martes, 23 de julio de 2013

Ezequiel, Santo

Profeta, 23 de julio
 
Ezequiel, Santo
Ezequiel, Santo

Profeta del A.T.

Martirologio Romano: Conmemoración de san Ezequiel, profeta, hijo del sacerdote Buzi, que elegido durante la visión de la gloria de Dios que tuvo en su exilio en el país de los caldeos, y puesto como atalaya para vigilar a la casa de Israel, censuró por su infidelidad al pueblo elegido y previó que la ciudad santa de Jerusalén sería destruida y su pueblo deportado. Estando en medio de los cautivos, alentó a éstos a tener esperanza y les profetizó que sus huesos áridos resucitarían y tendrían nueva vida.
Cuando vive, ya se ha terminado el imperio asirio con la caída de Nínive; ahora los poderosos son los caldeos, con Nabucodonosor.

Es una época dificultosa para el pueblo de Israel. En Jerusalén reina Joaquín, hijo del piadoso rey Josías que murió en la batalla de Megiddo (609 a. C.). En un primer momento, Joaquín intenta halagar al coloso babilónico, pero termina uniéndose en coalición con pequeñas potencias contra Nabucodonosor. Jeremías ya dio la voz de alerta, sugiriendo la sumisión, pero el orgullo de los elegidos la hizo imposible. En 598 los babilonios ponen cerco a Jerusalén y capitula Judá. Su precio es la deportación de gran parte de la población, entre ellos el rey Jeconías, hijo de Joaquín que murió durante el asedio. Con los deportados va también el joven Ezequiel que será el profeta del exilio.

Dos etapas enmarcan su acción profética.

La primera es antes de la destrucción de Jerusalén por los caldeos (598 a. C.). Aquí el hombre de Dios se encuentra con un pueblo ranciamente orgulloso y lleno de falso optimismo, fruto de la presunción. "¿Cómo va Dios a abandonarnos? ¡Están las Promesas! Es imposible una catástrofe total". Así razonaban ante los requerimientos del profeta. Es verdad que siglo y medio antes había permitido Dios la desaparición de Samaría, el Reino del Norte; pero Jerusalén es otra cosa; Yahwéh habita en ella. Pensaban que pasaría como en tiempos de Senaquerib, un siglo antes, cuando tuvo que abandonar el asedio por una intervención milagrosa; ahora Dios repetiría el prodigio. Ezequiel no piensa como ellos. Afirma y predica que Jerusalén será destruída con el Templo. Dice a todos que ha llegado la hora del castigo divino para el pueblo israelita pecador; sólo queda aceptar con compunción y humildad los designios punitivos de Yahwéh. A esta altura el profeta tiene una misión ingrata porque es un agorero de males futuros y próximos. Para la gente sencilla y las autoridades pasa por ser considerado como un judío despreciable que no tiene categoría para comprender los altos designios del Pueblo; es un derrotista ciego de pesimismo.

La segunda fase de su profecía se desarrolla una vez consumada la catástrofe. Ahora ha de levantar los ánimos oprimidos; debe dar esperanzas luminosas sobre un porvenir mejor. Creían sus compatriotas deportados que Dios se había excedido en el castigo, o que les había hecho cargar con los pecados de los antepasados. "¡Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la dentera!", es el grito unánime de protesta. Ezequiel se preocupará de hacerles ver que Dios ha sido justo y que el castigo no tiene otra finalidad que la de purificarlos antes de pasar a una nueva etapa gloriosa nacional.

Y esto lo hace Ezequiel empleando un estilo que no tiene nada que ver con el de los profetas preexílicos Amós, Oseas, Isaías y Jeremías; no goza de su sencillez y frescor. Ezequiel pertenece a la clase sacerdotal, está cabalgando entre dos épocas y se aproxima a la literatura apocalíptica del judaísmo tardío. Frecuentemente su mensaje viene expresado con el simbolismo de las visiones y también con el simbolismo de su propia existencia. Es conocidísima la visión "de los cuatro vivientes" (c. 1) en la que, toda la creación simbolizada en el hombre, el toro, el león y el águila, son el trono del Creador que viene triunfante y esplendoroso a visitar a los exiliados de Mesopotamia. Y el expresivo contenido de la visión del "campo lleno de huesos" (c. 37) que reviven por el poder de Yahwéh, cubriéndose de nervios y carne, cobrando vida nuevamente. O la otra del "Templo que mana un torrente de aguas" (c. 47) para regar y hacer feracísima la nueva tierra con plenitud edénica. En todas ellas está vivo el mensaje de restauración nacional; volverá del exilio un pueblo purificado y vendrá con certeza una teocracia mesiánica.

Fue la vida profética de Ezequiel un período de veinte años (593-573) de amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de sus compañeros de infortunio, al derrumbarse la monarquía israelita.

Quizá hoy en la Iglesia convenga también un nuevo tipo religioso que, surgido en horas de aturdimiento y desaliento general, sea instrumento de Dios para salvar la crisis de conciencia que trae el desmoronamiento de los principios. Bien puede estar el secreto en copiar la fidelidad de Ezequiel.
 

Ezequiel (profeta)

   
 
Visión de Ezequiel.
Ezequiel fue un sacerdote y profeta hebreo, exiliado a Babilonia, que ejerció su ministerio entre el 595 y el 570 a. C., durante el cautiverio de Israel en Babilonia. A diferencia de otros profetas, Ezequiel decía captar importantes revelaciones en forma de visiones simbólicas de parte del Dios Yahvé.
Su nombre Ezequiel (en hebreo Ieyezkjél) significa ‘[el Dios] Ël fortalece’.
Ezequiel se caracteriza por las descripciones detalladas de sus visiones. Una primera aparición acerca de un vehículo celestial ―mencionada en el Libro de Ezequiel 1, 4-28― ha sido interpretada en varios estudios sobre ufología.
Sus profecías advirtieron de la destrucción inminente de Jerusalén. También fue uno de los agoreros sobre la condenación de las naciones extranjeras y de la restauración de Israel.
Ezequiel vivió en la misma época de los profeta Jeremías, Daniel y Esdras. Estaba casado (Ezequiel 24, 18), era hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías (Joaquim) de Judá (597 a. C.) e internado en la región de Caldea, en el actual Tel-Aviv a orillas del río Cobar o Queb-ar. Cinco años después, a los treinta de su edad (cf. 1, 1), Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir hasta el año 570 a. C.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar esperanzas de que el cautiverio terminaría pronto y de que el Dios Yahvé no permitiría la destrucción de la santa ciudad de Jerusalén y de su Templo (véase Jer. 7, 4 y nota), hechos que ya habían sucedido.
Había, además, falsos profetas. Estos engañaban al pueblo prometiéndole, en un futuro cercano, el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. No pocos perdieron la fe y cayeron en la desesperación.
La labor del profeta Ezequiel consistió, principalmente, en someter a la amonestación, llamar al arrepentimiento, y combatir el paso de los judíos a la religión de los conquistadores. Predicó contra la corrupción moral y la práctica de costumbres babilónicas (que él consideraba bárbaras). Y proclamó contra ideas erróneas acerca del pronto viaje de retorno a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas del tiempo mesiánico.
El libro se divide en un prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá;[1] la tercera (caps. 33-48), la restauración.
Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe de manera verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus.
Nácar-Colunga
Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera que san Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".

 

Interpretaciones doctrinarias del ministerio de Ezequiel

Ezequiel según la tradición del Salvador

Israel está en pie de guerra y el Dios Yahvé ha puesto al profeta como centinela para dar la voz de alarma ante el peligro.
Ezequiel carga con la responsabilidad del pueblo entero. Ningún profeta siente una necesidad tan imperiosa de entregarse al examen detenido de ciertos problemas y de poner en claro todas sus implicaciones; en una palabra, Ezequiel es no solo profeta sino también teólogo.
Es significativa la forma como Ezequiel recibe en el momento de su vocación el mensaje que ha de transmitir: una mano le alarga el libro con lo que debe predicar (2, 1-3, 15).

Impureza por el pecado y la santidad de Yahvé

 
Primera visión de Ezequiel.
Con su palabra y con su silencio, Ezequiel fue el advertidor de Israel rebelde. Todo pueblo tiene en su historia un pecado continuo, pero lo interesante es la idea que este profeta tiene del pecado. Pecado es la ofensa a la santidad del dios Yahvé y la transgresión de un orden sagrado, o de unas órdenes sagradas. Degollar a un inocente, es indigno para Ezequiel, sobre todo por la profanación del templo que ello ocasiona (Ezequiel 23,39). Se explica así, la responsabilidad enorme que recae sobre los sacerdotes, guardianes del templo (Ezequiel 22,26). Para el hebreo había lo puro y lo impuro y Yahvéh era quien definía la esfera de lo santo a lo puro, lo impuro y profano (Ezequiel 8, 6-17). El problema era saber por dónde corría o cuál era la relación de Israel con el dios Yahvé. Porque el pueblo judío debía ir siempre en marcha, y Yahvé con él alumbrándole el camino.
No basta con señalar que lo que define la santidad en Israel es su relación con Yahvé. Hay que tener en cuenta, la jerarquía de valores de santidad y pureza, impureza y profano. De esta forma lo santo es el valor absoluto. Y toda purificación esta al servicio de la santificación. La pureza está en apartarse de lo impuro, porque desagrada a Yahvéh y además hay que agradar al dios Yahvé en la santidad. Por esto Ezequiel denuncia con vehemencia las impurezas y abominaciones de Israel.
No se puede decir que Ezequiel sea un predicador moralizante, sino un predicador de las costumbres buenas de los hombres ante el dios Yahvé.
Para descubrir y denunciar el pecado, el profeta dispone de una serie de criterios que le ofrece la tradición sacerdotal: los mandamientos de la Ley. Así, los mandamientos eran dados y recibidos como señal visible de pertenencia al pecado de Yahvé.
Como resultado de un examen de conciencia, tras reconocer lo impuro y malo a los ojos de Yahvéh, el profeta debe predecir la destrucción a la ciudad sanguinaria por estar contaminada (Ezequiel 22, 3-4).
Ezequiel cumplía su oficio encomendado de profeta, que anuncia la ruina del templo y de guardián del santuario donde mora la gloria de Yahvéh. Entonces la gloria y la santidad de Yahvé, habitaban en medio de su pueblo para procurarle la vida. Después de todo, el nombre de Yahvéh, es un nombre de gracia y perdón.
Con el destierro como castigo, el dios Yahvé pretendía purificar, santificar y renovar a Israel. La santidad al hombre mismo es en definitiva lo único que hace honor a Yahvé, porque no obliga a éste a recurrir al castigo.

Comunidad y persona

Al sentir Ezequiel el peso crítico de la comunidad desterrada por el dios Yahvé, responde al pueblo: “el que muera, será por su propia culpa...”(Ezequiel 18,3-4). Es interesante el contraste de Ezequiel de lo individual a lo comunitario. Por una parte trata de la responsabilidad y libertad personales y por otra, emite juicios globales y de grandes secuencias históricas.
En el espíritu hebreo parece coexistir dos esquemas de pensamiento; análogos a los siguientes enunciados:
  • Justicia electiva: el dios Yahvé escoge un pueblo, le da una ley y lo bendice. Lo castiga de manera pedagógica para provocar el arrepentimiento. Este sistema concierne al pueblo.
  • Justicia retributiva: Se cuenta la observancia y las transgresiones sin dejar de ser un don divino, es un programa humano de acciones meritorias y satisfacción por los pecados, y su juicio particular sobre unas y otras. Este sistema concierne al individuo.
Se puede distinguir de lo anterior dos momentos así:
  • Momento de lo comunitario (Israel antiguo).
Uno no se pierde ni se salva solo. Esta es la primera enseñanza de Israel. En este primer período la salvación se materializa en recompensas terrenas y el pecado se castiga con desastres temporales. Predomina la idea de la solidaridad, idea que se va purificando a medida que el grupo étnico se va haciendo más comunidad religiosa.
  • Momento de la persona (destierro y restauración).
Ezequiel los hizo a todos solidarios porque vio a cada uno comulgando con la conducta culpable de sus antepasados, lo mismo que con la de sus contemporáneos. Pero el proverbio de los hijos que tienden a realizar lo mismo que sus padres, es considerado por la nueva generación como algo de lo cual se considera independiente de sus antepasados (Ezequiel 18,2). Y a ella le da razón Ezequiel cuando afirma que en la nueva era, cada uno va a estar delante de Dios con lo que es, bueno o malo y no con lo que otros fueron o con lo que fue él mismo (Ezequiel 18, 4). Cuando se forma un Israel más cualitativo y lo personal aflora en variadas manifestaciones.
Finalmente a Ezequiel se le ha llamado el “padre del judaísmo”, por haber inspirado y orientado, con su visión sacerdotal de Israel futuro, la resurrección posexílica y la existencia ulterior del pueblo judío. La temática teológica del profeta anteriormente mencionada, justifica en buena parte este apelativo.

Notas

  1. Véase la comparación del rey de Tiro Itobaal III con el querubín caído del Edén (Satanás) en Ezequiel 28, 1-19.

Enlaces externos



Predecesor:
Habacuc (profeta)
Profeta de IsraelSucesor:
Hageo (profeta)
 
 
Velas
San EzequielProfeta
(598 a. de C.)
Ezequiel significa: "Dios es fuerte".
Cristo en La CruzOración
San Ezequiel profeta, pídele a Dios que nunca se nos vayan a olvidar los males que nos pueden venir si desobedecemos las leyes del Señor y que siempre recordemos con gran provecho los inmensos bienes que vamos a conseguir si permanecemos fieles al amor de nuestro Dios y obedecemos sus divinos mandatos.
Historia

Ezequiel era hijo de un sacerdote y él también fue sacerdote (recuerden que en el Antiguo Testamento en Israel los sacerdotes se casaban). Fue el profeta encargado por Dios para animar al pueblo cuando los israelitas fueron llevados cautivos a Babilonia.
Durante 22 años predicó al pueblo de Israel en el desierto. Dios le avisó que muchos no le iban a hacer caso: "No querrán hacerte caso a ti porque tampoco quisieron hacerme caso a Mí, porque tienen cabeza orgullosa y corazón terco. Pero no les tengas miedo, pues yo te doy una voluntad aún más fuerte que la de ellos y tan dura como el diamante", dijo el Señor.
Santo
Al principio Ezequiel predicó en Jerusalén, avisando a las gentes que si no dejaban su vida de pecado vendrían terribles castigos y la destrucción de la ciudad. No le hicieron caso y llegó el rey Nabucodonosor y destruyó la ciudad de Jerusalén y se llevó prisioneros y desterrados a sus habitantes. Incluyendo a Ezequiel.
En el desierto este gran profeta mantiene viva la fe de los deportados y los anima constantemente a confiar en Dios. Les enseña que este castigo no significa que Dios los haya abandonado, sino que los quiere purificar y volver mejores.
Dios le habló a Ezequiel por medio de visiones muy misteriosas. Junto al río Quebar se le aparece el Señor en un carro de fuego llevado por cuatro seres vivientes los cuales tenían forma de león, de toro, de águila y de hombre (el león significaba valor, el toro, la fuerza, el águila, la elevación hasta muy alto, y el hombre, la inteligencia). Esto significaba que toda la creación representada por los cuatro seres, le servirá y le obedecerá al Creador.
Dios también le presentó en visión un campo lleno de esqueletos. Le mandó darles una bendición, y los esqueletos se llenaron de carne. Le ordenó darles otra bendición y los cuerpos adquirieron vida y resucitaron. Y Dios le dijo: "Esto es lo que voy a hacer con mi pueblo. Ahora están como muertos y desamparados, pero yo les daré nueva vida y los llenaré de bendiciones".
En otra visión Ezequiel contempló que una carroza bellísima donde viajaba la gloria de Dios se alejaba de Jerusalén y se dirigía hacia Babilonia. Con esto el Señor le anunciaba que iba a abandonar por un tiempo a esta famosa ciudad y así sucedió. Unos años después Jerusalén fue destruida. Más tarde vio el profeta que la carroza con la gloria de Dios volvía otra vez a Jerusalén. Con esto se le anunciaba que la ciudad santa iba a ser reedificada otra vez y allí se le seguiría dando gloria a Dios. Y así sucedió. El pueblo desterrado volvió a Tierra Santa y en Jerusalén se volvió a construir el templo y a darle allí gloria al Señor.God.jpg (14230 bytes)
A Ezequiel se le murió la esposa y Dios le dijo: "No llores ni lleves luto, porque con esto les quiero avisar que cuando les destruyan la ciudad no les van a dar tiempo para dedicarse a lamentaciones". Todo sucedió de esa manera.
Un día le dijo Dios: "Échate al hombro el bulto con toda tu ropa y tus utensilios de trabajo y sal por la ciudad como quien viaja para el destierro. Y si alguno te pregunta qué significa eso, les dirás que eso es lo que a ellos les va a suceder si siguen pecando: tendrán que irse al destierro con sus ropas y sus utensilios al hombro". Todo sucedió después, tal cual como Dios se lo había anunciado.
En una visión le dijo el Señor: "Le voy a mostrar cómo será en el futuro la religión verdadera de mi pueblo". Y le mostró un río pequeño. El agua apenas llegaba hasta las rodillas y se podía atravesar fácilmente hasta el otro lado. Luego el río creció y el agua ya llegaba hasta la cintura. El río siguió creciendo y ya el agua llegaba hasta el cuello y era difícil atravesarlo. Al fin el río creció tan inmensamente que no se podía atravesar. Y sus aguas refrescantes regaron todos los campos de las orillas los cuales se llenaron de árboles llenos de muy buenos frutos y llegaron las aguas al Mar Muerto (que es super salado y espeso y no tiene vida de ninguna clase) y cambiaron aquellas aguas y las volvieron muy aptas para la vida, y se llenaron de peces. Y Dios le explicó que este iba a ser el futuro de la Santa Religión: iría creciendo poco a poco hasta regar el mundo entero y llenar todas las regiones de frutos de buenas obras y convertir aquello que antes era maldad y daño, en algo provechoso y lleno de bondad. Y así ha sucedido, gracias a Dios. La religión crece cada día más y más, y sus frutos de virtudes y de obras buenas, son maravillosos. Y muchos ambientes que eran como el Mar Muerto se volvieron llenos de vida espiritual, gracias a la religión.
Las gentes decían desanimadas: "Nuestros antepasados fueron los que cometieron las maldades y ahora somos nosotros los que las tenemos que pagar". Pero Dios le dijo a Ezequiel: "No es así como dicen. Cada uno paga por sus propias maldades". Y le añadió una noticia muy importante: "Si uno que era malo se vuelve bueno se olvidarán sus antiguas maldades y se le premiará por la vida virtuosa que empieza a vivir. Pero si uno que era bueno se vuelve malo, se olvidará lo bueno que hizo antes y se le castigará por sus maldades".
 
Ezequiel Profetas Mayores

Ezequiel, hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a. C.) e internado en Tel-Abib a orillas del río Cobar. Cinco años después, a los treinta de su edad (cf. 1, 1), Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir, hasta el año 570 a. C.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su Templo y de la Ciudad Santa (véase Jer. 7, 4 y nota). Había, además, falsos profetas que engañaban al pueblo prometiéndole en un futuro cercano el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén. No pocos perdieron la fe y se entregaron a la desesperación.
La misión del Profeta Ezequiel consistió principalmente en combatir la idolatría, la corrupción por las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas de la salud mesiánica.
Divídese el libro en un Prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración.
"Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe en forma verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus" (Nácar-Colunga).
Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera, que S. Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".
Ezequiel, según tradición judía, murió mártir.
 
Profeta Ezequiel


Ezequiel pertenece a la clase sacerdotal y su ministerio profético dura veinte años (593-573). Es conocido por sus visiones.
Dos etapas de su acción profética: Antes y después de la destrucción de Jerusalén por el ejercito caldeo bajo Nabucodonosor (598 a. C.)
Antes de la caída de Jerusalén Ezequiel advierte que la ciudad será destruida por castigo divino. Llama a la humildad y arrepentimiento. No le escuchan porque hay en la ciudad un falso optimismo: "¿Cómo va Yahwéh a abandonarnos si el habita en su Temploen Jerusalén?". Pensaban que pasaría como en tiempos de Senaquerib, un siglo antes, que tuvo que abandonar el asedio por una intervención milagrosa. 
Pero la derrota fue devastadora. Jerusalén y el Templo fueron destruidos y gran parte de la población fue deportada a Babilonia, entre ellos el rey Jeconías, hijo de Joaquín quien murió durante el asedio y el profeta Ezequiel. En el exilio, el profeta también está contra la corriente de su pueblo porque ahora da esperanzas de un porvenir mejor mientras el pueblo se siente sin esperanzas.
 
San Ezequiel, santo del AT
fecha: 23 de julio
canonización: bíblico
hagiografía: P. Luis Alonso Schökel
Conmemoración de san Ezequiel, profeta, hijo del sacerdote Buzi, que elegido durante la visión de la gloria de Dios que tuvo en su exilio en el país de los caldeos, y puesto como atalaya para vigilar a la casa de Israel, censuró por su infidelidad al pueblo elegido y previó que la ciudad santa de Jerusalén sería destruida y su pueblo deportado. Estando en medio de los cautivos, alentó a estos a tener esperanza y les profetizó que sus áridos huesos resucitarían y tendrían una nueva vida.
Ver más información en:
Los Profetas

Ezequiel fue contemporáneo de Jeremías, testigo como él de la caída y ruina de Jerusalén y del reino de Judá, pero, a diferencia del aquel otro, Ezequiel vivió por sí mismo la experiencia de los restos de Israel estableciéndose en el exilio, en Babilonia, cuando parecía que toda esperanza de subsistir como pueblo de Dios se acababa. Y no sólo no acabó, sino que de esa comunidad disminuida y vuelta a disminuir salió -un siglo más tarde, y en gran medida por obra de Ezequiel y su escuela- lo que nosotros conocemos como «judaismo», de esa comunidad salió la Ley judía tal como la conocemos, la comunidad cúltica, etc. en fin, los rasgos que muchas veces extrapolamos hacia atrás y queremos ver en Moisés, pero que realmente nacieron, o se desarrollaron, recién a partir del siglo VI aC, en el destierro babilónico. El siguiente texto es la introducción al libro de Ezequiel en la Biblia del Peregrino, del P. Alonso Schökel, tomo II-1, pp. 291-2.

Su vida


No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías (621), su muerte trágica, supo de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo Imperio Babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió de oficiar hasta el momento del destierro (597). Para él, Jeconías (Yehoyakin) es el verdadero continuador de la dinastía davídica. En el destierro recibe la vocación profética, que lo hace una especie de hermano menor de Jeremías: son los dos intérpretes de la tragedia, en la patria y en el destierro.

Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera etapa dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén (587); su tarea en ella es destruir sistemáticamente la falsa esperanza; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía: se ha sepultado una esperanza. Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión. El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, su autor los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Su estilo


Ezequiel está familiarizado con la mentalidad y el estilo de ios sacerdotes: se le nota en sus fórmulas declaratorias, en su temática del culto, en sus desarrollos casuísticos. También conoce la tradición profética, y con frecuencia explota temas y motivos tradicionales: unas veces una simple imagen se transforma en toda una visión, otras veces una metáfora sirve para un amplio desarrollo imaginativo; también sabe crear imágenes nuevas, sin la riqueza y variedad de Jeremías, sin la concisión de Isaías. Su sentimiento tiende a lo patético, que se transforma fácilmente en retórica (aun suprimiendo probables adiciones). La tendencia intelectual lo lleva a componer grandes cuadros articulados o a sintetizar simplificando. El intelectualismo es la mayor debilidad de su estilo: con frecuencia la razón apaga la intuición, el alegorismo deseca una imagen válida, las explicaciones ahogan el valor sugestivo. Algunos de sus defectos resaltan más en la simple lectura; si declamamos sus oráculos, cobran relieve sus juegos verbales, sus palabras dominantes repetidas y llega a imponerse el ritmo de su verso libre o prosa rítmica.

Su obra


Sucede como con los otros profetas: el libro de Ezequiel no es enteramente obra de Ezequiel. Primero, porque su actividad literaria es oral, compuesta en la cabeza y para la recitación, conservada en la memoria y en la repetición oral, difundida por el profeta y por sus discípulos. Si Ezequiel escribió algo y comenzó a reunir sus oráculos, lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel es obra de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro. Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o transponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se transpone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.

El libro se puede leer como unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas. En la lectura debemos sorprender sobre todo el dinamismo admirable de una palabra que interpreta historia para crear nueva historia, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección.
fuente: P. Luis Alonso Schökel
 
 
 

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