Las dos situaciones son similares. Tanto en el dolor del hombre herido que yace semiconsciente sin posibilidad de salvarse dando la impresión de que no se puede
hacer nada efectivo por él, como en el desencanto auto-consciente y lleno de razones
de Cleofás, late la misma falta de esperanza.
Y eso es precisamente lo que conmueve las entrañas misericordiosas de Jesús, que emprende
el camino descendente que llevan ellos y se abaja, se hace compañero y se oculta lleno de ternura en esos
pequeños gestos, gestos de projimidad, donde toda la palabra está hecha carne: carne que se acerca y abraza, manos que tocan y vendan, que ungen con aceite y restañan con vino las heridas... carne que se acerca y acompaña, que escucha... manos que parten el pan.
La cercanía del Señor resucitado que camina –desconocido- con los pequeños del pueblo, que suscita en tantos corazones la compasión del buen Samaritano, es lo único que puede lograr encender en muchos corazones
el fuego de la primera caridad, para volver a la sociedad con el entusiasmo final de los discípulos de Emaús y salir a
proclamar la alegría del Evangelio. Se trata del encuentro con Jesucristo vivo; pero tenemos que redescubrir su modo de acercarse para curar al herido, para desbaratar desencantos, para ofrecer la alegría de la dignidad
humana salvada. Allí encontraremos respuesta a la pregunta que repetidamente nos hacemos: ¿cómo
podemos favorecer que se manifieste y se proteja, cada vez más, esa dignidad humana tantas veces pisoteada, explotada, disminuida, esclavizada?
La categoría clave es la de “projimidad”. Y la projimidad es de ida y vuelta. El Señor que se nos aproxima cuando estamos mal y nos carga sobre sí hasta la posada es el mismo que, luego en Emaús, hace ademán de seguir de
largo. Tantas veces nos ha socorrido y nuestros ojos no lo han reconocido porque no tuvimos tiempo de invitarlo a
quedarse con nosotros, a compartir el pan. Y la promesa de volver a pagarnos “lo que hayamos gastado de más” sólo vale para los que haya n recibido y cuidado a sus heridos. A los otros les dirá “no los conozco” y es
e temible “aléjense de mí” que es la esclerotización definitiva de la anti-projimidad.
La “projimidad” es el ámbito necesario para que pueda anunciarse la Palabra, la justicia, el amor, de modo tal que encuentre una respuesta de fe. Encuentro, conversión, comunión, y solidaridad son categorías
que explicitan la “projimidad” como criterio evangélico concreto que se opone a las pautas de una ética abstracta o
meramente espiritual. “La projimidad” es tan perfecta entre el Padre y el Hijo que de ella procede el Espíritu.
Es al Espíritu a quien pedimos despierte en nosotros esa particular sensibilidad que nos hace descubrir a Jesús en la carne de nuestros hermanos más pobres, más necesitados, más injustamente tratados porque, cuan
do nos aproximamos a la carne sufriente de Cristo, cuando nos hacemos cargo de ella, recién entonces puede brillar
en nuestros corazones la esperanza, esa esperanza que nuestro mundo desencantado nos pide a los cristianos.
No queremos ser esa Iglesia temerosa que está encerrada en el cenáculo, queremos ser la Iglesia solidaria que se anima a bajar de Jerusalén a Jericó, sin dar rodeos; la Iglesia que se anima a acercarse a los más pobres,
a curarlos y a recibirlos.
No queremos ser esa Iglesia desilusionada, que abandona la unidad de los apóstoles y se vuelve a su Emaús, queremos ser la Iglesia convertida que, después de recibir y reconocer a Jesús como compañero de camino de cada
uno, emprende el retorno al cenáculo, vuelve llena de alegría a la cercanía con Pedro, acepta integrar con los otros
la propia experiencia de projimidad y persevera en la comunión.
Podemos decir que la medida de la esperanza está proporcionalmente relacionada con el grado de projimidad que se da entre nosotros. En una sociedad abierta, en la que conviven mejor que en otros sitios hombres de tantas razas y credos, el terreno está bien dispuesto para que crezca esa projimidad en todo su esplendor y calidad.
(De una homilía del Cardenal Bergoglio)
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Amén.
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