jueves, 22 de septiembre de 2011

Nuevas tecnologías y fe cristiana



Hasta qué punto las nuevas tecnologías digitales pueden asumirse como “medios” para comprender y mejorar la vida actual? ¿Pueden realmente contribuir a mejorar la vida cristiana e incluso comprender mejor la fe? Estos son los temas que se ha planteado Benedicto XVI en su discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales (28-II-2011). Se trata de una profundización en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el próximo 5 de junio de 2011.



“Una nueva forma de aprender y de pensar”:
el lenguaje de las imágenes y los símbolos


La hipótesis de partida es que las nuevas tecnologías son una oportunidad magnífica para los cristianos. Esto depende de una mirada primera a esa realidad, para descubrir en ella valores profundamente humanos y positivos: “Se está llevando a cabo una nueva forma de aprender y de pensar, con oportunidades inéditas de establecer relaciones y de construir comunión”.

Más concretamente se subraya que el lenguaje humano no es sólo un revestimiento de conceptos con palabras: “El lenguaje no es un simple revestimiento intercambiable y provisional de conceptos, sino que es el contexto viviente y palpitante en el que los pensamientos, las inquietudes y los proyectos de los hombres nacen a la conciencia y son plasmados en gestos, símbolos y palabras”. Bellamente deduce el Papa que “el hombre no solo ‘usa’, sino que en cierto sentido ‘habita el lenguaje”.

Notemos el interés de todo esto. En efecto, el lenguaje humano no sólo está hecho de conceptos, sino que está entretejido también con las experiencias, sentimientos y recuerdos que evocan los símbolos. Y el símbolo no es un modo más imperfecto de conocer sino más perfecto, aunque sea más difícil de explicar. De esta manera, por su recurso usual a las imágenes y a los símbolos, las nuevas tecnologías afectan a los contenidos de nuestro pensamiento, lo mismo que a las opciones y decisiones de que consta nuestra vida actual y futura.

También cabe recordar cómo con frecuencia se escuchan quejas en el sentido de que la cultura de la imagen supuestamente obstaculiza los desarrollos más especulativos, dificulta los hábitos de lectura, etc. Y habrá que tener esto en cuenta en la educación. Pero Benedicto XVI alerta a captar los valores positivos que encierra la cultura de la imagen, en la que se apoyan estas nuevas tecnologías: “Los nuevos lenguajes que se desarrollan en la comunicación digital determinan, por otro lado, una capacidad más intuitiva y emotiva que analítica”. Y precisamente de este modo “orientan hacia una distinta organización lógica del pensamiento y de la relación con la realidad, privilegian a menudo la imagen y las conexiones hipertextuales”. Dicho brevemente: por un camino distinto al estrictamente conceptual, este lenguaje puede promover una comprensión más profunda, más completa, de las personas y de las cosas.

Esto explica, según el texto, que en las redes participativas las personas puedan comprometerse mucho más a sí mismas, puedan compartir su visión del mundo y convertirse así en “testigos” de lo que da sentido a su existencia. Todo esto no se da sin riesgos (el discurso expone algunos de ellos: pérdida de la interioridad, superficialidad en las relaciones, huida hacia la emotividad, primacía de las opiniones más convincentes respecto al deseo de verdad), como “consecuencia de una incapacidad de vivir con plenitud y de forma auténtica el sentido de las innovaciones”. Por eso mismo “es urgente la reflexión sobre los lenguajes desarrollados por las nuevas tecnologías”.

Una oportunidad para vivir y comprender más profundamente la fe

A este propósito se recuerda cómo Dios ha comunicado sus maravillas precisamente en el lenguaje y en la experiencia real de los hombres, “según la cultura propia de cada época” (Gaudium et spes, 58), hasta la manifestación plena de sí mismo en Jesucristo, el Verbo Encarnado. Y se añade que la fe está llamada a vivificar la cultura de cada época, y al mismo tiempo dejarse interpelar por ella, para captar y expresar mejor las intervenciones de Dios en el mundo.

Así que no se trata solamente de expresar el mensaje del Evangelio en el lenguaje de hoy, sino que la nueva cultura puede también enriquecer la vida cristiana e incluso la comprensión misma de la fe (la teología). Por tanto, de aquí nace “el compromiso de ayudar a cuantos tienen responsabilidad en la Iglesia a ser capaces de entender, interpretar y hablar el ‘nuevo lenguaje’ de los media en función pastoral (cf. Instrucción Aetatis novae, 22-II-1992, n. 2), en diálogo con el mundo contemporáneo, preguntándose: ¿qué desafíos plantea a la fe y a la teología el llamado ‘pensamiento digital’? ¿Qué preguntas y requisitos?”

Sigue Benedicto XVI: “La cultura digital plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de hablar y de escuchar un lenguaje simbólico que hable de la trascendencia”.

(Notemos que no se trata de una novedad radical, puesto que las culturas antiguas y la misma cultura popular se han situado continuamente en una perspectiva no académica sino narrativa y afectiva, más vital y existencial, para fomentar la comunicación y las relaciones sociales. Esto se ve mucho más claramente en la cultura hispano-latina que en la cultura anglosajona).

De hecho, dice el Papa, “Jesús mismo en el anuncio del Reino supo utilizar elementos de la cultura y del ambiente de su tiempo: el rebaño, los campos, el banquete, las semillas etc. Hoy somos llamados a descubrir, también en la cultura digital, símbolos y metáforas significativas para las personas, que puedan ser de ayuda al hablar del Reino de Dios al hombre contemporáneo”.


Una responsabilidad de los cristianos en el día a día de la comunicación

El texto termina apelando a la responsabilidad de los creyentes para humanizar la comunicación actual, en todos sus aspectos, y a pesar de las dificultades. “La contribución de los creyentes entonces podrá ser de ayuda para el propio mundo de los medios de comunicación, abriendo horizontes de sentido y de valor que la cultura digital no es capaz por sí sola de entrever y de representar”. En definitiva, se trata de continuar viviendo la dinámica del Evangelio, que es una dinámica de “encarnación”: asumir todo lo que de positivo se encuentra en la vida de las personas y los desarrollos culturales, para “animarlo y elevarlo con la sabiduría y la verdad de Cristo”.

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