MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN........................................................................................2
PRIMERA PARTE: EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
La vida. La
enfermedad.............................................................................5
Mensajes de Dios. Nuestra Madre la
Iglesia............................................9
Carta del Papa Juan Pablo II. Palabras de los
santos..........................15
El sufrimiento nos lleva a Dios. Ofrecimiento del
dolor.......................20
¿Seres inútiles? Sé agradecido. Aprovecha el
tiempo.........................27
Los ancianos. Parábola de las huellas en la
arena...............................35
Parábola del hombre servicial. Parábola del juicio
final......................42
Jesús es su nombre. Sufrir por los
demás............................................46
SEGUNDA PARTE: AMOR SANADOR
El amor sana. ¿Te amas a ti mismo? Dios te
ama................................55
Abandono total. Testimonios. Vidas ejemplares..................................66
Jesús sana hoy. El amigo de
Jesús............................................ ........102
TERCERA PARTE: REFLEXIONES Y ORACIONES
Las manos de Dios. El día en que Dios se
equivocó.........................110
Un niño subnormal. Dios responde.....................................................114
No te desanimes. Arriésgate a
vivir.....................................................116
Vivir es amar. Siempre
adelante...........................................................122
Carta del hermano Roger de Taize. Dile Sí a la
vida...........................128
Vive para los demás. Ayuda a Cristo en los que
sufren.................... 131
La comunión de los santos. Para
reflexionar......................................137
A los familiares. Carta a un
enfermo....................................................140
Oraciones. Oración de san
Agustín......................................................146
El dolor. Felices
ustedes........................................................................157
CONCLUSIÓN..........................................................................................161
BIBLIOGRAFÍA........................................................................................163
MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO
INTRODUCCIÓN
Este libro quiere ser una respuesta de fe para todos aquellos que
sienten en su vida la espina del sufrimiento. Para muchos hombres, el
sufrimiento es algo absurdo y sin sentido que debe desaparecer de la faz de la
tierra. Pero lo cierto es que, mientras exista el hombre, existirá el
sufrimiento. Podrán superarse algunas enfermedades, pero vendrán otras. Además,
siempre habrá accidentes y hombres malos, que harán daño a los demás. El
sufrimiento es parte integrante de la vida humana. Debemos saber convivir con
él y no verlo como un enemigo, sino como un mensajero que llega de parte de
Dios para decirnos algo importante. El sufrimiento toca la puerta de nuestra
vida y nos habla de nuestra debilidad y de la posibilidad de ofrecerlo con amor
para que sea una escalera, que nos acerque más fácilmente a Dios. Nos puede
elevar. Nos puede hundir. Depende de nosotros.
¿Alguna vez el dolor ha llamado con fuerza a la puerta de tu
vida? ¿Has sentido alguna vez toda la impotencia de tu ser humano y toda tu
debilidad ante un acontecimiento que no puedes evitar? ¿Has sufrido en carne
propia la muerte de un ser querido por una enfermedad? ¿O por un accidente? ¿O
quizás, porque lo han matado injustamente? ¿Tienes alguna enfermedad incurable
o muy grave? ¿Te has rebelado contra Dios? ¿Lo sigues amando, a pesar de todo?
Dios quiere hablarte a través de estas páginas. Léelas con
detenimiento y con fe. Sin fe nada tiene sentido y, tu misma vida, no valdría
la pena seguir viviéndola. Pero, si crees y amas, te darás cuenta de que ante
el sufrimiento nada está definitivamente perdido. Y que Dios te espera como un
Padre más allá de la muerte para abrazarte con todo su amor y darte una
recompensa eterna de felicidad. Nada está perdido; mientras hay vida, hay
esperanza. Pídele a Dios la salud, si estás enfermo; pídele amor y paz, si estas sufriendo la enfermedad o la
muerte de un ser querido. Pero no pierdas la fe y confía en Dios.
Les dedico este libro a todos los que sufren en el cuerpo o en el
alma. Que sean amigos de Jesús y encuentren en Él un apoyo en su debilidad y
sean capaces de ofrecerle sus sufrimientos con amor por la salvación del mundo.
PRIMERA PARTE
EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
En esta primera parte, vamos a dar algunas orientaciones para
entender el sentido profundo del sufrimiento en el plan de Dios y cómo no es
algo absurdo y sin sentido, sino un tesoro, que Dios pone en nuestras manos, si
sabemos aceptarlo con amor. Para ello, veremos algunos textos bíblicos, textos
del Magisterio de la Iglesia y lo que
dicen algunos santos.
LA VIDA
La vida hay que vivirla en una perspectiva de eternidad. Si sólo
pensamos en los cuatro días de este mundo, entonces, lo más lógico es que sólo
pensemos en divertirnos y gozar de la vida. Pero, al final, habremos perdido
nuestro tiempo y nuestra vida. Y ¡qué tristeza se sentirá en el último momento,
cuando uno se dé cuenta de haber vivido solamente para este mundo, sin
pensar en la eternidad que nos espera!
Además, el tiempo pasa tan rápidamente que los que ahora son
jóvenes, dentro de muy poco tiempo, serán mayores y, en seguida, serán ancianos. Por eso, hay que pensar en el más allá, sin descuidar
trabajar en el más acá. Pero hay que vivir para la eternidad.
Muchos hombres malgastan su
vida en placeres y aventuras. Muchos pierden su tiempo en no hacer nada o
trabajar tanto que no tienen tiempo ni para pensar. Y quieren ser siempre
jóvenes. Pareciera que sólamente los jóvenes tienen derecho a vivir. Porque a
los ancianos y a los enfermos se los margina como seres de segunda clase, como
si tuvieran menos valor. Pero el valor del ser humano no está en su juventud ni
en su dinero ni en su apariencia ni en sus títulos, sino en su corazón. Un
hombre, con el corazón lleno de amor, vale inmensamente más que un hombre vacío
por dentro, que va sin rumbo y cuya vida no tiene sentido.
Por eso, vive tu vida en plenitud, vive tu vida con ilusión, vive
tu vida con amor. La vida es un regalo de Dios, un tesoro que Dios te ha
entregado para que puedas crecer en su amor. La vida es como un libro en el que
cada día debes escribir las páginas más hermosas. No importa, si estás enfermo
en un lecho o si estás en una silla de ruedas, tu vida vale tanto para Dios
como la de cualquier ser humano, que camina por la calle y está trabajando todo
el día. Tu vida vale tanto como tu amor. Cuanto más amas, más vales para Dios.
Tu vida es de Dios, no lo olvides, y a Dios debe volver. Tu vida
sólo tendrá sentido en la medida en que vivas con amor por Dios y para Dios,
sólo así te realizarás como persona y serás, de verdad, plenamente feliz.
LA ENFERMEDAD
La enfermedad es un tesoro
para el que sabe amar. El hombre, que no ha sufrido, no sabe lo que es amar de
verdad, porque el sufrimiento es el alma del amor y el amor tiene las raíces en
forma de cruz. Cuanto más amas, más capacidad tienes para sufrir por la persona
que amas. Y yo te pregunto: ¿Cuánto amas tú a Dios? ¿Cuánto eres capaz de
sufrir por Él? ¿Eres capaz de dar tu vida por su amor como los mártires? Cuando
el dolor llame a tu puerta, no te rebeles contra Dios, ofréceselo con amor. El
sufrimiento con amor es la perla más preciosa que puedes ofrecer a tu Padre
Dios.
Por eso, te digo a ti, hermano enfermo; a ti que estás
desconcertado ante la injusticia de la vida, a ti que caminas de la mano con el
sufrimiento desde tu nacimiento, a ti que te preguntas sobre el sentido de tu
vida; a ti que estás cansado de la compasión de los demás y te sientes inútil y
deseas morirte para que todo esto se
acabe de una vez. A ti, hermano enfermo, te digo de parte de Dios, que tu vida
es preciosa a sus ojos. Él tiene contados hasta los pelos de tu cabeza, como
dice Jesús. No te lamentes ni llores amargamente por tu mala suerte. Piensa que
“Dios todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28).
Me preguntarás: ¿Por qué Dios me ha castigado de esta manera?
¿Por qué tengo que sufrir esta enfermedad incurable? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué
Dios se ha llevado a mis seres queridos? ¿Por qué? ¿Por qué? Y podrías seguir
preguntándome muchas más cosas. Yo no puedo responderte. Sólamente Jesucristo,
que sufrió más que tú, que es tu Dios y te ama infinitamente, podría responderte.
Hermano enfermo, escúchame,
quiero hablarte al corazón, con
sinceridad. Una de las penas más grandes que puedes sufrir es tu
soledad. Ya sé que los demás no pueden comprender la profundidad de tu dolor
interior al sentirte inútil y sin ganas de vivir. Pero Jesús, que ha sufrido
más que tú, sí puede entenderte. Acude a Él en este mismo instante y dile que
te abra los ojos del alma para que puedas comprender el sentido de tu vida y de
tu dolor. Dios tiene para ti una misión especial, que no ha encomendado a
ningún otro. Quizás sea una misión poco brillante, quizás sea oculta y oscura a
los ojos del mundo, pero no por ello, menos importante. Tú vales infinitamente
para Dios. Jesús murió por ti y te ama infinitamente. No te desanimes, no
pienses en el suicidio. Mira a lo alto, mira a Jesús clavado en la cruz y dile:
Señor, gracias por mi vida.
Gracias por haber muerto por mí en la cruz. Gracias por tener un plan
maravilloso para mí. Gracias porque a pesar de todas mis rebeldías y de todos
mis miedos y rechazos, Tú sigues teniendo paciencia conmigo y me amas a pesar
de todo. Gracias, porque me has hecho así. Gracias, Señor. Te ofrezco mi vida y
te ofrezco mi amor con todos los besos y flores de mi corazón. Amén.
MENSAJES DE DIOS
Dios nuestro Padre nos habla a través de la Biblia para hacernos
entender el sentido del dolor y para que no caigamos en la tentación de creer
que es un castigo, como creían los antiguos judíos. Cuando Jesús vio al ciego
de nacimiento, los discípulos le preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, él o sus
padres, para que naciera ciego? Contestó Jesús: Ni pecó él ni sus padres, sino
para que se manifiesten las obras de Dios en él” (Jn 9,2-3).
En otra oportunidad, “se
presentaron algunos que le contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre
había mezclado Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían, y
respondiéndoles dijo: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los
otros por haber padecido esto? Yo os digo que no. Y aquellos dieciocho sobre
los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpables que
todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no y que, si no hiciereis
penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13,1-5).
Como vemos, Jesús nos está diciendo que los que mueren por
accidente u otras causas violentas, no necesariamente son más culpables que los
demás, como si la muerte prematura fuera un castigo de Dios. Más bien, vemos
que Jesús, con su vida y con su muerte, nos consigue la salvación para darnos a
entender el valor redentor del sufrimiento.
Por eso, san Pablo es capaz de decir: “Me alegro de mis
padecimientos por vosotros. Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí. Y, aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del
Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20).
Nos dice también: “En cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser
en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado
para mí y yo para el mundo” (Gál 6,14). “Y gustosamente continuaré gloriándome
en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual, me
complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las
persecuciones, en los aprietos por Cristo, pues cuando parezco débil, entonces
es cuando soy fuerte” (2 Co 12,9-10). Y: “tengo por cierto que todos los
padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que
se ha manifestado en nosotros” (Rom 8,18).
Y sigue diciéndonos: “Todo
lo puedo en Aquél (Cristo) que me fortalece” (Fil 4,13). “Sufro, pero no
me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado” (2 Tim 1,12). El mismo
Cristo nos dice claramente: “El que quiera ser mi discípulo que tome su cruz
de cada día y me siga” (Lc 9,23). ¿Estás dispuesto a seguir a Cristo con tu
propia cruz?
Si no puedes soportar tu
sufrimiento, mira a Cristo crucificado y lee en Isaías 52,13-53,12:
“Tan desfigurado estaba que no parecía un hombre… Despreciado
y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el
sufrimiento… Fue Él quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros
dolores… Dios cargó sobre Él los pecados de todos… Fue maltratado y no abrió la
boca. Como un cordero fue llevado al matadero y como oveja muda ante los
trasquiladores… En la muerte fue igualado a los malhechores, a pesar de no
haber cometido maldad alguna y no haber mentira en su boca… Fue contado entre
los pecadores, llevando sobre sí los pecados de muchos e intercediendo por los
pecadores”.
Ahora lee el Evangelio:
“Los que lo custodiaban se
burlaban de Él y lo maltrataban” (Lc 22,63). “Lo desnudaron y le pusieron sobre su cabeza una corona
de espinas y se burlaban de Él… y escupiéndole le herían con la caña en la
cabeza” (Mt 27,29-30).
Y tú ¿cuántas veces lo has
maltratado y te has burlado de Él y hasta lo has crucificado con tus pecados?
Por eso, pídele perdón, míralo crucificado y dale tu consuelo y tu amor. Pero
no olvides que tu sufrimiento por sí mismo no vale nada. Solamente vale, cuando
lo ofreces con amor y por amor a Dios y a los demás. Por eso, Cristo desde su
cruz, te invita a unirte a Él y a ofrecerte con Él por la salvación del mundo.
Lo cual no quiere decir que, cuando estés enfermo, no debas ir al médico. Sí,
debes poner todo lo posible de tu parte para sanarte, si estás enfermo; pero,
cuando sufres a pesar de todo, debes ofrecerlo y no desperdiciar tantas
bendiciones que Dios te puede dar a través del sufrimiento aceptado y ofrecido
con amor.
Tu Padre Dios te dice: “Hijo
mío, si estás enfermo, no te impacientes, ruega al Señor y Él te curará. Huye
del pecado y purifica tu corazón de toda culpa. Da tus ofrendas… Y llama al
médico, porque el Señor lo creó y no lo alejes de ti, pues te es necesario. Hay
ocasiones en que logra acertar, porque también él oró al Señor para que le
guiara para dar salud y vida al enfermo” (Eclo 38,9-14).
Y, cuando sufras demasiado y ya no puedas soportar tanto dolor,
escucha a tu Padre Dios que te dice: “No tengas miedo, yo te llamé por tu
nombre y tú me perteneces. Si atraviesas las aguas, yo estaré contigo; si pasas
por el fuego, no te quemarás. Porque yo soy Yahvé, tu Dios. Y eres a mis ojos
de gran precio, de gran estima y yo te amo mucho. No tengas miedo, porque yo
estoy contigo” (Is 43,1-4). O lo que dice Jesús a Jairo, cuando muere su
hija: “No tengas miedo, solamente confía en
Mí” (Mc 5,36). Y, en todo momento, Él nos promete alivio y consuelo
en nuestro dolor: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, que
yo os aliviaré… y daré descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-30).
Acude ahora mismo a Jesús y pídele que cumpla su promesa y te dé
su PAZ.
Querido Jesús, gracias por
escucharme, pero me falta paciencia ante el dolor. A veces, estoy desesperado.
Ayúdame, Señor, cuento contigo y confío en Ti. Gracias por tu amor y gracias
por tu paz.
NUESTRA MADRE LA IGLESIA
Veamos lo que nos dice la
Iglesia en el Catecismo:
“La enfermedad y el
sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan a
la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus
límites y su finitud. Toda enfermedad nos puede hacer entrever la muerte” (Cat 1500).
“La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas
curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado
a su pueblo y de que el reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente
poder de curar, sino también de perdonar los pecados. Vino a curar al hombre
entero, alma y cuerpo. Es el médico que los enfermos necesitan” (Cat 1503).
“Cristo, conmovido por tantos sufrimientos, no sólo se deja
tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias. Él tomó nuestras
flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8,17). No curó a todos
los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del reino de Dios… Por su
pasión y su muerte en cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde
entonces, éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora” (Cat
1505).
“La enfermedad… puede hacer a la persona más madura, ayudarla a
discernir en su vida lo que no es esencial, para volverse hacia lo que lo es.
Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a
Él” (Cat 1501). Por eso, suele
decirse: Per crucem ad lucem (Por
la cruz a la luz), es decir, por el sufrimiento llegamos a la luz del
amor de Dios.
Los Padres del concilio
Vaticano II en su mensaje al mundo decían a los enfermos:
“Cristo no suprimió el
sufrimiento y tampoco ha querido desvelar enteramente su misterio. Él lo tomó
sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor. ¡Oh
vosotros, que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros sois los
preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la
vida. Sois los hermanos de Cristo paciente y con Él, si queréis, salváis al
mundo. He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed
que no estáis solos ni separados ni abandonados ni sois inútiles: sois los
llamados por Cristo, sois su viva y transparente imagen. En su nombre os
saludamos con amor, os damos las gracias, os aseguramos la amistad y la
asistencia de la Iglesia y os bendecimos”.
¡Oh cruz gloriosa de
Cristo, que nos consiguió la salvación!
¡Oh cruz gloriosa de
nuestra vida, que nos ayuda a amar a Dios!
CARTA DEL PAPA JUAN PABLO
II
El Papa Juan Pablo II
escribió la carta apostólica “Salvifici doloris” sobre el sentido del
sufrimiento el año 1989. En ella nos ilumina el camino para entender lo que es
el dolor. Veamos:
“Cristo se acercó al mundo del sufrimiento humano por el hecho de
haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Durante su actividad pública, probó
no sólo la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión, incluso de los más
cercanos; pero, sobre todo, fue rodeado cada vez más herméticamente por un
círculo de hostilidad y se hicieron cada vez
más palpables los preparativos para quitarlo de entre los vivos… Y
Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento consciente de la fuerza
salvífica del sufrimiento. Va obediente hacia al Padre; pero, ante todo, está
unido al Padre en el amor” (N°16).
“Todo hombre, en su
sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de
Cristo… Parece ser que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor
de Cristo, el hecho de que haya de ser completado sin cesar” (N°24).
El sufrimiento de Cristo debe ser completado por nuestros propios
sufrimientos. Por eso, dice san Pablo: “Suplo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Eso
significa que hay que dar una respuesta de amor a Cristo y aceptar los
sufrimientos que nos envíe.
Por eso, sigue diciendo el Papa: “El amor es la fuente más
plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta
pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo” (No 13).
“El hombre que sufre no sólo es útil para los demás, sino que realiza un
servicio insustituible… El sufrimiento es el mediador insustituible y autor de
los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento más que
cualquier otra cosa es el que abre el camino a la gracia, que transforma las
almas… Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus
sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención
del mundo y pueden compartir este tesoro con los demás… Y la Iglesia siente la
necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación
del mundo” (N°27).
“Por eso, recomiendo a
quienes ejercen su ministerio pastoral entre los enfermos, que los instruyan
sobre el valor del sufrimiento, animándoles a ofrecerlo a Dios por los
misioneros. Con tal ofrecimiento, los enfermos se hacen también misioneros… La
solemnidad de Pentecostés es celebrada en algunas comunidades como jornada del
sufrimiento por las misiones” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, N°78).
Pídele a María, la Madre de
Jesús y madre nuestra, que te enseñe a
valorar tu sufrimiento. El Papa te dice:
“Con María, la madre de Cristo, nos detenemos ante todas las
cruces del hombre de hoy. Invoquemos a todos los santos, que a lo largo de los
siglos fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo.
Pidámosles que nos sostengan. Y a vosotros que sufrís, os pedimos que nos
ayudéis. A vosotros, que sois débiles, os pedimos que seáis fuente de fortaleza
para la Iglesia y para la humanidad” (Salvifici doloris N°31).
“Vosotros los enfermos sois
la fuerza de la Iglesia… Por eso, renuevo mi unión espiritual con vosotros. Esa
unión espiritual, que me une a cada hombre clavado en el lecho de un hospital,
a quien está limitado a su silla de ruedas o a cualquiera que lleve la cruz del
dolor. Me uno a todos vosotros y os pido que hagáis uso salvífico de la cruz,
que es parte de vuestra vida. Pedid fuerza espiritual para llevarla con
paciencia para que no perdáis el coraje y podáis aliviar a otros con vuestra
oración y vuestro sacrificio” (Juan Pablo II, 1 de Julio de 1979, en san Giovanni Rotondo).
En resumen, podemos decir
con el concilio Vaticano II: “En Cristo y por Cristo se ilumina el enigma
del dolor y de la muerte” (GS 22).
Sin Él nada tienen sentido y el sufrimiento parece un absurdo,
que oscurece la vida y quita la alegría de vivir, como si Dios fuera el
culpable de nuestras desdichas.
Pero con Cristo, todo se
ilumina con un nuevo resplandor y el dolor es como un fuego que purifica el oro
de nuestro corazón.
PALABRAS DE LOS SANTOS
“Si tienes una enfermedad di: Dios me quiere decir algo a través
de esta enfermedad” (san Felipe Neri).
“Señor, no deseo ni curar ni estar enfermo, quiero únicamente lo
que Tú quieras” (san Alfonso María de
Ligorio).
“No quiero escoger la manera de servir a mi Dios. En la salud, le
serviré trabajando; en la enfermedad, le serviré sufriendo. A Él corresponde
elegir lo que más le agrade” (san Francisco de Sales).
“La cruz es el regalo que Dios hace a sus amigos” (Cura de Ars).
“No hay mejor madera para encender y conservar el amor de Dios
que la de la cruz” (san Ignacio de Loyola).
“Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero,
inmolarme junto a Jesús por los pecados de mis hermanos… Soy un hombre que
sufre… Dios me quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden…Me siento
tan unido a la voluntad de Dios que, cuando sufro, dejo de sufrir, al
comprender que Él lo quiere así… Siento una alegría inmensa de poder sufrir por
Jesús como no lo hubiera podido imaginar”
(Beato Rafael).
“Aunque no lo comprendas, debes aceptar lo dispuesto por un Padre
tan sabio y que tanto te ama, aunque te duela” (san Basilio).
“La gracia de las gracias,
el mayor favor que me ha otorgado Dios, por intercesión de María, es sufrir mucho por Él” (san Juan
Eudes).
“Más agradas a Dios,
sometiéndote a su voluntad en la enfermedad, que haciendo muchas y grandes obras,
teniendo buena salud” (san
Juan Crisóstomo).
“El Sagrado Corazón de
Jesús está más cerca de ti, cuando sufres, que cuando gozas” (santa Margarita María de Alacoque).
“Las enfermedades llevadas
con paciencia, afligen el cuerpo, pero enriquecen el alma” (san Juan de Ávila).
“Mejor se sirve al buen
Dios, sufriendo que obrando” (san Francisco de Sales).
“Sufrir amando es la dicha más pura”. “No pierdas ninguna de las
espinas que encuentres cada día. Con una de ellas puedes salvar un alma. Si
supieras cuánto es ofendido Dios…Ámale hasta la locura por todos los que no le
aman” (santa Teresita).
“Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida.
Dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad.
Dadme guerra o paz cumplida,
Que a todo diré que sí.
¿Qué queréis hacer por mí?”
(Santa Teresa de Jesús).
EL SUFRIMIENTO NOS LLEVA A
DIOS
Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra
Dios y le echan las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me
has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena
vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho adquirido, y
dicen: Si no tuviera hijos que cuidar… Si estuviese solo, pero tengo una
familia que alimentar y tengo muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera
que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.
Algunos gritan, diciendo: ¿Por
qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que
no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea
un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y
aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.
Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir,
como si tu dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para
los ratos libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te
realizas a través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor
desgracia que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un
inútil que no sirve para “nada” y que, al morir, se sienta vacío por dentro por
haber desperdiciado su vida. Pero si ama y
ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará
plena de sentido y se realizará como persona y será feliz.
Decía Nicolás Wolterstorff: “Dios es amor y nos ama. Por eso,
“sufre” al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir.
De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia
humana”.
Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de
ancianos, que deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de
esterilidad, por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los
visitó un ángel de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios
se la concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca
tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios
podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo
más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo
concedió.
Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no
vivieron el tiempo suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más
grande tirano que existió en toda la comarca.
¿Por qué? Porque el
sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el
sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no
ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro
e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: “quien
no sabe de dolores, no sabe de amores”.
El sufrimiento es un tesoro
de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo
con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el que no
tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.
Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el
infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al
menos, en el purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o
afligidas por alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio,
probablemente estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido
alguna enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en
el amor.
Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones
de gasolina, a donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor.
Hablar con buenos enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva,
porque todos, tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos
enfermos son bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran
tarea de la salvación del mundo.
En 1928 Margarita Godet
quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad y se
ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones extranjeras
de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se
compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.
También existe la
Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote Henry François en
Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o minusválidos para fomentar
la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a aceptar su dolor y ofrecerlo
por la salvación del mundo.
OFRECIMIENTO DEL DOLOR
El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay
nadie que, tarde o temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a
llevar nuestra cruz de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para
darle un valor sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener
espíritu de sacrificio y no buscar siempre el placer por el placer.
Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla
de ofrecer sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En
Fátima le decía a Lucía: “Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque
van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por
ellas” (13 de agosto de 1917).
Este espíritu de sacrificio
por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres
pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían
bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: “Oh Jesús, es por
tu amor y por la conversión de los pecadores”.
Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es
que no se ofrece con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor,
tiene un gran valor redentor en unión con los méritos de Jesús.
Por eso, debemos pensar en
tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de
condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por
ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias
extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.
Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa
Mónica, quizás nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran
santo que todos conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras
todos tus sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás
Dios podía haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún
familiar actual que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del
tiempo o del espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y
futuros. Hay motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y
¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán
condenarse por su culpa, pero porque no han tenido familiares generosos, que
los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y
a tu familia!
No puedes imaginar todo lo
que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo comprenderás.
Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes has salvado con
tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.
Cuando tengas mucho que
sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: “Esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros”. Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo
como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos
al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en
unión con Jesús.
Nos los dice Chiara Lubich,
fundadora del Movimiento de los focolares:
“Si sufres mucho y tu
sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa,
Jesús, ahora como entonces, no trabaja
ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer
muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque sea sorda y
desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que penetra el
cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu misa. Ofrécete
con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te comprende, no te
turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y los santos. Vive
con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la humanidad. La misa es un
misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su misa y tu misa, Jesús y
tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo”.
Por eso, decía Susana Fouché: “Yo he tomado mis dolores en mis
manos como un instrumento de trabajo para la salvación del mundo”. ¿Estás
tú también dispuesto a ofrecer tu vida por la salvación de tus hermanos? Jesús
está esperando tu respuesta y cuenta contigo. No lo defraudes. Jesús podría
decirte:
“Yo soy tu Dios y pienso en
ti. Dispongo todas las cosas para tu bien, aunque no lo comprendas. Acepta con
serenidad y paz todo lo que disponga para ti y ofréceme con amor tus
sufrimientos. Sólo así podremos estar unidos y tener un solo corazón. Si
experimentas cansancio, échate en mis brazos. Si estás triste, ven a Mí y
duérmete tranquilo entre mis brazos.
Hijo mío, ayer por la
mañana te vi triste y pensé que querías
hablar conmigo. Al llegar la tarde, te di una hermosa puesta de sol y esperé,
pero nada… Te vi dormir en la noche y te envié rayos de luna para besar tu
frente y esperé hasta la mañana; pero tú, con tu prisa, tampoco me hablaste.
Entonces, tus lagrimas se mezclaron con las mías que caían con la lluvia del
día. Hoy sigues triste y quisiera consolarte con mis rayos de sol, con mi cielo
azul, con mis hermosas flores. Quisiera gritarte que te amo, que no tengas
miedo de acercarte a Mí para pedirme ayuda, que me dejes entrar en tu corazón y
que me entregues todo el peso de tus problemas y todo lo que te hace sufrir.
¿No escuchas mi voz en el fondo
de tu alma? Ya sé que estás muy ocupado, puedo seguir esperándote, porque te
amo. Pero no olvides que te espero, porque quiero verte contento y feliz”.
¿SERES INÚTILES?
Una de las cosas que más
hace sufrir a los enfermos es sentirse inútiles. Nadie los valora y, más bien,
los marginan, como seres de segunda clase, que no dan más que problemas. Pero
debemos estar convencidos de que los que sufren y aman, no son seres inútiles,
sino, por el contrario, seres valiosísimos para el plan de salvación de Dios
sobre el mundo. Veamos lo que decía santa Faustina Kowalska:
“En un alma que sufre, debemos ver a Jesús crucificado y no un
parásito o una carga para la Congregación. Un alma que sufre, resignada a la
voluntad de Dios, atrae más bendiciones divinas para el convento que todas las
hermanas que trabajan. ¡Pobre aquella casa que no tiene hermanas enfermas!
Dios, a veces, concede muchas y grandes gracias en atención a las almas que
sufren y aleja muchos castigos, únicamente en consideración de las almas que
sufren. Para conocer si en una casa religiosa florece el amor de Dios, basta
preguntar cómo son tratados los enfermos, los inválidos y los ancianos” (Diario, día 6 de septiembre de 1937).
Y esto que dice de las casas religiosas, lo podemos aplicar
igualmente a las casas de nuestras familias. En nuestros hogares ¿saben valorar
y amar a los enfermos? ¿Cómo son tratados? ¿Los ven como seres inútiles, que
sólo dan problemas? ¿Desean su muerte con la excusa de que no “sufran” más?
Además, tú y yo podemos estar enfermos en cualquier momento. Por eso, atiende
con amor a los enfermos y prepárate para la prueba, que vendrá, tarde o
temprano.
Santa Teresita de Lisieux
decía: Sufrir pasa, pero haber sufrido queda. Y ¡qué hermoso pensar que,
con el sufrimiento, hemos conseguido tantos méritos para la salvación de
nuestros hermanos del mundo entero!
SÉ AGRADECIDO
Cuando nos hablan de
alguien, lo primero que solemos preguntar es sobre cómo vive. ¿Es pobre o rico?
¿Es profesional? ¿Tiene buen trabajo? ¿Gana mucho? ¿Tiene buena casa, buen
coche, buena presencia?
Si tiene mucho dinero y es
joven y guapo, entonces, decimos que es una persona importante y lo admiramos.
Quisiéramos ser como él. Creemos que debe ser muy feliz y sentimos envidia por
todo lo que tiene y por todo lo que puede disfrutar de los placeres de la vida.
Pero ¿será realmente feliz? ¿Acaso la felicidad está en tener y tener cosas
materiales?
Por ello, para conocer bien a una persona, más que preguntar sobre
su nivel económico, sus cosas materiales y su presencia exterior, deberíamos
preguntar cómo es su corazón. ¿Tiene un buen corazón? ¿Es humilde y sencillo?
¿Ama sinceramente a los demás? ¿Es comprensible y amable? ¿Ama a Dios con todo
su corazón? Porque lo único importante en la vida es el amor. El amor es lo que
da sentido a la vida. Hay que vivir con amor y acumular un tesoro de amor, que
nos sirva para la vida eterna. Hay que vivir para la eternidad. Porque, en la
tarde la vida, nos examinarán sobre el amor y en la tarde de la vida sólo queda
el amor.
Y tú, ¿amas de verdad a los demás? ¿Eres realmente feliz o
sientes envidia de los que tienen mas que tú? ¿Le das más importancia a las
cosas materiales o a las espirituales? ¿Cuánto tiempo dedicas al cuidado de tu
cuerpo y al cuidado de tu alma? ¿Hablas con Dios todos los días? ¿Eres
agradecido por todos los dones recibidos? ¿O te sientes triste, porque eres
pobre, viejo o enfermo, y nadie te hace caso?
Cuando digan con lástima de ti: ¡Pobre enfermo! ¡Pobre viejo!
Levanta la cabeza y di con entusiasmo y convencimiento: Mi cuerpo está viejo
y enfermo, pero mi corazón está joven y lleno de amor, porque está lleno de
Dios. Por ello, le doy gracias por mi vida pasada y por todo lo que soy y
tengo.
Sí, Señor, gracias por
todo.
Gracias, porque es
maravilloso
tener los brazos abiertos,
cuando hay tantos
mutilados.
Mis ojos ven, cuando hay
tantos sin luz.
Mi voz canta,
cuando hay tantos que
enmudecen.
Mis manos trabajan,
cuando hay tantos que
mendigan.
Es maravilloso volver a
casa,
cuando hay tantos que no
tienen a dónde ir.
Es maravilloso amar, vivir,
sonreír y soñar,
cuando hay tantos que
lloran,
tantos que se odian y se
revuelven en pesadillas,
y tantos que mueren antes
de nacer.
Es maravilloso tener un
Dios en quien creer, cuando hay tantos
que no tienen consuelo ni
tampoco fe.
Es maravilloso, Señor,
sobre todo,
tener tan poco que pedir
y tanto que agradecerte.
Gracias, Señor, por ser
como soy. Gracias.
APROVECHA EL TIEMPO
Hay muchos enfermos que no
están tan enfermos que no puedan hacer nada por los demás. ¡Hay tanto que se
puede hacer! Sobre todo orar y amar. Cuando el obispo vietnamita Nguyen Van
Thuan estaba prisionero de los comunistas de su país, quería hacer algo, aparte
de orar y ofrecer su sufrimientos. Quería hacer algo útil y empezó a escribir.
Dice él:
“Un día le dije a un niño católico de siete años, Quang, que
venía a la prisión: Dile a tu madre que me compre todos los blocs viejos de
calendarios. Quang me trajo los calendarios y todas las noches escribía a mis
feligreses mensajes desde la prisión. Cada mañana, venía el niño a recoger las
hojas y llevárselas a casa para que sus hermanos y hermanas copiaran el mensaje
y los hicieran llegar a otros. Así nació el libro “Camino de la esperanza”, que
se ha publicado en once lenguas.
Cuando salí de la cárcel en 1989, recibí una carta de la Madre
Teresa de Calcuta en la que me decía: Lo que importa no es el número de
nuestras actividades, sino la intensidad de amor que ponemos en ellas.
Durante los 13 años que estuve preso, hubo períodos en que no
podía rezar, experimentaba el abismo de mi debilidad física y mental. Más de
una vez, he gritado como Jesús en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? Pero Dios no me abandonó.
En la cárcel procuraba aprovechar el tiempo. A veces, enseñaba a
los mismos policías hasta latín. Un día,
uno de ellos me dijo: ¿Puede enseñarme un canto latino?
- Sí, pero hay muchos a cual más hermoso.
- Usted cante y yo escucho y elijo.
Canté el Ave maris Stella,
Salve Mater, Veni Creator…
Y él eligió el Veni Creator
Spiritus.
Nunca podría haber imaginado que un policía ateo pudiera
aprenderse de memoria todo este himno y, menos aún, que se pusiera a cantarlo
todas las mañanas, hacia las siete, cuando bajaba la escalera para hacer
gimnasia y bañarse en el jardín… Al principio, estaba muy sorprendido, pero,
poco a poco, me di cuenta de que era el Espíritu Santo, quien se servía de un
policía comunista para ayudar a un obispo preso a rezar, cuando estaba tan
débil y enfermo y deprimido que no podía hacerlo. Sólo un policía podía cantar
en voz alta el Veni Creator”.
¡Cuánto se puede hacer por
los demás, a pesar de estar enfermos o desvalidos! ¡Dios es realmente
maravilloso y tiene caminos incomprensibles para nuestra mentalidad occidental
y materialista! El sufrimiento y la muerte, ofrecidos al Señor, son las mejores
medicinas para salvar al mundo. Eso es lo que pasó en cierto lugar de Africa.
Nos lo cuenta el mismo obispo Nguyen Van Thuan: “En Bagamayo, puerto del
este de Tanzania, donde desembarcaron los primeros misioneros, visité el viejo
cementerio de los Padres Espiritanos, cerca de un baobab, árbol colosal de
África. Todos habían muerto jóvenes. El más viejo había llegado a los 39 años”.
Pero aquel pueblo se convirtió; pues, como decía Tertuliano, en
el siglo III: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Su
sangre y sus sufrimientos no fueron en vano. Nuestros sufrimientos y nuestra
muerte no serán en vano, si los ofrecemos al Señor, aunque no tengamos algo más
que ofrecerle, pero hagámoslo con amor y por amor.
Sin embargo, como decíamos
al principio, se puede aprovechar el tiempo, haciendo muchas cosas sencillas,
aunque estemos limitados por la enfermedad. Un anciano o un enfermo, que no
necesite guardar cama, puede escribir cosas bellas, pintar, aconsejar, quizás
limpiar y cocinar en su casa o cuidar a los niños o dar charlas u otras muchas
cosas, de acuerdo a su capacidad y cualidades personales. Lo importante es que
no se rinda y no se quede en un pesimismo paralizante, sino que, mientras tenga
vida, trate de vivir para los demás y hacer algo para los demás, aunque sólo
sea, en los casos más extremos, orar, amar y ofrecer su vida y su dolor. Así que
aprovecha el tiempo, porque el tiempo es oro y es un tesoro que Dios pone en
tus manos y, si lo pierdes, nunca jamás lo recobrarás.
Como decía Gabriela
Mistral:
Toda la Providencia es un
anhelo de servir.
Sirve la nube, sirve el
viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que
plantar, plántalo tú;
donde hay un error que
enmendar,
enmiéndalo tú;
donde hay un esfuerzo que
todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que apartó del camino
la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del
problema.
¡Qué triste sería el mundo,
si todo en él estuviera
hecho;
si no hubiera un rosal que
plantar,
una empresa que emprender!
No caigas en el error,
de pensar que sólo se hacen
méritos
con los grandes trabajos.
Hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros, peinar
a una niña.
Servir no es una tarea de
seres inferiores.
Dios sirve. Pudiera
llamarse: El que sirve.
Y tiene sus ojos en
nuestras manos.
Y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol?
¿A tu hermano? ¿A tu madre?
Recuerda siempre el caso de
una mujer judía que después de una vida azarosa, a los setenta años, en 1979,
estrenó su primera pieza musical, una sinfonía en cuatro movimientos que los
críticos consideraron como una verdadera obra de arte. Desde entonces hasta su
muerte a los 90 años, trabajó sin parar, desarrollando sus cualidades musicales
y ofreciendo al mundo obras inmortales, que muchos hubieran creído imposible de
crear a su edad. Ella es Minna Keal, una gran mujer.
LOS ANCIANOS
A lo largo de mi vida
sacerdotal he visitado muchas veces a los ancianos en sus casas. Una de las
cosas que más me ha llamado la atención es que, en muchos casos, sufren más por
la soledad en que viven, que por sus propias enfermedades. Se sienten tristes,
porque sus propios hijos no los valoran y los relegan al último rincón, donde
los debe atender la empleada de la casa. En otros casos, los llevan al asilo,
porque “no pueden” atenderlos en sus casas, porque están “demasiado
ocupados” con otras cosas que, supuestamente, son más importantes, o
quizás, para que no les compliquen la vida a la hora de ir de viaje o salir de
vacaciones.
Sin embargo, los ancianos estarían felices de vivir con sus hijos
y poder disfrutar de la compañía de sus nietos, a quienes podrían cuidar y
educar. No olvidemos que los ancianos son ricos en sabiduría y experiencia.
Ellos son la memoria de la familia. Y, si una familia pierde la memoria y
pierde su identidad, ¿qué familia será?
Se dan casos, cuando están ya muy enfermos, en que sus familiares
buscan la manera de acabar “piadosamente” con ellos, y con la teoría de
que no tengan tanto que sufrir, arreglan las cosas con el médico para quitarles
el oxígeno o ver alguna manera “piadosa” de terminar con su vida. En una
sociedad consumista y materialista, donde Dios no tiene cabida, ¡qué fácil es
pensar que lo únicos que valen son los jóvenes, sanos y con dinero!
Y, de esta manera, al
prescindir de los ancianos, las familias pierden su identidad, la memoria de su
pasado y la riqueza de la experiencia, que los ancianos pueden aportar a las
generaciones más jóvenes.
Al no ser valorados,
después de haber sacrificado toda su vida a favor de sus hijos, los ancianos se
sienten solos y tristes. Su ancianidad parece que fuera una noche oscura. Por
eso, deben levantar el corazón a Dios para que la alegría de la fe pueble de
estrellas la noche de su vida y puedan sonreír y afrontar la vejez con
dignidad. Un anciano puede ser viejo en años, pero joven de espíritu, cuando
ama a Dios y a los demás. Lo importante es ser jóvenes de corazón, aunque el
cuerpo se vaya debilitando día a día.
Ser viejo no significa ser
inútil. Ser anciano quiere decir recoger los recuerdos y experiencias de la
vida para ofrecer sus mejores frutos a las generaciones posteriores. El bien
hecho permanece para siempre, aunque nadie lo haya visto y pasen millones de
años. Además, no todo pasa con el correr de los años. El saber acumulado y el
amor no pasan nunca. Por eso, cuando muere un anciano con mucha experiencia y
que ha amado a manos llenas, es como si se incendiase una biblioteca o como si
se incendiase una catedral. Por tanto, ante un anciano bueno y sabio, respeta
sus canas y aprovecha tanta sabiduría y tanta belleza espiritual, ahora que
todavía está a tu lado.
El Papa Juan Pablo II en su
carta a los ancianos les decía: “Los ancianos nos ayudan a ver los
acontecimientos terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes de la vida
los han hecho expertos y maduros. Ellos son depositarios de la memoria
colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y
valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos es como
rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente…
La ancianidad es un tiempo para vivir con un sentido de confiado
abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso. Es un período
que se ha de utilizar de modo creativo con vistas a profundizar en la vida
espiritual, mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una
dedicación a los hermanos en la caridad. Personalmente, a pesar de las
limitaciones que me han sobrevenido con la edad, conservo el gusto por la vida.
Doy gracias al Señor por ello. Es hermoso poderse gastar hasta el final por la
causa del Reino de Dios. Al mismo tiempo, encuentro una gran paz, al pensar en
el momento en que el Señor me llame: ¡de vida a vida!” (1-10-1999).
La tercera edad es muy hermosa. Nada hay en ella de inútil y, si
sólo podemos hacer pequeñas cosas, para Dios nada es pequeño, porque, cuando
hay mucho amor, Dios está ahí para hacernos inmensamente felices. Y se pasea
con nosotros por los caminos de la vida.
¡Qué hermoso es poder ser conscientes del gran valor de la vida y
vivir con entusiasmo y amor hasta el instante final! Así vivía también su
ancianidad el gran poeta hindú Tagore, que, en su Poema de despedida, dice:
“Es hora de partir,
hermanos míos, hermanas mías. Ya he devuelto la llave de mi puerta. Hemos sido
vecinos mucho tiempo y recibí de
vosotros más de lo que puedo daros. Ya se va poniendo el día y se ha apagado la
lámpara, que iluminaba mi rincón oscuro. Ya oigo la orden de partir y estoy
pronto para emprender el camino. Adiós”.
Paul Claudel escribía:
¿Acaso vivir es el fin de
la vida?
¿Acaso vamos a permanecer
eternamente
sobre la tierra?
Lo importante es amar.
Aquí está la dicha, la gracia,
el sentido de la vida y la
eterna juventud.
¿Qué vale el mundo
comparado con la vida?
¿Y para qué sirve la vida
sino para darla?
Por eso, no te atormentes
tanto,
cuando es algo tan simple,
amar y obedecer.
Y el gran poeta y sacerdote español José Luis Martín Descalzo
escribía:
Morir es sólo morir.
Morir se acaba.
Morir es una hoguera
fugitiva.
Es cruzar una puerta
y encontrar lo que tanto se
buscaba.
Acabar de llorar y hacer
preguntas,
ver al Amor sin enigmas ni
espejos,
tener la paz, la luz, la
casa juntas
y hallar, dejando los
dolores lejos,
la noche-luz tras tanta
noche oscura.
Y ahora veamos lo que decía
un anciano de 80 años:
Bendito sea el que es capaz
de comprender
que me tiembla el pulso
y que mis pasos son lentos
y vacilantes.
Bendito el que se acuerda
de que mis oídos
ya no oyen bien
y que, a veces, no entiendo
todo.
Bendito el que sabe que mis
ojos ya no ven bien, y no se impacienta,
si se me cae algo de la
mano y se rompe.
Bendito el que no se
avergüenza
de mi torpeza al comer
y me hace un lugar en la
mesa familiar.
Bendito el que me escucha
aunque le cuente mil veces
el mismo cuento
o los mismos recuerdos de
mi juventud.
Bendito el que no me hace
sentir de más
y me demuestra su afecto
con delicadeza
y respeto.
Bendito el que encuentra
tiempo
para estar a mi lado
y enjugar mis lágrimas.
Bendito el que me tienda su
mano,
cuando me llegue la noche
y deba presentarme ante
Dios.
Oh Señor, estoy en tu
presencia
con mis años y mis
experiencias,
con mis alegrías y mis
penas,
y con el gozo inmenso de
haber vivido.
No mires, Señor, mis
errores,
sino la buena voluntad de
ser mejor.
Dame fuerza para creer más
en Ti
y aumenta el entusiasmo,
la paz y la esperanza
para estar disponible hasta
el último momento.
Acepta mi vida, tal cual es
y transfórmala en una
fuente de alegría.
Señor, por todo lo que has
hecho por mí,
por todo lo que ha sido mi
vida… GRACIAS
......
“Envejecer es ver a Dios más de cerca”
PARÁBOLA DE LAS HUELLAS EN
LA ARENA
Había una vez un pescador, que vivía en un playa solitaria,
alejado de los hombres, pero no alejado de Dios. Un día, paseaba por la orilla
del mar y se sentía feliz, hablando con Dios. Mientras hablaba con Él, le dijo:
Señor, quisiera que Tú me demuestres que estás siempre a mi lado y que me
amas y me escuchas. Y seguía caminando y orando. De pronto, escuchó la voz
de Dios que le decía: “Hijo mío, mira tus huellas. Ahí está la prueba de que
estoy a tu lado”. Y vio que, en la arena, había cuatro huellas de dos
personas, que hubieran caminado en compañía.
La alegría que sintió fue inmensa. Dios lo amaba, vivía a su
lado. ¿Qué más podía esperar y desear? Su gratitud no tenía límites. Su
alabanza era el pan de cada día. Pero fueron pasando los días y los meses. Y el
cansancio del duro trabajo le hacía tambalear su fe.
Un día, estaba especialmente triste. El cielo estaba nublado, en
el mar había una gran tempestad, todo parecía oscuro. Tenía hambre y frío y
hasta se sentía enfermo. Entonces, pensó en Dios y le dijo: Señor, dame la
prueba de que hoy también estás conmigo a mi lado. No me abandones. Te
necesito, dame tu alegría y tu paz. Y siguió caminando… Hasta que se
atrevió a mirar sus huellas y vió con tristeza que sólo había un par de huellas
en la arena.
Entonces, desconsolado, le
dijo: Señor, ¿por qué me has dejado solo? ¿Dónde estás ahora? ¿Ya no me
quieres? ¿Me dejas solo ahora que estoy triste y enfermo? Y de pronto, oyó
de nuevo la voz de Dios: Hijo mío, cuando te iba bien en tu vida, tú pudiste
ver mis huellas a tu lado, pero ahora que estás enfermo, cansado y abatido, he
preferido llevarte en mis brazos. Mira
bien, esas huellas en la arena son las mías, no las tuyas.
Así que, hermano enfermo, Dios está a tu lado y te ama. Si no
sientes su presencia, no quiere decir
que te ha abandonado. Quiere decir que está contigo en la cruz y te abraza en
su corazón y llora contigo y sufre contigo y te ama desde dentro. Pero la paz
que sientes en lo profundo de tu ser, es un indicio claro de que Dios te ama y
se siente orgulloso de ti, que eres su hijo.
PARÁBOLA DEL HOMBRE
SERVICIAL
Había una vez un buen
hombre, que vivía en el campo y tenía muchos problemas de salud; se sentía muy
débil y casi no podía caminar. Un día se le apareció Jesús y le dijo:
- Necesito que vayas a la
montaña y cada día me traigas un atado de leña. Esto debes hacerlo durante un
año todos los días.
El hombre se quedó
perplejo, no sabía cómo iba a cumplir la voluntad del Señor, pero le prometió
hacer todo lo posible de su parte. Los primeros días, debía ir acompañado de
algún familiar para poder caminar y traer el atado, pero según pasaban los días
y semanas iba sintiéndose mejor de salud y podía caminar mejor. Sin embargo, el
diablo se le apareció y le dijo:
- ¿Por qué obedeces a Jesús? Él te hace trabajar sin sentido, pues
en este pueblo todos tienen luz eléctrica y ninguno necesita leña para cocinar.
¿Para qué acumulas algo que no sirve para nada? Pero aquel buen hombre desechó la tentación y
siguió obedeciendo a Jesús hasta el final.
Y Jesús se le apareció de nuevo y le agradeció su obediencia y le
dijo: Mira, tu problema de salud ha desaparecido, porque lo que necesitabas
para sanar era aire puro y ejercicio físico. Al obedecer, has obtenido la
salud. Además, dentro de tres días habrá problemas y no tendrán luz eléctrica
en el pueblo y, entonces, toda la leña acumulada durante un año vendrá muy bien
para calentarse y cocinar. Comparte tu tesoro con los demás y haz felices así a
todos los que te pidan ayuda. Al obedecer has conseguido servir a los demás. Sé
siempre un hombre bueno y servicial.
Pues bien, muchas veces en la vida no entendemos las dificultades
que se nos presentan. A veces, queremos rebelarnos contra Dios, como si fuera
el culpable de nuestras desgracias, y el diablo nos pone pensamientos de
desaliento y de alejamiento de Dios. Pero no te olvides que Dios “todo lo
permite por nuestro bien” (Rom 8,28). Y que Él conoce el futuro mejor que
tú. Pon tu futuro en sus manos y déjate llevar por Él, aceptando en todo
momento su voluntad. Haz el bien sin mirar a quien.
Cada uno de nosotros es
como un pastel
de distintos colores.
Hay quien tiene el color
alegre de la simpatía.
Hay quien tiene el color
brillante
de la inteligencia
o quien tiene el coraje de
la generosidad.
Podemos vivir solos, pero
nuestros días
serían tristes,
a un solo color, quizás de
negro.
Ponerse en contacto con los
otros
es pintar nuestro mundo con
miles de colores.
A ti te toca, si escoges
vivir solo o con otros.
Te recomiendo que vivas en
unión
con los demás para que el
diario de tu vida
esté coloreado de millones
de colores.
Vive de colores, vive para
los demás.
Sirve a los demás y di de
todo corazón:
Hoy sembraré una palabra
buena
para que haya más paz.
Hoy sembraré un gesto de
amistad
para que haya más amor.
Hoy sembraré una oración
para que alguien esté más
cerca de Dios.
Hoy sembraré un gesto de
delicadeza
para que haya más bondad.
Hoy sembraré sinceridad
para que haya más verdad.
Hoy sembraré una sonrisa
para que haya más
felicidad.
PARÁBOLA DEL JUICIO FINAL
Cuando llegó el final de
los tiempos, millones y millones de personas fueron llevados a una gran llanura
para ser juzgadas ante el trono de Dios, pero había muchos, que empezaron a
criticar a Dios:
- ¿Cómo puede juzgarnos? ¿Qué sabe Él del sufrimiento? Yo he sufrido
hasta la muerte en un campo de concentración, decía una mujer judía.
- Pues a mí me han torturado y asesinado, sólo por ser negro.
- Yo he sufrido toda mi vida sin compasión, decía un joven.
- Y yo he pasado mi vida en la cárcel por un crimen que no cometí.
Y así iban recriminando a
Dios uno tras otro. Y repetían: ¿Qué puede saber Dios del sufrimiento, si
toda su vida la pasa feliz en el cielo?
Entonces, se reunieron unos
cuantos de los más revoltosos y nombraron un representante para decirle a Dios
que, antes de que los pudiese juzgar, debería Él ser condenado a vivir en la
tierra como una persona humana. Y decían: Que nazca como un judío, que no se
sepa dónde nació, que le den un trabajo difícil; que hasta su familia lo crea
loco y que sea entregado por sus más íntimos amigos. Que sea perseguido y
condenado por un juez cobarde y que sea torturado y asesinado para que sepa lo
que es ser hombre y sufrir en esta tierra.
Por todas partes, había algunos que levantaban la voz en señal de
aprobación. Cuando todos se callaron, apareció Cristo. Hubo un gran silencio.
Nadie se atrevió a decir una sola palabra. Porque, de pronto, todos se dieron
cuenta de que Dios había aceptado sus condiciones y se había hecho hombre y
había sido perseguido, torturado y asesinado. Él sí sabía de sufrimientos. No
había abandonado a los que sufren, se había hecho como uno de ellos. Y ahora
los amaba con un amor especial. Por eso, después del largo silencio, todos
sonrieron aliviados y aceptaron ser juzgados por Dios.
¿Estás dispuesto a aceptar
el juicio de Dios sobre ti? ¿Serás capaz de echarle en cara tus sufrimientos?
¿Los aceptarás y los ofrecerás con amor para ser otro Cristo en el mundo? Dios
hace silencio, esperando tu respuesta. Él espera mucho de ti y cuenta contigo
para la gran tarea de la salvación del mundo.
JESÚS ES SU NOMBRE
Desde que Jesús sufrió y murió en la cruz, el sufrimiento tiene
un nombre: JESÚS.
Él ha dado sentido al sufrimiento. Si Jesús no hubiera sufrido,
quizás tendríamos derecho a rebelarnos contra un Dios, que nos ha abandonado a
nuestra suerte. Entonces, el dolor no tendría sentido o, al menos, no lo
veríamos. Pero, desde que vino Jesús al mundo, ha podido decirnos a cada uno: “En
el mundo habéis de padecer tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo”
(Jn 16,33).
San Pedro mismo, plenamente convencido, nos dice: “Alegraos en
la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo” (1 Pe 4,13). Y
san Pablo, por propia experiencia, nos dice: “Tengo por cierto que los
padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que
ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).
Jesús es el siervo de Yahve, maltratado y sacrificado por los
pecadores, de que nos habla Isaías (c.52 y 53). Jesús es Dios que sufre para
enseñarnos a ofrecer nuestro dolor y darle así un sentido sobrenatural. Sí, el
sufrimiento tiene ahora un nombre nuevo y ese nombre es Jesús. Jesús, por amor,
sufrió por nosotros. Por eso, si tú estás sufriendo en este momento, Jesús te
invita a seguirle, te invita a ofrecerte junto con Él al Padre, te invita a no
desesperarte, sino a acompañarlo en su cruz para ser con Él redentor del mundo.
¿Estás dispuesto a ofrecer tu dolor por amor a Jesús?
Chiara Lubich1, la fundadora del movimiento de los focolares,
escribe en su libro “El grito”: Recuerdo la impresión que sentí en Jerusalén
cuando en el Calvario, me mostraron el hueco, donde fue plantada la cruz de
Jesús. Postrada en tierra, anonadada en adoración de agradecimiento, se me
ocurrió una sola idea: si no hubiera existido esta cruz, todos nuestros
dolores, los dolores de todos los hombres, no habrían tenido un nombre”.
Ahora comprendo por qué un autor dijo en cierta ocasión: el
infierno es no poder decir Jesús jamás. Creo que quien no sea capaz de amar
a Dios, quien no sea capaz de sufrir con Jesús, sólo conseguirá desesperarse
ante el dolor.
Por eso, nosotros, llenos
de esperanza, en los momentos de dolor, podemos decir como san Pablo: “Estoy
crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál
2,20).
Decía Karl Stern, famoso
siquiatra judío convertido, en su libro El pilar de fuego: “¡Hay algo de
extraordinario en los padecimientos de Cristo! Por un lado, parecen contener
todos los padecimientos humanos. Por otro, parecen necesitar ser completados
por los padecimientos de cada individuo... Todos hemos presenciado escenas que
aún llevamos como clavadas en la imaginación a causa de su horror. Un recuerdo
de hace dieciocho años: una noche tuve que informar a una madre, como médico
interno de un hospital. de que su hijo único había muerto de una hemorragia
después de la operación. Es una noticia terrible que comunicar, pero en un
hospital esto se hace rutinariamente. Sin embargo, no sé por qué, tal vez a
causa de su misma simplicidad, la escena es para mí inolvidable. La madre se
quedó mirando el cadáver de su hijo y, al cabo de unos instantes, dijo
sencillamente a su esposo: Éste es nuestro hijo.
Me contó un pariente un
caso ocurrido en Dachau. Un judío anciano, enfermo, acostumbraba a pasearse sostenido
de los brazos por dos de sus hijos. Un día cayó muerto de un colapso. Un
soldado de asalto hizo a un lado su cuerpo con el pie, diciendo en presencia de
sus hijos: Un judío menos, tanto mejor.
Hemos visto personas
bañadas con el sudor de la muerte, matrimonios separados que amenazaban a los
hijos, e hijos que odiaban a sus padres... Y, sin embargo, hay que admitir que
es Cristo mismo el que está presente en todos esos sufrimientos. Eran Él y su
Madre los que estaban en la sala del hospital la noche que murió aquel hijo.
Fue su mismo cuerpo el que fue golpeado por el pie del soldado de asalto,
cuando dijo: Un judío menos. Es Él el que se halla presente en la agonía y en
las secretas humillaciones de tantos millones de pacientes. Éste es un hecho básico,
casi me atrevería a llamar ‘científico’, porque no tiene nada que ver con
ninguna emoción. Es un axioma. Nos lo reveló el mismo Señor y la Iglesia nos lo
está repitiendo siglo tras siglo. Este axioma lo tenía en el pensamiento
Pascal, cuando dijo que Jesús está padeciendo aún en la cruz”.2
El famoso escritor francés convertido, André Frossard escribió: “El
sufrimiento tiene un valor enorme. Si Cristo ha querido pasar por el
sufrimiento, ha tenido buenas razones para ello... El sufrimiento nos abre al
infinito, al mundo y a los otros. Es una acción positiva y no negativa... Es
una actitud normal rechazar el sufrimiento. Cristo mismo en el huerto de los
olivos, dice: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero, cuando el
sufrimiento está ahí, hay que aceptarlo... El que sufre engendra la caridad y
la compasión a su alrededor. Él es creador de amor y, en este sentido, es
semejante a Dios. Es capaz de mejorar su entorno. El enfermo es Cristo. Jesús
dice: Yo estaba enfermo y me visitasteis. El sufrimiento nos abre a Dios y a su
amor”.3
Por eso, digamos ahora con
Jesús:
Dios mío, pongo mi vida en tus manos
con una confianza sin límites,
porque yo confío en Ti.
Haz de mí lo que tú quieras, sea lo que sea,
te doy las gracias, porque te amo
y confío en Ti, porque tú eres mi Padre.
Y ahora digamos a Jesús y,
si es posible, cantando:
JESÚS, JESÚS, JESÚS.
Jesús, te doy mi vida
y también todo mi amor.
Jesús, te doy mi mente,
mi alegría y mi dolor.
JESÚS, te quiero mucho
y llevo tu nombre
dentro de mi corazón.
SUFRIR POR LOS DEMÁS
Si levantamos la mirada en una perspectiva eterna, podremos
comprender que el dolor tiene un sentido en los planes de Dios. Y tú, con tu
dolor, aunque no lo sepas, estás contribuyendo en la gran tarea de la redención
y salvación del mundo. Cristo con su cruz abrió caminos inexplorados. La cruz
de Cristo hizo una revolución total y cambió de plano todos los valores de la
humanidad. Hasta entonces, el dolor era rechazado como absurdo. El ideal era, y
sigue siendo para muchos, tener salud, dinero y amor… y disfrutar de todos los
placeres que ofrece la vida. A lo máximo, podía comprenderse el dolor como un
castigo para los malos. Pero no podía comprenderse el sufrimiento de los buenos
como Job. Por eso, si no comprendes nada, al menos piensa en Jesús, cierra los
ojos, quédate en silencio y acepta los planes de Dios.
¿Por qué Él te ha escogido a ti para que contribuyas con tus
dolores a la salvación del mundo, cuando prefieres contribuir solamente con tus
obras y con tu buena salud? ¿Por qué Él te ha escogido como enfermo redentor?
¿Por qué tú debes sufrir por los demás? Escucha lo que dice el Padre Ignacio
Larrañaga, en su libro El arte de ser feliz:
“He conocido familias
piadosas, que vivieron siempre según sus exigencias de una fe consecuente y
ahora, de pronto, les ha caído una cadena de infortunios (accidentes de
carretera, muertes prematuras, injusticias, quiebras económicas). No hay otra
explicación: están sufriendo por los demás.
He conocido madres de familia, que durante largas épocas llevaron
una vida intachable y ahora, de repente, han sido visitadas por la
incomprensión, la calumnia, la traición o una cruel enfermedad. Si Dios es
justo, esto es incomprensible; no hay otra explicación, sino ésta: están
sufriendo por los demás.
He visto criaturas pequeñas sin culpa ni malicia marcadas para
siempre por la invalidez o por la
enfermedad; trabajadores que fueron despedidos, quedándose sin pan y con ocho
hijos en casa; basta asomarse a los pabellones de un hospital para ver cuántos enfermos se consumen
lentamente durante años y años, hasta extinguirse por completo en una cama;
basta recorrer cualquier calle y entrar casa por casa para encontrarnos con
centenares y millares de víctimas de la mentira, la traición, enfermedades
incurables, agonías dolorosas... Sabiéndolo o sin saber, están sufriendo y
muriendo por los demás, con Cristo, cargando sobre sí las cruces de la
humanidad.
Me diréis que esto es incomprensible, que es absurdo, que no
tiene lógica. Desde luego, si miramos las cosas a través de una prisma de
normalidades, todo esto atenta contra el sentido común y está en contra de la
equidad y de la justicia. Pero después de lo que sucedió en el Calvario,
después de que Dios extrajo de la muerte vida y del fracaso total el triunfo
definitivo, todas las normalidades se vinieron abajo, las lógicas humanas se
las llevó el viento, subieron y bajaron las jerarquías de valores, se hundieron
para siempre las coordenadas del sentido común y, finalmente, nuestras medidas
no son sus medidas ni sus criterios nuestros criterios. El Calvario es la
revolución de todos los valores...
He presenciado en los hospitales, y repetidas veces, la siguiente
escena: cuando yo les explicaba a los enfermos incurables cómo estaban
compartiendo los dolores del Crucificado y cómo estaban acompañándolo en la
Redención del mundo, he visto, mientras ellos miraban fijamente el crucifijo,
cómo sus rostros se revestían de una paz inexplicable y de una alegría misteriosa.
Seguramente, sentían que valía la pena
sufrir, porque habían encontrado un sentido y una utilidad a su sufrimiento.
Su dolor tenía ya un carácter creador, como el dolor de la madre
que da a la luz. Yo no sé si a esto se le podría llamar alegría en el dolor. En
todo caso, es la victoria y satisfacción de quien ha arrancado al dolor su
aguijón más terrible, el sin sentido, la inutilidad.
Un enfermo inútil para todo (humanamente) o cualquier otro
atribulado por las penas de la vida, toma conciencia de que, en la fe y en el
amor, está participando activamente en la salvación de sus hermanos, de que
está completando lo que les falta a los padecimientos del Señor; de que su
sufrimiento no es sólo útil a los demás, sino que cumple un servicio insustituible
en el plan de salvación; de que está enriqueciendo a la Iglesia tanto o más que
los apóstoles y misioneros; de que su sufrimiento, asumido con amor, es el que
abre el camino a la gracia más que cualquier otro servicio; de que los que
sufren con fe y amor hacen presente en la historia de la humanidad la fuerza de
la redención más que ninguna otra cosa; y, en fin, de que están impulsando el
reino de Dios desde dentro hacia delante y hacia arriba. ¿Cómo no sentir
satisfacción y gozo?
Piensa: con el correr del tiempo tu nombre desaparecerá de los
archivos de la vida. Tus nietos y biznietos serán también sepultados en el
olvido y sus nombres se los llevará el viento. De tu recuerdo no quedará más
que el silencio.
Pero, si has contribuido a la Redención del mundo, asociándote a
la tarea redentora de Jesús con tu propio dolor, habrás abierto surcos
indelebles en las entrañas de la historia, que no los borrarán ni los vientos
ni las lluvias; habrás realizado una labor, que transciende los tiempos y los
espacios ¿Cómo no sentir satisfacción y gozo? Así se comprende aquella
explosión de Pablo, cuando dice: “Ahora me alegro de mis padecimientos” (2 Co
12,10).
Dejo, pues, sobre tu cabeza doliente esta bendición:
“Bienaventurados los que sufren en paz la tribulación y la enfermedad, porque
serán coronados con una diadema de oro”.4
SEGUNDA PARTE
AMOR SANADOR
En esta segunda parte, vamos a explicar que el amor de Dios es
sanador y que Jesús sigue sanando hoy como cuando vivía en la tierra. Debemos
amar a Dios y aceptar sus planes sobre nosotros hasta el abandono total, como
hacían los santos. Por eso, expondremos testimonios de enfermos que han sabido
sufrir con amor y por amor. Comencemos diciendo que el amor sana y el odio
enferma.
EL AMOR SANA
Hay algo que he aprendido
con la experiencia: el amor sana y el odio destruye y enferma. La misma
Siquiatría nos habla de que el desamor está en la raíz de la inmensa mayoría de
los problemas sicológicos. Por eso, la fe en Dios y creer que Él nos ama, cura
mejor que todas las medicinas del mundo. Decía el siquiatra Angyal que “el
amor está en la esencia misma de todos los problemas de la personalidad”.
Y Victor Frankl
(1905-1997), el gran siquiatra vienés, judío, que estuvo prisionero en un campo
de concentración durante la segunda guerra mundial, descubrió la curación para
muchas enfermedades mentales en la logoterapia, es decir, en encontrar un
sentido a la vida en el amor a Dios y a los demás. Y dice en su libro “El
hombre en busca de sentido” que sin fe en Dios no puede tener sentido el
sufrimiento. Si el sufrimiento, la enfermedad o la muerte no tuvieran sentido
más allá de nosotros mismos, no valdría la pena vivir. Por eso, habla de
atreverse a sufrir para convertir el dolor en algo transcendente. Hay que
transcender el dolor con el amor, para así darle sentido y dar sentido a toda
nuestra vida, aunque sea dura y triste.
¡Cuánto sufrimiento produce
la falta de amor! La madre Teresa de Calcuta cuenta: “Un día en Londres
encontré, por la noche, a un muchacho muy joven y le dije: Tú eres muy joven y
no deberías estar por la calle a estas horas. Él me respondió: Mi madre no me
quiere, porque llevo el pelo largo. Una hora más tarde volví al mismo lugar y
me dijeron que aquel muchacho había absorbido cuatro drogas distintas. Había
sido trasladado al hospital y, con toda probabilidad, estaría ya muerto… En
Calcuta hemos recogido a más de 27.000 personas de la calle. Y mueren
admirablemente con Dios. Hasta ahora mis hermanas y yo misma no hemos
encontrado ni visto todavía ningún hombre o mujer que rehusara pedir perdón a
Dios o que se negara a decir: Dios mío, yo te amo…
Tenemos millares de leprosos. ¡Son tan admirables! La última
Navidad fui a verlos y les dije que ellos tienen a Dios como un regalo, que
Dios los ama especialmente, que ellos le son muy queridos y que su mal no es el
pecado. Un anciano, que estaba completamente desfigurado, intentó venir hasta
mí y me dijo: Repítame eso otra vez, que me ha venido muy bien. Yo he oído
decir siempre que nadie nos ama. Es maravilloso saber que Dios nos ama.
Dígamelo otra vez”.
Raúl Follereau, el padre de
los leprosos, dice:
“Un día vi a un leproso
que, en sus brazos, sólo le quedaba un dedo. Y dijo: He perdido mis manos y mis
dedos, pero he conservado mi coraje. Yo deseaba ser alguien, alguien que
trabaje y cante. Entonces, aprendí a servirme de mis manos, sin manos. Cien
veces, se me cayó al suelo la herramienta y cien veces me puse de rodillas para
recogerla. Acabo de conseguir mis primeras legumbres en mi jardín, porque tú me
enseñaste que no era un indeseable”.
Por eso, ama a los demás
sin esperar nada a cambio, sin esperar recompensa, ama sin descanso y diles a
todos sinceramente que los amas para hacerlos felices. Que no te pase a ti lo
que le pasó a Thomas Carlyle con su esposa. Él la amaba profundamente, pero
era, frecuentemente, áspero y brusco con ella. Sentía por su mujer un amor
sincero y profundo, pero no lo manifestaba, no se lo expresaba con palabras
tiernas y conducta amorosa. Daba por su
puesto que ella lo sabía y no se tomaba la molestia de hablar de ello ni
de comunicar sus sentimientos abiertamente.
Y así pasaron los años… Su mujer falleció antes que él y, de
pronto, todo el afecto reprimido subió violentamente a la superficie y exigió
una respuesta, una certeza de que su mujer había sabido que él la amaba de
verdad, con toda su alma. Pero ¿cómo podía ella contestar ahora? Él sabía que
su mujer llevaba un Diario hacía muchos años y lo buscó, esperando encontrar en
sus páginas la prueba que tardíamente
necesitaba. Por fin, encontró el Diario y hojeó sus páginas, pero por ningún
lado aparecía mención alguna de su amor por ella. Al contrario, página tras
página, descubrió la desgarradora evidencia de cómo su mujer deploraba su mal
genio y sufría con los accesos de furia, que él padecía con triste frecuencia.
Leyó desesperadamente el Diario, sin encontrar ninguna página en
que se reflejara el amor que él la había profesado. Porque lo cierto era que él
la había querido de veras, aunque nunca se lo había dicho. El hombre rompió a
llorar y exclamó desesperadamente: “Si mi mujer pudiera volver a mí, aunque
sólo fuera por un momento, para poder decirle lo mucho que la he querido siempre,
lo que ha significado para mí, hasta qué punto ella era el centro de mi vida y
la alegría de mi corazón… Ojalá pudiera regresar por unos instantes para
asegurarme de que, al fin, sabe ¡cuánto la amo!
Pero ya es demasiado tarde y sé que ella no va a volver y que yo
arrastraré hasta el día de mi muerte el dolor de no haberle dicho nunca cuánto
la amé”.
Por eso, no te canses nunca
de decir al que está a tu lado que lo quieres, que significa mucho para ti, que
esperas mucho de él. Sólo así superarás su inseguridad y tendrás un verdadero
amigo. Él necesita oírlo mil veces, no te canses de repetírselo y así tú mismo
encontrarás tu propia felicidad al hacerlo feliz.
Un hijo le decía a su madre moribunda: Fuiste la mejor
madre del mundo. Y ella le respondió: ¿Por qué no me lo dijiste antes? Ella
había esperado siempre una palabra de agradecimiento de su hijo y nunca la
había encontrado, como si él tuviera derecho a esperarlo todo sin dar nada a
cambio.
¡Es tan fácil hacer felices a los demás! Diles muchas veces, con
palabras o sin palabras, que los quieres. Nunca creas que se lo has dicho
bastante. El amor nunca se da por supuesto. Atrévete a amar a los otros una y
otra vez sin cansarte jamás.
No importa, si no se lo merecen. Ellos necesitan de ti para ser
felices y tú necesitas hacerlos felices para ser tú también feliz. Esto lo he
comprobado miles de veces con los niños. Yo siento un cariño especial por los
niños y procuro levantarles la autoestima, diciéndoles las palabras más lindas.
Y ellos se ríen y se sienten felices y yo me siento feliz de su felicidad. Por
consiguiente, no escatimes elogios sinceros. Muchos niños, y también adultos,
necesitan que les reconozcas su valor para poder sentirse contentos y creer que
su vida vale la pena ser vivida.
¿TE AMAS A TI MISMO?
Una de las cosas más importantes de la vida es amarnos a nosotros
mismos; porque, lamentablemente, demasiadas personas no se quieren a sí mismas
y se rechazan y sufren por ser como son y se desesperan y tienen ganas de morir
y acabar con toda su desgracia de una vez. Por eso, es tan importante en la
vida aceptarnos y amarnos como somos. Nadie podrá amar de verdad a los demás,
si no se ama de verdad a sí mismo.
El Padre Ignacio Larrañaga en su libro Del sufrimiento a la
paz, dice que todo lo que rechazamos mentalmente lo convertimos en enemigo.
Si no me gustan mis manos, ellas serán mis enemigos. Si no me gusta la nariz o
los dientes o el color de mi rostro o mi estatura… se convierten en mis
enemigos, que me hacen sufrir. Entonces, ¿qué hacemos? Tratamos de que no se
rían de nosotros, procuramos ocultar las manos feas o los dientes o no queremos
aparecer en público para que no se fijen en la fealdad de la cara o de las
orejas, porque nos avergonzamos. Y avergonzarnos de nosotros mismos es una
manera de autocastigarse y de sufrir inmensamente, pues eso puede durar toda la
vida y nos puede hacer seres inútiles, sin ganas de vivir. Preferiríamos que
Dios nos haga morir y nos rehaga de nuevo; pero, como eso es imposible, algunos
rechazan a Dios, se rechazan a sí mismos y no quieren vivir así.
Para superar este estado, es bueno contemplar los aspectos
positivos de las cosas. Mis manos, quizás no sean bellas, pero realizan
millares de prodigios. ¿Pensaste alguna vez qué sería de ti sin manos? ¿Has
visto alguna vez una persona sin manos? Por eso, no te avergüences de tus
manos, porque no tengan bellas proporciones ni de tu nariz o de tus orejas o de
tu rostro. Puede ser que tus ojos no sean hermosos, pero ¿qué sería de ti sin
ellos? Puede ser que tu dentadura no sea uniforme y blanca, pero ¿pensaste
alguna vez con qué orden y sabiduría están dispuestos y qué admirable función
desempeñan?
No te fijes, pues, en tus defectos personales o en tus errores
cometidos, como si fueras un fracaso total. Despierta y verás que son
inmensamente más grandes tus tesoros y cualidades que tus defectos y fracasos.
Además, el recuerdo de tu pasado no puede convertirte en un
manantial continuo de tristeza y sufrimiento. No te amargues, recordando y
reviviendo historias dolorosas, porque no puedes ya cambiar lo que pasó.
Vive el presente, pide perdón a Dios y a los demás. Y comienza
una nueva vida cada día, con entusiasmo y con amor en tu corazón. Recuerda que
hoy comienza el resto de tu vida. Ya no tienes tiempo para odiar, sólo tienes
tiempo para amar.
Y no te compares con los
que son mejores que tú y tienen más cosas que tú para rebelarte contra Dios y
crear resentimientos en tu corazón. Vive tranquilo con lo que tienes y no envidies
a nadie. Si quieres compararte, compárate con los que tienen menos que tú para
dar gracias a Dios. Dice Sofía Vilaró:
Cómo odiaba mis viejos,
desteñidos zapatos,
tan distintos a los que en
ese entonces quería,
tan gastados por lluvias y
sin gracia aparente,
que esperaba el día en que
cambiarlos podría.
Quizás por un par que
estuviera de moda,
con colores brillantes y
diseños modernos
o por esos que dicen que
son muy resistentes,
que abrigan del frío de los
crudos inviernos.
Un día que, cansada de tanto
esperar,
dejé que mi llanto me
consolara un rato,
luego muy triste salí a
caminar,
preguntándome, si mi suerte
cambiaría alguna vez.
Fue entonces que vi a ese
hombre sin pies
y di gracias a Dios por mis
viejos zapatos.
Por ello, procura ser feliz
con lo que tienes y sé tú mismo. No insistas en imitar a los demás. No te
empeñes en ser lo que no puedes. Un pez debe ser un pez, un estupendo pez, pero
no tiene por qué ser un pájaro. Un hombre inteligente debe sobresalir en los
estudios, pero no tiene por qué ser un gran deportista. Una muchacha fea
difícilmente llegará a ser bonita, pero puede ser simpática y una mujer
maravillosa, porque su sonrisa hace más bello su rostro que todos los
cosméticos del mundo. Es decir, que, cuando aprendas a amar en serio lo que
eres, serás capaz de convertir lo que eres en una maravilla. Sé lo que eres, no
quieras ser otro. Tú no puedes ser fotocopia. Sé tú mismo. Y ámate tal como
eres.
Otro punto importante es que no sufras por adelantado las cosas
que podrían ocurrirte. Encomienda tu futuro al Señor, porque no sabes, si
vivirás hasta el día siguiente. Pon tu vida en las manos de Dios y confía en
Él. Él tiene contados hasta los pelos de tu cabeza y controla cada una de tus
respiraciones y de tus movimientos. Y Él te ama. Que no te pase lo que decía
Mark Tuwain: “He sufrido muchas desgracias, que nunca llegaron a ocurrir”.
Acepta tu vida como es y confía en Dios. Tony de Mello, en su
libro El canto del pájaro, cuenta la historia de un hombre que iba
quedándose ciego. Y sufría, pensando que se quedaría ciego e inútil. Y luchaba
contra sí mismo y no podía aceptar su situación. Hasta que un día se quedó
ciego y, poco a poco, fue aceptando su ceguera hasta llegar el momento en que
pudo decirle a su ceguera “Te amo”. “Aquel día lo vi sonreír de nuevo. ¡Qué
sonrisa más dulce! Estaba ciego, pero ¡qué bello se veía su rostro con su dulce
sonrisa! Mucho más bello que antes. La ceguera había pasado a vivir con él y
era su compañera”.
¿Aceptarías tú, sin
desesperación, una enfermedad incurable o la muerte de un ser querido o un
fracaso total en tu carrera? Acéptate como eres, ámate a ti mismo y pide al
Señor que te dé fortaleza y aumente tu fe para aceptar sus designios y
abandonarte con amor en sus manos divinas. Dios quiere que te realices como
persona y cumplas tu misión en este mundo, siendo así como eres. Dios te ama
así como eres, no necesitas cambiar para que te ame, pero le darías una gran
alegría, si cada día te superas más, corriges tus defectos y te amas más a ti
mismo y a los demás. Y le ofreces tus dolores con amor y sin condiciones.
DIOS TE AMA
Tu vida está en las manos de Dios, bajo control de tu Padre Dios,
que te ama infinitamente. Confía en Él, pase lo que pase, y dale gracias,
porque todo lo permite por tu bien. Vale la pena confiar en Él sin condiciones.
Una religiosa me escribía: “Me detectaron un cáncer avanzado.
Me operaron dos veces y tuve que soportar muchos tratamientos de quimioterapia
y radioterapia. Un día subí a mi celda y me arrodillé ante el Cristo, que tengo
en mi cabecera y, con todo mi amor, le di gracias por mi cáncer. No sé lo que
pasó, me quedé fuera de mí. ¡Veía en el cáncer tanto amor y tanta delicadeza,
haciéndome participar del misterio de su Pasión! En esos momentos, estaba
gustando interiormente las alegrías del cielo, disfrutando de una felicidad
incomparable. De verdad que es más grande el gozo que siento de sufrir por
Jesús que el mismo cáncer. El Señor, interiormente, me ha enamorado con su cruz
y puedo decir con san Pablo: Me alegro de mis padecimientos por vosotros,
porque suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo a favor de
su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
Otra religiosa me decía: “Cuando era jovencita, me gustaba ir
los sábados por la tarde y los domingos al hospital para visitar a los
enfermos. ¡Hay tantos que nunca reciben visita! Pues bien, conocí a una joven
completamente ciega y enferma. Su cama era un cielo, era una verdadera santa,
siempre conforme con la voluntad de Dios y con la sonrisa en los labios. Para
mí fue una experiencia que nunca olvidaré
y le pido al Señor ser como ella, sufrir siempre con alegría y con la
sonrisa en los labios”.
Una religiosa de Estados Unidos me decía en una carta: “No hay
nada imposible para Dios. Él puede sanar cualquier enfermedad por muy grave e
incurable que sea. En 1981 me dieron un año de vida y aquí estoy. Todos me
dicen que soy un “milagro viviente”. Los médicos están atónitos y afirman que,
de acuerdo a sus análisis, yo debería estar ya muerta. En 1981 sufrí cuatro
ataques al corazón. En 1982 sufrí otros tres y quedé en coma. Llamaron a mi
familia y todo quedó preparado para el funeral. Mis hermanas de Comunidad
oraron al Señor y aquí estoy hasta que Dios quiera. Pero con el convencimiento
irrefutable de que Dios todo lo puede y puede sanarnos de cualquier enfermedad
como lo hizo conmigo.
Mi corazón está siempre con la puerta abierta para que entre
Jesús, cuando Él quiera sin pedir permiso. Yo le digo: “Estoy en tus manos, haz
de mí lo que tú quieras, sea lo que sea te doy las gracias, porque te amo y
confío en Ti”.
Vale la pena confiar en Dios sin condiciones. Por eso, cuando
tengas sufrimientos, dite a ti mismo: “Mi Padre Dios vela sobre mí. Él lo
sabe todo, sabe lo que me está pasando y conoce mis necesidades. Mi Padre es
bueno y me ama. Puedo estar tranquilo, sabiendo que Él está tomando todas las
medidas necesarias para ayudarme y solucionar mi problema. Oh Señor, aunque
pase por un valle de tinieblas no temeré mal alguno porque tú vas conmigo”
(Sal 23).
ABANDONO TOTAL
Los santos son aquellos
hombres que se han abandonado sin miedo en las manos de Dios y han aceptado
todos los sufrimientos de su vida como venidos de la mano de Dios y los han
ofrecido con amor por la salvación del mundo, para convertir su signo negativo
en signo positivo. Todo es posible con amor; sin amor, nada vale nada ni tiene
sentido en la vida.
Veamos una historia narrada
por Lanza del Vasto:
“Caía la noche. El sendero
se internaba en el bosque, más negro que la noche. Yo estaba solo, desarmado.
Tenía miedo de avanzar, miedo de retroceder, miedo del ruido de mis pasos,
miedo de dormirme en esa oscura noche. Oí crujidos en el bosque y tuve miedo.
Vi brillar entre los troncos ojos de animales y tuve miedo. Después, no vi
nada, y tuve miedo. Por fin, salió de la oscuridad una sombra que me cerró el
paso y me dijo: ¡Vamos! ¡Pronto! ¡La bolsa o la vida!
Y me sentí consolado por esa voz humana, porque, al principio, había creído encontrar a un fantasma
o a un demonio. Me dijo: Si te defiendes para salvar tu vida, primero te
quitaré la vida y después la bolsa. Pero, si me das tu bolsa solamente para
salvar la vida, primero te quitaré la bolsa y después la vida.
Mi corazón enloqueció, mi espíritu se rebeló. Perdido por
perdido, mi corazón se entregó. Caí de rodillas y exclamé: Señor, toma todo lo
que tengo y todo lo que soy. De pronto, me abandonó el miedo y levanté los
ojos. Ante mí todo era luz. En ella el bosque reverdecía”.
Por eso, no huyas del amor,
no huyas de Dios, acepta las consecuencias de tu entrega total al amor y dale
todo tu amor. Entonces, tu vida tendrá una dimensión espiritual extraordinaria.
Como diría el poeta:
“Sin cruz no hay gloria ninguna
ni con cruz eterno llanto.
Santidad y cruz es una,
no hay cruz que no tenga santo
ni santo sin cruz alguna”.
(Lope de Vega)
TESTIMONIOS
Vamos a mostrar ahora algunos testimonios de personas, que, a
través del dolor y de la enfermedad, han podido acercarse más a Dios y han
encontrado el sentido de su vida. Todos estos testimonios son rigurosamente
reales, aunque no pongamos los nombres de los protagonistas. Ojalá que estos
testimonios nos ayuden a ver la vida según la perspectiva de Dios.
Era el 24 de abril de 1972,
un coche me invistió en la calle. Me tuvieron que llevar al hospital. Yo tenía
quince años y me lesioné la medula espinal. Desde entonces, llevo diecinueve
años recuperándome entre médicos y hospitales. Han sido diecinueve años de
calvario. Tengo medio cuerpo paralizado
y el brazo derecho no me funciona.
Pero, a pesar de todo,
siento la alegría de estar viva. Quiero vivir cada momento en plenitud, pues un
momento no vivido, es tiempo perdido. Si no hubiera tenido fe, me habría
suicidado. No tengo nada, sólo tengo la vida, el más grande don que Dios me ha
dado, y quiero vivir en plenitud. He comprendido la importancia de la vida.
¡Cómo quisiera ayudar a tantos jóvenes
que han perdido el sentido de la vida y la siguen perdiendo, porque no la viven
de verdad!
Teníamos mucha ilusión en
nuestro primer hijo. Lo esperábamos como un regalo de Dios. Por eso, el golpe
fue demasiado fuerte, cuando el médico nos anunció que había nacido con una
falla en el corazón. Al principio, mi esposo y yo nos rebelamos contra Dios. No
era posible que Dios nos hiciera eso a nosotros, que éramos buenos. ¿Por qué
nos quería castigar de esa manera? Hoy, después de siete años, mi esposo y yo
somos los seres más felices con nuestro niño. Hemos gastado mucho en
especialistas, que nos siguen dando esperanza, aunque debemos esperar a que sea
mayor para que sea operado. Mientras tanto, sufrimos, porque no es como los
demás niños ni puede jugar como los demás. Lo que sí puedo decir es que nuestra
vida cambió desde aquel día en que nos atrevimos mi esposo y yo a rezar el
Padrenuestro, tomados de la mano, y le dijimos a Dios, de verdad y de todo
corazón: “Hágase tu voluntad”.
En Lourdes, entre tantos
enfermos, había una joven en silla de ruedas. La recordaré toda la vida con
aquellos ojos fijos en la custodia, con la que el sacerdote daba la bendición a
los enfermos con el Santísimo Sacramento. Yo le decía a Jesús: Señor, que
camine, haz un milagro para ella. Pero no sucedió el milagro y me sentí triste
todo el día, porque Dios no me había escuchado.
Por la tarde, fui a rezar a
la gruta de la Virgen. Había muchos enfermos alrededor. De nuevo, vi aquella
joven paralítica en su silla de ruedas. Era la misma que había mirado con tanta
esperanza la hostia blanca. Poco a poco, iba anocheciendo y los enfermos se
iban retirando. Al final, sólo quedaba
ella con su acompañante y yo a su lado. Yo seguía pidiendo un milagro para
ella. De pronto, la miré, quería decirle algo, darle esperanza… Entonces, vi su
rostro transfigurado, con una sonrisa luminosa y bellísima. Su sonrisa brillaba
cada vez más y de su boca sólo salía con inmenso amor, la palabra: Mamá, mamá,
mamá, mientras miraba a la Virgen. Nunca he visto ni veré un rostro tan bello.
En ella vi reflejado, de alguna manera, el rostro de María. Y me di cuenta de
que el milagro, que yo había pedido para ella, María lo había hecho mucho más
grande de lo que hubiera podido imaginar. Porque la joven paralítica había
recibido una alegría, una pureza y un amor, que no terminarán con la muerte,
sino que se prolongarán por toda la eternidad. Me imagino que, aquella tarde,
los ángeles sonreirían ante la vista de aquella joven feliz, que miraba a María
con ojos llenos de luz y de amor. Yo, al menos, me sentí inmensamente feliz.
Una fría mañana de
invierno, salía de una clase en la Universidad, donde estudiaba segundo de
Letras. Bajaba corriendo las escaleras y resbalé. Me golpeé la cabeza con las
gradas. Después de dos días, aparecieron nubes en mis ojos, cada vez más densas
y oscuras. Desde entonces, soy ciega. Tenía 19 años y muchos ideales y
proyectos. Después de un inútil peregrinar por clínicas y hospitales, me di
cuenta de que no había nada que hacer y acepté mi realidad. Me preguntaba: ¿Qué
puedo hacer en la vida? Aprendí a leer y a escribir en Braille y continué
estudiando. Mi madre me leía en voz alta las lecciones y yo trataba de
retenerlas en la memoria. Por fin, conseguí el título de Filosofía.
Ahora trabajo como
telefonista. Respondo con la alegría de un amigo a cada llamada, amo mi
trabajo, porque sólo con amor y alegría se puede hacer bello el trabajo más
humilde y sencillo. Mi padre me acompaña y viene a recogerme. En las horas
libres, me preocupo de los problemas de los ciegos. Vivo serena y contenta con
mi trabajo y me siento feliz de haber encontrado un sentido a mi vida y de
aceptar con amor la voluntad de Dios. ¡Gloria a Dios!
He vivido 17 años con mi
esposo. Los diez primeros años con buena salud. No nos faltaba de nada,
hablando humanamente, porque teníamos un buen trabajo. Pero pensábamos más en
las cosas del mundo, en fiestas y cosas materiales que en Dios. Teníamos
nuestras discusiones, de vez en cuando, y en una ocasión hasta nos separamos
durante siete meses.
De pronto, le descubrieron
a mi esposo un tumor maligno. Y comenzó para nosotros una etapa nueva. Al
principio, nos chocó mucho y no podíamos aceptar aquella situación tan
inesperada y tan difícil. Pero, poco a poco, fuimos aceptando la realidad y mi
esposo reencontró aquella fe de su juventud, cuando estudiaba con los salesianos.
Y los dos rezábamos juntos todos los días tomados de la mano. Juntos
descubrimos el amor de Dios y de que Cristo es el que da valor a nuestro
sufrimiento. Todos los días rezábamos el rosario juntos y durante los últimos
meses recibíamos unidos la Eucaristía, cuando le traían la comunión.
Fueron momentos difíciles,
pero llenos de fe. Los últimos meses, mi esposo se preparó para la muerte y
vivimos una gran unión espiritual. Creo, sinceramente, que fueron los días de
mayor unión y amor de nuestra vida. Dios había transformado nuestro hogar.
Mi hijo murió en la segunda
guerra mundial en un lugar de Alemania. Después de la guerra, yo fui a buscar
la tumba de mi hijo hasta que, por fin, la encontré en un cementerio, donde
había muchas cruces. Entonces, allí mismo, sobre la tumba de mi hijo querido,
sembré unos granos de trigo y le dije a un campesino de aquel lugar: Cuide
estas semillas. Cuando crezcan las espigas, por favor, me envía los granos de
trigo a mi dirección. Quiero hacer con ellas una hostia para que mi hijo esté
unido a Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida. El que come de este pan vivirá
para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Cuando me llegaron los
granos de trigo a mi casa, me puse muy contenta y fui a un convento de religiosas para que me
hicieran una hostia. Después, se la llevé al sacerdote de la parroquia y él
celebró una misa, en la que me uní a Cristo en la comunión, participando de
aquella hostia, que tenía algo de la vida de mi hijo. En esa misa, le volví a
ofrecer a Jesús la vida de mi hijo y sentí que no lo había perdido, sino que lo
había recuperado para siempre y que me esperaba lleno de amor de Dios.
Encontré al Señor en la
cama de un hospital hace algunos años. Me quitaron los dos senos y, desde entonces,
comencé a leer la Biblia y a rezar, porque me sentía muy triste. Y el Señor fue
bueno conmigo, porque me dio la oportunidad de encontrar la fe perdida y
descubrir que vale la pena seguirle a tiempo completo, para siempre y sin
condiciones.
Mi hijo es autista. Ha
comenzado a decir alguna palabra a los diez años. Ahora espero que comience a
escribir algo. Pero considero a mi hijo un verdadero regalo de Dios. ¡Cuántas
cosas no habría podido comprender sin este hijo o si hubiese sido un hijo
normal! Mi esposo y yo hemos sufrido mucho, pero ahora estamos muy contentos
con este hijo que nos ha ayudado a acercarnos más a Dios. Por eso, lo alabamos
y le damos gracias.
Mi historia comienza a los
cinco años, cuando me detectaron graves problemas en el corazón y, desde
entonces, nunca más he podido caminar. He estado toda la vida en silla de
ruedas. Desde los cinco años hasta los treinta, me los pasé yendo y viniendo a
clínicas y hospitales... Hace algunos años tenían que transplantarme un riñón,
pero no pudieron hacerlo, porque tenía una grave enfermedad en el pulmón.
Debían operarme del corazón, pero tampoco pudieron por problemas cerebrales.
Ahora tengo setenta años y sigo adelante con mi cuerpo achacoso hasta que Dios
quiera.
Le doy gracias a Dios por estos setenta
años de vida. A los veinte años fui a Lourdes en silla de ruedas con la
esperanza de curarme. Regresé más enferma que antes, pero Dios me había curado
internamente. Desde ese momento, tengo una alegría incontenible, que, a veces,
no puedo controlar y tengo que expresarla externamente, cantando o diciendo a
todo el mundo lo bueno que es Dios y cuánto me ama.
Soy un enfermo de
esclerosis múltiple desde 1990. Tengo dos hijas y una esposa maravillosa. A
pesar de que el misterio del sufrimiento es grande, procuro transmitir alegría
y paz a todos los que me visitan. Vale la pena vivir, cuando se ama a Dios y a
los demás.
Soy un parapléjico. Tengo
el deseo de apretar con mis manos la cara sonriente de mi madre, quiero
acariciar sus cabellos y abrazarla contra mi pecho, pero no puedo, porque soy
un parapléjico. Tengo deseos de caminar entre la gente, de correr por los
prados, de estrechar las manos de mis amigos, pero no puedo, porque soy
parapléjico. Quiero sonreír a la gente, amar a todos con un corazón lleno de
amor y hablarles del Señor y de su alegría. Y esto sí puedo hacerlo, a pesar de
que soy un parapléjico.
Cuando era niña, la
poliomielitis vino a cambiar radicalmente el curso de mi vida. Fui creciendo
triste y cada vez estaba más amargada con mi suerte y repetía: ¿Por qué a mí?
¿Por qué a mí? Mis padres me llevaron a Lourdes para pedir a la Virgen la
curación. Yo les había dicho que, si no me curaba, al volver a casa me
suicidaba. Pero no me curé y no me suicidé. Algo había cambiado en mí junto a
la gruta de la Virgen. Dios hizo el milagro de hacerme descubrir el valor del
sufrimiento y yo le dije SÍ.
Desde que le di mi SÍ a
Dios, como aceptando su voluntad sobre mi vida, he sentido una alegría y una
paz inmensas en mi corazón. Yo me admiro cómo viene a buscarme tanta gente a mí
que soy analfabeta y me piden consejos espirituales. Sí, vale la pena estar
enferma de por vida, cuando se acepta la cruz por amor a Dios y se ofrece todo
a Dios con amor.
Yo nací defectuosa. Mi
madre tuvo un mal embarazo y me afectó. Y yo ahora soy enana, poco agraciada de
cara y debo andar siempre con mi silla de ruedas. Cuando era joven, me rebelaba
contra Dios. No entendía el valor del sufrimiento; pero, al fin, he comprendido
que Dios tiene un plan para cada uno. Y que el plan para los enfermos no es
mejor ni peor que para los sanos, simplemente es distinto.
Cuando comprendí que la
vida vale la pena vivirla, aun con limitaciones humanas y sufrimientos, mi vida
cambió. Pasé de la tristeza a la alegría. Ahora tengo una alegría inmensa en mi
corazón. La gente me dice que, con mi sonrisa y la alegría que brilla en mis
ojos, parezco un ángel del cielo plantado en la tierra.
Yo me pregunto: ¿Qué habría
sido de mí sin estas limitaciones y enfermedades? ¿Qué sentido le hubiera dado
a mi vida
¿Qué habría hecho? Muchos
desperdician la vida en fiestas y placeres y se olvidan de Dios y de los demás.
Yo procuro sonreír a todos, amar a todos, ofrecer mi vida por todos. Esa es la
clave de mi alegría. Hago lo que puedo, aunque es muy poco lo que puedo hacer
para colaborar en la gran tarea de la salvación del mundo. No sé más que orar y
amar, pero es suficiente. No soy útil a los ojos del mundo, pero creo que Dios
está contento conmigo. Y, mientras tanto, la vida continúa y sigo caminando en
mi silla de ruedas, viviendo en espera de aquel momento supremo en que Dios me
llame a la vida eterna. Entonces, sin sufrimientos seré inmensamente feliz para
siempre. Y podré cantar con los ángeles: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad!
Una joven, muerta de un
tumor a los dieciséis años en 1986, escribía a sus amigos:
“No estéis tristes. Cuando
me muera, estaré más cerca de vosotros que nunca. Vivid una vida plena con
Cristo. Orad mucho. Yo ofrezco mis dolores, mis oraciones y mi vida por
vosotros y por todo el mundo. Y siento que todo el paraíso se alegra conmigo.
Yo estaré siempre a vuestro lado para ayudaros como un angelito. Rezad por mí”.
Una joven, que murió el 21
de enero de 1998, escribió unos días antes una carta a una amiga:
“Te escribo, porque no
tengo fuerzas para hablar. Tengo un cáncer al cerebro en fase terminal, pero
esta Navidad ha sido la más bella de mi vida, porque la he vivido con Jesús y
con mucho amor a mi alrededor. Él me acompaña en esta subida al calvario, que
no sé cuánto durará. Pero me fío de Él. Él cuidará de mi familia mucho más y
mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Antes de salir del hospital, he dejado un
niñito Jesús a los enfermos. No te imaginas cómo me lo han agradecido los
enfermos de sida. Pienso mucho en ellos, porque sé que no tienen a nadie que
los quiera y han tenido una vida triste. Reza por ellos”.
Tengo 36 años y estoy
enfermo de leucemia. Hubiera querido ver a mi hijo llegar a ser un hombre, pero
estoy igualmente contento y pienso que, por todo lo que sufro en este mundo,
tendré una vida mejor en el otro. Espero que mi hijo pueda dedicarse al
servicio del prójimo y de aquéllos que más sufren. Ése es mi mejor deseo para
él. Por esta intención rezo todos los días y ofrezco mis sufrimientos. Desde
que tengo esta enfermedad, he conocido más a Dios y he conocido lo que es, en
verdad, la verdadera alegría. ¡Que Dios sea bendito!
Me enfermé a los 17 años de
tuberculosis pulmonar. Desde entonces, no he cesado de estar enferma y estoy en
mi tercer sanatorio. Sin embargo, encuentro la vida muy bella y me encuentro
bien en este mundo. No quiero morirme. Pero, de todos modos, seré más feliz en
el otro mundo. El hermano cuerpo no me hará sufrir más. Mientras tanto, sufro y
espero y amo con todo mi corazón.
A una joven mujer tuvieron
que cortarle los brazos y las piernas. ¿Puedes imaginarte lo que eso significa?
¿Cómo te sentirías tú, si te cortaran tus brazos y tus piernas? Pues bien,
cuando fui a visitarla, me preguntó: Padre, ¿qué dicen los demás de mí?
- Algunos dicen que es mejor que Dios te recoja para que no sufras.
- Otros dicen: No entiendo cómo Dios permite tanto sufrimiento.
Y yo le dije: ¿Y tú qué
dices? Y ella me respondió: Lo único que yo digo es que Dios es bueno y me ama.
Hermosa respuesta; porque,
a pesar de todas las limitaciones humanas de la enfermedad, podía todavía creer
en el amor de Dios y confiar en Él.
En 1961 una joven enferma
de Valencia, España, fue a Lourdes para pedir su curación y le dijo al
sacerdote que la acompañaba: “Vine para curarme, pero ahora ya no me
interesa curarme. No creía que pudiese existir la alegría que he encontrado
aquí. Ahora no envidio a nadie y me siento tan feliz que no pediré a Jesús la
curación de mi cuerpo”. En ese momento, el sacerdote pensó en tantos y
tantos sanos de cuerpo, pero enfermos de alma, que viven insatisfechos,
descontentos y no tienen la alegría de Dios en su corazón.
El P. Bellanger, sacerdote misionero, de 29 años, fue al médico
para que le diera el diagnóstico de su enfermedad, después de los
correspondientes análisis.
- Doctor, dígame la verdad.
¿Es cáncer? Sí, le dijo el doctor.
Y él escribió una breve
carta a sus padres, para abrirla sólo después de su muerte. La carta decía así:
“Queridos padres, mi alma
está en las manos de Dios. Lloraréis y muchos os compadecerán. Comprendo
vuestro dolor, pero os digo que tengáis fe. Jesús está conmigo y me ama.
Pedidle que os dé su paz. Dios sabe lo que hace. Dios me llama a estar con Él
para siempre. El Señor me está esperando. ¡Aleluya! ¡Hasta Pronto!” (testimonio publicado en Crociata, Roma, 1959).
Un misionero cuenta la
siguiente historia. “Un día iba con un catequista a visitar un caserío en
medio de la selva. Y, a pesar de que el catequista conocía bien el camino, nos
extraviamos. A la caída de la tarde, buscamos un lugar donde pasar la noche y
vimos una cabaña solitaria y nos dirigimos a ella. El dueño de la cabaña vivía
solo. Nos dijo que lo habían expulsado del caserío, acusándolo de ser un brujo,
culpable de la muerte del jefe del caserío, pero que no era verdad.
Nos dijo: Un buen amigo me
trae alguna cosa cada semana para no morir de hambre. Estoy muy enfermo, pero
confío en Dios y no he perdido la esperanza de encontrar un sacerdote antes de
morir. Todos los días rezo el rosario, pero no pido sanar, sino hacer la
voluntad de Dios.
Cuando le dije que yo era
sacerdote, se emocionó y me dijo: Padre, tengo hambre de Cristo, ¿me traerás a
Jesús? Yo tenía todo lo necesario para la misa y la celebré en aquella pobre
cabaña ante aquel pobre hombre, enfermo y solitario, que tanto había rezado,
durante cinco años, para que Dios le enviara un sacerdote antes de morir. Así
que le di la unción de los enfermos y recibió la comunión.
Cuando recibió la comunión,
pareció transfigurarse. Y me dijo: Soy el hombre más feliz de la tierra. Tú
sabes, padre mío, que la alegría no viene de las cosas de la tierra ni de la
salud ni de los amigos, sino de Dios. Son cinco años que estaba esperando a Jesús. Ahora está aquí en mi casa
conmigo. Ahora ya puedo morir en paz.
Dormimos en la casa del
anciano. Al amanecer, nos fue facilísimo encontrar el camino, de modo que me
convencí de que todo había sido dirigido por Dios para hacer feliz a aquel
anciano, que tanto deseaba la comunión”. (Publicado en la revista Rosa Mística, octubre de 1980).
¿Puede haber algo más
triste que vivir la vida sin tener manos y sin poder ver? Pues Jacques Lebreton
vive sin manos y sin poder ver, porque, siendo soldado en la segunda guerra
mundial, una granada le explotó, arrancándole las manos y dejándolo ciego para
siempre. Al principio, dice él, gritaba contra Dios: ¿Por qué a mí? ¿Por
qué? ¿Por qué me has quitado mis manos? ¿Por qué tengo que ser ciego? Prefiero
morirme a vivir así…
Pero, poco a poco, empezó a
pensar en Cristo crucificado y empezó a sentir la fe que había sentido de
pequeño. Se daba cuenta de que Jesús había sufrido más que él y que no se
burlaba de él, sino que se sentía también triste por sus brazos sin manos y por
sus ojos vacíos. Y empezó a comprender que, a pesar de todo, Jesús lo amaba.
Tuvo la suerte de que una
mujer se enamorara de él y se casó con ella. Han tenido cinco hermosos hijos y
ahora él va por las calles de París, diciendo a todo el que lo escucha: La
vida es bella y vale la pena vivir. Su vida, llena de optimismo y amor,
contagia a cuantos lo rodean, porque ha descubierto que Dios lo ama.
¿Y tú? ¿Has descubierto que
Dios te ama así como eres y que no necesitas cambiar ni ser distinto para que
te ame con todo su amor divino?
Dos jóvenes se casaron en
Lima llenos de amor y con la ilusión de tener hijos. Ella profesora de idiomas,
él abogado. El primer hijo nació ciego. El segundo también. Después del segundo
nacimiento, el papá estaba desesperado y con ganas de tirarse con el coche por
el puente para que acabara todo su dolor. No podía comprender el porqué de todo
aquello. ¿Acaso era un castigo de Dios?
Pero un día el papá fue a
un cursillo de cristiandad y allí encontró la fe perdida y descubrió que Dios
es amor. Al salir del cursillo, le dijo al Padre Clemente Sobrado: Padre,
disculpe que llore, pero hoy no lloro por mis hijos; sino, porque me he dado cuenta de que quien estaba ciego
era yo. Desde hoy, mis hijos verán. Si no por sus ojos, quiero que vean a
través de los ojos de su padre. Y, desde ese día, aceptó el plan de Dios y
volvió la tranquilidad a aquel hogar.
La señora Gladys,
colaboradora sufriente de las Hermanas misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, en una carta,
dirigida a los colaboradores de la Madre Teresa, en abril del 2003, escribía
sobre su cáncer:
“En abril de 1997, sufrí la
recaída de un tumor de cáncer de mama (carcinoma infiltrante de los conductos,
100% agresivo), que padezco desde 1985. Esta vez era la fractura del esternón
por metástasis a los huesos. Los médicos no ocultaron la gravedad de la
situación. Los dolores eran cada vez más intensos e incapacitantes, a tal punto
que no podía mover mis manos para escribir. Incluso hablar me resultaba muy
doloroso. Conociendo el curso de empeoramiento progresivo que supone esta
enfermedad, le rogaba al Señor que me diera un infarto, porque empezaba a
sentir mi cuerpo como una cárcel.
Un día sintonicé una
emisora radial y estaban hablando, no había música. Hablaban con una belleza indescriptible
de exquisitos aromas y de la hermosura de la naturaleza. Al terminar los
poemas, anunciaron que pertenecían a san Juan de la cruz. Y tal maravilla había
sido escrita ¡en la cárcel! Entendí que era como una “llamada de atención” por
mi desánimo y el miedo a estar encarcelada a mi propio cuerpo.
Un par de días después, una
amiga me regaló un rosario, que le había regalado la Madre Teresa de Calcuta.
Recibí tal reliquia, sintiéndome indigna de tal privilegio, pero reforzada en
la fe y con ánimos para sobrellevar los tratamientos que se sucedieron uno tras
otro: cobalto, quimioterapia y Aredia...
Actualmente, las metástasis
de la enfermedad siguen circunscribiéndose al sistema óseo, sobre todo al
cráneo y, actualmente, es mayor en las órbitas de los ojos. Pero sigo viendo.
No hay otros órganos comprometidos y, hasta ahora, el Señor ha guiado las manos
de los médicos en mis tratamientos. De modo que, a veces, con ciertas
limitaciones y molestias, aunque no corra, siga caminando, escuchando, hablando,
viendo. Poco a poco, los tratamientos médicos me han permitido recuperaciones
que hacen posible que continúe mis trabajos de investigación con los niños de
la calle de Lima y sigo en ello. En abril del 2002, el colegio de sicólogos del
Perú me otorgó el premio nacional de Sicología…Ofrezcamos nuestros
padecimientos al Señor. Que, en cada instante de nuestras vidas, por muy
difíciles que puedan ser, siempre reviva la caridad, la esperanza y la fe en
Nuestro Señor”.
Monseñor Angelo Comastri,
en su libro Dios es Amor, dice: “Una noche de junio de 2001, a las 10
p.m., después de haber terminado las oraciones en el Santuario de Loreto, salgo
para dar las Buenas noches a la gente. Y veo una mujer pequeñísima, de 58 cms,
con un rostro maravillosamente sonriente. Me acerco para saludarla y le tiendo
la mano. Ella me responde: Padre, no puedo darle la mano, porque podría
fracturarme los dedos, sufro de osteogenesis imperfecta y mis huesos son
fragilísimos.
Yo le pregunto: ¿Eres feliz
así? Ella me dice: Padre, mi vida podría titularla Abandono, pero soy feliz.
Soy feliz, porque he comprendido cuál es mi vocación. Yo existo por un designio
de Dios para gritar a todos los que tienen salud:
Ustedes no tienen derecho a
tener salud para Uds. solos. Deben compartirla también con quien no la tiene.
De otro modo, su salud estará podrida de egoísmo y no les dará la felicidad.
Las horas que pasan aburridos, faltan a alguien que tiene necesidad de afecto,
de cuidado o de compañía. Si no son capaces de regalar esas horas, se les
pudrirán en las manos y no les darán la felicidad. Yo vivo para gritar a
aquellos que se divierten en la noche y van a las discotecas. Esas noches
faltan dramáticamente a muchos enfermos, a muchos ancianos, a muchas personas
solas, que esperan una mano que seque sus lágrimas. Regalen esas noches
perdidas, malgastadas inútilmente; pues, si no lo hacen, ellas serán la tumba
de su propia felicidad y su vida estará vacía.
Y me dijo: Padre, ¿no es
bella mi vocación?”5
Ojalá que muchos familiares
de enfermos y muchos amigos y muchas personas de buena voluntad, puedan oír el
clamor de tantos enfermos necesitados de cariño, de comprensión y de ayuda,
para que tengan tiempo para ellos y no los abandonen.
VIDAS EJEMPLARES
Piero
Gonella había nacido el 14 de Julio
de 1931 en un pueblecito italiano. Sus padres eran agricultores. Piero iba a la
escuela y se distinguía por su piedad, por su afición al estudio y porque
frecuentaba la iglesia. Soñaba con ser sacerdote y sus padres lo llevaron al
Seminario de Asti.
Según sus compañeros, hablar con Piero era siempre gratificante.
Era un extraordinario compañero. Y él deseaba ser sacerdote con toda su alma.
Pero en octubre de 1949 se enfermó gravemente. Era una lesión renal, que se
complicó y tuvo que guardar cama por muchos días, y, al fin, regresar a su
casa, porque no podía continuar sus estudios en el Seminario.
En Junio de 1952, fue a Lourdes con la esperanza de ser curado
para poder ser sacerdote, pero no se curó y aceptó la voluntad de Dios de
ofrecer sus sufrimientos por la salvación del mundo. Comprendió que Dios lo
llamaba a una misión de sufrimiento y le ofreció su vida a Jesús con todas sus
enfermedades y dolores.
Cuando se ordenaron de sacerdotes sus compañeros de Seminario,
fueron a visitarlo y le encomendaron que rezara por ellos, porque él debía ser
sacerdote misionero con ellos y a través de ellos.
Después de treinta años de haber abandonado el Seminario, el Papa
Pablo VI le concedió al obispo de Asti la facultad de ordenarlo sacerdote en su
propia casa. Su ordenación sacerdotal tuvo lugar el 23 de setiembre de 1978. Al
final de la misa, dijo: “El Señor ha mirado la miseria de mi condición y ha
hecho obras grandes por mí. Cuando era niño, me gustaba ayudar en la misa a los
sacerdotes. Me parecían muy altos, como si tocasen el cielo, pues tenían a
Jesús entre sus manos. Ahora puedo celebrar la misa diariamente en mi cama de
enfermo y ofrezco mis dolores, como sacerdote, por la salvación del mundo
entero”.
......
En un lugar de América
Latina, un día se derrumbó la escuela del lugar. Un niño, gravemente herido,
fue llevado de emergencia al hospital. Los médicos trataron de salvarle la vida
durante varias horas, mientras su madre esperaba ansiosa fuera de la sala de
operaciones.
Después de siete horas de
trabajo, el niño murió y el médico cirujano quiso darle personalmente la
noticia a la madre. Pero la madre se volvió como histérica y empezó a gritarle
al médico y a golpearlo, como si tuviera la culpa. Cuando se calmó, el médico
la abrazó y empezó a llorar. Él también había perdido a su único hijo en la
tragedia de la escuela. Él podía comprenderla, porque había experimentado en
carne propia lo que es perder un hijo. Pero, a pesar de todo, había acudido al
hospital para tratar de salvar la vida de algún niño, tratando de superar así
su dolor y su propia tragedia.
......
Marcelo
Candia (1916-1983) era un
industrial milanés, que vendió todas sus posesiones y se fue al Brasil, a la
diócesis de Macapá, a gastar todo su dinero en la construcción de hospitales,
leprosorios, escuelas para enfermeras, centros de asistencia médica y un
Carmelo para que oraran las religiosas por el mundo entero. Él mismo se dedicó
a trabajar por los más pobres. Pero un cáncer al hígado lo hizo volver a Italia
y, en un mes, el Señor se lo llevó. Ahora está ya comenzada su causa de
beatificación. Durante sus últimos días en la tierra, decía:
“He construido y organizado
y ayudado mucho a los pobres, pero ahora el Señor me ha dado la cosa más
elevada: el sufrimiento. El amor más grande que el Señor me ha manifestado ha
sido, dándome el sufrimiento para asemejarme a Él y entregarme a Él de todo
corazón. Jesús me hizo comprender que no es suficiente trabajar por el reino de
Dios, que no es suficiente rezar. Más importante es aceptar con humildad y
disponibilidad todo lo que el Señor nos envíe. Sólo en el sufrimiento podemos
comprender plenamente el amor de Dios. Ésta ha sido la experiencia más bella
que he recibido.
Por eso, os digo: No
rechacéis el dolor, que no podéis superar y que los médicos no pueden curar.
Ofrecedlo al Señor. Vuestro sufrimiento, tiene un gran poder de salvación para
la humanidad. No lo desperdiciéis”.
......
Marta
Casapía era una joven inutilizada
de la cintura para abajo desde los 11 años. Humanamente, debería estar amargada
y triste; sin embargo, ella estaba siempre alegre. Y escribía poemas para
decirse a sí misma y a los demás que vale la pena vivir. Murió a los 22 años,
en 1975, en Lima. Pero su vida dejó un recuerdo imborrable en todos los que la
conocieron.
Sí, vale la pena vivir, como ella decía. Vale la pena seguir a
Jesús con salud o enfermedad, con pobreza o riqueza, en lo favorable y en lo
adverso. Vale la pena vivir, aunque no puedas caminar ni ganar dinero. Por eso,
levanta tu vista al cielo y sonríe a Dios que te ama y confía en Él. Amén.
......
El Padre Manuel Duato era un sacerdote español, que fundó la
Fraternidad cristiana de enfermos en Lima. Él había sido operado 18 veces y
llevaba consigo una enfermedad incurable, cuando yo lo conocí. Y con su cáncer
a cuestas hacía reír a todos los enfermos. En cada uno de ellos sabía sembrar
una semilla de alegría. Su lema de vida era: Que la alegría llegue a tu
corazón.
Tres meses antes de hacer su último viaje a España para operarse,
lo vi y seguía sonriendo. Pero Dios se lo llevó a los dos meses de ser operado.
Me imagino que, cuando se encontró con su Padre Dios, le diría: Padre mío,
gracias por ser sacerdote, gracias por la alegría contagiosa que me diste para
compartirla con mis hermanos, gracias por el cáncer que me acercó más a Ti.
Gracias, porque he podido compartir mi vida a manos llenas con todos; pero,
especialmente, con mis hermanos los enfermos. Gracias. Señor, por tu amor, por
tu alegría y por tu paz.
......
Manuel
Llanos era un venezolano, que
había hecho un cursillo de cristiandad, en el que encontró el amor de Dios.
Después se enfermó y, durante su última enfermedad, escribió con mano
temblorosa en la pared de ladrillo que tenía junto a su cama: Cristo y yo
somos mayoría absoluta. Este pedazo de ladrillo lo llevaron sus compañeros
cursillitas desde Valencia, donde murió, hasta la casa de cursillos de Caracas
para que fuera un testimonio vivo de que, a pesar de las enfermedades y
debilidades de la vida, vale la pena vivir y confiar en Dios.
Manuel Llanos, descansa en paz y gracias por el valiente
testimonio de tu fe en Jesucristo.
......
Carla
Zichetti, una enferma italiana de
80 años, que desde los 27 años ha estado enferma y no puede alimentarse por vía
normal, sino por medio de sueros y transfusiones de sangre, escribía en el
librito de su vida, titulado La mia vita:
“Desde los 27 años estoy clavada a la cruz de la enfermedad. No
puedo decir que los clavos me duelan, pero puedo decir que me purifican. Me
hacen sentir más fuerte el amor de Dios y de los hombres y me hacen más
sensible a todo y a todos. Por lo cual, gozo en lo más íntimo de mi corazón de
una serenidad que me hace no envidiar a nadie. Pero el clavo que más me hace
sufrir es el clavo de la soledad, de la indiferencia y de la falta de afecto.
Vivo sola.
Queridas amigas y amigos, que vivís conmigo en el dolor, ¿no
es cierto que los sufrimientos morales superan inmensamente a los físicos? Los
dolores físicos se remedian con un calmante, pero el dolor moral de la
incomprensión, de la desconfianza o de la indiferencia es como un puñal que
arranca lágrimas amargas.
A mí, personalmente, me da mucha serenidad el pensamiento de
Jesús, muerto en la cruz por mí, y de su Madre que tiernamente lo estrecha
contra su pecho, porque sabía que había muerto víctima de amor. Por eso, si
debiera hacer un balance de mi vida, debería decir que no cambiaría mis
momentos de alegría íntima, espiritual, por todas las riquezas de este mundo y
ni siquiera por la salud”.6
......
Cesare
Bisognin era un joven de Turín, en
cuya alma hervían deseos de ser sacerdote. Entró al seminario de Turín, pero a
sus 17 años, en 1974, le detectaron un osteosarcoma incurable. Así comenzaba su
calvario. Tuvo que salir del Seminario. El cáncer se iba adueñando, poco a
poco, de todo su cuerpo. Sus días estaban contados.
Alguien
le habló al cardenal arzobispo de Turín de su gran deseo de ser sacerdote y el
cardenal le habló al Papa Pablo VI, que le dio permiso para ordenarlo sacerdote
en su propia cama, en su casa. Y allí, en su lecho de dolor, celebró su primera
misa, junto a sus familiares y amigos. Con sus 19 años, Cesare fue sacerdote
sólo por veinticuatro días. Sólo pudo celebrar una misa. Pero valió la pena ser
sacerdote y celebrar una misa. Ahora, desde el cielo, vela por todos los sacerdotes
para que vivan su sacerdocio en plenitud y por los jóvenes con vocación para
que sean sus sucesores en la tierra. ¿No quieres ser tú también colaborador de
Cristo en la gran tarea de salvar al mundo?
......
Susana
Rodríguez Peña escribió: “Perdí la
vista a los 27 años. Pero me queda la capacidad de hablar, de oír, de caminar
y, sobre todo, de pensar.
Por eso, quiero decirte a
ti que eres enfermo: ¿Te sientes triste? Llama por teléfono a otro enfermo,
toma una hoja de papel y escribe una carta a un amigo, comunícate con los demás
para dar alegría y optimismo. Con Cristo y María se ilumina el horizonte y
damos sentido a nuestra vida en la verdad y el amor hecho servicio. Haz algo
por los demás y olvida tu tristeza”.
......
La
madre Teresa de Calcuta nos habla de cómo, a pesar
de todos los problemas y sufrimientos de la vida, debemos amar y agradecer a
Dios el don de la vida. Dice: “Un día salí de casa con mis hermanas y
recogimos en la calle a cuatro personas, que estaban muy enfermas. Una de ellas
era una mujer que estaba moribunda. Yo me hice cargo de ella e hice por ella
todo lo que mi amor me inspiraba. Ella me sonrió, me estrechó la mano y me
dijo: GRACIAS y murió. Yo pensé: Si hubiera estado yo en su lugar, quizás
hubiera dicho: Tengo hambre, tengo sed, tengo frío, sufro mucho o cosas así.
Ella no me ha pedido nada y me ha dado todo su amor lleno de gratitud. Me ha
dicho GRACIAS.
Por eso, puedo decirte a ti: No permitas que nadie se aleje de ti
sin ser mejor y más feliz. Ofrece tu dolor y tu amor por los demás y serás un
gran colaborador en la obra de Dios. Nunca digas: No soy nada, no valgo nada y
no sirvo para nada, pues eso querría decir que no has entendido el Evangelio ni
el valor del sufrimiento”.
Un día fui a visitar a una mujer que tenía cáncer terminal. Su
dolor era grande. Le dije:
- Su dolor es un beso de Jesús, una señal de que usted está tan
cerca de Él que a Él le resulta fácil darle un beso.
Ella juntando sus manos me dijo:
- Dígale a Jesús que no deje de besarme. Lo necesito.
Jacqueline de Decker
procedía de una distinguida familia de Amberes (Bélgica). Estaba diplomada en
Sociología, tenía título de enfermera y quería ser misionera en la India. Llegó
a la India el 31 de diciembre de 1946. Su meta era ayudar a todas las personas
necesitadas. Un día Jacqueline encontró a la Madre Teresa en la capilla de
Patna, cuando estaba en profunda oración. Aquella imagen de la Madre Teresa, se
le quedó grabada para toda la vida. Quiso ingresar en su Congregación, pero su
salud dejaba mucho que desear. Volvió a su país y no pudo regresar ya a la
India por enferma. Un día de 1952 recibió una carta de la Madre Teresa en la
que le decía:
“Usted quería ser misionera ¿Por qué no se incorpora a nuestra
Congregación espiritualmente? Yo necesito de almas como la suya que recen y
sufran por nuestro trabajo. Su cuerpo está en Bélgica, pero su espíritu está en
la India. Usted será así una auténtica misionera. Necesito de mucha gente que
sufra y quiera unirse a nosotras, pues quiero tener una Comunidad de orantes y
sufrientes, que oren y sufran por nosotras”.
Jacqueline se unió de esta manera a la Congregación de la Madre
Teresa como colaboradora sufriente. En enero de 1953, la Madre Teresa escribió
las bases para estos colaboradores y les decía:
“Usted y otras muchas personas puede unirse a nosotras como
misionera... La verdad es que puede usted hacer mucho más desde su lecho de
dolor que yo corriendo de aquí para allá, pero juntas podemos hacer que yo
disponga de las fuerzas que vienen de Aquel, que puede dármelas... Todo aquel
que quiera convertirse en misionero de la caridad, portador del amor de Dios,
tiene las puertas abiertas, aunque yo siento especial preferencia por los
paralíticos, los lisiados y los enfermos incurables, porque sé que ellos tienen
una gran capacidad para empujar más almas a los pies de Jesús. Cada una de
nuestras hermanas tendrá así otra hermana que reza, sufre, piensa y está unida
a nosotras, será nuestro doble. Juntas podemos hacer grandes cosas por el amor
de Dios”.
¿Quieres tú también ofrecer
tus sufrimientos por los demás? ¿Quieres ser misionero con Jesús? Él espera tu
respuesta. No tengas miedo, Él te ama y quiere lo mejor para ti. Puedes confiar
en Él.
......
Thierry
Gamelin, en su libro Camino de
curación, cuenta la historia de su vida:
“Tenía yo 38 años y era un
alto ejecutivo de una empresa de publicidad. Yo era arrogante y no tenía tiempo
ni para ser consciente y llevaba una vida sin historia, a pesar de tener muchas
“historias” no muy buenas.
De pronto, una lluviosa mañana de noviembre, el médico, después
de unos exámenes, me anunció que tenía cáncer. Un nuevo mundo se abría ante mí:
quimioterapia, radioterapia, muchos pasillos de hospitales, quirófanos,
enfermeras, médicos. Todo un mundo desconocido hasta entonces para mí.
Cuando el médico me dio la noticia de mi cáncer, todo me parecía
irreal, hasta mi propia existencia. ¿Dónde estaba? Me costaba trabajo entender
si vivía o soñaba. Y no tenía a nadie con quien hablar, porque hacía un mes y
medio que vivía solo. Mi mujer me había abandonado. No tenía a nadie con quien
compartir mis preguntas ni mis miedos. Era una situación horrorosa.
Me sentí, de pronto, como diferente a los demás, como un juguete
al que hay que reparar. Para el equipo médico, yo era un caso más; para la
clínica, un número de habitación; para mis familiares, era un enfermo. Me vi
tentado de acusar a Dios, pero no quise caer en la trampa. Me di cuenta de que
Dios no era el culpable de todo aquello, pero me sentía solo; la soledad era mi
compañera inseparable. Yo y mi cáncer nos encontrábamos cada día frente a
frente. Quería comprender el sentido de aquella enfermedad mortal y me
preguntaba: ¿Por qué? ¿Por qué? Y le decía a Dios: No entiendo nada, tengo 38
años. Todos me han abandonado. Estoy enfermo y sufro mucho. ¿Te importa? Soy tu
hijo. No encuentro sentido a mis sufrimientos. Me parecen inútiles, estúpidos,
injustos.
Poco a poco, me fui acostumbrando a hablar con Dios, como para
pedirle una explicación, y le decía: Transforma mis sufrimientos. Te los
confío, que sirvan a alguien en el mundo. Señor, haz que yo aquí, tumbado en
esta cama, sirva para algo, haz de mí un instrumento de tu proyecto divino.
Y la oración se hizo mi compañera y fui sintiendo necesidad de
recibir la comunión, que se fue convirtiendo, con el tiempo, en un punto
central de mi vida. Era como si estuviera hambriento del pan de vida, pues el
cuerpo de Cristo se convertía para mí en fuente de vida.
Y el Señor me curó y ahora, después de siete años de curación,
puedo decirte a ti, que estás atado a tu lecho de dolor, quizás desesperado.
Date tiempo para escuchar lo que el Señor quiere decirte a través de tu
enfermedad. Vuelve tu corazón hacia Él y toma conciencia del inmenso amor que
Él tiene por Ti. No seas egoísta, ábrete al amor y ofrece tu dolor. Dios lo
aplicará para el bien de otros, que necesitan amor. Deja que el amor de Dios
inunde de luz tu cuerpo enfermo. Deja de luchar contra ti mismo, perdónate a ti
mismo y perdona a Dios, si crees que Él es el culpable de tu estado. Aprende a
ser feliz y aprende a amar a Dios y a los que te rodean. Ojalá que el amor
florezca en tu corazón todos los días de tu vida y hagas felices a todos los
que te rodean. Tienes derecho a ser feliz, aunque sea en tu cama de enfermo o
en tu silla de ruedas; pero otros muchos pueden ser felices, si tú les ayudas a
encontrar su felicidad en el amor de Dios, que corre a través de ti.
......
Benedetta
Bianchi (1936-1964) sufrió durante
toda su vida problemas graves de salud. A los pocos meses de nacer, le
descubren que tiene poliomielitis y quedará coja para siempre por tener una
pierna más larga que la otra. En 1959, después de operarla de la columna
vertebral, queda paralítica de medio cuerpo para abajo, perdiendo, poco a poco,
el gusto, el tacto y el olfato.
En 1962, va por primera vez a Lourdes a pedir a la Virgen su
curación, prometiéndole que se hará religiosa. A su lado, en la gruta de
Lourdes, ve a una señora paralítica que llora desesperada y ella la consuela y
reza por ella. Esta señora es completamente curada ante su vista, dejando la
camilla y volviendo a caminar. Ella queda muy emocionada y agradecida a Dios.
Por eso, escribió en su Diario: En nuestra peregrinación ha habido una
curación milagrosa. ¡Qué emoción y qué alegría! La misericordia de Dios no
tiene fronteras.
El 28 de febrero de 1963 queda ciega y sorda. La llevan por
segunda vez a Lourdes y allí recibe el milagro de su conversión. Descubre que
su verdadera vocación es la cruz y que debe ofrecer sus sufrimientos por la
salvación del mundo. Ella acepta su misión y, a partir de ese momento, se la ve
más alegre y entregada a Dios.
A una religiosa, Sor Dominica, le escribe en la vigilia pascual
de 1963: “Mis días son largos y fatigosos, pero con la divina gracia consigo
descansar abandonada en los brazos de Cristo. Me parece estar con Él en una
celda cerrada, pero de camino hacia un puerto, donde la paz es segura y eterna.
Y me derrito de ternura al subir, porque me da la impresión de que Él me lleva
de la mano”.
En carta a su amiga Ana en
mayo de 1963 le escribe: “Vivo como en un desierto silencioso. Por lo demás,
pronto sonará la campana y Él acudirá por fin a mi encuentro. Si en algún
momento, me viene el temor, le digo: Quédate, Señor, conmigo, porque anochece.
Estoy ciega, sorda y casi muda, pues fatigosamente me doy a entender, pero Dios
está conmigo y me siento bien. Y yo le digo: Me has marcado Señor con el fuego
de tu amor y yo te amo Señor”.
A su amigo Natalino le escribe a fines de 1962: “Tengo 26 años
y estoy enferma desde niña. Cuando tenía 17 años estudiaba Medicina en la
Universidad. Pero, cuando estaba a punto de doctorarme, no pude terminar mis
estudios y mi casi doctorado me sirvió para diagnosticarme a mí misma, ya que
todavía nadie había entendido de qué dolencia se trataba. Tengo una
neufrimatosis difusa o enfermedad de Recklingshausen.
Mis días no son fáciles, son duros, pero dulces, porque Jesús
está conmigo. Él me ofrece ternura en mi soledad y luz en mis tinieblas. Él me
sonríe y acepta mi colaboración en su plan de salvación del mundo entero”.
Muere a los pocos meses. El
día de su muerte, una rosa blanca florece en el jardín de su casa, fuera de
estación, pues están en pleno invierno… Sus restos fueron enterrados en la
abadía de san Andrés en Dovádola (Italia) y sobre su sepulcro se escribieron
estas palabras: “No muero, sino que entro en la vida”.
Benedetta Bianchi, una flor del cielo en la tierra, que muere a
los 27 años de edad, sin haber podido culminar sus estudios de Medicina, y
muere totalmente paralítica, sorda y ciega. Ella es una de tantos profetas de
Dios en este mundo, que nos habla de que lo importante no es la salud o el
dinero o realizar grandes obras materiales sino amar, amar totalmente y sin
descanso con un corazón entero a Dios y a los demás. Aprendamos a ver la vida
desde la perspectiva de Dios. Por eso, ella acostumbraba a repetir la letra de
un canto espiritual negro, que dice: “A veces, me siento como un águila en
el aire. Una mañana luminosa y bella dejaré el fardo y extenderé las alas y
surcaré el aire. Podréis sepultarme al este o al oeste, pero aquella mañana los
ángeles desplegarán sus alas y yo oiré el trepidar de las santas trompetas y
volaré al infinito de Dios”. Allí nos espera ella, hagámonos dignos de su
compañía.
......
Bruno
de Stabenrath, antiguo actor, músico y
guionista tuvo un accidente a los 35 años que cambió su vida. Ha escrito un
libro “Al galope”, sobre su experiencia. En él dice: “Soy
tetrapléjico. Mis piernas no responden y la musculatura de los brazos y los
dedos está muy disminuida. Soy muy dependiente, no puedo mover la silla por la
calle, no puedo cocinar ni vestirme ni atarme los zapatos. Tengo contratadas a
dos personas que se turnan para ayudarme. La mayoría de los tetrapléjicos no
pueden pagar esos salarios y malviven en centros, esperando la muerte. Yo
estuve un año en el hospital, sólo podía mover la cabeza. Me abandonó la
alegría de vivir. Entonces, me puse en contacto con los religiosos de Saint
Jean y volví a recuperar mi oración, porque ya no rezaba. Tengo una devoción
especial a la Virgen María.
Ahora me siento feliz,
porque mi sufrimiento físico no me deja espacio para cuestiones
insignificantes, que antes me consumían. Ahora voy a lo esencial. He aprendido
a despojarme de cualquier ambición, y he tomado conciencia de que Dios me ama”.
......
Roger
Schutz, fundador de la Comunidad de
Taizé, escribió en una carta a los jóvenes: Un día, en Asia, vi a un leproso
levantar los brazos con lo que le quedaba de sus manos y ponerse a cantar estas
palabras: Dios no me ha castigado. Mi enfermedad se ha transformado para mí en
una visita de Dios”. ¡Qué hermoso! ¡Poder cantar y alabar a Dios, a pesar
de los pesares! Por eso, ten presente siempre que la piel se arruga, el pelo se
vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia. Si
extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo, no vivas de recuerdos o fotos
amarillas. Sigue, aunque todos esperen que abandones y te desanimen en el
intento. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti. Haz que, en vez de
lástima, te tengan respeto. Y, cuando por los años no puedas correr, trota;
cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón o la
silla de ruedas, pero nunca te detengas. Nunca digas basta, porque delante de
ti está el infinito de Dios. No seas mediocre. Da lo mejor de ti mismo. Los
demás necesitan de ti para ser felices y Dios, tu Padre, quiere sentirse
orgulloso de ti, su hijo.
JESÚS SANA HOY
No olvides que Jesús sana a los enfermos. Por eso, cuando haya
algún enfermo en tu familia, aparte de acudir al médico, debes preocuparte de
pedir oraciones a todos los que puedas. Muchos enfermos son sanados y muchos
más podrían ser sanados, si sus familiares tuvieran más fe y pidieran
insistentemente a Dios la curación de sus seres queridos. Nunca pierdas la
esperanza de su curación. Y, aunque llegase a fallecer, consuélate con la idea
de que la oración lo llenó de abundantes bendiciones de Dios y lo preparó para
su paso a la eternidad. La oración nunca se pierde y siempre es eficaz, aun
cuando Dios en sus infinitos designios, no nos conceda exactamente lo que
pedimos.
Pero recuerda que Jesús “es el mismo ayer, hoy y por los
siglos” (Heb 13,8) y puede seguir sanando hoy como hace dos mil años.
Veamos algunos textos:
“A todos los que se sentían
mal los curaba” (Mt 8,16).
“Jesús recorría ciudades y
aldeas enseñando, predicando y curando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9,35).
En una ocasión, “vio una gran muchedumbre y se compadeció de
ellos y curó a todos los enfermos” (Mt 14,14).
“Al atardecer, puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y
endemoniados y curó a muchos de diversas enfermedades y echó muchos demonios” (Mc 1,32-34).
“Adondequiera que llegaba, en las aldeas o en las ciudades,
colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar
siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban, quedaban sanos” (Mc 6,56).
“Y Él, imponiendo las manos a cada uno, los curaba” (Lc 4,40).
“Toda la multitud buscaba tocarle, porque salía de Él un poder
que sanaba a todos” (Lc 6,19).
Pues bien, Jesús está vivo y está presente en el sacramento de la
Eucaristía, donde nos espera como un amigo. Y Él sigue sanando hoy.
Veamos un texto bíblico del Antiguo Testamento:
“En aquellos días, se
enfermó el rey Ezequías de una enfermedad mortal y el profeta Isaías le dijo:
Así dice el Señor: Dispón de tu casa, porque vas a morir y no curarás. Ezequías
volvió su rostro cara a la pared y oró diciendo: Oh Señor, acuérdate, te
suplico, de que he andado delante de ti con fidelidad e íntegro corazón y he
hecho lo que era bueno a tus ojos”. Y vino la palabra Dios a Isaías: Vete y
dile a Ezequías: “He oído tu oración y
he visto tus lágrimas. Te voy a añadir 15 años más de vida”.
Dios le concedió 15 años
más de vida, porque se lo pidió. Luego vale la pena pedir y, después,
agradecer. ¡Qué importante es que los médicos y enfermeras oren por sus
enfermos para que Dios los sane! También es muy bueno que los médicos y
enfermeras se encomienden a los ángeles de los pacientes para que los iluminen
y puedan acertar. Y, de manera especial, debemos invocar a san Rafael arcángel,
pues él es, como dice su nombre, Medicina de Dios; como si Dios le
encargara, especialmente, de curar enfermos como curó a Tobías.
Y Jesús sigue sanando
enfermos ¿Por qué no le pides tu sanación o la de tus familiares enfermos?
Recuerda: Muchos enfermos no se sanan, porque sus familiares no rezan. Además,
Dios quiere que tú seas instrumento de su sanación para los enfermos. Y te dice
Jesús: “El que cree en Mí, impondrá las manos sobre los enfermos y éstos
quedarán sanos” (Mc 16,18). ¿Crees tú esto?
Al menos, ora y confía para que veas las maravillas de Dios. Y si
no se sanan físicamente de sus enfermedades corporales, siempre quedarán
sanados de sus enfermedades espirituales, recibiendo abundantes bendiciones,
que les darán más amor y paz para tener alegría en su corazón.
Nunca me olvidaré del viaje que hice a Lourdes en agosto de 1980.
Allí se ven multitudes de peregrinos de todos los países del mundo, que van a
visitar a María en busca de una luz, de una gracia, de la fe o de la salud.
Lourdes es un centro mundial de oración, de conversión y sanación. Cientos de
enfermos se reúnen en las tardes de verano para recibir con esperanza la
bendición de Jesús al paso de la custodia santa con el Santísimo Sacramento.
Algunos son sanados, pero todos son bendecidos y todos vuelven con una nueva
alegría y paz en su corazón.
Al atardecer, en la procesión de las antorchas, rezando el
rosario, se respira un profundo ambiente sobrenatural. Lourdes es un lugar de
paz, de amor y de alegría. Allí se ven enfermos con toda clase de enfermedades,
y María sigue manifestándose a todos como Madre misericordiosa sin importar su
nombre o su nacionalidad. Todos son sus hijos y todos son bien recibidos. Y no
sólo en Lourdes, igualmente ocurre en otros grandes santuarios marianos, donde
parece que Jesús se complace en bendecir a todos los que se acercan a Él por
medio de su Madre. ¡Vale la pena visitar Lourdes, Fátima, Guadalupe, El Pilar,
Medjugorje y tantos otros santuarios de María!
Veamos lo que nos dice en 1903 el premio Nóbel de Medicina Alexis
Carrel en su libro Viaje a Lourdes. Él fue como médico, acompañando una
peregrinación de 300 enfermos, donde encontró la fe, al comprobar por sí mismo,
y ver ante sus ojos la curación milagrosa de una joven de veinte años con
peritonitis tuberculosa. Hablando de ese viaje, dice en tercera persona,
cambiándose el nombre de Carrel por Lerrac: “Su pensamiento se concentró en
María Ferrand (su verdadero nombre era María Bailly, que es la que fue
curada milagrosamente), cuya historia conocía. Una vida de tuberculosa
transcurrida en los hospitales, que pasando de la pleuresía a la peritonitis
tuberculosa, iba a expirar sin haber conocido el encanto de la primavera ni del
amor. Sin embargo, era menos desgraciada de lo que parecía, porque creía en
Cristo y ésa era su esperanza y su único pensamiento... La muerte del creyente
se hace infinitamente dulce, ya que ella le acerca a la Virgen y a Cristo. ¡Qué
extraordinario debía ser el encanto de Jesús, cuando se levantó en el verdor
primaveral de las montañas de Judea a pronunciar el Sermón de la Montaña, para
dar consuelo eterno a los que sufren!
Por la tarde, en la paz del ocaso, los enfermos subían en sus
camillas o en cochecitos de regreso al hospital, entonando cánticos y el Ave
María. Algunos iban andando con el rostro brillante, rodeados de deudos, amigos
y desconocidos, empujados por la atracción todopoderosa del milagro. Eran los
privilegiados, los bienaventurados sobre quienes la Virgen misericordiosa había
posado un instante su mirada. Los demás, los desgraciados, cuyas vísceras
estaban retorcidas por el cáncer, volvían también, pero a las salas del
hospital para seguir sufriendo y, aun así, su aspecto era el de seres felices”.7
Y el milagro ocurrió. Dice: “Eran casi las cuatro de la tarde.
Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el milagro! Aquella muchacha
agonizante poco antes, estaba curada”.8 María Bailly se hizo religiosa de la caridad y murió a los 57 años.
Y Dios sigue haciendo milagros, y sigue sanando los cuerpos y las
almas. Y María sigue intercediendo ante Jesús para obtenernos infinidad de
bendiciones. Invoquemos a María, pidámosle la salud de los enfermos y seamos
para ellos instrumentos de su amor, atendiéndolos con paciencia, cariño y amor.
EL AMIGO DE JESÚS
¿Eres tú amigo de Jesús?
¿Significa algo para ti que Jesús se haya quedado para siempre, como un amigo
cercano, en la Eucaristía? ¿Vas a visitarlo alguna vez? Te voy a contar la
historia de un verdadero amigo de Jesús.
Había una vez un hombre bueno, pero viejo y enfermo llamado José,
que recorría las calles de Lima, pidiendo limosna. Ciertamente, no era un
hombre cualquiera, pues se le notaba una alegría interior especial y siempre
estaba sonriente. Este anciano vivía en un cuartito muy pequeño, donde apenas
tenía su cama y la cocina para calentar su comida. Era extremadamente pobre,
pero, a la vez, era extremadamente humilde y bueno. Todos los días, antes de
salir a trabajar por las calles, iba primero a la iglesia a saludar a su gran
amigo Jesús, su mejor amigo, como él decía. En el momento de la comunión, se
acercaba muy recogido para recibir a Jesús y darle un abrazo fuerte, con el
cariño de un amigo de verdad.
Después, salía contento a
pedir limosna y, cuando llegaba la tarde, revisaba lo que había recibido y
tomaba lo que necesitaba y el resto lo repartía con niños pobres o amigos o
familias necesitadas. Y les decía: Éste es el pan que me ha dado Jesús y que
quiero compartirlo con Uds. Y así lo hacía cada día. No tenía cuenta de
ahorros en el Banco y no quería guardar nada para el día siguiente, prefería
vivir al día, dejando su futuro en las manos de Dios.
Un día, se enfermó y no
podía salir de casa y no tenía para comer. Pero el dueño de la casa, donde
alquilaba su cuartito, le llevó la comida. Al recibirla, le dijo: Gracias,
por traerme el pan de Jesús. Pero él sentía necesidad de otro pan más
saludable, deseaba ardientemente el pan de la comunión. Por eso, envió a un
conocido para decirle al sacerdote que le llevara la comunión, porque quería
recibir el pan de Jesús, que da la vida eterna.
Pocas veces se ven ancianos con tanta fe, a pesar de su pobreza.
Pero aquel viejecito era diferente, necesitaba del pan eucarístico de Jesús más
que del pan de cada día para vivir. ¿Sientes tú necesidad del pan de Dios para
vivir bien? ¿Eres amigo de Jesús Eucaristía? Te contaré otro caso.
El 13 de Enero de 2001 hubo
un terremoto en El Salvador9, el sacerdote claretiano Gonzalo Fernández cuenta:
“En la calzada, protegida por un toldo improvisado encontré a Lidia, una
anciana de 86 años, a la que el terremoto había arrebatado parte de la casa en
la que vivía con su hija y sus nietos… Me sorprendí al ver que Lidia no había
perdido la sonrisa, ni profería palabras contra Dios ni deseaba morirse. Ni
siquiera estaba angustiada por los costes que supondría la reconstrucción de su
vivienda. Tampoco se mostró pedigüeña. La única cosa que me pidió
insistentemente, y que para mí constituyó una grata sorpresa, fue la comunión.
Me dijo con voz estremecida: Sin la comunión somos como los cerdos, no hacemos
otra cosa mas que comer y dormir”.
¿Sientes tú tanta necesidad como ella de la comunión? Otro caso.
El novelista francés Rene Bazin cuenta que, durante la guerra, todos los días
iba a la iglesia y veía a una joven señora que participaba de la misa con gran
recogimiento y una serenidad extraordinaria en el rostro, a pesar de haber
perdido a su esposo y tener a sus hijos prisioneros en un campo de
concentración. Un día, él le preguntó cuál era la razón por la que no perdía su
tranquilidad y ella respondió: “Todos los días comulgo y recibo fuerzas para
las 24 horas siguientes. La fuerza de la comunión me hace superar todas las
dificultades”.
¿Sientes tú necesidad de
recibir a Jesús cada día y darle un abrazo en el momento de la comunión? ¿Eres
un verdadero amigo de Jesús? ¿Vas a visitarlo cada día a la Eucaristía? Jesús
quiere ser tu amigo y siempre te espera. Que seas amigo de Jesús Eucaristía.
TERCERA PARTE
REFLEXIONES Y ORACIONES
En esta última parte, queremos presentar algunas oraciones para
los momentos difíciles de la vida y también algunas reflexiones finales para no
desanimarse ante las pruebas y hacer de nuestra existencia una vida de entrega
y ofrecimiento para los demás. Sufriendo, amando y ofreciendo todo por la
salvación de los demás, encontraremos nuestra propia felicidad y haremos entre todos
un mundo mejor, más cristiano y más feliz. Dios confía en nosotros.
LAS MANOS DE DIOS
Escribía un autor: Cuando
veía a un enfermo que sufría sin consuelo una enfermedad incurable, cuando veía
a un anciano abandonado o a un pobre sin esperanza, me preguntaba: ¿Dónde
está Dios?
Cuando veía a un moribundo en su agonía lleno de dolor, cuando
veía a una esposa traicionada y abandonada o veía niños inocentes, que sufrían
sin que nadie les tuviera compasión, me seguía preguntando: ¿Dónde está
Dios?
Cuando veía mujeres de la
calle, hombres sin compasión, asesinos a sueldo o jóvenes sin ilusión, me tenía
que seguir preguntando: ¿Dónde está Dios? ¿Es que Dios era indiferente
ante la miseria y el dolor humano? ¿Es que no tenía compasión de sus hijos que
sufrían? ¿Es que no le importaba que siguieran sufriendo injustamente y, a
veces, sin fe y sin esperanza?
Un día tuve la osadía de enfrentarme a Dios y decirle: Señor,
¿Por qué permites tanto sufrimiento? ¿Por qué no haces algo para que haya más
amor y más consuelo? ¿Dónde están tus manos para acariciar a tantos que
necesitan consuelo y amor, porque nadie los quiere? ¿Por qué no echas una mano
de ternura a los que más te necesitan, especialmente a los que más sufren?
Después de un largo silencio, escuché una voz en el fondo de mi
alma, que me dejó sin aliento. Él me dijo: Hijo mío, ¿no te das cuenta de
que yo quiero que tú seas mis manos y mis pies, mi corazón y mi alma, y que,
con tu vida y tu amor, lleves alegría y consuelo a los que lo necesitan? Entonces,
comprendí, de un solo golpe, que yo debía ser las MANOS DE DIOS y que, en vez
de criticar a Dios, lo que debía hacer era atreverme a hacer algo con mis manos
por los demás. Sí, me di cuenta de que mis manos estaban sin llenar, que no
habían dado todo lo que debían dar, que no habían consolado ni amado ni
perdonado como debían, ni habían sabido compartir tanto amor que tenía guardado
en mi corazón. Por eso, me propuse, a partir de ese día, repartir a manos
llenas todo lo que Dios me había dado para que, al final de mi vida, pudiera
entregarle mis manos vacías, porque habían entregado todo sin guardarme nada.
Pero también le daría mi corazón lleno de amor y lleno de nombres, de tantas
personas a quienes había ayudado a ser felices.
Señor, ¿quieres mis manos para dar amor
a los pobres y enfermos?
Señor, te doy mis manos.
¿Quieres mis pies para pasar el día,
visitando a los encarcelados,
a los necesitados o a los marginados?
Aquí están mis pies.
¿Quieres mi voz para pasar todo el día hablando
a quienes necesitan palabras de amor?
Aquí está mi voz.
Señor, ¿quieres mi corazón para amar
todo el día y toda la noche
a quienes me rodean?
Aquí está, Señor, mi corazón y mi vida.
¿Quieres mi dolor para seguir salvando
a los hombres?
Aquí está mi dolor y mi alma con todo lo que tengo y todo lo que soy.
EL DÍA EN QUE DIOS SE
EQUIVOCÓ
Recuerdo a un padre de
familia que, hablando de su hijo, un joven de veinte años, que había muerto en
un accidente, decía: “Mi hijo era un joven responsable y buen cristiano. Era
el orgullo de la familia. Todos los que lo conocían, decían que era un muchacho
extraordinario y que tenía mucho futuro por delante. Por eso, no puedo
comprender por qué tuvo que morir en un accidente absurdo, provocado por un
chofer borracho, que invadió la acera por donde caminaba tranquilamente. ¿Por
qué Dios se lo llevó? Creo que ese día Dios se equivocó”.
Muchas personas piensan de
esta manera ante la muerte de sus seres queridos, ante los sufrimientos de
tantos niños inocentes o ante tantos seres humanos maltratados, esclavizados o
asesinados injustamente en el mundo. ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿Es que
Dios se ha olvidado de ellos o simplemente se equivocó? Lo peor es que mucha
gente, al no poder comprender a Dios, no lo quiere perdonar, acusándolo de ser
el “culpable” de todas sus desgracias o de las desgracias de su familia.
Y, para vengarse, ya no quieren rezar ni ir a la iglesia, guardándole rencor en
su corazón. ¿Es que acaso el “castigar” así a Dios lo hará cambiar su
manera de actuar o de pensar? ¿Es que el deseo de darle su “merecido” y
gozarse de una dulce “venganza” los dejaré dormir más tranquilos o
arreglará las cosas?
Y Dios sigue callando y “sufriendo”
la indiferencia y el rechazo de tantos hijos que no lo pueden comprender.
Si ellos fueran Dios, entonces, harían las cosas de distinta manera. Pero
dejemos a Dios ser Dios y no queramos imponerle nuestras opiniones. Dios sabe
lo que hace y “todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28), aunque no
lo entendamos.
Dios ve la cosas desde el
punto de vista de la eternidad y sabe que los pequeños sufrimientos de esta
vida, nos proporcionarán una inmensa alegría y felicidad en el cielo, si
sabemos aceptarlos sin rebelarnos contra Él. Además, nadie tiene derecho a
vivir ni un instante más. Cada momento de vida es un regalo maravilloso, que no
sabemos hasta cuándo durará. Por eso, debemos aprovecharlo al máximo y vivir
con responsabilidad, pues Dios tiene contados todos nuestros días (Sal 39,5).
Dios no se goza con
nuestros males y sufrimientos. Dios también “sufre” con nosotros.
Solamente nos pide paciencia y amor. Al final de cuentas, nadie se “muere” de
infarto ni de accidente ni de enfermedad o de injustas torturas o violencias
ajenas…Todos mueren en el momento en que Dios los llama a cada uno y le dice: “Hijo
mío, ha llegado tu hora, preséntame tus cuentas”. El medio para llamarnos
puede ser un accidente o la violencia de un asesino, pero Dios controla todo y
todo lo permite por nuestro bien. Después de la muerte, ya no habrá más dolor
ni sufrimiento y todo será paz y felicidad. Vale la pena haber vivido y ser
feliz después eternamente. Por eso, demos gracias a Dios por la vida y nunca
nos rebelemos contra sus planes, sino procuremos vivir en plenitud cada
instante de vida que Él nos conceda.
UN NIÑO SUBNORMAL
Quizás has visto, algunas veces, en tu vida pasar a tu lado niños
subnormales. Nunca me olvido de aquel niño subnormal de 15 años, que parecía de
tres años, a quien sus padres tenían escondido en su casa para que nadie
supiera su tragedia, porque creían que ese niño era un castigo de Dios. Pero un
niño, aunque sea subnormal, no es ningún castigo de Dios.
Dice el Papa Juan Pablo II
en la exhortación apostólica Familiaris consortio: “La vida humana, aunque
débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Por eso,
la Iglesia está a favor de la vida”. No hay vidas más valiosas que otras.
Toda vida humana tiene un sentido y un valor en el plan de Dios y todos los
seres humanos tienen los mismos derechos.
Pearl S. Buck, premio Nóbel de literatura de 1938, era madre de
un niño subnormal. Y ella escribió:
“Si hubiese podido conocer previamente que mi hijo iba a ser un
niño subnormal ¿lo habría abortado? La respuesta es NO. Habría elegido la vida
para él. Y esto por dos razones. En primer lugar, me da miedo que el poder de
elección sobre la vida y la muerte esté en manos de un ser humano. Y, en
segundo lugar, porque la vida de este hijo no ha estado desprovista de sentido.
Al contrario, ha traído consuelo a muchas personas y apoyo práctico a muchos
padres de niños subnormales. Ciertamente, lo ha hecho a través de mí, pero sin
él yo no hubiera tenido la oportunidad de aprender a aceptar el sufrimiento y
hacer que esa aceptación sea útil para los otros.
Un niño subnormal tiene
algo que aportar en la vida, incluso a la vida de las personas normales.
Ellos nos dan lección de paciencia, comprensión y misericordia, lecciones que
nosotros necesitamos aprender. Yo quiero agradecer a Dios este regalo que me ha
dado con mi hijo subnormal”.
¿Serías tú también capaz de agradecer a Dios un hijo subnormal
como un verdadero regalo de Dios? ¿O preferirías abortarlo? Piensa que para
Dios no hay vidas sin sentido y estos niños tienen un alma tan grande y hermosa
como la tuya, y quizás más bella, porque son inocentes. Algún día los verás en
el cielo, sanos y normales y, entonces, te quedarás admirado de su alegría y de
su hermosura. Realmente, son niños inocentes con un alma bella, un verdadero
regalo de Dios, que necesitan ser amados, pero que también nos enseñan a amar.
NO TE DESANIMES
¡Qué fácil es ponerse triste ante los acontecimientos adversos de
la vida! ¡Qué fácil es querer morirse, cuando uno tiene una enfermedad
incurable! Somos humanos y buscamos desesperadamente la felicidad en las cosas
de este mundo. Pero Dios tiene sus planes sobre nuestra vida y nos rompe, a
veces, los esquemas y los planes humanos, que habíamos trazado con tanta
ilusión. Pero nunca hay que desanimarse. Dios es siempre un Padre amoroso, que
nos ama y que nos espera a la vuelta del camino, aunque parezca que no nos
escucha o creamos que nos ha castigado. Dios es amor y sigue confiando en
nosotros, a pesar de todo.
Por eso, cuando tengas contratiempos en la vida o enfermedades o
sufrimientos indecibles… sigue caminando, sigue adelante; pide ayuda, pero no
te rindas; ofrece tu dolor, pero no te rebeles. Mira siempre hacia delante,
nunca hacia atrás. Si no puedes trotar, camina; si no puedes caminar, vete en
silla de ruedas; pero no te detengas, sigue siempre ADELANTE.
Carlo Carretto, el gran
escritor italiano, cuenta que, a sus 40 años, soñaba con fundar un convento en
medio de los Alpes y una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida.
Pero él no se desesperó, a pesar de ser un buen alpinista, sino que se fue al
Sáhara, donde escribió libros maravillosos en la soledad y el silencio del
desierto. Y dice: “Lo que parecía una desgracia, un accidente absurdo, Dios
lo transformó en gracia. Dios me obligó a estar quieto, a mí que sólo pensaba
en trabajar y hacer algo. Ahora sé que Dios es demasiado bueno para hacerme
daño y sé que nunca me va a fallar. Pero tuvo que recurrir a dejarme quieto,
aunque fuera cojo, para que pudiera aprender a amarlo con todo mi corazón. Y
ahora le doy las gracias por ello y por mi pierna coja que llevo arrastrando
con un bastón desde hace treinta años”.
Arthur Miller escribió en Después
de la caída: “Soñaba con ser feliz y tener un hijo. Y me nació un niño
mongólico. Yo lo rechazaba, no lo quería. Y, sin embargo, él trataba de subir a
mis rodillas. Me tiraba de la ropa. Entonces pensé: Si pudiera besarlo, quizás
conseguiría dormir. Y me incliné y besé aquel rostro martirizado. Fue terrible
y, sin embargo, lo besé y me sentí contento de hacerlo feliz”.
Por eso, yo te digo que la
vida vale la pena vivirla, aunque sea en silla de ruedas o con graves
limitaciones. Porque, mientras tengas capacidad para pensar y para amar, tu
vida será más preciosa y más valiosa a los ojos de Dios que la de los más
grandes hombres de la tierra, que sólo piensan en divertirse y en cosas
materiales. Tu vida, por más dura que sea, es una vida “divina”, es un regalo
de Dios y debes valorar ese regalo y vivirlo con agradecimiento. Después,
vendrá tu recompensa. No hay mal que dure cien años… Y serás feliz eternamente
con una felicidad inmensa, como jamás podrías imaginar. No te sientas menos que
aquellos que tienen buena salud y muchas cosas materiales. Dios te ama así y tú
debes sentirte orgulloso de ser hijo de Dios y de ser amado de Dios y de amarlo
con todo tu corazón, procurando amar y hacer felices a los demás.
Diles a todos, con tu amor
y el ofrecimiento generoso de tu existencia, con tu dolor y tus limitaciones,
que los amas. Díselo a los que puedas con tu sonrisa, con un GRACIAS sincero
por los servicios que te prestan. Haz sonreír a todos, sonríe a todos. Y no te
olvides que Jesús quiere ser tu amigo y
te espera siempre en la Eucaristía. Vete a visitarlo para agradecerle esta
vida, que te ha regalado, y para decirle que estás dispuesto a vivirla para los
demás.
ARRIÉSGATE A VIVIR
Hay muchas personas que tienen miedo
de arriesgarse.
Si se ríen, creen que van a parecer tontos.
Si lloran, temen parecer unos sentimentales.
Tienen miedo de hacer algo por los demás,
porque no quieren involucrarse
ni meterse en líos.
Pero debes saber que amar es arriesgarse
a no ser correspondido,
Luchar por algo es arriesgarse a fracasar
y vivir es arriesgarse a morir.
Pero, si nunca te arriesgas por nada,
si no te esfuerzas por conseguir un ideal, entonces...
no padecerás insomnio ni preocupaciones
ni sufrirás decepciones y fracasos,
pero tu vida será un continuo fracaso,
porque no hay mayor fracaso
que no hacer nada
y no arriesgarse por nada.
Por eso, te recomiendo que nunca dejes de soñar, pues soñar es el
principio de un sueño hecho realidad. Quizás hubo un momento en que creíste que
tu vida no tenía sentido y que preferías morir a vivir. Quizás pensaste que la
tristeza sería tu compañera eterna y, sin embargo, ahora puedes sentir la
alegría de vivir. Quizás creíste que nunca podrías hacer nada por ti mismo y
que serías un inútil sin remedio, pero ahora te das cuenta de que estabas equivocado
y que has podido hacer muchas cosas con esfuerzo y sacrificio.
Sí, vale la pena seguir viviendo con Dios en el corazón, vale la
pena seguir luchando por un ideal, vale la pena seguir trabajando por conseguir
la meta soñada. Por eso, nunca tires la toalla, nunca te desanimes, nunca bajes
la guardia. Tu Padre Dios, está pendiente de ti y se siente orgulloso de ti.
Sigue adelante, sigue caminando, pues caminar es vivir y mientras hay vida hay
esperanza.
Además, las pruebas de la vida son como peldaños para subir más
arriba, cerca de Dios. Te contaré lo que le sucedió a un niño. Estaba jugando
en un lago con su barquito de papel. De pronto, su barquito empezó a alejarse
de la orilla. Y él, gritando pidió auxilio a un joven que estaba cerca. El
joven cogió unas piedras y las empezó a tirar al barquito, que se tambaleaba
por el ímpetu de las pequeñas olas. El niño creyó que el joven quería hundir su
barquito y que se estaba burlando de él. Pero pronto se dio cuenta de que
ninguna piedra tocaba su barquito y que, en vez de alejarlo, lo acercaban a la
orilla. Pues así nos pasa a nosotros con Dios. Cada prueba o dificultad es como
una piedra en el camino de la vida. Dios no se burla de nosotros, aunque nos
haga temblar un poco, más bien nos está ayudando, pues si sabemos aceptar su
voluntad, las pruebas de la vida nos irán acercando poco a poco más a Él.
Una de las pruebas más difíciles que debes aprender a superar es
el deseo de venganza contra los que te han despreciado u ofendido. Pero no
debes caer en el abismo del odio, que podría envenenar tu vida y dejar para
siempre una nube de tristeza en tu corazón. Libérate de esos sentimientos
negativos, perdona a todos y perdónate a ti mismo. De otro modo, nunca podrás
disfrutar de la paz del corazón y vivirás siempre esclavo de la amargura y del
rencor. Levanta tus ojos al cielo, mira a Jesús clavado en la cruz y perdona...
Perdona sin condiciones. Porque no hay liberación más grande y hermosa que la
que da el perdonar. Sé libre, no te dejes atrapar por el demonio del odio. Sólo
así la alegría de Dios brillará en tu corazón y podrás sonreír de verdad a cada
uno de los que te rodean y decirles de verdad: YO TE AMO.
Otro detalle importante que quiero enseñarte es que aprendas a
mirar los ojos de las personas que amas. Los ojos son las ventanas del alma y,
cuando miras a una persona pura e inocente como los niños, podrás ver en esos
ojos un resplandor de la alegría de Dios. ¿Te imaginas lo hermoso que es mirar
un bello paisaje? Pues la mitad de la belleza del paisaje está en los ojos de
la persona que lo mira. Hay quienes nunca ven la belleza en nada. Hay quienes
pareciera que son ciegos para ver la belleza que Dios ha sembrado en la
naturaleza. Son incapaces de conmoverse ante una puesta de sol, o ante el canto
de un pajarito o ante la sonrisa de un niño. Tales personas son incapaces de
disfrutar la alegría de vivir.
Por eso, tú sé un poco poeta de la vida. Mira las cosas desde el
punto de vista de Dios. Mira el amor que Dios ha puesto en todas sus obras.
Mira el amor que Dios te manifiesta en ese maravilloso amanecer o en ese
pajarito que canta con tanto calor. Pero recuerda siempre que los más
brillantes amaneceres y los paraísos más increíbles se encuentran en los ojos y
en el corazón de las personas que te aman.
Haz la prueba, mira los ojos de un niño puro e inocente, mira los
ojos de tu madre, mira el rostro alegre de un hombre bueno, y encontrarás paz y
alegría para seguir viviendo. Procura ser tú también alegría para los demás y
que ellos vengan a buscar en ti, esos maravillosos mensajes de amor, que Dios
ha dejado sembrados en tus ojos y en tu corazón.
VIVIR ES AMAR
La vida es un regalo de Dios. Un hermoso regalo, que Dios te ha
entregado con amor. Pero debes saber que vivir es amar y amar es vivir. Amar es
vivir para la eternidad y tu vida debe tener una proyección eterna. Sin
embargo, a tu paso por la vida habrás visto mucha gente que vive sin saber por
qué ni para qué; personas confundidas, que no tienen rumbo fijo, que prefieren
morir a vivir. Son personas, cuya vida no tiene sentido. Viven por vivir y,
normalmente, suelen dedicarse a divertirse y a gozar lo más posible como tantos
jóvenes que caen en el abismo de las drogas o en la inutilidad de no querer
esforzarse ni trabajar por nada ni por nadie. Están muertos en vida.
Por eso, recuerda que, sin amor, estarás muerto. Sólo el amor da
vida, mientras que el odio y todo lo que haga daño a los demás, te lleva a la
muerte eterna. Decía muy bien Louis Evely:
Al final, sólo morirán eternamente los que ya estén muertos en vida. Es
decir, aquellos que estaban muertos por dentro, porque habían dejado de amar.
Así que piensa bien: La verdadera muerte no es morir, sino dejar de amar.
El infierno no será más que la continuación de la muerte que han comenzado en
esta vida por no querer hacer el bien ni amar a los demás. Por eso, tú decide
amar, en lugar de odiar, vivir en lugar de morir.
Te recomiendo que mires las flores, observes a los pájaros,
sonrías a los niños inocentes y disfrutes de las bellezas de la naturaleza para
que aprendas a descubrir en ellas el amor de Dios y puedas amar sin condiciones
y sin esperar recompensa de los que te rodean.
En una oportunidad, Leo
Buscaglia, el gran escritor americano, tuvo una entrevista con el Dalai
Lama del Tibet y éste le dijo: Tu mayor deber es ayudar al prójimo. Y, si no
puedes ayudar, por favor, no hagas daño. Muy buena idea, enmarcada dentro
de la mejor doctrina cristiana: Si no puedes hacer el bien a una persona,
por lo menos no le hagas daño. No te vengues, no le guardes rencor, no le
pagues mal por mal. Sé generoso en el perdón y no humilles ni desprecies a
nadie.
Un autor decía que la vida es como un hermoso regalo de
cumpleaños, que Dios nos da. Pero la vida viene envuelta en fascinantes cintas
y papeles de regalo, unos más bellos y brillantes que otros. Algunos, desde el
principio, se rebelan contra su regalo y ni siquiera se toman la molestia de
abrirlo, no se resignan a su suerte, porque no se aceptan a sí mismos... Y, si
lo abren, se sienten decepcionados, al ver que en su vida hay dolor y
sufrimiento, cuando sólo esperaban encontrar amor y belleza. Pero la vida no es
sólo belleza, hay también dolor. Lo bello es cambiar la desesperación en
esperanza y el sufrimiento en amor generoso.
Hermano mío, mira la vida con los ojos de Dios, mira en
profundidad, no te quedes en la superficie, en las apariencias. Toda vida es
maravillosa, hasta la vida de un niño anormal o de una persona discapacitada.
Como diría Saint Exupery en el Principito: Lo esencial es invisible a
los ojos. Y lo esencial de la vida es el alma; y el alma de cualquier ser
humano es un alma hermosa, salida de las manos de Dios sin defectos ni
enmiendas.
Leo Buscaglia en su
libro: “Vivir, amar y aprender” dice: Conocí una mujer, a quien los
médicos le dijeron que le quedaban solamente tres meses de vida. Como todavía
podía caminar, le dije que, en vez de estar sentada, esperando la muerte,
debería aprovechar el tiempo que le quedaba para hacer algo útil. Ella se fue a
un hospital, donde había niños con cáncer. Algunos niños le dijeron con
simplicidad:
- ¿Tú también te vas a morir?
- Sí
- ¿Y tienes miedo?
- Sí
- ¿Por qué tienes miedo, si vas a ver a Dios?
Aquellos niños le enseñaron
a ver la vida con otra perspectiva y se sintió feliz de jugar con ellos y
hacerlos felices. Pero lo más maravilloso fue que el tiempo pasaba y no se
moría. Hasta ahora sigue visitando a los niños, haciéndolos felices. Ya no
tiene miedo a la muerte y espera el momento señalado para ir a ver a Papá Dios.
Sin embargo, tú sufres por
muchos motivos. Puede ser que sufras, porque te oprime la soledad, la
depresión, algún error o pecado cometido, alguna traición de tu ser más
querido, o quizás por tu propia inseguridad. No importa saber cuál es la causa
de tu dolor, lo importante es que hagas algo por los demás, que salgas de ti
mismo y procures hacer felices a los demás para encontrar así tu propia
felicidad. No olvides que vivir es amar y que morir es dejar de amar. Si no
amas a nadie, estás perdido y te estás muriendo en vida.
Además, ¿sabes hasta cuándo
tendrás la oportunidad de seguir viviendo? ¿No? Pues, entonces, aprovecha bien
el tiempo de tu vida. Mira, un profesor de un colegio sufrió un infarto y su
esposa llamó desesperadamente a su hija, que vivía en otra ciudad. Ella se puso
inmediatamente en camino con su coche nuevo y... chocó y murió en el accidente.
En cambio, el papá se recuperó y sigue viviendo. ¿Qué quiere decir esto? Que
nadie sabe el día ni la hora. Nadie tiene la vida comprada y, por eso, debes
vivir en profundidad y con seriedad y responsabilidad hasta el último momento
que Dios te regale. Vive para la eternidad. Vive bien y nunca te arrepentirás.
Vive con amor y ama para seguir viviendo.
SIEMPRE ADELANTE
Si sientes que no puedes
lograr algo,
no te desanimes.
Piensa en el ave, que paja
a paja hace su nido.
Piensa en el sol, que
alumbra
los espacios siderales
hasta llegar a su destino;
en la planta, que lucha por
florecer
a pesar del viento frío;
en la hormiga, que carga un
granito de trigo;
en la roca, que es
perforada
por el constante rocío;
en el niño pequeño, que a
hablar ha aprendido.
Y en Dios que, en su
inmenso amor,
siempre estará contigo.
Y, si alguna vez fracasas
después de haber intentado
algo,
recuerda que haber
fracasado
no significa que eres un
fracasado;
significa que todavía no
has tenido éxito.
Fracaso no significa que no
has logrado nada,
significa que has aprendido
algo.
Fracaso no significa falta
de capacidad,
sino que debes hacer las
cosas
de distinta manera.
Fracaso no significa que
jamás vas a triunfar,
sino que tardarás más en
conseguirlo.
Fracaso, recuérdalo bien,
no significa
que Dios te ha abandonado,
sino que Dios sigue
esperando
y confiando más en ti.
Una vez se organizó una
carrera de ranas, que debían subir a lo más alto de una torre. Al principio,
todas salieron con entusiasmo para alcanzar la meta, pues el premio era
extraordinariamente grande. Pero los espectadores, ya desde que comenzó la
carrera, empezaron a burlarse de ellas y les decían a gritos: Nunca podréis
alcanzar la meta, eso es imposible. ¿Por qué no desistís de vuestro empeño?
Sois unas locas. Nadie podrá jamás alcanzar semejante altura…Y tanto era lo
que se reían y se burlaban que, poco a poco, las corredoras fueron desistiendo
y retirándose, porque llegaron a convencerse de que, realmente, era imposible
llegar a la cima.
Pero una ranita subía y
subía sin importarle lo que decían las otras. Y tanto empeño puso que, al
final, consiguió llegar y conseguir el premio. Todos los espectadores estaban
confundidos, no lo podían creer. Así que los periodistas fueron rápidamente a
hacerle una entrevista y a preguntarle cómo era posible que hubiera alcanzado
algo que parecía realmente un sueño inalcanzable. Y la ranita, sólo decía:
¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? Resulta que era sorda y ella había creído que todos la
estaban animando con sus palabras; cuando, en realidad, era todo lo contrario.
La moraleja es clara:
nuestras palabras, buenas o malas, pueden hacer mucho bien o mucho mal en los
que nos oyen. Es importantísimo dar siempre palabras positivas y palabras de
aliento a los demás. Y, a la vez, hay que hacer oídos sordos a todos aquellos
que creen que nunca podremos realizar nuestros ideales y nuestros sueños.
Así que tú sigue siempre
ADELANTE y nunca bajes la guardia ni tires la toalla, porque Jesús espera mucho
de ti y te necesita para hacer felices a los demás.
CARTA DEL HERMANO ROGER DE
TAIZE
El Hermano Roger escribió
una carta a los jóvenes del mundo en 2003. En ella dice:
“Hay que recordar que el sufrimiento no viene nunca de Dios. Dios
no es el autor del mal, Dios no quiere la angustia humana ni los desórdenes de
la naturaleza ni la violencia de los accidentes ni las guerras. Comparte el
dolor de quien atraviesa la prueba y nos concede consolar a quien conoce el
sufrimiento…
Hemos sido creados para
avanzar hacia el infinito. Por eso, resuenan en nuestros oídos las palabras de
Dios: No te detengas, sigue avanzando, que tu alma viva… Sin embargo, a veces
ocurren cosas inesperadas y vienen los problemas con sus noches oscuras. Pero,
si tenemos la luz de la fe en nuestro corazón, el ir por estos caminos de
oscuridad, lejos de debilitarnos, nos puede construir interiormente. Por eso,
debemos acoger cada día como un hoy de Dios. Él siempre tiene algo que
decirnos. Hermano, busca la paz de tu corazón para que tu vida llegue a ser
bella”.
Sí, la vida puede ser hermosa, cuando tenemos a Dios en el
corazón y ponemos nuestra mirada en Él, que nos mira con amor de Padre. Levanta
tu mirada a lo alto, sonríe a tu Padre Dios. Quizás te está llamando a sufrir
con Jesús en la cruz, quizás te está llamando a su presencia, quizás te está
llamando a una nueva vida espiritual para que des frutos de vida eterna…Avanza,
no te detengas, no temas, vete hacia Él.
Ahora dile a Jesús:
Oh, Jesús, quédate conmigo,
porque te necesito. Soy muy débil y necesito fuerzas para no caer en la
tentación. Quédate conmigo en mis horas de dolor, porque sin Ti no puedo
soportar mis sufrimientos. Quédate conmigo, Señor, porque Tú eres mi luz en la
oscuridad. Quédate conmigo, porque sin Ti no puedo vivir. Tú eres mi alegría y
sin Ti me encuentro triste.
Señor, que siempre pueda
decir: “Aunque pase por un valle de tinieblas no temeré mal alguno, porque Tú
estás conmigo” (Sal 23,4). Quédate
conmigo, porque deseo amarte más y más y estar siempre contigo. Amén.
DILE SÍ A LA VIDA
Gracias, Señor, por mi vida,
porque Tú me amaste
antes de que el primer sol brillara
en los espacios infinitos
y el primer amanecer naciera en el horizonte.
Gracias, porque antes de que el canto
de la primera noche
arrullara las estrellas y antes del primer día
en los billones de años de edad del Universo,
cuando aún no existía la noche,
que mide el tiempo,
ni el sol brillaba en el firmamento azul,
antes de la creación del Universo,
Tú, Dios mío, decidiste crearme.
Gracias, porque en la eternidad del tiempo,
cuando todo era silencio y vacío,
Tú me acariciabas en tu corazón
y soñabas conmigo,
derramando sobre mí tus
bendiciones.
¡Oh, Dios mío! ¡Gracias por mi vida!
¡Bendita sea mi vida! Quiero vivirla en plenitud
y amarte sin descanso para agradecerte
tu infinita bondad.
GRACIAS, Señor, por mi vida y por tu amor.
Ni toda la eternidad será suficiente
para decirte cuánto te amo.
Gracias por los siglos de los siglos. Amén.
VIVE PARA LOS DEMÁS
Tu vida no es algo privado para ti
solo. Tu vida no es una isla, es un archipiélago y todos te necesitan y tú
necesitas a todos. ¿Acaso podrías vivir solo sin contar con nadie más? ¿Acaso
te has dado la vida a ti mismo? ¿Acaso no has necesitado de una madre que te
cuide durante los primeros años de tu vida? Por eso, y por mucho más, debes
pensar que debes amar y ayudar y hacer felices los demás, pues en amar está el
sentido de tu vida. Has sido creado con amor y por amor. Y sólo en el amor
encontrarás la plenitud de la vida. De ahí que debes ayudar a los demás con lo
poco o mucho que eres y tienes. Nunca te sientas tan pequeñito que creas que no
sirves para nada. Piensa:
Si una nota musical dijera:
una nota no hace melodía,
no existiría la sinfonía.
Si una gota de agua dijese:
una gota no hace un riachuelo,
no existiría el océano.
Si un hombre dijera:
yo solo no puedo cambiar el mundo,
no habría ningún acto de justicia
ni de paz en el mundo.
Como la sinfonía necesita de cada nota,
como el océano necesita de cada gota de agua,
como el libro necesita de cada palabra,
así la humanidad entera necesita de ti,
porque tú eres único e insustituible.
Por eso, ¿quieres hacer feliz a alguien? Hazlo hoy, mientras hay
tiempo. ¿Quieres regalar una flor? Regálala hoy, mientras tienes tiempo.
¿Quieres decir a alguien: Te amo? Díselo hoy, que tienes tiempo. ¿Quieres hacer
las paces con quien te ha ofendido? Hazlo hoy y no esperes a mañana. ¿Quieres
dar gracias a alguien? Hazlo hoy, mañana quizás no tengas tiempo. No esperes a
que la gente se muera para quererla y decirle que la quieres, porque no sabes
si tendrás tiempo.
Sonríe, ama, agradece y haz feliz a todos hoy. Así no tendrás que
visitar los cementerios ni llenar las tumbas de flores para agradecer los
favores recibidos, cuando ya sea tarde.
Al comenzar un nuevo día,
debes saber que es un regalo de Dios. Un precioso regalo, de valor indecible y
misterioso. Cada día es único e irremplazable. Cada día tiene su propio sentido
en la historia general de tu vida. Lo que puedes hacer hoy no lo dejes para
mañana. Cada día Dios te encomienda una tarea distinta, aunque pueda parecerte
vieja, porque se parece en todo a la de otros muchos días. Sin embargo, es una
tarea enteramente nueva y única. Llena, pues, este hoy que Dios te regala con
mucho amor. Da paz y alegría a cuantos te rodean, haz felices a todos los que
encuentres en tu camino. Vive con paz y armonía y transmite paz a tu alrededor.
Si esto es así, el día de hoy será un día lleno, un día verdaderamente único e
irreemplazable. Será un día “divino” en la historia de tu vida. Haz, pues, de
este día un regalo lleno de flores y de amor para Dios y para los demás.
Vive el presente con alegría, vive el presente con ilusión. Cuida
el tiempo presente, el aquí y ahora, pues en él vivirás el resto de tu vida.
Libérate de la angustia del futuro. Ponlo en las manos de Dios y sigue cantando
y luchando por un mundo mejor, haciendo felices a los demás.
Una vez, una niñita quería hacer feliz a su padre por el día de
su cumpleaños y, después de pensarlo mucho, decidió envolver una cajita de
cartón vacía con un bonito papel de regalo. Y se lo entregó a su papá con todo
cariño. Su papá, cuando abrió el regalo y vio que la caja estaba vacía, se
quedó extrañado y un poco triste. Pero ella le aclaró: Papá, antes de cerrar
la cajita, la llené de besos para ti.
¡Qué hermoso regalo! ¡Una caja llena de besos para su papá! Pues
bien, nuestro Padre Dios, quiere que nosotros, sus hijos pequeños, también le
demos alegría todos los días y le digamos que lo amamos y le demos muchos besos
y flores de amor. Le podrías decir:
Padre mío, concédeme que
toda mi alma se postre ante tu puerta saludándote. Permíteme que todas mis
canciones junten sus melodías para alegrarte. Que toda mi vida sea un largo
caminar hacia tu eterno cielo, amándote y saludándote a cada paso. Te entrego y
te ofrezco todas las flores del jardín de mi alma y todos los besos de mi
corazón. Te ofrezco mi vida y te ofrezco mi corazón con todo mi amor.
AYUDA A CRISTO EN LOS QUE
SUFREN
La Madre Teresa de Calcuta entregó su vida al cuidado de los más
pobres de entre los pobres. A lo largo de su vida, atendió a millares de
enfermos, moribundos, leprosos y a pobres de toda clase y condición. Para ella
todos los que sufren son, especialmente, el Cristo sufriente en la tierra. Ella
decía: “Los pobres son el cuerpo de Cristo que sufre. Son Cristo mismo”.
Por eso, les enseñaba a sus hermanas a atenderlos como atenderían
al mismo Cristo en persona. Los que sufrían eran como parte de su propia
familia. Decía:
“Mi familia son aquellos a quienes nadie se acerca, porque son
contagiosos y están llenos de microbios
y suciedad. Aquellos que no van a rezar, porque no pueden ir desnudos. Aquellos
que no comen, porque no les quedan fuerzas para hacerlo. Los que se caen
desplomados por las aceras, sabiendo que están para morir y a cuyo lado pasan
los vivos sin volver la mirada atrás. Los que no lloran, porque se les han
agotado ya las lágrimas de tanto sufrir”.
Y enseñaba a sus moribundos a ver a Dios hasta en la muerte que
se acercaba. Les decía: “La muerte no es sino el medio más fácil y más
rápido de volver a Dios. ¡Si tuviéramos fe, si pudiéramos comprender que
venimos de Dios y debemos volver a Él! Morir es volver a Dios, es volver a
casa”.10
La Madre Teresa ayudaba a los pobres y les ayudaba a bien morir.
¿No puedes tú también hacer algo por tantos pobres que sufren? Hay muchos
pequeños detalles que puedes hacer por los demás y así dar un nuevo sentido de
amor a tu vida. Veamos algunos ejemplos de algunos colaboradores de la Madre
Teresa:
“Adjunto un pequeño cheque.
Había decidido comprarme un abrigo para este invierno. Lo he pensado mejor: el
que tengo puede durar todavía uno o dos años. El cheque corresponde al importe
del abrigo, que por ahora no me compro”.
“Soy una telefonista y
remito un giro postal. Es el importe de mis cenas de un mes. He renunciado a la
cena en la pensión, donde me hospedo. Pienso que una persona que, como yo,
gracias a Dios, goza de muy buena salud, puede renunciar tranquilamente a la
cena en beneficio de quienes pasan hambre. Seguiré mandando la misma cantidad
todos los meses”.
“Somos una pareja de
novios. Nos casaremos dentro de un mes. Hemos propuesto a nuestra familia y
amigos que, en lugar de hacernos algún regalo, ya que queremos hacer una boda
íntima y sin despilfarros, nos den en dinero lo equivalente a sus regalos para
ofrecérselo a los pobres de la Madre Teresa”.
“Nosotros somos una familia
normal y podemos comer tres veces al día. Por eso, les he propuesto a mis dos
hijos de 5 y 8 años de compartir nuestro pan con los más pobres. Mi hijo de
ocho años tuvo una idea: renunciar tres veces por semana al postre para darle
el importe a los pobres de la Madre Teresa”.
La señora Josepha Gosselke
de Alemania cuenta el caso de una colaboradora alemana de la Madre Teresa, que,
cuando vio cercana su muerte pidió a sus familiares que no hubiese flores ni
coronas ni gastos supérfluos en su funeral y que, todo lo ahorrado, se lo
diesen a la Madre Teresa. Lo recaudado fue de 833 marcos alemanes.
Y así podríamos seguir
hablando de gestos de amor de muchos niños y adultos en favor de los más
pobres, que deben sufrir, porque, no solamente no tienen lo suficiente para
comer, sino que no tienen ni siquiera para curarse sus enfermedades, pues no
tienen dinero para comprar sus medicinas. Y esos pequeños gestos de amor pueden
revolucionar nuestra vida y darle un nuevo sentido de amor. De la misma manera,
los que sufren, por diferentes enfermedades o miserias de la vida, también
pueden ofrecer sus sufrimientos como gestos de amor a favor de los que no aman
y no creen y viven sin sentido y sin amor en su corazón.
La Madre Teresa con toda su
experiencia en el cuidado de enfermos y moribundos decía: “El dolor es un
don de Dios, es el don más bello que una persona puede recibir. Descubrir el
dolor como un regalo de Dios, viene a ser la más alta sabiduría a que el hombre
puede aspirar. Encontrar a Dios en la cruz, la alegría en el dolor y la
serenidad en las pruebas, nos convierte en corredentores de nuestros hermanos,
identificándonos con el que por nosotros murió en la cruz.
Aceptad el dolor como un regalo de Jesús, soportadlo por amor
a Jesús. El dolor es el beso de Jesús y nos asemeja a Él”.
Por eso solía decir frecuentemente: “Hay que amar hasta que
duela. Hay que amar hasta servir por amor. Porque el amor en acción se hace
servicio a los demás”.
Dile tú ahora a Jesús:
Señor, cuanto tenga hambre, dame alguien
que tenga necesidad de alimento.
Cuando tenga frío, mándame alguien
para que lo caliente.
Cuando tenga desaliento, mándame alguien
a quien tenga que dar ánimos.
Cuando tenga necesidad de comprensión,
mándame alguien que necesite la mía.
Hazme digno de servir a todos.
Y haz que todos encuentren en mí un ángel
que los conforte y los consuele. Amén.
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Cuando está enfermo alguno de nuestros familiares, debemos poner
de nuestra parte todo lo posible para conseguir su salud. Si el plan de Dios es
la salud, acudamos a los médicos y medicinas de acuerdo a nuestras
posibilidades, y pongamos también en juego todas las fuerzas espirituales
posibles. Si la voluntad de Dios es que, a pesar de todos nuestros esfuerzos
humanos y espirituales, siga enfermo, e, incluso, llegue a fallecer, aceptemos
con amor la decisión de Dios, nuestro Padre.
En primer lugar, pidamos oración
a todos los que podamos. Formemos una gran cadena de oración por el
enfermo. Jesús dijo claramente: Pedid y recibiréis. Muchos enfermos se
sanan, si se ora por ellos.
Veamos un caso real:
“El día de su quinto cumpleaños, Federico, el último de
nuestros hijos se vio afectado por una enfermedad gravísima. El diagnóstico no
dejaba lugar a dudas: septicemia meningocócica. A los pocos días, los médicos
nos hicieron entender que su estado era terminal. Nos pusimos a rezar y pedimos
oración a toda la comunidad del movimiento de los focolares. Se inició una gran
cadena de oraciones: con fe, rezando unidos, se puede obtener todo. En pocas
horas, con gran sorpresa del médico de guardia, la situación cambió. A la
mañana siguiente, estaba fuera de peligro, y la jefa de sala nos dijo que le
diésemos las gracias a “Alguien”, porque había sido un milagro”11.
Aparte de la cadena de
oración, acudamos a nuestros antepasados difuntos, que estén ya en el cielo o
en el purgatorio. Ellos, con su intercesión, también pueden hacer mucha fuerza.
Ellos son parte de nuestra familia y están interesados en nuestra felicidad.
Pero también hay algo muy importante, que no debemos olvidar: acudir a todos
los ángeles de nuestra gran familia humana, a los ángeles de todos nuestros
antepasados, presentes y futuros. Los ángeles también son miembros de nuestra
familia y, por eso, también cuidan de nosotros y se preocupan de nuestra
santificación y bienestar.
Si así lo haces, verás maravillas en tu vida y en la de tus
familiares. Y Jesús te sonreirá desde tu corazón y te concederá innumerables
bendiciones, más de las que puedas pedir o imaginar.
PARA REFLEXIONAR
Más se aprende en dos meses
de adversidad
que en diez años de Universidad.
Por ser sufrido y paciente,
no es uno menos valiente.
Quien más padece más
merece.
Cuanto más el hombre
padece,
más la mano de Dios lo
favorece.
Recuerda que el sufrimiento
es el mejor educador de tu vida, porque te enseña a madurar. “El sufrimiento,
decía Anatole France, es el gran maestro de los hombres”. “El hombre a
quien el sufrimiento no educó, siempre será un niño” (N. Tammaseo). Y el
gran sabio Eckard decía que “el caballo más rápido para llegar a la santidad
es el dolor”.
“El sufrimiento es el megáfono que Dios utiliza para despertar
a los sordos” (Lewis).
¿Qué dirás ahora de todos tus dolores? ¿Te consideras como un
prisionero de tus dolores y enfermedades? ¿Crees que eres un castigado por
Dios?
Alguien ha dicho que la enfermedad ofrecida con amor es como “un
estado de perfección”, pues ella es el mejor medio de santificación. De
todos modos, piensa en lo que decía san Francisco de Sales: “Los ángeles nos
envidian, porque sufrimos por Dios. Ellos nunca han sufrido por Él”.
A LOS FAMILIARES
A los familiares de los enfermos o ancianos quisiera decirles
unas palabras de aliento y esperanza. En primer lugar, no se desesperen como
los que no tienen esperanza ni fe en Dios. Deben atender con toda delicadeza y paciencia
a estos familiares necesitados de ayuda y comprensión. Acudan a los médicos,
pero sin olvidarse de que deben orar insistentemente para pedir su salud. Orar
con perseverancia puede hacer milagros, porque Dios siempre escucha nuestra
oración. Pero hay que tener mucha paciencia, sobre todo, cuando son ancianos y
han perdido la memoria o la razón.
Incluso, cuando están en coma, hay que seguir orando con
perseverancia, porque Dios puede hacer milagros o, al menos, puede seguir
bendiciendo abundantemente a estos familiares a través de nuestras oraciones.
Algo también muy importante es acudir al sacerdote, cuando todavía hay tiempo y
son conscientes, para que puedan recibir los sacramentos de la confesión,
comunión y la unción de los enfermos. No dejarlo todo para el último momento,
cuando ya no se dan cuenta de nada.
En los últimos momentos, los familiares deben intensificar sus
oraciones. Si es posible, recen la coronilla del Señor de la misericordia. Para
ello, rezar con el rosario, y en lugar de las Avemarías decir: Por su
dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Y en
lugar de los cinco Padrenuestros, decir: Padre santo, te ofrezco el cuerpo,
sangre, alma y divinidad de Jesucristo en reparación de nuestros pecados y los
del mundo entero. Jesús le prometió a santa Faustina Kowalska: “Si se
reza esta coronilla al lado de un agonizante, Yo me interpondré entre el Padre
y el alma agonizante como Salvador misericordioso” (Diario V,140)
Esos últimos momentos pueden ser decisivos para su salvación.
Pero nunca deseen terminar con su vida “piadosamente”, quitándoles el suero o
el oxígeno. Estén a su lado hasta el último instante y denles amor y esperanza,
tratando de convencerlos para que se confiesen y reciban la comunión, si han estado
alejados de Dios y de la Iglesia.
Uds. deben ser para el anciano o enfermo una luz en su camino,
una esperanza para confiar en la misericordia de Dios y una señal de que Dios
sigue amándolos a pesar de todo.
Y no se olviden de rezar
por su salud. Jesús ha dicho: “El que cree en Mí impondrá las manos sobre
los enfermos y éstos quedarán sanos” (Mc 16,18). Uds. deben ser
instrumentos de Jesús. Recuerden el pasaje evangélico, donde unos familiares le
llevaron un enfermo a Jesús. Dice así: “Vinieron trayéndole un paralítico,
que llevaban entre cuatro… Y viendo Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al
paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados… Levántate, toma tu camilla y
vete a tu casa” (Mc 2,3-11). Dice el Evangelio: “Viendo Jesús la fe de
aquellos hombres”, que eran sus familiares. Si ellos no hubieran tenido fe
en Jesús, nunca se hubiera curado el enfermo. Por eso, acudan a Jesús y oren
por los enfermos de la familia. Pueden decir:
Señor Jesús, te pedimos por N.N. que está enfermo. Bendícelo y
haz que pueda encontrar la salud en su cuerpo y en su alma. Que su fe crezca
cada día y se vaya abriendo a las maravillas de tu amor para que sea testigo de
tu bondad y de tu poder. Jesús, por tus santas llagas y tu santa cruz, por tu
sangre bendita derramada, te pedimos que lo sanes y le des vida en abundancia.
Tú puedes sanarlo como lo hacías con tantos enfermos, cuando estabas en la
tierra. Pon tus manos divinas sobre la parte enferma de su cuerpo
y haz que tu vida divina inunde su corazón y sane su cuerpo.
Envía, Señor, a todos tus ángeles en compañía de san Rafael,
Medicina de Dios, para que oren sobre él y lo
sanen en tu Nombre. Invocamos también a todos nuestros familiares
difuntos, que disfrutan ya de tu felicidad en el cielo y de los que todavía
están en el purgatorio. Unidos a todos nuestros familiares y a todos nuestros
ángeles, en unión con María nuestra Madre, te pedimos que lo sanes y le des tu
santa bendición.
Ven, Espíritu Santo, con tu poder sanador y santificador y
sana su cuerpo y santifica su alma. Amén
En el bendicional oficial de la Iglesia hay también oraciones
para bendecir a los ancianos y enfermos, que pueden ser hechas por sus propios
familiares. Veamos algunas:
Señor Dios Todopoderoso, que has dado a tu hijo una dilatada ancianidad,
te pedimos que le concedas tu bendición para que sienta la dulzura de tu
compañía. Que al recordar su pasado, tu misericordia lo consuele y, al mirar al
futuro, la esperanza lo sostenga.
Señor Dios, Padre misericordioso, que con tu bendición levantas
y fortaleces nuestra frágil condición, mira con bondad a este hijo tuyo, aparta
de él la enfermedad y devuélvele la salud para que, agradecido, bendiga tu
santo Nombre. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Que Jesús el Señor, que pasó haciendo el bien y curando a todos
los enfermos, lo conserve con salud y lo llene de sus bendiciones Amén.
Se le puede hacer la señal de la cruz en la frente en señal de
bendición y se le puede imponer las manos con cariño para manifestarle nuestro
amor y orar espontáneamente con las palabras que Dios ponga en nuestro corazón,
en unión con nuestros ángeles custodios.
CARTA A UN ENFERMO
Querido hermano:
Desde lo más profundo de mi corazón y con toda sinceridad, quiero
decirte GRACIAS por todo lo que sufres y ofreces a Dios por la salvación de los
demás. Tienes derecho a quejarte y a reclamar a Dios y a pedirle
insistentemente la salud. Pero piensa que si, a pesar de poner todos los medios
humanos y espirituales de tu parte, Dios permite que sigas enfermo, debes tomar
tu cruz con cariño entre tus manos y aceptarla sin rebelarte y ofrecerla con
todo tu amor. Sólamente así tu vida será bendecida, sólamente aceptando tu
situación de sufrimiento, podrás salvar al mundo, uniendo tu dolor con el dolor
de Cristo.
Dios y los ángeles están esperando tu respuesta positiva. Tus
antepasados y familiares difuntos, que te miran desde el cielo, esperan mucho
de ti y cuentan contigo para la gran tarea de salvar al mundo y, en especial, a
tus familiares, que tanto te necesitan. Por eso, no debes sentirte un inútil,
que no sirves para nada. Tú eres valioso a los ojos de Dios y de la humanidad
entera. No importa, si algunos no te valoran, no importa si no puedes trabajar
ni ganar dinero. Tú puedes salvar almas para Dios y ser un gran bienhechor de
la humanidad y, concretamente, de tu familia.
Tus hermanos y amigos esperamos mucho de ti. No nos defraudes.
Contamos contigo. Sigue con tu cruz hasta que Dios quiera. Él tiene sus caminos
y te ha escogido a ti para esta gran misión. Mientras tanto, nosotros
seguiremos rezando por tu salud, porque, si está en los planes de Dios darte la
salud, queremos que siempre se cumpla su voluntad. En la salud o en la
enfermedad, en la vida o en la muerte ¡Bendito sea el Nombre de Dios!
Gracias por tu ejemplo y tu amistad. Que Dios te bendiga.
Todos sufrimos.
La diferencia está en que mientras unos sufren sin sentido y sin
esperanza,
otros conocen y aceptan el valor inmenso
del dolor, ofrecido con amor.
ORACIONES
Señor, estoy enfermo; me
siento solo y triste. Quisiera hacer grandes obras por tu amor, recorrer el
mundo y viajar por todos los senderos de la tierra y predicar tu Palabra, pero
estoy enfermo. ¿Es esto lo que Tú quieres para mí? Mi vida transcurre monótona
y fría sin una perspectiva feliz. Parece que ya no hay curación para mí y me
siento acabado. No sirvo para nada y todos me compadecen. Pero no pueden
entender cómo me siento. Me siento incomprendido…
Señor, ¿no te importa que esté enfermo? ¿Quieres que me muera?
Quisiera seguir viviendo para seguir trabajando y haciendo algo también por tu
amor. Pero parece que ya no hay remedio. A veces, me parece que quiero
rebelarme contra tus designios sobre mí. ¡Qué rápido se ha pasado mi vida! Tengo
sólo cincuenta años y me parece que hubiera vivido cien años. Y ahora me estás
esperando para pedirme cuentas.
Señor, mi vida me parece vacía y ya no hay tiempo para
enmendarla. Señor, acógeme en tus brazos, dime que me quieres, dime que me
perdonas más allá de la muerte. Ahora pienso en mi pasado. ¿Para qué malgasté
mis energías juveniles en extrañas y vanas aventuras? ¿De qué me han servido?
Oh Señor, haz que mis últimos días los viva en paz contigo. Te
ofrezco mi vida y te ofrezco mi amor con todo mi dolor y mi inutilidad. También
te ofrezco mi deseo de curación. Ten compasión de mí y dame tu perdón y paz.
Amén.
......
Señor, soy tu hijo y estoy
enfermo. Tengo miedo a morir. No sé qué será de mí. Mi vida esta vacía,
sólamente he pensado durante años en trabajar y trabajar y trabajar… Y me
olvidé de ti. Pensaba que lo único que valía la pena era tener dinero para
poder divertirme. Y ahora ¿de qué me sirve todo mi dinero? ¿Dónde están todos
mis amigos? Señor, dame paciencia, porque a veces me desespero de estar así.
Mis familiares también se sienten tristes con mi situación y no hay ninguna
solución humana. Estoy desahuciado y me rebelo, porque quiero seguir viviendo.
¿Por qué a mí? ¿Por qué?
Señor, no quiero echarte las culpas de todas mis desgracias, pero
quisiera que me des más paciencia y comprensión para todos. Dame tu amor para
amar a los que me aman y agradecerles todo lo que hacen por mí. Señor, gracias
por la vida que me has dado. Prepárame para el último viaje. Te ofrezco mis
limitaciones y mis debilidades, con mi enfermedad y mi dolor. Te entrego mi
corazón, con todo lo que soy y tengo, para amarte siempre. Gracias, Señor, por
tener compasión de mí. Espero verte pronto y ser feliz contigo por toda la
eternidad.
......
Señor, estoy destrozado
interiormente. Ha muerto mi hijo, a quien tanto quería. Ha sido un accidente absurdo. Algo que nunca
debió ocurrir. ¿Por qué, Señor, permitiste que ese joven irresponsable
condujera a alta velocidad y atropellara a mi hijo, que iba tranquilamente por
la carretera? ¿Por qué? Señor, son muchas las preguntas que quisiera hacerte en
este momento, pero sé que ninguna respuesta me podrá devolver otra vez a mi
hijo. Y me siento mal. Y estoy desesperado hasta el punto que me parece que
sería mejor terminar con todo de una vez y suicidarme para irme con él, pero sé
que eso no arreglaría nada. Por eso, quiero seguir viviendo.
Señor, perdóname todos mis pensamientos de odio y de venganza
contra ese joven y su familia. Mi dolor es demasiado grande para poder vivir en
paz. Perdóname y déjame que llore ante ti al caer de la tarde. Señor, dame paz,
necesito paz. Así no puedo seguir viviendo; es demasiado grande mi dolor. Mi
vida ya nunca será la misma. Mi hijo tenía sólo ocho años. Era mi esperanza,
soñaba con un futuro prometedor para él. ¡Era tan bueno y obediente! Era tan
inteligente… Oh Señor, gracias por estos años que me lo has prestado. Gracias,
por mi hijo. Haz que esté feliz contigo en tu reino. Dame tu paz.
......
Señor, acabo de venir del
médico y me ha dicho que tengo un cáncer avanzado. Me lo ha dicho sin
compasión. Yo pensaba que eso nunca me podría ocurrir a mí. Yo creía que eso
sólo le pasaba a los otros. Por eso, hoy me siento derrumbado. Me parece que no
es cierto, que todo es mentira, que estoy soñando. Mi familia tampoco se lo
puede creer. Yo, el hombre fuerte, que nunca tenía una gripe, ahora estoy
destrozado por dentro y con los días contados. ¿Por qué, Señor?
Señor, ¿es posible que tú
quieras esto para mí? ¿Es posible que tú lo hayas dispuesto todo esto para mi
bien? No te entiendo, pero quiero aceptar tu voluntad. Te ofrezco mi cuerpo y
mi alma, te ofrezco mi vida con mi pasado y presente y los días que me queden.
Te ofrezco mi familia y te pido que la cuides, cuando yo me vaya. Señor,
prepárame para estar listo en el momento que tú me llames. Señor, no lo puedo
comprender, pero acepto tu voluntad. Cuento contigo. Confío en Ti. Dame tu paz
y bendice mi vida entera. Gracias por todas las alegrías que me has dado.
Gracias por mi familia y mi fe en ti. Gracias por todo el bien que he podido
hacer por los demás. Gracias, porque creo que mi vida no ha sido en vano y
ahora, al atardecer de mi existencia, puedo decirte: Señor, yo te amo y yo
confío en Ti.
Señor, ayúdame a
ser consciente
de mis propias
limitaciones.
Que sea tan valiente que no
me hunda
ante las inevitables
dificultades de la vida.
Que sea tan humilde que
llegue a descubrir
que sin Ti no soy nada ni
valgo nada.
Haz, Señor, que, cuando el
dolor
llame a mi puerta,
no lo mire nunca como un
castigo
que Tú me envías,
sino como una oportunidad
que me brindas
de poderte demostrar que te
amo de verdad
y que soy consciente de que
Tú me amas
a pesar de todo.
Que el dolor, Señor,
me haga cada vez más
maduro,
que me haga más comprensivo
con los demás,
que me haga más amable y
más humano.
Que, cuando venga el dolor,
lejos de rebelarme contra
Ti,
sepa ofrecértelo y repartir
amor y paz
a todos los que me rodean.
Te había pedido, Señor,
fuerza para triunfar.
Tú me has dado flaqueza
para que aprenda a obedecer
con humildad.
Te había pedido salud
para realizar grandes
empresas.
Me has dado enfermedad
para hacer cosas mejores.
Deseé la riqueza para
llegar a ser dichoso.
Me has dado pobreza para
alcanzar sabiduría.
Quise tener poder
para ser apreciado de los
hombres.
Me concediste debilidad
para que llegara a tener
deseos de Ti.
Pedí una compañera para no
vivir solo.
Me diste un corazón
para que pudiera amar a
todos los hombres.
Anhelaba cosas que pudieran
alegrar mi vida
y me diste vida
para que pudiera gozar de
todas las cosas.
No tengo nada de lo que te
he pedido,
pero he recibido todo lo
que había esperado.
Porque, sin darme cuenta,
mis plegarias han sido
escuchadas
y yo soy, entre todos los
hombres, el más rico.
(Grabado en placa de bronce
en el Instituto
de readaptación de Nueva
York).
......
¿Dónde estás, Señor?
Yo tengo ojos, pero no te
veo.
Yo oigo, pero no te
escucho.
Yo te busco, pero no te
encuentro.
¿Dónde estás, Señor?
- Yo estoy, donde tú no
quieres estar,
donde tú no quieres ver,
donde tú no quieres
escuchar,
donde tú no quieres
perdonar.
Tú no me encuentras,
porque te buscas sólo a ti,
tu estima, tus seguridades,
tus satisfacciones, tus
recompensas.
Tú me encontrarás, cuando
decidas
en no pensar en ti, sino en
Mí.
Porque yo estoy en el
lugar,
donde te he salvado:
EN LA CRUZ.
Allí me encontrarás, allí
encontrarás
mi amor y mi misericordia.
No temas.
Yo te espero y tú conmigo
serás feliz.
......
Señor, me siento inútil y
estorbo en todas partes. Soy un trasto viejo, que no saben qué hacer con él.
Para mis familiares, soy un problema; para las enfermeras, un paciente más;
para los médicos, un número del hospital.
Oigo por mi ventana el bullicio de niños y jóvenes y tengo
envidia. Quisiera trabajar, hacer algo, en una palabra, vivir de verdad, porque
creo que, si esto es vivir, prefiero morir.
Muchos me consideran un parásito, un inútil, porque no valgo para
nada y no puedo hacer nada. Soy como un abandonado de la sociedad. Señor, ¿qué
significado tiene mi vida?
- Hijo mío, tú no estás
solo ni eres un inútil. Tú eres alguien muy importante para mí y puedes
colaborar en la gran empresa de la salvación del mundo ¿Estás dispuesto
ayudarme a salvar a tus hermanos? ¿Quieres unir tus sufrimientos a los de Jesús
para que tengan un valor sobrenatural? ¿Sí? Pues, desde este momento, ya eres
un gran bienhechor de la humanidad y tu vida vale para mí más que la de los más
grandes genios o la de lo más grandes héroes de la humanidad.
......
Señor, ahora que estoy
enfermo,
deja que mi corazón te
busque
y se desahogue contigo.
Desciende con tu amor hasta
mis miedos, mis oscuridades
y mis dudas.
Llena con tu presencia
mis silencios vacíos,
alienta mi esperanza
decaída,
ayúdame a abandonarme en
Ti,
y a ser agradecido en todo
momento.
Señor, ahora que vivo en la
adversidad,
haz que mis ojos no dejen
de mirarte,
pues en la cruz encontraré
fuerzas
para seguir amando más allá
del sufrimiento.
Señor, que tu amor me
inunde
y tu luz me ilumine
para seguir esperando
contra toda esperanza
en este largo camino de mi
enfermedad. Amén.
ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN
POR LA MUERTE DE SU MADRE
Deja, Señor, que mi llanto
fluya
manso y calmante.
¡Sé qué tú sabrás
interpretar mis lágrimas!
Déjame llorar, Señor, a
lágrima viva,
siquiera una hora,
a mi madre recién muerta
ante mis ojos,
a mi madre
que, por tantos y tantos años,
me ha llorado a mí, muerto
entre los vivos…
He cerrado los ojos de mi
madre,
mientras contenía las
lágrimas
en penosísima congoja
interior.
Yo disimulaba también el
lamento dolorido
de mi corazón,
pues sabía que mi madre no
moría del todo.
Estaba seguro de su vida en
la eternidad
por el testimonio diario de
su fe no fingida
y por la fuerza de tu
gracia, Señor.
Pero, a pesar de las
consolaciones de la fe,
me quemaba vivamente la
herida reciente
de esta separación,
acostumbrado como estaba a
la grata presencia de mi madre
y hecha mi alma a la delicia cotidiana
de estar juntos.
Privado de aquel consuelo,
me sentí desgarrado,
como si desapareciera la
seguridad
de mis pasos.
Sentí una hendidura en mi
alma,
pues mi vida y la suya,
fundidas en sentimientos
y con deseos tan unísonos,
se habían hecho una sola...
Ahora nada podía calmar mi
dolor,
ni siquiera las palabras de
los amigos
ni los saludos de quienes
se creían obligados
a acompañarme en aquel
trance,
ni los consuelos de muchos
cristianos
ni las voces de aliento
religioso
ni los pésames, ni el
retiro a la soledad…
Déjame llorar en tu
presencia, Dios mío…
Perdóname el desahogo
de soltar la compuerta
de mis lágrimas represadas
y consentir que fluyan
cuanto quieran…
Te pido, Oh Dios, que mi
madre repose
en tu paz
juntamente con su esposo,
a quien amó enteramente.
De nuevo juntos en tu
paraíso,
reúne a mis padres,
por quienes me trajiste a
la vida.
Que se cumpla lo único que
ella me pidió:
“Ruega por mi alma ante el
altar del Señor”
(Confesiones 9,12,29-33 y
9,13,34-37).
EL DOLOR
¡Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad;
porque pones con amor
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad!
¡Qué triste es mi caminar!
Llevo en el pecho escondido
un gemido de pesar,
y en mis labios un cantar
para esconder mi gemido.
Y es que temiendo, Señor,
que este mundo burlador
se burle de mis pesares,
voy ahogando entre cantares
los ayes de mi dolor.
No quiero que en mi cantar
mi pena se transparente;
quiero sufrir y callar,
no quiero dar a la gente
migajas de mi pesar…
Tú sólo, Dios y Señor,
Tú, que por amor me hieres;
Tú, que con inmenso amor,
pruebas con mayor dolor
a las almas que más
quieres.
Tú sólo lo has de saber;
que sólo quiero contar
mi secreto padecer
a quien lo ha de comprender
y lo puede consolar.
Por eso, Dios y Señor,
por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!
(José María Pemán)
FELICES USTEDES
Jesús llama felices, bienaventurados, dichosos a quienes sufren,
poniendo su confianza y esperanza en Dios. ¿De qué sirve “gozar” y ser “felices”
con la felicidad que da el mundo, si, al final, nos sentimos vacíos y tristes
por no haber cumplido bien nuestra misión? Es preferible aceptar la voluntad de
Dios, que, a veces, permite el sufrimiento en nuestras vidas, y tener la
oportunidad de crecer y madurar más espiritualmente, para poder así gozar y ser
mucho más felices por toda una eternidad. Jesús, en las Bienaventuranzas, que
es como la carta Magna del Evangelio, ilumina la vida de los que sufren,
dándoles una gran esperanza. Su dolor, sea por el motivo que sea, (enfermedad,
vejez, persecución, desprecio…) no quedará sin recompensa, si se acepta con paz
y resignación amorosa.
Dice Jesús:
Felices ustedes los pobres,
porque de ustedes es el
reino de Dios,
Felices ustedes, los que
ahora tienen hambre, porque serán saciados.
Felices los que lloran,
porque reirán.
Felices ustedes, si los
hombres los odian,
los expulsan, los insultan
y los consideran como
delincuentes
a causa del Hijo del
Hombre.
Alégrense en ese momento y
llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande del cielo (Lc 6,
20-23).
Podríamos resumir las
Bienaventuranzas diciendo: “Felices los que sufren por amor a Dios, porque
serán eternamente felices en el cielo”. Lo contrario, sería lo que dice el
profeta Jeremías: “Maldito, infeliz, el hombre que pone su confianza en otro
hombre (y en los placeres del mundo), apartando su corazón de Dios” (Jer
17,5).
Por eso, ustedes que
sufren, levanten su corazón a Dios y acéptenlo todo como venido de sus manos
amorosas de Padre. Realmente, es maravilloso saber que nuestra vida no depende
del azar o de un ciego destino ni del movimiento de las estrellas ni está
sometida a cualquier otra causa impersonal desconocida. Nuestra vida está en
las manos de Dios, que controla hasta los más mínimos detalles y “tiene
contados hasta los pelos de la cabeza” (Lc 12, 7).
Y Dios es bueno, es nuestro
Padre, y quiere nuestra felicidad. Por eso, es exigente y quiere lo mejor para
nosotros. Y sabe muy bien que, con frecuencia, un sufrimiento permitido por Él,
puede ayudarnos a mejorar y a crecer mucho más que cincuenta años de vida
normal y sin problemas de ninguna clase. Por lo cual, el amor de nuestro Padre
Dios permite, a veces, sufrimientos en nuestras vidas, aunque nuestra mente
humana no los pueda comprender. En estos casos, lo único que nos queda es
aceptarlos sin desesperación y decir como Jesús: “que no se haga mi voluntad
sino la tuya” (Mc 14, 36).
El consuelo de que nuestro dolor no es inútil, sino beneficioso
para nosotros y para el mundo entero, nos hace ver la vida y el mundo desde el
punto de vista del amor de Dios, que todo lo controla y lo permite por nuestro
bien. ¡Que Dios sea bendito!
CONCLUSIÓN
Después de haber expuesto algunas ideas sobre el sufrimiento a lo
largo de estas páginas, sólo nos queda darle gracias a Dios por todo el bien
que puedan hacer a aquellos que estén pasando una situación de sufrimiento, sea
por enfermedad o problemas de la vida. No olvidemos que todos, tarde o
temprano, pasaremos por el crisol de sufrimiento, que es parte integrante de la
vida humana.
Lo importante es saber aceptarlo y ofrecerlo a Dios con amor. Y
recordar siempre que, si tenemos amor, lo tenemos todo, porque tenemos a Dios y
nos sentiremos realizados como personas y la alegría de Dios brillará en
nuestro corazón. El amor es lo único realmente importante. No importa, si los
demás nos consideran inútiles o seres de poco valor. Si tenemos amor, somos
inmensamente ricos para ayudar a los demás. Por eso, quisiera decir a cada
enfermo:
No tengas miedo al porvenir, que está en las manos de Dios. No
temas el futuro, que todavía no existe. No te angusties por los defectos que
tienes o por los pecados cometidos en tu pasado. Dios es más grande que todo y
te ama infinitamente y tiene misericordia de ti. Pero, mientras tengas vida, no
te detengas; sigue amando sin cesar. Haz el bien a todos los que puedas y dale
gracias todos los días a tu Padre Dios por el DON INMENSO de la vida. Que tu
vida sea un canto de agradecimiento a Dios por todos los dones recibidos. Vive
para la eternidad y ofrece tu vida por toda la humanidad, especialmente
por la salvación de tu familia.
Si sufres con amor, tienes
un puesto insustituible en el plan de Dios, eres corredentor de la humanidad en
unión con Cristo, eres hermano de Cristo paciente, eres un gran bienhechor de
la humanidad, un auténtico apóstol del reino de Dios y uno de sus hijos
predilectos.
Que Dios te bendiga. Saludos de mi ángel.
Tu hermano y amigo para siempre
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Thierry Gamelin, Camino de curación, Ed Sal Terrae, Santander,
1997
Vuilleumier, l’arte del soffrire, Ed Illaicato, Gubbio, 1969.
Zamboni Doriana, Milagros cotidianos, Ed Ciudad Nueva, Madrid,
2003.
Zichetti Carla, Lettere dal cuore 1 y 2, Ed sorriso francescano,
Genova.
“ Per amarci di piú “ “
“ Ho detto Si “ “
“ La speranza e la gioia, “ “
“ Mi ha chiamato per nome, “ “
“ Nella
luce di Pasqua, “ “
“ La mia vita, “ “ (2003)
El dolor es un
tesoro,
que Dios pone en tus
manos,
para que con él
sirvas
y ames a los demás.
“Tu sufrimiento,
unido al de Cristo,
se transforma en santo
y salvador”
1 comentario:
Mi nombre es Dietricha y han pasado 2 meses desde que el Dr. Maleek me salvó del cáncer de seno en etapa 5. He estado sufriendo de esta enfermedad durante mucho tiempo, mis senos estaban totalmente fuera de forma, tenía dolores en todo el cuerpo. un día vi su contacto en internet cómo salvó a una mujer joven, no tengo otra opción y, además, rápidamente tomé su contacto y lo contuve y él me respondió y me dijo qué hacer y seguí todas sus instrucciones después de eso la cura fue enviado a través de DHL y después de tomar el medicamento, sentí la vida en mi cuerpo nuevamente y me recuperé por completo. Estoy aquí para agradecerles y hacerle saber a la gente que el cáncer se puede curar. Póngase en contacto con él en:
ultimateherbalcure@gmail.com
El contacto de la aplicación es: +2348139565427
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