sábado, 8 de noviembre de 2014

¿RENUNCIAR A LA ESTRUCTURA?



“Destruid este templo y en tres días lo edificaré” (Jn 2,19b)


Reconozco la sorpresa que supuso para mí, el saber hace unas semanas que Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama, manifestaba “que a su muerte podría no reencarnarse y no tener un sucesor, lo que pondría fin a una tradición de casi cinco siglos” (elpais.com). Sin lugar a dudas me causo impresión no solo la afirmación en sí, que liquida por sí misma una institución histórica como tal, sino que admiré el profundo sentido del desprendimiento que atesora este líder espiritual. 

Desde mi condición cristiana he reflexionado mucho sobre la trasposición que supondría esta misma noticia en el catolicismo. Y considero que es totalmente posible –y no tiene porque ser contraproducente-, la disolución de la institución papal y el organigrama eclesial. No lo planteo como un anhelo a alcanzar, pero si lo planteo desde el plano personal, que me lleva a ser consciente de que son muchas las ocasiones en la vida de un creyente, en que vivimos de espaldas a la institución religiosa. 
No defenderé aquí algo que tengo muy claro, y es que Jesús de Nazaret el Hijo de Dios no fundó la Iglesia Católica. Jesús como judío que era, impulso una nueva manera de relacionarse con Dios, desde el amor y la misericordia entrañable, desde la fraternidad. Disolviendo por sí mismo todos organigramas posibles que puedan interponerse entre Dios y la persona, para crear una relación limpia, personal y sin interferencias. Con una sola palabra “ABBÁ” –Padre- (Rm 8,15), Jesús nos enseña la plenitud de un Dios humanizado. 
Y a lo largo de los siglos la interpretación que la iglesia ha venido haciendo, es la de dificultar el acceso de la persona a Dios. En muchos casos por causa de una pastoral errónea de la obligatoriedad, y un ordenamiento sacramental de la vida de la persona que más bien deja claro el interés por manipular a las personas. 
Esto nos ha llevado a configurar a lo largo de los siglos una institución que aunque podamos admitir que vive una primavera en la actualidad, dista mucho de estar con los pies en el suelo si aun hay discusiones sobre la posibilidad de que comulguen los divorciados, y otras cuestiones que son aceptadas por la generalidad social y cuyo desarrollo no afecta para nada el proyecto del Reino de Dios anunciado por Jesucristo. 

"renunciar a la estructura no lleva consigo ni la renuncia de la esencia ni a la vivencia ni al Espíritu. Hay renuncias que nos pueden ayudar a renacer"

Considero que a la deriva que la Iglesia católica ha hecho del evangelio de Jesús, no ha ayudado nada la cultura que siempre ha estado al servicio de la religión mayoritaria, ni la constitución de la iglesia en un estado soberano con un jefe a la cabeza con plenos poderes sobre sus súbditos, paradójicamente todos los bautizados. 
Digamos que hemos convertido la iglesia en una institución en la cual el papa delega su autoridad por todo el mundo en la persona de sus obispos, que gobiernan sus diócesis como gobernadores civiles. “El papado, tal como ha venido a quedar organizado en la Iglesia actual, no se puede justificar o argumentar desde el Evangelio y menos aún desde el N.T. en general, en el que Pedro tiene un papel destacado como discípulo de Jesús, pero nunca como poder supremo y único en la Iglesia. A nadie debe llamarse “papa” (padre), ya que eso está prohibido en el Evangelio (Mt 23,9)” (José María Castillo-Teólogo).
Podemos estar de acuerdo en que haya personas que necesiten esta estructura, que les de seguridad y se sometan gustosamente a esta autoridad deslegitimada por Jesús de Nazaret (Mt 20,25-28); pero igualmente debe reconocerse siempre que de la misma manera que es posible la salvación sin estar bautizado, es posible ser cristiano, ser comunidad y ser seguidor de Jesús, planteándose exclusivamente la observancia y puesta en práctica del evangelio dentro de la comunidad humana y cercana en la cual cada persona vive. 
Planteo esta cuestión no por un sentido apologético sino practico, ya que considero que la mayoría de los católicos se consideran a sí mismos personas que solo acuden a la iglesia para cuestiones cultuales (religión-cultura). Son muchas las personas que viven, el que yo denomino Evangelio de la vida. 
Ese evangelio anunciado y vivido por Jesús de Nazaret, en el cual la acción tiene mucha más significancia que la estructura. Observemos por un momento a Jesús con la Samaritana. “Jesús le contestó: -créeme mujer, llegará el día en que no adoraréis al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. […] Llegará la hora, es más ha llegado, en que adoraréis al Padre en Espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24). 
Y por medio de la verdad y “su” mismo Espíritu, Jesús nos emplaza en la vida de cada uno. Deslegitimando como morada del Padre no solo aquel templo destruido en la cumbre del monte Garizín en Samaría, sino al mismo templo de Jerusalén con toda su riqueza y su poder material y político. Pues son edificios que aunque alberguen la Torá, las Escrituras, la misma Eucaristía y la autoridad jerárquica; no tienen sentido, son inoperantes y están vacíos si todos estos elementos sagrados y organizativos no mueven al sujeto y a la comunidad a una determinada forma de vivir. 
Estas palabras son aun hoy de actualidad. Siempre he dicho que tener fe no es sinónimo de buena persona, porque puedes ser un fanático. De la misma manera el ir a la Iglesia no siempre significa un encuentro con Dios ni siquiera con la comunidad. Puede que vayas a misa el sábado porque así haces tiempo para luego pasear con las amigas, o puedes ir a un acto religioso al que te prestas con carácter protocolario. O puedes asistir a misa y vivirla en plenitud.
Todo es posible. Pero también es posible seguir y celebrar y vivir a Jesús sin la tutela eclesiástica, porque esta misma institución no puede garantizar por sí misma la acción de Dios sobre nadie, si el sujeto no está en disposición de actuar. ¿Qué mejor templo queremos para el Señor que nosotros mismos? “En el momento de su último suspiro, el desgarrón del velo del templo muestra que el santuario pierde su carácter sagrado perdiendo su función de presencia divina” (Mt 27,51) (León-Dufour). 
No así en el caso de las personas que crean en Jesús. ¿Qué nos hace falta para amar, salvo un corazón entregado? ¿Qué necesitaremos para ser las manos de Jesús en el mundo, sino unas manos dispuestas a reconocer la dignidad del otro? ¿Dónde acudiremos para estar con Jesús, sino es con aquellos que necesitan de aliento y esperanza? ¿Dónde reconoceremos al Espíritu, sino es en la fuerza esperanzadora que nos anima cada día a vivir y seguir las huellas del resucitado? Nada necesitamos si Dios está con nosotros (Rm 8,31), pues solo una cosa merece la pena. 
No nos calentemos la cabeza con lo que ha dicho tal o cual personaje sobre mi vida o mis circunstancias. ¿Qué quiere Jesús de Nazaret para mi? En primer lugar que resucite junto a él a esta misma vida, renovado y rejuvenecido; para ser en el mundo y entre los míos fermento y luz. Así se construye comunidad, así se hace la “Koinonía” (comunión). 
Ojalá construyamos una Iglesia de cimientos humanos y no pétreos. Ojalá hagamos Iglesia circular donde brillemos todos y no el presbítero por encima de todos. Ojalá tengamos una Iglesia de la alegría, la espontaneidad y la apertura, y no una Iglesia oscura de densos ritos y programaciones pastorales sin efectos prácticos. ¡¡Ojalá!! Pues renunciar a la estructura no lleva consigo ni la renuncia de la esencia ni a la vivencia. Hay renuncias que nos pueden ayudar a renacer. Paz y bien.     

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