lunes, 12 de septiembre de 2011

PATERNIDAD Y MATERNIDAD RESPONSABLE



“Tomad esposas y engendrad

hijos e hijas”. ( Jr 29, 5-7 ).

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INTRODUCCIÓN:

Es muy importante que quienes van a colaborar con Dios en la transmisión de la vida humana, engendrando nuevos hijos, se planteen a las puertas de su matrimonio el tema de la paternidad y maternidad responsable, conociendo los criterios que la Iglesia, Madre y Maestra les enseña, y que deben asumir en libertad y vivir en responsabilidad.

Cuando hablamos de paternidad y maternidad responsable, no podemos entenderlo como sinónimo de paternidad y maternidad calculadas. La Encíclica “Humanae Vitae”, después de recordar que el matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole, añade: “Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de “paternidad responsable” sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente” (HV 10).

2. CRITERIOS DE PATERNIDAD/MATERNIDAD RESPONSABLE





Para comprender bien la “paternidad responsable”, hay que considerarla bajo diversos aspectos relacionados entre sí; los dos primeros criterios hacen referencia a las fuentes de la vida y el tercer criterio al número de hijos.

q “En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia humana descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana.” (HV 10).

El cristiano tiene obligación de conocer su cuerpo, qué leyes hay inscritas en su naturaleza para respetarlas. Un ejemplo que puede ilustrar este criterio para entenderlo bien, puede ser el siguiente: Yo tengo un taller mecánico, y necesito contratar a un empleado para trabajar en el taller. Pongo un anuncio en la puerta, y me viene un muchacho que ha estudiado farmacia, pero que no tiene ni idea de mecánica, pero que quiere trabajar. Le preguntaríamos si conoce el motor, si sabe el funcionamiento de las bujías, de los frenos, de la batería. Nunca se nos ocurriría contratarlo, porque seguro que desarmaría el motor, lo armaría a su manera, pero el coche no funcionaría. El mecánico, no sólo debe conocer el funcionamiento del motor, sino respetar cada una de sus piezas y la función que desempeñan.

En definitiva este es el primer criterio de paternidad responsable: quienes van a colaborar con Dios en la transmisión de la vida humana, deben conocer los procesos biológicos de su cuerpo y respetarlos. Hay quienes acusan a la Iglesia Católica de ser tremendamente biologista en este tema, y no en otros. Las leyes biológicas que Dios ha puesto en la naturaleza del ser humano, no son un añadido de la persona, sino parte integral y esencial de la misma persona, y por lo tanto, manifestación de la voluntad de Dios Creador.

q “En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.” (HV 10).

El cristiano debe dominar su cuerpo. Cuando decimos “dominar”, no nos referimos a “reprimir”. La inteligencia humana descubre un instinto sexual y unas pasiones afectivas muy fuertes que deben ser dirigidas por la voluntad al servicio del verdadero amor entre los esposos. El ser humano está llamado a ser señor y dueño de su ser, y a no dejarse dominar ciegamente por las pulsiones y pasiones. Para conseguir este dominio ético de sí mismo, el matrimonio cristiano cuenta con la virtud de la castidad matrimonial, que lejos de impedir el amor en el matrimonio, lo encauza y lo ordena al bien total de la persona y de su entrega.

Cuando un matrimonio decide no poner límites al instinto sexual, sino que movido por un falso concepto de libertad se deja dominar por las pasiones, se perjudica el amor entre ambos, se falsifica la entrega y degradan su dignidad personal, puesto que en el ejercicio de la sexualidad se utilizan como objetos de placer. El dominio de pulsiones y pasiones comporta una actitud de comprensión hacia el otro, respeta sus ritmos, su situación personal, e integra el ejercicio de la sexualidad siempre al servicio del verdadero amor y del respeto a la transmisión de la vida.

Detrás de muchos fracasos matrimoniales, se encierra una falta de dominio del instinto sexual, que en algunos casos, incapacita a la persona para el amor y llega a ser una obsesión enfermiza con necesidad de tratamiento: “obsesos sexuales”; en otros casos, hay una búsqueda continua de nuevas formas de expresión sexual dentro y fuera del matrimonio que sólo buscan satisfacer el deseo de placer y degradan la dignidad personal.

q “En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica, ya sea con la decisión ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera plenamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia.” (HV 10).

A la hora de tomar una decisión, serán los dos esposos juntos, en común, quienes juzguen, ante Dios, y de forma generosa, si ellos deben o no poner los medios para aumentar o no el número de hijos. Se podrán aconsejar de otras personas, pero es a ellos dos y a Dios, a quienes corresponde en definitiva esta decisión. Quien se casa se presupone que es para también tener hijos; no al revés. Es decir, hace falta tener razones graves – y las puede haber – para no aumentar el número de hijos. Pero, ¿cómo saber la voluntad de Dios? Dios habla también a través de ciertas circunstancias de la vida de los esposos.

“En este oficio de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar los esposos como misión propia, saben ellos que son cooperadores del amor de Dios y en cierta manera sus intérpretes. Por eso cumplirán su deber con responsabilidad humana y cristiana mientras, con un respeto dócil para con Dios, con un esfuerzo y deliberación común, tratarán de formarse un recto juicio, atendiendo tanto a su propio bien como al bien de los hijos, nacidos o todavía por venir, considerando para eso las condiciones materiales o espirituales de cada tiempo o de su estado de vida, y, finalmente, teniendo siempre en cuenta los bienes de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la misma Iglesia. Este juicio se lo han de formar los mismos esposos en última instancia ante Dios.” (GS 50).

La aplicación práctica de este criterio de paternidad responsable en el matrimonio, debe llevar a los esposos a preguntarse si deben tener un hijo, o si ya tienen alguno, si deben tener otro hijo más. La decisión la toman los esposos, teniendo en cuenta la voluntad de Dios que se manifiesta en las circunstancias de su vida matrimonial: físicas, económicas, psicológicas y sociales; pero su decisión debe ser sincera, generosa, y en conciencia, ante Dios, aceptando la ley divina, y dóciles al magisterio de la Iglesia que interpreta esa ley a la luz del Evangelio (cf. GS 50).

Cuando un matrimonio debe tener un hijo más, ha de estar abierto a la vida y por lo tanto, en la unión íntima de los esposos a la posibilidad de que Dios les regale un nuevo hijo. El problema para muchos matrimonios surge cuando después de emitir una decisión ponderada y sincera delante de Dios y en conciencia, deben evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido. ¿Qué hacer? ¿Qué método utilizar? ¿Cómo estar abiertos a la vida si no debemos tener un hijo? ¿Cómo respetar la naturaleza del amor conyugal y las normas morales de la transmisión de la vida humana?

Antes de dar respuesta a todos estos interrogantes y clasificar los métodos de regulación de la fertilidad es necesario conocer las vías ilícitas y las vías lícitas en la regulación de los nacimientos. Para ello nos acercamos una vez más al Magisterio de la Iglesia expresado fundamentalmente en la Humanae Vitae de Pablo VI y a la Familiaris Consortio de Juan Pablo II.

3. VIAS ILÍCITAS PARA LA REGULACIÓN DE LOS NACIMIENTOS.

El magisterio de la Iglesia, apoyándose en la fidelidad al plan divino, manifestado en la “estructura del acto conyugal” y en “el inseparable nexo entre el significado unitivo y procreador del acto conyugal”, distingue con rigor el modo ilícito de la regulación de los nacimientos, y el moralmente recto.

q “Hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.

q Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer.

q Queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.

q Tampoco se puede invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que, por tanto, compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y, por lo mismo, indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es, por tanto, un error pensar que un acto conyugal hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrísecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda.” (HV 14).

4. LICITUD DEL RECURSO A LOS PERÍODOS

INFECUNDOS.

q “Si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales”.

“La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero, los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo, impiden el desarrollo de los procesos naturales.

Es verdad que, tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los períodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los períodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así, ellos dan prueba de amor verdadero e íntegramente honesto” (cf. HV 16).

5. ALGUNAS DIRECTRICES PASTORALES

Es muy conveniente al exponer la doctrina de la Humanae Vitae, no ocultar la dificultad que puede tener en la práctica para muchos matrimonios vivir la norma moral de la Iglesia en toda su profundidad. Pero conviene, en honor a la verdad, ser fieles a su contenido sin caer en la trampa de adaptar la norma moral a las dificultades de la vida, cayendo en la gradualidad de la ley. Si no vivimos como pensamos, terminaremos pensando como vivimos (cf. FC 34; HV 20).

No debemos ocultar también, que la Iglesia, Madre y Maestra, no ha sido la autora de esta norma, ni puede, por tanto, ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, y que al defender la moral conyugal en su integridad contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana, y que defiende la dignidad personal de los cónyuges. Como Maestra, enseña la verdad que ha recibido de Jesucristo; como Madre, quiere la plenitud del bien para sus hijos, sin ahorrarles esfuerzos y sufrimientos; pero acogiendo en su seno con misericordia a todos los que por debilidad sucumben al egoísmo y recorren el camino equivocado. Lo que nunca puede hacer, por bien nuestro, es enseñar que es blanco lo que es negro y no fomenta genuinamente el amor conyugal (cf. HV 18; FC 33).

Es imprescindible, también, integrar la moral conyugal dentro del proceso de crecimiento en la fe. El problema que hoy tienen muchos matrimonios de fondo, no es una cuestión moral, sino un problema de falta de fe y de madurez cristiana. “Ante el problema de una honesta regulación de la natalidad, la comunidad eclesial, en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar convicciones y ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y la maternidad de modo verdaderamente responsable” (FC 35).

Sin la luz de la fe, sin la ayuda insustituible de la gracia, y sin el recurso a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la oración conyugal, es imposible vivir responsablemente la paternidad y la maternidad (cf. HV 26).

Una ayuda que no debe faltar a los esposos para recorrer con fidelidad este camino es el testimonio de matrimonios que, convencidos de esta doctrina, comuniquen a los demás su experiencia. “Los mismos esposos se convierten en guía de otros esposos. Esta es, sin duda, entre las numerosas formas de apostolado, una de las que hoy parecen más oportunas” (HV 26).

Los médicos y el personal sanitario han de promover soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón, considerando también como deber profesional el procurarse la ciencia necesaria en este aspecto con el fin de poder dar a los esposos que los consulten sabios consejos y directrices sanas (cf. HV 28).

Los sacerdotes están llamados a exponer sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Es de suma importancia para la paz de las conciencias y para la unidad del pueblo cristiano que en el campo de la moral y del dogma todos transmitan con fidelidad y con convicción el Magisterio de la Iglesia y hablen del mismo modo (cf. HV 28). Esta fidelidad a la verdad debe ser siempre expresión eminente de caridad hacia los esposos, que han de encontrar en el sacerdote la imagen del Buen Pastor que acoge y acompaña a sus hijos con paciencia y con bondad, y que les muestra el camino que tienen que recorrer ayudados por la oración, por los sacramentos, y la fuerza del Espíritu Santo (cf. HV 29).

Por último, no puede faltar el apoyo de los obispos, que han de proclamar la santidad del matrimonio, para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Esta misión han de considerarla como una de sus responsabilidades más urgentes en el tiempo actual; lo que supone una acción pastoral coordinada en todos los campos de la actividad humana, económica, cultural y social, para hacer más fácil la vida de los padres y de los hijos en el seno de la familia y de la sociedad (cf. HV 30).

PARA EL DIÁLOGO DE GRUPO

1. ¿Os habéis planteado juntos y habéis dialogado alguna vez sobre los criterios de la paternidad y maternidad responsable?

2. Analizar los motivos que tienen muchos matrimonios para no tener hijos.

3. ¿Creéis que el nacimiento de un hijo es un bien para el matrimonio, para los hijos ya nacidos y para la sociedad?

4. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene el recurso a los períodos infecundos, la virtud de la castidad y el dominio de sí mismo en el matrimonio?




“Que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios”.

(Rm 12, 1-2. 9-13).



PATERNIDAD Y MATERNIDAD RESPONSABLE.




Uno de los bienes más preciosos del matrimonio son los hijos; los esposos colaboran con Dios en la transmisión de la vida humana; por eso, la Iglesia, Madre y Maestra, os enseña los criterios que debéis tener en cuenta para determinar responsablemente el número de hijos que conviene engendrar.

Paternidad y maternidad responsable no es sinónimo de paternidad y maternidad calculadas; tampoco es tener uno o doce hijos; se trata de descubrir cuál es la voluntad de Dios en las circunstancias de vuestro matrimonio: físicas, psicológicas, económicas y sociales, y emitir un juicio honesto y ante Dios, que os lleve a respetar y vivir la norma moral en libertad que favorece el verdadero amor en vuestro matrimonio.

¡NO LO OLVIDÉIS! estad abiertos a la vida, porque un hijo nunca es una desgracia, sino un don de Dios.

1. ¿Os habéis planteado juntos y habéis dialogado alguna vez sobre los criterios de la paternidad y maternidad responsable?

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2. Analizar los motivos que tienen muchos matrimonios para no tener hijos.

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3. ¿Creéis que el nacimiento de un hijo es un bien para el matrimonio, para los hijos ya nacidos y para la sociedad?

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4. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene el recurso a los períodos infecundos, la virtud de la castidad y el dominio de sí mismo?

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EVALUACIÓN DE CONTENIDOS

Paternidad y maternidad responsable

Nota: Señalar con un círculo si la frase es verdadera o falsa.

1. Paternidad responsable es calcular bien el número de hijos que hay que tener. V ó F

2. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. V ó F

3. En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y alteración de sus funciones. V ó F

4. Las leyes biológicas para transmitir la vida humana son parte integrante de la persona y manifestación de la voluntad de Dios. V ó F

5. En relación con el instinto y las pasiones, paternidad responsable es dar rienda suelta a lo que te apetece en cada momento. V ó F

6. El ser humano está llamado a ser señor y dueño de sus instintos por medio de la virtud de la castidad.

V ó F

7. En la misión de transmitir la vida, los esposos quedan libres para proceder y decidir a su gusto. V ó F

8. La decisión de tener un hijo, la toman los esposos en común, teniendo en cuenta la voluntad de Dios que se manifiesta en las circunstancias de su vida. V ó F

9. El Magisterio de la Iglesia no distingue el modo lícito o ilícito en la regulación de los nacimientos. V ó F

10. La esterilización directa, perpetua o temporal es una vía ilícita. V ó F

11. Es ilícita toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación. V ó F

12. Esta acción ilícita anterior se llama contracepción. V ó F

13. Cuando existen motivos graves es lícito el recurso a los períodos infecundos. V ó F

14. Siempre es ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. V ó F

15. Es bueno cambiar la norma moral de la Iglesia según las dificultades de cada matrimonio.

V ó F

TEMAS DE CONSULTA:

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