miércoles, 19 de febrero de 2014

¿Nos molestan los niños?

Los niños pueden resultar pesados, inoportunos, molestos, pero tienen derecho a vivir en sociedad
 
¿Nos molestan los niños?
¿Nos molestan los niños?
Todos los padres hemos experimentado alguna vez un cierto apuro cuando nuestros hijos han ejercido de niños fuera de casa. En un hotel, en un avión, en un cine, una iglesia, una sala de espera, una tienda… hemos recibido seguramente miradas inquisidoras o quizá llamadas de atención porque los pequeños hacían ruido, tocaban lo que no tenían que tocar o enredaban más de la cuenta.

Son niños, qué le vamos a hacer. No podemos esperar de ellos que se comporten como perfectos adultos, porque no lo son. Sin llegar a portarse mal (situación totalmente distinta), a muchas personas los niños les molestan por la simple razón de ser niños. “¡Que los aguanten sus padres!”, suelen decir.

Es evidente que se viaja más cómodo sin tener un menor detrás que lo toca todo, que se mueve más de la cuenta, que no deja de preguntar, que hace ruido, en fin, que molesta. Según una encuesta realizada por TripAdvisor a más de dos mil usuarios, un tercio de los británicos estaría dispuesto a pagar más por sus vuelos sin niños a bordo. Los niños revoltosos, cuyos padres no son capaces de controlarlos, suelen ser la principal causa de frustración de los pasajeros.

Por otra parte, en nuestro país están proliferando los hoteles y restaurantes sólo para adultos, donde los menores de 16 años tienen vetada la entrada. Un reportaje publicado este verano en El País pone de manifiesto que “la crisis está acelerando una tendencia, minoritaria y no exenta de polémica, hacia la especialización y un servicio cada vez más personalizado para el cliente en sus salidas de ocio. Mientras para los empresarios hosteleros se trata de una forma de diversificar el negocio, para las asociaciones familiares es una oferta discriminatoria que deja de lado a los niños”.

Por supuesto que los menores maleducados pueden estropearnos la comida, el viaje, la película o la estancia, como también nos los estropean los adultos maleducados, que también los hay. La responsabilidad de la mala educación de los primeros es de los padres y la de los segundos de ellos mismos, y no tenemos por qué pagar el pato los demás. Pero en el caso de niños normales, deberíamos soportar ciertos inconvenientes por bien de su propia socialización, del mismo modo como admitimos –o deberíamos admitir– las limitaciones de las personas mayores.

En una sociedad individualista como la nuestra, los niños molestan (y quizá también los ancianos).

Para cierta mentalidad muy extendida, pertenecen al ámbito de lo privado y su lugar adecuado es la casa o la escuela: los niños con los niños y lejos de los espacios reservados a los adultos. Sin embargo, no debería ser así, porque una sociedad no es un archipiélago, sino un continente en el que caben todos. La segregación de los niños por mor de la comodidad adulta es simple intolerancia.

Los niños pueden resultar pesados, inoportunos, molestos, pero tienen derecho a vivir en sociedad.

Sus padres son responsables de ellos, por supuesto, pero todos tenemos una cierta corresponsabilidad, por lo menos, la de permitir y favorecer su integración social. No nos extrañemos, si no, del vandalismo que muestran muchos jóvenes (que por ley ya no son menores) cuando irrumpen de pronto en el mundo adulto.

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