martes, 9 de julio de 2013

Manuel Ruiz y Compañeros, Beatos


Mártires en Damasco, 10 de julio
 
Manuel Ruiz y Compañeros, Beatos
Manuel Ruiz y Compañeros, Beatos

Mártires

Martirologio Romano: En Damasco, en Siria, muerte de los mártires beatos Manuel Ruiz, presbítero, y compañeros, de los cuales siete eran de la Orden de los Hermanos Menores y los otros tres, que eran hermanos carnales, pertenecían a la Iglesia maronita. Entregados fraudulentamente por un traidor, sufrieron toda clase de vejaciones a causa de su fe, consiguiendo la palma del martirio con una muerte gloriosa (1860).

Etimológicamente: Manuel = Dios esta con nosotros, es de origen hebreo,
En la noche del 9 al 10 de julio de 1860, fueron martirizados en Damasco por los drusos musulmanes ocho frailes franciscanos y tres católicos maronitas seglares, hermanos de sangre. A todos ellos, once en total, los beatificó Pío XI el 10 de octubre de 1926. Cuyos nombres son: beatos Carmelo Volta, Pedro Soler, Nicolás Alberga, Engelberto Kolland, Ascanio Nicanor, presbíteros; Manuel Ruiz, Francisco Pinazo y Juan Santiago Fernández, religiosos de la Orden de los Hermanos Menores; Francisco, Moocio y Rafael Massabki, hermanos carnales.

El 9/10 de julio de 1860, llegaron a su apogeo las matanzas de cristianos que los drusos y los turcos llevaban a cabo en toda Siria. Damasco sobre todo fue testigo de una horrorosa carnicería, en la que por el hierro y por el fuego perdieron la vida muchos cientos de cristianos, víctimas del furor anticristiano de turbas fanatizadas.

Había a la sazón ocho religiosos franciscanos en el convento de Damasco, uno era natural del Tirol y los otros siete españoles, a saber: el padre Manuel Ruiz, superior de la casa, nacido en San Martín de Ollas (Santander) el año 1804, que tomó el hábito franciscano en la Provincia de la Inmaculada Concepción; el padre Carmelo Bolta, párroco de los católicos de Damasco, natural de Real de Gandía (Valencia), nacido en 1803, hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, activo y profundamente instruido; el padre Engelberto Kolland, nacido en Ramsau el año 1827, de la Provincia de San Leopoldo (Austria), alegre, conocedor de seis idiomas, y teniente cura del padre Carmelo; el padre Nicanor Ascanio, de Villarejo, provincia de Madrid, nacido en 1814, religioso exclaustrado que se ordenó como sacerdote del clero secular, a quien siendo vicario de las Concepcionistas de Aranjuez, la venerable sor Patrocinio predijo su martirio y hasta mandó esculpir su imagen, y que se incorporó al Colegio de Priego cuando éste se fundó; el padre Nicolás M. Alberca y Torres, de Aguilar de la Frontera (Córdoba), nacido en 1830, varón inocentísimo y ejemplar religioso; el padre Pedro Nolasco Soler, natural de Lorca (Murcia), nacido en 1827; fray Francisco Pinazo Peñalver, nacido en Alpuente (Valencia) el año 1812 e hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, y fray Juan S. Fernández, nacido en Carballeda (Orense) el año 1808; esta dos últimos, exclaustrados, que se incorporaron a la Custodia de Tierra Santa. Todos los ocho se hallaban en el convento de Damasco aquel día nefasto en que, a pesar de las buenas palabras del gobernador, arreciaban las matanzas.

Como los religiosos
Manuel Ruiz y Compañeros, Beatos
Manuel Ruiz y Compañeros, Beatos
Paúles y las Hermanas de la Caridad, fueron los franciscanos invitados a refugiarse en el palacio de Ab-el-Kader, mas los frailes, que ningún mal habían hecho a nadie y veían a muchos cristianos temerosos refugiados en el convento franciscano, no quisieron abandonarlo. Cuando oyeron arreciar los golpes en las puertas que amenazaban con echarlas a tierra, se reunieron en la iglesia haciendo fervorosísima oración para que Jesús no los abandonara en tan grave trance, y luego buscaron refugio. El padre Manuel, superior de la comunidad, para evitar toda profanación, sumió el Santísimo Sacramento que había de ser su Viático, ¡y ya era tiempo!, porque los turcos invadían el sagrado recinto. -- «¡Hazte musulmán o mueres!», le dijo un soldado; y él respondió con fortaleza: -- «Mil veces antes la muerte». Colocó su cabeza sobre el altar y se consumó el primer sacrificio. A cada religioso que sorprendían en la celda, en las terrazas, en los claustros, repicaban las campanas, y así uno tras otro fueron martirizados a golpes o a tiros, de cien diversos modos, cebándose su rabia y furor en la mansedumbre de los ocho franciscanos, admirables en sus respuestas, dignas de los primeros cristianos.

Sus cadáveres mutilados fueron arrojados en lugares inmundos, siendo algún tiempo después sacados de allí y colocados honoríficamente. Estos ocho invictos confesores de Cristo, junto con tres católicos maronitas, hermanos de sangre: Francisco, Abdel Moti y Rafael Masabki, fueron beatificados solemnemente por Su Santidad Pío XI el 10 de octubre de 1926.



Beatos Manuel Ruiz y diez compañeros, mártires
fecha: 10 de julio
†: 1860 - país: Siria
canonización: B: Pío XI 10 oct 1926
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Damasco, en Siria, muerte de los mártires beatos Manuel Ruiz y López, presbítero, y diez compañeros, siete de la Orden de los Hermanos Menores y tres hermanos fieles de la Iglesia maronita, que, entregados fraudulentamente por un traidor, sufrieron toda clase de vejaciones a causa de su fe y consiguieron la palma del martirio con una muerte gloriosa. Sus nombres son: Carmelo Bolta, Pedro Soler, Nicolás María Alberca, Engelberto Kolland, Nicanor Ascanio, presbíteros; Francisco Pinazo y Juan Santiago Fernández, religiosos de la Orden de Hermanos Menores; Francisco, Moocio y Rafael Massabki, hermanos carnales.

Después de la guerra de Crimea, la Asamblea francesa exigió ciertas reformas al imperio otomano, en particular por lo referente a la tolerancia de las minorías cristianas. En 1856, el sultán publicó un decreto por el que todos los subditos del imperio, sin distinción de raza ni de religión, quedaban en pie de igualdad en materia de impuestos y con derecho a ocupar puestos públicos. Ello constituyó un ultraje a los sentimientos de los mahometanos que, durante doce siglos, habían considerado las comunidades de cristianos como «ghetos» de razas inferiores excluidas de la ley, a las que el decreto del sultán ponía en pie de igualdad con los hijos del Profeta. Por otra parte, las noticias del motín de la India no hicieron más que aumentar el resentimiento de los mahometanos. Los turcos, particularmente el bajá Khursud, gobernador de Beirut, azuzaron secretamente a los musulmanes de Siria y, en 1860, estalló la conflagración en Bait Mari. La ocasión fue un pleito entre un druso (musulmán de una secta del Líbano) y un joven cristiano, que pertenecía al importante rito católico maronita. Los maronitas iban a sufrir más que los otros católicos en esa persecución.

Cuando la matanza comenzó, los drusos estaban armados, en tanto que los cristianos se habían dejado desarmar por las autoridades turcas so pretexto de restablecer la paz. Del 30 de mayo al 26 de junio, los drusos saquearon y quemaron todos los pueblos maronitas del centro y el sur del Líbano, y asesinaron, mutilaron o vejaron a cerca de 6000 cristianos. Cinco jesuitas fueron estrangulados en Zahleh; en Dair-al-Kamar, el abad del monasterio maronita fue despellejado en vida y veinte monjes fueron asesinados a hachazos. Khursud se dirigió entonces a ese distrito con 600 soldados; pero se contentó con disparar un cañonazo, y después dejó que sus hombres participasen en la matanza. El 9 de julio, el motín se extendió a Damasco. El gobernador, bajá Ahmed, no movió un dedo para impedir la matanza; en cambio, el noble emir argelino Abb-al-Kadar, gran defensor del Islam, se opuso abiertamente a sus correligionarios y dio asilo a 1500 cristianos, entre los que se contaban algunos europeos. Las víctimas del terror y la violencia llegaron, en tres días, a varios miles; ciertamente hubo más de 3000 muertos, sin contar las mujeres y los niños. Ocho frailes menores y tres laicos maronitas fueron beatificados en 1926, gracias a las circunstancias particularmente claras de su muerte y al testimonio de los milagros con que Dios los había distinguido. Cuando la turba se precipitó al barrio de la ciudad en el que se hallaba situado el convento franciscano, el padre guardián dio asilo en él a todos los niños y algunos cristianos, a quienes exhortó a permanecer firmes en la fe. Los refugiados cantaron las letanías de los santos ante el Santísimo Sacramento y recibieron la absolución y la comunión. El convento era una especie de fortaleza muy bien protegida; probablemente, los cristianos se habrían salvado si un traidor, que había recibido muchos beneficios de los franciscanos, no hubiese guiado a la turba a una disimulada puerta posterior.

El beato Manuel Ruiz, guardián del convento, era un español de cuna humilde, nacido en Santander en 1804. Cuando la turba penetró en el monasterio, en la noche del 9 de julio de 1860, el P. Ruiz se precipitó a la capilla y consumió el Santísimo Sacramento; después, se arrodilló ante el altar a esperar la muerte. La chusma le echó mano, al grito de: «¡Confiesa, confiesa!» (Es decir, confiesa que Alá es Dios y Mahoma su profeta). El beato respondió: «Soy cristiano y moriré como cristiano». En seguida reclinó la cabeza sobre el altar y ahí murió decapitado por el hacha.

Todos los otros frailes eran también españoles, excepto el beato Engelberto Kolland, que era austríaco. Después de cuatro años en el seminario de su diócesis, había sido despedido por su carácter inquieto y vivaz. Pero, más tarde, había sido admitido por los franciscanos y había pasado sus años de ministerio en el convento de Damasco. Aquella noche, se había refugiado en la azotea y alguien había cubierto su hábito con un amplio velo de mujer; pero la chusma le reconoció a causa de las sandalias y le llevó a rastras al patio. Como se negase a apostatar, fue asesinado al punto. El beato Carmelo Volta perdió el conocimento a resultas de un golpe en la cabeza. Una hora después, dos mahometanos amigos suyos le ofrecieron refugio en su casa, a condición de que abjurarse de la fe. El padre se rehusó y sus amigos le dieron muerte. El beato Nicanor Ascanio había llegado a Siria el año anterior; si el P. Ruiz no le hubiese negado el permiso de partir, juzgando que el viaje era muy peligroso, el P. Ascanio habría estado en Jerusalén y se habría salvado de la matanza. El beato Pedro Soler había empezado su ministerio como misionero en una factoría de Cuevas. Dos niños que le oyeron negarse a apostatar y presenciaron su asesinato, dieron testimonio en el proceso de beatificación. El beato Nicolás Alberca, que sólo tenía treinta años, cayó bajo las balas en un corredor del convento. Los otros dos mártires franciscanos eran hermanos legos. El beato Francisco Pinazo había sido pastor en su juventud. Traicionado por su prometida, se hizo hermano lego en la tercera orden regular, en Huelva; más tarde, fue admitido en la primera orden. El beato Juan Jacobo Fernández había tomado el hábito en Hebrón y había vivido en España hasta 1857. Ambos legos se habían ocultado en la parte superior de la torre de la iglesia del convento. Los musulmanes los encontraron ahí y los arrojaron desde el balcón al patio. El hermano Francisco murió instantáneamente, el hermano Juan pasó toda la noche en agonía, hasta que un soldado turco le degolló, al amanecer. Casi todos los laicos que se hallaban en el convento escaparon con vida. Pero tres maronitas perecieron y fueron beatificados junto con los franciscanos. Los beatos Francisco, Abdul-Muti y Rafael Masabki eran hermanos. El mayor, Francisco, que tenía cerca de setenta años, era padre de familia, rico e influyente. Muti, que era viudo, se había retirado del comercio para vivir con su hermano y ayudaba a los franciscanos en la instrucción. Rafael, el más joven de los tres, no era casado; después de trabajar en los negocios de su hermano Francisco, se había convertido en una especie de sacristán del convento. La beatificación de estos tres mártires es particularmente notable, ya que el proceso se llevó a cabo en menos de seis meses. La causa de los franciscanos había sido introducida en 1885; pero la de los hermanos Masabki no fue introducida sino hasta 1926, a instancias de Mons. Giannini, delegado apostólico en Siria. Felizmente, el obispo maronita de Damasco tenía en sus archivos todos los documentos necesarios, de suerte que la beatificación de los tres hermanos tuvo lugar con la de los franciscanos, el 10 de octubre de 1926.

Se encontrarán más detalles en H. Lammens, La Syrie (1921), vol. II, pp. 180 ss. En los Anales de Propaganda Fide (1860), pp. 308-326, hay un relato de conjunto del levantamiento.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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