lunes, 10 de noviembre de 2014

MARÍA, LO MEJOR DEL ADVIENTO CRISTIANO




Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, posiblemente la fiesta de la Virgen que más cariño y piedad genera en el pueblo cristiano, juntamente con la Asunción.
La fiesta de la Inmaculada hace referencia a la Trinidad Santa que, queriendo salvar a la humanidad, determinó la elección de María para Madre del Dios hecho hombre. Ella fue “predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la Encarnación del Verbo, por disposición de la Divina Providencia” . Esta elección tan especial hace que podamos llamar a María la nueva Eva en contraposición de la primera mujer por la que entró el pecado en el mundo. María será la nueva Eva porque de ella nacerá una nueva humanidad, un linaje nuevo, un pueblo nuevo, que es la Iglesia. Ella, María, purísima, resplandeciente, recibió con plenitud la gracia, hasta el punto de que es más grata a Dios que todos los seres del cielo y de la tierra juntos. Ella es la que ocupará el lugar más alto en el cielo, después del de su Hijo, y a la vez más cercano a nosotros. Es el ejemplar acabado de la Iglesia o, como la definió el Concilio Vaticano II, “tipo y figura de la Iglesia”, modelo para todos los creyentes. Os recomiendo con el Papa Juan Pablo II que “fijemos nuestros ojos en María como en la Estrella que nos guía por el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas, particularmente en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento brilla esta solemnidad anual de la Inmaculada Concepción y la contemplamos en la eterna economía divina como la Puerta abierta, a través de la cual debe venir el Redentor del mundo” .
La fiesta de hoy hace referencia explícita a la concepción de María, libre de toda mancha; pero en realidad es un canto a la plenitud de gracia en razón de su futura maternidad divina. De hecho, y con la mejor tradición de la Iglesia en la mano, diremos que Ella recibió todas las gracias: “llena de gracia” la llamó el ángel. Dios preparó a la que habría de ser la Madre de su Hijo con todo su amor infinito. Con qué elegancia y clarividencia lo reflejó el Beato Duns Scoto: “Pudo hacerlo, porque era Dios. Quiso hacerlo porque era Hijo. Luego lo hizo, porque era Dios y era Hijo” . Y es bien cierto porque si alguno de nosotros hubiera gozado de tal posibilidad, la hubiéramos aprovechado sin duda alguna.
Hoy es un día en el que todo el pueblo cristiano vuelve a hacer realidad lo que María anunció a propósito de que “las generaciones la llamarían bienaventurada”. Lo han hecho los pobres y los ricos, y los reyes y los mendigos, los poetas y los pintores, los mayores y los niños, en los pueblos y en las ciudades, en los momentos de alegría y en los momentos de pena. ¡Siempre! Es un clamor que se alza al cielo y que atrae la misericordia de Dios.
¡Qué mejor preparación para el nacimiento del Señor que pedirle a María que “se muestre como Madre”, como madre de Dios y madre nuestra! Que sea, como nuestra madre de la tierra, descanso en el trabajo, consuelo en la tristeza, alivio en la tribulación, “la senda por donde se abrevia el camino” 

No hay comentarios: