa previo al cisma del año 451 (tras el desacuerdo del Concilio de Calcedonia).
En su cargo como Obispo de Alejandría, sufrió el acoso de los arrianos, cuando el emperador se dejaba influir por éstos. Así fue detenido y desterrado hasta cinco veces, en las siguientes fechas:
Entre sus prioridades destacó la evangelización del sur de Egipto, donde designó como primer obispo de Filé al antiguo inspector de tropas Macedonio, extendiendo su actividad fuera de las fronteras egipcias, hasta Etiopía, donde nombró a Frumencio, obispo de Axum.
De su etapa de destierro entre los monjes del desierto egipcio, adquirió un gran interés por el monacato, influyendo en el acceso de los monjes al sacerdocio, y convirtiéndose en biógrafo de Antonio Abad, de quien escribió la Vida de Antonio.
Obras
Escribió mucho a pesar de la dureza de su vida. Sus escritos apologéticos son Contra los paganos y encarnación del verbo, donde expone razones a favor de la encarnación, rechaza el politeísmo y el paganismo. En los Discursos contra los arrianos tiene un capítulo en que expone esta posición y defiende las tesis de Nicea. Interesante es notar que nunca se refiere en sus escritos al alma humana de Cristo, argumento que le habría sido de utilidad en sus disputas con los arrianos. Otros autores como Orígenes no dudaron en esgrimir la doctrina de la completa humanidad de Jesús para lidiar tanto contra el arrianismo como contra el apolinarismo. A la indecisión de Atanasio en este sentido se debe el que se hable de Logos-sarx contraponiéndolo al Logos-hombre como si de la naturaleza humana, Cristo hubiera tomado sólo el cuerpo.[1]
Se creía que el símbolo Quicumque era de Atanasio. Otras obras son:
- Apología contra los arrianos
- Epístola sobre los decretos del concilio de Nicea. Defiende la homousios del Padre y el Hijo.
- Historia de los arrianos. A petición de los monjes entre los que se había refugiado.
- Carta sobre los sínodos celebrados en Rimini (Italia) y Selencia.
- Carta en nombre de los concilios.
- Cuatro cartas a Serapión trata la divinidad del Espíritu Santo.
También tiene obras exegéticas con el tema de la virginidad. En la teología defiende el cristianismo tradicional frente a Arrio. Existe una Trinidad santa y completa: Padre, Hijo y Espíritu Santo; es homogénea, las tres personas tienen el mismo rango.
Fragmentos de su obra
El Hijo no fue engendrado como se engendra un hombre de otro hombre, de forma que la existencia del padre es anterior a la del hijo. El hijo es vástago de Dios, y siendo Hijo del Dios que existe eternamente, él mismo es eterno. Es propio del hombre, a causa de la imperfección de su naturaleza, engendrar en el tiempo: pero Dios engendra eternamente, porque su naturaleza es perfecta desde siempre (Oraciones contra los arrianos I, 14).
Dios existe desde la eternidad: y si el Padre existe desde la eternidad, también existe desde la eternidad lo que es su resplandor, es decir, su Verbo. Además, Dios, «el que es» (ὁ ὤν), tiene de sí mismo el que es su Verbo: el Verbo no es algo que antes no existía y luego vino a la existencia, ni hubo un tiempo en que el Padre estuviera sin Logos (ciencia) (ἄλογος). La audacia dirigida contra el Hijo llega a tocar con su blasfemia al mismo Padre, ya que lo concibe sin Sabiduría, sin Logos, sin Hijo... (Oraciones contra los arrianos I, 25-26). [2]
Repercusión
La labor de Atanasio tanto en el I Concilio de Nicea como en toda su lucha contra el arrianismo fue de gran importancia con repercusiones que incluso llegan a la actualidad. A los pocos años de fallecer Atanasio el emperador Teodosio I tomó la decisión de hacer del cristianismo niceno o catolicismo la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica de 380.
Véase también
Referencias
- ↑ Cf. ENRIQUE MOLINÉ, Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Ediciones Palabra, Madrid 19953, ISBN 84-8239-018-X, pág. 478.
- ↑ Athanasius: Oratio de Humanâ Naturâ a Verbo Assumptâ et de rius per Corpus al Nos Adventu, Migne , Patrologia Graeca, vol XXV, col 192. Citado por Arnold Toynbee: Los griegos: herencias y raíces. Fondo de Cultura Económica, México 1995, ISBN 0-19-215256-4, pág. 105.
Bibliografía
Enlaces externos
SAN ATANASIO, obispo y doctor de la Iglesia (c. a. 295-373)
Este personaje inflexible, protagonista de más de medio siglo de la historia de la Iglesia, personifica la perseverancia en la lucha de la ortodoxia frente a la herejía de Arrio.
Desde la paz de Constantino hasta la aceptación de Teodosio como religión oficial pasaron muchas cosas. El primero se convirtió; con él se puso fin a la persecución sangrienta de los que profesaban la fe cristiana; pero el emperador continuó con adherencias paganas –siguió ostentando (es solo un detalle) el título de Pontifex Maximus– y pagana seguía siendo la corte, la sociedad y la cultura, las costumbres y las instituciones tradicionalmente orientadas al culto a los ídolos.
Hubo muchos que se acercaron al bautismo cristiano por cálculo y oportunismo sin hacerse una idea exacta de lo que debía suponer la nueva fe para el cambio de sus vidas. Como, de hecho, seguir a Cristo y ser en serio de los suyos supone posponer todo, llegaron los conflictos al pretender ser cristianos manteniendo una vida al estilo pagano, amándose a sí mismos; comenzó a colarse un cristianismo rebajado, condescendiente, contemporizador. Por otra parte, los emperadores bizantinos quieren manejar la Iglesia, empleándola como fuerza para sus planes políticos, apoyados por cortesanos que quieren medrar. Además, está el acreditado saber de la prestigiosa cultura griega al que todos quieren rendir culto y no todos entienden. Se producen tensiones entre Occidente y Oriente. Y para colmo de males, Arrio ha rebajado al Verbo a nivel de criatura. En ese entorno es donde se sitúa Atanasio con su realismo evangélico. Ahora se verá por qué la Historia le ha aplicado el calificativo de «Grande».
Nació en Alejandría (Egipto) al final del siglo III. Lo hizo clérigo Alejandro –el arzobispo de Alejandría que luego será santo–, lo formó en la sana doctrina, le ordenó lector de su catedral, después será diácono y secretario suyo.
Ya en el año 320, un concilio provincial en Alejandría con los obispos de Egipto y Libia condenó a Arrio por sus extrañas doctrinas divulgadas entre teólogos y con aire de maestro. Era un párroco experto en Sagrada Escritura, de unos sesenta años, majestuoso, alto y fuerte, lleno de ambición por anhelar sentarse en la sede de Alejandría.
¿Qué enseñaba? Casi nada: Que el Verbo encarnado no es igual al Padre; que solo es la primera y más maravillosa criatura; que está entre Dios Creador y la creación manchada; que es hijo adoptivo de Dios y no de su misma naturaleza, aunque creador del mundo. De este modo destruía la doctrina revelada sobre la Trinidad, aniquilaba la cristología, anulaba la Encarnación y no había Redención, que se efectuaba solo –decía Arrio– por la doctrina y el ejemplo de Cristo. Aquella doctrina era imposible de conciliar con la verdadera fe. El filo peligroso era que solo los intelectuales podían comprender su maldad por los conceptos y terminología empleada; pero los errores que contenía no podían soportarse desde la Revelación. Tuvo que intervenir la Iglesia en defensa de la fe cristiana.
Arrio llegó a granjearse la amistad de muchos obispos con su inmensa actividad política y literaria, principalmente de Eusebio de Nicomedia, creando una situación desequilibrante, con dificultades graves, en aquella zona del Imperio, y haciendo que tanto el papa Silvestre, como el emperador Constantino se viesen forzados a tomar parte. Enviaron al prestigioso obispo de Córdoba, Osio, y convocaron el concilio de Nicea (325) para explicitar la fe en Cristo. Atanasio dio la medida de su fe, de sus conocimientos teológicos y filosóficos, con sagacidad y dialéctica. Esta parte terminó con el destierro de Arrio, después de proclamar la fe en la divinidad de Cristo, consubstancial al Padre.
Pero, cuando lo nombraron metropolitano de Alejandría a la muerte de Alejandro, se pusieron de pie todas las intrigas de los arrianos –Eusebio de Nicomedia, los melecianos, Gregorio, Jorge de Capadocia– y los intereses de los emperadores –Constantino, Constantino el Joven, Constante, Juliano el Apóstata y Valente– que buscaban el apoyo del arrianismo, siempre más flexible con el poder temporal. Atanasio fue desterrado por cinco veces; de cuarenta y cinco años de obispo, pasó diecisiete de destierro: dos en Tréveris, siete en Roma y el resto en las cuevas del desierto egipcio. Fue, sin fisuras, el bastión de la fe de la Iglesia en Cristo, mientras que el arrianismo tomaba carta de ciudadanía en todo el Imperio, que estuvo en esta clarificación de la cristología balanceándose entre los sínodos de Alejandría, Nicea, Sárdica, y los contrasínodos de Tiro, Antioquía, Filiópolis, Arlés, Aquileya y Milán.
Sus obras teológicas, la exégesis bíblica, los escritos de espiritualidad y las cartas proporcionan un material considerable. En algunas de ellas se muestra duro, poco compasivo, desconsiderado y hasta hiriente con sus adversarios; pero tampoco ellos fueron con él excesivamente delicados cuando le acusaron ante el emperador de haber asesinado al obispo Arsenio, después de haberle cortado una mano, intentando desviar los bienes materiales que habían de engrosar las arcas imperiales en provecho propio –menos mal que Arsenio salió de su retiro monástico en el desierto y pudo desmentirse toda la calumniosa trama–, ni cuando pagaron dinero a una prostituta para que declarase que Atanasio había intentado violarla.
La apasionada exclamación del cardenal Newman sobre este pastor docto y santo –quizás después de haber rezado muchas veces el Símbolo Atanasiano– es clara: «Este hombre extraordinario es, después de los Apóstoles, el instrumento principal del que Dios se sirve para dar a conocer la Verdad al mundo».
Y es que la fe no es moneda de cambio; hay obligación de defenderla aunque cueste la vida; el cristiano sabe que es preciso resistir con firmeza inquebrantable ante las amenazas, coacciones, los halagos y destierros.
Liturgia Viva SAN ATANASIO, Obispo, Doctor de la Iglesia
Introducción
San Atanasio (295-373), patriarca de Alejandría, fue un obispo que vivió en un tiempo de grande crisis para la Iglesia, inmediatamente después de las persecuciones romanas. Defendió la divinidad de Cristo contra el arrianismo, que decía que Cristo no era más que un hombre. Sufrió mucho por su fe. “El futuro de la Iglesia dependerá enteramente de los que vivan con profundas convicciones la plenitud pura de su fe. El futuro no depende de los que se acomodan a las circunstancias del momento. No depende de los que critican a otros, pero se promueven a sí mismos como la norma infalible. El futuro de la Iglesia quedará determinado también esta vez por los santos; por gente que puede ver más que otros, porque sus vidas logran una mayor dimensión… En la medida en que una persona vive y ha sufrido, en esa misma medida puede también ver”. (Ratzinger, “El Futuro de la Fe”)
Oración Colecta
Oh Dios, lleno de sabiduría y verdad:
Tú confiaste a San Atanasio
la misión de defender la divinidad de Cristo.
Ayúdanos a ver en Jesús -que es uno de nosotros-,
más que a un simple hombre, a tu propio Hijo divino.
Y da a tu Iglesia líderes
de una grande fe, visión y sabiduría
que nunca nieguen a Cristo
aun frente a persistente persecución
y que ayuden a sus hermanos
a mantenerse siempre fieles a él.
Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Oh Señor nuestro, Dios de vida y amor:
El hecho de que nos hagas sentar
a la mesa de tu Hijo
es para nosotros un acto de fe
de que, aunque sea él uno de nosotros,
es mucho más que todos nosotros.
Danos una fe profunda en él,
que nos lleve a aceptarle
como nuestro Señor y Salvador,
que nos salvó por su muerte y resurrección.
En él creemos, y, por medio de él,
nos entregamos confiadamente a ti,
Dios nuestro, por los siglos de los siglos.
Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
¿Qué profesión de fe podemos hacer más profunda,
ya que creemos en tu Hijo Jesucristo
-- Dios y hombre a la vez--,
que celebrando esta eucaristía con él?
Que él nos empape con la nueva y eterna Alianza
y nos una más profundamente con él,
contigo y con el Espíritu Santo.
Dígnate hacer todo esto
por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
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