Sección: Biblia en la Teología
1. El Espíritu Santo en el A. T.
-Es uno en sustancia y múltiple en los medios para sus fines
-Fue enviado ya a los hombres en el A. T.
-Actúa a través de toda la Historia bíblica
-El Espíritu de Dios es uno en sustancia y múltiple en los medios para alcanzar sus fines.
Pues hay en la sabiduría un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles (Sab. 7, 22).
-El Espíritu Santo fue enviado ya a los hombres en el Antiguo Testamento.
Bajó Yahvéh en la nube y le habló (a Moisés). Luego tomó el espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos. En cuanto reposó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, pero ya no volvieron a hacerlo más (Núm. 11, 25).
Aclaración. Reciben el don profético sólo temporalmente.
…venía frente a Saúl un grupo de profetas; le invadió el espíritu de Dios y se puso en trance en medio de ellos. Los que le conocían de toda la vida le vieron profetizando con los profetas,… (1 Sam. 10, 10-11).
Vino sobre los emisarios de Saúl el espíritu de Dios y también ellos se pusieron en trance (1 Sam. 19, 20).
-El Espíritu de Yahvéh actúa a través de toda la historia bíblica.
a) -sobre los elementos.
…el Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas (Gén. 1, 2).
b) -Sobre la vida.
Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (Gén. 2, 7).
Por la palabra de Yahvéh fueron hechos los cielos,
por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal. 33, 6).
Escondes tu rostro y se anonadan,
les retiras su soplo, y expiran
y a su polvo retornan.
Envías tu soplo y son creados,
y renuevas la faz de la tierra (Sal. 104, 29-30).
Así dice el Señor Yahvéh a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os daré un espíritu u viviréis;… (Ez. 37, 5-6).
Él me dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al Espíritu: Así dice el Señor Yahvéh: Ven espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.» Yo profeticé como ellos me lo habían ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército (Ez. 37, 9-10).
c) -Suscita a los jueces.
El espíritu de Yahvéh sobre él, que fué juez en Israel… (Juec. 3, 10).
El espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón (Juec. 6, 34).
El espíritu de Yahvéh vino sobre Jefté,… (Juec. 11, 29).
d) -Suscita a Saúl.
…le invadió el espíritu de Dios y se puso en trance en medio de ellos (1 Sam. 10, 10).
Invadió a Saúl el espíritu de Dios en oyendo estas palabras, y se irritó sobremanera (1 Sam. 11, 6).
e) -Da habilidad a los artesanos.
Habló Yahvéh a Moisés diciendo: Mira que he designado a Besalel…y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos (Ex. 31, 3).
…Yahvéh ha designado a Besabel…y le ha llenado del espíritu de Dios, confiriéndole habilidad pericia y experiencia en toda clase de trabajos,… (Ex. 35, 31).
f) -Da discernimiento a los jueces.
Yahvéh respondió a Moisés: «Reúneme setenta ancianos de Israel…llévalos a la Tienda de Reunión y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo; tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú sólo (Núm. 11, 16-17).
g) -Concede sabiduría a José.
…y dijo Faraón a sus servidores: «¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: «Después de haberte dado a conocer Dios todo esto, no hay entendido ni sabio como tú (Gén. 41, 38-39).
h) -Inspira a los profetas.
-a Moisés.
Yahvéh respondió a Moisés: Reúneme setenta ancianos de Israel…Yo bajaré a hablar contigo; tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú sólo (Núm. 11, 16-17).
Y al alzar los ojos, vio Balaam a Israel acampado por tribus. Y le invadió el Espíritu de Dios. Entonó su trova y dijo: Oráculo de Balaam, hijo de Beor, oráculo del varón clarividente… (Núm. 24, 2).
-a Saúl.
Te invadirá entonces el espíritu de Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado en otro hombre (1 Sam. 10, 6).
Mandó Saúl emisarios para prender a David; vieron éstos la agrupación de los profetas en trance de profetizar, con Samuel a la cabeza. Vino sobre los emisarios de Saúl el espíritu de Dios y también ellos se pusieron en trance (1 Sam. 19, 20).
-a David.
El espíritu de Yahvéh habla por mí, su palabra está en mi lengua (2 Sam. 23, 2).
-a Elías.
…dijo Elías a Eliseo: «Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado.» Dijo Eliseo: «Que tenga dos partes de tu espíritu» (2 Reg. 2, 9).
-a Isaías.
«Y ahora el Señor Yahvéh me envía con su espíritu» (Is. 48, 16).
El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvéh (Is. 61, 1).
-a Miqueas.
Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza, por el espíritu de Yahvéh, y de juicio y de bravura, para denunciar a Jacob su rebeldía, y a Israel su pecado (Miq. 3, 8).
-a Zacarías.
…su corazón hicieron de diamante para no oír la Ley y las palabras que Yahvéh Sebaot había dirigido por su espíritu, por ministerio de los antiguos profetas (Zac. 7, 12).
Entonces el espíritu de Dios revistió a Zacarías…que…les dijo: «Así dice Dios: ¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahvéh?…» (2 Cro. 24, 20).
-a Azarías.
Vino entonces el espíritu de Dios sobre Azarías,… y le dijo: «¡Oídme vosotros, Asá y todo Judá y Benjamín!… (2 Cro. 15, 1).
-a Yajaziel.
Vino el espíritu de Yahvéh sobre Yahaziel, hijo de Zacarías,…y dijo: «¡Atended vosotros, Judá entero y habitantes de Jerusalén, y tú, oh rey Josafat!» (2 Cro. 20, 14).
2. El Espíritu Santo. Profetización
-Su venida
-En el momento del bautismo de Jesucristo
-Su efusión sobre toda la Iglesia
-Su don
-Jesucristo profetiza su misión
-Y la venida
-La venida del Espíritu Santo fue profetizada en el Antiguo Testamento.
Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez. 36, 27).
Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne (Jl. 3, 1).
Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Jl. 3, 2).
-La venida del Espíritu Santo en el momento del bautismo de Jesucristo fue profetizada en el Antiguo Testamento.
Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh,… (Is. 11, 2).
He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él… (Is. 42, 1).
El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí,… (Is. 61, 1).
-La efusión del Espíritu Santo sobre toda la Iglesia fue profetizada en el Antiguo Testamento.
Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne (Joel 3, 1).
-El don del Espíritu Santo fue profetizado en el Antiguo Testamento.
Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y practiquéis mis normas (Ez. 26, 27).
-Jesucristo profetiza la misión del Espíritu Santo.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho (Jn. 14, 26).
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 26).
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré;… (Jn. 16, 7).
-Jesucristo profetizó la venida del Espíritu Santo.
Él les contestó: «…recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros,… (Hch. 1, 8).
3. El Espíritu Santo. Promesa
-Dios Padre promete que Jesucristo enviará al E. Santo
-Jesucristo promete que el Padre enviará al E. Santo
-Jesucristo promete la asistencia del E. Santo a los Apóstoles y a su Iglesia
-Dios Padre promete que Jesucristo enviará al Espíritu Santo.
«Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto» (Lc. 24, 49).
Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hch. 1, 4-5).
-Jesucristo promete a los Apóstoles que el Padre les enviará el Espíritu Santo.
Si me amáis guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 15-16).
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo,… (Jn. 14, 26).
-Jesucristo promete a los Apóstoles enviarles el Espíritu Santo.
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 26).
Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré (Jn. 16, 7).
-Jesucristo prometió la asistencia del Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 15-16).
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa;… (Jn. 16, 13).
…recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch. 1, 8).
4. El Espíritu Santo. Venida
-Su venida su don, su doctrina y su fuerza hallan su expresión en el N. T.
-La vida y obrar de Jesucristo se consuman con su venida
-La venida, el don, la doctrina y la fuerza del Espíritu Santo hallan su expresión definitiva en el Nuevo Testamento.
a) -La venida.
-Sobre Cristo.
Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él (Jn. 1, 32).
Aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque le da el Espíritu sin medida (Jn. 3, 34).
-Sobre los Apóstoles.
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas… (Hch. 2, 2-4).
-Sobre los primeros convertidos.
Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo;… (Hch. 2, 38).
b) -El don.
…porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5, 5).
c) -La doctrina.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn. 14, 26).
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn. 16, 13).
d) -La fuerza.
-Sobre los Apóstoles.
…sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros,… (Hch. 1, 8).
-Toda la vida y toda la obra de Jesucristo se consuman con la venida del Espíritu Santo al mundo.
Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís (Hch. 2, 33).
5. El Espíritu Santo. Funciones
-La Iglesia vive y se desarrolla gracias al influjo del E. Santo
-Con su venida sustituye a Jesucristo
-Inspira a la Iglesia
-Guía a la Iglesia
-Es el espíritu de la verdad con la misión de enseñarla
-Distribuye carismas, ilumina a los profetas, revela el futuro y ruega al Padre por todos los hombres
-La Iglesia vive y se desarrolla gracias al influjo del Espíritu Santo en la cabeza y en los miembros.
a) -En la cabeza.
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él (Mt. 3, 16).
Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt. 4, 1).
A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás (Mc. 1, 12).
Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió al Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el diablo durante cuarenta días (Lc. 4, 1).
Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba con él…» (Lc. 1, 32).
b) -En los miembros.
Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo…» (Jn. 20, 22).
…sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch. 1, 8).
Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo…» (Hch. 4, 8).
Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe,… (Hch. 6,5).
Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios;… (Hch. 7, 55).
Fue Ananía, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hch. 9, 17).
Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros;… (Hch. 15, 8).
-El Espíritu Santo con su venida sustituye a Jesucristo entre los fieles, después de su ascensión a los cielos.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 16).
Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré (Jn. 16, 7).
-El Espíritu Santo inspira a la Iglesia.
…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5, 5).
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu Santo de Dios son hijos de Dios (Rom. 8, 14).
La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama que clama ¡Abbá, Padre! (Gál. 4, 6).
Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la Ley (Gál. 5, 18).
-El Espíritu Santo guía a la Iglesia.
Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa;… (Jn. 16, 13).
-El Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad con la misión de enseñarla.
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad,… (Jn. 14, 16-17).
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 26).
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn. 16, 13).
-Las funciones más propias del Espíritu Santo son: distribuir los carismas, iluminar a los profetas, revelar el futuro y rogar al Padre por todos los hombres.
a) -Distribuir los carismas:
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hch. 2, 4).
b) -Iluminar a los profetas.
Replicó: Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor,…? (Mt. 22, 43).
c) -Revelar el futuro a los Apóstoles.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn. 14, 26).
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn. 16, 13).
d) -Rogar al Padre por los hombres.
…mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom. 8, 26).
6. El Espíritu Santo. Fines
-Suceder a Jesucristo, dar testimonio de Él, corregir los vicios convencerles de ellos y de la victoria de Cristo y asistir a la Iglesia
-Permanecer con los discípulos de Jesús y convertirles en morada del Padre y del Hijo
-Dar testimonio de Jesucristo a los Apóstoles para que ellos también lo den
-Los fines por los cuales el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo al mundo son: Suceder a Jesucristo en las funciones de Abogado y de maestro, dar testimonio de Jesucristo a los Apóstoles, corregir los vicios de los hombres y convencerles de ellos y de la victoria ganada por Cristo contra Satanás y asistir a la Iglesia hasta el final de los tiempos.
a) -Suceder a Jesucristo.
-en la función de abogado.
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,… (Jn. 14, 16).
-en la función de maestro.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn. 14, 26).
b) -Dar testimonio de Jesucristo a los Apóstoles.
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 26).
c) -Corregir los vicios de los hombres.
…y cuando el Paráclito venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio;… (Jn. 16, 8).
-del pecado de la incredulidad.
Jesús añadió: «…Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn. 8, 24).
Jesús respondió: «…Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? (Jn. 8, 46).
Jesús le respondió: «…Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado (Jn. 14, 23 y 15, 22).
d) -convencerles de ellos.
Jesús respondió: «…Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?» (Jn. 8, 46).
Jesús le respondió: «…Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado (Jn. 14, 23 y 15, 22).
e) -Y de la victoria ganada por Cristo.
Jesús les respondió: «…Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado abajo» (Jn. 12, 31).
…en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está condenado (Jn. 16, 11).
Aclaración. El Príncipe de este mundo se refiere a Satanás.
f) -Asistir a su Iglesia hasta el final de los tiempos.
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 16).
-Después de la ascensión de Jesucristo a los cielos vendrá el Espíritu Santo, permanecerá con los discípulos de Jesús y les convertirá en la morada del Padre y del Hijo.
a) -Vendrá el Espíritu Santo.
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 16).
pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo… (Jn. 14, 26).
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al Padre,… (Jn. 15, 26).
Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré;… (Jn. 16, 7).
b) -Permanecerá en ellos.
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está (Jn. 14, 16-17).
c) -Les convertirá en la morada del Padre y del Hijo.
Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (Jn. 14, 20, 23).
-La misión del Espíritu Santo a los Apóstoles fue para dar testimonio de Jesucristo y para que ellos también lo den.
a) -Para dar testimonio de Jesucristo.
Cuando venga el Paráclito.
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 16).
b) -Para que los Apóstoles también lo den.
…sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hch. 1, 8).
7. El Espíritu Santo. Dones
-Son siete
-No son actos transitorios, sino hábitos sobrenaturales
-La sola moción de la razón del hombre no basta para conseguir su fin último, sino que necesitamos además los dones del E. Santo
-El E. Santo es el que distribuye los dones entre los hombres
-La paz y el gozo espiritual, como dones del E. Santo, superan todos los bienes de este mundo
-Permanecer para siempre en el alma de los bienaventurados
-Los dones del Espíritu Santo son siete: Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
En la justificación, además de la gracia y de las virtudes infusas, son necesarios los dones del Espíritu Santo para el progreso espiritual y para perseverar en el bien.
Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el Espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh (Is. 11, 1-2).
Aclaración. En la traducción de los LXX las palabras «eusebia» y «fobos», que significan piedad y temor.
Por otra parte, ciertas mociones que nos mueven a venerar a Dios, pertenecen al don de piedad, como consta en:
…recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rom. 8, 15).
Es clara la existencia del don de piedad en la Sagrada Escritura.
-Los Dones del Espíritu Santo no son actos transitorios, sino hábitos sobrenaturales o infusos.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora en vosotros y en vosotros está (Jn. 14, 15-17).
Aclaración. El Espíritu Santo no será en los hombres sin sus dones, por tanto, permanecen en los hombres; luego no son actos transitorios, sino verdaderos hábitos infundidos por Dios.
-Hay otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, que no sirven de fundamento serio para demostrar la doctrina de los Dones del Espíritu Santo, pero los Santos Padres y la misma Iglesia los han interpretado como clara alusión a los mismos.
¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios? (Gén. 41, 38).
…y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos;… (Ex. 31, 3).
Y al alzar los ojos, vio Balaam a Israel acampado por tribus. Y le invadió el espíritu de Dios (Núm. 24, 2).
Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos (Deut. 34, 9).
…tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal. 142, 10).
Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría (Sab. 7, 7).
Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo… (Sab. 7, 22).
…porque Dios no ama sino a quien vive por la Sabiduría (Sab. 7, 28).
Y ¿quién hubiera conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu Espíritu Santo? (Sab. 9, 17).
…le concedió la palma con un duro combate para enseñarle que la piedad contra todo prevalece (Sab. 10, 12).
El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí,… (Is. 61, 1).
Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza, por el espíritu de Yahvéh, y de juicio y bravura,… (Mich. 3, 8).
…porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir (Lc. 12, 12).
…el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir,… (Jn. 14, 17).
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo… (Jn. 14, 26).
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso… (Hch. 2, 2).
…y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch. 2, 38).
…todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rom. 8, 14).
…el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza (Rom. 8, 26).
Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu… (1 Cor. 2, 10).
Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad (1 Cor. 12, 8-11).
…de parte de los siete Espíritus que están ante su trono… (Apoc. 1, 4).
Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas (Apoc. 3, 1).
…delante del trono arden siete antorchas de fuego, que son los siete Espíritu de Dios (Apoc. 4, 5).
…tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra (Apoc. 5, 6).
-La sola moción de la razón natural del hombre no basta para conseguir su fin último sobrenatural, sino que son necesarios además los dones del Espíritu Santo.
Es una deducción muy clara de estos textos:
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rom. 8, 14).
El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo,… (Rom. 8, 16).
Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley (Gál. 5, 18).
Aclaración. «Bajo la ley», se entiende «sometidos a las tendencias del pecado».
-El Espíritu Santo es el que distribuye los dones entre los hombres.
Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando (Rom. 12, 6-7).
A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu; a otro carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro discernimiento de Espíritus; a otro diversidad de lengua; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad (1 Cor. 12, 7-11).
Aclaración.
-Don de sabiduría para exponer las verdades cristianas más elevadas.
-Don de ciencia para explicar las verdades elementales del cristianismo.
-Don de fe para poseerla en grado extraordinario.
-Don de discernimiento de espíritus para determinar el origen de los fenómenos carismáticos: Dios, la naturaleza, el demonio.
-Don de lenguas «para hablar otras según el Espíritu les conceda expresarse» (Act 2, 4).
-La paz y el gozo espiritual, como dones del Espíritu Santo, superan todos los bienes de este mundo.
a) -La paz.
Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Fil. 4, 7).
b) -El gozo.
Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones (2 Cor. 7, 4).
-Los dones del Espíritu Santo, en cuanto a su esencia, permanecen para siempre en el alma de los Bienaventurados.
No consta claramente en los textos sagrados, pero hay una deducción, sólo poco probable, de los siguientes versículos:
…para que Dios sea todo en todo (1 Cor. 15, 28).
…un sólo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos (Ef. 4, 5).
Aclaración. Toda la plenitud de Dios estará poseída por cada uno de los bienaventurados, y por tanto la plenitud de los dones del Espíritu Santo, pero en cuanto a la materia, desaparecen en parte, p.e. el don de temor quedará reducido al temor reverencial ante la inmensidad de Dios. Lo mismo será con los otros dones en el aspecto relativo de la vida activa, que cesa para siempre en la bienaventuranza eterna.
8. El Espíritu Santo. Frutos
-Son doce
-La paz no es una virtud
-Es un efecto de la Justicia
-Los frutos del Espíritu Santo son:
Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza, fe, continencia y castidad.
Los frutos del Espíritu Santo son ciertas operaciones que proceden de la virtudes y de los dones; son como el último término de la vida sobrenatural.
…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza;… (Gál. 5, 22).
Aclaración. Los otros tres, fe, continencia y castidad, constan en el texto de la Vulgata (Gál. 5, 23).
S. Pablo no tuvo intención de enumerarlos todos; quiso únicamente mostrar qué género de frutos producen las obras de la carne y cuales otros producen las del Espíritu, y para ello cita unos cuantos por vía de ejemplo.
-La paz espiritual no es propiamente una virtud.
Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros (Mc. 9, 50).
…procurando el bien ante todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros depende, en paz con todos los hombres (Rom. 12, 18).
Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebr. 12, 14).
Aclaración. El mismo Cristo impuso el precepto de conservar la paz, a sus apóstoles y a nosotros a través de ellos.
-La paz espiritual en nosotros indirectamente es también efecto de la justicia.
…el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua (Is. 32, 17).
Aclaración. La paz es también, indirectamente, obra de la justicia, en cuanto que elimina los obstáculos que se opondrían a ella.
9. El Espíritu Santo. Efectos
-Es el Espíritu de Cristo
-Produce un principio interior de vida nueva
-Es fuerza divina que actúa
-Hace al cristiano Hijo de Dios
-Instruye y dirige a aquellos en quienes habita
-Intercede por los hombres
-El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo.
Pues yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo,… (Fil. 1, 19).
La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre! (Gál. 4, 6).
-El Espíritu Santo de la promesa produce un principio interior de vida nueva que Dios concede, envía, otorga y derrama.
a) -Concede.
Si pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (Lc. 11, 13).
Aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque le da el Espíritu sin medida (Jn. 3, 34).
…y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad,… (Jn. 14, 16).
b) -Envía.
La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo… (Gál. 4, 6).
c) -Otorga.
El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? (Gál. 3, 5).
d) -Derrama.
…él nos salvó…por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza… (Tit. 3, 5).
-El Espíritu Santo significa fuerza divina carismática que actúa.
El Espíritu de Yahvéh vino sobre él, que fue juez en Israel y salió a la guerra (Jc. 3, 10).
El Espíritu de Yahvéh vino sobre Jefté, que recorrió Gallad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad… (Jc. 11, 29).
Vino el Espíritu de Yahvéh sobre Yajaciel…y dijo. «¡Atended vosotros, Judá entero y habitantes de Jerusalén…No temáis ni os asustéis ante esta gran muchedumbre; porque esta guerra no es vuestra sino de Dios (2 Cro. 20, 14-15).
-El Espíritu Santo hace al cristiano hijo de Dios, morada de Cristo, principio de resurrección, le marca con un sello, se encuentra con él a título e arrás y de primicias, sustituye el principio malo de la carne, es principio de fe, de conocimiento sobrenatural, de amor, de santificación, de conducta moral, de intrepidez apostólica, de esperanza, de oración, de unión con Cristo y de realización de la unidad de su Cuerpo Místico.
a) -Hijo de Dios.
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rom. 8, 14).
b) -Morada de Cristo.
…para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestro corazones,… (Ef. 3, 16-17).
c) -Principio de resurrección.
…Aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rom. 8, 11).
d) -Le marca con un sello.
…vosotros tras haber oído la Palabra de la verdad, la Buena Nueva de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el espíritu Santo de la Promesa,… (Ef. 1, 13).
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados par el día de la redención (Ef. 4, 30).
e) -Se encuentra en él a título de arras.
Y es Dios el que nos conforma juntamente con vosotros en Cristo…y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones (2 Cor. 1, 22).
Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras del Espíritu (2 Cor. 5, 5).
…fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia,… (Ef. 1, 14).
f) -y de primicias.
…nosotros que poseemos las primicias del Espíritu,… (Rom. 8, 23).
g) -Sustituye el principio malo de la carne.
Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra vieja (Rom. 7, 6).
h) -Es principio de fe.
…y nadie puede decir: «¡Jesús es el Señor!» sino por influjo del Espíritu Santo (1 Cor. 12, 3).
Pero poseyendo aquel espíritu de fe como dice la Escritura: Creí, por eso hablé,… (2 Cor. 4, 13).
i) -De conocimiento sobrenatural.
Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu;… (1 Cor. 2, 10).
A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu; …Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad (1 Cor. 12, 8-11).
En efecto, nadie le entiende: dice en espíritu cosas misteriosas (1 Cor. 14, 2).
…para que…el Padre de la gloria, es conceda espíritu de sabiduría y de revelación para concederle perfectamente;… (Ef. 1, 17).
…iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cual es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cual es la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuales la soberana grandeza de su poder para nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa,… (Ef. 1, 18-19).
…para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cual es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,… (Ef. 3, 16-19).
j) -de amor.
…porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5, 5).
…fiel ministro de Cristo,…el cual nos informó también de vuestro amor en el Espíritu (Col. 1, 7-8).
k) -de santificación.
…ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo (Rom. 15, 16).
Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor. 6, 11).
…Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu,… (2 Tess. 2, 13).
l) -de conducta moral.
…a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu (Rom. 8, 4).
Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos,… (Gál. 5, 16-17).
m) -de intrepidez apostólica.
Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza (2 Tim. 1, 7).
…yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y al a ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo,… (Fil. 1, 19).
n) -de esperanza.
El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo (Rom. 15, 13).
Pero a nosotros nos mueve el Espíritu a guardar por la fe los bienes esperados por la justicia (Gál. 5, 5).
ñ) -de oración.
Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables,… (Rom. 8, 26).
o) -une con Cristo.
Mas el que se une al Señor, se hace un sólo espíritu con él (Rom. 6, 17).
p) -realiza la unidad del Cuerpo Místico.
Porque en un sólo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un sólo Espíritu (1 Cor. 12, 13).
Pues por él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef. 2, 18).
Un sólo Cuerpo y un sólo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamado (Ef. 4, 4).
-El Espíritu Santo instruye y dirige a aquellos en quienes habita.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn. 14, 26).
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testimonio de mí (Jn. 15, 26).
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino pie hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn. 16, 13).
Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros (Jn. 16, 14).
-El Espíritu Santo intercede por los hombres.
Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rom. 8, 26-27).
PNEUMATOLOGÍA Y ECLESIOLOGÍA
Y. Congar cuenta una anécdota del Vaticano II que se ha convertido ya en clásica: «Durante la discusión del esquema De ecclesia, en el segundo período de sesiones del concilio, estábamos hablando un día con dos amigos, observadores ortodoxos, el P. Nissiotis y el P. Alexander Schmemann. Estos nos dijeron: "Si nosotros tuviéramos que escribir un documento De ecclesia, escribiríamos un capítulo sobre el Espíritu Santo y otro sobre el cristiano. Y ahí nos pararíamos. Con ello habríamos dicho lo esencial». Aun cuando tal eclesiología pudiera ser tan unidimensional como lo que en otro lugar Congar llamaría el monismo cristológico, el ejemplo ilustra bien una dimensión descuidada en la eclesiología católica anterior al concilio; a saber, una pneumatología o teología del Espíritu Santo desarrollada. El concilio hace 258 referencias al Espíritu, pero uno puede preguntarse si estas están, por así decir, dispersas por los textos conciliares, o constituyen de hecho una verdadera pneumatología.
Los años posteriores al concilio han sido testigos de un extraordinario interés por la pneumatología desde muy diversos puntos de vista: obras generales, Escritura, patrística, espiritualidad, >carisma, liberación, liturgia, ecumenismo, y especialmente desde el punto de vista de las Iglesias orientales, incluyendo la cuestión del >Filioque. El Vaticano II ha dado también pie a abundante literatura, al igual que varios temas eclesiológicos.
El Espíritu se fue revelando gradualmente a través de las Escrituras. En el Antiguo Testamento hay 378 referencias a la femenina ruah (a las que podrían añadirse otros once ejemplos arameos); 279 veces se traduce por el neutro pneuma en los LXX (que en la tradición posterior se convierte en el masculino latino spiritus). Puede decirse que «el Espíritu de Dios» tiene en el Antiguo Testamento cuatro sentidos: es una fuerza carismática que se manifiesta, por ejemplo, en los jueces (Jue 3,10); es un poder que reciben los reyes (1Sam 16,13); está asociado a la profecía (Os 9,7; Miq 3,8); es mesiánico (Is 42,1-7; 61,1-3) y escatológico (Ez 36,26-28; JI 3,1-2). En el umbral del Nuevo Testamento se produce una clara asociación entre el espíritu y la sabiduría (Sab 1,6; 7,7; 9,17). La literatura intertestamentaria muestra un gran interés por el espíritu de Dios (sólo en los textos de Qumrán hay más de 200 referencias). Toda esta serie de acciones dadoras de vida en el Antiguo Testamento nos prepara para la plena recepción de su poder en la Iglesia del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento hay 379 referencias al pneuma. En él observamos que, aunque siguen manteniéndose los sentidos del Antiguo Testamento, hay una conciencia cada vezmayor del carácter personal del Espíritu, especialmente en Lucas (11,13; 12,12) y en Juan (14-16). El Espíritu, en particular, está asociado a Jesús (Lc 1,35; 3,22; 4,1, 14; 18). Pablo desarrolla una rica pneumatología (Rom 8).
Desde el punto de vista de la eclesiología, que es lo que aquí nos interesa, el Espíritu es al mismo tiempo conferido por Jesús (Jn 20,22) y prometido por él (Jn 16,13-15; Lc 24,49 con He 1,4-5.8). La Iglesia primitiva recibió el Espíritu Santo en Pentecostés (He 2; cf 4,31) y era consciente de que este moraba en ella (He 5,3) y la guiaba (He 13,2.4; 15,28; 16,7). El Espíritu se transmitía a través de la oración y la imposición de manos de los apóstoles (He 8,15-17; 19,6). La comunidad (ICor 3,16) y el cristiano son > templo del Espíritu (lCor 6,19); el creyente está sellado por el Espíritu (Ef 1,13). El acceso al Padre tiene lugar a través del Espíritu (Ef 2,18). Es el Espíritu el que da los > carismas y edifica la unidad de los creyentes (Ef 4,3; cf lCor 12,13).
El desarrollo de la teología del Espíritu tuvo lugar a lo largo de varios siglos". Puede esquematizarse en varias etapas: una época en la que el Espíritu se afirmó y fue objeto de experiencia en la vida de la Iglesia (siglos 1 y II); los comienzos de la sistematización teológica (siglo III); la definición de > Constantinopla (381); la síntesis del siglo V; las divergencias entre Oriente y Occidente a pro-pósito del >Filioque. Estos desarrollos sucesivos concernían a la actividad eclesial del Espíritu y afectaban al modo en que los creyentes entendían esta actividad.
Tiene cierto valor la observación de que Occidente parte de la unidad y unicidad de Dios para llegar luego a afirmar la pluralidad de las personas, mientras que Oriente parte de las personas como dato inicial para llegar luego a la unidad de su naturaleza; se trata de algo que puede servir inicialmente de orientación, pero de lo que no se pueden extraer demasiadas consecuencias. A lo largo del período patrístico no sólo se especuló sobre la vida interior de la Trinidad, sino que se indagó además continuamente en la Trinidad económica, o en la doble misión del Hijo y del Espíritu en la Iglesia y en el creyente. Podemos ilustrar el tema de la misión eclesial partiendo de dos autores característicos respectivamente de Oriente y Occidente: san Basilio Magno y san Agustín de Hipona.
La obra Sobre el Espíritu Santo, del oriental Basilio, puede datarse entre el 374 y el 375. Su Carta 159, escrita poco después, contiene buena parte de la misma doctrina. Aunque por razones de prudencia —especialmente para evitar problemas similares a los que surgieron después del concilio de >Nicea I— Basilio nunca dijo explícitamente que el Espíritu fuera Dios, insistió en que la Tercera Persona ha de ser adorada y glorificada del mismo modo que el Padre y el Hijo, lo que evidentemente viene a querer decir lo mismo. Basilio apeló constantemente a la vida y a la liturgia de la Iglesia en prueba de su fe en la persona y la obra del Espíritu; de hecho invoca una tradición no escrita acerca del Espíritu, cuyo poder es bien conocido en la Iglesia.
San Agustín puede tomarse como ejemplo característico del planteamiento occidental. Al igual que Basilio, también él, en su gran obra De Trinitate, parte de la Escritura. Aunque está claramente más interesado en la vida interna de la Trinidad, habla no obstante claramente del Espíritu en cuanto enviado a la Iglesia, como comunión en la Iglesia, al modo en que ya lo es en la Trinidad. Una de las afirmaciones más notables de Agustín es que el Espíritu actúa en el cuerpo místico al modo en que el alma lo hace en nuestro cuerpo.
La síntesis medieval occidental puede verse en san Anselmo, Ricardo de San Víctor, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, cada uno de los cuales desarrolla ciertos aspectos de la rica síntesis de san Agustín. Santo Tomás desarrolla de san Agustín las nociones de procesión y misión; considera Don (Donum) un nombre propio del Espíritu y establece una auténtica misión; desarrolla hermosamente la noción del Espíritu como amigo; afirma que lo característico de la Nueva Ley es el Espíritu, que es quien otorga los carismas a la Iglesia.
En la Baja Edad media hubo muchos movimientos que apelaban a una especial unción del Espíritu; el calificativo de «espiritual» a menudo implicaba cierto fanatismo. Algunos como >Joaquín de Fiore parecían anhelar una etapa final de la humanidad, la etapa del Espíritu. En algunos de estos movimientos había cierto anti-institucionalismo; oponían su sensación de estar movidos por el Espíritu a las estructuras, que percibían como carentes de vida. Lutero y otros líderes reformadores tuvieron que luchar en dos frentes: contra los católicos, congregados al grito de «i Iglesia!», y contra los entusiastas, congregados al grito de «iEspíritu!». Aunque desde una actitud básicamente poco comprensiva, el estudio de R. A. Knox sobre los entusiastas ilustra la continuación de los movimientos espirituales extremistas en los tiempos posteriores a la Reforma.
En los escritores espirituales posteriores a Trento hubo una profunda conciencia de la labor del Espíritu Santo; pero en la eclesiología de la Contrarreforma y de épocas posteriores, aunque no faltaban las referencias al Espíritu Santo, este no ocupó un lugar central. Hubo, no obstante, excepciones, como la obra de J. A. >Móhler sobre la unidad de la Iglesia y algunos pasajes penetrantes de M. J. > Scheeben.
La pneumatología ganó protagonismo en la eclesiología a partir de la época de J. A. Möhler. En el magisterio, podría datarse el redescubrimiento de la pneumatología en la eclesiología con la publicación en 1897 de la encíclica de León XIII sobre el Espíritu Santo. La carta depende en gran medida de Agustín y de Tomás de Aquino. La espiritualidad pneumatocéntrica de la encíclica ha de leerse desde una perspectiva que no prescinda de la jerarcología cristocéntrica de la anterior encíclica Satis cognitum. Reitera la idea de que el Espíritu es el alma de la Iglesia y habla de que el Espíritu es la fuente de la permanencia de la Iglesia en la verdad y de su vida sacramental, y de que mora en el alma del justo. Se trata de una exposición bastante completa del papel del Espíritu en la Iglesia. Después de León XIII los teólogos explotaron sus afirmaciones sobre el Espíritu, pero no desarrollaron ninguna eclesiología pneumatológica relevante.
Aunque la encíclica de >Pío XII sobre el cuerpo místico, >Mystici Corporis, era predominantemente cristológica, se concedía en ella un lugar importante al Espíritu Santo: la Iglesia fue promulgada en Pentecostés; Cristo quería que esta estuviera enriquecida por los dones del Espíritu; la Iglesia está animada por el Espíritu, que es su alma; no hay sin embargo incompatibilidad «entre la misión invisible del Espíritu Santo y el oficio jurídico que los pastores y los maestros han recibido de Cristo». Pero aparte de esta encíclica, la pneumatología no ocupa mucho lugar dentro de las vastas enseñanzas eclesiológicas de Pío XII.
A pesar de todo, durante las décadas anteriores al Vaticano II fue creciendo cada vez más la conciencia, no siempre desarrollada sistemáticamente", de la importancia de la pneumatología, tanto en la Iglesia católica como en las protestantes.
Puede mostrarse cómo el Vaticano II dedicó cada vez mayor atención a la pneumatología a lo largo del proceso de elaboración de los textos. El primer borrador de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II se movía en la tradición de la encíclica de Pío XII sobre el cuerpo místico. Contenía treinta y una referencias al Espíritu, principalmente como alma del cuerpo y como Espíritu de la verdad, aunque también está presente la idea del Espíritu como guía de la Iglesia. Trece de estas referencias se conservarían en el texto definitivo de la LG.
El concilio aclara la analogía del alma de la Iglesia. En LG 7 dice: «De tal modo vivifica el Espíritu todo elcuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma (principium vitae seu anima) en el cuerpo humano». En el párrafo siguiente se desarrolla la analogía complementaria de la encarnación: «Así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino, como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a él, de modo semejante (non dissimili modo) la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica para el acrecentamiento de su cuerpo». Se trata aquí de evitar sutilmente el peligro del monofisismo eclesial; el concilio dice «articulación social» (socialis compago) y «sirve» (inservit) con el fin de atenuar la analogía y evitar así la sugerencia de una unión hipostática con la Iglesia.
En la versión final de LG hay una rica pneumatología. La constitución comienza con una exposición trinitaria (LG 2-4), lo mismo que el decreto sobre las misiones (AG 2-4). Una noción nueva importante es la de Pentecostés4, así como el importante desarrollo de la doctrina sobre los >carismas. La doctrina de ambos documentos (LG 4 y AG 4) muestra por qué los credos primitivos confesaban unidas la fe en el Espíritu Santo y en la Iglesia, hasta el punto de que santo Tomás de Aquino presenta el credo como la fe en el Espíritu que santifica a la Iglesia (Credo in Spiritum Sanctum sanctificantem Ecclesiam).
Se puede hablar de una pneumatología del concilio si se demuestra que hay una idea central que unifique las distintas referencias al Espíritu y la eclesiología del concilio. Esta idea central podría ser la afirmación de que «el Espíritu Santo fue enviado a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf Ef 2,18)» (LG 4; cf 9). La poco desarrollada noción de templo, como una tercera imagen trinitaria junto a las de pueblo y cuerpo (LG 17), puede considerarse como unificadora y explicitadora de la doctrina de la constitución. Al llegar el concilio a su penúltimo texto, encontramos un desarrollo de esta intuición en el decreto sobre las misiones: el Espíritu vivifica y unifica a la Iglesia entera en todos sus actos (cf AG 4; cf LG 64). Dado que estas afirmaciones se verifican, operan y están desarrolladas a lo largo de los documentos del concilio, hay sólidos fundamentos para afirmar que en el Vaticano II hay una auténtica pneumatología.
Aunque hay en ella seis referencias al Espíritu (SC 2, 5, 6, 43), la constitución sobre la liturgia es muy débil en lo tocante a la pneumatología. La revisión posterior de los libros litúrgicos corrigió esta deficiencia (>Liturgia). Una nota característica de las nuevas plegarias eucarísticas y de los nuevos ritos sacramentales es la presencia en todos ellos de una >epiclésis.
La pneumatología del Vaticano II fue desarrollada ulteriormente por la tercera encíclica de la trilogía trinitaria de Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo. La encíclica, por un lado, es un desarrollo amplio de la misión del Espíritu y, por otro, no está tan centrada en la eclesiología. El papa observa que «en cierto modo la gracia de Pentecostés se perpetúa en la Iglesia» a través de los sacramentos del orden y de la confirmación". Por otro lado, afirma, «la enseñanza del Vaticano II es "pneumatológica": está impregnada por la verdad de que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia» La segunda parte de la encíclica se ocupa del difícil texto de Jn 16,7-8, que habla de que el Espíritu convence al mundo en lo relativo al pecado: se trata de la acción del Espíritu Santo en la conciencia humana y de la certeza de la redención. El Espíritu, además, fortalece a los individuos y manifiesta a la Iglesia como sacramento. Es el fundamento de la esperanza escatológica de la Iglesia; es, en definitiva, «Consejero, Defensor y Abogado».
La enorme cantidad de textos publicados sobre el Espíritu Santo y la Iglesia en las tres últimas décadas así como la enseñanza del Vaticano II y la benéfica influencia de los teólogos de Oriente, han abierto una senda a la eclesiología: esta no puede ya dar marcha atrás, sino sólo avanzar en la exploración de la pneumatología, en el intento de comprender la misión del que H. U. von Balthasar, con evocadora e inquietante frase, llama «el Desconocido más allá de la Palabra».
El Espíritu Santo, ¿un desconocido?
¿Vive en el anonimato El Espíritu Santo dentro del catolicismo?
Hace algunos días, meditando sobre los relatos de la Pascua de Resurrección, estuve recordando este pasaje de las Escrituras:“Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos… hasta los confines de la tierra.” (Hch. 1, 8.), tomando en cuenta que fue la palabra de vida de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Sydney Australia en 2008. Y meditando también sobre la trascendencia de esta cita bíblica, deseo hacer algunas reflexiones sobre el tema del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, fuerza que mueve tanto la espiritualidad como el accionar de nuestra Iglesia Universal, y que se ha convertido con alta probabilidad en un desconocido para nuestra vida diaria.
Es obvio que no se detenga a hablar mucho sobre el Espíritu Santo si sabemos que el centro de la teología sistemática es la Cristología: Cristo como la revelación del amor del Padre y que vana es nuestra fe si Él no hubiera resucitado, citando al apóstol San Pablo (1 Cor. 15, 14). Claro, para que exista una comprensión sobre el Espíritu Santo debemos comprender integralmente a Cristo, su misión, su vida, sus prodigios divinos, el misterio de su Encarnación y Redención, y cómo Él promete el envío de un “consolador” antes de su ascensión a los cielos.
Detengámonos un momento a hablar sobre el Espíritu Santo, quien ha actuado en toda la historia bíblica de la salvación y actúa de manera efectiva y real en nuestro mundo de hoy. Es necesario mencionar que el estudio sobre el Espíritu Santo dentro de la teología cristiana se le conoce como Pneumatología. Proviene del vocablo griego πνεῦμα (en latín: pneuma) que significa “espíritu”, soplo, hálito, viento. Y lo conocemos en numerosos pasajes de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento se le conoce como soplo (Sal. 104, 29-30), Espíritu de Dios (Gn. 1, 2) ó Espíritu de Yahvé (Jc. 6, 34). Todos estos pasajes son un ejemplo para describir la acción del Espíritu Santo sobre la creación y el ordenamiento del llamado que Dios le tiene asignado a los hombres. En el Nuevo Testamento, Jesucristo promete el envío del Espíritu Santo, y lo da a conocer como el Paráclito, es decir, el consolador ó abogado que reconfortará la vida espiritual, la comprensión y depósito de las verdades reveladas por Él a los apóstoles y sus discípulos después de su ascensión a los cielos para que sean transmitidas al mundo (Jn. 14, 26.) (Jn. 16, 7.). Era necesario que Cristo dejara a su Iglesia naciente el Espíritu Santo (Hch. 2, 2-4), para que se viera iniciada y fortalecida su misión acá en la tierra: ¡Evangelizar!, llevar el anuncio de la Buena Noticia a todos los confines de la Tierra (Mc. 16, 15.).
Han surgido varias polémicas a lo largo de la historia del cristianismo sobre el tema del Espíritu Santo. Por ejemplo, a finales del siglo IV, la herejía de los pneumatomanqui (adversarios del espíritu) ó macedonianismo negaba la divinidad del Espíritu Santo y no lo reconocía como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Hasta que fue en el segundo Concilio ecuménico de la Iglesia, I de Constantinopla en el año 381, después de realizar las respectivas reflexiones y conciliaciones teológicas de este tema, se definió como dogma de fe la divinidad del Espíritu Santo y dio la forma final del Credo niceno-constantinopolitano (el Credo que recitamos en la misa).
No podemos dejar de mencionar también el cisma de la Iglesia Católica Ortodoxa en el año de 1054, donde la controvertida cláusula filoque (traducido del latín = “y del Hijo”) que rezamos en el Credo la iglesia occidental, si bien es cierto no fue el detonante de la ruptura del catolicismo del mundo, fue el germen que aceleró dicho proceso. La iglesia oriental dice en el Credo “…que procede del Padre” vrs. nosotros, la iglesia latina, en la cual rezamos “…que procede del Padre y del Hijo”. Esta discusión sobre el filioque es densa teológicamente y no la abordaremos en esta reflexión.
Deseo también mencionar el debate que se suscitó en el Concilio Vaticano II, sobre los dones, carismas y frutos que provienen del Espíritu Santo. Se discutía si dichos regalos que eran otorgados por Él, éste los apartaba únicamente a “elegidos” en santidad y virtudes, o que existieron únicamente en la iglesia primitiva. Por otro lado, se afirmaba que los dones, carismas y frutos del Espíritu Santo eran otorgados a cualquier persona. Los dos protagonistas de este debate fueron el cardenal italiano Ernesto Ruffini y el cardenal de origen belga Leo Josef Suenens. Durante la redacción del documento preparatorio del decreto sobre el Apostolado de los Seglares, el Apostolicam Actuositatem, ya por finalizar el concilio en 1965, Ruffini sostenía que los dones y carismas solo los concedía el Espíritu Santo a ciertas personas bautizadas y que era un fenómeno muy raro que aparecieran manifestaciones sobre estos dones. Por el contrario, el cardenal Suenens afirmaba que eso no era así; el Espíritu Santo los otorgaba a todas las personas bautizadas, sin distinción de género, raza, ministerio consagrado ó seglar, condición académica, etc.
Como resultado de esto, se consensuó teológicamente en el concilio que efectivamente los dones y carismas del Espíritu Santo son una parte fundamental en la edificación tanto personal como comunitaria dentro de la Iglesia Católica. Este postulado se encuentra en el numeral 3 del decreto Apostolicam Actuositatem, donde claramente hablan de dejar actuar dichas manifestaciones del Espíritu Santo junto con las implicaciones personales y comunitarias dentro de la Iglesia, como también de la observancia de la jerarquía eclesiástica a no estorbar dichos dones dentro de los ambientes eclesiales, a fomentarlos y a monitorearlos acorde a manifestación.
Aunque las manifestaciones del Espíritu Santo tienen su fundamento en las Sagradas Escrituras desde la historia de la salvación, aunque la Iglesia naciente por medio de las enseñanzas del apóstol San Pablo en su primera carta a los corintios, en sus cartas a los efesios, a los gálatas y a los romanos haya una clara doctrina sobre ellas, y aunque se haya promulgado en el Concilio Vaticano II su fomento y orientación tanto en la vida eclesiástica como en la vida seglar, aún permanece la Pneumatología tímidamente enunciada en el conocimiento de algunas esferas dentro de la Iglesia Católica. Aclaro, en algunas más no en todas. ¿Por desconocimiento? ¿Por miedo? ¿Por relacionarla con prácticas realizadas por nuestros hermanos separados? ¿Por fomentar experiencias religiosas efímeras y emotivas? Sin el afán de especular o crear polémica, probablemente haya un poco de todo esto.
Este tema sobre las manifestaciones y sanaciones por medio del Espíritu Santo se han orientado en su mayor parte a la Renovación Carismática dentro del catolicismo. Independientemente si se promueve ahí ó fuera de sus territorios, no debemos olvidar que quien sostiene el accionar y la espiritualidad de la Iglesia Católica es el Espíritu Santo, y motivado con las inquietudes expuestas, deseo exponer algunas definiciones básicas sobre los dones, carismas y frutos del Espíritu Santo, enunciadas en una forma sencilla y breve.
Los dones del Espíritu Santo
El libro del profeta Isaías habla sobre los dones del Espíritu Santo, refiriéndose a Cristo, el “nuevo David”, portador y modelo de quien posee estos dones (Is. 11, 1-2). Aunque acá aparezcan 6 textualmente citados, en la traducción de la Septuaginta mencionan la palabra “temor” con dos acepciones, «eusebia» y «fobos», que significan piedad y temor, respectivamente. Por eso, los dones del Espíritu Santo son en síntesis 7:
Sabiduría | Ciencia | |
Inteligencia (Entendimiento) | Piedad | |
Consejo | Temor de Dios | |
Fortaleza |
Los 7 dones del Espíritu Santo son otorgados a todos en el momento del sacramento del Bautismo, y confieren a cada bautizado la gracia santificante de Dios y de las virtudes infusas, que son necesarias para el progreso espiritual, madurez en la fe y perseverancia en el bien y en la recta conciencia. Es decir, no son actos transitorios, sino verdaderos hábitos infundidos por Dios que será responsabilidad del bautizado ponerlos en ejercicio para su edificación personal y espiritual para que exista una amistad y relación íntima con Dios.
Los carismas del Espíritu Santo
Hay innumerables carismas manifestados dentro de las Sagradas Escrituras, como también en la vida cotidiana. El padre Emiliano Tardif hablaba que los carismas son dones ministeriales que dan una fuerza muy especial a la evangelización, y que también son dones espirituales especiales que el Señor nos da para edificar la comunidad, para construir la Iglesia. No es lo mismo el carisma otorgado por el Espíritu Santo que la aptitud natural de una persona hacia alguna actividad, como el mal llamado carisma de un político, el carisma de un músico, etc. Esos no son dones espirituales, sino dones naturales que se desarrollan. Pero un carisma estrictamente hablando es un don espiritual consecuente de los dones del Espíritu Santo..
San Pablo habla claramente de los carismas o “ministerios” que a cada quién le fue otorgado el Espíritu Santo que estarán al servicio de la comunidad (1 Cor. 12, 27-31) y lo afirma también acá (Ef. 4, 7-13).
Aunque hay innumerables carismas o “ministerios” del Espíritu Santo, enumeraremos los principales para la evangelización:
Apóstoles | Don de milagros |
Profetas | Curación y sanación |
Predicadores del Evangelio | Socorrer a los necesitados |
Pastores | Don de lenguas |
Maestros ó doctores | Don de interpretación de lenguas |
Los carismas del Espíritu Santo no necesariamente serán indispensables para la edificación personal. Es decir, los carismas se manifiestan en un bautizado de forma temporal, en el tiempo pastoral ó servicio eclesial específico. Un bautizado puede tener innumerables carismas aunque su vida espiritual y su madurez en la fe sean mediocres. Los carismas no necesariamente llevarán a la santidad personal, pero serán efectivos cuando estén al servicio de la Iglesia.
Los frutos del Espíritu Santo
El portavoz y maestro que habla sobre los dones, carismas y frutos del Espíritu Santo es por excelencia el apóstol San Pablo. Sobre los frutos del Espíritu Santo, lo menciona acá (Ga. 5, 22-25).
Los frutos son 12:
Caridad | Benignidad |
Gozo | Perseverancia |
Paz | Fe |
Paciencia | Modestia |
Mansedumbre | Templanza |
Bondad | Castidad |
El número de 9 citado en la carta a los gálatas es sólo simbólico pues, como afirma Tomás de Aquino, «son frutos de cualquier obra virtuosa en la que el hombre se deleita». Además, el numeral 1832 del Catecismo de la Iglesia Católica define a los frutos como ‘perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna’.
También el mismo San Pablo habla en la misma carta a los gálatas que cuando el Espíritu Santo da sus frutos en el alma, vence las tendencias de la carne. Es decir, cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.
Cristo mismo anima a sus discípulos a estar dispuestos a que el Espíritu gobierne sus vidas, más aún, en la prueba: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.” (Mt. 26, 41.). Por eso, cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes (en especial las teologales: Fe, Esperanza y Amor), va adquiriendo facilidad en ello. Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor. Lo mismo pasa con los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma plenamente.
”Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos… hasta los confines de la tierra. (Hch. 1, 8.)
Podemos encontrar más conceptos y bibliografías con documentos amplios sobre el tema del Espíritu Santo, con sus dones, frutos y carismas. ¿Qué quiero decir con todo esto? ¿Por qué finalizo con la misma cita donde inicié? Porque en la actualidad, en nuestras vidas damos poca cabida a la acción del Espíritu Santo y a sus manifestaciones, y nos hemos convertido en el mejor de los casos como “católicos de libro”, muy intelectuales pero muy poco espirituales. No quiero sesgarme ni mucho menos insinuar que el Espíritu de Dios sólo pueda manifestarse con eventos extraordinarios y prodigios inexplicables ó poco comunes a nuestros ojos. El Espíritu Santo claro que se manifiesta en lo cotidiano: en el impulso que la gracia de Dios actúa en aquel que participa de la Eucaristía, en la liturgia y en la Epíclesis durante la misa, en un momento de contemplación frente al Santísimo Sacramento, en la oración diaria espontánea y en lo secreto, en el momento de reflexión personal de examen de conciencia y dolor de los pecados al recurrir al sacramento de la Reconciliación, en aquel que tiene el hábito de la lectura, meditación y estudio de la Palabra de Dios, en aquel que socorre al necesitado y le lleva el anuncio del Evangelio. Claro que se manifiesta ahí. Pero los que hemos sido formados en la “vieja escuela”, en un catolicismo donde la Pneumatología no había sido presentada, motivada y desarrollada en nuestras vidas, “no puedo callar lo que he visto y oído” (Hch. 4,20) sobre las manifestaciones del Espíritu. He sido testigo en varias ocasiones por el ministerio de alabanza en el cual me he desenvuelto por varios años de los “mini Pentecosteses” que he vivido y presenciado, donde los carismas de los servidores brotan a flor de piel y afloran sus dones tanto en su intervención para ciertos mensajes o reflexiones como en su oración de intercesión en cada momento del retiro ó actividad, en los mismos participantes de los retiros… Palabra de Ciencia, don de lenguas, gozo en el espíritu, adoración, etc. Simplemente he sido testigo que el pasaje de Hch. 1,8 confirma el hecho que después de tener una experiencia y manifestación del Espíritu Santo, la vida del católico se fortalece y testifica a su comunidad los resultados, obras, dones, carismas y frutos. Claro, primero tuvo que haber tenido un encuentro personal con Cristo, de vivir la “metanoia” o cambio de vida y de seguir perseverando en la gracia y en la fe, para confirmar que una vez recibida la fuerza del Espíritu Santo en nuestro Bautismo y ratificada en nuestra Confirmación, invocada especialmente, seremos testigos del accionar del Paráclito que una vez Cristo nos prometió. Y con base en las reflexiones enunciadas planteo esta interrogante: ¿estaremos en miras hacia un proceso ó en la vivencia real de una eclesiología pneumatológica?
Mi reflexión se basa más que en que hayan manifestaciones extraordinarias en dejar actuar al Espíritu Santo en nuestras vidas, y sabiendo que somos templos vivos del mismo, que no se estorbe en las esferas del catolicismo, sean en ambientes laicos o del ministerio consagrado y que haya una sana observancia y orientación de parte de nuestros pastores, para que así, animados por la fuerza del Espíritu, vivamos lo recomendado por los padres del Concilio Vaticano II:
“De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que sopla donde quiere (Jn 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con sus hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno. (cf. 1 Tes 5,12; 19,21).”
[Decreto Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de los seglares. Capítulo I, No.3.]
Creer en el Espíritu Santo desde América Latina .
Presentación y apreciación de las líneas fundamentales de la obra “Creo en el Espíritu Santo. Pneumatología narrativa”, de Víctor Codina.
Víctor Codina, nace en Barcelona en 1931. De una familia de clase media, cristiana y numerosa. Luego, huyendo de la guerra civil española, emigra con su madre al sur de Francia donde reside algún tiempo, hasta regresar a España en 1939. Entra en la Compañía de Jesús en 1948. Luego de ser ordenado sacerdote, en 1961, es destinado a Innsbruck, donde entra en contacto con profesores cono Karl y Hugo Rahner y Josef-Andreas Jungmann. Hace el doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma y estudia teología ortodoxa en París. Luego pasa a residir en Bolivia y permanece estable allí desde 1982. Enseña en la universidad Católica de Bolivia, participa como teólogo en la Conferencia Episcopal Boliviana y en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo. Ha impartido numerosos cursos y escrito abundantes libros y artículos. Es autor de “Teología y experiencia espiritual” (1977), “Renacer a la solidaridad” (1982) y “Seguir a Jesús hoy” (1988), además de otros títulos en colaboración.
Hemos entrado a un período de la historia en que se bifurca el camino y debemos pararnos a reflexionar sobre el trayecto recorrido, a dónde nos ha llevado y sobre cómo quisiéramos que sea el que aún nos falta recorrer. Esta reflexión es sumamente necesaria, y a partir de lo que lleguemos a descubrir en ella, podremos aprender y crecer como personas, como cristianos, pero sobre todo, como Pueblo de Dios, comunidad para el Reino.
De esta manera se va estructurado este libro, como memoria de lo que hemos vivido como Iglesia durante los últimos siglos, como presencia de un nuevo paradigma teológico muy propio de América Latina: la teología de la liberación, como perplejidad ante los nuevos y constantes cuestionamientos que se nos presentan a todos los cristianos como comunidad, y como perspectivas ante las posibles alternativas actuales, siempre enmarcadas dentro de la escatología.
La obra está estructurada en cuatro partes principales, más una introducción, que contextualiza y enmarca el desarrollo posterior, y un epílogo a modo de síntesis de las principales líneas que atraviesan la obra. La primera parte se titula Memoria (capítulos 1 y 2), la segunda Presencia (capítulos 3 y 4), la tercera Perplejidad (capítulos 5 y 6), y la cuarta Perspectivas (capítulos 7; 8 y 9). Justamente se presenta de esta forma, porque, como afirma el mismo autor, la teología es siempre memoria, discernimiento y profecía[1].
El capítulo 1, que se titula Los olvidos del segundo milenio, comienza con las cinco llagas de la Iglesia, citando una obra de Antonio Rosmini de 1833, que había sido incluida dentro del índice de los libros prohibidos en 1849[2]. Esta obra del s. XIX reflejó una serie de males sufridos por la Iglesia, especialmente durante todo el segundo milenio, y fue recién hasta el Concilio Vaticano II, que se hizo referencia nuevamente a este tema dentro de la misma, ya que este Concilio intentó justamente volver a la eclesiología de los primeros siglos. Durante el segundo milenio, se intentó hacer pasar por tradicional una forma que en la mayoría de sus aspectos (sobre todo en la importancia dada al Espíritu Santo), era bastante distinta a la verdadera tradición de la Iglesia primitiva, ya que el Espíritu Santo fue casi por completo olvidado, dejado de lado por el cristianismo occidental. Este olvido, lógicamente, produjo una marcada rigidez en las relaciones entre clero y laicado entre otras cosas, lo cual se agravó aún más con la escasa formación de los sacerdotes y el aislamiento de los obispos.
En cuanto a los cambios eclesiológicos del segundo milenio, se menciona el cambio de una teoría patriótica sobre la Iglesia más bien simbólica, a una de corte lógico y dialéctico. Para los antiguos cristianos el símbolo no se oponía a la realidad, sino todo lo contrario, la presuponía y profundizaba. Pero a partir del año mil, se fue pasando a una mentalidad más racionalista, donde lo simbólico parece oponerse a lo real, a lo verdadero. Este cambio está estrechamente relacionado con los hechos de la historia de reyes que intentaban continuamente manejar a la Iglesia y someterla a sus órdenes, a sus caprichos y conveniencias, por lo que se realizó la reforma de Gregorio VII, en defensa de la libertad de la iglesia. Lamentablemente esto derivó en una mayor concentración del poder (centralización romana). Estos cambios llevaron a una progresiva separación eclesial entre el clero y el laicado, hasta el punto de llegar a considerar a la Iglesia como la jerarquía. Los laicos cumplen una simple función pasiva: la comunidad del Pueblo de Dios quedó en el olvido. Así, la jerarquía encerrada en sí misma provocó una frialdad y rigidez dentro de la Iglesia que trajo una serie de graves consecuencias como la separación con la Iglesia Oriental, con las Iglesias de la Reforma y con la modernidad.
En el primer milenio la eclesiología era más bien pneumática: “Desde sus orígenes la Iglesia tiene experiencia de su doble principio estructurador, el cristológico y el pneumático; se siente nacer de las dos misiones del Padre: la del Hijo y la del Espíritu”[3]. San Ireneo habla de las dos manos del Padre (el Hijo y el Espíritu), ambas rodean a la Iglesia. La Iglesia primitiva era muy conciente de la presencia del Espíritu santo en ella y en el mundo sin olvidar la importancia de Cristo, es decir, sin olvidar la plena unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sin embargo en el segundo milenio ha habido un olvido del Espíritu trayendo graves consecuencias teóricas y prácticas. Una clara expresión de esto pueden ser las cinco llagas de la Iglesia[4].
Capitulo 2, un fuerte viento sacude a la Iglesia. El Concilio Vaticano II fue, en cierto modo, un abrir las ventanas (según la metáfora utilizada por Juan XXIII) de la Iglesia para que el Espíritu sople en ella como lo venía haciendo ya a través de los movimientos de renovación. Este Concilio habló mucho de la especial relación entre la Iglesia y el Espíritu que la rejuvenece y renueva constantemente.
Con el Vaticano II, la Iglesia comienza a verse de manera más trinitaria con la acción sobre ella de “las dos manos del Padre”. Desde esta perspectiva trinitaria se abre al mundo de hoy y comienza a entablar un diálogo (primeramente suave y quizás algo débil, pero que con el tiempo se irá haciendo más profundo, fuerte y duradero) con las demás religiones. Intenta acercarse al ecumenismo y desarrollarlo, porque Dios es uno y su pueblo debe serlo también. El Espíritu se encuentra en la historia como una fuerza siempre presente que alienta a la humanidad y que es captada por todas las religiones. En lugar de resaltar lo que nos diferencia, el Concilio intentó insistir y profundizar en aquello que nos une al resto de las religiones del mundo.
En la constitución Gaudium et Spes, se reafirma la necesidad de discernir los signos de los tiempos a la luz del Evangelio, y para ello es sumamente necesario escuchar las múltiples voces que existen al respecto. Son diversas las fuentes de las que puede emanar tal revelación, ya que se ha terminado el “monopolio”. Es todo el mundo el que Dios utiliza para revelarse, a través de él se nos comunica. La Iglesia se abre al mundo. Ésto se ve más evidentemente con la teología latinoamericana, mucho más acostumbrada, por su misma identidad, a escrutar en el mundo, en los hechos cotidianos del pueblo, los signos de Dios, desarrollándose junto con su conocimiento del pueblo.
Afirma Codina “la voz del Oriente, en suma, resonó en el Vaticano II e hizo a la Iglesia más católica y ecuménica. Y hay que reconocer que la recuperación pneumatológica del Vaticano II le debe mucho a aquella Iglesia hermana”[5]. Desde siempre Oriente tuvo mayor sensibilidad para la dimensión espiritual, siempre tuvo como prioridad profundizar la fe en el interior del alma, del corazón, que el entendimiento racional de la misma, como en el caso de occidente. Como si en el corazón de oriente fuese más nítida la presencia personal del Espíritu. Esto puede verse claramente en su arte, en su liturgia y en su espiritualidad.
Esta especial sensibilidad de oriente por el Espíritu se ve claramente representada en el icono de Roublev, pintado en 1425, al cual Víctor Codina le dedica gran parte de este capitulo. En él se denota una clara importancia otorgada al Espíritu como la presencia del Padre en todo el mundo, guiándolo y fecundando toda la historia de la humanidad.
El capítulo 3 se titula el clamor del Espíritu. Su tesis principal es que la Pneumatología cristiana no está destinada a encerrarnos dentro de la Iglesia, sino que nos lanza a la historia. Las dos manos del Padre se manifiestan de modo diverso, mientras la del Hijo es concreta, explícita, la del Espíritu es más bien implícita, progresiva, universal e invisible, y es por eso, más difícil de identificar claramente. Ambas son imprescindibles y complementarias. El Espíritu actualiza y dinamiza el mensaje de Cristo. Las dos manos del Padre nos ayudan a abrirnos como Iglesia y lanzarnos hacia el mundo para transformarlo y orientarlo hacia el Reino de los cielos.
El mismo Espíritu es el que grita a través de los pobres por las injusticias y pecados que nosotros mismos hemos cometido. Sólo leyendo la Biblia desde los pobres podremos vislumbrar la importancia que ella les otorga. Justamente a raíz del contacto con los pobres, ha surgido en América Latina una nueva experiencia espiritual, que no es importación o reflejo de corrientes espirituales de otros continentes, sino que es propia, y surge desde el dolor y la pobreza del propio pueblo latinoamericano[6]. Hay una fuerte experiencia de comunión con la pasión de Cristo que sufrió por ellos. Por la acción del Espíritu toda la Iglesia es renovada, la Biblia es devuelta al pueblo y la Iglesia vuelve a ser pueblo de Dios. Siempre a favor de los pobres y los débiles. La Iglesia es profeta y misionera y se desarrolla como totalidad del pueblo pobre, que ya no tiene una actitud pasiva sino activa y fundamental dentro de la Iglesia.
A partir de toda esta transformación surge un paradigma nuevo, una nueva teología con una marcada ruptura epistemológica con las teologías anteriores. América Latina, en el seno de su dolor, produce una teología nueva, la teología de la liberación. Es la teología de los pobres que se desarrolla en un marco de búsqueda de solidaridad y justicia. Se realiza desde los pobres y para ellos en busca de la liberación, no ya del “yo”, sino del “otro”. Busca el Reino de Dios aquí y ahora, aunque sea imperfectamente o parcial. Es práctica constante, que aprende de la experiencia y es movida por el amor.
Capítulo 4: discernimiento de espíritus. En este marco el discernimiento recupera su sentido amplio e integral de discernir los signos de los tiempos, “…pues el Espíritu actúa no sólo en el interior de los corazones, sino también en el corazón de la historia”[7]. La teología de la liberación ha recibido numerosas críticas. De los poderosos de la sociedad, cuya preocupación no es precisamente por la ortodoxia doctrinal sino más bien, por las consecuencias negativas que podría otorgarle a sus intereses económicos, esta orientación liberadora. Otra es la del propio magisterio eclesiástico, que si bien nunca la condenó o prohibió, si le dirigió dos instrucciones a modo de advertencia, las cuales respondían en realidad a una visión bastante poco exacta y matizada de la realidad[8]. La crítica de la teología moderna neoconservadora, crítica bastante alejada de la realidad y con una visión ingenuamente positiva del sistema capitalista, el cual no es compatible con el Reino de Dios, ya que no existe una verdadera opción por los pobres. La crítica de algunos sectores populares, que es más indirecta y práctica que otra cosa. La realizan a través de su propio descontento con la religión y la pastoral. Las mismas sectas son una crítica implícita al cristianismo y a las religiones en general. Por último, la autocrítica, que no busca retractarse sino avanzar de un modo más integral y pleno.
El capítulo 5 hablará del nuevo contexto mundial, y la actual diferencia entre hemisferio norte y sur. Los pobres del sur son los enemigos del sistema capitalista, ya que le muestran su falla. En relación a la modernidad recién con el Concilio Vaticano II, la Iglesia comenzó a abrirse a ella. Capitalismo y socialismo, ambos hijos de la ilustración, han tenido semejantes desenlaces, negando la religiosidad de los pueblos. Ambos son contrarios al sur y lo han conducido a la miseria. Por otro lado se percibe un ansia de lo sagrado y un despertar de la dimensión religiosa, como respuesta a una situación de incertidumbre y vacío. Una posible consecuencia de esto es el surgimiento de lo movimientos de renovación carismática.
Capítulo 6: el nuevo contexto eclesial. Estamos en un momento de restauración o invierno eclesial (en relación a la llamada primavera eclesial del posconcilio). Ratzinger va a defender, no una vuelta atrás, sino una verdadera vuelta a los auténticos textos del Vaticano II. El Sínodo de los obispos de 1985 va a subrayar lo importantes y a la vez complementarias que son Lumen Gentium y Gauduim et Spes. Al mismo tiempo hay inseguridad y miedo dentro de la Iglesia a muchos aspectos de la realidad actual como: las sectas, los jóvenes, la mujer, los teólogos, las culturas, al mundo secular, sobre todo por las implicaciones que traen a la Iglesia.
En el capitulo 7 será el paradigma cultural el tema a desarrollar. Ha cambiado, de la razón ilustrada se ha pasado a la razón simbólica. A partir del Vaticano II comenzaron lentamente a sanarse las cinco llagas de la Iglesia de las que hablaba Rosmini. Ahora debemos profundizar nuestro actuar en el mundo como cristianos. La cultura es lo propio del pueblo y de cada pueblo, es lo abstracto y lo material, y es muy importante para tener en cuneta en la pastoral. Durante todo el primer milenio hubo una fuerte acción misionera y de inculturacion que se freno a partir del año mil. El Vaticano II fue un reabrir los ojos. La razón simbólica va a enfatizar el mundo del corazón, la vivencia, la experiencia, tan palpitante en América Latina.
Capítulo 8: Lenguas de fuego. En Pentecostés la Iglesia naciente se presenta abierta a todas las culturas, por lo que tanto la sensibilidad pneumatológica como la catolicidad en la iglesia se encuentran en estrecha relación. Se convierte en fundamental el volver a la Iglesia de Pentecostés y fortalecerla desde el llamado que el Espíritu hace hoy, dando importancia a la razón simbólica y a una visión desde el lugar del otro (el indígena, el afro-americano, la mujer).
La religión, la creación y la tierra, la mujer, los indígenas, los ritos y la fiesta, serán los nuevos lugares teológicos, estrechamente ligados a la cultura, en ellos se expresa el paso del Espíritu en el mundo. Este Espíritu esta muy bien representado en la tradición ritual latinoamericana. Se debe tener presente que no solo es necesario evangelizar las culturas, sino también el evangelizar desde ellas. Se trata de una verdadera solidaridad que se mezcla con el pobre hasta no distinguirse de él y desde el seno de su ser, generar un modo particular de ser cristianos, porque el Espíritu esta en el corazón y la vida de cada cultura aun antes de ser abordada la evangelización.
Es muy importante el paso dado hacia delante por la revalorización de la mujer, mas precisamente del aspecto femenino de la Trinidad. La revalorización de la madre de Dios y de Dios no solo como Padre, sino también como madre, en un gesto entrañable de ternura y compasión con sus hijos.
Finalmente en el capítulo 9, sobre la escatología, comienza hablando de las reducciones jesuíticas como una expresión de utopía de sociedad y de iglesia. El camino de la Iglesia hacia la escatología es un paso comprometido con Dios que nos ha dado una misión que cumplir en la tierra. Y por ello siempre debe estar presente en la Iglesia la transfiguración, y a través de la Iglesia, la transfiguración del mundo, paso concreto para la liberación del hombre en estrecha relación con el Espíritu.
“La Iglesia peregrina se asocia a la celeste. La comunión va más allá del tiempo y se adentra en la escatología, en la tierra nueva de los vivientes”[9]. Con Pentecostés nos hemos abierto a los demás, a la universalidad de la inculturacion de la fe, siempre iluminados por el Espíritu Santo, cuyo testimonio innegable son los santos. Sacramento del Espíritu en la tierra, ellos son la conexión entre esta tierra y la otra.
La muerte que suele ser vista por la mayoría como algo negativo o triste, se transforma luego de la Pascua, para los cristianos, en nuestra meta, en la luz que buscamos y anhelamos durante toda nuestra vida. Es la plenitud del Reino donde triunfará la justicia y el amor. En América Latina la muerte es algo común y se convive diariamente con ella, pero por su misma cultura se la vive con alegría, en un clima de fiesta, como si presintieran la gloria del Reino. Es el misterio escatológico que los místicos experimentan en su meditación, en que cae el último velo de la Verdad por excelencia.
Toda la obra gira entorno a la experiencia espiritual, la experiencia del Espíritu del Señor en la tierra y en la historia. Esta experiencia quizás no parece algo concreto, explícito ni material, sin embargo es profundamente real. No se puede hablar fácilmente o de forma liviana sobre ella, sino más bien de manera simbólica o metafórica, porque muchas veces es así su percepción, delicada, sutil y sublime. Esta experiencia es una de las fuentes de nuestra fe cristiana y de su fuerza y perseverancia. Por esto mismo nuestra pastoral debe hacer hincapié en ella.
Todo este fervor espiritual cristiano debe ubicarse en el ámbito de la Iglesia, ya que nuestra experiencia espiritual es fundamentalmente eclesial. Nuestra fe nace dentro de la Iglesia y nos dirige hacia ella como comunidad de Dios, como hermanos hijos del mismo Padre. En ella aprendemos, iniciados por la familia a vivir en comunión, viviendo desde ya, aunque sea parcialmente la fisonomía del Reino de Dios. Esto no quiere decir que no se nos presenten conflictos (seguramente los habrá), pero confiando en el Espíritu actuante entre nosotros los sabremos aceptar y superar. También está muy ligada a los pobres, los marginados del mundo moderno. Unida a ellos, mezclándose en su propia cultura es vivida realmente en profundidad y conexión con el Reino. A esto se agrega una permanente búsqueda que intenta esclarecer los signos de los tiempos en el presente, anudándose a ellos para llegar a Dios. Somos constantes peregrinos en busca de una meta superior que nos espera después de la muerte terrena, en la escatología.
A través de todo este recorrido el autor ha ido descubriendo y marcando la presencia del Espíritu del Señor guiando la historia e iluminando las decisiones de la Iglesia, aunque tantas veces se haya equivocado y no haya escuchado verdaderamente su clamor. Más allá de nuestra conciencia, o no, de su presencia, Él jamás se ha alejado, todo lo contrario, nos ha acompañado más que nunca, tanto dentro como fuera de la Iglesia, alimentando la fe en el corazón de todos los hombres. A través de Él debemos comenzar a discernir los signos de los tiempos aquí en la tierra, para seguir hacia delante, hacia el Reino de los cielos y hacerlo presente ya mismo.
A lo largo de toda la narración se van describiendo los diversos “paradigmas teológicos”. El autor afirma haber pasado él mismo del paradigma tradicional y pre-moderno, que dominaba en los años anteriores al Concilio Vaticano II, al paradigma moderno del post-concilio, y de allí, al paradigma solidario y liberador.
Esta obra de Víctor Codina presenta un panorama bastante amplio del contexto en que se fueron forjando las nuevas teologías, sobre todo la teología de la liberación. Su recorrido, un tanto escueto y general, es suficiente como para adentrarnos en la temática e interesarnos en ella. Despierta numerosos interrogantes y cuestionamientos sobre el camino que ha de seguirse de ahora en más en la teología hecha desde América Latina. Si bien solo se ha dado un primer paso en la búsqueda del camino propio, es un paso de suma importancia. Sin lugar a dudas se presentarán nuevos y más complejos interrogantes, lo cual es aún una mayor motivación para continuar y profundizar la reflexión realizada hasta ahora, para discernir y mirar lejos a pesar de las resistencias presentes. En ese sentido la obra es en sí esperanzadora, ya que continuamente se remite a la presencia siempre motivadora del Espíritu Santo en la historia, creando y regenerando la Iglesia y toda la creación.
[1] Cfr. CODINA, Víctor. Creo en el Espíritu Santo. Santander. Sal Terrae. 1994. p 23.
[2] Antonio Rosmini (1797- 1855). Escritor, filósofo, teólogo y sacerdote católico italiano. Escribió diversas obras de espiritualidad, filosofía y eclesiología. En Las cinco llagas de la santa Iglesia denunciaba los peligros que la amenazaban. (1) La primera llaga era la separación entre el pueblo cristiano y el clero, sobre todo en la liturgia. Rosmini criticaba, especialmente, el hecho de que las celebraciones católicas resultaban con frecuencia incomprensibles para el pueblo. Además, la distancia existente entre el clero y los laicos no respondía al evangelio. La liturgia era del clero, no del pueblo de Dios. (2) La segunda llaga era la insuficiente formación cultural y espiritual del clero. (3) La tercera llaga es la desunión de los obispos entre si y de los obispos con el clero y con el papa. (4) La cuarta llaga es la injerencia política en el nombramiento de los obispos. El nombramiento de los obispos por parte de los reyes o del papa le parecía contrario a la fraternidad y libertad del evangelio y de la Iglesia. (5) La quinta y última llaga es para Rosmini la riqueza de la Iglesia, es decir, los bienes temporales que esclavizan a los eclesiásticos… Junto a la riqueza de la Iglesia estabala falta de transparencia en su administración.
[3] Ibid. p 39.
[4] Cfr. Ibid. p 50.
[5] Ibid. p 69.
[6] Cfr. Ibid. p 84.
[7] Ibid. p 101.
[8] Es representativa e interesante, también para una autocrítica, la dura aclaración que le dirige Joseph Ratzinger, recalcando que la grandeza de una teología no le viene por querer representarse o afirmarse, sino por querer acercarse a la Verdad. Cfr., RATZINGER, Joseph, Naturaleza y misión de la teología, ensayos sobre su situación en la discusión contemporánea, Ágape, Buenos Aires 2007, p108.
[9] CODINA, Víctor. Creo en el Espíritu Santo… p 226.