viernes, 12 de julio de 2013

MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO





MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO

 

 

ÍNDICE GENERAL

 

 

INTRODUCCIÓN........................................................................................2

 

PRIMERA PARTE: EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO


 

La vida. La enfermedad.............................................................................5

Mensajes de Dios. Nuestra Madre la Iglesia............................................9

Carta del Papa Juan Pablo II. Palabras de los santos..........................15

El sufrimiento nos lleva a Dios. Ofrecimiento del dolor.......................20

¿Seres inútiles? Sé agradecido. Aprovecha el tiempo.........................27

Los ancianos. Parábola de las huellas en la arena...............................35

Parábola del hombre servicial. Parábola del juicio final......................42

Jesús es su nombre. Sufrir por los demás............................................46

 

SEGUNDA PARTE: AMOR SANADOR


 

El amor sana. ¿Te amas a ti mismo? Dios te ama................................55

Abandono total. Testimonios. Vidas ejemplares..................................66

Jesús sana hoy. El amigo de Jesús............................................ ........102

 

TERCERA PARTE: REFLEXIONES Y ORACIONES


 

Las manos de Dios. El día en que Dios se equivocó.........................110

Un niño subnormal. Dios responde.....................................................114

No te desanimes. Arriésgate a vivir.....................................................116

Vivir es amar. Siempre adelante...........................................................122

Carta del hermano Roger de Taize. Dile Sí a la vida...........................128

Vive para los demás. Ayuda a Cristo en los que sufren.................... 131

La comunión de los santos. Para reflexionar......................................137

A los familiares. Carta a un enfermo....................................................140

Oraciones. Oración de san Agustín......................................................146

El dolor. Felices ustedes........................................................................157

 

CONCLUSIÓN..........................................................................................161

 

BIBLIOGRAFÍA........................................................................................163

 

 

 


 

MÁS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO



INTRODUCCIÓN

 

    Este libro quiere ser una respuesta de fe para todos aquellos que sienten en su vida la espina del sufrimiento. Para muchos hombres, el sufrimiento es algo absurdo y sin sentido que debe desaparecer de la faz de la tierra. Pero lo cierto es que, mientras exista el hombre, existirá el sufrimiento. Podrán superarse algunas enfermedades, pero vendrán otras. Además, siempre habrá accidentes y hombres malos, que harán daño a los demás. El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. Debemos saber convivir con él y no verlo como un enemigo, sino como un mensajero que llega de parte de Dios para decirnos algo importante. El sufrimiento toca la puerta de nuestra vida y nos habla de nuestra debilidad y de la posibilidad de ofrecerlo con amor para que sea una escalera, que nos acerque más fácilmente a Dios. Nos puede elevar. Nos puede hundir. Depende de nosotros.

 

    ¿Alguna vez el dolor ha llamado con fuerza a la puerta de tu vida? ¿Has sentido alguna vez toda la impotencia de tu ser humano y toda tu debilidad ante un acontecimiento que no puedes evitar? ¿Has sufrido en carne propia la muerte de un ser querido por una enfermedad? ¿O por un accidente? ¿O quizás, porque lo han matado injustamente? ¿Tienes alguna enfermedad incurable o muy grave? ¿Te has rebelado contra Dios? ¿Lo sigues amando, a pesar de todo?

 

    Dios quiere hablarte a través de estas páginas. Léelas con detenimiento y con fe. Sin fe nada tiene sentido y, tu misma vida, no valdría la pena seguir viviéndola. Pero, si crees y amas, te darás cuenta de que ante el sufrimiento nada está definitivamente perdido. Y que Dios te espera como un Padre más allá de la muerte para abrazarte con todo su amor y darte una recompensa eterna de felicidad. Nada está perdido; mientras hay vida, hay esperanza. Pídele a Dios la salud, si estás enfermo; pídele amor y  paz, si estas sufriendo la enfermedad o la muerte de un ser querido. Pero no pierdas la fe y confía en Dios.

 

    Les dedico este libro a todos los que sufren en el cuerpo o en el alma. Que sean amigos de Jesús y encuentren en Él un apoyo en su debilidad y sean capaces de ofrecerle sus sufrimientos con amor por la salvación del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

 

    En esta primera parte, vamos a dar algunas orientaciones para entender el sentido profundo del sufrimiento en el plan de Dios y cómo no es algo absurdo y sin sentido, sino un tesoro, que Dios pone en nuestras manos, si sabemos aceptarlo con amor. Para ello, veremos algunos textos bíblicos, textos del Magisterio  de la Iglesia y lo que dicen algunos santos.

 

LA VIDA

 

    La vida hay que vivirla en una perspectiva de eternidad. Si sólo pensamos en los cuatro días de este mundo, entonces, lo más lógico es que sólo pensemos en divertirnos y gozar de la vida. Pero, al final, habremos perdido nuestro tiempo y nuestra vida. Y ¡qué tristeza se sentirá en el último momento, cuando uno se dé cuenta de haber vivido solamente para este mundo, sin pensar  en la eternidad que nos espera!

 

    Además, el tiempo pasa tan rápidamente que los que ahora son jóvenes, dentro de muy poco tiempo, serán mayores y, en seguida, serán  ancianos. Por eso,  hay que pensar en el más allá, sin descuidar trabajar en el más acá. Pero hay que vivir para la eternidad.

 

Muchos hombres malgastan su vida en placeres y aventuras. Muchos pierden su tiempo en no hacer nada o trabajar tanto que no tienen tiempo ni para pensar. Y quieren ser siempre jóvenes. Pareciera que sólamente los jóvenes tienen derecho a vivir. Porque a los ancianos y a los enfermos se los margina como seres de segunda clase, como si tuvieran menos valor. Pero el valor del ser humano no está en su juventud ni en su dinero ni en su apariencia ni en sus títulos, sino en su corazón. Un hombre, con el corazón lleno de amor, vale inmensamente más que un hombre vacío por dentro, que va sin rumbo y cuya vida no tiene sentido.

 

    Por eso, vive tu vida en plenitud, vive tu vida con ilusión, vive tu vida con amor. La vida es un regalo de Dios, un tesoro que Dios te ha entregado para que puedas crecer en su amor. La vida es como un libro en el que cada día debes escribir las páginas más hermosas. No importa, si estás enfermo en un lecho o si estás en una silla de ruedas, tu vida vale tanto para Dios como la de cualquier ser humano, que camina por la calle y está trabajando todo el día. Tu vida vale tanto como tu amor. Cuanto más amas, más vales para Dios.

 

    Tu vida es de Dios, no lo olvides, y a Dios debe volver. Tu vida sólo tendrá sentido en la medida en que vivas con amor por Dios y para Dios, sólo así te realizarás como persona y serás, de verdad, plenamente feliz.



LA ENFERMEDAD

 

La enfermedad es un tesoro para el que sabe amar. El hombre, que no ha sufrido, no sabe lo que es amar de verdad, porque el sufrimiento es el alma del amor y el amor tiene las raíces en forma de cruz. Cuanto más amas, más capacidad tienes para sufrir por la persona que amas. Y yo te pregunto: ¿Cuánto amas tú a Dios? ¿Cuánto eres capaz de sufrir por Él? ¿Eres capaz de dar tu vida por su amor como los mártires? Cuando el dolor llame a tu puerta, no te rebeles contra Dios, ofréceselo con amor. El sufrimiento con amor es la perla más preciosa que puedes ofrecer a tu Padre Dios.

 

    Por eso, te digo a ti, hermano enfermo; a ti que estás desconcertado ante la injusticia de la vida, a ti que caminas de la mano con el sufrimiento desde tu nacimiento, a ti que te preguntas sobre el sentido de tu vida; a ti que estás cansado de la compasión de los demás y te sientes inútil y deseas morirte para  que todo esto se acabe de una vez. A ti, hermano enfermo, te digo de parte de Dios, que tu vida es preciosa a sus ojos. Él tiene contados hasta los pelos de tu cabeza, como dice Jesús. No te lamentes ni llores amargamente por tu mala suerte. Piensa que “Dios todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28).

 

    Me preguntarás: ¿Por qué Dios me ha castigado de esta manera? ¿Por qué tengo que sufrir esta enfermedad incurable? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué Dios se ha llevado a mis seres queridos? ¿Por qué? ¿Por qué? Y podrías seguir preguntándome muchas más cosas. Yo no puedo responderte. Sólamente Jesucristo, que sufrió más que tú, que es tu Dios y te ama infinitamente, podría responderte.

 

Hermano enfermo, escúchame, quiero hablarte al corazón, con  sinceridad. Una de las penas más grandes que puedes sufrir es tu soledad. Ya sé que los demás no pueden comprender la profundidad de tu dolor interior al sentirte inútil y sin ganas de vivir. Pero Jesús, que ha sufrido más que tú, sí puede entenderte. Acude a Él en este mismo instante y dile que te abra los ojos del alma para que puedas comprender el sentido de tu vida y de tu dolor. Dios tiene para ti una misión especial, que no ha encomendado a ningún otro. Quizás sea una misión poco brillante, quizás sea oculta y oscura a los ojos del mundo, pero no por ello, menos importante. Tú vales infinitamente para Dios. Jesús murió por ti y te ama infinitamente. No te desanimes, no pienses en el suicidio. Mira a lo alto, mira a Jesús clavado en la cruz y dile:

 

Señor, gracias por mi vida. Gracias por haber muerto por mí en la cruz. Gracias por tener un plan maravilloso para mí. Gracias porque a pesar de todas mis rebeldías y de todos mis miedos y rechazos, Tú sigues teniendo paciencia conmigo y me amas a pesar de todo. Gracias, porque me has hecho así. Gracias, Señor. Te ofrezco mi vida y te ofrezco mi amor con todos los besos y flores de mi corazón. Amén.  

 

 

MENSAJES DE DIOS

 

    Dios nuestro Padre nos habla a través de la Biblia para hacernos entender el sentido del dolor y para que no caigamos en la tentación de creer que es un castigo, como creían los antiguos judíos. Cuando Jesús vio al ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego? Contestó Jesús: Ni pecó él ni sus padres, sino para que se manifiesten las obras de Dios en él” (Jn 9,2-3).

 

 

En otra oportunidad, “se presentaron algunos que le contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían, y respondiéndoles dijo: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los otros por haber padecido esto? Yo os digo que no. Y aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13,1-5).

 

    Como vemos, Jesús nos está diciendo que los que mueren por accidente u otras causas violentas, no necesariamente son más culpables que los demás, como si la muerte prematura fuera un castigo de Dios. Más bien, vemos que Jesús, con su vida y con su muerte, nos consigue la salvación para darnos a entender el valor redentor del sufrimiento.

 

    Por eso, san Pablo es capaz de decir: “Me alegro de mis padecimientos por vosotros. Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y, aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20).

 

    Nos dice también: “En cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál 6,14). “Y gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual, me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en los aprietos por Cristo, pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12,9-10). Y: “tengo por cierto que todos los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que se ha manifestado en nosotros” (Rom 8,18).

 

Y sigue diciéndonos: “Todo lo puedo en Aquél (Cristo) que me fortalece” (Fil 4,13). “Sufro, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado” (2 Tim 1,12). El mismo Cristo nos dice claramente: “El que quiera ser mi discípulo que tome su cruz de cada día y me siga” (Lc 9,23). ¿Estás dispuesto a seguir a Cristo con tu propia cruz?

 

Si no puedes soportar tu sufrimiento, mira a Cristo crucificado y lee en Isaías 52,13-53,12:

 

    “Tan desfigurado estaba que no parecía un hombre… Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento… Fue Él quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores… Dios cargó sobre Él los pecados de todos… Fue maltratado y no abrió la boca. Como un cordero fue llevado al matadero y como oveja muda ante los trasquiladores… En la muerte fue igualado a los malhechores, a pesar de no haber cometido maldad alguna y no haber mentira en su boca… Fue contado entre los pecadores, llevando sobre sí los pecados de muchos e intercediendo por los pecadores”.

 

    Ahora lee el Evangelio:

 

“Los que lo custodiaban se burlaban de Él y lo maltrataban” (Lc 22,63). “Lo desnudaron y le pusieron sobre su cabeza una corona de espinas y se burlaban de Él… y escupiéndole le herían con la caña en la cabeza” (Mt 27,29-30).

 

Y tú ¿cuántas veces lo has maltratado y te has burlado de Él y hasta lo has crucificado con tus pecados? Por eso, pídele perdón, míralo crucificado y dale tu consuelo y tu amor. Pero no olvides que tu sufrimiento por sí mismo no vale nada. Solamente vale, cuando lo ofreces con amor y por amor a Dios y a los demás. Por eso, Cristo desde su cruz, te invita a unirte a Él y a ofrecerte con Él por la salvación del mundo. Lo cual no quiere decir que, cuando estés enfermo, no debas ir al médico. Sí, debes poner todo lo posible de tu parte para sanarte, si estás enfermo; pero, cuando sufres a pesar de todo, debes ofrecerlo y no desperdiciar tantas bendiciones que Dios te puede dar a través del sufrimiento aceptado y ofrecido con amor.

 

Tu Padre Dios te dice: “Hijo mío, si estás enfermo, no te impacientes, ruega al Señor y Él te curará. Huye del pecado y purifica tu corazón de toda culpa. Da tus ofrendas… Y llama al médico, porque el Señor lo creó y no lo alejes de ti, pues te es necesario. Hay ocasiones en que logra acertar, porque también él oró al Señor para que le guiara para dar salud y vida al enfermo” (Eclo 38,9-14).

 

    Y, cuando sufras demasiado y ya no puedas soportar tanto dolor, escucha a tu Padre Dios que te dice: “No tengas miedo, yo te llamé por tu nombre y tú me perteneces. Si atraviesas las aguas, yo estaré contigo; si pasas por el fuego, no te quemarás. Porque yo soy Yahvé, tu Dios. Y eres a mis ojos de gran precio, de gran estima y yo te amo mucho. No tengas miedo, porque yo estoy contigo” (Is 43,1-4). O lo que dice Jesús a Jairo, cuando muere su hija: “No tengas miedo, solamente confía en  Mí” (Mc 5,36). Y, en todo momento, Él nos promete alivio y consuelo en nuestro dolor: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré… y daré descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-30).

 

    Acude ahora mismo a Jesús y pídele que cumpla su promesa y te dé su PAZ.

 

Querido Jesús, gracias por escucharme, pero me falta paciencia ante el dolor. A veces, estoy desesperado. Ayúdame, Señor, cuento contigo y confío en Ti. Gracias por tu amor y gracias por tu paz.

 

NUESTRA MADRE LA IGLESIA

 

Veamos lo que nos dice la Iglesia en el Catecismo:

 

“La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan a la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad nos puede hacer entrever la muerte” (Cat 1500).

 

    “La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y de que el reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder de curar, sino también de perdonar los pecados. Vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo. Es el médico que los enfermos necesitan” (Cat 1503).

 

    “Cristo, conmovido por tantos sufrimientos, no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias. Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8,17). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del reino de Dios… Por su pasión y su muerte en cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces, éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora” (Cat 1505).

 

    “La enfermedad… puede hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial, para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él” (Cat 1501). Por eso, suele decirse: Per crucem ad lucem (Por  la cruz a la luz), es decir, por el sufrimiento llegamos a la luz del amor de Dios.

 

Los Padres del concilio Vaticano II en su mensaje al mundo decían a los enfermos:

“Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelar enteramente su misterio. Él lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor. ¡Oh vosotros, que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida. Sois los hermanos de Cristo paciente y con Él, si queréis, salváis al mundo. He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que no estáis solos ni separados ni abandonados ni sois inútiles: sois los llamados por Cristo, sois su viva y transparente imagen. En su nombre os saludamos con amor, os damos las gracias, os aseguramos la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendecimos”.

 

¡Oh cruz gloriosa de Cristo, que nos consiguió la salvación!

¡Oh cruz gloriosa de nuestra vida, que nos ayuda a amar a Dios!

 

 

CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II

 

El Papa Juan Pablo II escribió la carta apostólica “Salvifici doloris” sobre el sentido del sufrimiento el año 1989. En ella nos ilumina el camino para entender lo que es el dolor. Veamos:

 

    “Cristo se acercó al mundo del sufrimiento humano por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Durante su actividad pública, probó no sólo la fatiga, la falta de una casa, la incomprensión, incluso de los más cercanos; pero, sobre todo, fue rodeado cada vez más herméticamente por un círculo de hostilidad y se hicieron cada vez  más palpables los preparativos para quitarlo de entre los vivos… Y Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento consciente de la fuerza salvífica del sufrimiento. Va obediente hacia al Padre; pero, ante todo, está unido al Padre en el amor” (N°16).

 

“Todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo… Parece ser que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo, el hecho de que haya de ser completado sin cesar”  (N°24).

 

    El sufrimiento de Cristo debe ser completado por nuestros propios sufrimientos. Por eso, dice san Pablo: “Suplo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Eso significa que hay que dar una respuesta de amor a Cristo y aceptar los sufrimientos que nos envíe.

 

    Por eso, sigue diciendo el Papa: “El amor es la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo” (No 13). “El hombre que sufre no sólo es útil para los demás, sino que realiza un servicio insustituible… El sufrimiento es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento más que cualquier otra cosa es el que abre el camino a la gracia, que transforma las almas… Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo y pueden compartir este tesoro con los demás… Y la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo” (N°27).

 

“Por eso, recomiendo a quienes ejercen su ministerio pastoral entre los enfermos, que los instruyan sobre el valor del sufrimiento, animándoles a ofrecerlo a Dios por los misioneros. Con tal ofrecimiento, los enfermos se hacen también misioneros… La solemnidad de Pentecostés es celebrada en algunas comunidades como jornada del sufrimiento por las misiones” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, N°78).

 

Pídele a María, la Madre de Jesús y madre nuestra, que te enseñe a  valorar tu sufrimiento. El Papa te dice:

 

    “Con María, la madre de Cristo, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy. Invoquemos a todos los santos, que a lo largo de los siglos fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo. Pidámosles que nos sostengan. Y a vosotros que sufrís, os pedimos que nos ayudéis. A vosotros, que sois débiles, os pedimos que seáis fuente de fortaleza para la Iglesia y para la humanidad” (Salvifici doloris N°31).

 

“Vosotros los enfermos sois la fuerza de la Iglesia… Por eso, renuevo mi unión espiritual con vosotros. Esa unión espiritual, que me une a cada hombre clavado en el lecho de un hospital, a quien está limitado a su silla de ruedas o a cualquiera que lleve la cruz del dolor. Me uno a todos vosotros y os pido que hagáis uso salvífico de la cruz, que es parte de vuestra vida. Pedid fuerza espiritual para llevarla con paciencia para que no perdáis el coraje y podáis aliviar a otros con vuestra oración y vuestro sacrificio” (Juan Pablo II, 1 de Julio de 1979, en san Giovanni Rotondo).

 

En resumen, podemos decir con el concilio Vaticano II: “En Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte” (GS 22).

 

    Sin Él nada tienen sentido y el sufrimiento parece un absurdo, que oscurece la vida y quita la alegría de vivir, como si Dios fuera el culpable de nuestras desdichas.

Pero con Cristo, todo se ilumina con un nuevo resplandor y el dolor es como un fuego que purifica el oro de nuestro corazón.

 

 

PALABRAS DE LOS SANTOS

 

    “Si tienes una enfermedad di: Dios me quiere decir algo a través de esta enfermedad” (san Felipe Neri).

    “Señor, no deseo ni curar ni estar enfermo, quiero únicamente lo que Tú quieras” (san Alfonso María de Ligorio). 

    “No quiero escoger la manera de servir a mi Dios. En la salud, le serviré trabajando; en la enfermedad, le serviré sufriendo. A Él corresponde elegir lo que más le agrade” (san Francisco de Sales).

    “La cruz es el regalo que Dios hace a sus amigos” (Cura de Ars).

    “No hay mejor madera para encender y conservar el amor de Dios que la de la cruz” (san Ignacio de Loyola).

    “Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero, inmolarme junto a Jesús por los pecados de mis hermanos… Soy un hombre que sufre… Dios me quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden…Me siento tan unido a la voluntad de Dios que, cuando sufro, dejo de sufrir, al comprender que Él lo quiere así… Siento una alegría inmensa de poder sufrir por Jesús como no lo hubiera podido imaginar”  (Beato Rafael).

    “Aunque no lo comprendas, debes aceptar lo dispuesto por un Padre tan sabio y que tanto te ama, aunque te duela” (san Basilio).

“La gracia de las gracias, el mayor favor que me ha otorgado Dios, por intercesión  de María, es sufrir mucho por Él”  (san Juan Eudes).

“Más agradas a Dios, sometiéndote a su voluntad en la enfermedad, que haciendo muchas y grandes obras, teniendo buena salud” (san Juan Crisóstomo).

“El Sagrado Corazón de Jesús está más cerca de ti, cuando sufres, que cuando gozas” (santa Margarita María de Alacoque).

“Las enfermedades llevadas con paciencia, afligen el cuerpo, pero enriquecen el alma” (san Juan de Ávila).

“Mejor se sirve al buen Dios, sufriendo que obrando” (san Francisco de Sales).

    “Sufrir amando es la dicha más pura”. “No pierdas ninguna de las espinas que encuentres cada día. Con una de ellas puedes salvar un alma. Si supieras cuánto es ofendido Dios…Ámale hasta la locura por todos los que no le aman” (santa Teresita).

 

“Vuestra soy, para Vos nací,

¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida.

Dad salud o enfermedad,

honra o deshonra me dad.

Dadme guerra o paz cumplida,

Que a todo diré que sí.

¿Qué queréis hacer por mí?”

                                                                        

(Santa Teresa de Jesús).

 

 

 

 

EL SUFRIMIENTO NOS LLEVA A DIOS

 

    Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que cuidar… Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo muchos problemas que resolver  y muchos planes que realizar. Pareciera que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.

 

Algunos gritan, diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.

 

    Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no sirve para “nada” y que, al morir, se sienta vacío por dentro por haber desperdiciado su vida. Pero si ama y  ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará plena de sentido y se realizará como persona y será feliz.

 

    Decía Nicolás Wolterstorff: “Dios es amor y nos ama. Por eso, “sufre” al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia humana”.

 

    Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de esterilidad, por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los visitó un ángel de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo concedió.

 

    Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que existió en toda la comarca.

 

¿Por qué? Porque el sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: “quien no sabe de dolores, no sabe de amores”.

 

   

 

El sufrimiento es un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.

 

    Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio, probablemente estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido alguna enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en el amor.

 

    Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos, tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la salvación del mundo.

 

En 1928 Margarita Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.

 

También existe la Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote Henry François en Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o minusválidos para fomentar la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a aceptar su dolor y ofrecerlo por la salvación del mundo.

 

 

OFRECIMIENTO DEL DOLOR

 

    El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio y no buscar siempre el placer por el placer.

 

    Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía a Lucía: “Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas” (13 de agosto de 1917).

 

Este espíritu de sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: “Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores”.

 

    Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran valor redentor en unión con los méritos de Jesús.

Por eso, debemos pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.

 

    Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás Dios podía haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún familiar actual que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del tiempo o del espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero porque no han tenido familiares generosos, que los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y a tu familia!

 

No puedes imaginar todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.

 

Cuando tengas mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en unión con Jesús.

 

Nos los dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:

 

“Si sufres mucho y tu sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa, Jesús, ahora como entonces, no trabaja  ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo”.

 

    Por eso, decía Susana Fouché: “Yo he tomado mis dolores en mis manos como un instrumento de trabajo para la salvación del mundo”. ¿Estás tú también dispuesto a ofrecer tu vida por la salvación de tus hermanos? Jesús está esperando tu respuesta y cuenta contigo. No lo defraudes. Jesús podría decirte:

 

 

 

“Yo soy tu Dios y pienso en ti. Dispongo todas las cosas para tu bien, aunque no lo comprendas. Acepta con serenidad y paz todo lo que disponga para ti y ofréceme con amor tus sufrimientos. Sólo así podremos estar unidos y tener un solo corazón. Si experimentas cansancio, échate en mis brazos. Si estás triste, ven a Mí y duérmete tranquilo entre mis brazos.

 

Hijo mío, ayer por la mañana te vi triste y pensé  que querías hablar conmigo. Al llegar la tarde, te di una hermosa puesta de sol y esperé, pero nada… Te vi dormir en la noche y te envié rayos de luna para besar tu frente y esperé hasta la mañana; pero tú, con tu prisa, tampoco me hablaste. Entonces, tus lagrimas se mezclaron con las mías que caían con la lluvia del día. Hoy sigues triste y quisiera consolarte con mis rayos de sol, con mi cielo azul, con mis hermosas flores. Quisiera gritarte que te amo, que no tengas miedo de acercarte a Mí para pedirme ayuda, que me dejes entrar en tu corazón y que me entregues todo el peso de tus problemas y todo lo que te hace sufrir.

 

¿No escuchas mi voz en el fondo de tu alma? Ya sé que estás muy ocupado, puedo seguir esperándote, porque te amo. Pero no olvides que te espero, porque quiero verte  contento y feliz”.

 

 

¿SERES INÚTILES?

 

Una de las cosas que más hace sufrir a los enfermos es sentirse inútiles. Nadie los valora y, más bien, los marginan, como seres de segunda clase, que no dan más que problemas. Pero debemos estar convencidos de que los que sufren y aman, no son seres inútiles, sino, por el contrario, seres valiosísimos para el plan de salvación de Dios sobre el mundo. Veamos lo que decía santa Faustina Kowalska:

 

    “En un alma que sufre, debemos ver a Jesús crucificado y no un parásito o una carga para la Congregación. Un alma que sufre, resignada a la voluntad de Dios, atrae más bendiciones divinas para el convento que todas las hermanas que trabajan. ¡Pobre aquella casa que no tiene hermanas enfermas! Dios, a veces, concede muchas y grandes gracias en atención a las almas que sufren y aleja muchos castigos, únicamente en consideración de las almas que sufren. Para conocer si en una casa religiosa florece el amor de Dios, basta preguntar cómo son tratados los enfermos, los inválidos y los ancianos” (Diario, día 6 de septiembre de 1937).

 

    Y esto que dice de las casas religiosas, lo podemos aplicar igualmente a las casas de nuestras familias. En nuestros hogares ¿saben valorar y amar a los enfermos? ¿Cómo son tratados? ¿Los ven como seres inútiles, que sólo dan problemas? ¿Desean su muerte con la excusa de que no “sufran” más? Además, tú y yo podemos estar enfermos en cualquier momento. Por eso, atiende con amor a los enfermos y prepárate para la prueba, que vendrá, tarde o temprano.

 

Santa Teresita de Lisieux decía: Sufrir pasa, pero haber sufrido queda. Y ¡qué hermoso pensar que, con el sufrimiento, hemos conseguido tantos méritos para la salvación de nuestros hermanos del mundo entero!

 

 

SÉ AGRADECIDO

 

Cuando nos hablan de alguien, lo primero que solemos preguntar es sobre cómo vive. ¿Es pobre o rico? ¿Es profesional? ¿Tiene buen trabajo? ¿Gana mucho? ¿Tiene buena casa, buen coche, buena presencia?

 

Si tiene mucho dinero y es joven y guapo, entonces, decimos que es una persona importante y lo admiramos. Quisiéramos ser como él. Creemos que debe ser muy feliz y sentimos envidia por todo lo que tiene y por todo lo que puede disfrutar de los placeres de la vida. Pero ¿será realmente feliz? ¿Acaso la felicidad está en tener y tener cosas materiales?

 

    Por ello, para conocer bien a una persona, más que preguntar sobre su nivel económico, sus cosas materiales y su presencia exterior, deberíamos preguntar cómo es su corazón. ¿Tiene un buen corazón? ¿Es humilde y sencillo? ¿Ama sinceramente a los demás? ¿Es comprensible y amable? ¿Ama a Dios con todo su corazón? Porque lo único importante en la vida es el amor. El amor es lo que da sentido a la vida. Hay que vivir con amor y acumular un tesoro de amor, que nos sirva para la vida eterna. Hay que vivir para la eternidad. Porque, en la tarde la vida, nos examinarán sobre el amor y en la tarde de la vida sólo queda el amor.

 

    Y tú, ¿amas de verdad a los demás? ¿Eres realmente feliz o sientes envidia de los que tienen mas que tú? ¿Le das más importancia a las cosas materiales o a las espirituales? ¿Cuánto tiempo dedicas al cuidado de tu cuerpo y al cuidado de tu alma? ¿Hablas con Dios todos los días? ¿Eres agradecido por todos los dones recibidos? ¿O te sientes triste, porque eres pobre, viejo o enfermo, y nadie te hace caso?

 

    Cuando digan con lástima de ti: ¡Pobre enfermo! ¡Pobre viejo! Levanta la cabeza y di con entusiasmo y convencimiento: Mi cuerpo está viejo y enfermo, pero mi corazón está joven y lleno de amor, porque está lleno de Dios. Por ello, le doy gracias por mi vida pasada y por todo lo que soy y tengo.

 

Sí, Señor, gracias por todo.

Gracias, porque es maravilloso

tener los brazos abiertos,

cuando hay tantos mutilados.

Mis ojos ven, cuando hay tantos sin luz.

Mi voz canta,

cuando hay tantos que enmudecen.

Mis manos trabajan,

cuando hay tantos que mendigan.

Es maravilloso volver a casa,

cuando hay tantos que no tienen a dónde ir.

Es maravilloso amar, vivir, sonreír y soñar,

cuando hay tantos que lloran,

tantos que se odian y se revuelven en pesadillas,

y tantos que mueren antes de nacer.

Es maravilloso tener un Dios en quien creer, cuando hay tantos

que no tienen consuelo ni tampoco fe.

Es maravilloso, Señor, sobre todo,

tener tan poco que pedir

y tanto que agradecerte.

Gracias, Señor, por ser como soy. Gracias.

 

 

APROVECHA EL TIEMPO

 

Hay muchos enfermos que no están tan enfermos que no puedan hacer nada por los demás. ¡Hay tanto que se puede hacer! Sobre todo orar y amar. Cuando el obispo vietnamita Nguyen Van Thuan estaba prisionero de los comunistas de su país, quería hacer algo, aparte de orar y ofrecer su sufrimientos. Quería hacer algo útil y empezó a escribir. Dice él:

 

    “Un día le dije a un niño católico de siete años, Quang, que venía a la prisión: Dile a tu madre que me compre todos los blocs viejos de calendarios. Quang me trajo los calendarios y todas las noches escribía a mis feligreses mensajes desde la prisión. Cada mañana, venía el niño a recoger las hojas y llevárselas a casa para que sus hermanos y hermanas copiaran el mensaje y los hicieran llegar a otros. Así nació el libro “Camino de la esperanza”, que se ha publicado en once lenguas.

    Cuando salí de la cárcel en 1989, recibí una carta de la Madre Teresa de Calcuta en la que me decía: Lo que importa no es el número de nuestras actividades, sino la intensidad de amor que ponemos en ellas.

    Durante los 13 años que estuve preso, hubo períodos en que no podía rezar, experimentaba el abismo de mi debilidad física y mental. Más de una vez, he gritado como Jesús en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Pero Dios no me abandonó.          

    En la cárcel procuraba aprovechar el tiempo. A veces, enseñaba a los mismos policías hasta latín. Un día,  uno de ellos me dijo: ¿Puede enseñarme un canto latino?

-   Sí, pero hay muchos a cual más hermoso.

-   Usted cante y yo escucho y elijo.

Canté el Ave maris Stella, Salve Mater, Veni Creator…

Y él eligió el Veni Creator Spiritus.

    Nunca podría haber imaginado que un policía ateo pudiera aprenderse de memoria todo este himno y, menos aún, que se pusiera a cantarlo todas las mañanas, hacia las siete, cuando bajaba la escalera para hacer gimnasia y bañarse en el jardín… Al principio, estaba muy sorprendido, pero, poco a poco, me di cuenta de que era el Espíritu Santo, quien se servía de un policía comunista para ayudar a un obispo preso a rezar, cuando estaba tan débil y enfermo y deprimido que no podía hacerlo. Sólo un policía podía cantar en voz alta el Veni Creator”.

 

¡Cuánto se puede hacer por los demás, a pesar de estar enfermos o desvalidos! ¡Dios es realmente maravilloso y tiene caminos incomprensibles para nuestra mentalidad occidental y materialista! El sufrimiento y la muerte, ofrecidos al Señor, son las mejores medicinas para salvar al mundo. Eso es lo que pasó en cierto lugar de Africa. Nos lo cuenta el mismo obispo Nguyen Van Thuan: “En Bagamayo, puerto del este de Tanzania, donde desembarcaron los primeros misioneros, visité el viejo cementerio de los Padres Espiritanos, cerca de un baobab, árbol colosal de África. Todos habían muerto jóvenes. El más viejo había llegado a los 39 años”.

 

    Pero aquel pueblo se convirtió; pues, como decía Tertuliano, en el siglo III: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Su sangre y sus sufrimientos no fueron en vano. Nuestros sufrimientos y nuestra muerte no serán en vano, si los ofrecemos al Señor, aunque no tengamos algo más que ofrecerle, pero hagámoslo con amor y por amor.

 

Sin embargo, como decíamos al principio, se puede aprovechar el tiempo, haciendo muchas cosas sencillas, aunque estemos limitados por la enfermedad. Un anciano o un enfermo, que no necesite guardar cama, puede escribir cosas bellas, pintar, aconsejar, quizás limpiar y cocinar en su casa o cuidar a los niños o dar charlas u otras muchas cosas, de acuerdo a su capacidad y cualidades personales. Lo importante es que no se rinda y no se quede en un pesimismo paralizante, sino que, mientras tenga vida, trate de vivir para los demás y hacer algo para los demás, aunque sólo sea, en los casos más extremos, orar, amar y ofrecer su vida y su dolor. Así que aprovecha el tiempo, porque el tiempo es oro y es un tesoro que Dios pone en tus manos y, si lo pierdes, nunca jamás lo recobrarás.

 

Como decía Gabriela Mistral:

 

Toda la Providencia es un anhelo de servir.

Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.

Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;

donde hay un error que enmendar,

enmiéndalo tú;

donde hay un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra,

el odio de los corazones

y las dificultades del problema.

¡Qué triste sería el mundo,

si todo en él estuviera hecho;

si no hubiera un rosal que plantar,

una empresa que emprender!

No caigas en el error,

de pensar que sólo se hacen méritos

con los grandes trabajos.

Hay pequeños servicios: arreglar una mesa,

ordenar unos libros, peinar a una niña.

Servir no es una tarea de seres inferiores.

Dios sirve. Pudiera llamarse: El que sirve.

Y tiene sus ojos en nuestras manos.

Y nos pregunta cada día:

¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol?

¿A tu hermano? ¿A tu madre?

 

 

Recuerda siempre el caso de una mujer judía que después de una vida azarosa, a los setenta años, en 1979, estrenó su primera pieza musical, una sinfonía en cuatro movimientos que los críticos consideraron como una verdadera obra de arte. Desde entonces hasta su muerte a los 90 años, trabajó sin parar, desarrollando sus cualidades musicales y ofreciendo al mundo obras inmortales, que muchos hubieran creído imposible de crear a su edad. Ella es Minna Keal, una gran mujer.

 

 

LOS ANCIANOS

 

A lo largo de mi vida sacerdotal he visitado muchas veces a los ancianos en sus casas. Una de las cosas que más me ha llamado la atención es que, en muchos casos, sufren más por la soledad en que viven, que por sus propias enfermedades. Se sienten tristes, porque sus propios hijos no los valoran y los relegan al último rincón, donde los debe atender la empleada de la casa. En otros casos, los llevan al asilo, porque “no pueden” atenderlos en sus casas, porque están “demasiado ocupados” con otras cosas que, supuestamente, son más importantes, o quizás, para que no les compliquen la vida a la hora de ir de viaje o salir de vacaciones.

 

    Sin embargo, los ancianos estarían felices de vivir con sus hijos y poder disfrutar de la compañía de sus nietos, a quienes podrían cuidar y educar. No olvidemos que los ancianos son ricos en sabiduría y experiencia. Ellos son la memoria de la familia. Y, si una familia pierde la memoria y pierde su identidad, ¿qué familia será?

 

    Se dan casos, cuando están ya muy enfermos, en que sus familiares buscan la manera de acabar “piadosamente” con ellos, y con la teoría de que no tengan tanto que sufrir, arreglan las cosas con el médico para quitarles el oxígeno o ver alguna manera “piadosa” de terminar con su vida. En una sociedad consumista y materialista, donde Dios no tiene cabida, ¡qué fácil es pensar que lo únicos que valen son los jóvenes, sanos y con dinero!

 

Y, de esta manera, al prescindir de los ancianos, las familias pierden su identidad, la memoria de su pasado y la riqueza de la experiencia, que los ancianos pueden aportar a las generaciones más jóvenes.

 

Al no ser valorados, después de haber sacrificado toda su vida a favor de sus hijos, los ancianos se sienten solos y tristes. Su ancianidad parece que fuera una noche oscura. Por eso, deben levantar el corazón a Dios para que la alegría de la fe pueble de estrellas la noche de su vida y puedan sonreír y afrontar la vejez con dignidad. Un anciano puede ser viejo en años, pero joven de espíritu, cuando ama a Dios y a los demás. Lo importante es ser jóvenes de corazón, aunque el cuerpo se vaya debilitando día a día.

 

Ser viejo no significa ser inútil. Ser anciano quiere decir recoger los recuerdos y experiencias de la vida para ofrecer sus mejores frutos a las generaciones posteriores. El bien hecho permanece para siempre, aunque nadie lo haya visto y pasen millones de años. Además, no todo pasa con el correr de los años. El saber acumulado y el amor no pasan nunca. Por eso, cuando muere un anciano con mucha experiencia y que ha amado a manos llenas, es como si se incendiase una biblioteca o como si se incendiase una catedral. Por tanto, ante un anciano bueno y sabio, respeta sus canas y aprovecha tanta sabiduría y tanta belleza espiritual, ahora que todavía está a tu lado.

 

El Papa Juan Pablo II en su carta a los ancianos les decía: “Los ancianos nos ayudan a ver los acontecimientos terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes de la vida los han hecho expertos y maduros. Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente…

 

    La ancianidad es un tiempo para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso. Es un período que se ha de utilizar de modo creativo con vistas a profundizar en la vida espiritual, mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una dedicación a los hermanos en la caridad. Personalmente, a pesar de las limitaciones que me han sobrevenido con la edad, conservo el gusto por la vida. Doy gracias al Señor por ello. Es hermoso poderse gastar hasta el final por la causa del Reino de Dios. Al mismo tiempo, encuentro una gran paz, al pensar en el momento en que el Señor me llame: ¡de vida a vida!” (1-10-1999).

 

    La tercera edad es muy hermosa. Nada hay en ella de inútil y, si sólo podemos hacer pequeñas cosas, para Dios nada es pequeño, porque, cuando hay mucho amor, Dios está ahí para hacernos inmensamente felices. Y se pasea con nosotros por los caminos de la vida.

 

    ¡Qué hermoso es poder ser conscientes del gran valor de la vida y vivir con entusiasmo y amor hasta el instante final! Así vivía también su ancianidad el gran poeta hindú Tagore, que, en su Poema de despedida, dice:

 

“Es hora de partir, hermanos míos, hermanas mías. Ya he devuelto la llave de mi puerta. Hemos sido vecinos mucho tiempo y recibí de vosotros más de lo que puedo daros. Ya se va poniendo el día y se ha apagado la lámpara, que iluminaba mi rincón oscuro. Ya oigo la orden de partir y estoy pronto para emprender el camino. Adiós”.

 

Paul Claudel escribía:

 

¿Acaso vivir es el fin de la vida?

¿Acaso vamos a permanecer eternamente

sobre la tierra?

Lo importante es amar.

Aquí está la dicha,  la gracia,

el sentido de la vida y la eterna juventud.

¿Qué vale el mundo comparado con la vida?

¿Y para qué sirve la vida sino para darla?

Por eso, no te atormentes tanto,

cuando es algo tan simple, amar y obedecer.

 

    Y el gran poeta y sacerdote español José Luis Martín Descalzo escribía:

 

Morir es sólo morir.

Morir se acaba.

Morir es una hoguera fugitiva.

Es cruzar una puerta

y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas,

ver al Amor sin enigmas ni espejos,

tener la paz, la luz, la casa juntas

y hallar, dejando los dolores lejos,

la noche-luz tras tanta noche oscura.

 

Y ahora veamos lo que decía un anciano de 80 años:

 

Bendito sea el que es capaz de comprender

que me tiembla el pulso

y que mis pasos son lentos y vacilantes.

Bendito el que se acuerda de que mis oídos

ya no oyen bien

y que, a veces, no entiendo todo.

Bendito el que sabe que mis ojos ya no ven bien, y no se impacienta,

si se me cae algo de la mano y se rompe.

Bendito el que no se avergüenza

de mi torpeza al comer

y me hace un lugar en la mesa familiar.

Bendito el que me escucha

aunque le cuente mil veces el mismo cuento

o los mismos recuerdos de mi juventud.

Bendito el que no me hace sentir de más

y me demuestra su afecto con delicadeza

y respeto.

Bendito el que encuentra tiempo

para estar a mi lado

y enjugar mis lágrimas.

Bendito el que me tienda su mano,

cuando me llegue la noche

y deba presentarme ante Dios.

 

Oh Señor, estoy en tu presencia

con mis años y mis experiencias,

con mis alegrías y mis penas,

y con el gozo inmenso de haber vivido.

No mires, Señor, mis errores,

sino la buena voluntad de ser mejor.

Dame fuerza para creer más en Ti

y aumenta el entusiasmo,

la paz y la esperanza

para estar disponible hasta el último momento.

 

Acepta mi vida, tal cual es

y transfórmala en una fuente de alegría.

Señor, por todo lo que has hecho por mí,

por todo lo que ha sido mi vida… GRACIAS

 

......

 

 

“Envejecer es ver a Dios más de cerca”

 

 

 

PARÁBOLA DE LAS HUELLAS EN LA ARENA

 

    Había una vez un pescador, que vivía en un playa solitaria, alejado de los hombres, pero no alejado de Dios. Un día, paseaba por la orilla del mar y se sentía feliz, hablando con Dios. Mientras hablaba con Él, le dijo: Señor, quisiera que Tú me demuestres que estás siempre a mi lado y que me amas y me escuchas. Y seguía caminando y orando. De pronto, escuchó la voz de Dios que le decía: “Hijo mío, mira tus huellas. Ahí está la prueba de que estoy a tu lado”. Y vio que, en la arena, había cuatro huellas de dos personas, que hubieran caminado en compañía.

 

    La alegría que sintió fue inmensa. Dios lo amaba, vivía a su lado. ¿Qué más podía esperar y desear? Su gratitud no tenía límites. Su alabanza era el pan de cada día. Pero fueron pasando los días y los meses. Y el cansancio del duro trabajo le hacía tambalear su fe.

 

    Un día, estaba especialmente triste. El cielo estaba nublado, en el mar había una gran tempestad, todo parecía oscuro. Tenía hambre y frío y hasta se sentía enfermo. Entonces, pensó en Dios y le dijo: Señor, dame la prueba de que hoy también estás conmigo a mi lado. No me abandones. Te necesito, dame tu alegría y tu paz. Y siguió caminando… Hasta que se atrevió a mirar sus huellas y vió con tristeza que sólo había un par de huellas en la arena.

 

Entonces, desconsolado, le dijo: Señor, ¿por qué me has dejado solo? ¿Dónde estás ahora? ¿Ya no me quieres? ¿Me dejas solo ahora que estoy triste y enfermo? Y de pronto, oyó de nuevo la voz de Dios: Hijo mío, cuando te iba bien en tu vida, tú pudiste ver mis huellas a tu lado, pero ahora que estás enfermo, cansado y abatido, he preferido llevarte en  mis brazos. Mira bien, esas huellas en la arena son las mías, no las tuyas.

 

    Así que, hermano enfermo, Dios está a tu lado y te ama. Si no sientes su  presencia, no quiere decir que te ha abandonado. Quiere decir que está contigo en la cruz y te abraza en su corazón y llora contigo y sufre contigo y te ama desde dentro. Pero la paz que sientes en lo profundo de tu ser, es un indicio claro de que Dios te ama y se siente orgulloso de ti, que eres su hijo.

 

 

PARÁBOLA DEL HOMBRE SERVICIAL

 

Había una vez un buen hombre, que vivía en el campo y tenía muchos problemas de salud; se sentía muy débil y casi no podía caminar. Un día se le apareció Jesús y le dijo:

-   Necesito que vayas  a la montaña y cada día me traigas un atado de leña. Esto debes hacerlo durante un año todos los días.

El hombre se quedó perplejo, no sabía cómo iba a cumplir la voluntad del Señor, pero le prometió hacer todo lo posible de su parte. Los primeros días, debía ir acompañado de algún familiar para poder caminar y traer el atado, pero según pasaban los días y semanas iba sintiéndose mejor de salud y podía caminar mejor. Sin embargo, el diablo se le apareció y le dijo:

-   ¿Por qué obedeces a Jesús? Él te hace trabajar sin sentido, pues en este pueblo todos tienen luz eléctrica y ninguno necesita leña para cocinar. ¿Para qué acumulas algo que no sirve para nada? Pero aquel buen hombre desechó la tentación y siguió obedeciendo a Jesús hasta el final.

    Y Jesús se le apareció de nuevo y le agradeció su obediencia y le dijo: Mira, tu problema de salud ha desaparecido, porque lo que necesitabas para sanar era aire puro y ejercicio físico. Al obedecer, has obtenido la salud. Además, dentro de tres días habrá problemas y no tendrán luz eléctrica en el pueblo y, entonces, toda la leña acumulada durante un año vendrá muy bien para calentarse y cocinar. Comparte tu tesoro con los demás y haz felices así a todos los que te pidan ayuda. Al obedecer has conseguido servir a los demás. Sé siempre un hombre bueno y servicial.

 

    Pues bien, muchas veces en la vida no entendemos las dificultades que se nos presentan. A veces, queremos rebelarnos contra Dios, como si fuera el culpable de nuestras desgracias, y el diablo nos pone pensamientos de desaliento y de alejamiento de Dios. Pero no te olvides que Dios “todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28). Y que Él conoce el futuro mejor que tú. Pon tu futuro en sus manos y déjate llevar por Él, aceptando en todo momento su voluntad. Haz el bien sin mirar a quien.

 

Cada uno de nosotros es como un pastel

de distintos colores.

Hay quien tiene el color alegre de la simpatía.

Hay quien tiene el color brillante

de la inteligencia

o quien tiene el coraje de la generosidad.

Podemos vivir solos, pero nuestros días

serían tristes,

a un solo color, quizás de negro.

Ponerse en contacto con los otros

es pintar nuestro mundo con miles de colores.

A ti te toca, si escoges vivir solo o con otros.

Te recomiendo que vivas en unión

con los demás para que el diario de tu vida

esté coloreado de millones de colores.

Vive de colores, vive para los demás.

Sirve a los demás y di de todo corazón:

 

Hoy sembraré una palabra buena

para que haya más paz.

Hoy sembraré un gesto de amistad

para que haya más amor.

Hoy sembraré una oración

para que alguien esté más cerca de Dios.

Hoy sembraré un gesto de delicadeza

para que haya más bondad.

Hoy sembraré sinceridad

para que haya más verdad.

Hoy sembraré una sonrisa

para que haya más felicidad.

 

 

PARÁBOLA DEL JUICIO FINAL

 

Cuando llegó el final de los tiempos, millones y millones de personas fueron llevados a una gran llanura para ser juzgadas ante el trono de Dios, pero había muchos, que empezaron a criticar a Dios:

 

-   ¿Cómo puede juzgarnos? ¿Qué sabe Él del sufrimiento? Yo he sufrido hasta la muerte en un campo de concentración, decía una mujer judía.

-   Pues a mí me han torturado y asesinado, sólo por ser negro.

-   Yo he sufrido toda mi vida sin compasión, decía un joven.

-   Y yo he pasado mi vida en la cárcel por un crimen que no cometí.

 

Y así iban recriminando a Dios uno tras otro. Y repetían: ¿Qué puede saber Dios del sufrimiento, si toda su vida la pasa feliz en el cielo?

 

Entonces, se reunieron unos cuantos de los más revoltosos y nombraron un representante para decirle a Dios que, antes de que los pudiese juzgar, debería Él ser condenado a vivir en la tierra como una persona humana. Y decían: Que nazca como un judío, que no se sepa dónde nació, que le den un trabajo difícil; que hasta su familia lo crea loco y que sea entregado por sus más íntimos amigos. Que sea perseguido y condenado por un juez cobarde y que sea torturado y asesinado para que sepa lo que es ser hombre y sufrir en esta tierra.

 

    Por todas partes, había algunos que levantaban la voz en señal de aprobación. Cuando todos se callaron, apareció Cristo. Hubo un gran silencio. Nadie se atrevió a decir una sola palabra. Porque, de pronto, todos se dieron cuenta de que Dios había aceptado sus condiciones y se había hecho hombre y había sido perseguido, torturado y asesinado. Él sí sabía de sufrimientos. No había abandonado a los que sufren, se había hecho como uno de ellos. Y ahora los amaba con un amor especial. Por eso, después del largo silencio, todos sonrieron aliviados y aceptaron ser juzgados por Dios.

 

¿Estás dispuesto a aceptar el juicio de Dios sobre ti? ¿Serás capaz de echarle en cara tus sufrimientos? ¿Los aceptarás y los ofrecerás con amor para ser otro Cristo en el mundo? Dios hace silencio, esperando tu respuesta. Él espera mucho de ti y cuenta contigo para la gran tarea de la salvación del mundo.

 

 

JESÚS ES SU NOMBRE

 

    Desde que Jesús sufrió y murió en la cruz, el sufrimiento tiene un nombre: JESÚS.

 

    Él ha dado sentido al sufrimiento. Si Jesús no hubiera sufrido, quizás tendríamos derecho a rebelarnos contra un Dios, que nos ha abandonado a nuestra suerte. Entonces, el dolor no tendría sentido o, al menos, no lo veríamos. Pero, desde que vino Jesús al mundo, ha podido decirnos a cada uno: “En el mundo habéis de padecer tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

 

    San Pedro mismo, plenamente convencido, nos dice: “Alegraos en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo” (1 Pe 4,13). Y san Pablo, por propia experiencia, nos dice: “Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).

 

    Jesús es el siervo de Yahve, maltratado y sacrificado por los pecadores, de que nos habla Isaías (c.52 y 53). Jesús es Dios que sufre para enseñarnos a ofrecer nuestro dolor y darle así un sentido sobrenatural. Sí, el sufrimiento tiene ahora un nombre nuevo y ese nombre es Jesús. Jesús, por amor, sufrió por nosotros. Por eso, si tú estás sufriendo en este momento, Jesús te invita a seguirle, te invita a ofrecerte junto con Él al Padre, te invita a no desesperarte, sino a acompañarlo en su cruz para ser con Él redentor del mundo. ¿Estás dispuesto a ofrecer tu dolor por amor a Jesús?

 

    Chiara Lubich1, la fundadora del movimiento de los focolares, escribe en su libro “El grito”: Recuerdo la impresión que sentí en Jerusalén cuando en el Calvario, me mostraron el hueco, donde fue plantada la cruz de Jesús. Postrada en tierra, anonadada en adoración de agradecimiento, se me ocurrió una sola idea: si no hubiera existido esta cruz, todos nuestros dolores, los dolores de todos los hombres, no habrían tenido un nombre”.

 

    Ahora comprendo por qué un autor dijo en cierta ocasión: el infierno es no poder decir Jesús jamás. Creo que quien no sea capaz de amar a Dios, quien no sea capaz de sufrir con Jesús, sólo conseguirá desesperarse ante el dolor.

 

Por eso, nosotros, llenos de esperanza, en los momentos de dolor, podemos decir como san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

 

Decía Karl Stern, famoso siquiatra judío convertido, en su libro El pilar de fuego: “¡Hay algo de extraordinario en los padecimientos de Cristo! Por un lado, parecen contener todos los padecimientos humanos. Por otro, parecen necesitar ser completados por los padecimientos de cada individuo... Todos hemos presenciado escenas que aún llevamos como clavadas en la imaginación a causa de su horror. Un recuerdo de hace dieciocho años: una noche tuve que informar a una madre, como médico interno de un hospital. de que su hijo único había muerto de una hemorragia después de la operación. Es una noticia terrible que comunicar, pero en un hospital esto se hace rutinariamente. Sin embargo, no sé por qué, tal vez a causa de su misma simplicidad, la escena es para mí inolvidable. La madre se quedó mirando el cadáver de su hijo y, al cabo de unos instantes, dijo sencillamente a su esposo: Éste es nuestro hijo.

 

Me contó un pariente un caso ocurrido en Dachau. Un judío anciano, enfermo, acostumbraba a pasearse sostenido de los brazos por dos de sus hijos. Un día cayó muerto de un colapso. Un soldado de asalto hizo a un lado su cuerpo con el pie, diciendo en presencia de sus hijos: Un judío menos, tanto mejor.

 

Hemos visto personas bañadas con el sudor de la muerte, matrimonios separados que amenazaban a los hijos, e hijos que odiaban a sus padres... Y, sin embargo, hay que admitir que es Cristo mismo el que está presente en todos esos sufrimientos. Eran Él y su Madre los que estaban en la sala del hospital la noche que murió aquel hijo. Fue su mismo cuerpo el que fue golpeado por el pie del soldado de asalto, cuando dijo: Un judío menos. Es Él el que se halla presente en la agonía y en las secretas humillaciones de tantos millones de pacientes. Éste es un hecho básico, casi me atrevería a llamar ‘científico’, porque no tiene nada que ver con ninguna emoción. Es un axioma. Nos lo reveló el mismo Señor y la Iglesia nos lo está repitiendo siglo tras siglo. Este axioma lo tenía en el pensamiento Pascal, cuando dijo que Jesús está padeciendo aún en la cruz”.2

 

    El famoso escritor francés convertido, André Frossard escribió: “El sufrimiento tiene un valor enorme. Si Cristo ha querido pasar por el sufrimiento, ha tenido buenas razones para ello... El sufrimiento nos abre al infinito, al mundo y a los otros. Es una acción positiva y no negativa... Es una actitud normal rechazar el sufrimiento. Cristo mismo en el huerto de los olivos, dice: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero, cuando el sufrimiento está ahí, hay que aceptarlo... El que sufre engendra la caridad y la compasión a su alrededor. Él es creador de amor y, en este sentido, es semejante a Dios. Es capaz de mejorar su entorno. El enfermo es Cristo. Jesús dice: Yo estaba enfermo y me visitasteis. El sufrimiento nos abre a Dios y a su amor”.3

 

Por eso, digamos ahora con Jesús:

Dios mío, pongo mi vida en tus manos

con una confianza sin límites,

porque yo confío en Ti.

Haz de mí lo que tú quieras, sea lo que sea,

te doy las gracias, porque te amo

y confío en Ti, porque tú eres mi Padre.

 

Y ahora digamos a Jesús y, si es posible, cantando:

JESÚS, JESÚS, JESÚS.

Jesús, te doy mi vida

y también todo mi amor.

Jesús, te doy mi mente,

mi alegría y mi dolor.

JESÚS, te quiero mucho

                y llevo tu nombre           

dentro de mi corazón.

 

 

SUFRIR POR LOS DEMÁS

 

    Si levantamos la mirada en una perspectiva eterna, podremos comprender que el dolor tiene un sentido en los planes de Dios. Y tú, con tu dolor, aunque no lo sepas, estás contribuyendo en la gran tarea de la redención y salvación del mundo. Cristo con su cruz abrió caminos inexplorados. La cruz de Cristo hizo una revolución total y cambió de plano todos los valores de la humanidad. Hasta entonces, el dolor era rechazado como absurdo. El ideal era, y sigue siendo para muchos, tener salud, dinero y amor… y disfrutar de todos los placeres que ofrece la vida. A lo máximo, podía comprenderse el dolor como un castigo para los malos. Pero no podía comprenderse el sufrimiento de los buenos como Job. Por eso, si no comprendes nada, al menos piensa en Jesús, cierra los ojos, quédate en silencio y acepta los planes de Dios.

 

    ¿Por qué Él te ha escogido a ti para que contribuyas con tus dolores a la salvación del mundo, cuando prefieres contribuir solamente con tus obras y con tu buena salud? ¿Por qué Él te ha escogido como enfermo redentor? ¿Por qué tú debes sufrir por los demás? Escucha lo que dice el Padre Ignacio Larrañaga, en su libro El arte de ser feliz:

 

“He conocido familias piadosas, que vivieron siempre según sus exigencias de una fe consecuente y ahora, de pronto, les ha caído una cadena de infortunios (accidentes de carretera, muertes prematuras, injusticias, quiebras económicas). No hay otra explicación: están sufriendo por los demás.

 

    He conocido madres de familia, que durante largas épocas llevaron una vida intachable y ahora, de repente, han sido visitadas por la incomprensión, la calumnia, la traición o una cruel enfermedad. Si Dios es justo, esto es incomprensible; no hay otra explicación, sino ésta: están sufriendo por los demás.

 

    He visto criaturas pequeñas sin culpa ni malicia marcadas para siempre por la invalidez  o por la enfermedad; trabajadores que fueron despedidos, quedándose sin pan y con ocho hijos en casa; basta asomarse a los pabellones de un hospital  para ver cuántos enfermos se consumen lentamente durante años y años, hasta extinguirse por completo en una cama; basta recorrer cualquier calle y entrar casa por casa para encontrarnos con centenares y millares de víctimas de la mentira, la traición, enfermedades incurables, agonías dolorosas... Sabiéndolo o sin saber, están sufriendo y muriendo por los demás, con Cristo, cargando sobre sí las cruces de la humanidad.

 

    Me diréis que esto es incomprensible, que es absurdo, que no tiene lógica. Desde luego, si miramos las cosas a través de una prisma de normalidades, todo esto atenta contra el sentido común y está en contra de la equidad y de la justicia. Pero después de lo que sucedió en el Calvario, después de que Dios extrajo de la muerte vida y del fracaso total el triunfo definitivo, todas las normalidades se vinieron abajo, las lógicas humanas se las llevó el viento, subieron y bajaron las jerarquías de valores, se hundieron para siempre las coordenadas del sentido común y, finalmente, nuestras medidas no son sus medidas ni sus criterios nuestros criterios. El Calvario es la revolución de todos los valores...

 

    He presenciado en los hospitales, y repetidas veces, la siguiente escena: cuando yo les explicaba a los enfermos incurables cómo estaban compartiendo los dolores del Crucificado y cómo estaban acompañándolo en la Redención del mundo, he visto, mientras ellos miraban fijamente el crucifijo, cómo sus rostros se revestían de una paz inexplicable y de una alegría misteriosa. Seguramente,  sentían que valía la pena sufrir, porque habían encontrado un sentido y una utilidad a su sufrimiento.

 

    Su dolor tenía ya un carácter creador, como el dolor de la madre que da a la luz. Yo no sé si a esto se le podría llamar alegría en el dolor. En todo caso, es la victoria y satisfacción de quien ha arrancado al dolor su aguijón más terrible, el sin sentido, la inutilidad.

 

    Un enfermo inútil para todo (humanamente) o cualquier otro atribulado por las penas de la vida, toma conciencia de que, en la fe y en el amor, está participando activamente en la salvación de sus hermanos, de que está completando lo que les falta a los padecimientos del Señor; de que su sufrimiento no es sólo útil a los demás, sino que cumple un servicio insustituible en el plan de salvación; de que está enriqueciendo a la Iglesia tanto o más que los apóstoles y misioneros; de que su sufrimiento, asumido con amor, es el que abre el camino a la gracia más que cualquier otro servicio; de que los que sufren con fe y amor hacen presente en la historia de la humanidad la fuerza de la redención más que ninguna otra cosa; y, en fin, de que están impulsando el reino de Dios desde dentro hacia delante y hacia arriba. ¿Cómo no sentir satisfacción y gozo?

 

    Piensa: con el correr del tiempo tu nombre desaparecerá de los archivos de la vida. Tus nietos y biznietos serán también sepultados en el olvido y sus nombres se los llevará el viento. De tu recuerdo no quedará más que el silencio.

 

    Pero, si has contribuido a la Redención del mundo, asociándote a la tarea redentora de Jesús con tu propio dolor, habrás abierto surcos indelebles en las entrañas de la historia, que no los borrarán ni los vientos ni las lluvias; habrás realizado una labor, que transciende los tiempos y los espacios ¿Cómo no sentir satisfacción y gozo? Así se comprende aquella explosión de Pablo, cuando dice: “Ahora me alegro de mis padecimientos” (2 Co 12,10).

 

    Dejo, pues, sobre tu cabeza doliente esta bendición: “Bienaventurados los que sufren en paz la tribulación y la enfermedad, porque serán coronados con una diadema de oro”.4

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SEGUNDA PARTE



AMOR SANADOR

 

    En esta segunda parte, vamos a explicar que el amor de Dios es sanador y que Jesús sigue sanando hoy como cuando vivía en la tierra. Debemos amar a Dios y aceptar sus planes sobre nosotros hasta el abandono total, como hacían los santos. Por eso, expondremos testimonios de enfermos que han sabido sufrir con amor y por amor. Comencemos diciendo que el amor sana y el odio enferma.

 

 

 

 

 

EL AMOR SANA

 

Hay algo que he aprendido con la experiencia: el amor sana y el odio destruye y enferma. La misma Siquiatría nos habla de que el desamor está en la raíz de la inmensa mayoría de los problemas sicológicos. Por eso, la fe en Dios y creer que Él nos ama, cura mejor que todas las medicinas del mundo. Decía el siquiatra Angyal que “el amor está en la esencia misma de todos los problemas de la personalidad”.

 

Y Victor Frankl (1905-1997), el gran siquiatra vienés, judío, que estuvo prisionero en un campo de concentración durante la segunda guerra mundial, descubrió la curación para muchas enfermedades mentales en la logoterapia, es decir, en encontrar un sentido a la vida en el amor a Dios y a los demás. Y dice en su libro “El hombre en busca de sentido” que sin fe en Dios no puede tener sentido el sufrimiento. Si el sufrimiento, la enfermedad o la muerte no tuvieran sentido más allá de nosotros mismos, no valdría la pena vivir. Por eso, habla de atreverse a sufrir para convertir el dolor en algo transcendente. Hay que transcender el dolor con el amor, para así darle sentido y dar sentido a toda nuestra vida, aunque sea dura y triste.

 

¡Cuánto sufrimiento produce la falta de amor! La madre Teresa de Calcuta cuenta: “Un día en Londres encontré, por la noche, a un muchacho muy joven y le dije: Tú eres muy joven y no deberías estar por la calle a estas horas. Él me respondió: Mi madre no me quiere, porque llevo el pelo largo. Una hora más tarde volví al mismo lugar y me dijeron que aquel muchacho había absorbido cuatro drogas distintas. Había sido trasladado al hospital y, con toda probabilidad, estaría ya muerto… En Calcuta hemos recogido a más de 27.000 personas de la calle. Y mueren admirablemente con Dios. Hasta ahora mis hermanas y yo misma no hemos encontrado ni visto todavía ningún hombre o mujer que rehusara pedir perdón a Dios o que se negara a decir: Dios mío, yo te amo…

 

    Tenemos millares de leprosos. ¡Son tan admirables! La última Navidad fui a verlos y les dije que ellos tienen a Dios como un regalo, que Dios los ama especialmente, que ellos le son muy queridos y que su mal no es el pecado. Un anciano, que estaba completamente desfigurado, intentó venir hasta mí y me dijo: Repítame eso otra vez, que me ha venido muy bien. Yo he oído decir siempre que nadie nos ama. Es maravilloso saber que Dios nos ama. Dígamelo otra vez”.

 

Raúl Follereau, el padre de los leprosos, dice:

 

“Un día vi a un leproso que, en sus brazos, sólo le quedaba un dedo. Y dijo: He perdido mis manos y mis dedos, pero he conservado mi coraje. Yo deseaba ser alguien, alguien que trabaje y cante. Entonces, aprendí a servirme de mis manos, sin manos. Cien veces, se me cayó al suelo la herramienta y cien veces me puse de rodillas para recogerla. Acabo de conseguir mis primeras legumbres en mi jardín, porque tú me enseñaste que no era un indeseable”.

 

Por eso, ama a los demás sin esperar nada a cambio, sin esperar recompensa, ama sin descanso y diles a todos sinceramente que los amas para hacerlos felices. Que no te pase a ti lo que le pasó a Thomas Carlyle con su esposa. Él la amaba profundamente, pero era, frecuentemente, áspero y brusco con ella. Sentía por su mujer un amor sincero y profundo, pero no lo manifestaba, no se lo expresaba con palabras tiernas y conducta amorosa. Daba por su  puesto que ella lo sabía y no se tomaba la molestia de hablar de ello ni de comunicar sus sentimientos abiertamente.

 

    Y así pasaron los años… Su mujer falleció antes que él y, de pronto, todo el afecto reprimido subió violentamente a la superficie y exigió una respuesta, una certeza de que su mujer había sabido que él la amaba de verdad, con toda su alma. Pero ¿cómo podía ella contestar ahora? Él sabía que su mujer llevaba un Diario hacía muchos años y lo buscó, esperando encontrar en sus páginas la prueba que  tardíamente necesitaba. Por fin, encontró el Diario y hojeó sus páginas, pero por ningún lado aparecía mención alguna de su amor por ella. Al contrario, página tras página, descubrió la desgarradora evidencia de cómo su mujer deploraba su mal genio y sufría con los accesos de furia, que él padecía con triste frecuencia.

 

    Leyó desesperadamente el Diario, sin encontrar ninguna página en que se reflejara el amor que él la había profesado. Porque lo cierto era que él la había querido de veras, aunque nunca se lo había dicho. El hombre rompió a llorar y exclamó desesperadamente: “Si mi mujer pudiera volver a mí, aunque sólo fuera por un momento, para poder decirle lo mucho que la he querido siempre, lo que ha significado para mí, hasta qué punto ella era el centro de mi vida y la alegría de mi corazón… Ojalá pudiera regresar por unos instantes para asegurarme de que, al fin, sabe ¡cuánto la amo!

 

    Pero ya es demasiado tarde y sé que ella no va a volver y que yo arrastraré hasta el día de mi muerte el dolor de no haberle dicho nunca cuánto la amé”.

 

Por eso, no te canses nunca de decir al que está a tu lado que lo quieres, que significa mucho para ti, que esperas mucho de él. Sólo así superarás su inseguridad y tendrás un verdadero amigo. Él necesita oírlo mil veces, no te canses de repetírselo y así tú mismo encontrarás tu propia felicidad al hacerlo feliz.

 

Un hijo le decía  a su madre moribunda: Fuiste la mejor madre del mundo. Y ella le respondió: ¿Por qué no me lo dijiste antes? Ella había esperado siempre una palabra de agradecimiento de su hijo y nunca la había encontrado, como si él tuviera derecho a esperarlo todo sin dar nada a cambio.

 

    ¡Es tan fácil hacer felices a los demás! Diles muchas veces, con palabras o sin palabras, que los quieres. Nunca creas que se lo has dicho bastante. El amor nunca se da por supuesto. Atrévete a amar a los otros una y otra vez sin cansarte jamás.

 

    No importa, si no se lo merecen. Ellos necesitan de ti para ser felices y tú necesitas hacerlos felices para ser tú también feliz. Esto lo he comprobado miles de veces con los niños. Yo siento un cariño especial por los niños y procuro levantarles la autoestima, diciéndoles las palabras más lindas. Y ellos se ríen y se sienten felices y yo me siento feliz de su felicidad. Por consiguiente, no escatimes elogios sinceros. Muchos niños, y también adultos, necesitan que les reconozcas su valor para poder sentirse contentos y creer que su vida vale la pena ser vivida.

 

 

¿TE AMAS A TI MISMO?

 

    Una de las cosas más importantes de la vida es amarnos a nosotros mismos; porque, lamentablemente, demasiadas personas no se quieren a sí mismas y se rechazan y sufren por ser como son y se desesperan y tienen ganas de morir y acabar con toda su desgracia de una vez. Por eso, es tan importante en la vida aceptarnos y amarnos como somos. Nadie podrá amar de verdad a los demás, si no se ama de verdad a sí mismo.

 

    El Padre Ignacio Larrañaga en su libro Del sufrimiento a la paz, dice que todo lo que rechazamos mentalmente lo convertimos en enemigo. Si no me gustan mis manos, ellas serán mis enemigos. Si no me gusta la nariz o los dientes o el color de mi rostro o mi estatura… se convierten en mis enemigos, que me hacen sufrir. Entonces, ¿qué hacemos? Tratamos de que no se rían de nosotros, procuramos ocultar las manos feas o los dientes o no queremos aparecer en público para que no se fijen en la fealdad de la cara o de las orejas, porque nos avergonzamos. Y avergonzarnos de nosotros mismos es una manera de autocastigarse y de sufrir inmensamente, pues eso puede durar toda la vida y nos puede hacer seres inútiles, sin ganas de vivir. Preferiríamos que Dios nos haga morir y nos rehaga de nuevo; pero, como eso es imposible, algunos rechazan a Dios, se rechazan a sí mismos y no quieren vivir así.

 

    Para superar este estado, es bueno contemplar los aspectos positivos de las cosas. Mis manos, quizás no sean bellas, pero realizan millares de prodigios. ¿Pensaste alguna vez qué sería de ti sin manos? ¿Has visto alguna vez una persona sin manos? Por eso, no te avergüences de tus manos, porque no tengan bellas proporciones ni de tu nariz o de tus orejas o de tu rostro. Puede ser que tus ojos no sean hermosos, pero ¿qué sería de ti sin ellos? Puede ser que tu dentadura no sea uniforme y blanca, pero ¿pensaste alguna vez con qué orden y sabiduría están dispuestos y qué admirable función desempeñan?

 

    No te fijes, pues, en tus defectos personales o en tus errores cometidos, como si fueras un fracaso total. Despierta y verás que son inmensamente más grandes tus tesoros y cualidades que tus defectos y fracasos.

 

    Además, el recuerdo de tu pasado no puede convertirte en un manantial continuo de tristeza y sufrimiento. No te amargues, recordando y reviviendo historias dolorosas, porque no puedes ya cambiar lo que pasó.

 

    Vive el presente, pide perdón a Dios y a los demás. Y comienza una nueva vida cada día, con entusiasmo y con amor en tu corazón. Recuerda que hoy comienza el resto de tu vida. Ya no tienes tiempo para odiar, sólo tienes tiempo para amar.

 

Y no te compares con los que son mejores que tú y tienen más cosas que tú para rebelarte contra Dios y crear resentimientos en tu corazón. Vive tranquilo con lo que tienes y no envidies a nadie. Si quieres compararte, compárate con los que tienen menos que tú para dar gracias a Dios. Dice Sofía Vilaró:

 

Cómo odiaba mis viejos, desteñidos zapatos,

tan distintos a los que en ese entonces quería,

tan gastados por lluvias y sin gracia aparente,

que esperaba el día en que cambiarlos podría.

 

Quizás por un par que estuviera de moda,

con colores brillantes y diseños modernos

o por esos que dicen que son muy resistentes,

que abrigan del frío de los crudos inviernos.

 

Un día que, cansada de tanto esperar,

dejé que mi llanto me consolara un rato,

luego muy triste salí a caminar,

preguntándome, si mi suerte cambiaría alguna vez.

 

Fue entonces que vi a ese hombre sin pies

y di gracias a Dios por mis viejos zapatos.

 

Por ello, procura ser feliz con lo que tienes y sé tú mismo. No insistas en imitar a los demás. No te empeñes en ser lo que no puedes. Un pez debe ser un pez, un estupendo pez, pero no tiene por qué ser un pájaro. Un hombre inteligente debe sobresalir en los estudios, pero no tiene por qué ser un gran deportista. Una muchacha fea difícilmente llegará a ser bonita, pero puede ser simpática y una mujer maravillosa, porque su sonrisa hace más bello su rostro que todos los cosméticos del mundo. Es decir, que, cuando aprendas a amar en serio lo que eres, serás capaz de convertir lo que eres en una maravilla. Sé lo que eres, no quieras ser otro. Tú no puedes ser fotocopia. Sé tú mismo. Y ámate tal como eres.

 

    Otro punto importante es que no sufras por adelantado las cosas que podrían ocurrirte. Encomienda tu futuro al Señor, porque no sabes, si vivirás hasta el día siguiente. Pon tu vida en las manos de Dios y confía en Él. Él tiene contados hasta los pelos de tu cabeza y controla cada una de tus respiraciones y de tus movimientos. Y Él te ama. Que no te pase lo que decía Mark Tuwain: “He sufrido muchas desgracias, que nunca llegaron a ocurrir”.

 

    Acepta tu vida como es y confía en Dios. Tony de Mello, en su libro El canto del pájaro, cuenta la historia de un hombre que iba quedándose ciego. Y sufría, pensando que se quedaría ciego e inútil. Y luchaba contra sí mismo y no podía aceptar su situación. Hasta que un día se quedó ciego y, poco a poco, fue aceptando su ceguera hasta llegar el momento en que pudo decirle a su ceguera “Te amo”. “Aquel día lo vi sonreír de nuevo. ¡Qué sonrisa más dulce! Estaba ciego, pero ¡qué bello se veía su rostro con su dulce sonrisa! Mucho más bello que antes. La ceguera había pasado a vivir con él y era su compañera”.

 

¿Aceptarías tú, sin desesperación, una enfermedad incurable o la muerte de un ser querido o un fracaso total en tu carrera? Acéptate como eres, ámate a ti mismo y pide al Señor que te dé fortaleza y aumente tu fe para aceptar sus designios y abandonarte con amor en sus manos divinas. Dios quiere que te realices como persona y cumplas tu misión en este mundo, siendo así como eres. Dios te ama así como eres, no necesitas cambiar para que te ame, pero le darías una gran alegría, si cada día te superas más, corriges tus defectos y te amas más a ti mismo y a los demás. Y le ofreces tus dolores con amor y sin condiciones.

 

 

DIOS TE AMA

 

    Tu vida está en las manos de Dios, bajo control de tu Padre Dios, que te ama infinitamente. Confía en Él, pase lo que pase, y dale gracias, porque todo lo permite por tu bien. Vale la pena confiar en Él sin condiciones.

 

    Una religiosa me escribía: “Me detectaron un cáncer avanzado. Me operaron dos veces y tuve que soportar muchos tratamientos de quimioterapia y radioterapia. Un día subí a mi celda y me arrodillé ante el Cristo, que tengo en mi cabecera y, con todo mi amor, le di gracias por mi cáncer. No sé lo que pasó, me quedé fuera de mí. ¡Veía en el cáncer tanto amor y tanta delicadeza, haciéndome participar del misterio de su Pasión! En esos momentos, estaba gustando interiormente las alegrías del cielo, disfrutando de una felicidad incomparable. De verdad que es más grande el gozo que siento de sufrir por Jesús que el mismo cáncer. El Señor, interiormente, me ha enamorado con su cruz y puedo decir con san Pablo: Me alegro de mis padecimientos por vosotros, porque suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo a favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).

 

    Otra religiosa me decía: “Cuando era jovencita, me gustaba ir los sábados por la tarde y los domingos al hospital para visitar a los enfermos. ¡Hay tantos que nunca reciben visita! Pues bien, conocí a una joven completamente ciega y enferma. Su cama era un cielo, era una verdadera santa, siempre conforme con la voluntad de Dios y con la sonrisa en los labios. Para mí fue una experiencia que nunca olvidaré  y le pido al Señor ser como ella, sufrir siempre con alegría y con la sonrisa en los labios”.

 

    Una religiosa de Estados Unidos me decía en una carta: “No hay nada imposible para Dios. Él puede sanar cualquier enfermedad por muy grave e incurable que sea. En 1981 me dieron un año de vida y aquí estoy. Todos me dicen que soy un “milagro viviente”. Los médicos están atónitos y afirman que, de acuerdo a sus análisis, yo debería estar ya muerta. En 1981 sufrí cuatro ataques al corazón. En 1982 sufrí otros tres y quedé en coma. Llamaron a mi familia y todo quedó preparado para el funeral. Mis hermanas de Comunidad oraron al Señor y aquí estoy hasta que Dios quiera. Pero con el convencimiento irrefutable de que Dios todo lo puede y puede sanarnos de cualquier enfermedad como lo hizo conmigo.

 

    Mi corazón está siempre con la puerta abierta para que entre Jesús, cuando Él quiera sin pedir permiso. Yo le digo: “Estoy en tus manos, haz de mí lo que tú quieras, sea lo que sea te doy las gracias, porque te amo y confío en Ti”.

 

    Vale la pena confiar en Dios sin condiciones. Por eso, cuando tengas sufrimientos, dite a ti mismo: “Mi Padre Dios vela sobre mí. Él lo sabe todo, sabe lo que me está pasando y conoce mis necesidades. Mi Padre es bueno y me ama. Puedo estar tranquilo, sabiendo que Él está tomando todas las medidas necesarias para ayudarme y solucionar mi problema. Oh Señor, aunque pase por un valle de tinieblas no temeré mal alguno porque tú vas conmigo” (Sal 23).

 

 

ABANDONO TOTAL

 

Los santos son aquellos hombres que se han abandonado sin miedo en las manos de Dios y han aceptado todos los sufrimientos de su vida como venidos de la mano de Dios y los han ofrecido con amor por la salvación del mundo, para convertir su signo negativo en signo positivo. Todo es posible con amor; sin amor, nada vale nada ni tiene sentido en la vida.

 

Veamos una historia narrada por Lanza del Vasto:

 

“Caía la noche. El sendero se internaba en el bosque, más negro que la noche. Yo estaba solo, desarmado. Tenía miedo de avanzar, miedo de retroceder, miedo del ruido de mis pasos, miedo de dormirme en esa oscura noche. Oí crujidos en el bosque y tuve miedo. Vi brillar entre los troncos ojos de animales y tuve miedo. Después, no vi nada, y tuve miedo. Por fin, salió de la oscuridad una sombra que me cerró el paso y me dijo: ¡Vamos! ¡Pronto! ¡La bolsa o la vida!

 

    Y me sentí consolado por esa voz humana, porque, al principio, había creído encontrar a un fantasma o a un demonio. Me dijo: Si te defiendes para salvar tu vida, primero te quitaré la vida y después la bolsa. Pero, si me das tu bolsa solamente para salvar la vida, primero te quitaré la bolsa y después la vida.

    Mi corazón enloqueció, mi espíritu se rebeló. Perdido por perdido, mi corazón se entregó. Caí de rodillas y exclamé: Señor, toma todo lo que tengo y todo lo que soy. De pronto, me abandonó el miedo y levanté los ojos. Ante mí todo era luz. En ella el bosque reverdecía”.

 

Por eso, no huyas del amor, no huyas de Dios, acepta las consecuencias de tu entrega total al amor y dale todo tu amor. Entonces, tu vida tendrá una dimensión espiritual extraordinaria.

 

 

Como diría el poeta:

“Sin cruz no hay gloria ninguna

ni con cruz eterno llanto.

Santidad y cruz es una,

no hay cruz que no tenga santo

ni santo sin cruz alguna”.

                          (Lope de Vega)

 

 

TESTIMONIOS

 

    Vamos a mostrar ahora algunos testimonios de personas, que, a través del dolor y de la enfermedad, han podido acercarse más a Dios y han encontrado el sentido de su vida. Todos estos testimonios son rigurosamente reales, aunque no pongamos los nombres de los protagonistas. Ojalá que estos testimonios nos ayuden a ver la vida según la perspectiva de Dios.

 

Era el 24 de abril de 1972, un coche me invistió en la calle. Me tuvieron que llevar al hospital. Yo tenía quince años y me lesioné la medula espinal. Desde entonces, llevo diecinueve años recuperándome entre médicos y hospitales. Han sido diecinueve años de calvario. Tengo medio cuerpo paralizado  y el brazo derecho no me funciona.

 

Pero, a pesar de todo, siento la alegría de estar viva. Quiero vivir cada momento en plenitud, pues un momento no vivido, es tiempo perdido. Si no hubiera tenido fe, me habría suicidado. No tengo nada, sólo tengo la vida, el más grande don que Dios me ha dado, y quiero vivir en plenitud. He comprendido la importancia de la vida. ¡Cómo  quisiera ayudar a tantos jóvenes que han perdido el sentido de la vida y la siguen perdiendo, porque no la viven de verdad!

 

Teníamos mucha ilusión en nuestro primer hijo. Lo esperábamos como un regalo de Dios. Por eso, el golpe fue demasiado fuerte, cuando el médico nos anunció que había nacido con una falla en el corazón. Al principio, mi esposo y yo nos rebelamos contra Dios. No era posible que Dios nos hiciera eso a nosotros, que éramos buenos. ¿Por qué nos quería castigar de esa manera? Hoy, después de siete años, mi esposo y yo somos los seres más felices con nuestro niño. Hemos gastado mucho en especialistas, que nos siguen dando esperanza, aunque debemos esperar a que sea mayor para que sea operado. Mientras tanto, sufrimos, porque no es como los demás niños ni puede jugar como los demás. Lo que sí puedo decir es que nuestra vida cambió desde aquel día en que nos atrevimos mi esposo y yo a rezar el Padrenuestro, tomados de la mano, y le dijimos a Dios, de verdad y de todo corazón: “Hágase tu voluntad”.

 

En Lourdes, entre tantos enfermos, había una joven en silla de ruedas. La recordaré toda la vida con aquellos ojos fijos en la custodia, con la que el sacerdote daba la bendición a los enfermos con el Santísimo Sacramento. Yo le decía a Jesús: Señor, que camine, haz un milagro para ella. Pero no sucedió el milagro y me sentí triste todo el día, porque Dios no me había escuchado.

 

Por la tarde, fui a rezar a la gruta de la Virgen. Había muchos enfermos alrededor. De nuevo, vi aquella joven paralítica en su silla de ruedas. Era la misma que había mirado con tanta esperanza la hostia blanca. Poco a poco, iba anocheciendo y los enfermos se iban  retirando. Al final, sólo quedaba ella con su acompañante y yo a su lado. Yo seguía pidiendo un milagro para ella. De pronto, la miré, quería decirle algo, darle esperanza… Entonces, vi su rostro transfigurado, con una sonrisa luminosa y bellísima. Su sonrisa brillaba cada vez más y de su boca sólo salía con inmenso amor, la palabra: Mamá, mamá, mamá, mientras miraba a la Virgen. Nunca he visto ni veré un rostro tan bello. En ella vi reflejado, de alguna manera, el rostro de María. Y me di cuenta de que el milagro, que yo había pedido para ella, María lo había hecho mucho más grande de lo que hubiera podido imaginar. Porque la joven paralítica había recibido una alegría, una pureza y un amor, que no terminarán con la muerte, sino que se prolongarán por toda la eternidad. Me imagino que, aquella tarde, los ángeles sonreirían ante la vista de aquella joven feliz, que miraba a María con ojos llenos de luz y de amor. Yo, al menos, me sentí inmensamente feliz.

 

Una fría mañana de invierno, salía de una clase en la Universidad, donde estudiaba segundo de Letras. Bajaba corriendo las escaleras y resbalé. Me golpeé la cabeza con las gradas. Después de dos días, aparecieron nubes en mis ojos, cada vez más densas y oscuras. Desde entonces, soy ciega. Tenía 19 años y muchos ideales y proyectos. Después de un inútil peregrinar por clínicas y hospitales, me di cuenta de que no había nada que hacer y acepté mi realidad. Me preguntaba: ¿Qué puedo hacer en la vida? Aprendí a leer y a escribir en Braille y continué estudiando. Mi madre me leía en voz alta las lecciones y yo trataba de retenerlas en la memoria. Por fin, conseguí el título de Filosofía.

 

Ahora trabajo como telefonista. Respondo con la alegría de un amigo a cada llamada, amo mi trabajo, porque sólo con amor y alegría se puede hacer bello el trabajo más humilde y sencillo. Mi padre me acompaña y viene a recogerme. En las horas libres, me preocupo de los problemas de los ciegos. Vivo serena y contenta con mi trabajo y me siento feliz de haber encontrado un sentido a mi vida y de aceptar con amor la voluntad de Dios. ¡Gloria a Dios!

 

He vivido 17 años con mi esposo. Los diez primeros años con buena salud. No nos faltaba de nada, hablando humanamente, porque teníamos un buen trabajo. Pero pensábamos más en las cosas del mundo, en fiestas y cosas materiales que en Dios. Teníamos nuestras discusiones, de vez en cuando, y en una ocasión hasta nos separamos durante siete meses.

 

De pronto, le descubrieron a mi esposo un tumor maligno. Y comenzó para nosotros una etapa nueva. Al principio, nos chocó mucho y no podíamos aceptar aquella situación tan inesperada y tan difícil. Pero, poco a poco, fuimos aceptando la realidad y mi esposo reencontró aquella fe de su juventud, cuando estudiaba con los salesianos. Y los dos rezábamos juntos todos los días tomados de la mano. Juntos descubrimos el amor de Dios y de que Cristo es el que da valor a nuestro sufrimiento. Todos los días rezábamos el rosario juntos y durante los últimos meses recibíamos unidos la Eucaristía, cuando le traían la comunión.

 

Fueron momentos difíciles, pero llenos de fe. Los últimos meses, mi esposo se preparó para la muerte y vivimos una gran unión espiritual. Creo, sinceramente, que fueron los días de mayor unión y amor de nuestra vida. Dios había transformado nuestro hogar.

 

Mi hijo murió en la segunda guerra mundial en un lugar de Alemania. Después de la guerra, yo fui a buscar la tumba de mi hijo hasta que, por fin, la encontré en un cementerio, donde había muchas cruces. Entonces, allí mismo, sobre la tumba de mi hijo querido, sembré unos granos de trigo y le dije a un campesino de aquel lugar: Cuide estas semillas. Cuando crezcan las espigas, por favor, me envía los granos de trigo a mi dirección. Quiero hacer con ellas una hostia para que mi hijo esté unido a Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida. El que come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

 

Cuando me llegaron los granos de trigo a mi casa, me puse muy contenta y fui a un convento de religiosas para que me hicieran una hostia. Después, se la llevé al sacerdote de la parroquia y él celebró una misa, en la que me uní a Cristo en la comunión, participando de aquella hostia, que tenía algo de la vida de mi hijo. En esa misa, le volví a ofrecer a Jesús la vida de mi hijo y sentí que no lo había perdido, sino que lo había recuperado para siempre y que me esperaba lleno de amor de Dios.

 

Encontré al Señor en la cama de un hospital hace algunos años. Me quitaron los dos senos y, desde entonces, comencé a leer la Biblia y a rezar, porque me sentía muy triste. Y el Señor fue bueno conmigo, porque me dio la oportunidad de encontrar la fe perdida y descubrir que vale la pena seguirle a tiempo completo, para siempre y sin condiciones.

 

Mi hijo es autista. Ha comenzado a decir alguna palabra a los diez años. Ahora espero que comience a escribir algo. Pero considero a mi hijo un verdadero regalo de Dios. ¡Cuántas cosas no habría podido comprender sin este hijo o si hubiese sido un hijo normal! Mi esposo y yo hemos sufrido mucho, pero ahora estamos muy contentos con este hijo que nos ha ayudado a acercarnos más a Dios. Por eso, lo alabamos y le damos gracias.

 

Mi historia comienza a los cinco años, cuando me detectaron graves problemas en el corazón y, desde entonces, nunca más he podido caminar. He estado toda la vida en silla de ruedas. Desde los cinco años hasta los treinta, me los pasé yendo y viniendo a clínicas y hospitales... Hace algunos años tenían que transplantarme un riñón, pero no pudieron hacerlo, porque tenía una grave enfermedad en el pulmón. Debían operarme del corazón, pero tampoco pudieron por problemas cerebrales. Ahora tengo setenta años y sigo adelante con mi cuerpo achacoso hasta que Dios quiera.

 

 Le doy gracias a Dios por estos setenta años de vida. A los veinte años fui a Lourdes en silla de ruedas con la esperanza de curarme. Regresé más enferma que antes, pero Dios me había curado internamente. Desde ese momento, tengo una alegría incontenible, que, a veces, no puedo controlar y tengo que expresarla externamente, cantando o diciendo a todo el mundo lo bueno que es Dios y cuánto me ama.

 

Soy un enfermo de esclerosis múltiple desde 1990. Tengo dos hijas y una esposa maravillosa. A pesar de que el misterio del sufrimiento es grande, procuro transmitir alegría y paz a todos los que me visitan. Vale la pena vivir, cuando se ama a Dios y a los demás.

 

Soy un parapléjico. Tengo el deseo de apretar con mis manos la cara sonriente de mi madre, quiero acariciar sus cabellos y abrazarla contra mi pecho, pero no puedo, porque soy un parapléjico. Tengo deseos de caminar entre la gente, de correr por los prados, de estrechar las manos de mis amigos, pero no puedo, porque soy parapléjico. Quiero sonreír a la gente, amar a todos con un corazón lleno de amor y hablarles del Señor y de su alegría. Y esto sí puedo hacerlo, a pesar de que soy un parapléjico.

 

Cuando era niña, la poliomielitis vino a cambiar radicalmente el curso de mi vida. Fui creciendo triste y cada vez estaba más amargada con mi suerte y repetía: ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí? Mis padres me llevaron a Lourdes para pedir a la Virgen la curación. Yo les había dicho que, si no me curaba, al volver a casa me suicidaba. Pero no me curé y no me suicidé. Algo había cambiado en mí junto a la gruta de la Virgen. Dios hizo el milagro de hacerme descubrir el valor del sufrimiento y yo le dije SÍ.

 

Desde que le di mi SÍ a Dios, como aceptando su voluntad sobre mi vida, he sentido una alegría y una paz inmensas en mi corazón. Yo me admiro cómo viene a buscarme tanta gente a mí que soy analfabeta y me piden consejos espirituales. Sí, vale la pena estar enferma de por vida, cuando se acepta la cruz por amor a Dios y se ofrece todo a Dios con amor.

 

Yo nací defectuosa. Mi madre tuvo un mal embarazo y me afectó. Y yo ahora soy enana, poco agraciada de cara y debo andar siempre con mi silla de ruedas. Cuando era joven, me rebelaba contra Dios. No entendía el valor del sufrimiento; pero, al fin, he comprendido que Dios tiene un plan para cada uno. Y que el plan para los enfermos no es mejor ni peor que para los sanos, simplemente es distinto.

 

Cuando comprendí que la vida vale la pena vivirla, aun con limitaciones humanas y sufrimientos, mi vida cambió. Pasé de la tristeza a la alegría. Ahora tengo una alegría inmensa en mi corazón. La gente me dice que, con mi sonrisa y la alegría que brilla en mis ojos, parezco un ángel del cielo plantado en la tierra.

 

Yo me pregunto: ¿Qué habría sido de mí sin estas limitaciones y enfermedades? ¿Qué sentido le hubiera dado a mi vida

¿Qué habría hecho? Muchos desperdician la vida en fiestas y placeres y se olvidan de Dios y de los demás. Yo procuro sonreír a todos, amar a todos, ofrecer mi vida por todos. Esa es la clave de mi alegría. Hago lo que puedo, aunque es muy poco lo que puedo hacer para colaborar en la gran tarea de la salvación del mundo. No sé más que orar y amar, pero es suficiente. No soy útil a los ojos del mundo, pero creo que Dios está contento conmigo. Y, mientras tanto, la vida continúa y sigo caminando en mi silla de ruedas, viviendo en espera de aquel momento supremo en que Dios me llame a la vida eterna. Entonces, sin sufrimientos seré inmensamente feliz para siempre. Y podré cantar con los ángeles: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

 

Una joven, muerta de un tumor a los dieciséis años en 1986, escribía a sus amigos:

 

“No estéis tristes. Cuando me muera, estaré más cerca de vosotros que nunca. Vivid una vida plena con Cristo. Orad mucho. Yo ofrezco mis dolores, mis oraciones y mi vida por vosotros y por todo el mundo. Y siento que todo el paraíso se alegra conmigo. Yo estaré siempre a vuestro lado para ayudaros como un angelito. Rezad por mí”.

 

Una joven, que murió el 21 de enero de 1998, escribió unos días antes una carta a una amiga:

 

“Te escribo, porque no tengo fuerzas para hablar. Tengo un cáncer al cerebro en fase terminal, pero esta Navidad ha sido la más bella de mi vida, porque la he vivido con Jesús y con mucho amor a mi alrededor. Él me acompaña en esta subida al calvario, que no sé cuánto durará. Pero me fío de Él. Él cuidará de mi familia mucho más y mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Antes de salir del hospital, he dejado un niñito Jesús a los enfermos. No te imaginas cómo me lo han agradecido los enfermos de sida. Pienso mucho en ellos, porque sé que no tienen a nadie que los quiera y han tenido una vida triste. Reza por ellos”.

 

Tengo 36 años y estoy enfermo de leucemia. Hubiera querido ver a mi hijo llegar a ser un hombre, pero estoy igualmente contento y pienso que, por todo lo que sufro en este mundo, tendré una vida mejor en el otro. Espero que mi hijo pueda dedicarse al servicio del prójimo y de aquéllos que más sufren. Ése es mi mejor deseo para él. Por esta intención rezo todos los días y ofrezco mis sufrimientos. Desde que tengo esta enfermedad, he conocido más a Dios y he conocido lo que es, en verdad, la verdadera alegría. ¡Que Dios sea bendito!

 

Me enfermé a los 17 años de tuberculosis pulmonar. Desde entonces, no he cesado de estar enferma y estoy en mi tercer sanatorio. Sin embargo, encuentro la vida muy bella y me encuentro bien en este mundo. No quiero morirme. Pero, de todos modos, seré más feliz en el otro mundo. El hermano cuerpo no me hará sufrir más. Mientras tanto, sufro y espero y amo con todo mi corazón.

 

A una joven mujer tuvieron que cortarle los brazos y las piernas. ¿Puedes imaginarte lo que eso significa? ¿Cómo te sentirías tú, si te cortaran tus brazos y tus piernas? Pues bien, cuando fui a visitarla, me preguntó: Padre, ¿qué dicen los demás de mí?

- Algunos dicen que es mejor que Dios te recoja para que no sufras.

- Otros dicen: No entiendo cómo Dios permite tanto                                  sufrimiento.

Y yo le dije: ¿Y tú qué dices? Y ella me respondió: Lo único que yo digo es que Dios es bueno y me ama.

 

Hermosa respuesta; porque, a pesar de todas las limitaciones humanas de la enfermedad, podía todavía creer en el amor de Dios y confiar en Él.

 

En 1961 una joven enferma de Valencia, España, fue a Lourdes para pedir su curación y le dijo al sacerdote que la acompañaba: “Vine para curarme, pero ahora ya no me interesa curarme. No creía que pudiese existir la alegría que he encontrado aquí. Ahora no envidio a nadie y me siento tan feliz que no pediré a Jesús la curación de mi cuerpo”. En ese momento, el sacerdote pensó en tantos y tantos sanos de cuerpo, pero enfermos de alma, que viven insatisfechos, descontentos y no tienen la alegría de Dios en su corazón.

 

El P. Bellanger, sacerdote misionero, de 29 años, fue al médico para que le diera el diagnóstico de su enfermedad, después de los correspondientes análisis.

- Doctor, dígame la verdad. ¿Es cáncer? Sí, le dijo el doctor.

Y él escribió una breve carta a sus padres, para abrirla sólo después de su muerte. La carta decía así:

 

“Queridos padres, mi alma está en las manos de Dios. Lloraréis y muchos os compadecerán. Comprendo vuestro dolor, pero os digo que tengáis fe. Jesús está conmigo y me ama. Pedidle que os dé su paz. Dios sabe lo que hace. Dios me llama a estar con Él para siempre. El Señor me está esperando. ¡Aleluya! ¡Hasta Pronto!” (testimonio publicado en Crociata, Roma, 1959).

 

Un misionero cuenta la siguiente historia. “Un día iba con un catequista a visitar un caserío en medio de la selva. Y, a pesar de que el catequista conocía bien el camino, nos extraviamos. A la caída de la tarde, buscamos un lugar donde pasar la noche y vimos una cabaña solitaria y nos dirigimos a ella. El dueño de la cabaña vivía solo. Nos dijo que lo habían expulsado del caserío, acusándolo de ser un brujo, culpable de la muerte del jefe del caserío, pero que no era verdad.

 

Nos dijo: Un buen amigo me trae alguna cosa cada semana para no morir de hambre. Estoy muy enfermo, pero confío en Dios y no he perdido la esperanza de encontrar un sacerdote antes de morir. Todos los días rezo el rosario, pero no pido sanar, sino hacer la voluntad de Dios.

 

Cuando le dije que yo era sacerdote, se emocionó y me dijo: Padre, tengo hambre de Cristo, ¿me traerás a Jesús? Yo tenía todo lo necesario para la misa y la celebré en aquella pobre cabaña ante aquel pobre hombre, enfermo y solitario, que tanto había rezado, durante cinco años, para que Dios le enviara un sacerdote antes de morir. Así que le di la unción de los enfermos y recibió la comunión.

 

Cuando recibió la comunión, pareció transfigurarse. Y me dijo: Soy el hombre más feliz de la tierra. Tú sabes, padre mío, que la alegría no viene de las cosas de la tierra ni de la salud ni de los amigos, sino de Dios. Son cinco años que estaba esperando a Jesús. Ahora está aquí en mi casa conmigo. Ahora ya puedo morir en paz.

 

Dormimos en la casa del anciano. Al amanecer, nos fue facilísimo encontrar el camino, de modo que me convencí de que todo había sido dirigido por Dios para hacer feliz a aquel anciano, que tanto deseaba la comunión”. (Publicado en la revista Rosa Mística, octubre de 1980).

 

¿Puede haber algo más triste que vivir la vida sin tener manos y sin poder ver? Pues Jacques Lebreton vive sin manos y sin poder ver, porque, siendo soldado en la segunda guerra mundial, una granada le explotó, arrancándole las manos y dejándolo ciego para siempre. Al principio, dice él, gritaba contra Dios: ¿Por qué a mí? ¿Por qué? ¿Por qué me has quitado mis manos? ¿Por qué tengo que ser ciego? Prefiero morirme a vivir así…

 

Pero, poco a poco, empezó a pensar en Cristo crucificado y empezó a sentir la fe que había sentido de pequeño. Se daba cuenta de que Jesús había sufrido más que él y que no se burlaba de él, sino que se sentía también triste por sus brazos sin manos y por sus ojos vacíos. Y empezó a comprender que, a pesar de todo, Jesús lo amaba.

 

Tuvo la suerte de que una mujer se enamorara de él y se casó con ella. Han tenido cinco hermosos hijos y ahora él va por las calles de París, diciendo a todo el que lo escucha: La vida es bella y vale la pena vivir. Su vida, llena de optimismo y amor, contagia a cuantos lo rodean, porque ha descubierto que Dios lo ama.

 

¿Y tú? ¿Has descubierto que Dios te ama así como eres y que no necesitas cambiar ni ser distinto para que te ame con todo  su amor divino?

 

Dos jóvenes se casaron en Lima llenos de amor y con la ilusión de tener hijos. Ella profesora de idiomas, él abogado. El primer hijo nació ciego. El segundo también. Después del segundo nacimiento, el papá estaba desesperado y con ganas de tirarse con el coche por el puente para que acabara todo su dolor. No podía comprender el porqué de todo aquello. ¿Acaso era un castigo de Dios?

 

Pero un día el papá fue a un cursillo de cristiandad y allí encontró la fe perdida y descubrió que Dios es amor. Al salir del cursillo, le dijo al Padre Clemente Sobrado: Padre, disculpe que llore, pero hoy no lloro por mis hijos; sino, porque  me he dado cuenta de que quien estaba ciego era yo. Desde hoy, mis hijos verán. Si no por sus ojos, quiero que vean a través de los ojos de su padre. Y, desde ese día, aceptó el plan de Dios y volvió la tranquilidad a aquel hogar.

 

La señora Gladys, colaboradora sufriente de las Hermanas misioneras de la Caridad  de la Madre Teresa de Calcuta, en una carta, dirigida a los colaboradores de la Madre Teresa, en abril del 2003, escribía sobre su cáncer:

 

“En abril de 1997, sufrí la recaída de un tumor de cáncer de mama (carcinoma infiltrante de los conductos, 100% agresivo), que padezco desde 1985. Esta vez era la fractura del esternón por metástasis a los huesos. Los médicos no ocultaron la gravedad de la situación. Los dolores eran cada vez más intensos e incapacitantes, a tal punto que no podía mover mis manos para escribir. Incluso hablar me resultaba muy doloroso. Conociendo el curso de empeoramiento progresivo que supone esta enfermedad, le rogaba al Señor que me diera un infarto, porque empezaba a sentir mi cuerpo como una cárcel.

 

Un día sintonicé una emisora radial y estaban hablando, no había música. Hablaban con una belleza indescriptible de exquisitos aromas y de la hermosura de la naturaleza. Al terminar los poemas, anunciaron que pertenecían a san Juan de la cruz. Y tal maravilla había sido escrita ¡en la cárcel! Entendí que era como una “llamada de atención” por mi desánimo y el miedo a estar encarcelada a mi propio cuerpo.

 

Un par de días después, una amiga me regaló un rosario, que le había regalado la Madre Teresa de Calcuta. Recibí tal reliquia, sintiéndome indigna de tal privilegio, pero reforzada en la fe y con ánimos para sobrellevar los tratamientos que se sucedieron uno tras otro: cobalto, quimioterapia y Aredia...

 

Actualmente, las metástasis de la enfermedad siguen circunscribiéndose al sistema óseo, sobre todo al cráneo y, actualmente, es mayor en las órbitas de los ojos. Pero sigo viendo. No hay otros órganos comprometidos y, hasta ahora, el Señor ha guiado las manos de los médicos en mis tratamientos. De modo que, a veces, con ciertas limitaciones y molestias, aunque no corra, siga caminando, escuchando, hablando, viendo. Poco a poco, los tratamientos médicos me han permitido recuperaciones que hacen posible que continúe mis trabajos de investigación con los niños de la calle de Lima y sigo en ello. En abril del 2002, el colegio de sicólogos del Perú me otorgó el premio nacional de Sicología…Ofrezcamos nuestros padecimientos al Señor. Que, en cada instante de nuestras vidas, por muy difíciles que puedan ser, siempre reviva la caridad, la esperanza y la fe en Nuestro Señor”.

 

Monseñor Angelo Comastri, en su libro Dios es Amor, dice: “Una noche de junio de 2001, a las 10 p.m., después de haber terminado las oraciones en el Santuario de Loreto, salgo para dar las Buenas noches a la gente. Y veo una mujer pequeñísima, de 58 cms, con un rostro maravillosamente sonriente. Me acerco para saludarla y le tiendo la mano. Ella me responde: Padre, no puedo darle la mano, porque podría fracturarme los dedos, sufro de osteogenesis imperfecta y mis huesos son fragilísimos.

 

Yo le pregunto: ¿Eres feliz así? Ella me dice: Padre, mi vida podría titularla Abandono, pero soy feliz. Soy feliz, porque he comprendido cuál es mi vocación. Yo existo por un designio de Dios para gritar a todos los que tienen salud:

 

Ustedes no tienen derecho a tener salud para Uds. solos. Deben compartirla también con quien no la tiene. De otro modo, su salud estará podrida de egoísmo y no les dará la felicidad. Las horas que pasan aburridos, faltan a alguien que tiene necesidad de afecto, de cuidado o de compañía. Si no son capaces de regalar esas horas, se les pudrirán en las manos y no les darán la felicidad. Yo vivo para gritar a aquellos que se divierten en la noche y van a las discotecas. Esas noches faltan dramáticamente a muchos enfermos, a muchos ancianos, a muchas personas solas, que esperan una mano que seque sus lágrimas. Regalen esas noches perdidas, malgastadas inútilmente; pues, si no lo hacen, ellas serán la tumba de su propia felicidad y su vida estará vacía.

 

Y me dijo: Padre, ¿no es bella mi vocación?”5

 

Ojalá que muchos familiares de enfermos y muchos amigos y muchas personas de buena voluntad, puedan oír el clamor de tantos enfermos necesitados de cariño, de comprensión y de ayuda, para que tengan tiempo para ellos y no los abandonen.

 

 

VIDAS EJEMPLARES

 

Piero Gonella había nacido el 14 de Julio de 1931 en un pueblecito italiano. Sus padres eran agricultores. Piero iba a la escuela y se distinguía por su piedad, por su afición al estudio y porque frecuentaba la iglesia. Soñaba con ser sacerdote y sus padres lo llevaron al Seminario de Asti.

 

    Según sus compañeros, hablar con Piero era siempre gratificante. Era un extraordinario compañero. Y él deseaba ser sacerdote con toda su alma. Pero en octubre de 1949 se enfermó gravemente. Era una lesión renal, que se complicó y tuvo que guardar cama por muchos días, y, al fin, regresar a su casa, porque no podía continuar sus estudios en el Seminario.

 

    En Junio de 1952, fue a Lourdes con la esperanza de ser curado para poder ser sacerdote, pero no se curó y aceptó la voluntad de Dios de ofrecer sus sufrimientos por la salvación del mundo. Comprendió que Dios lo llamaba a una misión de sufrimiento y le ofreció su vida a Jesús con todas sus enfermedades y dolores.

 

    Cuando se ordenaron de sacerdotes sus compañeros de Seminario, fueron a visitarlo y le encomendaron que rezara por ellos, porque él debía ser sacerdote misionero con ellos y a través de ellos.

 

    Después de treinta años de haber abandonado el Seminario, el Papa Pablo VI le concedió al obispo de Asti la facultad de ordenarlo sacerdote en su propia casa. Su ordenación sacerdotal tuvo lugar el 23 de setiembre de 1978. Al final de la misa, dijo: “El Señor ha mirado la miseria de mi condición y ha hecho obras grandes por mí. Cuando era niño, me gustaba ayudar en la misa a los sacerdotes. Me parecían muy altos, como si tocasen el cielo, pues tenían a Jesús entre sus manos. Ahora puedo celebrar la misa diariamente en mi cama de enfermo y ofrezco mis dolores, como sacerdote, por la salvación del mundo entero”.

 

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En un lugar de América Latina, un día se derrumbó la escuela del lugar. Un niño, gravemente herido, fue llevado de emergencia al hospital. Los médicos trataron de salvarle la vida durante varias horas, mientras su madre esperaba ansiosa fuera de la sala de operaciones.

 

Después de siete horas de trabajo, el niño murió y el médico cirujano quiso darle personalmente la noticia a la madre. Pero la madre se volvió como histérica y empezó a gritarle al médico y a golpearlo, como si tuviera la culpa. Cuando se calmó, el médico la abrazó y empezó a llorar. Él también había perdido a su único hijo en la tragedia de la escuela. Él podía comprenderla, porque había experimentado en carne propia lo que es perder un hijo. Pero, a pesar de todo, había acudido al hospital para tratar de salvar la vida de algún niño, tratando de superar así su dolor y su propia tragedia.

 

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Marcelo Candia (1916-1983) era un industrial milanés, que vendió todas sus posesiones y se fue al Brasil, a la diócesis de Macapá, a gastar todo su dinero en la construcción de hospitales, leprosorios, escuelas para enfermeras, centros de asistencia médica y un Carmelo para que oraran las religiosas por el mundo entero. Él mismo se dedicó a trabajar por los más pobres. Pero un cáncer al hígado lo hizo volver a Italia y, en un mes, el Señor se lo llevó. Ahora está ya comenzada su causa de beatificación. Durante sus últimos días en la tierra, decía:

 

“He construido y organizado y ayudado mucho a los pobres, pero ahora el Señor me ha dado la cosa más elevada: el sufrimiento. El amor más grande que el Señor me ha manifestado ha sido, dándome el sufrimiento para asemejarme a Él y entregarme a Él de todo corazón. Jesús me hizo comprender que no es suficiente trabajar por el reino de Dios, que no es suficiente rezar. Más importante es aceptar con humildad y disponibilidad todo lo que el Señor nos envíe. Sólo en el sufrimiento podemos comprender plenamente el amor de Dios. Ésta ha sido la experiencia más bella que he recibido.

 

Por eso, os digo: No rechacéis el dolor, que no podéis superar y que los médicos no pueden curar. Ofrecedlo al Señor. Vuestro sufrimiento, tiene un gran poder de salvación para la humanidad. No lo desperdiciéis”.

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Marta Casapía era una joven inutilizada de la cintura para abajo desde los 11 años. Humanamente, debería estar amargada y triste; sin embargo, ella estaba siempre alegre. Y escribía poemas para decirse a sí misma y a los demás que vale la pena vivir. Murió a los 22 años, en 1975, en Lima. Pero su vida dejó un recuerdo imborrable en todos los que la conocieron.

 

    Sí, vale la pena vivir, como ella decía. Vale la pena seguir a Jesús con salud o enfermedad, con pobreza o riqueza, en lo favorable y en lo adverso. Vale la pena vivir, aunque no puedas caminar ni ganar dinero. Por eso, levanta tu vista al cielo y sonríe a Dios que te ama y confía en Él. Amén.

 

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El Padre Manuel Duato era un sacerdote español, que fundó la Fraternidad cristiana de enfermos en Lima. Él había sido operado 18 veces y llevaba consigo una enfermedad incurable, cuando yo lo conocí. Y con su cáncer a cuestas hacía reír a todos los enfermos. En cada uno de ellos sabía sembrar una semilla de alegría. Su lema de vida era: Que la alegría llegue a tu corazón.

 

    Tres meses antes de hacer su último viaje a España para operarse, lo vi y seguía sonriendo. Pero Dios se lo llevó a los dos meses de ser operado. Me imagino que, cuando se encontró con su Padre Dios, le diría: Padre mío, gracias por ser sacerdote, gracias por la alegría contagiosa que me diste para compartirla con mis hermanos, gracias por el cáncer que me acercó más a Ti. Gracias, porque he podido compartir mi vida a manos llenas con todos; pero, especialmente, con mis hermanos los enfermos. Gracias. Señor, por tu amor, por tu alegría y por tu paz.

 

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Manuel Llanos era un venezolano, que había hecho un cursillo de cristiandad, en el que encontró el amor de Dios. Después se enfermó y, durante su última enfermedad, escribió con mano temblorosa en la pared de ladrillo que tenía junto a su cama: Cristo y yo somos mayoría absoluta. Este pedazo de ladrillo lo llevaron sus compañeros cursillitas desde Valencia, donde murió, hasta la casa de cursillos de Caracas para que fuera un testimonio vivo de que, a pesar de las enfermedades y debilidades de la vida, vale la pena vivir y confiar en Dios.

    Manuel Llanos, descansa en paz y gracias por el valiente testimonio de tu fe en Jesucristo.

 

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Carla Zichetti, una enferma italiana de 80 años, que desde los 27 años ha estado enferma y no puede alimentarse por vía normal, sino por medio de sueros y transfusiones de sangre, escribía en el librito de su vida, titulado La mia vita:

 

    “Desde los 27 años estoy clavada a la cruz de la enfermedad. No puedo decir que los clavos me duelan, pero puedo decir que me purifican. Me hacen sentir más fuerte el amor de Dios y de los hombres y me hacen más sensible a todo y a todos. Por lo cual, gozo en lo más íntimo de mi corazón de una serenidad que me hace no envidiar a nadie. Pero el clavo que más me hace sufrir es el clavo de la soledad, de la indiferencia y de la falta de afecto. Vivo sola.

 

    Queridas amigas y amigos, que vivís conmigo en el dolor, ¿no es cierto que los sufrimientos morales superan inmensamente a los físicos? Los dolores físicos se remedian con un calmante, pero el dolor moral de la incomprensión, de la desconfianza o de la indiferencia es como un puñal que arranca lágrimas amargas.

 

    A mí, personalmente, me da mucha serenidad el pensamiento de Jesús, muerto en la cruz por mí, y de su Madre que tiernamente lo estrecha contra su pecho, porque sabía que había muerto víctima de amor. Por eso, si debiera hacer un balance de mi vida, debería decir que no cambiaría mis momentos de alegría íntima, espiritual, por todas las riquezas de este mundo y ni siquiera por la salud”.6

 

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Cesare Bisognin era un joven de Turín, en cuya alma hervían deseos de ser sacerdote. Entró al seminario de Turín, pero a sus 17 años, en 1974, le detectaron un osteosarcoma incurable. Así comenzaba su calvario. Tuvo que salir del Seminario. El cáncer se iba adueñando, poco a poco, de todo su cuerpo. Sus días estaban contados.

 

    Alguien le habló al cardenal arzobispo de Turín de su gran deseo de ser sacerdote y el cardenal le habló al Papa Pablo VI, que le dio permiso para ordenarlo sacerdote en su propia cama, en su casa. Y allí, en su lecho de dolor, celebró su primera misa, junto a sus familiares y amigos. Con sus 19 años, Cesare fue sacerdote sólo por veinticuatro días. Sólo pudo celebrar una misa. Pero valió la pena ser sacerdote y celebrar una misa. Ahora, desde el cielo, vela por todos los sacerdotes para que vivan su sacerdocio en plenitud y por los jóvenes con vocación para que sean sus sucesores en la tierra. ¿No quieres ser tú también colaborador de Cristo en la gran tarea de salvar al mundo?

 

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Susana Rodríguez Peña escribió: “Perdí la vista a los 27 años. Pero me queda la capacidad de hablar, de oír, de caminar y, sobre todo, de pensar.

 

Por eso, quiero decirte a ti que eres enfermo: ¿Te sientes triste? Llama por teléfono a otro enfermo, toma una hoja de papel y escribe una carta a un amigo, comunícate con los demás para dar alegría y optimismo. Con Cristo y María se ilumina el horizonte y damos sentido a nuestra vida en la verdad y el amor hecho servicio. Haz algo por los demás y olvida tu tristeza”.

 

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La madre Teresa de Calcuta nos habla de cómo, a pesar de todos los problemas y sufrimientos de la vida, debemos amar y agradecer a Dios el don de la vida. Dice: “Un día salí de casa con mis hermanas y recogimos en la calle a cuatro personas, que estaban muy enfermas. Una de ellas era una mujer que estaba moribunda. Yo me hice cargo de ella e hice por ella todo lo que mi amor me inspiraba. Ella me sonrió, me estrechó la mano y me dijo: GRACIAS y murió. Yo pensé: Si hubiera estado yo en su lugar, quizás hubiera dicho: Tengo hambre, tengo sed, tengo frío, sufro mucho o cosas así. Ella no me ha pedido nada y me ha dado todo su amor lleno de gratitud. Me ha dicho GRACIAS.

 

    Por eso, puedo decirte a ti: No permitas que nadie se aleje de ti sin ser mejor y más feliz. Ofrece tu dolor y tu amor por los demás y serás un gran colaborador en la obra de Dios. Nunca digas: No soy nada, no valgo nada y no sirvo para nada, pues eso querría decir que no has entendido el Evangelio ni el valor del sufrimiento”.

 

    Un día fui a visitar a una mujer que tenía cáncer terminal. Su dolor era grande. Le dije:

 

-   Su dolor es un beso de Jesús, una señal de que usted está tan cerca de Él que a Él le resulta fácil darle un beso.

 

    Ella juntando sus manos me dijo:

 

-   Dígale a Jesús que no deje de besarme. Lo necesito.

 

Jacqueline de Decker procedía de una distinguida familia de Amberes (Bélgica). Estaba diplomada en Sociología, tenía título de enfermera y quería ser misionera en la India. Llegó a la India el 31 de diciembre de 1946. Su meta era ayudar a todas las personas necesitadas. Un día Jacqueline encontró a la Madre Teresa en la capilla de Patna, cuando estaba en profunda oración. Aquella imagen de la Madre Teresa, se le quedó grabada para toda la vida. Quiso ingresar en su Congregación, pero su salud dejaba mucho que desear. Volvió a su país y no pudo regresar ya a la India por enferma. Un día de 1952 recibió una carta de la Madre Teresa en la que le decía:

 

    “Usted quería ser misionera ¿Por qué no se incorpora a nuestra Congregación espiritualmente? Yo necesito de almas como la suya que recen y sufran por nuestro trabajo. Su cuerpo está en Bélgica, pero su espíritu está en la India. Usted será así una auténtica misionera. Necesito de mucha gente que sufra y quiera unirse a nosotras, pues quiero tener una Comunidad de orantes y sufrientes, que oren y sufran por nosotras”.

 

    Jacqueline se unió de esta manera a la Congregación de la Madre Teresa como colaboradora sufriente. En enero de 1953, la Madre Teresa escribió las bases para estos colaboradores y les decía:

 

    “Usted y otras muchas personas puede unirse a nosotras como misionera... La verdad es que puede usted hacer mucho más desde su lecho de dolor que yo corriendo de aquí para allá, pero juntas podemos hacer que yo disponga de las fuerzas que vienen de Aquel, que puede dármelas... Todo aquel que quiera convertirse en misionero de la caridad, portador del amor de Dios, tiene las puertas abiertas, aunque yo siento especial preferencia por los paralíticos, los lisiados y los enfermos incurables, porque sé que ellos tienen una gran capacidad para empujar más almas a los pies de Jesús. Cada una de nuestras hermanas tendrá así otra hermana que reza, sufre, piensa y está unida a nosotras, será nuestro doble. Juntas podemos hacer grandes cosas por el amor de Dios”.

 

¿Quieres tú también ofrecer tus sufrimientos por los demás? ¿Quieres ser misionero con Jesús? Él espera tu respuesta. No tengas miedo, Él te ama y quiere lo mejor para ti. Puedes confiar en Él.

 

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Thierry Gamelin, en su libro Camino de curación, cuenta la historia de su vida:

 

“Tenía yo 38 años y era un alto ejecutivo de una empresa de publicidad. Yo era arrogante y no tenía tiempo ni para ser consciente y llevaba una vida sin historia, a pesar de tener muchas “historias” no muy buenas.

 

    De pronto, una lluviosa mañana de noviembre, el médico, después de unos exámenes, me anunció que tenía cáncer. Un nuevo mundo se abría ante mí: quimioterapia, radioterapia, muchos pasillos de hospitales, quirófanos, enfermeras, médicos. Todo un mundo desconocido hasta entonces para mí.

 

    Cuando el médico me dio la noticia de mi cáncer, todo me parecía irreal, hasta mi propia existencia. ¿Dónde estaba? Me costaba trabajo entender si vivía o soñaba. Y no tenía a nadie con quien hablar, porque hacía un mes y medio que vivía solo. Mi mujer me había abandonado. No tenía a nadie con quien compartir mis preguntas ni mis miedos. Era una situación horrorosa.

 

    Me sentí, de pronto, como diferente a los demás, como un juguete al que hay que reparar. Para el equipo médico, yo era un caso más; para la clínica, un número de habitación; para mis familiares, era un enfermo. Me vi tentado de acusar a Dios, pero no quise caer en la trampa. Me di cuenta de que Dios no era el culpable de todo aquello, pero me sentía solo; la soledad era mi compañera inseparable. Yo y mi cáncer nos encontrábamos cada día frente a frente. Quería comprender el sentido de aquella enfermedad mortal y me preguntaba: ¿Por qué? ¿Por qué? Y le decía a Dios: No entiendo nada, tengo 38 años. Todos me han abandonado. Estoy enfermo y sufro mucho. ¿Te importa? Soy tu hijo. No encuentro sentido a mis sufrimientos. Me parecen inútiles, estúpidos, injustos.

 

    Poco a poco, me fui acostumbrando a hablar con Dios, como para pedirle una explicación, y le decía: Transforma mis sufrimientos. Te los confío, que sirvan a alguien en el mundo. Señor, haz que yo aquí, tumbado en esta cama, sirva para algo, haz de mí un instrumento de tu proyecto divino.

 

    Y la oración se hizo mi compañera y fui sintiendo necesidad de recibir la comunión, que se fue convirtiendo, con el tiempo, en un punto central de mi vida. Era como si estuviera hambriento del pan de vida, pues el cuerpo de Cristo se convertía para mí en fuente de vida.

 

    Y el Señor me curó y ahora, después de siete años de curación, puedo decirte a ti, que estás atado a tu lecho de dolor, quizás desesperado. Date tiempo para escuchar lo que el Señor quiere decirte a través de tu enfermedad. Vuelve tu corazón hacia Él y toma conciencia del inmenso amor que Él tiene por Ti. No seas egoísta, ábrete al amor y ofrece tu dolor. Dios lo aplicará para el bien de otros, que necesitan amor. Deja que el amor de Dios inunde de luz tu cuerpo enfermo. Deja de luchar contra ti mismo, perdónate a ti mismo y perdona a Dios, si crees que Él es el culpable de tu estado. Aprende a ser feliz y aprende a amar a Dios y a los que te rodean. Ojalá que el amor florezca en tu corazón todos los días de tu vida y hagas felices a todos los que te rodean. Tienes derecho a ser feliz, aunque sea en tu cama de enfermo o en tu silla de ruedas; pero otros muchos pueden ser felices, si tú les ayudas a encontrar su felicidad en el amor de Dios, que corre a través de ti.

 

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Benedetta Bianchi (1936-1964) sufrió durante toda su vida problemas graves de salud. A los pocos meses de nacer, le descubren que tiene poliomielitis y quedará coja para siempre por tener una pierna más larga que la otra. En 1959, después de operarla de la columna vertebral, queda paralítica de medio cuerpo para abajo, perdiendo, poco a poco, el gusto, el tacto y el olfato.

 

    En 1962, va por primera vez a Lourdes a pedir a la Virgen su curación, prometiéndole que se hará religiosa. A su lado, en la gruta de Lourdes, ve a una señora paralítica que llora desesperada y ella la consuela y reza por ella. Esta señora es completamente curada ante su vista, dejando la camilla y volviendo a caminar. Ella queda muy emocionada y agradecida a Dios. Por eso, escribió en su Diario: En nuestra peregrinación ha habido una curación milagrosa. ¡Qué emoción y qué alegría! La misericordia de Dios no tiene fronteras.

 

    El 28 de febrero de 1963 queda ciega y sorda. La llevan por segunda vez a Lourdes y allí recibe el milagro de su conversión. Descubre que su verdadera vocación es la cruz y que debe ofrecer sus sufrimientos por la salvación del mundo. Ella acepta su misión y, a partir de ese momento, se la ve más alegre y entregada a Dios.

 

    A una religiosa, Sor Dominica, le escribe en la vigilia pascual de 1963: “Mis días son largos y fatigosos, pero con la divina gracia consigo descansar abandonada en los brazos de Cristo. Me parece estar con Él en una celda cerrada, pero de camino hacia un puerto, donde la paz es segura y eterna. Y me derrito de ternura al subir, porque me da la impresión de que Él me lleva de la mano”.

 

En carta a su amiga Ana en mayo de 1963 le escribe: “Vivo como en un desierto silencioso. Por lo demás, pronto sonará la campana y Él acudirá por fin a mi encuentro. Si en algún momento, me viene el temor, le digo: Quédate, Señor, conmigo, porque anochece. Estoy ciega, sorda y casi muda, pues fatigosamente me doy a entender, pero Dios está conmigo y me siento bien. Y yo le digo: Me has marcado Señor con el fuego de tu amor y yo te amo Señor”.

 

    A su amigo Natalino le escribe a fines de 1962: “Tengo 26 años y estoy enferma desde niña. Cuando tenía 17 años estudiaba Medicina en la Universidad. Pero, cuando estaba a punto de doctorarme, no pude terminar mis estudios y mi casi doctorado me sirvió para diagnosticarme a mí misma, ya que todavía nadie había entendido de qué dolencia se trataba. Tengo una neufrimatosis difusa o enfermedad de Recklingshausen.

 

    Mis días no son fáciles, son duros, pero dulces, porque Jesús está conmigo. Él me ofrece ternura en mi soledad y luz en mis tinieblas. Él me sonríe y acepta mi colaboración en su plan de salvación del mundo entero”.

 

Muere a los pocos meses. El día de su muerte, una rosa blanca florece en el jardín de su casa, fuera de estación, pues están en pleno invierno… Sus restos fueron enterrados en la abadía de san Andrés en Dovádola (Italia) y sobre su sepulcro se escribieron estas palabras: “No muero, sino que entro en la vida”.

 

    Benedetta Bianchi, una flor del cielo en la tierra, que muere a los 27 años de edad, sin haber podido culminar sus estudios de Medicina, y muere totalmente paralítica, sorda y ciega. Ella es una de tantos profetas de Dios en este mundo, que nos habla de que lo importante no es la salud o el dinero o realizar grandes obras materiales sino amar, amar totalmente y sin descanso con un corazón entero a Dios y a los demás. Aprendamos a ver la vida desde la perspectiva de Dios. Por eso, ella acostumbraba a repetir la letra de un canto espiritual negro, que dice: “A veces, me siento como un águila en el aire. Una mañana luminosa y bella dejaré el fardo y extenderé las alas y surcaré el aire. Podréis sepultarme al este o al oeste, pero aquella mañana los ángeles desplegarán sus alas y yo oiré el trepidar de las santas trompetas y volaré al infinito de Dios”. Allí nos espera ella, hagámonos dignos de su compañía.

 

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Bruno de Stabenrath, antiguo actor, músico y guionista tuvo un accidente a los 35 años que cambió su vida. Ha escrito un libro “Al galope”, sobre su experiencia. En él dice: “Soy tetrapléjico. Mis piernas no responden y la musculatura de los brazos y los dedos está muy disminuida. Soy muy dependiente, no puedo mover la silla por la calle, no puedo cocinar ni vestirme ni atarme los zapatos. Tengo contratadas a dos personas que se turnan para ayudarme. La mayoría de los tetrapléjicos no pueden pagar esos salarios y malviven en centros, esperando la muerte. Yo estuve un año en el hospital, sólo podía mover la cabeza. Me abandonó la alegría de vivir. Entonces, me puse en contacto con los religiosos de Saint Jean y volví a recuperar mi oración, porque ya no rezaba. Tengo una devoción especial a la Virgen María.

 

Ahora me siento feliz, porque mi sufrimiento físico no me deja espacio para cuestiones insignificantes, que antes me consumían. Ahora voy a lo esencial. He aprendido a despojarme de cualquier ambición, y he tomado conciencia de que Dios me ama”.

 

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Roger Schutz, fundador de la Comunidad de Taizé, escribió en una carta a los jóvenes: Un día, en Asia, vi a un leproso levantar los brazos con lo que le quedaba de sus manos y ponerse a cantar estas palabras: Dios no me ha castigado. Mi enfermedad se ha transformado para mí en una visita de Dios”. ¡Qué hermoso! ¡Poder cantar y alabar a Dios, a pesar de los pesares! Por eso, ten presente siempre que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo, no vivas de recuerdos o fotos amarillas. Sigue, aunque todos esperen que abandones y te desanimen en el intento. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti. Haz que, en vez de lástima, te tengan respeto. Y, cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón o la silla de ruedas, pero nunca te detengas. Nunca digas basta, porque delante de ti está el infinito de Dios. No seas mediocre. Da lo mejor de ti mismo. Los demás necesitan de ti para ser felices y Dios, tu Padre, quiere sentirse orgulloso de ti, su hijo.

 

 

JESÚS SANA HOY

 

    No olvides que Jesús sana a los enfermos. Por eso, cuando haya algún enfermo en tu familia, aparte de acudir al médico, debes preocuparte de pedir oraciones a todos los que puedas. Muchos enfermos son sanados y muchos más podrían ser sanados, si sus familiares tuvieran más fe y pidieran insistentemente a Dios la curación de sus seres queridos. Nunca pierdas la esperanza de su curación. Y, aunque llegase a fallecer, consuélate con la idea de que la oración lo llenó de abundantes bendiciones de Dios y lo preparó para su paso a la eternidad. La oración nunca se pierde y siempre es eficaz, aun cuando Dios en sus infinitos designios, no nos conceda exactamente lo que pedimos.

 

    Pero recuerda que Jesús “es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Heb 13,8) y puede seguir sanando hoy como hace dos mil años. Veamos algunos textos:

 

“A todos los que se sentían mal los curaba” (Mt 8,16).

“Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando, predicando y curando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9,35).

    En una ocasión, “vio una gran muchedumbre y se compadeció de ellos y curó a todos los enfermos” (Mt 14,14).

    “Al atardecer, puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados y curó a muchos de diversas enfermedades y echó muchos demonios” (Mc 1,32-34).

    “Adondequiera que llegaba, en las aldeas o en las ciudades, colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban, quedaban sanos” (Mc 6,56).

    “Y Él, imponiendo las manos a cada uno, los curaba” (Lc 4,40).

    “Toda la multitud buscaba tocarle, porque salía de Él un poder que sanaba a todos” (Lc 6,19).

 

    Pues bien, Jesús está vivo y está presente en el sacramento de la Eucaristía, donde nos espera como un amigo. Y Él sigue sanando hoy.

 

    Veamos un texto bíblico del Antiguo Testamento:

 

“En aquellos días, se enfermó el rey Ezequías de una enfermedad mortal y el profeta Isaías le dijo: Así dice el Señor: Dispón de tu casa, porque vas a morir y no curarás. Ezequías volvió su rostro cara a la pared y oró diciendo: Oh Señor, acuérdate, te suplico, de que he andado delante de ti con fidelidad e íntegro corazón y he hecho lo que era bueno a tus ojos”. Y vino la palabra Dios a Isaías: Vete y dile a Ezequías: “He oído tu oración y he visto tus lágrimas. Te voy a añadir 15 años más de vida”.

 

Dios le concedió 15 años más de vida, porque se lo pidió. Luego vale la pena pedir y, después, agradecer. ¡Qué importante es que los médicos y enfermeras oren por sus enfermos para que Dios los sane! También es muy bueno que los médicos y enfermeras se encomienden a los ángeles de los pacientes para que los iluminen y puedan acertar. Y, de manera especial, debemos invocar a san Rafael arcángel, pues él es, como dice su nombre, Medicina de Dios; como si Dios le encargara, especialmente, de curar enfermos como curó a Tobías.

 

Y Jesús sigue sanando enfermos ¿Por qué no le pides tu sanación o la de tus familiares enfermos? Recuerda: Muchos enfermos no se sanan, porque sus familiares no rezan. Además, Dios quiere que tú seas instrumento de su sanación para los enfermos. Y te dice Jesús: “El que cree en Mí, impondrá las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos” (Mc 16,18). ¿Crees tú esto?

 

    Al menos, ora y confía para que veas las maravillas de Dios. Y si no se sanan físicamente de sus enfermedades corporales, siempre quedarán sanados de sus enfermedades espirituales, recibiendo abundantes bendiciones, que les darán más amor y paz para tener alegría en su corazón.

 

    Nunca me olvidaré del viaje que hice a Lourdes en agosto de 1980. Allí se ven multitudes de peregrinos de todos los países del mundo, que van a visitar a María en busca de una luz, de una gracia, de la fe o de la salud. Lourdes es un centro mundial de oración, de conversión y sanación. Cientos de enfermos se reúnen en las tardes de verano para recibir con esperanza la bendición de Jesús al paso de la custodia santa con el Santísimo Sacramento. Algunos son sanados, pero todos son bendecidos y todos vuelven con una nueva alegría y paz en su corazón.

 

    Al atardecer, en la procesión de las antorchas, rezando el rosario, se respira un profundo ambiente sobrenatural. Lourdes es un lugar de paz, de amor y de alegría. Allí se ven enfermos con toda clase de enfermedades, y María sigue manifestándose a todos como Madre misericordiosa sin importar su nombre o su nacionalidad. Todos son sus hijos y todos son bien recibidos. Y no sólo en Lourdes, igualmente ocurre en otros grandes santuarios marianos, donde parece que Jesús se complace en bendecir a todos los que se acercan a Él por medio de su Madre. ¡Vale la pena visitar Lourdes, Fátima, Guadalupe, El Pilar, Medjugorje y tantos otros santuarios de María!

 

    Veamos lo que nos dice en 1903 el premio Nóbel de Medicina Alexis Carrel en su libro Viaje a Lourdes. Él fue como médico, acompañando una peregrinación de 300 enfermos, donde encontró la fe, al comprobar por sí mismo, y ver ante sus ojos la curación milagrosa de una joven de veinte años con peritonitis tuberculosa. Hablando de ese viaje, dice en tercera persona, cambiándose el nombre de Carrel por Lerrac: “Su pensamiento se concentró en María Ferrand (su verdadero nombre era María Bailly, que es la que fue curada milagrosamente), cuya historia conocía. Una vida de tuberculosa transcurrida en los hospitales, que pasando de la pleuresía a la peritonitis tuberculosa, iba a expirar sin haber conocido el encanto de la primavera ni del amor. Sin embargo, era menos desgraciada de lo que parecía, porque creía en Cristo y ésa era su esperanza y su único pensamiento... La muerte del creyente se hace infinitamente dulce, ya que ella le acerca a la Virgen y a Cristo. ¡Qué extraordinario debía ser el encanto de Jesús, cuando se levantó en el verdor primaveral de las montañas de Judea a pronunciar el Sermón de la Montaña, para dar consuelo eterno a los que sufren!

 

    Por la tarde, en la paz del ocaso, los enfermos subían en sus camillas o en cochecitos de regreso al hospital, entonando cánticos y el Ave María. Algunos iban andando con el rostro brillante, rodeados de deudos, amigos y desconocidos, empujados por la atracción todopoderosa del milagro. Eran los privilegiados, los bienaventurados sobre quienes la Virgen misericordiosa había posado un instante su mirada. Los demás, los desgraciados, cuyas vísceras estaban retorcidas por el cáncer, volvían también, pero a las salas del hospital para seguir sufriendo y, aun así, su aspecto era el de seres felices”.7

 

    Y el milagro ocurrió. Dice: “Eran casi las cuatro de la tarde. Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el milagro! Aquella muchacha agonizante poco antes, estaba curada”.8 María Bailly se hizo religiosa de la caridad y murió a los 57 años.

 

    Y Dios sigue haciendo milagros, y sigue sanando los cuerpos y las almas. Y María sigue intercediendo ante Jesús para obtenernos infinidad de bendiciones. Invoquemos a María, pidámosle la salud de los enfermos y seamos para ellos instrumentos de su amor, atendiéndolos con paciencia, cariño y amor.

 

 

EL AMIGO DE JESÚS

 

¿Eres tú amigo de Jesús? ¿Significa algo para ti que Jesús se haya quedado para siempre, como un amigo cercano, en la Eucaristía? ¿Vas a visitarlo alguna vez? Te voy a contar la historia  de un verdadero amigo de Jesús.

 

    Había una vez un hombre bueno, pero viejo y enfermo llamado José, que recorría las calles de Lima, pidiendo limosna. Ciertamente, no era un hombre cualquiera, pues se le notaba una alegría interior especial y siempre estaba sonriente. Este anciano vivía en un cuartito muy pequeño, donde apenas tenía su cama y la cocina para calentar su comida. Era extremadamente pobre, pero, a la vez, era extremadamente humilde y bueno. Todos los días, antes de salir a trabajar por las calles, iba primero a la iglesia a saludar a su gran amigo Jesús, su mejor amigo, como él decía. En el momento de la comunión, se acercaba muy recogido para recibir a Jesús y darle un abrazo fuerte, con el cariño de un amigo de verdad.

 

Después, salía contento a pedir limosna y, cuando llegaba la tarde, revisaba lo que había recibido y tomaba lo que necesitaba y el resto lo repartía con niños pobres o amigos o familias necesitadas. Y les decía: Éste es el pan que me ha dado Jesús y que quiero compartirlo con Uds. Y así lo hacía cada día. No tenía cuenta de ahorros en el Banco y no quería guardar nada para el día siguiente, prefería vivir al día, dejando su futuro en las manos de Dios.

 

Un día, se enfermó y no podía salir de casa y no tenía para comer. Pero el dueño de la casa, donde alquilaba su cuartito, le llevó la comida. Al recibirla, le dijo: Gracias, por traerme el pan de Jesús. Pero él sentía necesidad de otro pan más saludable, deseaba ardientemente el pan de la comunión. Por eso, envió a un conocido para decirle al sacerdote que le llevara la comunión, porque quería recibir el pan de Jesús, que da la vida eterna.

 

    Pocas veces se ven ancianos con tanta fe, a pesar de su pobreza. Pero aquel viejecito era diferente, necesitaba del pan eucarístico de Jesús más que del pan de cada día para vivir. ¿Sientes tú necesidad del pan de Dios para vivir bien? ¿Eres amigo de Jesús Eucaristía? Te contaré otro caso.

 

El 13 de Enero de 2001 hubo un terremoto en El Salvador9, el sacerdote claretiano Gonzalo Fernández cuenta: “En la calzada, protegida por un toldo improvisado encontré a Lidia, una anciana de 86 años, a la que el terremoto había arrebatado parte de la casa en la que vivía con su hija y sus nietos… Me sorprendí al ver que Lidia no había perdido la sonrisa, ni profería palabras contra Dios ni deseaba morirse. Ni siquiera estaba angustiada por los costes que supondría la reconstrucción de su vivienda. Tampoco se mostró pedigüeña. La única cosa que me pidió insistentemente, y que para mí constituyó una grata sorpresa, fue la comunión. Me dijo con voz estremecida: Sin la comunión somos como los cerdos, no hacemos otra cosa mas que comer y dormir”.

 

    ¿Sientes tú tanta necesidad como ella de la comunión? Otro caso. El novelista francés Rene Bazin cuenta que, durante la guerra, todos los días iba a la iglesia y veía a una joven señora que participaba de la misa con gran recogimiento y una serenidad extraordinaria en el rostro, a pesar de haber perdido a su esposo y tener a sus hijos prisioneros en un campo de concentración. Un día, él le preguntó cuál era la razón por la que no perdía su tranquilidad y ella respondió: “Todos los días comulgo y recibo fuerzas para las 24 horas siguientes. La fuerza de la comunión me hace superar todas las dificultades”.

 

    ¿Sientes tú  necesidad de recibir a Jesús cada día y darle un abrazo en el momento de la comunión? ¿Eres un verdadero amigo de Jesús? ¿Vas a visitarlo cada día a la Eucaristía? Jesús quiere ser tu amigo y siempre te espera. Que seas amigo de Jesús Eucaristía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TERCERA PARTE



REFLEXIONES Y ORACIONES

 

    En esta última parte, queremos presentar algunas oraciones para los momentos difíciles de la vida y también algunas reflexiones finales para no desanimarse ante las pruebas y hacer de nuestra existencia una vida de entrega y ofrecimiento para los demás. Sufriendo, amando y ofreciendo todo por la salvación de los demás, encontraremos nuestra propia felicidad y haremos entre todos un mundo mejor, más cristiano y más feliz. Dios confía en nosotros.

 

 

LAS MANOS DE DIOS

 

Escribía un autor: Cuando veía a un enfermo que sufría sin consuelo una enfermedad incurable, cuando veía a un anciano abandonado o a un pobre sin esperanza, me preguntaba: ¿Dónde está Dios?

 

    Cuando veía a un moribundo en su agonía lleno de dolor, cuando veía a una esposa traicionada y abandonada o veía niños inocentes, que sufrían sin que nadie les tuviera compasión, me seguía preguntando: ¿Dónde está Dios?

 

Cuando veía mujeres de la calle, hombres sin compasión, asesinos a sueldo o jóvenes sin ilusión, me tenía que seguir preguntando: ¿Dónde está Dios? ¿Es que Dios era indiferente ante la miseria y el dolor humano? ¿Es que no tenía compasión de sus hijos que sufrían? ¿Es que no le importaba que siguieran sufriendo injustamente y, a veces, sin fe y sin esperanza?

 

    Un día tuve la osadía de enfrentarme a Dios y decirle: Señor, ¿Por qué permites tanto sufrimiento? ¿Por qué no haces algo para que haya más amor y más consuelo? ¿Dónde están tus manos para acariciar a tantos que necesitan consuelo y amor, porque nadie los quiere? ¿Por qué no echas una mano de ternura a los que más te necesitan, especialmente a los que más sufren?

 

    Después de un largo silencio, escuché una voz en el fondo de mi alma, que me dejó sin aliento. Él me dijo: Hijo mío, ¿no te das cuenta de que yo quiero que tú seas mis manos y mis pies, mi corazón y mi alma, y que, con tu vida y tu amor, lleves alegría y consuelo a los que lo necesitan? Entonces, comprendí, de un solo golpe, que yo debía ser las MANOS DE DIOS y que, en vez de criticar a Dios, lo que debía hacer era atreverme a hacer algo con mis manos por los demás. Sí, me di cuenta de que mis manos estaban sin llenar, que no habían dado todo lo que debían dar, que no habían consolado ni amado ni perdonado como debían, ni habían sabido compartir tanto amor que tenía guardado en mi corazón. Por eso, me propuse, a partir de ese día, repartir a manos llenas todo lo que Dios me había dado para que, al final de mi vida, pudiera entregarle mis manos vacías, porque habían entregado todo sin guardarme nada. Pero también le daría mi corazón lleno de amor y lleno de nombres, de tantas personas a quienes había ayudado a ser felices.

 

 

Señor, ¿quieres mis manos para dar amor

a los pobres y enfermos?

Señor, te doy mis manos.

¿Quieres mis pies para pasar el día, visitando a los encarcelados,

a los necesitados o a los marginados?

Aquí están mis pies.

¿Quieres mi voz para pasar todo el día hablando

a quienes necesitan palabras de amor?

Aquí está mi voz.

Señor, ¿quieres mi corazón para amar

todo el día y toda la noche

a quienes me rodean?

Aquí está, Señor, mi corazón y mi vida.

¿Quieres mi dolor para seguir salvando

a los hombres?

Aquí está mi dolor y mi alma con todo lo que tengo y todo lo que soy.

 

 

EL DÍA EN QUE DIOS SE EQUIVOCÓ

   

Recuerdo a un padre de familia que, hablando de su hijo, un joven de veinte años, que había muerto en un accidente, decía: “Mi hijo era un joven responsable y buen cristiano. Era el orgullo de la familia. Todos los que lo conocían, decían que era un muchacho extraordinario y que tenía mucho futuro por delante. Por eso, no puedo comprender por qué tuvo que morir en un accidente absurdo, provocado por un chofer borracho, que invadió la acera por donde caminaba tranquilamente. ¿Por qué Dios se lo llevó? Creo que ese día Dios se equivocó”.

 

Muchas personas piensan de esta manera ante la muerte de sus seres queridos, ante los sufrimientos de tantos niños inocentes o ante tantos seres humanos maltratados, esclavizados o asesinados injustamente en el mundo. ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿Es que Dios se ha olvidado de ellos o simplemente se equivocó? Lo peor es que mucha gente, al no poder comprender a Dios, no lo quiere perdonar, acusándolo de ser el “culpable” de todas sus desgracias o de las desgracias de su familia. Y, para vengarse, ya no quieren rezar ni ir a la iglesia, guardándole rencor en su corazón. ¿Es que acaso el “castigar” así a Dios lo hará cambiar su manera de actuar o de pensar? ¿Es que el deseo de darle su “merecido” y gozarse de una dulce “venganza” los dejaré dormir más tranquilos o arreglará las cosas?

 

Y Dios sigue callando y “sufriendo” la indiferencia y el rechazo de tantos hijos que no lo pueden comprender. Si ellos fueran Dios, entonces, harían las cosas de distinta manera. Pero dejemos a Dios ser Dios y no queramos imponerle nuestras opiniones. Dios sabe lo que hace y “todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28), aunque no lo entendamos.

 

Dios ve la cosas desde el punto de vista de la eternidad y sabe que los pequeños sufrimientos de esta vida, nos proporcionarán una inmensa alegría y felicidad en el cielo, si sabemos aceptarlos sin rebelarnos contra Él. Además, nadie tiene derecho a vivir ni un instante más. Cada momento de vida es un regalo maravilloso, que no sabemos hasta cuándo durará. Por eso, debemos aprovecharlo al máximo y vivir con responsabilidad, pues Dios tiene contados todos nuestros días (Sal 39,5).

 

Dios no se goza con nuestros males y sufrimientos. Dios también “sufre” con nosotros. Solamente nos pide paciencia y amor. Al final de cuentas, nadie se “muere” de infarto ni de accidente ni de enfermedad o de injustas torturas o violencias ajenas…Todos mueren en el momento en que Dios los llama a cada uno y le dice: “Hijo mío, ha llegado tu hora, preséntame tus cuentas”. El medio para llamarnos puede ser un accidente o la violencia de un asesino, pero Dios controla todo y todo lo permite por nuestro bien. Después de la muerte, ya no habrá más dolor ni sufrimiento y todo será paz y felicidad. Vale la pena haber vivido y ser feliz después eternamente. Por eso, demos gracias a Dios por la vida y nunca nos rebelemos contra sus planes, sino procuremos vivir en plenitud cada instante de vida que Él nos conceda.

 

 

UN NIÑO SUBNORMAL

 

    Quizás has visto, algunas veces, en tu vida pasar a tu lado niños subnormales. Nunca me olvido de aquel niño subnormal de 15 años, que parecía de tres años, a quien sus padres tenían escondido en su casa para que nadie supiera su tragedia, porque creían que ese niño era un castigo de Dios. Pero un niño, aunque sea subnormal, no es ningún castigo de Dios.

 

Dice el Papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica Familiaris consortio: “La vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Por eso, la Iglesia está a favor de la vida”. No hay vidas más valiosas que otras. Toda vida humana tiene un sentido y un valor en el plan de Dios y todos los seres humanos tienen los mismos derechos.

 

    Pearl S. Buck, premio Nóbel de literatura de 1938, era madre de un niño subnormal. Y ella escribió:

 

    “Si hubiese podido conocer previamente que mi hijo iba a ser un niño subnormal ¿lo habría abortado? La respuesta es NO. Habría elegido la vida para él. Y esto por dos razones. En primer lugar, me da miedo que el poder de elección sobre la vida y la muerte esté en manos de un ser humano. Y, en segundo lugar, porque la vida de este hijo no ha estado desprovista de sentido. Al contrario, ha traído consuelo a muchas personas y apoyo práctico a muchos padres de niños subnormales. Ciertamente, lo ha hecho a través de mí, pero sin él yo no hubiera tenido la oportunidad de aprender a aceptar el sufrimiento y hacer que esa aceptación sea útil para los otros.

 

    Un niño subnormal tiene  algo que aportar en la vida, incluso a la vida de las personas normales. Ellos nos dan lección de paciencia, comprensión y misericordia, lecciones que nosotros necesitamos aprender. Yo quiero agradecer a Dios este regalo que me ha dado con mi hijo subnormal”.

 

    ¿Serías tú también capaz de agradecer a Dios un hijo subnormal como un verdadero regalo de Dios? ¿O preferirías abortarlo? Piensa que para Dios no hay vidas sin sentido y estos niños tienen un alma tan grande y hermosa como la tuya, y quizás más bella, porque son inocentes. Algún día los verás en el cielo, sanos y normales y, entonces, te quedarás admirado de su alegría y de su hermosura. Realmente, son niños inocentes con un alma bella, un verdadero regalo de Dios, que necesitan ser amados, pero que también nos enseñan a amar.

 

 

NO TE DESANIMES

 

    ¡Qué fácil es ponerse triste ante los acontecimientos adversos de la vida! ¡Qué fácil es querer morirse, cuando uno tiene una enfermedad incurable! Somos humanos y buscamos desesperadamente la felicidad en las cosas de este mundo. Pero Dios tiene sus planes sobre nuestra vida y nos rompe, a veces, los esquemas y los planes humanos, que habíamos trazado con tanta ilusión. Pero nunca hay que desanimarse. Dios es siempre un Padre amoroso, que nos ama y que nos espera a la vuelta del camino, aunque parezca que no nos escucha o creamos que nos ha castigado. Dios es amor y sigue confiando en nosotros, a pesar de todo.

 

    Por eso, cuando tengas contratiempos en la vida o enfermedades o sufrimientos indecibles… sigue caminando, sigue adelante; pide ayuda, pero no te rindas; ofrece tu dolor, pero no te rebeles. Mira siempre hacia delante, nunca hacia atrás. Si no puedes trotar, camina; si no puedes caminar, vete en silla de ruedas; pero no te detengas, sigue siempre ADELANTE.

 

Carlo Carretto, el gran escritor italiano, cuenta que, a sus 40 años, soñaba con fundar un convento en medio de los Alpes y una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida. Pero él no se desesperó, a pesar de ser un buen alpinista, sino que se fue al Sáhara, donde escribió libros maravillosos en la soledad y el silencio del desierto. Y dice: “Lo que parecía una desgracia, un accidente absurdo, Dios lo transformó en gracia. Dios me obligó a estar quieto, a mí que sólo pensaba en trabajar y hacer algo. Ahora sé que Dios es demasiado bueno para hacerme daño y sé que nunca me va a fallar. Pero tuvo que recurrir a dejarme quieto, aunque fuera cojo, para que pudiera aprender a amarlo con todo mi corazón. Y ahora le doy las gracias por ello y por mi pierna coja que llevo arrastrando con un bastón desde hace treinta años”.

 

Arthur Miller escribió en Después de la caída: “Soñaba con ser feliz y tener un hijo. Y me nació un niño mongólico. Yo lo rechazaba, no lo quería. Y, sin embargo, él trataba de subir a mis rodillas. Me tiraba de la ropa. Entonces pensé: Si pudiera besarlo, quizás conseguiría dormir. Y me incliné y besé aquel rostro martirizado. Fue terrible y, sin embargo, lo besé y me sentí contento de hacerlo feliz”.

 

Por eso, yo te digo que la vida vale la pena vivirla, aunque sea en silla de ruedas o con graves limitaciones. Porque, mientras tengas capacidad para pensar y para amar, tu vida será más preciosa y más valiosa a los ojos de Dios que la de los más grandes hombres de la tierra, que sólo piensan en divertirse y en cosas materiales. Tu vida, por más dura que sea, es una vida “divina”, es un regalo de Dios y debes valorar ese regalo y vivirlo con agradecimiento. Después, vendrá tu recompensa. No hay mal que dure cien años… Y serás feliz eternamente con una felicidad inmensa, como jamás podrías imaginar. No te sientas menos que aquellos que tienen buena salud y muchas cosas materiales. Dios te ama así y tú debes sentirte orgulloso de ser hijo de Dios y de ser amado de Dios y de amarlo con todo tu corazón, procurando amar y hacer felices a los demás.

 

Diles a todos, con tu amor y el ofrecimiento generoso de tu existencia, con tu dolor y tus limitaciones, que los amas. Díselo a los que puedas con tu sonrisa, con un GRACIAS sincero por los servicios que te prestan. Haz sonreír a todos, sonríe a todos. Y no te olvides que Jesús quiere  ser tu amigo y te espera siempre en la Eucaristía. Vete a visitarlo para agradecerle esta vida, que te ha regalado, y para decirle que estás dispuesto a vivirla para los demás.

 

 

ARRIÉSGATE A VIVIR

 

Hay muchas personas que tienen miedo

de arriesgarse.

Si se ríen, creen que van a parecer tontos.

Si lloran, temen parecer unos sentimentales.

Tienen miedo de hacer algo por los demás,

porque no quieren involucrarse

ni meterse en líos.

Pero debes saber que amar es arriesgarse

a no ser correspondido,

Luchar por algo es arriesgarse a fracasar

y vivir es arriesgarse a morir.

Pero, si nunca te arriesgas por nada,

si no te esfuerzas por conseguir un ideal, entonces...

no padecerás insomnio ni preocupaciones

ni sufrirás decepciones y fracasos,

pero tu vida será un continuo fracaso,

porque no hay mayor fracaso

que no hacer nada

y no arriesgarse por nada.

 

    Por eso, te recomiendo que nunca dejes de soñar, pues soñar es el principio de un sueño hecho realidad. Quizás hubo un momento en que creíste que tu vida no tenía sentido y que preferías morir a vivir. Quizás pensaste que la tristeza sería tu compañera eterna y, sin embargo, ahora puedes sentir la alegría de vivir. Quizás creíste que nunca podrías hacer nada por ti mismo y que serías un inútil sin remedio, pero ahora te das cuenta de que estabas equivocado y que has podido hacer muchas cosas con esfuerzo y sacrificio.

 

    Sí, vale la pena seguir viviendo con Dios en el corazón, vale la pena seguir luchando por un ideal, vale la pena seguir trabajando por conseguir la meta soñada. Por eso, nunca tires la toalla, nunca te desanimes, nunca bajes la guardia. Tu Padre Dios, está pendiente de ti y se siente orgulloso de ti. Sigue adelante, sigue caminando, pues caminar es vivir y mientras hay vida hay esperanza.

 

    Además, las pruebas de la vida son como peldaños para subir más arriba, cerca de Dios. Te contaré lo que le sucedió a un niño. Estaba jugando en un lago con su barquito de papel. De pronto, su barquito empezó a alejarse de la orilla. Y él, gritando pidió auxilio a un joven que estaba cerca. El joven cogió unas piedras y las empezó a tirar al barquito, que se tambaleaba por el ímpetu de las pequeñas olas. El niño creyó que el joven quería hundir su barquito y que se estaba burlando de él. Pero pronto se dio cuenta de que ninguna piedra tocaba su barquito y que, en vez de alejarlo, lo acercaban a la orilla. Pues así nos pasa a nosotros con Dios. Cada prueba o dificultad es como una piedra en el camino de la vida. Dios no se burla de nosotros, aunque nos haga temblar un poco, más bien nos está ayudando, pues si sabemos aceptar su voluntad, las pruebas de la vida nos irán acercando poco a poco más a Él.

 

    Una de las pruebas más difíciles que debes aprender a superar es el deseo de venganza contra los que te han despreciado u ofendido. Pero no debes caer en el abismo del odio, que podría envenenar tu vida y dejar para siempre una nube de tristeza en tu corazón. Libérate de esos sentimientos negativos, perdona a todos y perdónate a ti mismo. De otro modo, nunca podrás disfrutar de la paz del corazón y vivirás siempre esclavo de la amargura y del rencor. Levanta tus ojos al cielo, mira a Jesús clavado en la cruz y perdona... Perdona sin condiciones. Porque no hay liberación más grande y hermosa que la que da el perdonar. Sé libre, no te dejes atrapar por el demonio del odio. Sólo así la alegría de Dios brillará en tu corazón y podrás sonreír de verdad a cada uno de los que te rodean y decirles de verdad: YO TE AMO.

 

    Otro detalle importante que quiero enseñarte es que aprendas a mirar los ojos de las personas que amas. Los ojos son las ventanas del alma y, cuando miras a una persona pura e inocente como los niños, podrás ver en esos ojos un resplandor de la alegría de Dios. ¿Te imaginas lo hermoso que es mirar un bello paisaje? Pues la mitad de la belleza del paisaje está en los ojos de la persona que lo mira. Hay quienes nunca ven la belleza en nada. Hay quienes pareciera que son ciegos para ver la belleza que Dios ha sembrado en la naturaleza. Son incapaces de conmoverse ante una puesta de sol, o ante el canto de un pajarito o ante la sonrisa de un niño. Tales personas son incapaces de disfrutar la alegría de vivir.

 

    Por eso, tú sé un poco poeta de la vida. Mira las cosas desde el punto de vista de Dios. Mira el amor que Dios ha puesto en todas sus obras. Mira el amor que Dios te manifiesta en ese maravilloso amanecer o en ese pajarito que canta con tanto calor. Pero recuerda siempre que los más brillantes amaneceres y los paraísos más increíbles se encuentran en los ojos y en el corazón de las personas que te aman.

 

    Haz la prueba, mira los ojos de un niño puro e inocente, mira los ojos de tu madre, mira el rostro alegre de un hombre bueno, y encontrarás paz y alegría para seguir viviendo. Procura ser tú también alegría para los demás y que ellos vengan a buscar en ti, esos maravillosos mensajes de amor, que Dios ha dejado sembrados en tus ojos y en tu corazón.

 

 

VIVIR ES AMAR

 

    La vida es un regalo de Dios. Un hermoso regalo, que Dios te ha entregado con amor. Pero debes saber que vivir es amar y amar es vivir. Amar es vivir para la eternidad y tu vida debe tener una proyección eterna. Sin embargo, a tu paso por la vida habrás visto mucha gente que vive sin saber por qué ni para qué; personas confundidas, que no tienen rumbo fijo, que prefieren morir a vivir. Son personas, cuya vida no tiene sentido. Viven por vivir y, normalmente, suelen dedicarse a divertirse y a gozar lo más posible como tantos jóvenes que caen en el abismo de las drogas o en la inutilidad de no querer esforzarse ni trabajar por nada ni por nadie. Están muertos en vida.

 

    Por eso, recuerda que, sin amor, estarás muerto. Sólo el amor da vida, mientras que el odio y todo lo que haga daño a los demás, te lleva a la muerte eterna. Decía muy bien Louis Evely: Al final, sólo morirán eternamente los que ya estén muertos en vida. Es decir, aquellos que estaban muertos por dentro, porque habían dejado de amar. Así que piensa bien: La verdadera muerte no es morir, sino dejar de amar. El infierno no será más que la continuación de la muerte que han comenzado en esta vida por no querer hacer el bien ni amar a los demás. Por eso, tú decide amar, en lugar de odiar, vivir en lugar de morir.

 

    Te recomiendo que mires las flores, observes a los pájaros, sonrías a los niños inocentes y disfrutes de las bellezas de la naturaleza para que aprendas a descubrir en ellas el amor de Dios y puedas amar sin condiciones y sin esperar recompensa de los que te rodean.

 

    En una oportunidad, Leo Buscaglia, el gran escritor americano, tuvo una entrevista con el Dalai Lama del Tibet y éste le dijo: Tu mayor deber es ayudar al prójimo. Y, si no puedes ayudar, por favor, no hagas daño. Muy buena idea, enmarcada dentro de la mejor doctrina cristiana: Si no puedes hacer el bien a una persona, por lo menos no le hagas daño. No te vengues, no le guardes rencor, no le pagues mal por mal. Sé generoso en el perdón y no humilles ni desprecies a nadie.

 

    Un autor decía que la vida es como un hermoso regalo de cumpleaños, que Dios nos da. Pero la vida viene envuelta en fascinantes cintas y papeles de regalo, unos más bellos y brillantes que otros. Algunos, desde el principio, se rebelan contra su regalo y ni siquiera se toman la molestia de abrirlo, no se resignan a su suerte, porque no se aceptan a sí mismos... Y, si lo abren, se sienten decepcionados, al ver que en su vida hay dolor y sufrimiento, cuando sólo esperaban encontrar amor y belleza. Pero la vida no es sólo belleza, hay también dolor. Lo bello es cambiar la desesperación en esperanza y el sufrimiento en amor generoso.

 

    Hermano mío, mira la vida con los ojos de Dios, mira en profundidad, no te quedes en la superficie, en las apariencias. Toda vida es maravillosa, hasta la vida de un niño anormal o de una persona discapacitada. Como diría Saint Exupery en el Principito: Lo esencial es invisible a los ojos. Y lo esencial de la vida es el alma; y el alma de cualquier ser humano es un alma hermosa, salida de las manos de Dios sin defectos ni enmiendas.

 

    Leo Buscaglia en su libro: “Vivir, amar y aprender” dice: Conocí una mujer, a quien los médicos le dijeron que le quedaban solamente tres meses de vida. Como todavía podía caminar, le dije que, en vez de estar sentada, esperando la muerte, debería aprovechar el tiempo que le quedaba para hacer algo útil. Ella se fue a un hospital, donde había niños con cáncer. Algunos niños le dijeron con simplicidad:

-   ¿Tú también te vas a morir?

-  

-   ¿Y tienes miedo?

-  

-   ¿Por qué tienes miedo, si vas a ver a Dios?

 

Aquellos niños le enseñaron a ver la vida con otra perspectiva y se sintió feliz de jugar con ellos y hacerlos felices. Pero lo más maravilloso fue que el tiempo pasaba y no se moría. Hasta ahora sigue visitando a los niños, haciéndolos felices. Ya no tiene miedo a la muerte y espera el momento señalado para ir a ver a Papá Dios.

 

Sin embargo, tú sufres por muchos motivos. Puede ser que sufras, porque te oprime la soledad, la depresión, algún error o pecado cometido, alguna traición de tu ser más querido, o quizás por tu propia inseguridad. No importa saber cuál es la causa de tu dolor, lo importante es que hagas algo por los demás, que salgas de ti mismo y procures hacer felices a los demás para encontrar así tu propia felicidad. No olvides que vivir es amar y que morir es dejar de amar. Si no amas a nadie, estás perdido y te estás muriendo en vida.

 

Además, ¿sabes hasta cuándo tendrás la oportunidad de seguir viviendo? ¿No? Pues, entonces, aprovecha bien el tiempo de tu vida. Mira, un profesor de un colegio sufrió un infarto y su esposa llamó desesperadamente a su hija, que vivía en otra ciudad. Ella se puso inmediatamente en camino con su coche nuevo y... chocó y murió en el accidente. En cambio, el papá se recuperó y sigue viviendo. ¿Qué quiere decir esto? Que nadie sabe el día ni la hora. Nadie tiene la vida comprada y, por eso, debes vivir en profundidad y con seriedad y responsabilidad hasta el último momento que Dios te regale. Vive para la eternidad. Vive bien y nunca te arrepentirás. Vive con amor y ama para seguir viviendo.

 

 

SIEMPRE ADELANTE

 

Si sientes que no puedes lograr algo,

no te desanimes.

Piensa en el ave, que paja a paja hace su nido.

Piensa en el sol, que alumbra

los espacios siderales

hasta llegar a su destino;

en la planta, que lucha por florecer

a pesar del viento frío;

en la hormiga, que carga un granito de trigo;

en la roca, que es perforada

por el constante rocío;

en el niño pequeño, que a hablar ha aprendido.

Y en Dios que, en su inmenso amor,

siempre estará contigo.

 

Y, si alguna vez fracasas

después de haber intentado algo,

recuerda que haber fracasado

no significa que eres un fracasado;

significa que todavía no has tenido éxito.

Fracaso no significa que no has logrado nada,

significa que has aprendido algo.

Fracaso no significa falta de capacidad,

sino que debes hacer las cosas

de distinta manera.

Fracaso no significa que jamás vas a triunfar,

sino que tardarás más en conseguirlo.

Fracaso, recuérdalo bien, no significa

que Dios te ha abandonado,

sino que Dios sigue esperando

y confiando más en ti.

 

Una vez se organizó una carrera de ranas, que debían subir a lo más alto de una torre. Al principio, todas salieron con entusiasmo para alcanzar la meta, pues el premio era extraordinariamente grande. Pero los espectadores, ya desde que comenzó la carrera, empezaron a burlarse de ellas y les decían a gritos: Nunca podréis alcanzar la meta, eso es imposible. ¿Por qué no desistís de vuestro empeño? Sois unas locas. Nadie podrá jamás alcanzar semejante altura…Y tanto era lo que se reían y se burlaban que, poco a poco, las corredoras fueron desistiendo y retirándose, porque llegaron a convencerse de que, realmente, era imposible llegar a la cima.

 

Pero una ranita subía y subía sin importarle lo que decían las otras. Y tanto empeño puso que, al final, consiguió llegar y conseguir el premio. Todos los espectadores estaban confundidos, no lo podían creer. Así que los periodistas fueron rápidamente a hacerle una entrevista y a preguntarle cómo era posible que hubiera alcanzado algo que parecía realmente un sueño inalcanzable. Y la ranita, sólo decía: ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? Resulta que era sorda y ella había creído que todos la estaban animando con sus palabras; cuando, en realidad, era todo lo contrario.

 

La moraleja es clara: nuestras palabras, buenas o malas, pueden hacer mucho bien o mucho mal en los que nos oyen. Es importantísimo dar siempre palabras positivas y palabras de aliento a los demás. Y, a la vez, hay que hacer oídos sordos a todos aquellos que creen que nunca podremos realizar nuestros ideales y nuestros sueños.

 

Así que tú sigue siempre ADELANTE y nunca bajes la guardia ni tires la toalla, porque Jesús espera mucho de ti y te necesita para hacer felices a los demás.

 

 

CARTA DEL HERMANO ROGER DE TAIZE

 

El Hermano Roger escribió una carta a los jóvenes del mundo en 2003. En ella dice:

 

    “Hay que recordar que el sufrimiento no viene nunca de Dios. Dios no es el autor del mal, Dios no quiere la angustia humana ni los desórdenes de la naturaleza ni la violencia de los accidentes ni las guerras. Comparte el dolor de quien atraviesa la prueba y nos concede consolar a quien conoce el sufrimiento…

 

Hemos sido creados para avanzar hacia el infinito. Por eso, resuenan en nuestros oídos las palabras de Dios: No te detengas, sigue avanzando, que tu alma viva… Sin embargo, a veces ocurren cosas inesperadas y vienen los problemas con sus noches oscuras. Pero, si tenemos la luz de la fe en nuestro corazón, el ir por estos caminos de oscuridad, lejos de debilitarnos, nos puede construir interiormente. Por eso, debemos acoger cada día como un hoy de Dios. Él siempre tiene algo que decirnos. Hermano, busca la paz de tu corazón para que tu vida llegue a ser bella”.

 

    Sí, la vida puede ser hermosa, cuando tenemos a Dios en el corazón y ponemos nuestra mirada en Él, que nos mira con amor de Padre. Levanta tu mirada a lo alto, sonríe a tu Padre Dios. Quizás te está llamando a sufrir con Jesús en la cruz, quizás te está llamando a su presencia, quizás te está llamando a una nueva vida espiritual para que des frutos de vida eterna…Avanza, no te detengas, no temas, vete hacia Él.

 

Ahora dile a Jesús:

 

Oh, Jesús, quédate conmigo, porque te necesito. Soy muy débil y necesito fuerzas para no caer en la tentación. Quédate conmigo en mis horas de dolor, porque sin Ti no puedo soportar mis sufrimientos. Quédate conmigo, Señor, porque Tú eres mi luz en la oscuridad. Quédate conmigo, porque sin Ti no puedo vivir. Tú eres mi alegría y sin Ti me encuentro triste.

 

Señor, que siempre pueda decir: “Aunque pase por un valle de tinieblas no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo” (Sal 23,4). Quédate conmigo, porque deseo amarte más y más y estar siempre contigo. Amén.

 

 

DILE SÍ A LA VIDA

 

Gracias, Señor, por mi vida,

porque Tú me amaste

antes de que el primer sol brillara

en los espacios infinitos

y el primer amanecer naciera en el horizonte.

Gracias, porque antes de que el canto

de la primera noche

arrullara las estrellas y antes del primer día

en los billones de años de edad del Universo,

cuando aún no existía la noche,

que mide el tiempo,

ni el sol brillaba en el firmamento azul,

antes de la creación del Universo,

Tú, Dios mío, decidiste crearme.

Gracias, porque en la eternidad del tiempo,

cuando todo era silencio y vacío,

Tú me acariciabas en tu corazón

y soñabas conmigo,

derramando  sobre mí tus bendiciones.

¡Oh, Dios mío! ¡Gracias por mi vida!

¡Bendita sea mi vida! Quiero vivirla en plenitud

y amarte sin descanso para agradecerte

tu infinita bondad.

GRACIAS, Señor, por mi vida y por tu amor.

Ni toda la eternidad será suficiente

para decirte cuánto te amo.

Gracias por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

VIVE PARA LOS DEMÁS

 

Tu vida no es algo privado para ti solo. Tu vida no es una isla, es un archipiélago y todos te necesitan y tú necesitas a todos. ¿Acaso podrías vivir solo sin contar con nadie más? ¿Acaso te has dado la vida a ti mismo? ¿Acaso no has necesitado de una madre que te cuide durante los primeros años de tu vida? Por eso, y por mucho más, debes pensar que debes amar y ayudar y hacer felices los demás, pues en amar está el sentido de tu vida. Has sido creado con amor y por amor. Y sólo en el amor encontrarás la plenitud de la vida. De ahí que debes ayudar a los demás con lo poco o mucho que eres y tienes. Nunca te sientas tan pequeñito que creas que no sirves para nada. Piensa:

 

Si una nota musical dijera:

una nota no hace melodía,

no existiría la sinfonía.

Si una gota de agua  dijese:

una gota no hace un riachuelo,

no existiría el océano.

Si un hombre dijera:

yo solo no puedo cambiar el mundo,

no habría ningún acto de justicia

ni de paz en el mundo.

Como la sinfonía necesita de cada nota,

como el océano necesita de cada gota de agua,

como el libro necesita de cada palabra,

así la humanidad entera necesita de ti,

porque tú eres único e insustituible.

 

    Por eso, ¿quieres hacer feliz a alguien? Hazlo hoy, mientras hay tiempo. ¿Quieres regalar una flor? Regálala hoy, mientras tienes tiempo. ¿Quieres decir a alguien: Te amo? Díselo hoy, que tienes tiempo. ¿Quieres hacer las paces con quien te ha ofendido? Hazlo hoy y no esperes a mañana. ¿Quieres dar gracias a alguien? Hazlo hoy, mañana quizás no tengas tiempo. No esperes a que la gente se muera para quererla y decirle que la quieres, porque no sabes si tendrás tiempo.

 

    Sonríe, ama, agradece y haz feliz a todos hoy. Así no tendrás que visitar los cementerios ni llenar las tumbas de flores para agradecer los favores recibidos, cuando ya sea tarde.

 

Al comenzar un nuevo día, debes saber que es un regalo de Dios. Un precioso regalo, de valor indecible y misterioso. Cada día es único e irremplazable. Cada día tiene su propio sentido en la historia general de tu vida. Lo que puedes hacer hoy no lo dejes para mañana. Cada día Dios te encomienda una tarea distinta, aunque pueda parecerte vieja, porque se parece en todo a la de otros muchos días. Sin embargo, es una tarea enteramente nueva y única. Llena, pues, este hoy que Dios te regala con mucho amor. Da paz y alegría a cuantos te rodean, haz felices a todos los que encuentres en tu camino. Vive con paz y armonía y transmite paz a tu alrededor. Si esto es así, el día de hoy será un día lleno, un día verdaderamente único e irreemplazable. Será un día “divino” en la historia de tu vida. Haz, pues, de este día un regalo lleno de flores y de amor para Dios y para los demás.

 

    Vive el presente con alegría, vive el presente con ilusión. Cuida el tiempo presente, el aquí y ahora, pues en él vivirás el resto de tu vida. Libérate de la angustia del futuro. Ponlo en las manos de Dios y sigue cantando y luchando por un mundo mejor, haciendo felices a los demás.

 

    Una vez, una niñita quería hacer feliz a su padre por el día de su cumpleaños y, después de pensarlo mucho, decidió envolver una cajita de cartón vacía con un bonito papel de regalo. Y se lo entregó a su papá con todo cariño. Su papá, cuando abrió el regalo y vio que la caja estaba vacía, se quedó extrañado y un poco triste. Pero ella le aclaró: Papá, antes de cerrar la cajita, la llené de besos para ti.

 

    ¡Qué hermoso regalo! ¡Una caja llena de besos para su papá! Pues bien, nuestro Padre Dios, quiere que nosotros, sus hijos pequeños, también le demos alegría todos los días y le digamos que lo amamos y le demos muchos besos y flores de amor. Le podrías decir:

 

Padre mío, concédeme que toda mi alma se postre ante tu puerta saludándote. Permíteme que todas mis canciones junten sus melodías para alegrarte. Que toda mi vida sea un largo caminar hacia tu eterno cielo, amándote y saludándote a cada paso. Te entrego y te ofrezco todas las flores del jardín de mi alma y todos los besos de mi corazón. Te ofrezco mi vida y te ofrezco mi corazón con todo mi amor.

 

 

AYUDA A CRISTO EN LOS QUE SUFREN

 

    La Madre Teresa de Calcuta entregó su vida al cuidado de los más pobres de entre los pobres. A lo largo de su vida, atendió a millares de enfermos, moribundos, leprosos y a pobres de toda clase y condición. Para ella todos los que sufren son, especialmente, el Cristo sufriente en la tierra. Ella decía: “Los pobres son el cuerpo de Cristo que sufre. Son Cristo mismo”.

 

    Por eso, les enseñaba a sus hermanas a atenderlos como atenderían al mismo Cristo en persona. Los que sufrían eran como parte de su propia familia. Decía:

 

    “Mi familia son aquellos a quienes nadie se acerca, porque son contagiosos  y están llenos de microbios y suciedad. Aquellos que no van a rezar, porque no pueden ir desnudos. Aquellos que no comen, porque no les quedan fuerzas para hacerlo. Los que se caen desplomados por las aceras, sabiendo que están para morir y a cuyo lado pasan los vivos sin volver la mirada atrás. Los que no lloran, porque se les han agotado ya las lágrimas de tanto sufrir”.      

 

    Y enseñaba a sus moribundos a ver a Dios hasta en la muerte que se acercaba. Les decía: “La muerte no es sino el medio más fácil y más rápido de volver a Dios. ¡Si tuviéramos fe, si pudiéramos comprender que venimos de Dios y debemos volver a Él! Morir es volver a Dios, es volver a casa”.10

 

    La Madre Teresa ayudaba a los pobres y les ayudaba a bien morir. ¿No puedes tú también hacer algo por tantos pobres que sufren? Hay muchos pequeños detalles que puedes hacer por los demás y así dar un nuevo sentido de amor a tu vida. Veamos algunos ejemplos de algunos colaboradores de la Madre Teresa:

 

“Adjunto un pequeño cheque. Había decidido comprarme un abrigo para este invierno. Lo he pensado mejor: el que tengo puede durar todavía uno o dos años. El cheque corresponde al importe del abrigo, que por ahora no me compro”.

 

“Soy una telefonista y remito un giro postal. Es el importe de mis cenas de un mes. He renunciado a la cena en la pensión, donde me hospedo. Pienso que una persona que, como yo, gracias a Dios, goza de muy buena salud, puede renunciar tranquilamente a la cena en beneficio de quienes pasan hambre. Seguiré mandando la misma cantidad todos los meses”.

 

“Somos una pareja de novios. Nos casaremos dentro de un mes. Hemos propuesto a nuestra familia y amigos que, en lugar de hacernos algún regalo, ya que queremos hacer una boda íntima y sin despilfarros, nos den en dinero lo equivalente a sus regalos para ofrecérselo a los pobres de la Madre Teresa”.

 

“Nosotros somos una familia normal y podemos comer tres veces al día. Por eso, les he propuesto a mis dos hijos de 5 y 8 años de compartir nuestro pan con los más pobres. Mi hijo de ocho años tuvo una idea: renunciar tres veces por semana al postre para darle el importe a los pobres de la Madre Teresa”.

La señora Josepha Gosselke de Alemania cuenta el caso de una colaboradora alemana de la Madre Teresa, que, cuando vio cercana su muerte pidió a sus familiares que no hubiese flores ni coronas ni gastos supérfluos en su funeral y que, todo lo ahorrado, se lo diesen a la Madre Teresa. Lo recaudado fue de 833 marcos alemanes.

 

Y así podríamos seguir hablando de gestos de amor de muchos niños y adultos en favor de los más pobres, que deben sufrir, porque, no solamente no tienen lo suficiente para comer, sino que no tienen ni siquiera para curarse sus enfermedades, pues no tienen dinero para comprar sus medicinas. Y esos pequeños gestos de amor pueden revolucionar nuestra vida y darle un nuevo sentido de amor. De la misma manera, los que sufren, por diferentes enfermedades o miserias de la vida, también pueden ofrecer sus sufrimientos como gestos de amor a favor de los que no aman y no creen y viven sin sentido y sin amor en su corazón.

 

La Madre Teresa con toda su experiencia en el cuidado de enfermos y moribundos decía: “El dolor es un don de Dios, es el don más bello que una persona puede recibir. Descubrir el dolor como un regalo de Dios, viene a ser la más alta sabiduría a que el hombre puede aspirar. Encontrar a Dios en la cruz, la alegría en el dolor y la serenidad en las pruebas, nos convierte en corredentores de nuestros hermanos, identificándonos con el que por nosotros murió en la cruz.

 

    Aceptad el dolor como un regalo de Jesús, soportadlo por amor a Jesús. El dolor es el beso de Jesús y nos asemeja a Él”.

 

    Por eso solía decir frecuentemente: “Hay que amar hasta que duela. Hay que amar hasta servir por amor. Porque el amor en acción se hace servicio a los demás”.

 

Dile tú ahora  a Jesús:

 

Señor, cuanto tenga hambre, dame alguien

que tenga necesidad de alimento.

Cuando tenga frío, mándame alguien

para que lo caliente.

Cuando tenga desaliento, mándame alguien

a quien tenga que dar ánimos.

Cuando tenga necesidad de comprensión,

mándame alguien que necesite la mía.

Hazme digno de servir a todos.

Y haz que todos encuentren en mí un ángel

que los conforte y los consuele. Amén.

 

 

 

 

 

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

 

    Cuando está enfermo alguno de nuestros familiares, debemos poner de nuestra parte todo lo posible para conseguir su salud. Si el plan de Dios es la salud, acudamos a los médicos y medicinas de acuerdo a nuestras posibilidades, y pongamos también en juego todas las fuerzas espirituales posibles. Si la voluntad de Dios es que, a pesar de todos nuestros esfuerzos humanos y espirituales, siga enfermo, e, incluso, llegue a fallecer, aceptemos con amor la decisión de Dios, nuestro Padre.

 

    En primer lugar, pidamos oración  a todos los que podamos. Formemos una gran cadena de oración por el enfermo. Jesús dijo claramente: Pedid y recibiréis. Muchos enfermos se sanan, si se ora por ellos.

 

Veamos un caso real:

 

            “El día de su quinto cumpleaños, Federico, el último de nuestros hijos se vio afectado por una enfermedad gravísima. El diagnóstico no dejaba lugar a dudas: septicemia meningocócica. A los pocos días, los médicos nos hicieron entender que su estado era terminal. Nos pusimos a rezar y pedimos oración a toda la comunidad del movimiento de los focolares. Se inició una gran cadena de oraciones: con fe, rezando unidos, se puede obtener todo. En pocas horas, con gran sorpresa del médico de guardia, la situación cambió. A la mañana siguiente, estaba fuera de peligro, y la jefa de sala nos dijo que le diésemos las gracias a “Alguien”, porque había sido un milagro”11.

 

Aparte de la cadena de oración, acudamos a nuestros antepasados difuntos, que estén ya en el cielo o en el purgatorio. Ellos, con su intercesión, también pueden hacer mucha fuerza. Ellos son parte de nuestra familia y están interesados en nuestra felicidad. Pero también hay algo muy importante, que no debemos olvidar: acudir a todos los ángeles de nuestra gran familia humana, a los ángeles de todos nuestros antepasados, presentes y futuros. Los ángeles también son miembros de nuestra familia y, por eso, también cuidan de nosotros y se preocupan de nuestra santificación y bienestar.

 

    Si así lo haces, verás maravillas en tu vida y en la de tus familiares. Y Jesús te sonreirá desde tu corazón y te concederá innumerables bendiciones, más de las que puedas pedir o imaginar.

 

 

PARA REFLEXIONAR

 

Más se aprende en dos meses de adversidad

que en diez años de Universidad.

Por ser sufrido y paciente,

no es uno menos valiente.

Quien más padece más merece.

Cuanto más el hombre padece,

más la mano de Dios lo favorece.

 

Recuerda que el sufrimiento es el mejor educador de tu vida, porque te enseña a madurar. “El sufrimiento, decía Anatole France, es el gran maestro de los hombres”. “El hombre a quien el sufrimiento no educó, siempre será un niño” (N. Tammaseo). Y el gran sabio Eckard decía que “el caballo más rápido para llegar a la santidad es el dolor”.

 

    “El sufrimiento es el megáfono que Dios utiliza para despertar a los sordos” (Lewis).

 

    ¿Qué dirás ahora de todos tus dolores? ¿Te consideras como un prisionero de tus dolores y enfermedades? ¿Crees que eres un castigado por Dios?

 

    Alguien ha dicho que la enfermedad ofrecida con amor es como “un estado de perfección”, pues ella es el mejor medio de santificación. De todos modos, piensa en lo que decía san Francisco de Sales: “Los ángeles nos envidian, porque sufrimos por Dios. Ellos nunca han sufrido por Él”.

 

 

A LOS FAMILIARES

 

    A los familiares de los enfermos o ancianos quisiera decirles unas palabras de aliento y esperanza. En primer lugar, no se desesperen como los que no tienen esperanza ni fe en Dios. Deben atender con toda delicadeza y paciencia a estos familiares necesitados de ayuda y comprensión. Acudan a los médicos, pero sin olvidarse de que deben orar insistentemente para pedir su salud. Orar con perseverancia puede hacer milagros, porque Dios siempre escucha nuestra oración. Pero hay que tener mucha paciencia, sobre todo, cuando son ancianos y han perdido la memoria o la razón.

 

    Incluso, cuando están en coma, hay que seguir orando con perseverancia, porque Dios puede hacer milagros o, al menos, puede seguir bendiciendo abundantemente a estos familiares a través de nuestras oraciones. Algo también muy importante es acudir al sacerdote, cuando todavía hay tiempo y son conscientes, para que puedan recibir los sacramentos de la confesión, comunión y la unción de los enfermos. No dejarlo todo para el último momento, cuando ya no se dan cuenta de nada.

 

    En los últimos momentos, los familiares deben intensificar sus oraciones. Si es posible, recen la coronilla del Señor de la misericordia. Para ello, rezar con el rosario, y en lugar de las Avemarías decir: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Y en lugar de los cinco Padrenuestros, decir: Padre santo, te ofrezco el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo en reparación de nuestros pecados y los del mundo entero. Jesús le prometió a santa Faustina Kowalska: “Si se reza esta coronilla al lado de un agonizante, Yo me interpondré entre el Padre y el alma agonizante como Salvador misericordioso” (Diario V,140)

 

    Esos últimos momentos pueden ser decisivos para su salvación. Pero nunca deseen terminar con su vida “piadosamente”, quitándoles el suero o el oxígeno. Estén a su lado hasta el último instante y denles amor y esperanza, tratando de convencerlos para que se confiesen y reciban la comunión, si han estado alejados de Dios y de la Iglesia.

 

    Uds. deben ser para el anciano o enfermo una luz en su camino, una esperanza para confiar en la misericordia de Dios y una señal de que Dios sigue amándolos a pesar de todo.

 

Y no se olviden de rezar por su salud. Jesús ha dicho: “El que cree en Mí impondrá las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos” (Mc 16,18). Uds. deben ser instrumentos de Jesús. Recuerden el pasaje evangélico, donde unos familiares le llevaron un enfermo a Jesús. Dice así: “Vinieron trayéndole un paralítico, que llevaban entre cuatro… Y viendo Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados… Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,3-11). Dice el Evangelio: “Viendo Jesús la fe de aquellos hombres”, que eran sus familiares. Si ellos no hubieran tenido fe en Jesús, nunca se hubiera curado el enfermo. Por eso, acudan a Jesús y oren por los enfermos de la familia. Pueden decir:

 

    Señor Jesús, te pedimos por N.N. que está enfermo. Bendícelo y haz que pueda encontrar la salud en su cuerpo y en su alma. Que su fe crezca cada día y se vaya abriendo a las maravillas de tu amor para que sea testigo de tu bondad y de tu poder. Jesús, por tus santas llagas y tu santa cruz, por tu sangre bendita derramada, te pedimos que lo sanes y le des vida en abundancia. Tú puedes sanarlo como lo hacías con tantos enfermos, cuando estabas en la tierra. Pon tus manos divinas sobre la parte enferma  de su cuerpo  y haz que tu vida divina inunde su corazón y sane su cuerpo.

 

    Envía, Señor, a todos tus ángeles en compañía de san Rafael, Medicina de Dios, para que oren sobre él y lo  sanen en tu Nombre. Invocamos también a todos nuestros familiares difuntos, que disfrutan ya de tu felicidad en el cielo y de los que todavía están en el purgatorio. Unidos a todos nuestros familiares y a todos nuestros ángeles, en unión con María nuestra Madre, te pedimos que lo sanes y le des tu santa bendición.

 

    Ven, Espíritu Santo, con tu poder sanador y santificador y sana su cuerpo y santifica su alma. Amén

 

    En el bendicional oficial de la Iglesia hay también oraciones para bendecir a los ancianos y enfermos, que pueden ser hechas por sus propios familiares. Veamos algunas:

 

    Señor Dios Todopoderoso, que has dado a tu hijo una dilatada ancianidad, te pedimos que le concedas tu bendición para que sienta la dulzura de tu compañía. Que al recordar su pasado, tu misericordia lo consuele y, al mirar al futuro, la esperanza lo sostenga.

 

    Señor Dios, Padre misericordioso, que con tu bendición levantas y fortaleces nuestra frágil condición, mira con bondad a este hijo tuyo, aparta de él la enfermedad y devuélvele la salud para que, agradecido, bendiga tu santo Nombre. Por Jesucristo Nuestro Señor.

 

    Que Jesús el Señor, que pasó haciendo el bien y curando a todos los enfermos, lo conserve con salud y lo llene de sus bendiciones Amén.

 

    Se le puede hacer la señal de la cruz en la frente en señal de bendición y se le puede imponer las manos con cariño para manifestarle nuestro amor y orar espontáneamente con las palabras que Dios ponga en nuestro corazón, en unión con nuestros ángeles custodios. 

 

CARTA A UN ENFERMO

 

Querido hermano:

 

    Desde lo más profundo de mi corazón y con toda sinceridad, quiero decirte GRACIAS por todo lo que sufres y ofreces a Dios por la salvación de los demás. Tienes derecho a quejarte y a reclamar a Dios y a pedirle insistentemente la salud. Pero piensa que si, a pesar de poner todos los medios humanos y espirituales de tu parte, Dios permite que sigas enfermo, debes tomar tu cruz con cariño entre tus manos y aceptarla sin rebelarte y ofrecerla con todo tu amor. Sólamente así tu vida será bendecida, sólamente aceptando tu situación de sufrimiento, podrás salvar al mundo, uniendo tu dolor con el dolor de Cristo.

 

    Dios y los ángeles están esperando tu respuesta positiva. Tus antepasados y familiares difuntos, que te miran desde el cielo, esperan mucho de ti y cuentan contigo para la gran tarea de salvar al mundo y, en especial, a tus familiares, que tanto te necesitan. Por eso, no debes sentirte un inútil, que no sirves para nada. Tú eres valioso a los ojos de Dios y de la humanidad entera. No importa, si algunos no te valoran, no importa si no puedes trabajar ni ganar dinero. Tú puedes salvar almas para Dios y ser un gran bienhechor de la humanidad y, concretamente, de tu familia.

 

    Tus hermanos y amigos esperamos mucho de ti. No nos defraudes. Contamos contigo. Sigue con tu cruz hasta que Dios quiera. Él tiene sus caminos y te ha escogido a ti para esta gran misión. Mientras tanto, nosotros seguiremos rezando por tu salud, porque, si está en los planes de Dios darte la salud, queremos que siempre se cumpla su voluntad. En la salud o en la enfermedad, en la vida o en la muerte ¡Bendito sea el Nombre de Dios!

 

    Gracias por tu ejemplo y tu amistad. Que Dios te bendiga.

 

Todos sufrimos.

La diferencia está en que mientras unos sufren sin sentido y sin esperanza,

otros conocen y aceptan el valor inmenso

del dolor, ofrecido con amor.

 

 

 

 

 

ORACIONES



 

Señor, estoy enfermo; me siento solo y triste. Quisiera hacer grandes obras por tu amor, recorrer el mundo y viajar por todos los senderos de la tierra y predicar tu Palabra, pero estoy enfermo. ¿Es esto lo que Tú quieres para mí? Mi vida transcurre monótona y fría sin una perspectiva feliz. Parece que ya no hay curación para mí y me siento acabado. No sirvo para nada y todos me compadecen. Pero no pueden entender cómo me siento. Me siento incomprendido…

 

    Señor, ¿no te importa que esté enfermo? ¿Quieres que me muera? Quisiera seguir viviendo para seguir trabajando y haciendo algo también por tu amor. Pero parece que ya no hay remedio. A veces, me parece que quiero rebelarme contra tus designios sobre mí. ¡Qué rápido se ha pasado mi vida! Tengo sólo cincuenta años y me parece que hubiera vivido cien años. Y ahora me estás esperando para pedirme cuentas.

 

    Señor, mi vida me parece vacía y ya no hay tiempo para enmendarla. Señor, acógeme en tus brazos, dime que me quieres, dime que me perdonas más allá de la muerte. Ahora pienso en mi pasado. ¿Para qué malgasté mis energías juveniles en extrañas y vanas aventuras? ¿De qué me han servido?

 

    Oh Señor, haz que mis últimos días los viva en paz contigo. Te ofrezco mi vida y te ofrezco mi amor con todo mi dolor y mi inutilidad. También te ofrezco mi deseo de curación. Ten compasión de mí y dame tu perdón y paz. Amén.

 

......

 

Señor, soy tu hijo y estoy enfermo. Tengo miedo a morir. No sé qué será de mí. Mi vida esta vacía, sólamente he pensado durante años en trabajar y trabajar y trabajar… Y me olvidé de ti. Pensaba que lo único que valía la pena era tener dinero para poder divertirme. Y ahora ¿de qué me sirve todo mi dinero? ¿Dónde están todos mis amigos? Señor, dame paciencia, porque a veces me desespero de estar así. Mis familiares también se sienten tristes con mi situación y no hay ninguna solución humana. Estoy desahuciado y me rebelo, porque quiero seguir viviendo. ¿Por qué a mí? ¿Por qué?

 

    Señor, no quiero echarte las culpas de todas mis desgracias, pero quisiera que me des más paciencia y comprensión para todos. Dame tu amor para amar a los que me aman y agradecerles todo lo que hacen por mí. Señor, gracias por la vida que me has dado. Prepárame para el último viaje. Te ofrezco mis limitaciones y mis debilidades, con mi enfermedad y mi dolor. Te entrego mi corazón, con todo lo que soy y tengo, para amarte siempre. Gracias, Señor, por tener compasión de mí. Espero verte pronto y ser feliz contigo por toda la eternidad.

 

......

 

Señor, estoy destrozado interiormente. Ha muerto mi hijo, a quien tanto quería.  Ha sido un accidente absurdo. Algo que nunca debió ocurrir. ¿Por qué, Señor, permitiste que ese joven irresponsable condujera a alta velocidad y atropellara a mi hijo, que iba tranquilamente por la carretera? ¿Por qué? Señor, son muchas las preguntas que quisiera hacerte en este momento, pero sé que ninguna respuesta me podrá devolver otra vez a mi hijo. Y me siento mal. Y estoy desesperado hasta el punto que me parece que sería mejor terminar con todo de una vez y suicidarme para irme con él, pero sé que eso no arreglaría nada. Por eso, quiero seguir viviendo.

 

    Señor, perdóname todos mis pensamientos de odio y de venganza contra ese joven y su familia. Mi dolor es demasiado grande para poder vivir en paz. Perdóname y déjame que llore ante ti al caer de la tarde. Señor, dame paz, necesito paz. Así no puedo seguir viviendo; es demasiado grande mi dolor. Mi vida ya nunca será la misma. Mi hijo tenía sólo ocho años. Era mi esperanza, soñaba con un futuro prometedor para él. ¡Era tan bueno y obediente! Era tan inteligente… Oh Señor, gracias por estos años que me lo has prestado. Gracias, por mi hijo. Haz que esté feliz contigo en tu reino. Dame tu paz.

 

......

 

Señor, acabo de venir del médico y me ha dicho que tengo un cáncer avanzado. Me lo ha dicho sin compasión. Yo pensaba que eso nunca me podría ocurrir a mí. Yo creía que eso sólo le pasaba a los otros. Por eso, hoy me siento derrumbado. Me parece que no es cierto, que todo es mentira, que estoy soñando. Mi familia tampoco se lo puede creer. Yo, el hombre fuerte, que nunca tenía una gripe, ahora estoy destrozado por dentro y con los días contados. ¿Por qué, Señor?

 

Señor, ¿es posible que tú quieras esto para mí? ¿Es posible que tú lo hayas dispuesto todo esto para mi bien? No te entiendo, pero quiero aceptar tu voluntad. Te ofrezco mi cuerpo y mi alma, te ofrezco mi vida con mi pasado y presente y los días que me queden. Te ofrezco mi familia y te pido que la cuides, cuando yo me vaya. Señor, prepárame para estar listo en el momento que tú me llames. Señor, no lo puedo comprender, pero acepto tu voluntad. Cuento contigo. Confío en Ti. Dame tu paz y bendice mi vida entera. Gracias por todas las alegrías que me has dado. Gracias por mi familia y mi fe en ti. Gracias por todo el bien que he podido hacer por los demás. Gracias, porque creo que mi vida no ha sido en vano y ahora, al atardecer de mi existencia, puedo decirte: Señor, yo te amo y yo confío en Ti.

 

Señor, ayúdame a ser consciente


de mis propias limitaciones.

Que sea tan valiente que no me hunda

ante las inevitables dificultades de la vida.

Que sea tan humilde que llegue a descubrir

que sin Ti no soy nada ni valgo nada.

 

Haz, Señor, que, cuando el dolor

llame a mi puerta,

no lo mire nunca como un castigo

que Tú me envías,

sino como una oportunidad que me brindas

de poderte demostrar que te amo de verdad

y que soy consciente de que Tú me amas

a pesar de todo.

Que el dolor, Señor,

me haga cada vez más maduro,

que me haga más comprensivo con los demás,

que me haga más amable y más humano.

Que, cuando venga el dolor,

lejos de rebelarme contra Ti,

sepa ofrecértelo y repartir amor y paz

a todos los que me rodean.

Te había pedido, Señor, fuerza para triunfar.

Tú me has dado flaqueza

para que aprenda a obedecer con humildad.

Te había pedido salud

para realizar grandes empresas.

Me has dado enfermedad

para hacer cosas mejores.

Deseé la riqueza para llegar a ser dichoso.

Me has dado pobreza para alcanzar sabiduría.

Quise tener poder

para ser apreciado de los hombres.

Me concediste debilidad

para que llegara a tener deseos de Ti.

Pedí una compañera para no vivir solo.

Me diste un corazón

para que pudiera amar a todos los hombres.

Anhelaba cosas que pudieran alegrar mi vida

y me diste vida

para que pudiera gozar de todas las cosas.

No tengo nada de lo que te he pedido,

pero he recibido todo lo que había esperado.

Porque, sin darme cuenta,

mis plegarias han sido escuchadas

y yo soy, entre todos los hombres, el más rico.

 

(Grabado en placa de bronce en el Instituto

de readaptación de Nueva York).

 

......

 

 

 

¿Dónde estás, Señor?

Yo tengo ojos, pero no te veo.

Yo oigo, pero no te escucho.

Yo te busco, pero no te encuentro.

¿Dónde estás, Señor?

- Yo estoy, donde tú no quieres estar,

donde tú no quieres ver,

donde tú no quieres escuchar,

donde tú no quieres perdonar.

Tú no me encuentras,

porque te buscas sólo a ti,

tu estima, tus seguridades,

tus satisfacciones, tus recompensas.

Tú me encontrarás, cuando decidas

en no pensar en ti, sino en Mí.

Porque yo estoy en el lugar,

donde te he salvado:

EN LA CRUZ.

Allí me encontrarás, allí encontrarás

mi amor y mi misericordia. No temas.

Yo te espero y tú conmigo serás feliz.

 

......

 

Señor, me siento inútil y estorbo en todas partes. Soy un trasto viejo, que no saben qué hacer con él. Para mis familiares, soy un problema; para las enfermeras, un paciente más; para los médicos, un número del hospital.

    Oigo por mi ventana el bullicio de niños y jóvenes y tengo envidia. Quisiera trabajar, hacer algo, en una palabra, vivir de verdad, porque creo que, si esto es vivir, prefiero morir.

 

    Muchos me consideran un parásito, un inútil, porque no valgo para nada y no puedo hacer nada. Soy como un abandonado de la sociedad. Señor, ¿qué significado tiene mi vida?

 

- Hijo mío, tú no estás solo ni eres un inútil. Tú eres alguien muy importante para mí y puedes colaborar en la gran empresa de la salvación del mundo ¿Estás dispuesto ayudarme a salvar a tus hermanos? ¿Quieres unir tus sufrimientos a los de Jesús para que tengan un valor sobrenatural? ¿Sí? Pues, desde este momento, ya eres un gran bienhechor de la humanidad y tu vida vale para mí más que la de los más grandes genios o la de lo más grandes héroes de la humanidad.

 

......

 

 

 

 

Señor, ahora que estoy enfermo,

deja que mi corazón te busque

y se desahogue contigo.

 

 

Desciende con tu amor hasta

mis miedos, mis oscuridades y mis dudas.

Llena con tu presencia

mis silencios vacíos,

alienta mi esperanza decaída,

ayúdame a abandonarme en Ti,

y a ser agradecido en todo momento.

 

Señor, ahora que vivo en la adversidad,

haz que mis ojos no dejen de mirarte,

pues en la cruz encontraré fuerzas

para seguir amando más allá del sufrimiento.

 

Señor, que tu amor me inunde

y tu luz me ilumine

para seguir esperando contra toda esperanza

en este largo camino de mi enfermedad. Amén.

 

 

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN

POR LA MUERTE DE SU MADRE

 

Deja, Señor, que mi llanto fluya

manso y calmante.

¡Sé qué tú sabrás interpretar mis lágrimas!

Déjame llorar, Señor, a lágrima viva,

siquiera una hora,

a mi madre recién muerta ante mis ojos,

 a mi madre  que, por tantos y tantos años,

me ha llorado a mí, muerto entre los vivos…

 

He cerrado los ojos de mi madre,

mientras contenía las lágrimas

en penosísima congoja interior.

Yo disimulaba también el lamento dolorido

de mi corazón,

pues sabía que mi madre no moría del todo.

Estaba seguro de su vida en la eternidad

por el testimonio diario de su fe no fingida

y por la fuerza de tu gracia, Señor.

Pero, a pesar de las consolaciones de la fe,

me quemaba vivamente la herida reciente

de esta separación,

acostumbrado como estaba a la grata presencia de mi madre

 y hecha mi alma a la delicia cotidiana

de estar juntos.

 

Privado de aquel consuelo,

me sentí desgarrado,

como si desapareciera la seguridad

de mis pasos.

Sentí una hendidura en mi alma,

pues mi vida y la suya, fundidas en sentimientos

y con deseos tan unísonos,

se habían hecho una sola...

 

Ahora nada podía calmar mi dolor,

ni siquiera las palabras de los amigos

ni los saludos de quienes se creían obligados

a acompañarme en aquel trance,

ni los consuelos de muchos cristianos

ni las voces de aliento religioso

ni los pésames, ni el retiro a la soledad…

Déjame llorar en tu presencia, Dios mío…

Perdóname el desahogo

de soltar la compuerta

de mis lágrimas represadas

y consentir que fluyan cuanto quieran…

Te pido, Oh Dios, que mi madre repose

en tu paz

juntamente con su esposo,

a quien amó enteramente.

De nuevo juntos en tu paraíso,

reúne a mis padres,

por quienes me trajiste a la vida.

Que se cumpla lo único que ella me pidió:

“Ruega por mi alma ante el altar del Señor”

 

(Confesiones 9,12,29-33 y 9,13,34-37).

 

EL DOLOR

 

¡Bendito seas, Señor,

por tu infinita bondad;

porque pones con amor

sobre espinas de dolor

rosas de conformidad!

 

¡Qué triste es mi caminar!

Llevo en el pecho escondido

un gemido de pesar,

y en mis labios un cantar

para esconder mi gemido.

 

Y es que temiendo, Señor,

que este mundo burlador

se burle de mis pesares,

voy ahogando entre cantares

los ayes de mi dolor.

 

No quiero que en mi cantar

mi pena se transparente;

quiero sufrir y callar,

no quiero dar a la gente

migajas de mi pesar…

 

Tú sólo, Dios y Señor,

Tú, que por amor me hieres;

Tú, que con inmenso amor,

pruebas con mayor dolor

a las almas que más quieres.

 

Tú sólo lo has de saber;

que sólo quiero contar

mi secreto padecer

a quien lo ha de comprender

y lo puede consolar.

 

Por eso, Dios y Señor,

por tu bondad y tu amor,

porque lo mandas y quieres,

porque es tuyo mi dolor,

¡bendita sea, Señor,

la mano con que me hieres!

(José María Pemán)

 

 

FELICES USTEDES

 

    Jesús llama felices, bienaventurados, dichosos a quienes sufren, poniendo su confianza y esperanza en Dios. ¿De qué sirve “gozar” y ser “felices” con la felicidad que da el mundo, si, al final, nos sentimos vacíos y tristes por no haber cumplido bien nuestra misión? Es preferible aceptar la voluntad de Dios, que, a veces, permite el sufrimiento en nuestras vidas, y tener la oportunidad de crecer y madurar más espiritualmente, para poder así gozar y ser mucho más felices por toda una eternidad. Jesús, en las Bienaventuranzas, que es como la carta Magna del Evangelio, ilumina la vida de los que sufren, dándoles una gran esperanza. Su dolor, sea por el motivo que sea, (enfermedad, vejez, persecución, desprecio…) no quedará sin recompensa, si se acepta con paz y resignación amorosa.

 

 

Dice Jesús:

 

Felices ustedes los pobres,

porque de ustedes es el reino de Dios,

Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados.

Felices los que lloran, porque reirán.

Felices ustedes, si los hombres los odian,

los expulsan, los insultan

y los consideran como delincuentes

a causa del Hijo del Hombre.

Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande del cielo (Lc 6, 20-23).

 

Podríamos resumir las Bienaventuranzas diciendo: “Felices los que sufren por amor a Dios, porque serán eternamente felices en el cielo”. Lo contrario, sería lo que dice el profeta Jeremías: “Maldito, infeliz, el hombre que pone su confianza en otro hombre (y en los placeres del mundo), apartando su corazón de Dios” (Jer 17,5).

 

Por eso, ustedes que sufren, levanten su corazón a Dios y acéptenlo todo como venido de sus manos amorosas de Padre. Realmente, es maravilloso saber que nuestra vida no depende del azar o de un ciego destino ni del movimiento de las estrellas ni está sometida a cualquier otra causa impersonal desconocida. Nuestra vida está en las manos de Dios, que controla hasta los más mínimos detalles y “tiene contados hasta los pelos de la cabeza” (Lc 12, 7).

 

Y Dios es bueno, es nuestro Padre, y quiere nuestra felicidad. Por eso, es exigente y quiere lo mejor para nosotros. Y sabe muy bien que, con frecuencia, un sufrimiento permitido por Él, puede ayudarnos a mejorar y a crecer mucho más que cincuenta años de vida normal y sin problemas de ninguna clase. Por lo cual, el amor de nuestro Padre Dios permite, a veces, sufrimientos en nuestras vidas, aunque nuestra mente humana no los pueda comprender. En estos casos, lo único que nos queda es aceptarlos sin desesperación y decir como Jesús: “que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc 14, 36).

 

    El consuelo de que nuestro dolor no es inútil, sino beneficioso para nosotros y para el mundo entero, nos hace ver la vida y el mundo desde el punto de vista del amor de Dios, que todo lo controla y lo permite por nuestro bien. ¡Que Dios sea bendito!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CONCLUSIÓN

 

    Después de haber expuesto algunas ideas sobre el sufrimiento a lo largo de estas páginas, sólo nos queda darle gracias a Dios por todo el bien que puedan hacer a aquellos que estén pasando una situación de sufrimiento, sea por enfermedad o problemas de la vida. No olvidemos que todos, tarde o temprano, pasaremos por el crisol de sufrimiento, que es parte integrante de la vida humana.

 

    Lo importante es saber aceptarlo y ofrecerlo a Dios con amor. Y recordar siempre que, si tenemos amor, lo tenemos todo, porque tenemos a Dios y nos sentiremos realizados como personas y la alegría de Dios brillará en nuestro corazón. El amor es lo único realmente importante. No importa, si los demás nos consideran inútiles o seres de poco valor. Si tenemos amor, somos inmensamente ricos para ayudar a los demás. Por eso, quisiera decir a cada enfermo:

 

    No tengas miedo al porvenir, que está en las manos de Dios. No temas el futuro, que todavía no existe. No te angusties por los defectos que tienes o por los pecados cometidos en tu pasado. Dios es más grande que todo y te ama infinitamente y tiene misericordia de ti. Pero, mientras tengas vida, no te detengas; sigue amando sin cesar. Haz el bien a todos los que puedas y dale gracias todos los días a tu Padre Dios por el DON INMENSO de la vida. Que tu vida sea un canto de agradecimiento a Dios por todos los dones recibidos. Vive para la eternidad y ofrece tu vida por toda la humanidad, especialmente por la salvación de tu familia.

 

Si sufres con amor, tienes un puesto insustituible en el plan de Dios, eres corredentor de la humanidad en unión con Cristo, eres hermano de Cristo paciente, eres un gran bienhechor de la humanidad, un auténtico apóstol del reino de Dios y uno de sus hijos predilectos.

 

    Que Dios te bendiga. Saludos de mi ángel.

 

    Tu hermano y amigo para siempre

 

 

                                                              

 

 

 

 

 


 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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Zamboni Doriana, Milagros cotidianos, Ed Ciudad Nueva, Madrid, 2003.

Zichetti Carla, Lettere dal cuore 1 y 2, Ed sorriso francescano, Genova. 

                                 Per amarci di piú                                    

                                 Ho detto Si                                                

                                 La speranza e la gioia,                                    

                                 Mi ha chiamato per nome,                                         

                                 Nella luce di Pasqua,                                                  

                                 La mia vita,                                                 (2003)

 


El dolor es un tesoro,

que Dios pone en tus manos,

para que con él sirvas

y ames a los demás.

 

 

 

 

 

“Tu sufrimiento,

unido al de Cristo,

se transforma en santo

y salvador”

 





1 comentario:

Dietricha Antewolf dijo...


Mi nombre es Dietricha y han pasado 2 meses desde que el Dr. Maleek me salvó del cáncer de seno en etapa 5. He estado sufriendo de esta enfermedad durante mucho tiempo, mis senos estaban totalmente fuera de forma, tenía dolores en todo el cuerpo. un día vi su contacto en internet cómo salvó a una mujer joven, no tengo otra opción y, además, rápidamente tomé su contacto y lo contuve y él me respondió y me dijo qué hacer y seguí todas sus instrucciones después de eso la cura fue enviado a través de DHL y después de tomar el medicamento, sentí la vida en mi cuerpo nuevamente y me recuperé por completo. Estoy aquí para agradecerles y hacerle saber a la gente que el cáncer se puede curar. Póngase en contacto con él en:
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El contacto de la aplicación es: +2348139565427