miércoles, 24 de julio de 2013

Cristóbal de Licia, Santo

Mártir, 25 de julio
 
Cristóbal de Licia, Santo
Cristóbal de Licia, Santo

Patrono de los viajeros, transportistas y conductores
Mártir

Etimológicamente: Cristóbal = Aquel que es el Portador de Cristo, es de origen griego
San Cristóbal, popularísimo gigantón que antaño podía verse con su barba y su cayado en todas las puertas de las ciudades: era creencia común que bastaba mirar su imagen para que el viajero se viese libre de todo peligro durante aquel día. Hoy que se suele viajar en coche, los automovilistas piadosos llevan una medalla de san Cristóbal junto al volante.

¿Quién era? Con la historia en la mano poco puede decirse de él, como mucho que quizá un mártir de Asia menor a quien ya se rendía culto en el Siglo v. Su nombre griego, «el portador de Cristo», es enigmático, y se empareja con una de las leyendas más bellas y significativas de toda la tradición cristiana. Nos lo pintan como un hombre muy apuesto de estatura colosal, con gran fuerza física, y tan orgulloso que no se conformaba con servir a amos que no fueran dignos de él.

Cristóbal sirvió primero a un rey, aparente señor de la tierra, a quién Cristóbal vío temblando un día cuando le mencionarón al demonio.

Cristóbal entonces decidió ponerse al servicio del diablo, verdadero príncipe de este mundo, y buscó a un brujo que se lo presentará. Pero en el camino el brujo pasó junto a una Cruz, y temblando la evitó. Cristóbal le pregunto entoncés si él le temía a las cruces, contestandole el brujo que no, que le temía a quién había muerto en la Cruz, Jesucristo. Cristóbal le pregunto entonces si el demonio temía también a Cristo, y el brujo le contestó que el diablo tiembla a la sola mención de una Cruz donde murió él tal Jesucristo.

¿Quién podrá ser ese raro personaje tan poderoso aun después de morir? Se lanza a los caminos en su busca y termina por apostarse junto al vado de un río por donde pasan incontables viajeros a los que él lleva hasta la otra orilla a cambio de unas monedas. Nadie le da razón del hombre muerto en la cruz que aterroriza al Diablo.

Hasta que un día cruza la corriente cargado con un insignificante niño a quien no se molesta en preguntar; ¿qué va a saber aquella frágil criatura? A mitad del río su peso se hace insoportable y sólo a costa de enormes esfuerzos consigue llegar a la orilla: Cristóbal llevaba a hombros más que el universo entero, al mismo Dios que lo creó y redimió. Por fin había encontrado a Aquél a quien buscaba.

--¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que parecía que transportaba el mundo entero?--Tienes razón, le dijo el Niño. Peso más que el mundo entero, pues soy el creador del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora te llamarás Cristóforo, Cristóbal, el portador de Cristo. A cualquiera que ayudes a pasar el río, me ayudas a mí.

Cristóbal fue bautizado en Antioquía. Se dirigió sin demora a predicar a Licia y a Samos. Allí fue encarcelado por el rey Dagón, que estaba a las órdenes del emperador Decio. Resistió a los halagos de Dagón para que se retractara. Dagón le envió dos cortesanas, Niceta y Aquilina, para seducirlo. Pero fueron ganadas por Cristóbal y murieron mártires. Después de varios intentos de tortura, ordenó degollarlo. Según Gualterio de Espira, la nación Siria y el mismo Dagón se convirtieron a Cristo.

San Cristóbal es un Santo muy popular, y poetas modernos, como García Lorca y Antonio Machado, lo han cantado con inspiradas estrofas. Su efigie, siempre colosal y gigantesca, decora muchísimas catedrales, como la de Toledo, y nos inspira a todos protección y confianza.

Sus admiradores, para simbolizar su fortaleza, su amor a Cristo y la excelencia de sus virtudes, le representaron de gran corpulencia, con Jesús sobre los hombros y con un árbol lleno de hojas por báculo.

Esto ha dado lugar a las leyendas con que se ha oscurecido su vida. Se le considera patrono de los transportadores y automovilistas.

Du festividad en la actualidad es el 10 de julio, antiguamente se lo festejaba el 25 del mismo mes.
 
 
 

Cristóbal de Licia

    
San Cristóbal
Saint christopher de ribera.jpeg
San Cristóbal llevando a Jesús, por José de Ribera.
NacimientoDesconocida
Canaán (según la tradición católica)
Libia (según la tradición de la Iglesia Ortodoxa)
Venerado enIglesia católica e Iglesia ortodoxa
Festividad10 de julio
(tradicionalmente 25 de julio)
AtributosHombre corpulento cruzando un río con un niño en brazos
CuestionesEn 1969, el papa Pablo VI hizo el culto a San Cristóbal opcional en el santoral de la Iglesia Católica
Cristóbal de Licia, conocido como San Cristóbal mártir, es un santo cristiano, sobre cuyo origen las distintas tradiciones cristianas están en desacuerdo.
La tradición católica —transmitida sobre todo en la Áurea legenda (aprox. 1282) del arzobispo dominico italiano Jacobo de la Vorágine (1230-1298)— lo describe como un gigante cananeo, que tras su conversión al cristianismo ayudaba a los viajeros a atravesar un peligroso vado llevándolos sobre sus hombros. La leyenda afirma que en una ocasión, ayudó al niño Jesús a cruzar el río; sorprendido por el peso del infante, éste le explicó que se debía a que llevaba sobre su espalda los pecados del mundo, tras lo cual bautizó al gigante y le encomendó la prédica. El nombre de Cristóbal (del griego Χριστοφορος, Christóforos, ‘portador de Cristo’) le vendría de esta hazaña. La leyenda, considerada apócrifa desde antiguo, continúa siendo popular, pese a que en 1969 el Vaticano oficialmente la proclamase no canónica [cita requerida].
En la tradición ortodoxa, la leyenda describe a Cristóbal como un bárbaro de singular tamaño, proveniente de una tribu bereber, que fue ejecutado bajo el emperador Decio por predicar la fe cristiana, tras haber realizado numerosos milagros. Para las iglesias ortodoxas, la historicidad de Cristóbal no está en duda.
Hasta su supresión[cita requerida], san Cristóbal era patrón de
Su fiesta era el 25 de julio; actualmente el santoral católico lo celebra cada 10 de julio.
Algunos piensan que Cristóbal proviene del griego Χριστός y βάλλω. Además de la dificultad en pensar que un cristiano pueda crear este nombre (puesto que βάλλω significa arrojar, lanzar lejos de sí, tirar), no existe ningún texto que reporte el nombre Χριστοβάλλω en griego ni en ningún otro idioma. Proviene, pues, de la palabra Χριστοφορος. Por lo demás, la evolución de Christophorus a Cristóbal es fácil de explicar: la phi cambia en be (como en Stephanus - Esteban), la rho puede cambia por la líquida ele. Compárense las formas del mismo nombre en otros idiomas: Christopher (inglés), Cristofor (holandés), Cristòfor (catalán), Cristóbal (español), Cristóvão o Cristóvam (portugués)

 

Leyendas y culto

Leyenda de San Cristóbal

Una tradición[cita requerida] indica que Cristóbal fue un gigante primogénito y unigénito de un rey cananeo, y debió haber nacido en Tiro o Sidón. Su nombre era Relicto, Ofero o Réprobus (‘réprobo, malvado’, seguramente derivado del arameo rabrab: ‘gigante’).[1] Era horroroso (ver el apartado Leyendas antiguas, más abajo), con rostro de perro (cinocéfalo). Como quería estar al servicio de un amo digno de su fuerza, Réprobo le ofreció primero sus servicios al rey Felipe de Licia (que en griego significa ‘país de los lobos’, que podría estar relacionado con su cara de perro). Este rey era malvado y despiadado, una persona que imponía su voluntad con puño de hierro. Sin embargo un día Ofero lo vio temblando de miedo y le preguntó cual era el motivo y el rey dijo que tenía su alma vendida a Satanás y que le temía al infernal ser. Entonces dijo Ofero: «Si le temes al Demonio, él es más poderoso que tú, habré de servirle a él».
Decide el gigante ponerse al servicio de Satanás, y buscó a un brujo para que se lo presentara. El brujo accedió a cambio de algunos favores de Ofero y emprendieron la búsqueda a caballo, en el camino el brujo evadió una cruz de piedra temblando de miedo. Ofero le reclamó ese miedo a algo tan simple como una cruz. El brujo le dijo: «Temo a quien murió en la Cruz».
El gigante preguntó al hechicero si el tal demonio temía también a ese tal Jesús y el brujo le dijo que el diablo tiembla con la sola mención de la cruz donde murió Cristo. Entonces Ofero decide servir a tan poderoso personaje que aún después de muerto hace que el Príncipe de las Tinieblas tiemble de miedo.
Hay versiones que dicen que ese hechicero es el demonio disfrazado. Pero en cuanto a Ofero, se dedica a buscar a su nuevo amo, al que aunque no conoce ya ha jurado ser su más bravo y sanguinario guerrero. Empieza a vagar y a preguntar a todas las personas cómo podría servir a Jesús, y nadie es capaz de contestarle, hasta que un ermitaño le dice: «Aquí al lado hay un río donde suelen morir muchos de los que intentan atravesarlo. Tienes una estatura y fuerza descomunal, perfectamente podrás pasarlos de orilla a orilla sobre tus hombros. Ahí encontrarás a la persona que te dará la respuesta correcta» Y efectivamente, comenzó a pasar viajeros apoyado en una vara gruesa y resistente: Ofero se convirtió en porteador.
Antes había muy pocos puentes y era un problema atravesar los ríos, uno de los oficios de entonces era el de porteador: por una remuneración hombres corpulentos pasaban a las personas de una orilla a otra de los ríos. Ese era el oficio de san Cristóbal. Era tan buena persona que no negaba a nadie el servicio aunque no le pudiera pagar.
 
Procesión de san Cristóbal en Chepo (Panamá).

De Ofero a Cristóbal

Ofero empezó a cruzar a la gente por el río preguntando que donde y como podría servir a Jesús pero nadie le daba una respuesta correcta. Hasta que un día cruza la corriente cargando a un niño, a quien ni siquiera le toma la molestia de preguntarle; ¿Qué va a saber aquella frágil criatura? A mitad del camino el nivel del agua comenzó a subir, el niño se hace pesado como un costal de plomo, después pesa como si cargara el mundo entero, insoportable, y sólo a costa de enormes esfuerzos consigue llegar a la orilla.
Le pregunta Ofero al pequeño: «¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que parecía que transportaba el mundo entero?». El niño le responde con claridad: «Tienes razón, peso más que el mundo entero, pues sobre mis hombros cargo con los pecados del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora te llamarás Cristóbal (en griego Χριστοφόρος, compuesto de Χριστός, Cristo, y de φέρω, llevar; o sea, el que lleva a Cristo). Al ayudar a cualquiera a cruzar el río, me estarás ayudando a mí. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de báculo, que mañana lo verás, no sólo florido, sino coronado de frutos». En efecto, a la mañana siguiente la estaca seca plantada en el suelo se había trocado en una esbelta palmera, con incontables frutos.

El martirio de Cristóbal

Después del episodio del Niño Dios recibió Cristóbal el bautismo de manos del patriarca Babilas en la Basílica de Antioquía. Según algunos autores, Cristóbal portó a Cristo de cuatro maneras: en los hombros, en los labios, en el corazón y —en el momento de su martirio— en todo el cuerpo.
Cristóbal empezó a evangelizar sobre todo en Samos en compañía de su gran bastón y fue un predicador elocuente. El emperador romano Decio ordenó perseguir a los cristianos y ofrecerlo como sacrificio a sus dioses paganos. Dagón, que era prefecto de Licia, cumplió con el encargo del emperador, profanó iglesias y casas de cristianos. Cristóbal vio que pronto sería prendido y se arrodilló a orar. Cristo entonces se le apareció lo levantó y le dijo: «No temas, que estoy contigo». Cristóbal, al saber, primero, y ver, después, cómo eran torturados los que confesaban públicamente la fe de Cristo, en vez de desfallecer, en medio de una multitud inmensa clamó: «También yo soy cristiano y tampoco quiero sacrificar a los falsos dioses». Inmediatamente fue detenido y conducido hacia el tribunal del prefecto.
Dagón trató de persuadirlo pero Cristóbal no se dejó sorprender ni por la buena ni por la mala. Sería sometido a los siguientes tormentos:
  • fue flagelado con varillas de hierro, durante la cual no cesaba Cristóbal de cantar himnos a Dios,
  • le fue colocado sobre la cabeza un casco de hierro al rojo vivo,
  • fue tendido sobre una parrilla enorme para que ser quemado a fuego lento, la cual se derritió, sin que él sufriera quemadura alguna,
  • le fueron arrojadas innumerables flechas, atado a un árbol, sin que ni una sola diera en el blanco, pero sí una en un ojo del prefecto...
Y entonces, la voz del mártir resonó vibrante: «El Señor prepara ya mi corona... Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás quién te creó y quién te ha curado».
Al día siguiente fue decapitado y Dagón hizo lo que indicara Cristóbal, recuperando la vista y convirtiéndose al cristianismo.

San Cristóbal según «La leyenda áurea»

De acuerdo al legendario relato Áurea legenda, de Santiago de la Vorágine, Cristóbal era un gigante cananeo de doce codos (poco más de cinco metros) de estatura— nacido con el nombre de Ofero, que vivió durante la primera mitad del siglo III. Su enorme fortaleza física le había hecho orgulloso, y se había jurado servir únicamente a un amo más temible que él mismo. Escogió primero a Satanás como amo, pero al enterarse de que aún el diablo temía al nombre de Dios y al signo de la cruz, renunció a su servicio y buscó quien le indicara como servir a este último.
Ofero tomó como guía a un ermitaño cristiano, que indicaba a los viajeros los lugares seguros por los cuales atravesar un peligroso río, y fue educado por él en la fe cristiana. A la muerte del ermitaño, Ofero tomó su lugar, pero gracias a su fuerza y estatura prefirió transportar los viajeros en sus hombros de un lado a otro del río. La leyenda indica que un día fue visitado por un niño pequeño, que le pidió que lo cruzara; Ofero lo tomó en sus hombros, pero quedó atónito por el peso del niño. Éste le reveló que era en realidad Jesús, y que el peso era el de los pecados del mundo que cargaba sobre sí; bautizó al gigante en el río, y le instruyó para que partiese a predicar a Samos y a Licia. Se cuenta que en su prédica, Cristóbal realizó numerosos milagros, entre ellos el de plantar su báculo en el suelo y transformarlo en un árbol. Allí lo encarceló el rey Dagón, enfurecido por la conversión de sus súbditos, y decretó su captura y martirio según las órdenes del emperador Decio.

Leyendas antiguas

El texto de De la Vorágine constituye una evolución fantástica de testimonios anteriores. Las fuentes latinas y griegas más antiguas registran un mártir, de nombre Cristóbal, originario de una tribu norafricana.[cita requerida] Capturado por las tropas romanas a comienzos del siglo IV, fue conscripto como legionario y trasladado a prestar servicio en una guarnición romana cerca de Antioquía.[cita requerida]
 
Icono de san Cristóbal cinocéfalo. Nótese el parecido con el dios perro egipcio Anubis, ancestro mítico de Cristóbal.[2]
Poco se sabe de los Marmaritae a los que habría pertenecido Cristóbal; como a otras tribus africanas, las fuentes griegas solían describirlos como infrahumanos, llamándolos con frecuencia κυνοκηφαλοι, kynokefaloi, ‘cinocéfalo (cabeza de perro)’. Algunas fuentes tomaron el término literalmente, y numerosos iconos ortodoxos representan a Cristóbal con cabeza de perro. Las fuentes latinas tradujeron el término por canineus (‘perruno’). Se estima que Santiago de la Vorágine, en su Áurea legenda, lo interpretó como cananeus (‘cananeo’, de Canaán).
Las fuentes más antiguas[cita requerida] indican que Cristóbal fue bautizado por el obispo Babilas de Antioquía; sin embargo, es imposible que fuera así, ya que Babilas fue martirizado en 251, y el nombre de la unidad a la que Cristóbal fue adscripto (Cohors Tertia Valeria Marmaritarum: ‘tercera cohorte valeria de los habitantes del Mar de Mármara’) indica que ésta fue reclutada bajo el emperador Diocleciano, cuyo nombre completo era Cayo Aurelio Valerio. Las fuentes latinas sugieren que Cristóbal fue bautizado por el obispo Pedro de Alejandría, que predicó en la región entre el 306 y el 311. De acuerdo a estas razones, se podría identificar con san Menas, de cuya historicidad no se tiene duda. Los Hechos de san Cristóbal, de los que las leyendas posteriores se derivan, parecen haber sido compuestos en época cercana al martirio del santo, probablemente por el obispo de Antioquía, Teófilo el Indio, o alguien cercano a éste.

Otros santos Cristóbales

No resulta raro encontrar a otros personajes que hayan sido elevados a los altares y lleven el nombre de Cristóbal:
Aunque obviamente el más popular es Cristóbal de Licia sobre quien habla este artículo.

Historia del culto

El culto a San Cristóbal de Licia es de origen oriental, llegando a Occidente después del siglo V, de Constantinopla pasó a Sicilia y de allí a Europa Occidental. Durante la Edad Media fue uno de los santos más venerados. En su honor se hicieron templos y monasterios, tanto en Oriente como en Occidente.

Fecha de culto

La fiesta de san Cristóbal se celebra en distintas fechas:
  • 9 de mayo en Oriente.
  • 10 de julio en la tradición hispana (de acuerdo con la tradición mozárabe) para dejar libre el festejo de Santiago Apóstol. En numerosas localidades españolas se han incrementado las celebraciones en honor a San Cristóbal, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, formándose hermandades y asociaciones en honor al santo patrón de automovilistas, taxistas, camioneros y conductores en general, que se han unido para festejar a su patrón. Y así, en muchas poblaciones, y sobre todo el segundo fin de semana de julio —que es el más cercano al día 10 del mes— tienen lugar verbenas, bendiciones de vehículos, así como misas y procesiones con la imagen del santo.
  • 16 de noviembre en Cuba, especialmente en La Habana (ciudad de la cual es patrón), por ser aniversario de la fundación de dicha ciudad.
  • 25 de julio en Occidente.
  • El primer domingo de septiembre en Hornos de Moncalvillo.
San Cristóbal fue venerado como uno de los «catorce santos auxiliadores» y santo patrono de los choferes.
Erasmo de Rotterdam criticó su culto en su obra Moriae encomium (Elogio de la locura).

Reliquias

Muchas iglesias declaran tener las reliquias del santo, entre ellas la catedral de Morelia (México), que afirma haberlas recibido en el siglo XVI como obsequio del papa por la inauguración de la diócesis.

En otras religiones

San Cristóbal tiene un papel importante en la santería, siendo la representación de Agayú.

Posición de la iglesia católica

En febrero de 1969, el papa Pablo VI ordenó revisar el calendario litúrgico para suprimir a los santos de cuya existencia no hubiese pruebas. Eso no significa que los «descanonizara», sino simplemente que su celebración y veneración no es obligatoria.
En abril de 1969 se dictaminó la eliminación de san Cristóbal del santoral católico —junto con san Jorge de Capadocia (patrón de Inglaterra), santa Librada y muchos otros santos—, aunque se mantuvo el derecho a su representación iconográfica y veneración por razones tradicionalistas. Hasta ese momento, san Cristóbal había sido venerado como uno de catorce santos auxiliadores.


Notas

  1. Philippe Walter: Mitología cristiana (fiestas, ritos y mitos de la Edad Media) [2003]. Buenos Aires: Paidós (Diagonales), 2005.
  2. C. Lecouteux: «Les cynocéphales», en Cahiers de civilisation médiévale (págs. 117-128), 24, 1981. Citado por Philippe Walter: Mitología cristiana (fiestas, ritos y mitos de la Edad Media) [2003]. Buenos Aires: Paidós (Diagonales), 2005.

Bibliografía

  • Brugada, Martirià: San Cristóbal, el portador de Cristo. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica (Colección Santos y santas, 84), edición en español y en catalán, 2003.

Enlaces externos

 

San Cristóbal

Con todo y ser puesta en duda la autenticidad de algunos prodigios e incidencias de su vida, se han ocupado de este Santo hagiógrafos y escritores ilustres, antiguos y modernos. Entre los primeros, San Ambrosio. Unánimemente, es colocado su martirio en la persecución de Decio, entre los años 249 y 251. — Fiesta: 10 de julio.
La existencia de San Cristóbal ha sido probada por numerosos autores. Entre otros, por los Bolandos en su obra monumental sobre los Santos. La demuestran, por otra parte, los martirologios y misales antiguos y el breviario mozárabe. En ellos es consignado Cristóbal como «mártir de Cristo, bajo el reinado del emperador Decio». Dan fe asimismo las numerosas reliquias desperdigadas por el orbe cristiano, veneradas desde tiempos muy remotos. Algunas fueron traídas a España, al parecer poco después del martirio. Un brazo se conserva en Compostela, una mandíbula en Astorga, y poseen varias otras: Toledo y Valencia.
Según la tradición, fue Cristóbal el primogénito y unigénito de un rey cananeo, y nació en Sidón o en Tiro. Antes de ser bautizado se llamaba Relicto. Tenía gran porte, verdadero gigante por su estatura, de cabellera rubia, ojos claros y mirada penetrante; y despertaba en todos excepcional simpatía.
Mientras fue pagano, pensó sólo en aventuras. Su sed de gloria le impulsó a poner su espada al servicio de un gran rey, «el que sea el rey más grande de la tierra», decía con entusiasmo. Y por esto, dejando su patria, se puso en camino y fue a parar a las huestes de Gordiano, emperador de Roma, empeñado a la sazón en una guerra tenaz contra los persas.
Presentándose a él, dejóle admirado por su bizarría y figura; y al ofrecérsele a formar parte de sus tropas, alegando que no quería servir a un rey pequeño, sino al más famoso del mundo, Gordiano se dejó prender por sus palabras y lo admitió en el acto. Los hechos le demostraron que no se había equivocado. Relicto era ducho en las armas; y tal valor mostraba y tanta destreza en el combate, que el emperador quería tenerlo junto a sí en los momentos de peligro.
Pero un día Relicto oyó hablar de Cristo, como del más poderoso de los reyes. Y comenzó a preguntar: «¿Dónde he de encontrar a ese Cristo, Monarca más poderoso que todos los otros?».
La Divina Providencia le deparó un buen maestro; un ermitaño cristiano, por el cual se dejó instruir en el conocimiento de los misterios de la fe verdadera. No tardó en abandonar la milicia terrena y adscribirse al servicio del «Rey inmortal de los siglos».
Y pregunta entonces Relicto al ermitaño: «¿Cómo he de servir a mi nuevo Señor?». Le responde éste: «Con la oración y el ayuno». «No sé rezar». «Ayuna, pues». «¿No ves mi corpulenta estatura? He de comer más que los otros para sostenerme». «Sírvele entonces con tu estatura y tu fuerza. Ayuda a vadear el río a los caminantes que lo necesiten».
Se desarrolló este diálogo, al parecer, cerca de la ciudad de Samos, en la provincia de la Licia, adonde Relicto se había dirigido. Obedeció exactamente al eremita.
Su cuerpo gigantesco empezó a transportar sobre sus hombros a los que no se atrevían a vadear la corriente. Y así una temporada; hasta que un día vio un niño en la ribera; y habiéndole preguntado qué deseaba, el pequeño le respondió que le pasase a la otra orilla. Tomóle Relicto y se lo puso al hombro, creyendo que el peso sería insignificante. Se equivocó. Cuenta uno de sus biógrafos que «Cristóbal entró animoso al río con su báculo (una recia y alta vara con la que solía ir a todas partes), como jugueteando con las ondas; pero a los pocos instantes conoció que el alto bajel se iba a pique, arrebatado de la furia de las aguas. Crecían éstas; hinchábanse las olas; procuraba él cortarlas valientemente, haciendo pie firme en la arena; pero nada le valía, porque el Niño que llevaba en sus hombros le abrumaba tanto con el peso, que si Él mismo no le diera la mano, en ellas hubiera hallado su sepultura. Rendido, sudando y gimiendo, salió a la orilla y admirado puso al Niño en la arena y le dijo: «¿Quién eres, Niño? En gran peligro me has puesto. Jamás me vi en riesgo de perder la vida, sino hoy, que te llevé sobre mi espalda. Las coléricas aguas aumentaban su enojo, y Tú ibas multiplicando tu peso. No pesabas tanto al principio. ¿Quién eres, Niño, que tan en la mano tienes hacerte ligero o pesado? Creo que más pesas Tú que el Mundo..”..
Y entonces oyó Relicto la respuesta, en la cual se le señalaba, precisamente, el nombre que habría de adoptar en el Bautismo: «Te llamarás Cristóforo, porque has llevado a Cristo sobre tus hombros. No te admires de que yo te pese más que el mundo, aunque me veas tan niño; porque, realmente, peso yo más que el mundo entero. Yo soy de este mundo, que dices, el único Creador; y así, no sólo al mundo, sino al Creador del mundo, has tenido sobre ti. Bien puedes gloriarte con el peso: Yo soy ese Señor que buscas: Hallaste ya lo que deseas y a quien has servido tanto en esas obras piadosas. Y aunque sobra mi palabra para crédito de mi verdad, pues sólo porque yo lo digo tiene su firmeza la fe, ejecutaré un prodigio para que conozcas la grandeza de este Niño pequeño. Vuélvete a tu casa, no tienes ya que temer las olas. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de báculo, que mañana lo verás, no sólo florido, sino coronado de frutos».
En efecto, a la mañana siguiente la estaca seca plantada en el suelo se había trocado en esbelta palmera, con incontables frutos.
Otra vez, según la tradición, se realizó el mismo prodigio, y entonces, instantáneamente, y ante los ojos de todo el pueblo, a petición del Santo, que lo impetró de Dios para ofrecer un testimonio de la verdad que estaba predicando.
Fue después del episodio del divino Niño cuando Relicto recibió el Bautismo, que le administró el patriarca Babilas en su Basílica de Antioquía. Desde aquel momento, se llamó ya siempre Cristóforo, es decir, portador de Cristo.
De cuatro maneras —dice un escritor tan leído como es Tihamer Toth— llevó Cristóbal a Cristo: sobre sus hombros; en los labios, por la confesión y predicación de su nombre; en el corazón, por el amor; y en todo el cuerpo, por el martirio.
Y ahora será cuando, dejando otros maravillosos episodios, algunos no carentes de probabilidad histórica, pero entremezclados con sucesos visiblemente legendarios, digamos algo de la gloriosa inmolación de nuestro valiente biografiado. Provisto él de su gran bastón, en la mano, y caminando majestuosamente, no cesó de evangelizar a las gentes de Samos, maravilladas de su elocuencia. Por aquel entonces salió un edicto de persecución del emperador Decio, mandando que fuesen ofrecidos sacrificios a los dioses paganos y amenazando con las más graves penas a cuantos se resistiesen a ofrecerlos. Dagón, prefecto de la Licia, se afanó en cumplir rigurosamente el decreto. Y así, después de ordenar a sus soldados la profanación de todas las iglesias o lugares donde era adorado el Dios verdadero, les incitó a que se lanzasen como lobos rapaces sobre todos los cristianos que no quisiesen enseguida claudicar. Nuestro Santo fue uno de los primeros en incurrir en esas iras.
Al ver que se aproximaba su hora, imploró el auxilio divino, postrándose en el suelo. Jesucristo se le apareció y, levantándolo, alentó sobre él, dándole el espíritu de sabiduría, y le dijo: «No temas, que estoy contigo». Cristóbal, al saber, primero, y ver, después, cómo eran torturados los que confesaban públicamente la fe de Cristo, en vez de desfallecer, en medio de una multitud inmensa clamó: «También yo soy cristiano y tampoco quiero sacrificar a los falsos dioses». Inmediatamente fue detenido y conducido hacia el tribunal del prefecto.
En diálogo con Dagón se mostró Cristóbal investido de una serenidad imponente, proclamando su fe con palabras de profundidad celestial y manteniéndose inconmovible lo mismo ante las promesas seductoras que ante las más feroces amenazas.
Prolija resultaría también la reseña de los tormentos a que fue sometido. Flagelación con varillas de hierro, durante la cual no cesaba Cristóbal de cantar himnos a Dios. Prueba de un casco de hierro al rojo vivo sobre su cabeza, de la cual sale indemne. Parrilla enorme sobre la que es tendido para que sea quemado en fuego lento, y que es derretida por las llamas, mientras éstas respetan su cuerpo. Saetas innumerables arrojadas sobre Cristóbal atado a un árbol, sin que ni una sola dé en el blanco, pero sí una en un ojo del prefecto... Y entonces, la voz del Mártir, que resuena vibrante: «El Señor prepara ya mi corona... Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás Quién te creó y Quién te ha curado».
A la mañana siguiente Cristóbal es decapitado, y el prefecto hace lo que le indicara. Al punto recobra la visión, abraza la verdadera fe, ordena a sus súbditos que adoren a Cristo y abandonen el culto de los falsos dioses...
Todo lo dicho persuade del extraordinario predicamento que San Cristóbal ha tenido a través de los siglos. En la Edad Media fue catalogado entre los catorce santos auxiliadores de la humanidad.
En la iconografía tiene la imagen del Santo una importancia grande. Los himnos litúrgicos antiguos proclaman su patronazgo sobre los caminantes. Ello explica que en nuestros días los automovilistas hayan adoptado este excelso patronazgo de San Cristóbal, cuya festividad cobra cada año mayor esplendor y cuya efigie adorna y protege innumerables coches, en tal día bendecidos litúrgicamente al pie de nuestros templos.
 
 
 
San Cristóbal, mártir
fecha: 25 de julio
†: s. inc. - país: Turquía
otras formas del nombre: Christophorom Cristóforo, Probus, Reprobus, Cristopher, Kester, Kitts, Offero
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Licia, san Cristóbal, mártir.
patronazgo: patrono de los transportistas, especialmente de los que trabajan en el río y la montaña, de los marineros, constructores de puentes, peregrinos, viajeros, conductores, chóferes, aeronautas, porteadores, mineros, carpinteros, sombrereros, tintoreros, encuadernadores, orfebres, cazadores de tesoros, comerciantes de frutas, jardineros, atletas, de los niños; para proteger contra la peste, la enfermedad, la epilepsia, la muerte súbita, incendio y daños por agua, sequías, tormentas, tormentas eléctricas, granizo, problemas en los ojos, dolor de muelas, heridas.
oración:
A ti acudimos, san Cristóbal, para que nos acompañes a los largo de la vida y nos alcances poder llegar al fin de cada día con salud bienestar y gracia de Dios. Tú llevaste sobre tus hombros al Niño Jesús, que así quiso premiarte por tus servicios ofrecidos a todos quienes te pedían ayuda en el camino. Ya que eres abogado de los que están en camino, y especialmente de los conductores, rogamos tu intercesión para que nos asistas en el viaje y nos obtengas del Señor, el bien de regresar felices y agradecidos a nuestros hogares. Amén.
Ver más información en:
Los 14 santos auxiliadores

Aunque apenas puede dudarse de que existió en la antigüedad un mártir de nombre Cristóbal, a ello se reduce en la práctica todo lo que sabemos de él. Quizás por su nombre, que significa «el que lleva a Cristo», se fue tejiendo en torno a él una leyenda, tan famosa en Oriente como en Occidente, que tomó su forma definitiva al fin de la Edad Media. Reproducimos ese relato legendario extrayéndolo de lo que transmite en el siglo XIII la «Leyenda Dorada», del beato Jacobo de la Vorágine, que ha sido el principal vehículo por el que se consolidó en la memoria popular los «hechos» de este santo. De ella procede la creencia de que, quien mira una imagen de san Cristóbal no sufrirá daño alguno. Por ello se acostumbraba poner en las puertas de las iglesias grandes estatuas del santo, para que todos los que entraban en ellas viesen su imagen. San Cristóbal era, en la antigüedad, el patrono de los viajeros y los cristianos le invocaban contra las tempestades, las plagas y los peligros del mar. En la actualidad, el santo es muy popular como patrono de los conductores de automóviles. La primitiva leyenda no hablaba de que san Cristóbal se hubiese dedicado a buscar un amo, ni de que hubiese pasado su vida transportando a los que querían cruzar el río; pero sí menciona su estatura gigantesca y su apariencia imponente y cuenta que su cayado había florecido en la tierra. También atribuye gran importancia al incidente de Aquilina y Nicea y describe todas las torturas a las que Cristóbal fue sometido antes de morir. El Martirologio Romano afirma que fue martirizado en Licia, sin que pueda especificarse ni un solo dato más.

Leyenda áurea de san Cristóbal


Cristóbal se llamaba Réprobo antes de su bautismo. Pero con el sacramento recibió el nombre de Cristóbal, que significa portador de Cristo, porque había de llevar a Cristo de cuatro modos: sobre los hombros, en el cuerpo por la penitencia, en la mente por la devoción, y en la boca por la confesión de la fe y la predicación.

Cristóbal pertenecía a la tribu de Canaán. Era increíblemente alto y su rostro infundía miedo. La anchura de sus espaldas era de doce codos. Las historias cuentan que, cuando vivía en la corte del rey de Canaán, decidió partir en busca del más grande príncipe de este mundo y entrar a su servicio. Tan lejos fue Cristóbal, que llegó a la corte de un gran rey, que tenía fama de ser el mayor del mundo. Guando el monarca le vio, le tomó a su servicio y le alojó en su palacio. En una ocasión, un bardo cantó delante del soberano una canción en la que mencionaba frecuentemente al demonio. Como el rey era cristiano, hacía la señal de la cruz cada vez que oía mentar al diablo, y al ver aquello Cristóbal, se preguntaba maravillado qué significaba esa señal y por qué la hacía el soberano. Tanto se interesó por aquel misterio, que acabó por interrogar a su amo. Como el rey rehusó revelarle el significado de la señal, Cristóbal le suplicó y aun le amenazó con abandonar su servicio si no obtenía una respuesta. Entoces el rey le respondió: «Siempre que oigo mentar al diablo tengo miedo de que ejerza su poder sobre mí y el signo de la cruz me protege contra sus acechanzas». Entonces Cristóbal dijo al rey: «¿De modo que temes al diablo? Eso quiere decir que el diablo tiene más poder y es mayor que tú. Yo creía que tú eras el príncipe más poderoso del mundo. Así pues, te encomiendo a Dios, porque en este momento me voy a buscar al diablo para servirle».

Cristóbal partió de la corte del rey y se apresuró a buscar al diablo. Pasando por un desierto, vio una gran comitiva de caballeros. El más cruel y horrible de ellos se acercó a Cristóbal y le preguntó a dónde iba. Cristóbal le respondió: «Voy a buscar al diablo para servirle». Y el caballero le dijo: «Yo soy el que buscas». Cristóbal se alegró mucho al saberlo e inmediatamente le prometió servirle lealmente y tenerle por señor hasta la muerte. Un día que iban por un camino real, encontraron una cruz plantada al borde. En cuanto el diablo vio la cruz, echó a correr lleno de miedo y condujo a Cristóbal a través de un desierto para alejarse de la cruz y, luego de dar un rodeo volvieron a tomar el camino real. Cristóbal, muy asombrado, preguntó al diablo por qué había abandonado el camino real y le había conducido a través de un desierto tan árido. Pero el diablo no quería responderle. Entonces Cristóbal le dijo: «Si no me respondes, abandonaré tu servicio». Viéndose obligado a contestarle, el diablo le dijo: «Hubo un hombre llamado Cristo que fue crucificado. Y siempre que veo una cruz tengo miedo y me echo a correr». Cristóbal declaró: «Eso quiere decir que Cristo es más grande y más poderoso que tú. Veo, pues, que me he esforzado en vano por encontrar al Señor más poderoso del mundo. En este mismo momento abandono tu servicio. Prosigue tu camino, porque yo me voy en busca de Cristo».

Después de mucho caminar y preguntar dónde podría encontrar a Cristo, Cristóbal llegó a la morada de un ermitaño del desierto. El ermitaño le habló de Cristo, le instruyó diligentemente en la fe y le dijo: «El Rey a quien buscas exige de ti el servicio de ayunar frecuentemente». Cristóbal le respondió: «Pídeme otra cosa, pues yo soy incapaz de ayunar». El ermitaño replicó: «Entonces tienes que velar y hacer mucha oración». Y Cristóbal respondió: «No sé lo que es hacer oración, de suerte que tampoco puedo obedecer este mandato». Entonces el ermitaño le dijo: «¿Conoces el río profundo de peligrosa corriente en el que han perecido muchas gentes?» Cristóbal respondió: «Sí, lo conozco muy bien». El ermitaño replicó: «Como eres muy alto y erguido y tus músculos son muy fuertes, debes irte a vivir a la orilla de ese río y transportar sobre tus hombros a cuantos quieran atravesarlo. Ese servicio agradará sin duda al Señor Jesucristo, a quien tú buscas. Espero que Él se te mostrará algún día». Cristóbal partió hacia el río y se construyó una morada en la orilla. Para vadear el río empleaba un enorme palo a manera de cayado, y transportaba sin cesar a toda clase de gente de una orilla a otra. Y ahí vivió muchos días, trabajando como hemos dicho.

Cierta noche cuando dormía en su choza, oyó la voz de un niño que le llamaba: «Cristóbal, ven a transportarme». Cristóbal se despertó y salió, pero no vio a nadie. Volvió a entrar en su morada y oyó, por segunda vez, la misma voz; inmediatamente acudió, pero no encontró a nadie. Al oír el llamado por tercera vez, Cristóbal salió a buscar detenidamente y encontró, a la orilla del río, a un niño que le pidió amablemente, que le transportase a la otra orilla. Cristóbal subió al niño en sus hombros, tomó su cayado y empezó a vadear la corriente. Pero las aguas empezaron a subir y el niño pesaba como el plomo. Cuanto más avanzaba Cristóbal, más crecía la corriente y más pesado se hacía el niño, de suerte que Cristóbal tuvo miedo de perecer ahogado. Sin embargo, con gran esfuerzo pudo llegar a la otra orilla. Entonces dijo al pequeño: «Niño, me has puesto en un grave peligro. Me pesabas como si cargase el mundo sobre mis hombros. ¡Nunca había soportado un peso tan grande como el tuyo, que eres tan pequeño!» Y el niño respondió: «No te maravilles por ello, Cristóbal. No has cargado al mundo, pero llevaste sobre los hombros al Creador del mundo. Yo soy Jesucristo, el Rey a quien sirves con tu trabajo. Y, para que sepas que digo la verdad, planta tu cayado junto a tu casa, y yo te prometo que mañana tendrá flores y frutos». Dicho esto, desapareció el niño. Cristóbal plantó su cayado y, cuando se levantó a la mañana siguiente, el palo seco era como una palmera llena de hojas, de flores y de dátiles.


Cristóbal fue entonces a la ciudad de Licia. Como no entendía el idioma de los habitantes, pidió al Señor que le ayudase y Dios le concedió el entendimiento de aquella lengua extraña. Mientras Cristóbal hacía su oración en alta voz, las gentes que lo observaban juzgaron que estaba loco y lo dejaron en paz. Cuando Cristóbal empezó a entender el idioma de los habitantes de Licia, se cubrió el rostro y escuchó lo que se hablaba. Así se enteró de lo que sucedía en la ciudad y sin tardanza, se dirigió al sitio en que los jueces condenaban a muerte a los cristianos y les reconfortó en Cristo. Entonces, los magistrados le abofetearon. Cristóbal les dijo: «Si no fuese cristiano, me vengaría de esta injuria». En seguida plantó su cayado en la tierra y pidió al Señor que lo hiciese florecer y fructificar para convertir al pueblo. Y así sucedió inmediatamente, y se convirtieron ocho mil hombres. Entonces, el rey envió a dos caballeros para que trajesen prisionero a Cristóbal. Los caballeros encontraron a Cristóbal en oración y no se atrevieron a comunicarle la orden del rey. El monarca envió entonces a otros dos caballeros, los cuales se arrodillaron a orar con Cristóbal. Cuando éste terminó su oración, preguntó a los caballeros: «¿Qué buscáis?» Cuando los caballeros vieron el rostro de Cristóbal, le dijeron: «El rey nos ha enviado para que te llevemos prisionero». Cristóbal les dijo: «Si yo quisiera no podríais llevarme prisionero». Los caballeros replicaron: «Si quieres quedar libre, vete pronto y nosotros diremos al rey que no te hemos encontrado». Pero Cristóbal respondió: «No será así, sino que iré con vosotros». Entonces Cristóbal convirtió a los caballeros a la fe y les pidió que le atasen las manos a la espalda y le llevasen a la presencia del rey. Cuando el monarca vio a Cristóbal, sintió tan gran temor que se cayó del trono y sus servidores le ayudaron a levantarse. Entonces el rey preguntó al prisionero su nombre y su país de origen. Cristóbal respondió: «Antes de mi bautismo me llamaba Réprobo y ahora me llamo Cristóbal que significa "portador de Cristo"; antes de mi bautismo era yo cananeo y ahora soy cristiano». El rey replicó: «Tienes un nombre absurdo, porque das testimonio de Cristo, un hombre que fue crucificado y no pudo salvarse, de suerte que tampoco podrá defenderte a ti. ¿Por qué te niegas a sacrificar a los dioses, maldito cananeo?» Cristóbal respondió: «Con razón te llamas Dagnus, pues eres la ruina del mundo y discípulo del demonio. Tus dioses han sido hechos por manos de hombres». Y el rey le dijo: «Tú te educaste entre bestias salvajes; por ello hablas un idioma salvaje y dices palabras que los hombres no entienden. Si ofreces sacrificios a los dioses, te colmaré de regalos y honores; pero si te niegas, te destruiré y aplastaré con horribles penas y torturas». Como Cristóbal se negase a ofrecer sacrificios a los dioses, el rey le encarceló. También mandó decapitar a los caballeros que había enviado a buscarle y se habían convertido al cristianismo.

En seguida, envió al calabozo de Cristóbal a dos hermosas mujeres, llamadas Nicea y Aquilina y les prometió ricos presentes si conseguían hacer pecar a Cristóbal. Al ver a las mujeres, Cristóbal se arrodilló a hacer oración. Pero, como ellas empezasen a abrazarle, Cristóbal se levantó y les dijo: «¿Qué queréis? ¿Para qué habéis venido?» Las mujeres, asustadas de la santidad que se reflejaba en el rostro de Cristóbal, le dijeron: «Hombre de Dios, apiádate de nosotras para que creamos en el Dios que tú predicas». Al enterarse de aquella conversión, el rey mandó que trajesen a su presencia a las mujeres y les dijo: «Os habéis dejado engañar. Pero juro por mis dioses que, si no les ofrecéis sacrificios, pereceréis al punto de mala muerte». Y las mujeres respondieron: «Si quieres que ofrezcamos sacrificios, manda limpiar la plaza y ordena que todo el pueblo se reúna en ella». Cuando quedó cumplida la orden del rey, las mujeres entraron en el templo y, enredando sus guirnaldas en el cuello de los ídolos, los derribaron y los hicieron pedazos. En seguida dijeron a los presentes: «Id a buscar a los médicos y a las brujas para que curen a vuestros dioses». Entonces el rey mandó ahorcar a Aquilina y colgarle de los pies una pesada roca para que se desgarrasen los miembros. Cuando Aquilina murió y pasó al Señor, su hermana Nicea fue arrojada a una hoguera, pero salió de ella totalmente ilesa. Entonces los verdugos le cortaron la cabeza y así murió.

Cristóbal compareció de nuevo ante el rey, quien ordenó que le golpeasen con varillas de hierro, que le colocasen sobre la cabeza una cruz de hierro al rojo vivo, que le sentasen sobre una silla de hierro y encendiesen fuego debajo de ella y que vertiesen sobre el mártir pez hirviente. Pero el asiento se derritió y Cristóbal se levantó sin una sola herida. Viendo esto, el rey mandó que le atasen a una gran estaca y que cuarenta arqueros disparasen sus flechas contra él. Pero ninguno de los arqueros pudo dar en el blanco, porque las flechas se desviaron en el aire y no tocaron a Cristóbal. El rey, creyendo que Cristóbal había sido atravesado por las flechas, le dirigió la palabra; entonces una de las flechas cambió súbitamente de dirección y fue a clavarse en el ojo del rey. Cristóbal le dijo: «Tirano, yo voy a morir mañana. Haz un poco de lodo con mi sangre, úngete con él el ojo y así recobrarás la vista». Entonces el rey mandó que le cortasen la cabeza. Cristóbal hizo su oración, y el verdugo lo decapitó. Tal fue el martirio de Cristóbal. Entonces el rey hizo un poco de lodo con su sangre, se lo puso en el ojo, y dijo: «En el nombre de Dios y de Cristóbal». E inmediatamente quedó curado. El rey creyó entonces en Dios y mandó que fuesen decapitados todos los que blasfemasen de Dios o de san Cristóbal.

R. Hindringer, en Lexikon für Theologie and Kirche, vol. V, cc. 934-936, y H. F Rosenfeld, Der hl. Christophorus (1937), discuten los interesantes problemas relacionados con el santo. No cabe duda de que existió un san Cristóbal, cuyo culto era tan popular en Oriente como en Occidente. En Acta Sanctorum pueden verse varias recensiones griegas y latinas del texto de la leyenda primitiva (julio, vol. VI ). Cf. igualmente Analecta Bollandiana, vol. I, pp. 121-148 y vol. X, pp. 393-405; y H. Usener, Acta S. Marinae et S. Christophori. Entre los manuscritos del Museo Británico hay un texto sirio de la leyenda de San Cristóbal (Addit. 12, 174). Acerca de San Cristóbal en el arte, cf. Künstle, Ikonographie, vol. II, pp. 154-160, y Drake, Saints and their Emblems.
Cuadros. La iconografía del santo es inmensa, sólo dos muestras:
-Masaccio, fresco de 1420, en San Clemente, en Roma.
-Konrad Witz, panel de 1435, en Öffentliche Kunstsammlung, Basilea.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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